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La cartera perdida

Llevaba un par de días regulero con la garganta y el jueves a mediodía decidí volverme a casa porque me subió la fiebre y no sabía hacer ya el Javascript ni con un canuto. Por la mañana, como cada dia, había ido en bici, pero a la vuelta y después de dudar bastante, pensé que mejor no arriesgar a ponerme peor con la sudada y la dejé aparcada ahí en los Shibuyas volviéndome en el tren chuchú. La cosa es que aunque aquí no suele pasar nunca nada, andaba yo ya inquieter: no me gusta un pelo que mi pobrecita pase la noche solica por ahí… aguanta, orbeica mía, que ya vuelvo a por ti en cuanto me ponga bien!! no te hagas caso de las gyarus pelandruscas!!

El viernes, que aquí fue fiesta y ya por la tarde estaba yo bastante recuperado, volví a montarme en el tren para ir al encuentro de mi amor biruedil. De paso, como ando al loro siempre para comprarme la Nintendo Switch y los viernes a mediodía corre el rumor de que son los «restocks», llevé la cartera con bastante dinero por si sonase la flute.

Ba, ni pa Dios… no tengo claro si estos de Nintendo son unos putos genios del marketing, que nos tienen en ascua viva por comprarles en cuanto tengan más, o los mayores desastres planificando a este lado del río Sumida.

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Me recorrí las tiendas habituales a contar cartelicos como el de arriba y enfilé cabizbajer y tristonero al parking de bicis. Hostias, por cierto, cuanta gente hay siempre en Shibuya, la madre que parió a Peneke, qué disparate y que sindios, mira que estoy por aquí todos los días y no me acostumbro todavía. Lo único bueno que le veo es que si te tiras un cuesco, a ver quien tiene cojones de señalar a alguien!

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Total, que acabé por fin con mi bici que estaba enterica y reluciente, le puse las luces que llevaba en la bolsa, la funda acolchada para el sillín en pos de que no sufriese mi excelso nalgar, y casco en melón, pillé la cuesta del 109 a la izquierda enfilando ya para casica. Me desvié un par de kilómetros con la intención de pillar unas hamburguesacas para la cena que Kota andaba con antojo, pero cuando llegué y justo antes de pedir, me di cuenta de que no tenía la cartera…

:peneke: :copon: :peneke:

Lo primero que pensé, pardillo de mi, fue que no la había cogido, así que le pregunté a Chiaki por si me la había dejado olvidada encima de la mesa o por ahí. La estuvo buscando un rato pero me decía que o se la había comido Kota, o allí en casa no estaba….

:peneke: :copon: :peneke:

Me volví para casa a buscar yo también, ya que, total, estaba bastante cerca… pero nada, ni pa Dios: lo más probable es que se me hubiese caído en Shibuya cuando saqué el casco de la bolsa.

¡¡ Maldita mochila-mierder que no tiene bolsillos y va todo junto ahí !!

En fin, no quedaba otra que tirar para Shibuya otra vez… segundo viaje en bici, trayecto que hice a todísima hostia folladísimo en do menor pensando en todo el jaleo que iba a ser cancelar las tarjetas de crédito, sacarme de nuevo el carnet de conducir, el DNI de aquí con mi recién estrenada visa permanente, liar a la de recursos humanos de la empresa para la tarjeta de la seguridad social… bufffff, jodé, pensaba mientras pedaleaba, dono mi huevo menos peludo con tal de encontrarme la cartera con todos los documentos, el dinero ya me la refulfla!!

Total, que llego con una sudada que ni Paquirrín con un cuaderno de rubio, rebusco y rebusco por allí y tampoco aparece. Ya medio desesperao voy donde el guardia del parking y resulta que está sentado en una silla de camping ahí sobao entero el gachó. Era una escena curiosa, porque tenía un chaleco de esos reflectantes que usan aquí pero con luces rojas que parpadean a todo meter; es decir: era un señor durmiendo al que se le veía desde la MIR.

Di un par de vueltas otra vez y como seguía sin aparecer, me fui a despertarle a semáforo-man con un par de sumimasens a cada cual más alto.

– Sumimasen
– SUMIMAsen
– Eh, hai haaaai
– Perdone, que es que hace una hora o así yo pa mi que se me ha caído la cartera por allí, no la habrá visto, ¿verdad?, o alguien que se la haya dado o algo…
– Pos no… pero lo mejor es que preguntes en la comisaría a ver…

Dicho & hecho, lo cierto es que ya iba yo con esa idea también, señor árbol de Navidad, pero total, tenía que intentarlo también, perdón por despertarle.

Tiro para comisaria, la que queda al lado de la estación, vamos, donde hay más gente que en el Aeropuerto del Prat (mwahaha) pero siempre. Dejo la bici ahí en la puerta y sale un policía al momento a echarme la bronca ya:

– Aquí no se puede aparcar, chato moreno, tira pallá.
– Ya ya, pero es que vengo a preguntar a ver si por un casual de Buda han visto ustedes mi cartera que se me ha perdido probablemente por allí por donde el parking de bicis
– Ah, vale, tira padentro
– Voy
– Pero canda la bici, alma de ピッチャー
– Ah, si si -esto lo hace para ver si no he mangado la bici, no es la primera vez que me para un policía y me dice que abra y cierre el candado para ver si tengo la llave, qué profesional, la vírgen, qué profesional.

Dentro de la comisaría, que no había estado nunca, resulta que había un huevo de policías, pero a mi me tocan tres. El que me habla todo el rato, que es un tío probablemente más joven que yo, más serio que el único enano paseando por la playa nudista llena, luego uno neutro que ni fú ni fá, y el tercero que equilibraba la ecuación que no hacía más que hablar medio riéndose y gesticulando un huevo.

Me habla el serio:

– Por favor, tu tarjeta de residente.
– Pues es que estaba dentro de la cartera -tío soseras
– ¿Puedes escribir japonés?
– Un poquejo, tampoco me pidas mucha historia

Interrumpe el sosaína:

– No te preocupes, con que sepas escribir tu nombre y dirección y poco más ya valdría.
– Ah, vale

Me dispongo a rellenar una hoja donde efectivamente se me piden mis datos y luego una lista con lo que he perdido: cartera, color, tamaño, marca, cuanto dinero tenía, qué tarjetas más o menos…

Habla el enfarlopao:

– Hostia puta! (Sugoi!) si sabes escribir japonés de puta madre (sugeee jyouzu jan!!), ¿cuanto llevas aquí?
– Algo más de diez años -le digo intentando concentrarme en lo que estoy escribiendo lo que para un crío japonés sería tirao, pero para mi es el puto pasapalabra
– ¿Y has estudiado por tu cuenta? ¿has ido a la universidad? ¿en qué trabajas?
– Eeettooo, pues …

Interrumpe Paco Umbral:

– Por favor, acaba de escribir

Y se hace el silencio con el que, mira tu, el neutrex parece estar más cómodo, hasta le cambió el color de las mejillas y todo, como mas asonrosao.

El seriales me empieza a hacer más preguntas pero ya en plan interrogatorio muy serio, que donde lo he perdido, que a qué hora, que qué tarjetas tenía y cuanto dinero, que qué hacía en Japón, que cual era mi trabajo… y después me volvía a preguntar, como el que no quiere la cosa, por cuanto dinero y las tarjetas para ver si me contradecía o algo… Todo esto, por cierto, hablándome bastante cerca y en keigo, pero lo peor fue que tenía las cejas depiladas y, joder, me costó aguantar ahí sin descojonarme vivo… poco faltó para hacerme un Rajoy y soltarme…

Después de las preguntacas, que las contesté sin dudar porque, coño, era todo verdad, el neutrales saca una bolsa transparente con mi cartera dentro y yo pego un bote porque no me esperaba que la tuviesen:

– ¡¡Esa es!!, ¡¡¡toma toma toma toma!!!! pero falta la tarjeta azul de la oficina, que estaba en el bolsillo de fuera… -empiezo a decir dándome un poquillo igual, todo sea dicho

De repente salta el exaltao:

– ¡¡ no te preocupes !!, cuando la han traído he tenido que listar todo lo que había y después he metido todo dentro, me acuerdo de esa tarjeta, está dentro con el dinero, están los 30.000 como dices que había, ¡está todo! ¡qué suerte!, ¿eh? ¿eh?, ¡que bien! ¡Japón es muy seguro! ¡omotenashi!

Yo ya me reía abiertamente:

– Jajaja, jodé que si, os debo la vida, mil millones de gracias

El neutro neutraba a su aire más callao que Eduardo Inda con un detector de mentiras, pero el serio cejastrinque cortó todo atisbo de alegría con su voz ajusticiadora, joder, cualquiera diría que estaba resolviendo el caso del siglo:

– Rellene, por favor, este otro formulario como que le hemos entregado la cartera

Y vuelta a empezar: otra hoja con mis datos y mi firma certificando que estaba todo y que ale, a pastar por la sombra.

Salgo de la comisaría de culo haciendo reverencias deluxe plus, quito el candado de la bici y cuando me voy a pirar salta el toloco:

– Cuidao con la bici, ¿eh?, nada de llevar los auriculares esos que tienes colgando del cuello, ten mucho cuidao que hay mas accidentes que ni sé de bicis últimamente y encima ahora por la noche más todavía, ten cuidado, ¿eh? y no pierdas la cartera más, que es importante, ten cuidao.

Unos cuantos gracias gracias si si gracias gracias si si después ya estaba yo tirando pa casa otra vez, pero con la cartera bien guardaíca, la sonrisa puesta y el culo y las piernas que ni las sentía ya cuesta parriba cuesta pabajo.

Curioso país de locos en el que estamos, Tosca, curioso, disparatado, pero sin duda maravilloso país.

:gustico:

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10 de 40 (2)

Continuación del post 10 de 40(1).

El caso es que nos quedamos Eri, Roxanna, Eric y yo en un karaoke a eso de la una de la madrugada, a cada cual más solterón, ahí dejo caer el dato ya por si acaso queréis nombrar a @policia. Aunque de primeras era impensable que siendo de la misma empresa nos liásemos entre nosotros, yo lo había pensado muchas veces, mejor pongamos que era imprudente. Ya estamos juzgando, coño, entendedme, ya he dicho que era como la adolescencia que nunca llegué a tener del todo: al firewall se le iban abriendo puertos con cada chupito y a según que horas, a pocos torrents se les bloqueaba. Además no era yo el único con la moral desprevenida porque Roxanna le hizo un bonito Matrix a Eric cuando éste amagó un abordaje por estribor pensando que no les veíamos. Estoy seguro, también, que de haber estado ellos dos solos también se habrían enrollado y seguramente no habría sido la primera vez.

Y allá cuidados, ojo. Como para juzgar estamos. Poco trigo limpio quedaba en aquella habitación, pero había que guardar las formas y para ser sinceros una vez más, yo si que tenía presente el refrán aquel de la olla, que tampoco había que echar más leña a la hoguera del drama, que bastante me escaldaba la vida.

O no, yo qué sé. Me daba un poco igual todo.

También es verdad que yo me flipo con poco y puede ser que viese movidas donde no las había… nah, estoy seguro que no fue casualidad que desapareciesen estos dos figuras a la vez en aquel hanami en el Yasukuni. Vamos hombre, yo tengo un radar para estas cosas y en una empresa tan pequeña todo se acaba sabiendo. Es como en la empresa de ahora, que la chiquilla que lleva gorro de lana aunque sea agosto, está liada con el jefe de diseño, por muy gay que parezca, eso lo saben hasta los chinos.

Total, que al tercer Bohemian Rhapsody, Eri nos contó que una amiga suya tenía un bar no demasiado lejos y allí que nos fuimos. Era un antro perdido en mitad de un callejón, con apenas tres mesas de a dos sillas cada una y poco más espacio en la barra; era estrecho de cojones, mi salón de casa es mas grande. Es uno de esos garitos típicos al que no habría entrado solo nunca, ¿sabéis de lo que hablo?, esos pequeños tugurios que desde fuera te da la impresión de que estás en la puerta del salón de casa de alguien, que no se te ocurriría pasar si el señor de la barra no te invita. Señor que normalmente te dobla la edad, y al que se la suele pelar todo, que casi prefiere que no entres para no joderle lo tranquilo que estaba.

Ni en medio entrar estábamos nosotros cuando la dueña gritó un «Eriiiiiichaaaaan» que retumbó hasta en el rabo de Hachiko. Madre del amor hermoso, qué pulmones. Supe inmediatamente que estábamos en el sitio correcto cuando vi que esa señora, de no menos de sesenta años, tenía el pelo teñido de morado, el triple de maquillaje que todo el Circo del Sol junto y una minifalda de veinteañera que contrastaba con sus más de ochenta kilos de esplendor. Se confirmaron mis sospechas cuando nos dió un abrazo de los de apretar a los que íbamos con la Eri, como si nos conociese de toda la vida.

Yo juraría que a mi me tocó el culo, pero tampoco me las quiero dar de diva.

Recuerdo partes inconexas del resto de la noche: cantar enka inventada junto a un matrimonio, y que ella, una milf del copón bendito, me daba trozos de calamar secos todo el rato por alguna extraña razón mientras el buen señor me llenaba el vaso de nihonshu de Hokkaido, de donde era él, que la gente es más maja que la hostia y no los siesos estirados de Tokio. En la otra mesa había dos señoras mayores que por lo visto eran pareja y de vez en cuando se besaban y cuando se fueron, entró un señor con un perro al que le daba de beber cerveza que le echaba en un plato.

Fenomenal todo, fe-no-me-nal.

Eric se emborrachó tanto que se quedó dormido sentado en el retrete y no nos dimos cuenta hasta mucho tiempo después. Confirmé que, efectivamente, la dueña del bar era fan de mi pandero moreno y que por lo visto en algún momento de la noche me robó el móvil para sacarse fotos poniendo morritos y fumando.

Roxanna y un Eric ya un poco más vivo, desaparecieron, como era de esperar, aunque volvieron al de un rato con una sonrisa de oreja a oreja y …

…el caso es que yo no me acuerdo de más.

Me desperté sólo en una cama que no reconocía; recuerdo que llevaba puesto un pijama de Snoopy tres tallas más grande y que tenía el festival del taiko de Narita dentro de mi puta cabeza, no podía casi ni abrir los ojos. No tenía ni zorra, pero ni zorra, de donde estaba: era una casa muy nueva y muy grande, muy elegante, demasiado… no me cuadraba con ninguno de nosotros, no recordaba absolutamente nada de después del bar de la super abuela hipster.

Me cambié echando hostias en cuanto vi mi ropa, que estaba ahí doblada encima de una mesa. En la chaqueta seguían estando mis cosas: la cartera, el móvil, las llaves de casa… no faltaba nada, incluso había una barra de esas de cacao para los labios que no sé ni si era mía pero que tiré en cuanto pude.

Yo lo que hice fue salir de aquella habitación acojonado, sin hacer ruido por si acaso. Oteé así por encima pero allí no había ni Buda. Entré al salón, uno de estos con cocina americana, y mi primer impulso fue ir a beber un poco de agua del grifo. Allí al lado del fregadero había notas escritas en perfecto inglés con una caligrafía exquisita. Una señalaba a la cafetera y ponía: «Is ready, just push the button, you have milk in the fridge». En otra ponía: «Sorry I have to work, didn’t want to wake you up, just close the door after you leave.». Así, sin firma ni nada.

Escampé de allí prácticamente corriendo. Resulta que estaba en un piso bastante alto de un bloque de apartamentos muy nuevo en medio de Nakano. Reconocí el lugar al momento porque la primera vez que vine a Japón viví bastante cerca de allí. Me monté en el tren todavía medio flipado, llegué a casa y me di una ducha de las de salir con los dedos arrugados.

Hice balance de daños: aparte de la horrorosa resaca, todo parecía estar en su sitio e intacto, incluidas sagradas sean las partes delanteras y traseras.

Lo siguiente fue revisar el móvil, pero solo estaban las fotos de la señora del bar y nada más: ni llamadas a números de teléfono raros, ni contactos nuevos, ni mensajes…

Al día siguiente de oficina pregunté y me dijeron que cuando cerraron el bar, nos despedimos y que yo cogí un taxi para irme a mi casa. Por supuesto yo confirmé que llegué bien; no les conté nada de donde acabé porque parecía no estar relacionado con ellos, que era lo que me tenía más preocupado. Parecía ser verdad: el trato con ellos no cambió lo más mínimo, ningún gesto, nada que diese a entender nada.

Todo normal.

Pero es que ni idea de qué pasó esa noche, ni con quién. Pienso a veces que no debería haberme pirado tan rápido, que lo suyo sería haberme fijado un poco porque seguro que en esa casa tenía que haber alguna foto o algo que me diese alguna pista… pero claro, menudo acojone despertarse en un lugar desconocido con pijama ajeno, no quedó otra que huir de esa movida a escape.

Me obsesionó el asunto y más de una vez en aquella época fui a sentarme en un parque muy cercano al bloque de pisos para ver si la cara de alguna vecina me sonaba de algo… pero nada, nunca más se supo: nadie llamó o dejó mensaje alguno nunca y así quedó la cosa; ni siquiera sé si el pijama me lo puse yo o me lo pusieron…

Con el tiempo se me olvidó, y hasta hoy.

Ni siquiera sé si hice un +1 aunque ya os digo, por que sé que lo estáis pensando, que no me lo hicieron a mi.

O eso creo, vaya. :posna:

Continuará

10 de 40 (1)

La mañana empezó agitada. Bueno, lo cierto es que con un niño de tres años en casa, tampoco puede uno pretender ponerse a desbloquear los chakras impares con el café contemplando las nubes en silencio.

Ni pa Dios: es un puto disparate.

Sabrás de lo que hablo si alguna vez has tenido que vestir a un crío que solo se está quieto, y tampoco demasiado, cuando duerme. Raro es el día que no consigue escaparse y salir corriendo con el culo al aire pasillo abajo gritando cosas como oshiri o chinchín a todo lo que dan las cuerdas vocales.

Un disparate de cojones, y eso que solo es uno, cuando vengan los otros dos que tengo planeados, verás tu la que preparamos, no va haber hashtag que describa eso (el de para cuando se entere Chiaki de mis planes, será algo así como #tusMuertos, seguramente).

Pero especialmente esa mañana estaba cantado que iba a haber mucho trajín que trajinar: tocaba ir a inmigración a renovar el visado. Nos cogimos el día libre los dos, dejamos a Kota en la guardería y nos dirigimos al quinto coño de Tokio donde está la única oficina de inmigración de la ciudad. Bueno, miento, no es el quinto coño, ya me vale a mi también, en realidad es el sexto: está a tomar por culo de la estación de Shinagawa, pegado al mar y a donde solo se puede acceder en autobús.

Un solo centro para una ciudad de 13 millones de personas. Tócate los huevos, Hirohito, los pachinkos que no falten, eso si.

Pero mira tu que aunque llegamos muy pronto, aquello estaba ya hasta la bandera de gaijines a los que solo nos queda suplicar que nos dejen seguir viviendo en el país de lo melonpanes. Seis horas nos tiramos allí dormitando por las esquinas, todo para diez minutos, si llegaron, en los que nos revisaron las dos solicitudes: la de renovación del visado y la de residencia permanente.

Y ya después de semejante ultracoñazo nos fuimos a comer juntos los dos solos como cuando éramos novios, la Chiaki y el Toscano mano a mano en un restaurante, y sin que nadie grite o llore en el peor de los destiempos entre plato y plato.

Curiosa sensación: meses deseando estar un poco en calma y a los dos minutos echando de menos a Kota a rabiar… ¿de verdad que no estuvo siempre con nosotros?, ¿qué hostias hacíamos antes?.

Ayer justo llegó la postal esa que te meten en el buzón diciéndote que vuelvas otra vez a donde Buda se tiró un cuesco de natto a recoger tu flamante nuevo visado que será, quizás, de tres años otra vez aunque tenemos fé en la residencia permanente, si no por llevar ya diez años aquí, casado y con un crío, que sea por la hipoteca, que aunque me quisiese ir del país no sé si el Sumitomo iba a estar muy de acuerdo con la movida.

En serio: diez años en Japón, habrá que joderse, yo que venía para un par y aquí sigo con más onigiris en el cuerpo que bocadillos de jamón serrano ya.

Esta década ha sido tremenda, muchas esquinas he doblado, muchos trenes cogidos hasta llegar a la pedazo midlife crisis en la que me encuentro actualmente. Jodida esa, ¿eh?, no hay medicina que la cure, esto no tiene vuelta atrás, amigos, cualquier día me tiño el pelo de rubio o me apunto a piano.

Dejadme que recopile algunas historias de cada una de las etapas vividas, más por mi que por vosotros, por aquello de la nostalgia, esa que a veces aparece maquinando por la espalda chuleándote suspiros.

Los primeros años aquí fueron una segunda adolescencia, o quizás la que nunca tuve: en mi pueblo estuve trabajando desde muy joven de pinchadiscos en un bar los fines de semana, lo que me dejaba poco margen de maniobra para ejercer mi derecho al botellón y posterior ritual de emparejamiento. Bueno, eso y que era bastante tolai, que no espabilaba nada. Luego ya cuando dejé ese trabajo y empecé la universidad, me eché novia y al poco de dejarlo me vine aquí donde lidié con mi miseria tratando de pasármelo lo mejor posible, sobretodo por las noches.

Viví, en Tokio, los dieciocho a los treinta. No te lo pierdas.

Esa fue el primer capítulo, la primera fase, una especie de Erasmus cambiando universidad por oficina. Hice muy buenos amigos precisamente en el trabajo y no era raro que quedásemos después del currele para liar alguna; que fuese debajo de un cerezo o en un izakaya daba igual mientras hubiese cerveza de por medio.

Las ganas las poníamos cada uno desde casa.

Recuerdo más de una vez que se nos hizo de día en un karaoke, bueno, más de una y más de veinte; lo raro era que no acabásemos en uno. Digamos que a ciertas horas uno tiene que elegir por donde tirar: si un club, un karaoke o cada mochuelo a su correspondiente olivo sobrepagado con key moneys y mas mierdas inventadas por la mafia de las inmobiliarias y los propietarios japoneses.

Siempre solía ganar la del medio: los clubs son para lo que son, al fin y al cabo, que es intentar hacer un +1. Los karaokes, al igual que los izakayas, sin embargo, son idóneos para pasárselo bien entre amigos mientras bebes, comes y cantas independientemente de que estés en uno u otro; además suelen ser bastante más baratos y esa época yo no es que tuviese precisamente dinero que malgastar, o más bien malgastaba lo poco que ganaba, que total me da lo mismo que me da igual.

Decía que quería contar, al menos, que aquella noche fue curiosa. Akira, el grande del grupo, huyó en pos del último tren; al de Yokohama no le quedó más remedio que dejarnos solos a Roxanna, Eri, Josh y a un servidor precisamente en aquel mugriento karaoke de Shinjuku. Muy a su pesar, porque todo lo que tenía de grande, lo tenía de fiestero: le gustaba más un chuhai que a Rato un datáfono.

No haría ni media hora que Eric y Noriko habían desaparecido. Otros que tal bailan, qué sospechosos, esto había que decirlo también: siempre supe que aquellos dos estaban liados a pesar de que ella tenía novio formal. El presuntamente cornamentado chaval tenía la mayor cara de soso a este lado del río Meguro, daba pereza verle desde lejos, el Facebook seguramente le pondría: «¿es este tu novio el sosaínas? ¿te lo etiqueto ya?» cuando subía ella fotos de los dos. Nunca entendí cómo Noriko, que, aparte de ser de las chicas más guapas que he conocido nunca, era el encanto personificado, pudiese resignarse a estar con semejante desaborío. No parecía mal chaval, ojo, probablemente fuese un buen tío, pero, joder, no salía una palabra de él ni pegándole, era más sieso que un obispo a dieta, si me lo hubiese encontrado atendiendo en inmigración o en un banco, no me habría extrañado lo más mínimo. Menuda cara de palo que tenía. Hablando un poco a lo Inda, diría que de primeras, no estaban al mismo nivel ni de lejos. Ella era casi un diez y él no llegaba ni a la mitad de los dedos de una mano, siendo generosos.

