Los que tengáis hijos, probablemente, también lucharéis contra la rutina. O no, no sé, vosotros sabréis, yo desdeluego si. Quiero decir que es fácil que los martes sean igual que los lunes y cuando uno se quiere dar cuenta, ha llegado ya el domingo y vuelta a empezar.
Y ya casi estamos en el 2026 y la colcha sin planchar.
A eso voy.
Digo los que tengáis hijos, porque ellos te apuntalan mucho más las horas; a la guardería hay que ir a las 8:30, la escuela empieza a las 8:45, hay que estar en casa a las 14:00 que es cuando uno vuelve y a las 16:00 hay que salir a buscar a la otra. Si por lo que sea no hubiese que trabajar, que hay que, poca libertad queda entre medias para hacer nada.
Así que cuando a uno de los dos adultos que viven en esta casa le sale un plan, el otro le apoya sin dudar porque se sabe que el asunto es vicevérsico.
Ayer mi mujer fue a un concierto de los SEVENTEEN estos. Es un grupo de K-Pop de estos que salen al escenario cuarenta tíos con pelos cardados haciendo coreografías de no parar quieto ni un segundo, que si pones el mute en la tele, parece que estén convulsionando y te dan ganas de darles el tiro de gracia para que dejen de sufrir. No me preguntéis mucho más porque yo estoy mayor para estas historias, pero me alegraré siempre muchísimo de que ella vaya. Porque por cada concierto de ella, he corrido yo maratones o he tenido competiciones de karate, o clases de cocina o mil y un planes a los que me apuntaba antes de que la cadera me empezase a fallar cual pincho USB del Temu.
Enfrento esto de los planes de uno porque significa que el otro «hace el favor» de quedarse con los críos, y lo pongo entre comillas porque, coño, como si los hijos no fuesen de los dos. Pero si que es verdad que ese día el uno no está y, por tanto, el otro tiene que estar más.
Con lo que ayer lo anuncié tal cual en el hilo de #kintai del slack del trabajo: «hoy curro solo por la mañana porque mi mujer se va al concierto de SEVENTEEN en el Tokio Dome y me quedo yo con los críos». En japonés, se entiende. Podría haberme pedido la tarde libre simplemente sin dar explicaciones, pero no sé que tiene esta empresa que estos «chismes» hacen gracia y yo siempre digo la verdad ya sin tatemaes ni chorradas de esas que os inventáis en occidente. Como la vez aquella que dije que estaba hasta los cojones de trabajar ese día y que lo dejaba porque si no, iba a tirar el ordenador con la puta IA por la ventana. Y se rieron. O al menos pusieron iconicos de esos de reirse, que ahí igual si que tatemaearon un poco porque al gaijin barbicas se le fue un poco la pinza.
Total, que mi hijo mayor llegó de la escuela, yo cerré el ordenador, bajé de la buhardilla, plegué las escaleras y tiré para la guardería en coche. Por cierto, la de mierda que tiene el coche, macho, lo lavas y al día siguiente parece que has vuelto de Dakar otra vez. Putas obras de al lado, joder, me tienen loco: tiembla la casa a cada meneo de la excavadora, con lo que parece todo el rato que se viene un terremoto, montan escandalera del copón y encima todo lleno de tierra todo el rato. Como me hinchen mucho las pelotas les monto una kale borroka que van a flipar con la Basque bunka.
Al llegar a la guardería me di cuenta de que mi hija estaba ya saludándome desde el parque junto con otra amiga. Estaba pendiente y expectante, por la cosa de la novedad de que fuese yo en vez de su madre el que iba a por ella y se lo contó a sus amigas y allí estaban esperándome las dos. «Konnichiguuuarr» me saludó su amiga, exagerando el acento extranjero, como si estuviese hablando japonés un americano y June le dió un codazo. Siempre tiene esa broma de hablarme en japonés a lo gaijin y se descojona cuando yo le contesto igual. A mi hija, por lo que sea, no le hace demasiada gracia pero a mi me parece muy gracioso. «Sayounaura» le digo siempre y se descojona.
Por aquello de seguir haciéndole el día distinto, en vez de irnos directamente a casa nos pasamos por el supermercado con el coche. Hicimos una compra grande, ella llevaba el carro y yo iba metiendo cosas, menos en el pasillo de golosinas donde se intercambiaron los roles y fui yo el que conduje ese carro a toda hostia a pesar de lo que no pude evitar que entrasen más mierdas que de costumbre. Flipo con los senbeis de wasabi, por cierto, mandanga de la buena, os lo digo.
También nos pasamos por el todo a cien, cómo no, y cayeron unas cuantas más para el bloc de pegatinas donde las colecciona, también pillamos un par de platos con forma de perro y de gato y alguna que otra decoración navideña, de Santa-san, por supuesto, que aquí en Japón gana Papá Noel porque los Reyes Magos no se presentan al partido.
Llegamos a casa con toda la compra y mi hijo, que ya había ganado no se cuantas veces al Blitz del Fortnite prácticamente jugando con la zurda, a lo Iñigo Montoya, nos ayudó a recoger todo. En esas que descubrió el jamón serrano y los dos fuets y ya no calló hasta que se lo cenó. El fuet, que en otro tiempo era fácil de conseguir por aquí, es prácticamente extraperlo a precio de oro, pero qué coño, que me han subido el sueldo. Y es Navidad, cagondios, vamos con todo.