Continuó

El tío de la máscara

Menuda marcha llevo con el blog, ¿eh?, acojonante el ritmo de actualizaciones!! ni os da tiempo a leer y ya tenéis otro post!!!

(Perdón perdón, hago lo que puedo, pero con Kota dando botes está la cosa un poco difícil…)

Bueno, total, que yo venía a contar lo que me pasó el otro día, que me eché unas risas muy bonicas, vamos a ello:

(entre el párrafo de arriba y el siguiente he montado la casa de Anpanman y rebuscado el sombrero de Mr. Potato que resulta que estaba metido dentro de un calcetín de Chiaki)

Supongo que ya sabéis que por aquí es bastante habitual ver a gente con máscaras de esas de papel por la calle. En algún sitio leí que es por la contaminación, pero lo cierto es que no tiene nada que ver: aquí la gente lleva máscaras cuando están enfermos básicamente para no contagiar al prójimo. Bueno, ese es el uso oficial, yo también me pongo máscara si no me quedan más huevos que ir en trenes de esos petadísimos por las mañanas donde no es raro que te echen el aliento de la muerte mezcla de tabaco y café, así tiene que oler la puerta del infierno, vamos no me jodas, que ascazo. ¡Ah! y el otro uso «no oficial» que se da es cuando alguna chiquilla tiene algún grano cerca de la boca o no se ha depilado el bigotillo pero tiene que salir a la calle, es la solución perfecta, que no se me pasa ni una a mi (me lo contó una que yo me sé pero vosotros no, jejeje).

Pues el otro día dejé la bici aparcada ya en Shibuya y enfilé el camino de la oficina, con menos prisa que ni sé, también hay que decirlo. Delante de mi iba un viejales entrajetado con máscara que no hacía más que sorberse los mocarros ahí formando un ruido asquerosísimo a cada dos pasos. Esta movida a mi me da mucho asco, así que apreté el paso para quitarme de encima a semejante engendro de la vista cuanto antes. En lo que estaba adelantándole por la derecha y sin que el elemento se diese cuenta que iba yo por ahí, cogió aire dos o tres veces, se sorbió los mocos a todo lo que daba grrrsssshhhhhjarrr y se dispuso a echar un gargajo del tamaño de la cabeza de Tyrion Lannister exactamente, sin desviarse un milímetro justamente encima de lo que viene siendo mi excelso ojete. Yo pegué un bote y dije algo así como «cojones!! tu puta madre!!» pero el tío ya lo había propulsado al mundo exterior con el pequeño detalle de que… ¡¡¡¡llevaba todavía la máscara puesta!!!!

Yo me descojoné vivo mientras el señor cerdaco se quitaba la mascara que era igual ya que una bolsa de té usada y mascullaba mierdas en japonés del estilo de «mecagüen la madre que me parió, que no me he dado cuenta, joder, aggghh, hostias».

Mira tu que manera más guapa de empezar la mañana gracias aquí al tío gargajos!! :descojoner:

Colaboración en Mochileros 2.0

Hace bastante mas de un mes que me contactaron de Mochileros 2.0 para una colaboración en un artículo que tenían pensado publicar recopilando la visión de Japón que teníamos cada uno de nosotros. El caso es que lo que acabé escribiendo el día aquel que nevó, no fue ni mas ni menos que otro post mas del ikublog, así que es de justicia que lo publique aquí también. Por cierto, que a ver si retomo el blog mucho más en condiciones, que esto no puede ser ya, mecagüen la madre que parió a Peneke cuarenta veces!!!

A ver que os parece:


Hoy nos hemos levantado con nieve en Tokio. Por lo visto, hacía algo más de cincuenta años desde la última vez que nevó en Noviembre y la televisión se ha encargado de recalcar este hecho una y otra vez estos últimos días. Es curioso: aquí se empeñan en exagerar hasta llegar a veces al ridículo cualquier evento de estas características… ahora que con el historial que tiene este país a sus espaldas, no seré yo quien les eche culpa alguna. Siempre suelen tratar de dar la máxima cobertura a, por ejemplo, cuando viene un tifón, mandando a un señor con un casco al árbol más cercano al epicentro con la intención de captar cuatro imágenes de hojas moviéndose. Y conectan con ese señor una y otra vez aunque a veces el tifón no haya llegado y apenas llueva, y hacen zoom a todo lo que da a los charcos, y en realidad allí no se ve nada más que un txirimiri y en la mayoría de los casos el tifón se desvía o se disipa antes de llegar.

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El caso es que si, que hoy ha nevado, no demasiado, pero si como para que uno se levante contentete por la cosa de la novedad. A mi hijo Kota casi hemos tenido que atarle a la pata de la mesa para que no saliese en pijama a la calle a pisar la nieve; es muy emocionante volver a vivir las cosas olvidadas de este mundo, ya tan normales, tan anodinas para nosotros, con los ojos de un niño de tres años como aquella vez que se chocó contra su misma imagen en el espejo de una tienda, o cuando nos enseñó la luna como su mayor descubrimiento señalándola como si le fuese la vida en ello con ese brillo tan especial de esos ojos de ver de primeras.

Hoy le he llevado a la guardería en brazos, bueno, en realidad colgado de mi con uno de esos artilugios, esa especie de mochila en la que le llevas, estómago con estómago, cual canguro. Cada vez pesa mas, no sé yo hasta cuando esto podrá ser viable, aunque me dice Chiaki, mi mujer, que ya van por tres las veces que ha vuelto ya andando todo el camino, seguro que en nada estamos echando carreras los dos por las mañanas.

Me resulta curioso lo integrado que estoy en esta nueva vida de padre, tan reciente y ya tan consolidada, tan natural. Hablo con otros padres y madres por las mañanas y siempre juego un poco con los demás niños y con Kota antes de salir de la guardería a afrontar la oficina. Ni los padres ni los profesores hacen distinción alguna porque yo sea el único occidental que deja allí a su hijo, hijo que no deja de ser más japonés que nadie aunque tenga el pelo castaño y los ojos más grandes que los demás. Por supuesto los demás niños ni notan la diferencia, o si la notan les da igual a la hora de meterme bloques de lego en el bolsillo de la chaqueta o enseñarme bellotas que han cogido del parque cercano, o contarme lo primero que se les pasa por la cabeza. Hoy Kaede-chan, después de enseñarme su camiseta rosa, me ha contado que ayer estuvo en casa de su abuela y que le dio chocolate; Shunya-kun me ha insistido, a gritos, que la nieve era igual que el kakigori que hace su padre y Tsubasa-kun me ha dado una hamburguesa de plástico mientras decía “irajaimaje” porque resulta que no pronuncia bien las eses.

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Al salir y como nevaba aún más si cabe, hoy también he aparcado mi bici y he ido a trabajar en tren. Las bicis, la mía y la eléctrica con la que llevamos a Kota, las alternamos entre el parking de casa y uno público que hay cerca de la estación que llevan unos jubilados por turnos. De alguna manera, gracias a la rutina de vernos todos los días supongo, nos hemos hecho buenos amigos; alguna vez hasta les he llevado algún pincho de tortilla para probar que era verdad eso de que yo también cocinaba en casa. Uno, a cambio, me regaló un libro de poesía que todavía no he leído ni sé si podré ser capaz de leer en condiciones algún día.

Por perderme esos ratos con mis abuelos prestados, no me gusta nada tener que ir en tren, por ese y otros motivos entre los cuales está la obviedad en Tokio de que los trenes son latas de sardinas por las mañanas, pero lo que más me disgusta, diría que incluso me apena, es la falta de maneras, de educación. Es algo que siempre me ha llamado la atención y con lo que todavía no he sabido lidiar. Me refiero a que en Tokio y de momento en cualquier otro lugar de Japón en el que he estado, la educación está asumida: cada uno respeta a cada cual, se valora la limpieza, el silencio, se reservan los gestos, se ceden pasos, se sujetan las puertas, se guardan las formas, la cortesía es intrínseca a esta sociedad… excepto en las estaciones de tren. Por alguna razón que todavía no acabo de comprender, cualquier anden en Tokio por las mañanas es una república independiente donde reina el caos: listos colándose para entrar los primeros en el tren, ancianos que tienen que hacer el viaje de pies porque tres salary man entrajetados se hacen los dormidos en los asientos de cortesía, empujones, pisotones…

No me gustan nada los trenes, por eso no me gustan los días de lluvia.

El trago se olvida pronto, entre resignación y costumbre, uno logra abstraerse y en cuanto llevas un par de minutos fuera de la estación, vuelves a querer a este país.

Suelo comprar algo para desayunar en el Seven Eleven de la esquina. Hace un par de meses que dejé de tomar café, pero siempre compro un onigiri o algún sándwich y una botella de agua con la que pasaré la mañana entre pantallas y teclas.

Nada de demasiado interés que recalcar en las horas de oficina. Donde yo trabajo, se trabaja bien, el nivel es muy alto y uno nunca deja de aprender. Me gusta estar donde estoy pero hay algo a lo que todavía no me he acostumbrado aunque también me pasaba en la anterior empresa en la que trabajé y es que los compañeros no te saluden por la calle, incluso por el pasillo.

Sé que no es algo racista, no tiene nada que ver porque lo hacen también entre ellos, me resulta incómodo cruzarme con alguien que conozco de sobras y que mire para otro lado aún habiéndome visto. A mi modo de ver es un gesto hostil, pero aquí no es así. No pasa con todos, hay algunos con los que tengo muy buena relación y siempre intercambiamos un par de palabras fuera de la oficina, como aquella vez que me encontré a uno de sistemas con su novia en un centro comercial en el que estaba yo con Chiaki, Kota y mi suegra y estuvimos echando un rato majo los cinco. Pero si que diría que es la norma general y no me gusta, me incomoda.

A los mediodías suelo ir al gimnasio, es un Gold’s Gym que hay en Shibuya al que van también algunos famosos como el chico negro del anuncio de SoftBank con el que he coincidido ya un par de veces. Es curioso como todos los gimnasios se parecen entre si; en Tokio también tenemos a los mismos personajes: el que le pone el doble de peso del que puede levantar a la máquina y hace series a medias a velocidad absurdísima, el que resopla y jadea dando vergüenza ajena, el que está más al móvil que a hacer nada, el de las poses en el espejo… en fin, yo a lo mío.

Si he de buscarle algo bueno a los días en que me toca aparcar la bici, es que aprovecho el rato de ir andando hasta la estación desde la oficina para disfrutar del disparate que es Shibuya con un poco más de calma: me paseo por entre las miradas de la gente, subo y bajo escaleras y cuestas, y mientras cruzo uno de los pasos de cebra más famosos del mundo, me pregunto, con la cara iluminada por televisiones enormes en alturas imposibles, ¿te has acostumbrado a esto, Oskar? ¿esto va a ser ya tu vida para siempre?…

Y entonces llego a casa y Kota grita “¡¡Mamá mamá, ha llegado papá!!”, y sale corriendo hacia la entrada donde yo aprovecho la inercia de su carrera para levantarle lo más alto que puedo en brazos y darle el beso que le tenía guardado desde que me despedí de él en la guardería.

Y pienso que quizás mi vida no sea tan diferente de la de cualquier otro padre primerizo del mundo, que Japón, que Tokio es circunstancial, que mientras estemos juntos, el escenario no es trascendente, da igual.

Nah, que ba. Tokio mola.

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Volquetes de wasabi

Mira que el otro día contaba la última gilipollez de las chiquillas que pedían el sushi sin arroz para conservar la línea (y la tontería supina). Bien, pues resulta que una cadena de sushi de Osaka se ha tirado todo el verano troleando a los clientes extranjeros, sobretodo coreanos, echándoles una pechá de wasabi más del que tocaba.

Por lo visto les han cazado después de que les montaran el pollo y han tenido que emitir un comunicado oficial y toda la pesca. Como el tema es gaijin-sensible, han tenido que desmentir que era por racismo y la razón a la que se aferran es que la gran mayoría de los coreanos les pedían «extra» de wasabi normalmente, así que lo hicieron norma y cada vez que entraba uno, les ponían ahí más mandanga de la correspondiente.

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Ojo a la noticia en el telediario, le ponen ahí más wasabi que pescado casi:

Lo gracioso del tema, aparte de la supina troleada, es que en los medios lo han querido bautizar como «WasabiTero» que viene a significar: «Terrorismo de wasabi». Tiene huevos la cosa, que elementos tenemos por aquí en la tele también.

Y bueno, toca la Toscareflexió: tal y como yo lo veo, es una cadena de restaurantes muy popular entre los extranjeros, así que probablemente habrá gente allí haciendo cola para entrar. Los chefs, hasta los huevos de no entender la mitad de las cosas que le piden, de la cantidad de chorradas que tendrán que aguantar estilo «pásame el sashimi por la sartén que en mi país lo del pescado crudo como que no», han salido por lo de enchufarles volquetes de wasabi hasta que se les quiten los mocos de por vida. ¿Razonable y justificable?, en absoluto, pero divertido que te cagas, jajaja, que cabrones!!

Pongámonos también en el lado contrario: si a un bar de pintxos en Bilbao siempre que van japoneses les piden la tortilla con el huevo medio crudo, sería entendible que por defecto se les sacase esa ya, ¿no?. Además es bastante probable que se metiese en el mismo saco no solo a japoneses, sino a cualquier oriental. Pues esto del wasabi la misma mierda es, pero al revés, y por extranjero aquí entra todo el resto del mundo no-japonés.

Ala pues! que vaya bien el domingo!

Otoño otoñete

La vírgen como pasa el tiempo, madre de Dios.

¿¡¿Qué pasa, patausagis 足兎!?!? ¡¿¡que marcha me lleváis?!?. Yo aquí ando dándome cuenta de sopetón por enésima vez de que el tiempo pasa más rápido que ni sé… que se haya acabado el verano ya… ¿cómo te quedas?, yo pericueter tirando por lo bajo.

Bueno!! pasemos a ver en qué berenjenales hemos andado metidos… ah sí, ¡las vacaciones de verano!. Este año no han sido nada del otro mundo en realidad: una semanita solo na más. Como yo entré a trabajar en la empresa el uno de abril, me corresponden 12 días de vacaciones, pero jodé, desde que entré me he puesto malo bastantes días con fiebres más tontacas que ni sé (sponsored by la guardería de Kota, que se pone él malo un día, me lo pega y yo me tiro una semana). No sé si sabéis que aquí si te pones malo, o te pillas el día de vacaciones o te lo descuentan del sueldo, no hay más. Así que total: vacaciones muy cortas, pero mira, de lo malo malo, eso que ahorramos para volver a España los tres el año que viene que ya son tres billetes de avión los que hay que pagar.

De esa semana, decidimos pirarnos tres días a Atami a que Kota pudiese ir a la playa por primera vez en su vida con calma, y luego otro par de días a Hakone esta vez con mi suegra para que pasasen tiempo juntos porque aunque vivimos a apenas una hora de distancia, lo cierto es que la rutina nos deja poco margen para vernos. Qué curioso.

Bueno, total, que este viaje de Atami yo creo que ha sido el primero en el que nos lo hemos pasado bien de verdad con Kota, de repente la cosa ha cambiado de estar todo el rato intentando que no llore, que no lo pase mal en los trenes o intentar que se duerma en hoteles «hostiles», a descojonarnos vivos con sus ocurrencias. Es muy gracioso como entra en la habitación y se emociona a grito pelado descubriendo lo que hay dentro: «PAPÁ!!! EL BATER!!!!», jajaja, es el pataliebre mayor del reino!!

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La playa de Atami no es tampoco nada del otro mundo, la verdad es que quitando Okinawa, todavía estoy por ver una playa que le haga sombra a cualquiera de las nuestras del norte: aquí están bastante sucias y hay más gente que ni sé (por cierto: ¿sabéis que hay el doble de pezones que de personas?, de nada, el saber no ocupa lugar). Pero estuvo guay la experiencia de meter por primera vez a Kota en el mar: estaba acojonadísimo con las olas, jajaja.

Al volver a Tokyo, aprovechamos para llevarle también a Kota al cine a ver una película de Anpanman, por cierto que un día tengo que hablar del emporio Anpanman, es acojonante lo que tienen montado aquí en Japón con esos dibujos animados… es una mafia. Pero bueno, sacaban peli y tenemos un cine cerca que se adapta bajando el volumen y dejando bastantes luces encendidas para que puedas ir con niños muy pequeños sin que salgan escopeteados al primer trailer. Kota estuvo muy muy callado toda la película, yo creo que tan flipado que no era capaz de decir ni mú, parecía que no lo había disfrutado nada, pero luego después no dejó de hablar de la «tele grande» donde había visto al cararedondaman y de la peli en si, jajaja, jodé, es muy emocionante hacer estas cosas tan «normales» para nosotros con él.

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Jaja, me acabo de acordar que cuando saqué esa foto el móvil hizo un ruido de la hostia y encima saltó el flash, jajaja, vaya notas el gaijinaco de las entradas!!

Como decía por ahí arriba, también nos fuimos a Hakone con la abuela. Lo cierto es que hizo bastante malo aunque no llegó a llover, no vimos el Fuji ni de coña, pero lo pasamos muy muy bien. Kota no le soltaba la mano a la abuela ni pa Dios e hicimos lo que se hace en Hakone: subirnos en mil vehículos desde teleféricos, funiculares, trenes hasta el barco ese del lago. Y a la vuelta, pues echarnos un obento en el tren como mandan los cánones japoneses (te dan un mes más de visado por cada uno que te zampes si presentas el ticket en inmigración).

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De vuelta en Tokyo, otra vez, resulta que ese fin de semana había fuegos artificiales cerca de donde vivimos, así que fuimos a una azotea de unos centros comerciales que la abrían para estos menesteres y que prometía unas vistas privilegiadas.

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¿Veis el pedazo de logo del Seven Eleven?, pues detrás estaban los fuegos… qué cabrones, mientras vendían cervezas y bentos los del centro comercial, no avisaban que sólo se jipiaba algo si te sentabas a la derecha del todo… así que cuando empezaron y ya nos habíamos comido y bebido a Dios por una pata, no se veía ná y se escuchó un «EEEEEEEEE?!?!?!?» del 90% de los que estábamos allí que no nos quedó otra que pirarnos resignados para casa. Jajaja, menuda historia, hora y media esperando pa ná!!

Y las vacaciones se acabaron y la rutina sigue, que con Kota es cansada a veces pero aburrida nunca. Ojo a la foto:

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Un buen ejemplo: ir a cambiar las sábanas de la cama y al volver encontrarte que el tío le había pegado un bocao a todas las manzanas del frutero y luego las volvió a dejar ahí… y se estaba descojonando tanto que es que no puedes hacer otra que reírte también, jajaja.

Ah, jaja, ojo a esta otra foto también:

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Esa me la sacaron hace un par de meses, porque querían hacer una página para animar a la gente a que se viniese a la empresa; me hicieron una entrevista y después me hicieron posar ahí en plan modelo: ríete, ponte serio, las manos en los bolsillos, mira hacia un lado… jajaja, estuvo guay, me lo pasé muy bien y salieron fotos chulas. Cuidao conmigo que todavía tengo mojo, cuidao conmigo !!

La web es esta si tenéis curiosidad: Recruit Peroli.

Carlos, por cierto, deja de trabajar conmigo, jaja, anda que ha durado el tío. Voy a echar de menos el rollo que nos traemos, no tiene nada que ver trabajar solo en japonés que poder comentar la jugada en tu idioma con un colega. En fin, dicen que no hay dos sin tres, así que vete a saber!

En otro fin de semana tonto, nos fuimos con los de la empresa de Chiaki a una granja que hay en Chiba a ver ovejas. A mi, que soy de Zalla, que cada vez que iba a ver a mis abuelos pasaba por prados llenos, este plan me parecía una chorrada muy gorda, pero todo sea por ver la reacción de Kota que tenía pintas de que se iba a reír mucho.

Al final no fue así: al montarnos en un autobús, Kota se mareó y empezó a devolver, no teníamos ropa para cambiarle y hacía bastante frío… al final compramos ropa en una tienda que había por ahí y pudimos disfrutar un poquito de los bichos, pero la verdad es que nos podíamos haber ahorrado el viaje…

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En otra de estas, Chiaki se fue con una amiga suya que también tiene un crío de la misma edad que Kota, a pasar el día por ahí. En otras palabras: la jefa me dio el día libre, jajaja, así que se me ocurrió que estaría guay coger la bici e irme a visitar la casa donde viví tantos años yo solo al llegar a Japón. Me recorrí veintipico kilómetros y me moló ver Honmonji otra vez, además me hizo un día de la hostia. Saqué fotos para mandárselas a los de Orbea, pero pasaron de mi culo un huevo, jajaja, que gañanes!!

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Chiaki hizo los años, yo que voy a hacer cuarenta mañana flipo con lo joven que es, Tosca, eres el puto amo, jajajaja. Le regalé un pedazo de bolso, compré una tarta en Shibuya que traje en la bici como pude y un montón de chorradas de la tienda Tigers esa. A la mañana me levanté sobre las cinco para preparar todo, pero me pilló a medias, jajaja. Eso sí, la canción del cumpleaños feliz que ensayé con Kota fue infalible y estuvo un rato soltando lagrimones, jejejeje. ¡¡ Muchas felicidades, guapísima mía !!

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Y luego ná, como siempre pasando los sábados con Kota. Es el pito’s day del clan Tosca, los hombres de la familia se quedan solos para liarla tan parda como ir al parque a los columpios, a la piscina de bolas esa o a dar paseos por la calle buscando hormigas. Me río yo de Pablo Escobar, nosotros si que somos peligrosos, amigos!! cerrad puertas y ventanas que salimos a liarla!!

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Y con esto nos ponemos al día, creo yo. La última locura que me queda por contar es la del invento para hacer dominadas que compré y con el que creo que me he jodido el cuello porque me duele lo que no está escrito:

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Eso si, si finalmente hacemos el Dominada’s Challenge el maldito albaceteño y yo, que no se diga que no iré preparado!! (Chiaki dice que pa cuando llueva vendrá bien: arriba tendemos los pantalones y abajo las camisas.)

Y ya está, voy a ver si bajo a Kota de la encimera y consigo que se duerma un ratejo. De mientras…

¡¡ háganme el favor de pasar un buen fin de semana, muchachos !!
:gustico:

Toscasemanas: Julio 2016

De vez en cuando voy a ir contando más o menos como he pasado la última semana o semana y pico porque, mira, esto luego mola verlo después para comparar. Y es que, amigos, nos pongamos como nos pongamos, las rutinas caducan y nuestros días serán probablemente muy diferentes a nada que dejemos pasar tiempo. Tiempo que, por cierto, se pasea él solo a la velocidad que le da la gana. Dentro de nada hará ya cuatro años desde que me casé y Kota está muy cerca de los tres tacos, no te lo pierdas. Parece todo mentira.

Así, pensando en como hacer esto, me he dado cuenta de que ahora mismo no hay mejor referente de mi actualidad que Instagram, así que paso a relatar, para el que quiera leer, lo que ha acontecido a los Tosca de un tiempo a esta parte según San Insta.

La primera foto que iba a poner es la de la cara de todavía más gilipollas que se me quedó cuando vi el resultado de las elecciones, juas, vaya país… Pero en fin, pasemos página pronto y pongamos otra más alegre:

A photo posted by CaDs (@cdonderis) on

↑ Bonica estampa esta, si señor, jajaja. Yo llevo en la nueva empresa casi cuatro meses, pero resulta que desde hace un mes está currando conmigo el señor Carlos… ¡otra vez!, porque ya rascatecleamos a pachas hace un par de años en otra empresa. Es otro mundo, no es que no saquemos trabajo adelante ni mucho menos, que anda que no currelamos con primor, pero la cosa cambia mucho cuando puedes comentar la jugada con un colega en tu propio idioma, menudas risas… y como salga otra movida que tenemos entre manos, ¡ni te cuento ya!

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Kota anda regulero, este mes estamos arreglados con resfriados y gripes, raro es que pasen tres o cuatro días y no se ponga malo el pobrecico mío. El caso es que le sube la fiebre un huevo y luego al día siguiente como vino se fue, es curioso. En uno de esos días buenos y aprovechando que el Tío Chiqui se iba para España, le compramos unos regalos a mi madre entre los que metimos una foto enmarcada de Kota felicitándole el cumpleaños:

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Lo de los envíos a España se ha puesto imposible… desde hace tres o cuatro años cuando mandamos algo para allá resulta que les toca pagar a ellos una pasta gansa por no se qué hostias de impuestos y mierdas que se han inventado. Gilipolleces supremas que nos han jodido el poder enviar cosas de aquí a nuestros seres queridos.

Y es que aunque aquí me va la vida muy bien, muchas veces, muchas más de las que seguramente creáis, me entra una especie de rabia tal que me enfado conmigo mismo por estar tan lejos de ellos, y más últimamente con todo lo que pasó el año pasado. Desde luego que hay que ver donde he venido a parar, como dice y dirá tantas veces mi madre con toda la razón del mundo.

En fin, a Kota, por su parte, le compramos un martillo de plástico y con eso ya echa las tardes, esto si que es curioso también, tiene un Furby que costó una pasta al que ni mira y sin embargo la mierda esta del todo a 100 ni la suelta!!

A video posted by @ikusuki on

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Menudo tunante el tío, está más majoooo, ¡pasaros un día por casa y le veis!

Y nada, entre semana la cosa no cambia mucho: en la bici nueva hasta Shibuya, a mediodía al gimnasio y retirada más o menos a pachas con el sol. Mola trabajar en Shibuya, mola ir en bici y mola que pueda ir al gimnasio a mediodía, lo que no sé si podré mantener porque en Agosto nos mudamos a un edificio nuevo que me da que va a pillar lejos del gimnasio al que voy ahora… pero bueno, ya apañaremos algo.

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La bici nueva es otro mundo totalmente, no sabía que la diferencia iba a ser tan tremenda… en hacer exactamente los mismos kilómetros por el mismo camino, tardo un cuarto de hora menos y me canso además bastante menos. Es de verdad una auténtica gozada y cuesta muy poco acostumbrarse al manillar de corredor, que era lo que me tenía más preocupado. Incluso me llevo zapatos de esos con anclajes y toda la pesca, que también se nota. Lo que más he notado, a parte de que pesa bastante menos, son los cambios que funcionan a la perfección y al haber un mayor rango, te permite ir muy rápido prácticamente todo el rato sin importar tanto que haya cuestas.

Las primeras semanas la aparcaba en la calle, pero me pusieron una receta y desde entonces la dejo en un parking que hay cerca de la oficina, que la verdad es que me da bastante mal rollo porque está lleno de vagabundos, que aquí no es que te digan nada ni tienen pintas de ser peligrosos, pobrecitos míos, pero si que da coseja…

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Por cierto que el otro día cayó en Shibuya la de Dios es Cristo, así sin avisar!!

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Ah, también me trajeron y enviaron de España un par de libros que ya tengo medio leídos, gracias Carlos y Susejin!!

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En el gimnasio me llamaron la atención por no taparme el tatuaje, y eso que el gimnasio es de una franquicia americana, pero aquí en Japón está la tontería esa de que está mal visto porque se asocia con Yakuzas y tal. Valiente gilipollez… ba, por un oído me entra y por otro me sale, paso de tener que taparme la mierda de tatuaje pequeñico que tengo cuando voy a la ducha porque a un viejales le parezca mal, vamos hombre!

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Los sábados, que nos quedamos Kota y yo solos hasta que Chiaki vuelve de trabajar, me lo llevo por ahí a hacer cosas, el objetivo es no parar en casa, prefiero mil veces tener que andar corriendo detrás de él por un parque a tenerle abobado delante de la tele!!

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Y este fin de semana que era de tres días aprovechamos y nos piramos a Yokohama. Que diréis: pues vaya un viaje de mis peloters, si Yokohama está al lado de Tokyo!! Pues no os faltará razón, queridos tocahuevos, pero tiene su explicación y es que cualquier viaje de más de una hora de tren con Kota se convierte en una odisea que no suele merecer la pena. Así que decidimos que hacíamos base en Yokohama y de ahí haríamos excursiones a Kamakura a la playa y alrededores, y aunque decían que iba a hacer muy mal tiempo, la verdad es que salieron unos días cojonudos!

Estuvimos en el barrio chino de Yokohama, en Kamakura y el lunes ya en el museo de Anpanman. Tuvimos mucha suerte porque además, sin saberlo, ese fin de semana hubo fuegos artificiales en Yokohama las dos noches que nos quedamos. La primera noche los vimos en la calle y la segunda desde la habitación del hotel, que estábamos en una planta veintipico y se guipaban de la hostia!!

Luego ya el lunes a Kota le subió la fiebre de nuevo y nos vinimos para casa rápidamente.

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Y desde el lunes hasta hoy, que es miércoles, que estamos sin dormir en condiciones. Kota con la fiebre y ahora la tos que tiene se despierta llorando cada nada y entre pesadillas dando voces. Ya está mucho mejor y a ver si hay suerte y esta noche caen al menos cuatro o cinco horas de sueño seguidas… ¡rezad por nuestras legañas!.

Mite mite, papa, el tren da yo!

Aroma de café, pero no de ese de las cápsulas de plástico, que ni es café ni es nada. Café del de darle mucho ajetreo tanto a las neuronas como a los estómagos, del de siempre, del de toda la vida. Aroma de café de verdad es el que envuelve y define la atmósfera de esta cafetería que queda encima de la estación Gotanda de la línea Yamanote de Tokio. Una estación en la que prácticamente no hay nada y sin embargo me abofetean cada mañana media treintena de recuerdos distintos por día; aquí es donde aterricé la primera vez que volví a Japón yo solo hace tres milenios y sietemil lunas. Ya no existe esa empresa donde hice de tahúr con mi destino: no se cruza ya uno con Akira y su frente eternamente inundada, ni se camina junto a Eri y su desafiante sinvergonzería, ni se trata de evitar al irlandés cuyo nombre parece ser que he querido olvidar por razones que jamás olvidaré, ni se abraza ya con la mirada a Michiko y su siempre presta disposición a ayudar en lo que sea.

Las mañanas son tan de otra manera que hasta yo me desentiendo de aquel chaval que era.

Ahora todo es Kota. Ahora yo quiero que todo sea Kota porque debe ser así; porque llegará un momento en que Kota necesitará ser solo él y entonces nosotros volveremos a lo nuestro si todavía nos acordamos como se hacía y qué era lo que fuese que hiciésemos antes de que viniese.

A veces me cuestiono si es verdad que no estuvo siempre con nosotros…

Me sorprendo, una vez más, con como ha cambiado mi rutina. Bueno será, pues, dejar constancia para comparar con la siguiente vez que se me languidezca un viernes:

A las seis y media de la mañana suena el despertador y sin embargo de los tres que duermen en esa habitación, solo se levanta un servidor. No ha lugar a la pereza: hay mucho que hacer. Los despertares siempre habían sido tranquilos: un café o un té mientras se repasan las noticias de este y aquél país con el primer cacharro en el que vaya internet al que se eche mano. Ahora hay que prepararle el desayuno a Kota. Conviene además ser creativos para que, fruto de la sorpresa, el cada vez más chaval se termine lo que hay en el plato sin tardar mucho más de lo debido. Para cuando ellos dos se levantan ya suele haber algo en la mesa, entonces, ese momento en que está entretenido comiendo, me preparo yo.

Chiaki le toma la temperatura y rellena la hoja de ese día del cuaderno de la guardería. Todos los días debemos anotar la temperatura y escribir algo: si ha dormido bien, si le duele algo, si vamos a llegar más tarde a recogerle… Por aquello del japonés, la tarea se la autoasignado Chiaki y al ser yo el que le llevo por las mañanas, también se encarga ella de cambiarle y vestirle.

Entonces bajamos los dos, a veces entre sollozos desconsolados, a veces, diría que la mayoría, entre risas. Y mientras yo saco la bici eléctrica del parking, Kota se dedica a corretear todo lo que pueda dando voces aquí y allá. Cuando consigo darle caza, le siento en el asiento de delante que de momento es el único que hay, aunque seguramente habrá que poner el de la parte de atrás porque Kota ya hace meses que pesa más de diez kilos. Cinturón de seguridad y casco de Anpanman en cabeza, salimos ya pedaleando hacia la guardería.

Por el camino, invariablemente, nos cruzamos con los chavales que van a la escuela que queda al lado de casa, con un señor que no conozco de nada pero que me saluda efusivamente cada mañana, un señor que está allí supongo que para vigilar que los estudiantes llegan bien a clase. Y con un gato gordo blanco al que Kota saluda gritando «ñan ñaaaan!!!» desde el asiento con mejores vistas de toda la bici.

De la misma manera, Kota gritando «tren tren bye byeeee» en su perfecta mezcla de idiomas me hace saber que a nada que pasemos por encima de las vías, estaremos ya en la guardería donde entraré con él en brazos justo justo hasta la puerta que es el lugar de dejar los zapatos. Ya en la habitación grande, nos lavaremos las manos bien con jabón y después nos daremos con alcohol porque este año en Tokyo está dando fuerte la gripe A y están tratando de que no pase en la guardería aunque ya se han dado un par de casos. Lo siguiente que pasa es que una profesora viene y le toman la temperatura, si sube de 37.5, para casa que nos volvemos. Se la tomarán también después de comer y a media tarde llamando para que le vayamos a buscar si es el caso.

Si hay suerte y está la profesora que le gusta a Kota, todo irá fluido. Es una chica con mucha mano para los críos que le tiene cogido el truco a Kota hasta el punto que ya se echa a reír nada más verla. Tiene gafas así que Chiaki la ha bautizado con Mimi-sensei que es el nombre de la profesora con gafas que sale en Anpanman. Kota cualquier día se lo cascará, pero eso será otra historia.

Bien llorando como un descosido o bien más feliz que una perdiz, llegará el momento en que Kota se quedará solo y yo me iré con la bici de batería hasta el parking de la estación donde lo normal es que la aparque, coja la mía que duerme allí y enfile hasta Gotanda. A la tarde Chiaki hará el viaje de vuelta: parking de la estación – guardería – casa.

Aquí en Gotanda siempre aguanto una hora antes de entrar a trabajar para poder tener al menos esos sesenta minutos exclusivamente para mi al día; normalmente entro en alguna cafetería cercana a la oficina y trabajo en algún proyecto personal como la web de viajes o la de Karate o estudio algo de japonés.

Los viernes he pensado que los voy a dedicar al blog y de momento lo estoy cumpliendo, si me seguís leyendo, me seguirá mereciendo la pena.

En la oficina lo haré lo mejor que pueda hasta la una de la tarde que es cuando voy a uno de los dos gimnasios a los que estoy apuntado: o el de pesas o el de crossfit. Al menos una sesión de crossfit a la semana cae seguro, el resto lo divido entre grupos musculares y flexibilidad de piernas en el otro gimnasio, cuando haga mejor tiempo saldré a correr aunque sean 40 minutos aprovechando que tengo donde ducharme.

Después comeré lo que traigo de casa delante del ordenador. Aprovechar los mediodías para ir al gimnasio es algo que se viene manteniendo desde hace un par de oficinas y que seguramente siga haciendo mientras pueda allá donde aterrice a rascateclear. Sigo creyendo que enmascarar lo que quieres hacer entre la rutina del día es la mejor manera de llevarlo a cabo; probablemente después de la oficina no iría al gimnasio la mitad de las veces como tampoco haría 30km en bici más que en alguna ocasión especial. Ahora no lo planeo, no existe ese momento de pensar en ello y quizás echarse atrás: simplemente es lo que hay y se hace.

A mis cuatro de la tarde ya son las ocho de la mañana en España, así que le mando un mensaje a mi madre que ya estará despierta, esto también es invariable. Le pregunto por como han pasado la noche, le cuento alguna cosa mía y siempre le mando alguna foto de Kota para que ella, en la medida de lo posible, pueda seguir la evolución de su nieto por lo menos hasta la siguiente vez que le vuelva a ver. Me sigue sorprendiendo que pueda hacerlo: que haya aprendido a manejar el whatsapp, probablemente por mi culpa y que nos mandemos fotos como si nada.

Seguramente si viviese en España no chatearíamos tanto… con este pensamiento me quiero quedar por aquello del lleno de las botellas.

Ocho horas de trabajo después ya estaré de nuevo camino de casa. En el trayecto andando desde que dejo la bici por la noche en el parking de la estación hasta el súpermercado, revisaré el móvil porque Chiaki me habrá pasado la lista de la compra y a ello me pondré si es que hay compra que hacer. Al llegar a casa, Kota ya habrá cenado pero querrá comer algo de lo que comemos nosotros entre risas, puñetazos y juegos. Chiaki me cuenta lo que le han dicho en la guardería, porque también escriben las profesoras algo todos los días en la libreta: que si le gusta hacer tal cosa o a aprendido a decir tal palabra. Cada frase de Chiaki es inmediatamente reforzada por explicaciones de Kota en su idioma medio inventado… es increíble y emocionante ver como cambia cada día, no me perdería esa recena suya ni aunque me pagasen cuarenta veces mi sueldo por quedarme en la oficina hasta tarde. Como tampoco cambiaría el momento del baño ni el de después de ponerle a dormir. Últimamente cuesta un poco porque le da por saltar y tirarse de cabeza desde nuestra cama hasta su futón, o por medio hacer el pino de cabeza sin manos o por pegarnos con el primer muñeco que tenga a mano que rezamos porque no sea el robot ese de plástico duro.

Raro será que no nos quedemos dormidos con él de puro agotamiento.

Llegará un día en que Kota deje de inventarse palabras, irá y volverá solo a la escuela y quizás no quiera sentarse en las rodillas de su padre para ver el Totoro o el Anpanman que toque. Pero hasta que eso pase, por mis huevos que pasaré el mayor tiempo posible de mi vida llevándole en bici para emocionarme mucho más que él cuando pasemos las vías y grite en dos idiomas y ninguno a la vez: «パパ! 見て! el tren!!!! bye bye treeeeen!!!».

La segunda maleta

Los habituales de aquí seguro que ya sabéis que el año pasado volví tres veces a España: una con Kota y Chiaki y las otros dos yo solo. En todos los viajes, invariablemente, me vuelvo con una maleta de más, una maleta imaginaria llena de un montón de pares de impresiones, historias dobladas y alguna que otra anécdota arrugada que me ha llamado la atención por algún motivo. Hoy me ha dado por abrirla y jodo lo que ha salido, a ver qué os parece:

– En el segundo viaje, al ir Kota con nosotros, cogimos asientos de estos que quedan con una pared por delante para tener más espacio porque estaba bastante claro que no iba a parar mucho tiempo quieto. Tal cual: se pasó la mayor parte del vuelo sentado en el suelo jugando con sus cosas; cuando yo me senté a jugar con él un rato, vino una azafata toda alarmada a echarme una bronca del copón medio gritándome que no podía ir sentado en el suelo del avión, que iba contra cuarenta normas de seguridad aérea. No me senté en el pasillo, sino entre mi asiento y la pared, es decir: donde irían mis pies. Totalmente absurdo.

– Al llegar a Dubai pasamos por una cafetería que vendían bocadillos. Pedimos dos para comer y yo un café porque no podía con mi alma, la tía prácticamente ni nos miró. Llegaron los bocatas pero el café nunca apareció, fui al mostrador a decirle esto mismo de muy buenas maneras y la tía asquerosa lejos de pedir perdón, chascó la lengua como mosqueada, se dio la vuelta y se piró sin contestar ni mú. Al de un rato sacó el café y lo medio tiró encima del mostrador para que fuese a buscarlo, cosa que nunca hice. No me bebo yo eso ni jarto tirititeros aunque me lo hubiese traído a la mesa, que era lo que tenía que haber hecho. Al de un rato vimos que le hizo lo mismo a otra pareja, curiosamente de españoles, pero ella fue menos amable que yo y a grito pelao le reclamó el café de mala hostia. La tía repitió la jugada con cara de mala baba pero esta vez la otra chica le pegó cuatro voces bien pegadas jurando medio en inglés medio en madrileño que menuda educación de sus huevos.

– Ya en España, comprando en un Mercadona me sentí perdidísimo: en la caja la chica me preguntaba si quería bolsas y al contestarle que si, ¡¡ la tía me preguntaba que cuantas !! ¿y yo que coño sé?. Para empezar no tengo ni idea de como son las bolsas de grandes y luego a ojo digo yo que sabrá ella calcular mucho mejor que yo, ¿no?. En Japón también nos preguntan si queremos bolsas, pero es la cajera la que te mete las que ella cree (y normalmente con muy buen criterio).

– La otra del Mercadona fue que el chisme para pagar con tarjeta lo usas tu. Es decir, no te mete la tía la tarjeta y tal, sino que ella se limita a poner el precio y en teoría eres tu el que metes la tarjeta de crédito, esperas a que te pida el número, lo metes y si todo está bien, te recoges la tarjeta tu mismo. Si esto no me lo explican, como pasó la primera vez, ahí me quedé yo con la tarjeta en la mano esperando a que la tía se dignase a mirarme para cogerla (ahora que la tía era más siesa que ni sé, que se me veía a la legua que no sabía que hacer). En sector servicios, amigos, estáis a años luz pero para atrás, menudo soserío y menuda malagana gastáis, la vírgen.

– En cambio, y mira que vivo en Tokio, me encontré muchos más sitios con wifi gratis en Badajoz que aquí. Ahí nos seguís ganando, por alguna razón que no entiendo ni pa Dios, aquí no está extendido el asunto del wifi gratis.

– Yo soy muy de cremas, me creo todas las chorradas que venden: desde exfoliantes hasta los botecicos esos pequeños para las ojeras y bolsas, ahora mismo estoy en condiciones de afirmar que tengo más que Chiaki (hecho nunca suficientemente ponderado, carcajadas mediante, por la susodicha). Pues bien: me llamó mucho la atención la cantidad de cremas que venden en España en los supermercados «normales»: ¡hay de todo!. Aquí en un súper como mucho tienes una hidratante y el aftershave, quizás si te vas a una droguería, que las hay muy buenas y practicamente en cada esquina, puedes encontrar más cremas, pero no venden, por ejemplo, las de bolsas y ojeras, como tampoco hay historias para depilación masculina y así. Aquí si quieres movidas de estas tienes que ir a tiendas «especializadas» dentro de centros comerciales y dejarte, todo sea dicho, un ojo de la cara.

– Y muy relacionado es el tema de la colonia… esto ya lo he mencionado otras veces… ¡la virgen que peste echáis!. Todo Dios se echa un huevo de colonia allí, es acojonante, y eso que yo era uno de los vuestros, ¿eh?, pero como aquí en todo Tokio prácticamente solo se echa el Chiqui, he desarrollado algo parecido al rechazo, ¡hasta me mareo!. Me flipa la cantidad de colonia que venden en todos los lados, empezando también por los supermercados, y los litros que lleváis puestos encima.

– La segunda vez que fui solo prácticamente hice vida en el hospital. Aprendí que hay todo tipo de personas entre el personal sanitario pero que por ser la situación tan delicada, uno aprecia infinitamente más los buenos modales y gestos y al contrario: cualquier atisbo de desidia será recordado con rabia e impotencia probablemente muchas más veces de lo necesario. Hicimos buenas migas con algunos y enseguida calamos a los que no queríamos ver ni en pintura. Yo creo que hay gente que no debería hacer trabajos en los que tengan trato con otras personas de cara al público, simplemente no valen y no deben. Si eres un tío borde asqueroso, curra delante de un ordenador y a poder ser no hables con nadie.

– Al de poco de llegar yo ingresaron a un gitano. Es un hecho, no es que sea una afirmación racista. En nada se empezó a llenar el hospital de familias enteras montando escandaleras increíbles, y eso que, por norma, solo un familiar podía estar en la habitación con el enfermo cada vez. Uno de los niños pequeños que traían, que era menor que Kota seguro, tenía piojos que la madre se dedicaba a quitarle sentada en la sala de espera. El viejo, que era el que estaba ingresado, se iba a la sala de espera y se tiraba dos horas ahí de risas con cuatro gordacas vestidas con chandals tres tallas menos que sus barrigacas. Y fumando. Les llamaron la atención infinitas veces hasta que finalmente llamaron al de seguridad del hospital que le dijo que o dejaba de fumar allí dentro o le echaban de la habitación. Pues bien: montaron un circo del copón de la baraja a grito pelado. Estamos hablando, insisto, de un hospital con gente muy delicada ingresada. Yo flipaba, no sabía si salir a dar gritos y hostias si fuese menester también o si iba a ser peor el remedio que la enfermedad. Que sean gitanos o no no sé si tendrá que ver, pero en este caso eran gentuza de la peor calaña.

– Al llegar a Madrid tenía el tiempo justo para coger el par de metros que me deja en la estación de autobuses, donde llegué de milagro apenas diez minutos antes de que saliese el autobus de vete a saber qué dársena. Estaba llamando a mi madre por teléfono para decirle que ya estaba en el país cuando vi que un chaval con más o menos pintas se me acercaba y que parecía estar esperando a que acabase de hablar. Tal cual: vino y me empezó a contar que era de Grecia y que llevaba no se cuantos días en España sin comer y sin un sitio donde dormir. Le di algo así como 10 euros que era lo que tenía a mano y el tío insistió medio agarrándome por el brazo que eso no le daba para nada, que le ayudase más. Le quité de un manotazo su mano de mi brazo y le dije que me dejase en paz que estaba yo en una situación personal muy jodida como para aguantar movidas ajenas. El tío se puso violento y empezó a decirme que él me había hablado con educación y que si yo le contestaba así igual tenía que hacerse entender por las malas. Me di la vuelta, me fui sin contestarle y noté que me empezó a seguir, bajé hasta el autobús dispuesto a soltarle una hostia con todas mis ganas porque en ese momento estaba yo al borde ya de todo, pero al ponerme en la cola para subir, se acabó yendo. Ha sido de las pocas veces en los últimos años en los que he estado completamente decidido a dejarme llevar y que pasase lo que tuviese que pasar.

– Volví a coger el coche en España y me sorprendió lo mal que conducís allí, me sorprendió porque aunque lo sabía, ya se me había olvidado. Los límites de velocidad no los respeta nadie, el coche de atrás pegado a ti, nadie da los intermitentes, todo Dios pitándose entre sí… es muy muy acojonante y vosotros lo véis como normal, que es lo más espeluznante de todo. No sé cómo será en Tokio con el coche porque no tengo, pero con la moto no tuve nunca esa sensación tan brutal de estrés. Sin embargo, y esto no pasa en Tokio, paráis en todos los pasos de cebra en cuanto véis a alguien esperando, eso es sagrado. Aquí, tampoco entiendo la razón, no para ni Dios hasta que no hay unas cuantas personas ya acumuladas ahí dispuestas a pasar, es como si fuese el coche el que tiene la prioridad… en serio: los conductores simplemente no paran porque no les sale de los huevos y como todos lo hacen, es «lo normal». Acojona este concepto de «lo normal», en serio.