En lo que estábamos cenando, de repente, se empezó a mover todo. Lo que más asusta en esta casa cuando viene un terremoto es el ruido que hacen las ventanas y ayer sonaron mucho. Enseguida les dije que se levantasen de la mesa y nos pusimos los tres al lado de la puerta. Uno se acostumbra a esta mierda, pero es verdad que hacía mucho que no venía uno del estilo y mi mayor miedo siempre es que se caiga la lámpara del techo con alguien debajo, así que siempre nos vamos a la sombra de las esquinas.
Es mentira, no te acostumbras, simplemente lo toleras y si hay niños delante, te convences más de que no va a pasar otra vez la que se lió en el 2011 con Fukushima y su puta madre, y mantienes más el tipo.
Pero ayer los críos se asustaron bastante y nada de lo que les decía parecía tranquilizarles hasta que me acordé que les gusta, o les gustaba el año pasado al menos, lo de meterse al ofuro, a la bañera juntos. Lo propuse y cambió el aire de repente.
Y dicho y hecho: pusimos los tres pares de nalgas a remojo, concretamente a 42 grados. Al mayor ya le da vergüenza y se va tapando la genitalia, a mi la vergüenza ya se me ha dado la vuelta como un calcetín y saco el hueval a pasear aunque en esa bañera esté el mismísmo Papa de Roma. Bueno, ese igual no, que de los putos curas no me fío.
No sé que tiene el ofuro que los críos lo disfrutan mucho más que los mayores, al menos que yo, que siempre estoy deseando salir de esa sopa Knorr mientras que a ellos prácticamente les tienes que sacar de las orejas aunque las tengan ya como los huevos de Belcebú.
Ya en pijama, volvimos al salón donde ellos se entretuvieron con la tele mientras yo recogía y fregaba los platos. Bueno, fregaba, les daba un agua y al lavavajillas como cayesen. Después saqué el paquete de pipas que compré en el Gyomu y me puse a ver Stranger Things otra vez hasta que se acabó, el paquete, no la serie, pero ya si eso otro día seguiría con el monstruo ese que su boca es un ojete con dientes porque mi hija tenía pintas de quedarse dormida y no se había lavado, precisamente, los dientes.
Preparé cepillos, tres, y nos pusimos a ello. A la que tiene menos de 10 años le dimos un cepillado extra porque el suyo siempre suele ser de medio mentira y cuando fui a enjuagar su cepillo, mi hija me cogió del brazo y me dijo «ikanaide»… «no te vayas».
Creo que nunca nadie me había cogido del brazo y, mirándome a los ojos, me había dicho «行かないで». En japonés seguro que no, pero tampoco recuerdo que pasase en castellano, no creo que nadie me dijese algo parecido a «no te vayas, quédate conmigo», aunque solo me fuese a la cocina a meter un cepillo de dientes en un vaso.
Un rato después, mi hijo se llevó el iPad a su habitación.
En la nuestra dormimos abrazados mi hija, Pai-chan, su peluche de tortuga, y yo.
Su madre llegó horas más tarde y nos dio una decena de besos a repartir entre los dos, yo estaba medio dormido pero creo que me tocaron un par al menos.
Y el Apple Watch está de testigo de que me volví a dormir del todo y hoy he sido el último en levantarme, tanto que he fundido el Sleep Score ese que a poco más sale que estoy en coma.
He subido las escaleras y al abrir la puerta del salón he dado los buenos días en los dos idiomas que más uso desde que vivo aquí.
«Buenos días! Ohayooo»
Y me he olvidado adrede de decirles un «no os vayais nunca vosotros de mi lado porque me muero», por no asustarles.
De los años que te conozco no me sorprende pero me encanta ver como cambias de vasco repartepalos a padrazo entrañable jajaja. A mi me toca quedarme mañana con el par de ellos, a ver cómo salgo de escaldado jajajaa. Un abrazo tío
Llegué a Japón este año, con 30 años, después de una ruptura, así que tú blog (estoy leyendo post viejos) me gusta bastante.
¡No dejes de escribir! :3
Siempre es un placer leerte.

Me has dado de lleno en la patata. Justo hace dos meses que he sido padre de un pequeño hiperactivo, y en los dos primeros párrafos has descrito cosas que ya empiezo a notar… y eso que solo llevo dos meses en esto.
Con lo que dices sobre la relación de pareja me he sentido muy identificado. Siempre lo hemos vivido así, como creo que debe ser una relación sana de verdad. Por ejemplo, yo soy desarrollador (como tú) y todos los años me voy alrededor de un mes a Japón por trabajo, aunque vivimos en Málaga. Y mi mujer siempre me ha apoyado en todo, igual que yo a ella, sin dramas ni cuentas pendientes, con lo cual veo un futuro con experiencias como la tuya.
Qué joder… eres muy grande.
Me encanta leerte Óscar!
Sin ser padre, no sabes lo bien que has hecho que entienda lo de hacer planes tú y tu pareja.
Ha sido un placer leer esto y muy entretenido me he reído bastante.
Me parto de risa con los puntos de humor que le metes a las historias.
Los terremotos que hemos tenido últimamente no han sido demasiado fuertes por fortuna (y que así siga!) pero me ha dado mucha ternura la reacción de June. Qué maja!
Un abrazo!