– Otra cosa que me gustó mucho y que había olvidado es la educación de la gente de a pie: entrar en un ascensor y dar los buenos días, comentar alguna cosilla, cruzarse con alguien por el pasillo y que te salude. En Tokio eso no pasa, ese saludar al entrar en un sitio a la gente que está dentro. Ahora que claro, hay tantísima gente aquí que uno no pararía nunca.

– En Barajas y supongo que en todos los aeropuertos de España, el personal que está ahí revisando los equipajes y haciéndote pasar por el arco no son policías, son de Prosegur. Es decir: una empresa de seguridad privada es la encargada de esta movida, ¿qué coño está pasando?, si un pavo de estos quisiera detenerme estamos hablando de que me cago en su autoridad, ¿no?, ese tío no es un policía, es un currela, ¿no?.

– En Amsterdam eran policías y, sin embargo, me parecieron tremendamente maleducados y prepotentes, ahora que es algo que siempre me pasa en los aeropuertos: salgo de allí con la sensación de ser un delincuente dando gracias a Dios por que me han perdonado la vida una vez más. Yo entiendo que el 90% de los que allí estamos somos buena gente sin malas intenciones, ¿qué cuesta hacernos pasar por el trámite sin tratarnos como cerdos yendo al matadero?

He de reconocer que la gran mayoría de estos puntos son negativos, ya pongo por ahí arriba que no estaba en mi mejor momento personal y es en estos casos cuando a uno se le ensanchan más las afectaderas. Centrando la cosa entre España y Japón, aún a día de hoy y a pesar de que vivo aquí, hipoteca mediante, no sabría quedarme con uno de los dos países. Aquí todo funciona y sin embargo echo de menos la espontaneidad y la simpatía de los míos de allí. Lo resumiría en que molaría seguir teniendo la certeza de que el fontanero te va a arreglar el grifo de la cocina a las cinco como se prometió, truene, llueva o se caiga el sol de canto, pero que te cuente alguna cosa mientras lo hace y que a la hora de despedirse cambie esas frías reverencias a un metro de distancia con mil frases acabadas en masu por un apretón de manos y un «bueno quillo, si se te vuelve a estropear, ya sabes donde estoy, pero coño, ten cuidao y no te lo cargues otra vez!».

Eso si que molaría.

Crisis de los cuarenta

La movida empezó con el nacimiento de Kota. No sé si se podría llamar al asunto crisis de los cuarenta, o crisis del padre primerizo, pero el caso es que todo a la vez ha hecho que mi vida sea totalmente distinta. Eh, anda que no cambia la cosa cuando te aproximas a los treinta y todos y encima teniendo un guacho dándote botes encima!

Es cierto que piensas en que ya llevas la mitad en el mejor de los casos, que es verdad que esto se va a acabar, que la vida va más en serio de lo que iba hasta entonces. Empiezas a darte cuenta que a lo mejor no tienes ya todo ese tiempo del mundo que siempre había sobrado para hacer todos esos planes que tu subsconciente y tu habíais apuntado en el cuaderno de sueños pendientes.

Te quieres poner en forma ya mismo. Quieres estudiar lo que siempre habías dejado para después, te pones a comer aguacates a media tarde porque has leído que son buenos para el colesterol y en el armario de la cocina hay un rincón con movidas raras y superfoods de esos que saben a folio rebozao con alpiste pero que van a hacer que tu hipotenusa siga elevándose al cuadrado de siempre.

En mi caso llevo encima una crisis de los cuarenta de la hostia, pero del copón de la baraja. Acojonao estoy.

A ver si soy capaz de explicarme.

Bueno, vaya por delante que estoy guay, que estoy bien, no preocuparse, que lo llevo estupendamente. Es más, diría que me gustaría haberla padecido antes, tampoco demasiado pronto, pero como cinco años antes habría estado más que fenomenal para haber guiado mis pasos hasta donde estoy, si, pero por algún que otro atajo.

La cosa no va por comprarse un Ferrari último modelo, teñirse el pelo de rubio y dar acelerones por la gran vía, o por el cruce de Shibuya en mi caso. El síndrome se ha manifestado de manera muy distinta: a mi me ha dado por pensar, por pensar muchísimo, por darle vueltas a todo lo que me rodea, no más que antes pero si a otro nivel, un poco más arriba, darle una «metapensada» a la vida y priorizar, priorizar hasta niveles de locura.

Me voy a morir, ese es el eje. Permitidme la crudeza.

Sabiendo que ese siempre de siempre está más cerca que nunca cada vez, todo se relativiza.

Todo.

Empecé por el trabajo: decidí que no iba a meter ninguna hora de más porque esa hora es una hora que nunca va a volver, una hora en la que podría haber estado jugando con mi hijo, enseñándole a contar en castellano o dándole todos los besos que pueda a la tía más guapa que hay, que es mi mujer y de momento me deja. Una hora de las limitadas que me quedan, que espero que sean muchísimas todavía, ojo. Así que si viene algo «urgente», rara vez será tan urgente como para olvidarme de que el tiempo que paso en la oficina es el apalabrado, el resto no es ni más ni menos que mi vida, esa que se va acabando, lentamente, pero sin tregua pactable posible. El tiempo es lo más preciado que tenemos, se mire como se mire. Por eso mismo no cojo nunca el teléfono, por ejemplo, es mil veces más rápido y efectivo el email, no me compensa.

Si excepcionalmente, pero muy excepcionalmente, me tengo que quedar para arreglar algo que se ha roto, me voy exactamente ese tiempo antes al día siguiente, es algo que he hablado, muy seriamente, con mi jefe y a lo que ha accedido.

El otro día le escuché a Iñaki Gabilondo en una entrevista decir que solo se arrepentía de una cosa: no haber pasado más tiempo con sus hijos cuando estos eran pequeños. Esto lo dice un señor de los pies a la cabeza hasta donde yo sé, que pasó una enfermedad muy grave; yo no quiero tener que llegar a ese extremo para darme cuenta.

Después pasé a otro nivel, pasé a relativizar la sociedad. Coño, ya os había dicho que llevo una crisis cuarentona encima de cojones, ¿no?. Pues eso, dadme cancha que despego. La sociedad, japonesa o no, estaba ahí cuando yo nací y seguirá ahí cuando yo me pire a fertilizar sakuras o cipreses o lo que quede encima de mi ombligo. Una sociedad con una serie de normas, de costumbres que deberían hacer más fácil la convivencia a la vez que asegurar y estabilizar la velocidad de progreso como humanidad. Esto es así, es innegable: ya no nos morimos por enfermedades de hace cien años, tenemos agua caliente, chorrillos en el ojete en mi caso, internet, aviones, jodé, yo que sé. Pues yo relativizo esta historia: todo me importa lo justo, las convenciones sociales, el sistema este que tenemos montado es una herencia, sin más, algo que va cambiando con los días según interesa a grandes empresas o gobiernos o… pocas cosas hay auténticas mires por donde mires, pocas cosas no son cuestionables, no hay porqué comer tres veces al día, yo entre semana comeré como cinco veces cosas ligeras porque así optimizo el tiempo, porque me conviene, tampoco hay porqué tomarse un café por las mañanas ni tumbarse a tostarse al sol en verano.

Pero voy más allá: los valores de este teatro se resumen en uno: se basan en tener más o menos dinero sin el cual no podrás hacer prácticamente nada y contra este concepto no hay ética que no se pueda doblegar; los supermercados venden comidas que son un disparate, incluso etiquetadas para niños, prima vender el máximo posible en cualquier lugar al que mires, no hay sentido común, solo tratar de ganar más pasta a toda costa.

Pero yo sé de primera mano que tener o no dinero es circunstancial, lo dice uno que ha pasado ya por casi diez empresas de todo tipo entre España y Japón. No me enorgullezco de ello precisamente, pero tampoco me importa: ha habido momentos duros y momentos mejores, como el actual, pero yo he sido siempre constante. Yo como persona: lo que pienso, lo que hago, mi potencial independientemente de la pasta, mi salud, mi cuerpo, mi mente. Eso es auténtico, es lo que hay y lo que queda en última instancia, el único patrimonio verdadero en Bilbao, en Japón o en Alpedrete, con o sin panoja para gastar, en esta o en aquella sociedad, quitándome los zapatos al entrar a un restaurante o zampando pintxos en la calle. Por eso me primo a mi mismo: estudio y no dejo de aprender, por eso hago todo el ejercicio que puedo, por eso trato de tener la mejor salud posible, porque vaya donde vaya, yo sigo siendo la constante, lo poco que se antoja real. Parece sensato invertir tiempo en mi más que en teatros ajenos.

Bajo este mismo concepto entrarían ahora Chiaki y Kota y por supuesto mi familia. El tiempo con ellos es aprovechado a todo lo que da cada segundo, el tiempo que no estoy con ellos, ni he vendido a una empresa a cambio del dinero asquerosamente necesario, lo dedico a mi cuerpo y a mi mente. El resto importa, pero muchísimo menos, muchísimo muchísimo muchísimo menos, tanto que siento que la mayor parte del día estoy representando una farsa fingiendo que me importa lo que hago cuando en realidad estoy deseando que acabe para tirar con lo mío.

Por ejemplo cuando viene uno del banco a hablarme de tal o cual hipoteca, me da exactamente igual, es su juego no el mío, yo de este invento participo exactamente lo justo que me permita vivir en una casa que considero mía, un trámite por el que he tenido que pasar, el resto me sobra, es más: hago todo lo posible porque ni me rocen estas historias. Soy el que más pasión pongo en las reuniones de empresa, pero en el fondo sé, soy consciente de que me importan prácticamente nada.

Son inmensa mayoría los conceptos «heredados» que me dan exactamente igual: religiones, divisas, fronteras, visados, política… me hace especial gracia ver a gente de mi edad defendiendo hasta la muerte ciertas ideas como la independencia de Euskalherria o el caso opuesto: España una y grande… ¿en serio? vosotros nacisteis con este tinglado ya montado, ¿en serio os importa tanto? ¿tan poco tenéis que hacer?. Lo que no quita para que me alegre cuando gana el Athletic o me alegraré cuando se quite del medio a tanto inútil que está en el poder en España a finales de año, no vivo insensible y ajeno a todo, pero es otro nivel de alegría nada comparable a escucharle a Kota aporrear la puerta del baño gritando «papá» para que salga ya de ahí, deje de hacer lo que sea que era tan urgente y me ponga a jugar con él ya mismo. Eso es lo importante, mucho más que el paso a producción del jueves 23, no hay, ni de lejos, color.

Así que con esto estoy últimamente: no me creo nada de lo que me rodea, solo creo en lo mío y lo de los míos, con ello me quedo y a ello me debo, no es que me canse el resto, es que me da igual.

Crisis pero de las jodidas, ¿eh?.

Ya veremos cuando llegue a los cuarenta de verdad…

El día que le di una hostia a un señor semicalvo

Yo juro que fue sin querer, en serio.

Volvía a casa en bici, lo que no es ninguna novedad: ya me manejo por Tokio en bici entre la oficina y mi casa prácticamente siempre. Lo que si es nuevo es que ese día salí un poco antes porque Kota estaba enfermo y al no tener que llevarle a la guardería, entré a la oficina bastante antes y apliqué, a rajatabla, lo del horario flexible. Ni cinco minutos más, en serio, mi vida no se regala más de lo pactado ni a Cristo bendito, no hay excusa suficientemente buena.

En verano los días también son más largos en Japón, pero tampoco demasiado, a eso de las siete y media ya es totalmente de noche. Aquí no se cambia la hora, algo de lo que siempre se quejan por las Españas, pero que joder, anda que no daría gustete salir siempre de día, no sabéis lo que tenéis. Bueno, el caso es que como salí un poco antes todavía aguantaba un poco el solete aunque se puso a ponerse a anochecer cada vez un poco más conforme iba zampándome kilómetros a golpe de pedal. Iba yo ya por la mitad del banquete ya prácticamente de noche cuando de repente salió de yo que sé donde un señor medio calvo con bolsas que me cené sin pan ni ná.

El bonito suceso tuvo lugar exactamente en el medio de la mitad del centro de ninguna parte: la misma carretera de siempre pero por el tramo quizás más estrecho y poco iluminado de los quince kilómetros que ella y yo compartimos a pachas.

Yo iba bien, por mi carril, no demasiado rápido y verse, se me veía de sobra: a las luces obligatorias de delante y de atras, en modo parpadeo que te pones nervioso al tercero o así, yo le sumo un led que está atado en un radio de la rueda y que se activa con el movimiento… a aquel gaijinaco lo ve hasta el obispo de Burgos desde la torre mayor.

Pero es que el pavo se había puesto a cruzar sin mirar por el santo medio: ni semáforos ni pasos de cebra, nada, pero además sin mirar ni a los lados ni absolutamente a nada, a lo puto loco.

Grité un «¡cojones, cuidado!» de los míos en perfecto castellano y a pesar del frenazo y de los tres cuartos de rueda que dejé derrapando, me lo zampé de frente y acabamos los dos en el suelo. Yo de alguna manera caí prácticamente de cuclillas, no me hice absolutamente nada.

Lo primero que hice fue apartar la bici del medio de la carretera e ir a ayudarle al señor preguntándole si estaba bien, si se había hecho algo. Lo hacía mientras le ayudaba a incorporarse y trataba de recoger la compra del súpermercado que se había esparcido por el suelo para meterlo en la única bolsa que quedó más o menos usable, la otra se había rajado de lado a lado.

El tío, de repente, me quitó la bolsa de malas maneras y empezó a gritar movidas con una mala hostia acojonante. Yo le decía que tranquilo, que se me tranquilizase el señor miura, que había sido un accidente y ya, que menos mal que parecía estar bien, pero él insistía en echarme a mi la culpa que yo no tenía: que si no miraba, que a ver que coño iba haciendo, que no debería ir con la bici por la carretera… con esto último me entró la risa tonta y le dije que claro, mejor por la acera para evitar pillar a tarados como él que prefieren ir por el puto medio de la carretera de noche sin mirar.

Se mosqueó más, empezó a gritarme más y yo trataba de tranquilizarle pero sin darle la razón y cuando hizo una pausa, aproveché para meter baza en su monólogo diciéndole que imaginase que en vez de haberse encontrado conmigo, se hubiese topado un coche, que a ver si en la escuela no le habían enseñado a mirar a los dos lados antes de mirar.

Entonces me gritó un «¿¡¿que coño dices!?!?» y me pegó un empujón en el pecho al que yo reaccioné, juro que sin querer y quizás presa de la tensión del momento, pegándole una hostia en la jeta.

Fue una hostia de Bilbao homologada que acabo convirtiéndose en más curiosidad que otra cosa: mi subsconciente había enfilado un perfecto y óptimo puñetazo a su fenomenal melón semicubierto semidescubierto estilo ahora pelo ahora calva, pero a mitad parece que me lo pensé mejor, frené el asunto lo que pude y abrí la mano con lo que lo que se llevó en vez de la ondonada que se merecía en la puta cara, fue un semitortazo descafeinado.

Sonó guay.

…plas…

Suave, pero marcando terreno, empezó firme pero acabo sutil.

Lo que es seguro es que no creo que el pescozón le doliese casi ná pero sin embargo, tuvo un efecto educador imprevisible: nos quedamos los dos de piedra por lo que acababa de ocurrir; yo ya tenía los puños apretados por si la íbamos a tener más gorda y había que batirse en duelo con el tío vinagres, que por otra parte no tenía ni la mitad de una media hostia, pero lo que él hizo fue repetir en un tono mucho más bajo su «…qué coño dices…», darse la vuelta y desaparecer por donde había aparecido de tan inesperada manera a paso ligero.

Yo recogí la bici, enderecé la luz que se había quedado apuntando a Tudela, y seguí mi camino mirando por el espejillo no fuese a ser que a mi amigo Manolete le diese por tirarme una piedra o algo desde detrás de un árbol, que tenía pintas de estar igual de cuerdo que un saco lemmings agitao.

No le volví a ver y mira que sigo pasando por el mismo sitio dos veces al día, cinco veces por semana.

Juro que yo no quería haberle adoctrinado de aquella manera aunque se lo merecía, juro que yo iba bien, que iba atento, ni música llevaba esa vez, tampoco iba rápido. Y juro que en vez de ponerme yo a echarle la bronca, traté de ayudarle todo lo que pude hasta que vi el percal, momento en el que debería haber cogido la bici y pirarme según estaba sin hacerle caso después de comprobar que estaba bien.

En lugar de eso le di una hostia y fue él el que se marchó primero, farfullando mierdas, eso si.

Tiene huevos.

Wasurerarenai

– Te quiero llevar, ven, quiero ir allí contigo -me decía siempre- tienes que venir a Kyoto, tenemos que vernos aquí, ya está bien de tanta Tokyo Tower y tanto Odaiba, ya va siendo hora de que conozcas Kyoto.

Yo le había dicho ya que ya había estado cerca de media docena de veces, pero a ella se le quería olvidar. También es verdad que nunca había estado en Kyoto con alguien de Kyoto y me entusiasmaba la idea; sobretodo si ese alguien tenía el pelo más bonito de todo Japón. Hay que decir, en honor a la deprimente verdad, que en aquella época mi lienzo estaba tan intacto, tan en blanco que cualquier color que quisiese venir a tiznarlo me iba a parecer más brillante que el sol.

Pero es que aquella chiquilla tenía un pelo precioso de veras, tanto es así que trataba de caminar detrás de ella para ver como se le despeinaba con un viento que de ir en su contra, venía a mi favor regalándome parte de su olor. Qué bien olía su pelo. Qué bien olía ella. Es evidente que sabía que era guapa, pero estoy convencido de que no sabía cuanto en realidad.

Al menos a mis ojos.

– Que ya he estado en Kyoto, pesada -le contesté una vez más.

– Tienes que venir, mira, te coges un par de días de vacaciones, empalmas con el fin de semana y ya verás como nunca querrás irte de aquí -replicó ignorándome otra vez más- te veo buscando trabajo por aquí y suplicándote que te deje vivir conmigo. Y me haré de rogar, que lo sepas.

Aquella fue la primera vez que se puso encima del tapete la idea de que quizás se nos estuviese pasando por la cabeza a los dos dormir bajo el mismo techo más veces a la semana que las dos de a veces de siempre. Menudo empujón, menuda patada le metió a la pesada mochila de fantasias e ilusiones que me lastraba cada vez más la espalda.

Hechizado me tenía.

Raro sería, pues, no haberme visto recién afeitado sentado en aquel Shinkansen recorriendo el camino Tokaido a doscientos y mucho kilómetros por hora. Hasta estrenaba corte de pelo y todo para que cuando se intercambiasen los papeles y fuese ella la que me estuviese esperando en la estación, se llevase la mejor impresión posible al verme. Dudo que ella pensase siquiera en hacer lo mismo, pero la mía, la impresión digo, era insultantemente insuperable cada vez que aparecía en Shinagawa los fines de semana pactados.

– Vaya entradas -perpetró nada más verme- jajaja, ¡te estás quedando calvo!

Contrarrestó, en un segundo, mi cara de enfado simulado con un beso en los morros seguido de un achuchón interminable a lo que queda de mi flequillo.

– Kimochiiiii -repitió infinitas veces camino de su casa mientras repetía el mismo movimiento -kimochiiii.

Se la veía contenta, parecía hacerle ilusión de verdad que yo estuviese por fin allí, en su territorio comanche propio. Si a eso le sumamos que era viernes noche, pues ya sabéis: pocos planes fuera, muchos planes dentro y todos, sin excepción imaginable, a mi favor.

El sábado madrugamos lo justo y fuimos al templo aquel del que siempre hablaba, ese en el que había mil millones de puertas rojas de esas que hay siempre en los templos, esas que dicen que te purifican o algo así, digo yo que si pasas por debajo de todas las que hay en semejante lugar ya tienes carta blanca para pecar todo lo que te de la gana que ni en doscientas vidas te pones en números rojos con Buda.

Paramos unas cuantas estaciones antes y me llevó, de la mano, por entre callejuelas estrechas de un barrio cuyo nombre nunca he podido recordar, si es que alguna vez lo supe. Entramos en una pequeña cafetería en la que no habría reparado ni pasando mil veces por delante; al más puro estilo tradicional, estaba albergada en una casa de madera, sin apenas distintivos en la entrada, que consistía en una puerta corredera hecha de bambú y papel. La única manera de saber que aquello era una tienda, que allí se podía entrar, era o viviendo en el barrio o que te llevase alguien como me estaban llevando a mi en ese momento. Me sentí un privilegiado y ahora sé que lo fui y no solo por el lugar sino por la compañía.

No eran ni las diez de la mañana, pero nosotros ya habíamos almorzado. Y como Dios, o Buda en este caso, manda: con sus buenas cervezas, rematando la faena con un buen nihonshu.

Ya en nuestro destino, yo seguía sin tener claro que había que ver allí. En mi cabeza me imaginaba un tramo al lado de un templo grande en el que había un camino no demasiado largo lleno de toriis y poco más. Seguramente si uno sabía ponerse en el lugar adecuado, saldrían buenas fotos, pero todas serían más o menos del mismo rinconcete. Y todas con mucho de rojo, eso seguro.

Allí estábamos ella y yo mano sobre mano a pesar de lo cual ella iba siempre un poco por delante, guiando nuestros pasos con seguridad, como si tuviese la excursión marcada a fuego en su mente que no titubeó pisada alguna. Yo solo miraba a lo que me decía que mirase cuando me miraba, si no, mis ojos eran de su pelo, del gracejo de sus caderas desbaratadas por tratar de coger más velocidad que la que esos tacones permitían.

Pasamos por el templo, nos paramos si acaso dos segundos en cada tienda y a lo que miré para arriba, había ya un cielo de travesaños rojos dándome sombra. Había carácteres japoneses pincelados, con muy buen criterio, en un negro fuerte que hacía resaltar aún más cada fin de trazo sobre ese fondo rojo brillante.

– Esto son rezos que hay que ir leyendo mientras se pasa o algo así, ¿no? -pregunté

– Jajaja, si si rezos, tu si que estás rezo. Esto no son más que nombres de empresas en este lado, ¿ves?, y en este otro la fecha en que se plantó la puerta aquí. Cada una de estas es una donación al templo, cuanta más grande la estructura, más pasta se ha puesto, con eso se consigue, aparte de cierto renombre en la ciudad, ganarse, en teoría, el favor de los dioses para tener fortuna en los negocios. Rezos dice, jajaja, reza reza: ooh Banco Mitsubishi, ooh Toyota Motors… jajaja

– Atiende aquí, jajajaja

El camino, que era llano, se encuestó sin avisar. Estábamos ni más ni menos que subiendo un monte, de pequeño trecho con cuatro puertas rojas, nada de nada, aquello iba para largo. Menudo lugar más bonito.

– ¿Puedes andar más rápido? -me dijo. ¿Andar más rápido?, si me pides que me coma aquel árbol a bocados, me lo como ahora mismo.

– Vaaaleee

De repente estábamos en medio de un bosque en medio de nada. Nuestro primer desvío del camino fue después de que se nos cruzase aquel gato blanco con el que estuvimos jugando un rato. Después nos hacíamos a un lado para descansar según nos iba apeteciendo coger fuerza a base de besos.

Cuando llegamos a la cima, ya estaba anocheciendo. Todo eso descansamos.

La bajada fue más rápida no solo por lo obvio sino porque la hicimos de un tirón por miedo a quedarnos a oscuras. Las manos seguían unidas. El viento soplaba más fuerte. Se escuchaban más ruidos de más pájaros y quizás otros animales. Ella me empujaba, tiraba de mi, corría, se paraba y con cada gesto, añadía una palada más de magia a tan impresionante lugar.

Joder que pelo más bonito.

Cuando llegamos abajo, mi corazón estaba ya caramelizado del todo, aquello no tenía vuelta atrás, no me quedó otra que prometerme soñar con este día mientras viviese.

Nos sentamos en los dos viejos taburetes que el vejete del puesto de yakitoris tenía preparados desafiantes al lado de la parrilla. Nos bebimos más cervezas de las que recuerdo, alguna compartida con aquel buen señor que a la tercera o cuarta empezó, y ya no dejó, a darme puñetazos en el brazo diciendo, entre carcajadas, cosas que me traducían como «que buen tío» pero que seguramente no quedaba nada cerca de la verdad. A mi me daba igual, yo comía y reía y hacía que aquellos dos se riesen todavía más cuando intentaba contarles en japonés que aquel sitio era de los más bonitos en los que había estado en mi vida.

– ¡¡Que buen tío!! -me dijeron que dijo, la hostia no hizo falta traducirla.

Volvimos en taxi después de dos o tres horas allí sentados, no porque no hubiese trenes, sino porque no creo que estuviésemos en condiciones de cogerlos. La resaca del domingo fue de esas que hacen que tengas que tirar el día entero por el retrete y aun así no habría cambiado ni una sola de aquellas latas de Asahi que me bebí con aquella gente con la que lo único que tenía en común era que estábamos en el mismo lugar a la vez.

A Tokyo vino un par de veces más, después ella fue dejando de recordar, poco a poco, como contestar a mis mensajes hasta que no se acordó más.

A Kyoto volví muchas veces, al Fushimi Inari Taisha con ella nunca más. Sabina decía que al lugar donde has sido feliz no debías tratar de volver. Yo añadiría «con quien fuiste», al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver con la persona con la que fuiste, Joaquín. Y sin embargo, sabiendo que nunca se podría igualar la poesía que rimó aquel día desde por la mañana, yo intenté durante mucho más tiempo de lo que hubiese debido, que ella me volviese a llevar.

Sin éxito alguno.

Wakaran!!!

Suelo estarme callado, a veces demasiado, a no ser que me pregunten, que entonces si que digo lo que pienso. Pero de primeras suelo estarme callado porque en la mayor parte de los casos me importa tres huevos lo que pase mientras no me afecte a mi.

Hablo de gente a la que no pillo, con la que no sintonizo, a la que no entiendo ni una hostia así. Gente que anda por aquí medio cerca, con la que me toca tratar y con la que no acabo yo de encontrarle el punto a las migas que no tienen pintas de poder salir ni medio buenas. Repasemos la lista:

Sujeto número 1: el responsable de equipo

… o jefe o vete tu a saber porque tenemos como tres jefes… vamos, que a mi me manda todo Dios y todavía no tengo claro a quien hacer más caso, aunque también es verdad que tampoco es que le haga demasiado a ninguno. Bueno, pues este hombre es un tipo con el pelo a lo afro, regordete y con perilla, vamos, un chaval al que ves y te hace gracia por las trazas; de todo menos normal. Un tío majo que me cae bien, pero, coño, no le entiendo. Y juro en hebreo porque el tío, que los días de viento en contra tarda tres cuartos de hora más en llegar con ese pelamen, acaba de tener un hijo. Hasta aquí bien si no fuese porque sale de currar todos los días entre las diez y las once de la noche, así que me imagino yo que verá al hijo en fotos porque tu me dirás. Encima le preguntas y le quita importancia como si fuese su mujer la que ha adoptado un gato y con el no va la cosa. Cuando yo dije que había cogido semana y pico de vacaciones cuando nació Kota, el tío dijo: «¿y pa que? ¿pa verle llorar?». ¡¡ Wakaran !!!! no te entiendo, Michael Jackson!!

Sujeto 2: el liante
Este es la hostia. A lo mejor le cuentas que te vas a comprar unas zapatillas para correr y te suelta una chapa de tres pares de tamagos sobre modelos, tipos de pie, pruebas de esfuerzo, marcas y tiendas. Eso si: no se le conoce ejercicio alguno, el tío hace un único abdominal cuando se incorpora al despertarse por las mañanas. Quien dice ejercicio, dice cualquier otra actividad de la que el tío es el puto amo pero que, en serio te lo digo, luego no hace ná. Tenías que oirle hablar de objetivos para la cámara de fotos y luego ver las fotos que hace… juas, ¡¡no te entiendo, parlapuñaos!! ¡¡dedícate a hacer en vez de a hablar!! ¡¡baiss pallá!! ¡baiss!

Sujeto 3: la madre estirada
Esta es de las más recientes que han tenido a bien incorporarse a mi rutina de padrazo matutino. Por las mañanas soy yo el que llevo a Kota a la guardería, en ese ratico chulo yo le voy contando mi vida mientras él no me hace ni fruto caso y se dedica a imitar a los cuervos (aaa aaa aaa) o a decirle hola a todo Cristo viviente incluyendo obreros, universitarias, gatos o árboles. No sé si os he contado alguna vez que vivo al lado de una universidad femenina y que cuando los Tosca vamos para la guarde, nos cruzamos de frente con batallones de chiquillas. Ah y que hace calor, ¿os he contado que hace ya caloret?. Pues eso.

Bueno, total, la estirada bicho palo, que se me va la olla. Que vida llevo, madre mía, que trajín.

El caso es que soy el único padre extranjero en la guardería y Kota es el único half, como les llaman aquí a los mezclaos estilo sandwich mixto. He oído miles de historias chungas sobre el tema, como que familias tradicionales se quejan de ver a extranjeros pululando cerca de sus hijos e incluso que cambian de guardería. No es el caso, creo que les caigo mayormente bien allí a todos, sean monitoras, padres o hijos… a todos excepto a la estirada carapapa. Es una tipa calcada a la de Desperate Housewives, a la peliroja esa que dan ganas de matar al de treinta segundos de verla alineando las manzanas del frutero. A las 8 de la mañana va vestida como si fuese a una boda, incluyendo pamela y tacones y siempre siempre siempre me retira el saludo, a no ser que estemos ya dentro en la sala de los chavales con lo que quedaría demasiado mal delante del resto. A mi esta tía me importa tres carajos, por mi como si le sale un grano y se queda en casa ya hasta el jueves, mientras no me haga ningún feo con Kota, me la chuza. Pero eso si: ¡¡¡ no te entiendo, Rotenmeyer !!! ¡¡¡ y quitate ese sombrero, por Dios, que pareces un mariachi con rimel !!!

Sujeto 4: la del gimnasio
Esta tía está justo justo en la toscaraya a partir de la cual considero lícito, e incluso recomendable, soltarle un berrido que corrija, acaso, su actitud. Cualquier día desayuno gyozas y le eructo algo, ya te lo digo. Es una pava que llega vestida con ropa de marca acojonante de chula, y cara, y siempre con un modelico distinto. A mi me mola la ropa de deporte, así que hasta aquí allá cuidaos si se quiere gastar los cuartos en esto, a otros les da por comprarse Androids e incluso he oido de gente que come en restaurantes franceses, en la viña del señor ha de haber de todo. Lo que no me cuadra, ni con cartabón, es su actitud en la clase: la tía llega con su iphone y ya veremos si le sale de los sobacos hacer algo más que levantar la cabeza del cacharro. Lo primero: ¿qué coño pinta un móvil en una clase?, si fueses a correr en la máquina o algo, pero aquí hay un profesor al que se le debe un respeto o si no, no se va. En las clases al principio el profesor explica los ejercicios que vamos a hacer y después los hacemos a lo Tabata: caña a tope durante 30 o 40 segundos, descanso de 10 y al siguiente. Pues bien: a la tía la he visto yo irse de la clase a mitad de explicación porque no le cuadraban los ejercicios. Cuando hay alguna máquina el profe nos lo cuenta y después vamos por turnos a hacerlo delante de él para ver si lo hacemos bien, pues la tía le dice que no por sus huevos y no se mueve (después lo hace putapénicamente, claro). Incluso una vez movió la colchoneta de otro porque le molestaba, así sin decir ni mú. Mucha ropa y mucha hostia, pero luego eres una maleducada del copón, no haces ná y yo, ¡¡no te entiendo!! ¡¡poser!! ¡¡farsante!!

Sujeto 6: la nigayer
A esta la tengo en el curro sentada enfrente a la derecha. ¡¡ Sufre un huevo la amiga !!, se tira todo el día resoplando por que, por lo visto, tiene más trabajo que nadie en la oficina. Cuando le viene alguien a pedir algo, se pone toda digna y les perdona la vida diciéndoles que está megaocupadísima, pero que bueno, que qué le vamos a hacer, que el trabajo es el trabajo, y que no le queda otra que hacerlo. Así todo el día, todos los días durante el año y pico que llevo en la empresa. Yo no meto ni un minuto de más, esto lo tengo claretis desde hace muchos años, pero el rato que estoy aquí curro como un campeón. Eso si: si me viene alguien a pedir algo, pues se apunta en la lista y se hace, a poder ser con ritmo cubano estilo con la sonrisa puesta y desdeluego no montando el circo que monta aquí mi prima la nigayer (nigai significa «amargo» en japonés). Tía más provocabajona no me la he visto, ¡¡riéte un poco, chacha, que te va a dar un mal un poco más peor cualquier día y te vas a quedar toda tiesa con tu cara de masticar tierra!!

Sujeto 7: el ex-jugador de tenis
Este es uno también de la empresa que resulta que cuando tenía diez años menos estuvo a punto de ser jugador profesional de tenis. El tío debía ser muy bueno jugando y ahora se autoasigna el papel de deportista de élite diciendo cosas como «igual mañana vengo corriendo a la oficina» o «este fin de semana igual me voy en bici hasta quintalatronchamachi». Luego le ves fumando en la calle y poniéndose ciego a bollos dándole lustre a la pedazo de panza que lleva ahí colgando que da pena verle. Que no digo yo que el tío haya sido el puto amo, pero ahora mismo no le veo yo capaz ni de subir tres pisos por las escaleras. Igualito que este tío conozco yo a un par de profesores de Karate en España que van del mismo rollo místico tratando de convencer de lo bueno que siguen siendo y tienen unas panzacas que no pueden levantar la pata más allá de la altura de la rodilla. Vamos, Nadal, que tu has debido ser el jefe pero ahora mismo mejor harías en cerrar la boca haciendo dieta que zampando todo lo peor y fumándote medio bosque!!, ¡¡deja ya la tontería!! ¡¡acepta tu realidad!!

…continuará…fijo…

Paquí pallá

España, Japón, Bilbao, Tokio, japoneses, españoles… tópicos, costumbres, situaciones, lugares… aquí va una lista de historias curiosas que me han pasado en ambos países y que cada cual saque sus conclusiones.

España


Cuando volví a Badajoz, fui a comprar un par de revistas en una tienda de al lado de la estación de autobuses y la señora ni me contestó al buenos días que dije al entrar, ni alzó la vista cuando me cobró, me tiró las vueltas encima del mostrador de malas maneras y tampoco contestó cuando dije adios. No volví a entrar, por supuesto, incluso me quedé con ganas de decirle «tírame las vueltas a la cara si ves que eso, tía asquerosa». Viviendo en Japón, ese comportamiento me parece increíblemente insultante e inexcusable. Estoy por volver y soltárselo.

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Yendo en bici por Bilbao por el bidegorri (el carril bici) de la calle Dr. Areilza tuve que pegar un frenazo porque una señora iba con un perro paseando por allí. No iba rápido así que no fue peligroso, pero al decirle, juro que de buenas maneras, a la señora que aquel camino era para las bicis y no para pasear, me echó una bronca acojonante con el argumento en su defensa de que era la acera y que las bicis tenían que ir por la carretera. Además metió a gente que había por allí en el lío y acabaron echándome la bronca tres viejas, dos viejos y dos perros. Prácticamente tuve que huir con la bici en la mano hasta la carretera y pirarme de allí lo más rápido posible.

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En un campamento de verano a los más mayores (échale catorce o quince años) nos «soltaron» a hacer una ruta por ahí sin comida ni bebida, teníamos que llegar a la noche a un punto que estaba bastante lejos y dormir allí, apañándonos como pudiésemos para comer y beber. En una de esas llamamos a una casa y le contamos el percal a la señora que nos abrió, pues bien, nos hizo pasar y nos preparó un bocadillo de chorizo frito de media barra para cada uno de los cuatro que eramos. Se ofreció también a llevarnos en coche pero era hacer trampas y sospechábamos que los monitores nos estaban vigilando.

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En Bilbao a mi y a un amigo mío nos atracaron tres veces más o menos por la misma zona (la Gran Vía), en aquella época parecía ser ya una tradición: siempre que íbamos, tocaba. El caso es que no era en plan violento ni con navajas ni nada por el estilo, venía un tío y «nos pedía suelto» o «para el autobús» en un tono amenazante, no era siempre el mismo, pero siempre le dábamos algo y nos pirábamos a toda hostia de allí acojonados del todo.

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Volviendo de Donosti a Zalla con Chiaki había un control de la Guardia Cívil donde dos pedazo de policías con metralletas o fusiles o yo que sé qué coño era aquello nos mandaron salir del coche y abrir el maletero y nos registraron todo lo que pudieron. Me hicieron un montón de preguntas sobre Chiaki: nacionalidad, por qué estaba conmigo en aquél coche… Menudo acojone, el comando Shibuyaherri a lo mejor se pensaban que éramos.

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El vecino de abajo de mi pueblo ponía la música a toda hostia, pero cuando digo esto digo a un volumen acojonante. Alguna vez le pedimos que la bajase y nos contestaba que no directamente, y eso cuando nos contestaba. Yo llamé a los municipales un par de veces que le dijeron que la bajase y lo hacía para volver a ponerla a tope al de cinco minutos. Un pieza increíble.

Una vez vi a un tío mangando una bici del portal de un amigo mío: salió corriendo con ella a todo correr y yo al reconocer la bici, salí dando voces detrás de él. Tiró la bici ahí de cualquier manera y salió corriendo, yo cogí la bici, llamé al portero a mi amigo y se la subió a casa. Volví acojonado a casa por si el pavo aquel que no había visto en mi vida estaba esperándome con amigos o algo. No le volví a ver.

He compartido oficina con un tío que olía a ropero viejo, otro que la mitad de las veces no venía a trabajar y nunca pasaba nada, una tía que tenía más pelos en las piernas que yo, un elemento que se depilaba las cejas, otro que se sacaba mocos y se rascaba los huevos literalmente mientras hablaba contigo, uno que fingía que era muy amigo mío y me saludaba muy efusivamente solo si me veía con el jefe (con el que si me llevaba bien), otro que tenía voz de tía y era jefe y cuando se enfadaba y gritaba nos descojonábamos, una tía que vestía como un pelapinos ruso y un jefe que se echaba tanta gomina que parecía superglue.

Me han pedido dinero por la calle, me han perseguido a voces para venderme una flor y también vi en Sevilla a dos conductores de carruajes con caballos llamarse de todo en medio de la calle a grito pelado que casi se lían a hostias. Una vez también vi a una pareja chujcando encima del capó de un coche en medio de una calle llena de gente en Bilbao.

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Una vez me dieron las vueltas mal, me dieron de menos, se lo dije a la chica y no me creyó. No recuerdo exactamente pero me dio vueltas de un billete de 10€ y le había dado 20€ o algo así, no hubo nada que hacer.

Hace tiempo estuve yo solo en un concierto dentro de un bar, era un grupo de folk muy animado y la mayoría de la gente acabó bailando en medio de la pista y coreando las canciones. Se improvisó un sarao allí en un rato y al final nos tuvieron que echar del bar a las tantas de la mañana, se lió parda inesperadamente.

Japón


Esto creo que ya lo he contado alguna otra vez. Subiendo las escaleras con una bandeja con la comida y la bebida en una hamburguesería me tropecé y la líe parda tirando todo a tomar por culo. Me puse a limpiarlo, pero enseguida llegaron dos chicas que me apartaron con reverencias, lo limpiaron ellas y me indicaron que me fuese a mi sitio sin yo tener claro que iba a pasar. Yo pensaba pedir otro menú y por supuesto pagarlo, pero me trajeron el mismo pedido gratis a la mesa y no dejaron de hacerme reverencias hasta que me piré por la puerta. No he vuelto, por Dios que vergüenza.

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Volviendo a casa en bici vi que delante de mí iba otro igual que yo pasando justo por un cruce. Los dos teníamos la preferencia, pero el coche que salía no debió verle y le atropelló. Por fortuna no iba demasiado rápido y solo le tiró de la bici, yo pude frenar a tiempo. En vez de pegarle cuatro patadas al coche dando voces como habría hecho yo, el ciclista se levantó, se sacudió el polvo, recogió la bici, le hizo dos o tres reverencias al coche y siguió su camino.

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Una vez me quedé dormido en un parque (esto ha pasado en realidad más de una vez, pero no se lo contéis a nadie), acababa de sacar una bebida de una máquina expendedora y en vez de guardar la cartera, la dejé al lado en el banco y sin darme cuenta me quedé totalmente sopa, eran las tantas de la noche. Cuando me desperté era de día, el parque estaba lleno de gente pero la cartera seguía allí. Eso sí, tenía a un grupo de críos mirándome acojonados.

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En un matsuri de barrio estaban todos allí bailando el bon odori, una señora muy muy mayor me cogió de la mano y me sacó a que lo bailase con ellos. Era muy pequeñita, llevaba un kimono maravillosamente precioso… era tan entrañable que era imposible negarse: no hacía más que reírse mientras me enseñaba los pasos. Al acabar me aplaudieron todos los del barrio que yo creo que me tenían calado ya desde hace tiempo, no recuerdo que hubiese más extranjeros por allí. Un señor me trajo una botellita de nihonshu y la señora un pincho de yakitori un rato después. A partir de ese día me saludaba un montón de gente que ni conocía cuando iba por la calle.

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Una noche me subió una fiebraca del copón que aguanté como pude. A la mañana siguiente fui al médico porque no mejoraba la cosa, y el señor tenía un cuaderno donde iba apuntando, como si fuese una ecuación, todos mis síntomas. Después de preguntarme un montón de cosas desde a que hora me había levantado ese día hasta la cena pasando por si hacía o no deporte e incluso si había tenido relaciones sexuales recientemente, me dijo que lo iba a estudiar. Se giró hacia su cuaderno y empezó ahí a anotar las posibles enfermedades que podían ser. De una lista de unas diez empezó a anotar un montón de cosas mientras miraba «los datos» de su problema, entendí que iba descartando enfermedades, algo así como «gripe A no puede ser porque la fiebre ya ha bajado» y las iba tachando. Después de unos diez minutos resolviendo ahí la ecuación, me dijo: «pues esto ha sido un resfriado un poco fuerte». Después me dio como cinco medicamentos distintos y me despachó ofreciéndome la hoja aquella por si quería repasarlo y tenía alguna objeción.

En la cena de fin de año de la empresa hicieron un concurso de tecleo, yo soy el tío que más rápido teclea del mundo, en serio, pero las palabras que había que escribir ahí eran japonesas en romaji, es decir, que en vez de «avión», a lo mejor te tocaba escribir jyuubinnkyouku con lo que a mi se me complicaba más la cosa. Aún así, de 25 personas quedé tercero. Al primero le dieron un iPad Air, al segundo un Amazon Kindle y a mi unas Nekomimi, que son unas orejas de gato que te leen el pensamiento y se mueven según tu estado de ánimo (en casa están sin sacar de la caja).

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Una vez un policía me perseguía en bici, yo que tengo un pequeño espejo retrovisor en la mía me di cuenta y como esa semana ya estaba un poco hasta los huevos porque ya me habían parado dos veces para pedirme documentación, subí el ritmo y él también lo hizo. Me metí por otra calle y él también, hasta que ya por mis huevos le metí caña a los pedales y le dejé muy atrás. Cuando ya pensaba que le había dado esquinazo, me encontré a otro un par de kilómetros más adelante que me estaba esperando. Me pidió la documentación y me dejó marchar, como siempre.

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El vecino de al lado compró muebles en Ikea que tenía que montar en casa. La noche anterior llamó a casa para contarnos esto mismo y, con una caja de bombones y otra de dulces japoneses, nos pidió perdón por el posible ruido que a la mañana siguiente iban a hacer. «Si tenéis pensado salir de casa, decirnos a que hora y no empezamos hasta que os vayáis para no molestaros» nos dijeron. Al final no hicieron ni ruido ni ná.

Una tarde volviendo a casa en bici vi a un mapache, tanuki en japonés, cruzando la carretera de lado a lado. Era bastante grande, se paró en la otra acera, se me quedó mirando y soltó un gruñido ahí más raro que ni sé antes de pirarse por entre dos edificios. Era el medio de Tokio.

He compartido oficina con un chino que comía con la boca abierta dando un asco acojonante, otro que se tiraba pedos sonoros en cualquier momento, uno que aporreaba el teclado pero no os podéis imaginar de qué manera: le daba unas hostias como quien clava clavos con los dedos, otro que estornudaba a grito pelao y saltaban las alarmas antiterremotos, un koreano de ventas que no se callaba ni debajo del agua, pesado como la madre que lo parió pero que no logró hacer ni una sola venta (creo que a la mitad de los clientes les explotó la almendra), un americano gordaco maleducado de más de 150kg que no podía casi ni andar, un irlandés pálido que cuando hablaba delante de gente se ponía rojo pero a niveles inhumanos y sudaba, una vez se llegó incluso a marear y se tuvo que salir a la calle a coger aire… ah! y había una tía que venía a trabajar con una peluca morada estilo anime. Así que me acuerde.

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Un señor de mi barrio que me vio con Kota, me dijo que esperase un poquico, arrancó una hoja del libro que estaba leyendo, hizo un barco de papel y se lo regaló.

Suelo ver por donde vivo yo a un maromo que tendrá de sesenta años para arriba vestido de mujer haciendo la compra, es feo feo feo (o fea fea fea).

He visto a grupos de señores mayores montando un circo del copón en un parque con un equipo de karaoke portátil cantando uno ahí a toda hostia y bailando el resto borrachos perdidos. Una vez canté con ellos y me invitaron a comer, me puse como el kiko y todavía me prepararon tapers para llevar.

En un seven eleven hice la compra y dejé lo que yo creía que era el importe exacto y me piré. Cuando iba ya por cerca de mi casa, escucho a la chica que venía a toda hostia dando voces: «señor cliente!! señor cliente!!», me paro y resulta que había dejado 10 yenes de más y venía corriendo a devolvérmelos.

He estado en conciertos en bares donde a pesar del arte de los músicos, de lo pegadizo de las canciones, allí no se movía ni Dios de la silla. Todos sentados, aplaudiendo cuando toca y cuando no escuchando atentamente mientras se toman su copa en silencio. Aquí también resulta que no se levanta ni Dios hasta que en un cine no acaban de salir los títulos de crédito.

Conclusión:


¡¡ En todas partes cuecen habas !! El mundo es maravilloso…

El 2014

Mi 2014 ha supuesto la mayor transformación de una vida que muy poco tiene ya que ver con otros tiempos ya añejos, tanto que a veces hasta parecen irreales; cada vez son más difusos esos recuerdos conmigo como único protagonista.

Auténtico cambalache de sentimientos, trapicheo incensante de emociones inherentes a esta extravagante historia de convertirse en padre y mira que el asunto no es de un día para otro, que uno siempre tiene más de medio año, en el peor de los casos, para ir haciéndose a la idea.

Pero es que es imposible hacerse a la idea. Venga ya, ¿cómo vas a saber esta movida?.

Siempre te dicen eso de que te cambia la vida. Me río yo de esa frase. No te cambia la vida, te la reemplaza directamente por una nueva que desconocías totalmente. Una vida que de repente te empiezas a tomar en serio, muy en serio, a niveles que ni intuías. Tomas consciencia de que ya no eres tu solo, que hay una persona, un jugador del Athletic en potencia que depende absolutamente de ti, de lo que hagas, de lo que decidas, de donde estés, de como estés.

¿Prioridades decías que tenías?, sílbame esa melodía si te acuerdas tío Tosca, a ver si soy capaz de sacarle la letra…

Así que aunque llevaba ya un par de meses con un pequeño bebé de ojos rasgados ahí mirándome sin verme, no ha sido hasta que se ha empezado a enfríar el cadaver del 2014 cuando he empezado a tomar consciencia de la magnitud de la copla.

Como decía, lo más importante ha sido que he empezado a tomarme la vida mucho más en serio, algo así como tratar de estar en las mejores condiciones posibles para ser capaz de responder ante el reto de criar a un hijo con todo lo que conlleva.

Pocas decisiones son triviales, Kota es la prioridad absoluta y ya todo gira en el torno de sus pulsos. En el 2014 cambié de trabajo para ser capaz de ahorrar dinero y así preparar todo lo que está por venir: ropa, habitación, guardería, escuela… bueno, lo cierto es que compramos la casa precisamente porque venía aquí el señorito.

Ahí va un vídeo de la casa que grabé en principio para que la viesen mis padres, pero que ya puestos, también lo publiqué:

Por aquel entonces ya andaba yo dándole muchas vueltas a la nueva situación y se me ocurrió recopilar una serie de asuntos que me hubiese gustado que me contasen allá por entre mi infancia y mi adolescencia. También escribí un relato de como era un día de aquella nueva vida que acababa de empezar, por no hablar de que de repente todo me parecía una auténtica farsa o de que incluso establecí una serie de mandamientos por los que regirme a partir de entonces.

Por cierto, que pedazo de nevada que cayó en Tokio en febrero, ¡¡la más grande en 40 años !!

Aprovechamos el tiempo entre medias de empresas para volver a mi pueblo y que mis padres y mi hermano Javi conociesen al heredero de mis kimonos. Es curioso como todo lo que tiene que ver con él se magnifica: si le hacen un regalo nos alegramos el doble que si nos lo hubiesen hecho a nosotros y al revés, cualquier feo detalle hacia él resulta doblemente feo. Días de gran emoción, sin duda. Además presenté el libro en la biblioteca de Zalla, una noche que difícilmente olvidaré. El libro ya sabéis que se puede descargar gratis en PDF de alta calidad y que si queréis tenerlo en papel, cosa que nunca dejaré de recomendar, lo podéis pedir aquí. También sorteamos unas kokeshis entre todas las reseñas que me habéis escrito, ¡¡¡ muchas gracias a todos y enhorabuena a los tres !!!

En el 2014 también salí en diversos medios por ahí como la revista de mi pueblo o el Deia. Chiaki y Kota salieron dos segundos y medio en Telecinco y finalmente salió el programa de Fogones Lejanos que ya llevaba grabado unos meses.

El día del padre vino y me di por aludido gracias a Chiaki, qué bonito fue por ser el primero. Aquella era la nueva vida que vino para quedarse, la de padre de familia, la de dar paseos los tres por el barrio en el que estábamos ya echando raíces, el barrio en el que crecerá mi hijo aquí en Tokio, aunque de vez en cuando me diese por tener morriña de aquellos días que me pertenecían exclusivamente a mi.

En Agosto siempre bajan mucho las visitas del blog así que decidí hacer un experimento y empecé a publicar un montón de posts reguleros de esos en los que se copia lo que haya salido por ahí en cualquier otro lado sobre Japón estilo dar las noticias más esperpénticas del país y ver que pasa. Si os digo que el post mas visto del 2014 fue el del Batman por la autopista… así es la cosa, amigos… el mas visto con una diferencia de miles de visitas con cualquier post de los normales.

Mira por donde que en el 2014 me topé de bruces con un chikan, un pervertido baboso, en el metro de Tokyo y al de unas semanas al que le partieron las bruces fue a otro…

También presenté el libro en el Instituto Cervantes de Tokio, que casi se me olvida y anda que no estuvo bonito el asunto porque amigos míos leyeron algunos capítulos allí en directo. Tengo vídeos, a ver si acabo de sacarlos, por cierto…

Y Kota hizo un año.

Y yo decidí que mi tiempo es lo más importante que tengo, lección que reforzó aquél amable anciano con el que nos topamos en el tren.

El 2014 pasaron muchas cosas buenas aunque se torcieron algunas que espero que se acaben de enderezar de nuevo en el 2015. Para mi ha significado un año de cambio, un punto de inflexión enorme al que todavía no he conseguido acostumbrarme del todo. Mientras disfruto de Kota y de Chiaki todo lo que puedo, trato de robarle momentos al día para retomar lo que se quedó en barbecho hace catorce meses y que ya va siendo hora de rescatar. Este año recupero las metas fallidas del año pasado en las que me propuse presentarme por fin al Noken nivel 2, sacar el tercer dan de Karate y añado alguna más como correr alguna maratón, sacar otro libro y seguir hablándole a Kota en castellano todo el rato. ¡¡¡¡ Vamos a ver si pueden ser !!!.

Feliz año nuevo, por cierto, que casi se me olvida. Gracias siempre por seguir ahí.

Veteranos y expertos

Cada vez tengo menos paciencia.

Con la gente. Cada vez tengo menos paciencia con la gente, quería decir, bueno, con cierto tipo de gente.

Que uno ya tiene el culo pelado de payasadas, vaya.

Puede que me haya vuelto un vinagres, como le llamábamos a un amigo mío que era incapaz de ver nada bueno en toda situación y lugar (a juzgar por su muro de Facebook, la cosa sigue igual). Afortunadamente creo que no es el caso porque siempre me he creído optimista por naturaleza y siempre trato de buscarle las cosquillas que me permitan reírme de las horas.

Pero es que últimamente me tocan con más asiduidad e intensidad los huevos ciertos comportamientos de ciertas personas. Son patrones que se repiten, que son totalmente previsibles y que me darían igual de no ser porque se vienen a pisar mi huerto donde tengo yo ahí plantado mi tiempo y mis esperanzas. Es decir, que por mi tu puedes ser el mayor drama queen de la historia, el que todo lo sabe, un quejica amargado o el tío calaveras mientras no me afecte ni a mi ni a los míos. Pero, ay amigo, si resulta que eres una interferencia, si tus movidas se cruzan con las mías, ahí es cuando ya mis tragaderas se saturan y no me queda otra, más quisiera yo, que mandarte a la mierda que quede más a desmano, en línea recta, de donde estemos yo y mis posaderas.

En esta ocasión esta bonita entrada viene motivada por ese tipo de persona que lleva más tiempo que tu haciendo lo que sea que tu hayas empezado, bien sea un nuevo trabajo, un nuevo deporte o cualquier actividad. Les llamaré «los veteranos» por no llamarles «los tocacojones» que queda un poco feo a estas horas de la mañana así sin cervezas de por medio.

Son esa gente que se empeña en que te enteres de que, efectivamente, tu eres el nuevo y, por tanto, no sabes nada ni serás capaz nunca de llegar a su nivel. Se preocupan más por demostrarte esto que por hacer bien lo suyo: están atentos a lo que tu haces y se reirán cuando, lógicamente, no atines en tu empeño, lo que es perfectamente normal en todo proceso de aprendizaje que se precie. Después, condescendientes, tratarán de decirte como lo debes hacer aunque ellos no destaquen precisamente por su maestría; es más, suele ocurrir todo lo contrario: tan inútiles como ruidosos.

Me pasó cuando empecé el blog, cuando empecé a sacar fotos, me ha pasado en antiguos trabajos con parlapuñados que no sabían hacer la O con un canuto, en gimnasios con elementos con el pecho tan desproporcionado como sus barrigacas y últimamente en Karate con dos personas mayores que llevan practicándolo toda la vida, con el mismo nivel de patosidad que de arrogancia.

En todos los casos pasamos por las mismas fases: ninguneo, falta de respeto, de interés por el nuevo, negando incluso el saludo. No existes, eres un intruso en su terreno. Cuando el profesor o algún otro alumno destaca algún evidente progreso tuyo, es cuando entran en juego ellos. Ahí es cuando empezarán con su ironía, con su sonrisa de medio pelo a tratar de perdonarte la vida no vaya a ser que te crezcas, porque tu llevas dos días y ellos no. Porque da igual que quizás tu hagas las cosas mejor, nunca te lo reconocerán porque sería cuestionar su supremacía. Porque tu acabas de llegar y no tienes puesto en el escalafón.

Es acojonante. Tanta tontería ya, coño.

Estos dos individuos en cuestión son muy torpes, aparte de que no saben que no es que yo sea nuevo, sino que he estado casi un año sin ir a las clases por ocuparme de Kota aunque yo no me preocupo en que lo sepan porque me importa un cojón. Se saben muchos más katas que yo, pero tendría delito no hacerlo después de tantos años. Como los hacen ya será otro cantar. Por eso contraataco yo. Por eso me pongo el doble de serio cuando toca técnica por parejas con alguno de estos enfrente, por eso no les río ninguna de las gracias ni doy cancha a ninguna de sus excusas por sus innumerables fallos. Reverencia y en guardia, sin dar tregua ni en ataques ni en paradas aunque llegue a casa con los antebrazos en carne viva.

No dejo pasar ni una. Serio. Muy serio. Encabronado. Modo tío vinagres.

Ni una.

Demostrando quien soy con hechos y no con palabras y nunca, en ningún caso, prestándole ni una migaja así del respeto que no se ganan con su actitud. Mi respeto es para los que sé que saben porque solo hay que verles para saberlo. Esos no te vienen con tonterías, con payasadas, no te vendrán con la media risita indulgente del necio arrogante, estos si que respetarán cada uno de tus pasos porque ellos saben y valoran lo que les costó cuando los dieron ellos. Si te tienen que corregir algo, lo harán sin vacías parafernalias y será a ellos a los que deberás escuchar porque, como digo, es evidente que saben lo que se hacen con solo verles.

Porque no hacen ruido, no montan la verbena, no necesitan inventarse el personaje, no ha lugar a farsa alguna que enmascare su inutilidad suprema, no necesitan demostrar nada a nadie; ellos hacen lo suyo lo mejor que saben con la más noble de las pretensiones: mejorar por y para ellos, que no deja de ser el primer, último y más ilustre de los motivos.

Porque que lleves mucho tiempo haciendo algo no significa que seas experto, sino veterano, y no te da, ni mucho menos, derecho a que me toques los cojones. Déjame en paz, déjame seguir con lo mío que hace muchos años ya que decidí dejar de desperdiciar mi cada vez más valioso tiempo en bufonadas ajenas.

Copón ya.

Mis reglas

No es la primera vez que le doy vueltas a lo de que no voy a durar para siempre, pero nunca había sido tan consciente hasta ahora. Sé que el convertirme en padre ha tenido mucho que ver; no es que Kota me haya jubilado de repente, pero si me ha hecho ver que voy ya por cierta parte del camino y que los kilómetros que quedan no serán muchos más, en el mejor de los casos, de los andados ya.

Es por esto que he decidido, más si cabe, aprovechar al máximo el tiempo que me quede.

No creo que precisamente yo haya sido el ejemplo perfecto de como desperdiciar los días ya que prácticamente no he parado quieto nunca: desde trabajar en un periódico con doce años hasta las camisetas de ikusuki pasando por dar clases de Karate, escribir un libro, maratones, capoeira… ni sé ya. Pero sí que he decidido dar un paso más y tomar cartas en el asunto para que la versión del Toscano que se levantará por las mañanas dentro de unos años sea la mejor posible como resultado de lo que haga hoy.

Paso a paso uno se va dando cuenta de qué es lo que nos ayuda a que los kilómetros siguientes sean más fáciles de recorrer y sobretodo lo contrario. Un ejemplo: yo tengo unas resacas horrorosas, no os podéis hacer a la idea de cuanto. Es algo de familia, no me pasa solo a mi, por cierto. Los días de resaca son días perdidos completamente: no puedo hacer nada, no se puede contar conmigo para nada desde por la mañana hasta por la noche y eso, teniendo un crío en casa, considero, ahora, que es algo inadmisible.

Así que con esta nueva coyuntura, la de ser padre casi cuarentón, he diseñado un plan, una serie de reglas desde hoy aquí escritas por las que se ha de regir, en la medida de lo posible, mi vida a partir de ahora. Vayamos por el principio:

No beber alcohol, tratar de que sea cero

Hace tres o quizás cuatro fines de semana llovía muchísimo así que nos dimos tregua en casa y yo me dediqué a cocinar porque me encanta cocinar. Libro de Arguiñano en mano y como mandan los cánones, me puse al lío con un par de latas de cerveza pululando entre pelar patatas y picar cebollas. Concretamente me bebí tres latas de medio litro cada una en un espacio de unas cinco o seis horas entre cocinar, comer y después recoger el asunto. Fue un poco más que otras veces, pero no me parece demasiado… pues bien, al día siguiente tuve una de las peores resacas que recuerdo. Esto fue un domingo, así que el lunes fue imposible que fuese a trabajar y además coincidió con un problema familiar ante el que no pude estar a la altura.
Es un ejemplo extremo, no siempre pasa, pero si por ejemplo me bebo una sola cerveza, al día siguiente noto que estoy más cansado, con más sueño, menos bien. Se acabó, es hora de lidiar con el asunto: si no tolero el alcohol, es hora de limitarlo al máximo o dejarlo completamente, está claro que es dañino para mi en mayor medida que para la mayoría de gente que conozco, no me merece la pena.

Mens sana

Es imprescindible mantenerse activo el máximo posible y no solo físicamente. Retomo mi afición por dibujar y me tomo más en serio el estudio del japonés en el que voy contrarreloj: para cuando Kota empiece a escribir kanjis en la escuela, yo me los tengo que saber todos ya, y de paso según vaya creciendo y pasando de cursos, ya seré capaz de cogerle los libros de texto y saber qué están estudiando por si hace falta echarle una mano con los deberes. Aunque con Kota hablo en castellano, después de ocho años aquí ya tengo un nivel de japonés más o menos decente, pero nunca pararé hasta que hable como uno más. ペネケのお母さんにうんちします!

Corpore sano

Tengo 37 años, tendré 38 dentro de un mes y pico. Cuando Kota tenga 12 o 13 años, yo tendré 50. El domingo vi a un padre de más o menos esa edad jugando con su hijo que tendría también esos 12 o 13 años de los que hablo. Jugaban con un balón de futbito en un parque. Bueno, concretamente jugaba el chaval porque el padre tenía una pedazo de panza que lo único que podía hacer era devolver torpemente la pelota de una patada si le caía cerca, si no, el hijo tenía que ir a buscársela porque no era capaz prácticamente ni de moverse. Si quiero hacer cosas como llevarme a mi hijo al monte o simplemente a dar una vuelta en bici, no debo descuidarme nunca desde ya. Seguramente ni proponiéndomelo me pondría como el Sancho Panza este, pero si a Kota le da por hacer Karate, debo poder, a mis cincuenta, de ser capaz de poder entrenar con el todos los combates o los katas que hagan falta. Quien dice Karate dice salir a correr una tarde sin que haya demasiada diferencia de nivel: en la maratón de Tokyo vi a un padre corriendo con su hijo hasta el final y sentí mucha envidia y admiración.

Manducare

Aquí si que se me está yendo la pinza. Estoy comiendo movidas que no creeríais.

Este es mi menú típico de entre semana:

– Desayuno: té verde y un plátano antes de los 15km en bici hasta la ofi
– Desayuno segunda parte: un tazón de copos de avena y semillas de Chía después de la clase de crossfit
– Tentempié dos horas después: un puñado de almendras crudas, sin tostar
– Comida: un par de apios crudos cortados que venden en bolsas aquí y otro té verde
– Tentempié 2: una manzana antes de los 15km en bici de vuelta, a estas alturas ya me habré bebido cinco o seis tés verdes
– Cena: lo que Chiaki tenga a bien preparar más un smoothie con movidas como hojas de kale, maca, semillas de lino o cáñamo, moras, fresas, arándanos, asari, aguacate, aceite de coco… todo lo que he leído por ahí que es sano.

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Es decir: exceptuando la cena de Chiaki, que está cojonuda por cierto, lo que como es aburrido, sin sabor, absurdo, totalmente un disparate. Pero forma parte de mi plan de ponerme todo lo en forma que pueda mientras sigo tratando de bajar el porcentaje de grasa corporal a una cifra. A la razón de estar a la altura cuando Kota (y sus hermanos y hermanas, que le hemos pillado el truco ya y esto no se para aquí) crezcan, le añado la posibilidad de un nuevo y potencial currelo a base de presentarme a audiciones. El hecho de ser extranjero te da muchos puntos para aparecer en anuncios o de extra en series, si le sumo que chapurreo japonés, que soy capaz de dar patadas vistosas gracias al Karate y que tengo bastante agilidad, creo que tener un cuerpo bien definido me puede abrir alguna puerta alternativa al rascatecleo. Me cogieron en una pero no pude ir, es decir: es una alternativa real y muy posible.

Además, si en 38 años no me han ingresado nunca en ningún hospital, que no pase porque tenga el colesterol o movidas de tres siglas de la sangre altos. Que lo máximo que pille sean, como hasta ahora, resfriados.

El café está desterrado de por vida: me da ardores y si me bebo más de un par en el mismo día acabo con un ligero dolor de cabeza que suele durar hasta la mañana siguiente. No quiero, además, ser el típico que dice eso de «hasta que no me tomo un café no soy persona», es una dependencia a la que no me quiero someter más porque no me da la gana.

No meter a mi familia en mis locuras

Esto que suena a la doble vida de Mr. White significa que Chiaki no tiene porque comer apios porque yo coma apios, ni siquiera verme comer apios. Es decir: los fines de semana, el tiempo que estoy con ellos soy una persona «normal»; salimos a comer fuera comida normal, no llevo en la mochila un batido de proteínas ni nada por el estilo y si se tercia zamparnos dos pizzas viendo una peli y de postre media tarta de chocolate con un café, se tercia. Tampoco hago movidas como que si vamos a Shibuya de compras, ellos van en tren y yo en bici o historias así. El tiempo con ellos es mi bien más preciado y lo disfruto a tope rompiendo las toscareglas que solo tienen que liarme la vida a mi solo.

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Ni que decir tiene que el ordenador o el iPhone no se toca mientras estoy con ellos, no hay cosa que me inspire más pena que ver a unos padres dándole ahí al iPhone sin hacerle ni puto caso a sus hijos, y es algo que veo todos los días sin excepción.

Así que de siete días que tiene la semana, cinco los dedico a cuidarme el máximo posible empollando, haciendo ejercicio, quizás demasiado, comiendo limpio y en definitiva haciendo que los días de oficina, que son mayoría, jueguen a mi favor en la batalla por ser la mejor versión del Tosca cincuentón.

Veremos como sale la cosa. Nos vemos en diez años, Marty McFlys.

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Conversación de pelos

Chachos!! resulta que es que estaba yo pensando en que me gusta ser yo el que controle a mi rutina el máximo posible y que no sea al revés. Que es que mira, por ejemplo, ahora me toca irme tres estaciones más para allá a trabajar y todo es diferente: el horario, la gente, el sitio… así que yo lo que hago es tratar de aprovechar cada día para hacer mis cosas, que no sea solo el fin de semana cuando gane yo, sino siempre. Al fin y al cabo de siete días a la semana, cinco son de estos de tener que ir a un sitio porque no queda otra, ganan por mayoría así que hay que apropiárselos lo más que te dejen.

En Shibuya ya tenía todo 100% controlado y aquí después de un mes en el curro nuevo finalmente estoy consiguiendo robarle huecos a la vida de salaryman, por ejemplo: ya he encontrado un gimnasio que abre muy temprano al que voy antes de trabajar y ya tengo dos cafeterías localizadas en las que estudiar japonés en la hora de comer.

El viernes pasado completé el ciclo encontrando una peluquería que sustituyese a la de Shibuya y a la que solía ir de tarde en tarde a los mediodías y después me zampaba un sandwhich del combini a toda leche antes de volver al rascatecleo, eso sí: más bonico que un clavel con mi pelado nuevo. Por cierto que nadie me decía nada en la oficina, es una sensación rara que te cortes el pelo y no te digan nada, ¡sosongos!.

Total, venía yo aquí a narrar mi primer encuentro en la nueva peluquería de caballeros Toscanítica de la que ya soy fan absoluto.

Tu entras y te recibe un chico joven que por alguna jodida razón a mi me recuerda a Calamardo el de Bob Esponja, aunque el carácter de este hombre es muy cordial. Mira en la lista y ve que la bola de pelos extranjera esa no está apuntada, así que me hace pasar a una sala con un montón de revistas de modelos masculinos cada cual con un peinado distinto. Allí me dan un oshibori, la toallica húmeda, y me dicen que espere un rato. Yo me pongo a buscar el equivalente a las interviús propias del peluquero de mi pueblo para leer el equivalente a las noticias culturales (jaja, si si), pero lo que encuentro es una estantería repleta de mangas. Decido mirar por la ventana. Está diluviando, virgen santa que disparate es esto de la época de lluvias.

– Diaz saaaaaan -me llama alguien, y cuando miro me encuentro a un tipo con sombrero del que le cuelgan rizos hasta aproximadamente los hombros. Si aquí Tamariz va a ser mi estilista estamos arreglados, pienso yo -pasa para acá y siéntate ahí en aquella silla, chato
– ¿Qué hacemos hoy? -y yo me lo imagino con la baraja de cartas y tres dientes podridos
– Pues mira como explicándome voy a tener mucho peligro, me he traído una foto de más o menos como me corto yo siempre -y le enseño esta foto que tengo metida en el móvil a tales efectos peluqueroexplicantes:

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Tamariz la mira dos segundos, y dice ahaa, ahaaa, uhuuu, todo mientras me toquetea la cabeza con las dos manos arramplando de vez en cuando algún mechón de pelo y pegando tirones como comprobando si el matojo está pegado o algo.

– Ala, guárdate eso que empezamos, no vaya a ser que se te moje el cacharro -me dice en el tono amigable más coherente con su imagen que podría yo imaginar- venga, que te lavo la cabeza, pon aquí el melón
– No no, si yo solo quiero que me cortes y ya
– Que no hombre, que esto está pagado, vamos a ver: ¿tu de donde eres? -me pregunta mientras veo como el resto de los peluqueros levantan la cabeza de las cabezas que tienen entre manos y me miran extrañados como diciendo para si que tiene huevos aquí Casimiro.
– Pues yo vengo de las Iberias aquí donde me ves
– ¿Y allí no os lavan la cabeza?
– No sé, yo a Jesús el de mi pueblo le digo siempre que me corte solo
– Pues yo no soy Jesús, así que venga, pon el melón ahí おねがいします
– Vale vale, sin problema, si en realidad no pasa ná, es más vergüenza que otro poco -y le otorgo mi almendra para que disponga
– Vergüenza ni vergüenzo

El tío me lava la cabeza masajeando un buen rato y cuando vuelvo a levantar la sandía y me miro en el espejo tengo la cara del perrete chico al que le llevan toqueteando la papada toda la tarde, ¿sabéis cual, no?, esa que se te entrecierran los ojos y te da gustete hasta respirar, esa esa.

– Ala, ya estás niquelado. Vamos al corte, ¿te importa que te meta máquina?
– No no, tu mismo -ya de perdidos, 川へ
– Así que de España, ahí no he estado yo, pero no te creas que tengo muchas ganas de ir, ¿eh?, que allí fiuuu -y hace el gesto de que te guindan la cartera mientras silba
– Hombre, es un país muy bonito y la gente es muy maja, pero si que es verdad que hay que andar con ojo
– Esto en Japón no pasa, ¿eh?, ¿tu cuanto llevas?
– Yo ocho años y pico ya… tienes razón, en Japón no pasa nunca nada, bueno en Tokyo a mi una vez me desapareció la cartera en el tren y para mi que alguno se la quedó
– Si, pero yo por ejemplo ya me he quedado dormido por ahí en la calle después de salir de juerga y nunca me han robado nada… también es verdad que yo no debería contarte esto, jajaja
– Jajaja, anda que no. Pero bueno, vente para España algún día hombre, seguro que cambias de idea
– Bua, si tampoco es que sea por ganas, lo que pasa es que yo lo más lejos que he estado ha sido en Osaka. No he salido de Tokyo casi nunca, ni a Korea. Bueno, cualquiera va a Korea ahora con la que hay liada, ahí si que te la juegas por ser japonés. Y a China ni te cuento. Jodé, que de amigos tenemos
– Jajaja, un poco liada la cosa si que la tenéis, si, jajaja. Nosotros como mucho lo de Gibraltar, al final los líos los tenemos dentro. Bueno y los franchutes, claro, que vaya vecinos nos han ido a tocar.
– Jajaja, ¿no os lleváis bien?, pero si hacen unos croasanes que te mueres!. Ea, mira a ver como te queda el asunto -y me enseña con un par de espejos el reflejo del reflejo de mi inmensa cocorota
– Un poquillo más corto si me hace usted el favor
– Vamos ahí. Por cierto, ¿tu sabes leer japonés?, porque eso si que es un Cristo del copón
– Leo mucho ya, pero no todo ni de lejos
– Jodé, no me extraña. Yo muchas veces he pensado que menos mal que he nacido japonés y he mamado esto desde el principio que si me tocase empollarme esto porque si, sería imposible: que si el hiragana, desho?, que si el katakana, desho?, y luego ya los kanjis. Porque el katakana que es ahí recto más o menos es fácil, pero el hiragana con tanta curva y tanta historia… jodé madre mía, nihon ni umarete yokatta, hontoni!
– Bueno, pero mola el reto, quiero decir que es algo que te motiva y cuanto más vas pudiendo leer, más motivado todavía, está bien tener metas
– La mía es pasarme todos los Final Fantasy, jajaja
– Jajajaja
– ¿Qué tal así?
– Así perfecto, muchas gracias!!
– Yokatta yokatta! -se pone todo contento y yo me lo imagino haciendo el gesto de tocar el violín ñiaaaaa ñiaaaarann raaaaan

Salgo de allí con el pelo a lo «soft mohican» como lo ha llamado mi mago peluquero, abro el paraguas y parto descojonándome bajo la lluvia camino de casa. «Vuelve otra vez, por favor y seguimos hablando que tenemos muchas cosas pendientes».

Pos claro que vuelvo!!

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Compatriotas

Vivir no ya fuera de tu pueblo o ciudad, sino fuera de tu país es todo un arte que cada cual crea a su manera. Yo tenía ganas ya de venir a hablar de los distintos artistas con los que me he cruzado desde que llegué a Tokio hace casi 8 años, cuarenta penas y dos mil resacas.

Hasta cierto grado, todos somos dueños de nuestro cuadro, somos los pintalienzos de nuestra propia vida con relativa libertad para usar los colores o pinceles que nos de la real gana. Sin embargo es curioso ver como se acaban juntando técnicas y muchas de las obras que se dejan exponer son muy parecidas unas a otras. Total, que según yo lo veo y si tiro por el lado negativo, a los extranjeros que aquí vivimos se nos puede meter en alguno de los siguientes sacos en un ejercicio de generalización de ñús que quizás no sea demasiado sana porque cada persona es un mundo, pero que me apetece hacer esta mañana de domingo, mira tu. Hay gente muy normal por estos lares, insisto, pero también los hay que se las traen. Vayamos con estos últimos:

Posers

Juntas internet con las redes sociales por un lado y el interés que suele haber por Japón por otro y ya está la mezcla hecha, batida y lista para servir: blogueros o facebookeros o instagrameros profesionales. Son estos que buscan cuantos más lectores o megustas puedan conseguir a consta de escribir los tópicos de siempre. Los hay quien programa posts porque tienen estudiada la hora del día en que en teoría más gente va a leer sus joyas de la literatura contemporánea, eligen con cuidado las palabras clave para el SEO que escriben y tienen estudiados hasta los enlaces que mejor les conviene para que San Google les tenga en un altar, eso si, luego a lo mejor lo que cuentan en el post es un truño como mi tío Nuño, pero el contenido es lo de menos mientras puedan twittear cincuenta veces que escribieron un post nuevo. Otros enchufan tantos tags en instagram que para ver la siguiente foto que toque tienes que dejarte media yema del dedo haciendo scroll. Si pueden conseguir esa foto con tal o cual bloguero famoso, son capaces de irse hasta donde esté solo para sacársela y volverse por donde ha venido, eso si, en twitter pondrá algo así como «de hanami con @tarari, que hacia mucho que no le veía y ya tenía ganas de darle un abrazo» y a lo mejor es la segunda vez que le ve y ni le ha saludado. Se estudian Facebook para ver que hacen los demás y tratan de estar en todas las salsas aunque no se les invite, si por lo que sea aparecen en una foto tuya de casualidad, se etiquetan al segundo dos para que quede constancia de la gran cantidad de amigos que tienen aunque a lo mejor en esa foto tu querías sacar a la farola y él salió por yo que se qué (lo mismo saltó a lo matrix para salir).
También están los que mienten haciendo ver que hacen tal o cual cosa y luego no es verdad, como decir que viven en tal sitio o hacen determinada actividad a la que a lo mejor fueron una vez por probar y no volvieron jamás. Todo vale por la fama, por el personaje creado para ganar likes, followers, amigos o cristos benditos.

Más falsos que un pepino cuadrado azul. Eliminados del RSS hace décadas.

Cutres

Esta gente no pensaba yo que nunca me la iba a encontrar por aquí, mira tu. Al fin y al cabo estamos viviendo en un país extranjero lo que te presupone cierto arrojo, cierta manera de ser… pues no, me he topado aquí con gente cutre a rabiar. Ir, por ejemplo, a un restaurante y decir al final que ellos pagan aparte porque tu te has bebido una cerveza de más y has chupado dos cáscaras de edamames que no te tocaban. Elementos que están a la pela más que a cualquier otra cosa. En los últimos eventos que hemos organizado, se traían la bebida del combini y la metían en el bar por no pasar por caja, y eso sabiendo que éramos nosotros «sus amigos» los que organizábamos el sarao, incluso negarse a pagar la entrada y pasarse lo que dura el asunto fuera en la puerta aprovechando el ambiente generado. Otros se apuntan a un hanami en el que la ley ha sido de toda la vida llevar bebida y comida y ponerla en el medio para compartirla entre todos, y esta gente se abren su paquete de patatas fritas y se lo comen prácticamente a escondidas para que no les cojan. Eso sí: zampan de lo de todos como si no hubiese amanecer porque is freeeeeeee. Normalmente tampoco se ofrecerán voluntarios para ir a coger sitio ni moverán un puto dedo para organizar nada pero estarán parasitando todo tinglado en el que se metan. Es acojonante. Luego se extrañarán de que no se les vuelva a invitar a nada.

Gurús

Son los que dicen frases como «en Japón los sueldos son un 150% más alto que en España» o «los japoneses tienen interiorizado el espíritu del samurai y eso se nota en el día a día desde que entras en la oficina». Gilipolleces del estilo. Verdades absolutas que ellos, expertos en Japón, su idiosincracia y su aroma matutino, sueltan a la mínima que pueden. A lo mejor si sacan una foto de un japonés borracho debajo de un cerezo, aprovechan el asunto y ponen la frase «todos los japoneses se emborrachan siempre porque están obligados a asistir a eventos sociales de la empresa y beber siempre que el jefe lo hace». Vamos, chorradas como pianos que ellos sueltan como si estuviesen escribiendo una guía imprescindible y experta para comprender la sociedad japonesa pero que no deja de ser su vivencia personal de ese momento que exageran y topicalizan a todo lo que de la situación. Se preocupan más por sentar cátedra que por vivir sus propias experiencias, tanto es así que alguno de estos con los que me he cruzado están totalmente convencidos de que tienen toda la razón en lo que dicen y tu no tienes ni idea de nada porque ellos llevan más años que tu aquí. Luego a lo mejor no tienen ni amigos japoneses, pero suelen contar con el beneplácito del público porque dicen lo que todo el mundo espera escuchar. Incluso yo he llegado a ver publicados artículos en periódicos contando las tonterías y los tópicos más topicazos que se puedan escribir. No es raro que detrás de uno de estos haya veinte posers con el twit ya escrito y la cámara del teléfono preparada.

Quejicas

Para mi estos son los peores, no puedo con ellos, si se da la casualidad de que conozca a alguno por twitter o por facebook, les borro a la mínima: se quejan absolutamente de todo; aquí los médicos no son como en su país, las medicinas no valen para nada, la comida es una mierda, hay mucha gente… Es raro que te encuentres con uno y venga el tío con buena cara contentete, al revés: vendrá con su cara de vinagres echando pestes de las tres o cuatro putadas que se ha encontrado durante la última hora y que en su país, por supuesto, nunca pasa. Los cajeros cobran comisión y no se puede usar la tarjeta de crédito todavía en muchos sitios, ¿es o no es tercermundista esto siendo Tokio? ¡¡ inaceptable !!. Las quejas son las de siempre, tampoco hay muchas más. En algunas quizás no les falte razón, pero coño, es como si vives en Bilbao y te quejas SIEMPRE de que llueve, o si te mudas a Murcia y te quejas de que no entiendes lo que dicen. Eso si, por muy en su contra que esté compinchado todo Japón, el tío sigue aquí dando por saco gritando a los cuatro vientos la mierda que es esto. Pero es que si se vuelve a su país, seguramente en su barrio le tendrán calado porque probablemente haga lo mismo allí. Inaguantables, totalmente prescindibles y a poder ser que queden bien lejos de uno.

Racistas inversos

Dentro del grupo anterior están estos. Esta gente odia a los japoneses y no tiene reparos en demostrarlo abiertamente. Los japos son todos cuadriculados, los japos son unos pervertidos, los japos esto, los japos lo otro. En su empresa los japoneses son los que menos trabajan o los que peor lo hacen, además no tienen ni idea de inglés y son más sosos que él, que es un salao de los que de partirse el ojete cuando les ves. Por supuesto, todos los japoneses le odian a él por ser extranjero, claro, esto está fuera de toda duda. Eso sí: seguramente el tío no hablará japonés más que diciendo nanka nanka nanka y se sabrá el kanji de árbol, el de río y los de nomihodai si vienen juntos. «Pero es que hasta los japos odian los kanjis y pasan de aprenderlos» llegué yo a escuchar un día. Todos le odian, pobrecito mío, por tener los ojos redondicos…
Estos no se suelen relacionar más que con extranjeros formando sus grupos y yendo siempre a los mismos sitios «gaijin friendly» donde saben que les van a entender si hablan en inglés y van a encontrar a japoneses totalmente entregados con la causa gaijin (esto será otro tema a tratar más adelante, amigos, los japoneses que reniegan de serlo!! atentos a sus pantallas!)

Autonacionalizados

Esta gente son lo contrario. De alguna manera tratan de olvidar su propia cultura y están totalmente envueltos en las maneras y la sociedad japonesa. Si pueden evitarlo, no se relacionan más que con japoneses, no van donde los extranjeros y procuran no hacer cosas de extranjeros. Tanto es así que llegan a hablar de los extranjeros en tercera persona como si ellos no lo fuesen, pierden totalmente su identidad y hasta sienten verguenza ajena de sus paisanos. Normalmente hablan muy bien japonés y se preocupan por mimetizarse con el entorno berreando exageradamente: «eeeeeeeeeeeeee» cuando se sorprenden por algo en vez del típico «ahí va la hostia», haciendo el gesto con la mano cuando pasan por delante de alguien, haciéndole reverencias hasta al cepillo de dientes, diciendo que no cruzando los dos dedos índices y hablando de sí mismos señalándose la napia en vez de el pecho. Una vez en Karate un compañero belga de ojos azules y rubio como él solo le dijo en el vestuario a uno de los sempais japoneses: «hoy han venido un montón de extranjeros, es curioso, a ver como sale la clase!» en referencia a la visita de un grupo de americanos, con lo que el sempai le contestó: «coño, ¿qué pasa, que tu eres de Osaka o que?».

Viajeros ocasionales gurús

Aunque estos no son paisanos que vivan aquí, dejadme que hable de estos: son los que alimentan la mentira de los gurús a los que normalmente siguen y de paso se convierten en uno. Si están leyendo todo el día a uno que dice que los trenes de Tokio están petados y hay empujadores, vendrán de viaje aquí, harán a lo mejor cincuenta trayectos en tren de los cuales dos o tres estarán petados pero alimentarán la leyenda y cuando vuelvan dirán que es acojonante como están aquí los trenes, que ni respirar podías. O como me contaba un amigo, una tía que decía que todos los japoneses comían fuera de casa y nunca cocinaban porque había muchos restaurantes y que eran muy baratos. Me pregunto yo para qué coño tendré una nevera en casa, entonces. Esta sensación la tengo cada vez que alguna televisión de España viene aquí a grabar un programa donde nos hacen ir en busca de estos tópicos ya aburridos para poder sacarlos allí en vez de tratar de dar la visión más normal del día a día aquí.

Anónimos

Son los que no quieren saber nada de redes sociales, ni blogs, ni facebooks ni ná. Gente que hace su vida aquí pero no le da por contarla lo que es muy respetable, por supuesto. Que yo ponga fotos de Kota no significa que sea el primero que he tenido un hijo aquí y que me de por contarlo. Pero dentro de este grupo hay algunos que no solo no quieren saber nada de internet, sino que lo rechazan completamente. Si por ejemplo coincides en un sarao y sacas una foto de grupo te vienen después a decir que no les saques en el blog o que no les pongas en ningún sitio con lo que normalmente haces dos cosas: o les quitas de la foto con photoshop recortando esa parte o directamente no cuentas nada. Totalmente respetable, por supuesto, pero en ciertos casos la obsesión por esa supuesta privacidad absoluta que tienen algunos me resulta incomprensible aunque, insisto, respetable.
O quizás soy yo que siempre me ha parecido mucho más divertido contar las historias que guardármelas para mi y siempre me ha recompensado de alguna manera, sobretodo al principio cuando vine solo. Pero que sepáis que la inmensa mayoría de los expatriados paisanos que viven aquí no tienen blogs ni historias, ni ganas de tenerlas y son mayoría.

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Ala, ya me he quedado a gusto, ojo que yo me veo por lo menos metido en dos sacos de los anteriores, a ver si adivináis en cuales. Voy a ver si cocino un amaiketako y así Chiaki y yo zampamos algo que ya estamos a media mañana y hay gazuza. Porque si, resulta que hasta sartenes tengo, no te lo pierdas.

Ah! las fotos, si, es verdad, no tienen absolutamente nada que ver con el post, pero es que quedaba como muy biblia solo con texto, así que he puesto las primeras que he pillado por ahí. Ahora mismo habrá algún poser bloguero experto que se estará tirando de los pelos, jajaja, qué sacrilegio!! y encima publicando un domingo a las tantas de la mañana!! xD

¡Pasadlo bien lo que quede del finde!

Farsa

No hace mucho, diría que desde hace un par de años, vengo dándole vueltas a la idea de que la gran mayoría de lo que nos rodea es una gigantesca y descomunal farsa. Desde que Kota está con nosotros, no hace ni medio año, esta idea, este concepto está tomando especial relevancia quizás porque cuando tienes un hijo, tu lista de prioridades de repente deja de tener sentido alguno y todo deja de girar en torno al ombligo de uno.

No es que de repente me haya convertido yo en Neo y vea la realidad tal y como es, no va por ahí la cosa, a ver si soy capaz de explicarme y de paso me entero yo también.

Uno fue a nacer donde le tocó con la familia que le fue a tocar y a partir de ahí todo está, digamos, preconcebido. Comes lo que te ponen encima de la mesa, en el colegio uno juega a futbito porque es lo suyo, existen periódicos, tebeos revistas… todo un mundo montado que está muy bien, pero no deja de ser una herencia, el resultado de evolución de la sociedad, del mundo en el que te ha tocado vivir. No hay porqué estar de acuerdo. No tienes porque creerte esta movida solo porque es así. No ha sido así siempre y seguramente no sea así para siempre. No sé si me seguís… de momento no me entiendo ni yo.

A ver si tirando por otro lado…

Mira, hablemos de los bancos. Esos negocios oscuros que uno nunca sabe muy bien como funcionan, pero sin los que no puedes hacer movidas tan simples como que te paguen un sueldo sin tener una cuenta con ellos o más complicadas como comprarte una casa sin deberles tu vida. Para que me diesen la hipoteca en España tuve que firmar un seguro de vida que por lo visto todavía tengo y hacerme un plan de pensiones que no me dejan cancelar. Fue una farsa, una inmensa comedia que me lió la vida. Me podrían haber dado el préstamo y lo hubiese pagado igual, pero me sacaron más dinero porque les apeteció, porque les salió de los huevos y ahora no me dejan tener ese dinero porque tampoco les sale de los mismos redondicos atributos. Esto lo digo yo que ni tan mal, qué dirán los de las preferentes.

La comida… estamos totalmente rodeados de comida que es un disparate. Prácticamente cualquier producto de cualquier supermercado que vaya en un envase se fabrica en masa con el objetivo de que duren el máximo posible, atiende lo que le echarán ahí para lograrlo. Cualquier bebida tiene cantidades ridículas de azúcar, sea con gas o no, la etiqueta «light» es la mayor mentira del universo. Es mucho más barato zamparse un menú del McDonalds que un menú del día normal en cualquier restaurante. Se beben cafés sin ningún sentido, conozco a gente que se enchufa cinco o seis cafés al día de manera habitual sin inmutarse. La sociedad consumista en la que vivimos, yo más por estar aquí, es insana, es el resultado de multinacionales que quieren vender el máximo de productos posible, es su teatro, su circo en el que nos vemos todos inmersos queramos o no. Ojo que yo me pongo tibio a patatas fritas y tabletas de chocolate de vez en cuando, no es que esté totalmente pirado por la dieta, pero si que creo que es un ejemplo perfecto para explicar mi teoría de que bailamos al son que nos tocan. Y atentos al asunto, porque la cosa está tan extendida que si por ejemplo tratáis de pedir algo sin alcohol cuando estáis con vuestros amigos, lo más probable es que prácticamente ellos mismos te obliguen a enchufarte una cerveza quieras o no, porque ¿cómo no te vas a pimplar, por Dios?.

Los políticos. Yo cuando nací resulta que se acababa de morir Franco. Yo no tenía ni idea de quien era Franco, solo recuerdo las monedas de 50 pts en las que salía su jeta, un tío con la cara redonda y calvo como el solo, creo recordar. A partir de ahí había presidentes del gobierno, ministros, congresos, parlamentos… todavía sigo sin entender muy bien como funciona la cosa. Me dan igual, tienen montado un tinglado ahí acojonante de amigos haciéndose y debiéndose favores unos a otros con el objetivo de chupar el máximo del bote común. Luego está la familia real que no tengo ni idea de porque están ahí y que siempre me han dado también igual, pero que últimamente me caen francamente mal. Y los medios de comunicación al servicio de todo este teatro dando la misma noticia de maneras totalmente opuestas. No me creo nada, dejadme en paz ya.

Las empresas… yo estuve en una donde hacíamos páginas webs calcadas unas de otras con el objetivo de cobrar cuantas más subvenciones mejor. El cliente ni las pedía ya, le dábamos todo el papeleo hecho y él solo tenía que firmar, después esa web nunca se volvía a actualizar. Mi jefe me hizo jefe de equipo o no se qué pamplinas y nos tenía en agosto en un piso de Bilbao a cuarenta grados sin un miserable ventilador mientras él se forraba vilmente. En la siguiente empresa estaba subcontratado y aunque la empresa del cliente nunca dejó de tener cifras astronómicas de beneficios, tenían a chavales currando por cuatro duros y encima están despidiendo a un huevo de gente. Al pedirle yo a mi jefe de ahora, después de dos años, si me va a hacer algún tipo de revisión de sueldo, algo que considero normal en cualquier empresa, me contesta que no se habló de nada de eso en la entrevista y acaba su email con un «con lo que estás cobrando, si no te llega, deberías revisar tu estilo de vida» a lo Montoro, viviendo por encima de mis posibilidades. Todo sin tener ni idea de qué hago yo o dejo de hacer mientras le veo pirarse de la oficina en un cochazo del copón bendito. Las empresas, hasta el momento, son la mayor mentira en la que me he visto envuelto desde que nací. Es cierto que nos toca tragar a cambio de la estabilidad que nos da el tener un sueldo fijo sin más preocupaciones que cumplir las horas, pero la sensación de estar actuando en su circo privado no se me quita ni con el baño de las noches. Todavía estoy por estar en una empresa en la que se preocupen de verdad por uno y no solo por obtener cuanto más beneficio mejor a consta de lo que sea y de quien sea. Eh, y con la siguiente que empezaré de aquí a un mes, ya voy nueve distintas.

No hablaré aquí de las religiones porque entonces no tendría fin y acabaríamos mal.

Pones la tele, al menos aquí, y salen grupos de música de un montón de chicos o chicas súper jóvenes todos cortados por el mismo patrón que cantan todos a la vez y bailan coreografías absurdas. Seguramente no tengan ni idea de componer música, no tienen mayor habilidad o mérito que una cara bonita y haberse aprendido un baile que ni siquiera serán capaces de inventarse ellos, pero mira por donde que están en absolutamente todos los programas de televisión, hacen millones de anuncios, les ves en carteles enormes por toda la ciudad, «triunfan». Tienen millones de fans, de seguidores adolescentes cuya aspiración es llegar a ser como ellos. Es algo tan triste, tan superficial… es una farsa maquinada por los medios de comunicación y las empresas que les funciona hasta límites increíbles. Eh! no hablemos tampoco del fútbol allí, que si no te gusta, eres el bicho más raro del mundo. Cuento con los dedos de una mano los partidos de fútbol que he sido capaz de ver enteros, y seguro que era porque todos mis amigos lo estaban viendo y no quedaba otra.

Resumiendo: no me creo nada de un tiempo a esta parte. Pongo todo en duda, me siento ajeno a tanta patraña que nos rodea. Veo a Kota que está ahí puesto en su cuna haciendo poco más que comer, dormir y tirarse pedos y pienso en todo lo que le espera. Ojalá que sepa elegir por su cuenta y no porque es lo que hay, ojalá que sea capaz de pensar por si mismo y plantearse absolutamente todo lo que tiene a su alrededor. Porque al igual que hay un sinfín de farsas esperándole, también existen cosas maravillosas que espero que sea capaz de distinguir y encontrar por su cuenta.

Yo, de momento, sigo buscando. No os creáis que tengo todas conmigo, últimamente estoy de un desconfiado subido que echa para atrás. Veremos si con el cambio de empresa, la cosa mejora. Que no me malinterprete nadie, no estoy amargado: yo vivo feliciano como siempre o mucho más con la llegada de Kota, muy ilusionado con mis cosas que espero que nunca se me quiten las ganas de hacerlas. Pero, ojo, que no me vengan con cuentos chinos que no me creo ninguno, que cada vez estoy más harto de tanta patraña, que yo sé lo que quiero y no necesito tanta tontería emborronándome la vida. Copón ya.

Lo que me hubiese gustado saber

Dicen que tener un hijo te cambia la vida, es curioso que muchos de los que me lo han dicho no tienen hijos, por cierto, pero esto es otro tema. Yo doy fé de que te la cambia aunque probablemente no sabré todavía, ni de lejos, cuanto. De momento hay un pequeño ser ahí con limitado poder de interacción que básicamente basa su existencia en comer, dormir, llorar y componer expresiones faciales sin coherencia alguna en el tiempo. La versatilidad de sus cejas es algo que me fascina: es capaz de pasar de la mayor cara de alucine del mundo a descojonarse a carcajada viva pasando por estar extrañado, alegre, eufórico, enfadado, triste incluso con ciertos tintes de melancolía fijando la mirada en un punto concreto en el que no tiene porque haber absolutamente nada. Todo esto en el mismo minuto. A veces da hasta miedo.

Decía que no soy capaz de saber cuanto cambiará mi vida porque de momento Kota sólo está ahí y aparte de lo obvio de no dormir y tener que estar pendiente, lo único quese he notado es que mi sentido de la responsabilidad ha aumentado, o casi que podríamos decir que se ha desarrollado: me preocupa mucho más, por ejemplo, poder ahorrar dinero a final de mes que cuando era yo solo que con que llegase para comer y pagar Karate, de sobra.

Pero Kota crecerá, irá a una escuela, a un instituto y a una universidad. Por el camino se enamorará un montón de veces, se peleará, le saldrán muchas cosas bien y muchas mal, tendrá amigos y enemigos, llegará a saber lo que le gusta y seguro que mucho antes lo que no, encontrará su lugar cuando sea el momento y, espero, que sabrá pelear por estar allí, por lo suyo, por los suyos.

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Yo intentaré ayudarle todo lo que pueda y pensando en esto me he dado cuenta que hay unas cuantas cosas que me hubiese gustado que me dijesen en vez de tener que aprenderlas a base de darme cabezazos con la vida.

Aquí van algunos pensamientos que me llevan rondando la cabeza últimamente:

– No pierdas el tiempo. Que el tiempo vuela es algo que oirás muchas veces pero cuyo significado no asumirás hasta que de repente la vida te lo escupa en la jeta. Créeme, no vas a tener quince años siempre, ni veinte, ni treinta. Estudia idiomas o elige un deporte y tira con él, o prueba muchos hasta que des con lo que te gusta pero no tires el tiempo como lo hice yo, que no te hagas, como yo, el eterno reproche de “debería haber empezado esto antes”.

– Aprovecha, sé consciente de que el ahora no va a durar. Es así. Mira a tu alrededor, échale un vistazo a tu día. Por mucho que te parezca que es igual que ayer y aunque sea igual que mañana, esto no dura. Cambiarás o te cambiarán de trabajo, de amigos, de lugar, de amores, de aficiones. Las personas que tienes cerca no van a seguir ahí, para bien o para mal, disfrútalas ahora mientras puedes. Yo vivía en mi pueblo y ahora lo echo de menos a morir. Tu ahora eres un bebé pero dejarás de serlo pronto, debo exprimir esta situación al máximo como lo haré con cada etapa de tu vida. Es así con todo. Los cursos se gradúan, los trabajos se cambian, los amores se desengañan, las personas se mueren. Es así, no hay nada que hacer. Exprime cada ahora para que cuando sea el después te acuerdes luego satisfecho.

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– Te tocará cumplir con tu rutina y creerás que no podrás tener tiempo para ti, pero debes entender que el contexto es importante. Nunca se van a dar las condiciones perfectas para nada. Siempre va a haber algo que no te guste, que no te cuadre, que te quitará las ganas. Aprende a analizar tu situación y sácale el máximo provecho, dobla las reglas del juego a tu favor. Si tienes que pasarte dos horas al día dentro de un tren, haz que ese tiempo sea tuyo leyendo libros, por ejemplo. Simplificándolo mucho: si quieres ir a correr pero toca que está lloviendo, cómprate un chubasquero y para adelante. No pierdas el tiempo en quejarte de tu estampa por lo que te toca porque nunca va a ser todo perfecto. La rutina es la manera más fácil y peligrosa de perder el tiempo porque no eres consciente de ello. “Ya lo haré cuando tenga más tiempo”, “cuando pasen los exámenes”, “cuando haga más frío”, “cuando haga más calor”… excusas…, el arte es saber buscarle las cosquillas a las horas para que te salgan las cuentas y puedas hacer lo que tu quieres amoldándote a toda situación y lugar.

– Amoldarte a todo… pero sin tonterías. Escúchame bien porque esto es importante: no tienes porque aguantar gilipolleces ni a gilipollas. Si alguien te hace sentir mal repetidamente, sácalo de tu vida. Hay gente que es así, que le dará por reprocharte cualquier cosa, por ridiculizar lo que haces, por tratar de hacer que te sientas mal por historias que la mayoría de las veces no tienen nada que ver contigo o con tu forma de ser sino con la mezquindad o triste vida del elemento en cuestión. Pasa de idiotas y sus idioteces. No dejes que te lleguen a importar, que no ocupen más de lo necesario tus pensamientos, y lo que es más importante: tus sentimientos. En serio: NO tienes porque aguantar tonterías, coge la puerta y vete a la mínima.

– Vas a tener días malos, muy malos. Por lo que sea. Habrá días en que todo será una mierda pinchada en un palo: todo saldrá mal, te dolerá la cabeza, perderás la cartera y llegarás tarde a algo importante. Es igual. Estos días no tienen remedio, van a pasar y te tocará tragártelos pero a mi me hubiese gustado que me dijesen dos cosas: una es que no decidas nunca nada. En el transcurso de esos días he tomado las peores decisiones de mi vida, de las que me he arrepentido. Y la otra es que no eches la culpa a nadie de tus movidas aunque creas que la tienen en esos momentos. El 99% de estos días son fruto del azar, olvídalos cuanto antes y no dejes que encima afecten al resto de tu vida.

– Cuida tu cuerpo. No te digo que hagas pesas y te pongas cachas, pero si que seas capaz de correr cierta distancia sin demasiado problema, que te puedas mover bien; mantente ágil, capaz, no te dejes nunca porque nunca sabes cuando va a ser importante que sepas responder ante ciertas situaciones. Aunque no le pasó nada a nadie, el día del terremoto yo fui de los primeros en salir corriendo del edificio saltando por encima de la valla.

– Respeta a todo y a todos. Nadie es más que nadie y tu tampoco. Da los buenos días, saluda, cede el paso, da las gracias más veces de las que haga falta por mucha confianza que tengas con alguien. Deja todo tal y como lo encontraste o mejor: la mesa del bar, el asiento del tren, el baño de la oficina… dirá mucho de ti. Especial cuidado a las “situaciones propiciadas”, que son situaciones en las que te has visto gracias al esfuerzo de otra persona: aprende a valorarlas y respétalas como se merecen. Si vas a un restaurante que ha reservado alguien por ti, no te pases la cena quejándote por la comida por muy mala que te sepa. Si te apuntas a un viaje organizado por un amigo, no le des por saco con lo que no te gusta. Si acaso, para otra vez lo organizas tu mejor.

– Filtra el ruido. Hagas lo que hagas va a haber alguien que pretenderá saber más que tu aunque no haya hecho nada en su vida. Fíntalos. Aprende a diferenciar los que de verdad saben y aprende de ellos, ignora a los ruidosos. Normalmente los que valen no van dando lecciones por la vida y al revés. Por supuesto: sé humilde si alguna vez crees que destacas en algo, probablemente no seas tanto como te parezcas.

– Cuida a tus amigos, a los tuyos, como te gustaría que te cuidasen a ti y esto te lo dice uno que no le coge el teléfono ni al papa. No respondas a emails con dos líneas, preocúpate por ellos, cuéntales cosas porque sí sin esperar a que sean ellos los que den el primer paso, rodéate de gente que te convenga y haz porque tu les convengas también. No es difícil: evita chantajes emocionales, reproches, quejas y jilipolleces y pasa de ellas si te viniesen. Quédate con lo que de verdad importa: que estén y estés ahí cuando se necesite, que se celebren los triunfos sin envidias y se tire del que se caiga hasta que se levante. El resto es attrezzo.

– Sé tu mismo. No hagas las cosas solo porque es lo que hacen los demás, busca tu camino, no tengas miedo a ser distinto, a hacer el tonto, a ser el raro. Siempre que no te de por ponerte un embudo en la cabeza para ir a clase, yo te apoyaré incondicionalmente. Este mundo está lleno de tonterías y banalidades que no tienes porque acatar. Piensa por ti y decide según lo que crees, no por lo que hagan o dejen de hacer los demás.

– Ríete. Ríete todo lo que puedas. Que no acabe el día, aunque sea el mierderday que toca de vez en cuando, sin haberte descojonado de algo. Los problemas que tenemos no van a solucionarse porque lo pasemos mal encima, que te rías no significa que te den igual. Deshuévate todo lo que puedas de ti y de lo que te pase y si puedes hacer que alguien de tu entorno se descojone contigo, mejor. Por Dios, ríete mucho siempre, uno de mis objetivos en esta vida no es solo que lo hagas sino que aprendas a saber hacerlo. Para cuatro tardes que vamos a estar dando vueltas, que por lo menos tres valgan la pena.

Probablemente yo no cumpla ni la mitad de los puntos de esta lista, pero sí que me hubiese gustado que me hubiesen puesto sobre alerta y seguramente me habrían ahorrado disgustos que todavía hoy me como con patatas. Aunque, mira, después de escribir esto y pensándolo bien… yo me he dado cuenta de estas cosas con el tiempo y este aprendizaje es parte de como ha sido mi vida con lo que quizás sería bueno que uno se de cuenta por su cuenta, precisamente…

Veremos por donde sale Kota… y veremos por donde tiro yo…

De la mano con Toscano: el incubalegañas

Mirad que guapo está mi Kota, mirad mirad:

Processed with Analog

Jaja, lo dejo aquí que luego Fran me llama ikucansinoooooo.

Total, que ya iba siendo hora de recuperar una de las secciones míticas características del blog que ha tenido la osadía de ponerse delante de ustedes tiempo ha:

¿Que de qué trata esta copla?, pues mayormente de que si partimos de que aquí en Tokio venden prácticamente todo lo imaginable, me parecería un desperdicio máximo que el Tío Tosca que les escribe no se ofrezca voluntario a rebuscar de entre todos esos productos aquellos que destaquen por una u otra cosa. Vamos, que mayormente me compro todas las tontás que se me cruzan por el camino y ya que las tengo, aquí las presento en sociedad y así de paso me sirve como excusa para otear el mercado.

Vayamos, sin más troquetronches, a los antecedentes del asunto: resulta que en mi empresa, que de normal no sé yo si tiene mucho, echamos siesta. Si señor, el mito spanish por excelencia mira por donde que se me ha hecho realidad aquí en Tokio. Ojo, no vayamos a pensar que esto es normal porque, que yo sepa, sólo nosotros lo hacemos. Pero sea como fuerererequere que a las tres de la tarde suena una alarma, bajamos las persianas, apagamos las luces y nos sobamos todos hasta veinte minutos después (a mi a veces se me ha escapado algún cuesquer, pero no digáis ná!! :secretico: )

Por otro lado, pongamos que Kota, que duerme con nosotros en la misma cama y no para quieto, me deja dormir un ojete, así que este ratillo de cerrar los ojos y echarse cuatro silbidos después de comer es gloria bendita. Pues bien, para maximizar el factor relajabilidad del asunto, resulta que existen unos antifaces que los abres y están calenticos por un rato bien largo, pensados para colocártelos en cualquier momento del día en que necesites descansar los ojos.

Siguiendo con la tradición de la sección, es menester bautizar semejante invento.

Lo llamaré:

¡¡ El incubalegañas !!
;)

Jodé, la última foto parece un sujetador hipster. Bueno, pues el caso es que yo no lo sabía, pero da mucho :gustico: echarse una siesta con los ojos calenticos y luego cuando te lo quitas, te queda una sensación ahí de recosica importante que perdura y maximiza la actividad rascateclil por el resto de la tarde. Las variables se declaran solas, no os digo más, los fors y los whiles dan hasta pena que se acaben.

Esta movida es una evolución de los Kairo que llevan existiendo aquí desde hace un montón de años. Son unas bolsicas que tienen no se qué elemento químico dentro que nada más que lo abres reacciona con el aire y se mantiene caliente algo así como ocho o nueve horas seguidas. Los venden de todo tipo: grandes, pequeños, con pegata, sin pegata, para las piernas, para metérselo en los calcetines… sin duda la manera de usarlos por excelencia es pegártelos por el cuerpo siempre y cuando no toquen la piel porque corres riesgo de quemarte. Yo llevo uno enchufao en la tripica desde que me ducho por la mañana porque la rasca que hace al venir en bici es bastante importante:

Y luego, y esto que no salga de aquí, llevo otro pegado en el culo. No en el culo culo, sino justo en la rabadilla pero la gracia es que lo llevo pegado en el calzoncillo por la parte de atrás y el otro día lo debí echar a lavar con eso pegado. Chiaki no sabía la pobre cómo afrontar la conversación…. estooooo, Oskar que… bueno, sin rodeos: ¿me quieres explicar porque coño llevas un calientatronchos en el culo?!?!?!?

Total, cambiemos de tema rápido, jaja, además de esto no hay foto. ¡Lo siento chicas!

Lo siguiente al Kairo bolsero es un Kairo USB que, por supuesto, también me he comprado. De hecho me compré dos, pero se me ha perdido uno por el camino. Mecagüen :peneke: , por cierto. Al final es un chisme igualito que los iPods antiguos con un puerto mini-USB para cargarlo. Después tiene un botón que si lo enciendes, eso se calienta un huevo durante más o menos una hora:

El cacharro mola para enseñar, pero el tener que andar cargándolo siempre es un coñazo y además solo dura una horita que no da para nada. Mucho mejor un Kairo calzoncillero que te tiene ahí con gustico bajero todo el día!!

Ala pues, partamos por la senda correcta que no es otra que :bythesegao:

Processed with Analog

Entendederas

Cada vez más creo que coincide con algún resfriado gordo o principio de gripe, la verdad es que nunca he sabido cual es cual. «Gripe mal curada» creo que decía mi madre… o está curada o no está curada, pensaba yo. Total, el caso es que a veces a uno le viene una semana dada la vuelta: por las mañanas te levantas con el doble de sueño aún habiendo dormido las mismas horas, te sientes cansado, somnoliento, sin fuerzas… y normalmente en dos o tres días es cuando te empieza a doler la garganta y te sube algo de fiebre. Después se pasa y a otro puchero a untar en otra sopa para olvidar que esa semana no valías ni para cocido.

La anterior fue la siguiente a una de esas semanas. Quizás por eso, por no haber podido vivir con la intensidad deseada, la semana siguiente a esa semana de mierda suele ser una semana de puta madre. La coges con muchas más ganas y ese fue el caso de la semana pasada: fui al gimnasio todos los días, a Karate los que tocaba, estudié japonés, no aparqué la bici más que el día que vino el tifón para venir a la oficina y aunque me metía a dormir cuando los búhos ya se están echando copas con las lechuzas, al día siguiente me levantaba aliñando al mundo de buena mañana para zampármelo con dos huevos después del café.

El viernes, el responsable del equipo de desarrollo de mi proyecto, o sea el responsable del rascateclas que ahora mismo les rasca, vino a mi sitio para la reunión del viernes por la tarde, la última antes del fin de semana. El tío es más majo que un puñao de pipas peladas y encima sabe un huevo de lo que hace así que tiene mi respeto ganado prácticamente desde el principio. Esto sólo me pasa con dos personas más aquí dentro, no diré más. Pues bien, este buen hombre viene por detrás por sorpresa justo cuando yo estoy borrando algo de la pizarra blanca y me empieza a dar de hostias en la espalda mientras dice traducido algo así como «mecagüen la madre que parió al jenkins este». Son hostias suaves, de bromas, en plan como que si pilla al que programó el sistema del Jenkins ese le saca a secar al sol.

En Japón, el contacto físico no está bien visto. Los ciudadanos de a pie lo evitan en todo lo posible y se limitan a pequeñas inclinaciones de cabeza para saludarse. Incluso evitan mirarse directamente a los ojos.

Ese mismo día un par de horas antes me viene con cara de mala hostia y me dice: «Oskar he revisado lo que has hecho y ….» de repente cambia la cara a descojonarse vivo » ¡¡está perfecto!! ¡¡súbelo a producción!!». El soneto con rima asonante en que se convirtió mi cara costó en volver a prosarse porque no paró de partirse el ojete hasta un rato después.

Los japoneses son fríos, distantes, viven para trabajar y rara vez hacen vida familiar más allá de los fines de semana. Su vida es la oficina donde apenas se levantan de su puesto de trabajo ante la mirada inquisidora de sus superiores.

Llega la noche, esta vez no voy a Karate porque el sábado nos vamos a la casa nueva y todavía queda mucho por preparar. Al día siguiente a primera hora vienen los de la empresa de mudanzas, la hora concertada es las ocho de la mañana. A las ocho y un segundo según el reloj de la cocina llaman a la puerta y sube un señor con gorra de beisbol, unos brazos con cuarenta músculos más que tu y que yo y dos o tres cafés o tés en el cuerpo porque no para de hablar. En cinco minutos ya sabe de donde soy, el tiempo que llevo en Japón, lo de mi trabajo dentro de una oficina al resguardo de la lluvia, el frío y los odiosos muebles de Ikea que no hay Dios que monte después y ya se sabe el nombre de mi hijo, donde va a nacer y cuando. Yo, sin pretenderlo en ningún momento, me entero que se ha casado en España, que sabe decir uno dos y tres, y que anda que no están buenos los champiñones al ajillo.

En un rato suben cuatro más: dos pares de rapaces con la mitad de edad que el señor de cuatro triceps. El más alto es más soso que un kilo arena, pero parece buena gente, por lo menos llega a bajar los vasos de la estantería de arriba. De que se ponga de puntillas orienta la antena al Hispasat y me sale Matías Prats dando el parte. En cinco minutos tienen la casa forrada con una movida como de esponja, en diez tienen la mitad de las cajas ya cargadas en los dos camiones, en quince nos enteramos que la paella también le gustó un huevo y yo le he recomendado ya el restaurante de Ebisu que me sé y en veinte estamos ya camino de la nueva casa. Cinco mostrencos trabajando a toda hostia, tremendamente puntuales, poniendo todo el cuidado del mundo con un jefe más majo que quedarse solo en casa con un bote de nocilla y una cuchara sopera.

Cuando estamos cerrando Chiaki y yo la puerta de casa, vemos que los de la mudanza le han dejado una caja con pañuelos de papel a los de los pisos vecinos por las posibles molestias que hayan podido causar. Yo me quedo con una sonrisa en la boca. Un trabajo típico de chapuzas hecho con exquisito cuidado, con pulcritud, con atención al detalle y con un tipo al mando al que le das un micrófono y una cámara y seguramente te monta un circo del copón de la baraja sin quitarse la gorra ni escupir el palillo de la boca.

Al llegar a la casa nueva ya tienen el portal forrado de nuevo con la movida esa acolchada (que llamaré acolcher a partir de ahora) y eso que es la siguiente estación y nos hemos dado prisa. Les abrimos, el tío entra y mira la casa nueva y pega un silbido: «jodé, menuda pedazo de chabola» viene a decir. Emite otro par de sonidos agudos y ya tiene al mayor bigardo a este lado del Megurogawa montando una lámpara mientras el resto forra hasta a mi padre con cartones y acolcher max 200. «Torasutos de cocina» lee en voz alta descojonándose, «¿esto qué es? ¿inglés?, que coño, será español, no?, vete a saber que pondrá pero pesa como un demonio empachao, ¿donde queda esto?». «Todo en la sala», dice Chiaki. Yo hago un amago de explicarles lo que pone pero no tengo ni las palabras pensadas en japonés cuando el señor que habita debajo de una gorra ve al bigardo que no atina con la lámpara de Ikea y le pega cuatro voces: «quita copón, que todo lo que tienes de alto lo tienes de manazas, ya lo hago yo». Pero él no llega, claro, ningún ser humano llega a pelo más que el bigarder y así nos lo hace saber: «juas, ¿y ahora cómo hago yo esta movida?, me he pasado de listo, bigardeeeer trae la escalerica». Y montado en una escalera con las patas forradas en acolcher extraplus monta una lámpara de cinco focos no antes de decir cuarenta veces que las lámparas japonesas son de poner y ya, que jodé con los suecos y la madre, con todo el cariño del mundo, que los parió a todos.

Después se van por donde han venido y nos hacen bajar a que les echemos un ojo a los camiones para firmarles un papel en el que pone, entre otras cosas, que no se han dejado nada nuestro dentro. Nosotros les damos unas latas de cerveza y no les invito a cenar porque el bigardo tiene pintas de comerse a Dios por una pata y tampoco tengo muy claro en qué caja queda la paellera. El jefe se ríe y más contento que un ruiseñor se las enseña a los otros: «mirad lo que nos han dado, luego nos las pimplamos a la salud de vuestro hijo». Después nos hacen mil reverencias y se van. El bigardo no se ha reído ni una sola vez, el jefe no ha parado, a los otros tres prácticamente no les hemos oído. Por el camino se acuerda de algo y llama por teléfono a Chiaki: «ah oye, que con el pack este de la mudanza tenéis derecho a mover una cosa grande y cuatro pequeñas, así que si la cama la queréis mejor en otro lado o la mesa en la otra habitación nos llamáis y viene uno de nosotros y os lo mueve gratis».

En dos horas la mudanza hecha, una experiencia para recordar y la sensación de que en este país las cosas funcionan como en ningún otro. Claro que nos podría haber tocado un tío serio como el que nos colocó la lavadora ayer que no se reía ni pegándole con un palo, pero no fue así. Aunque hubiese sido normal. Como es normal que en la oficina de Zamudio donde estaba yo había cuatro gilipollas bordes lameculos y veinticinco mil personas encantadoras. Como es normal que en Tokyo vayas a un bar y a lo mejor hay un tío más tonto que Abundio que te mira mal porque eres extranjero pero que al resto del bar se la suda y seguramente cuando lleve un par de líquidos de la risa de más encima te venga a hablar porque le haces gracia. Como es normal que vayas a comprar algo a un centro comercial de Bilbao y lo mismo te puede tocar la tía más tonta del mundo como el señor más encantador del barrio. Como es normal porque todos somos personas cada cual con sus soserías de mal día y sus saleros de días garbosos y da igual que uno esté en Japón que en España que seguramente en casa Cristo aunque yo no he estado, que me apuesto el otro bote de nocilla que me queda a que será igual. Que cada cual es como es: el mayor tontaco del mundo, la persona más simpática de la tierra, el tío más callado del universo o la perraca más perraca de Falcon Crest con gripe mal curada.

Lo que no es normal es lo otro: pensar que todos son iguales por ser de un lugar. Eso si que no es normal.

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Intento de cambio de tercio

Era una empresa de informática ubicada en Ginza. Vendían artículos de cierto lujo por internet, el sueldo era muy bueno y más o menos yo cumplía todos los requisitos del puesto de programador. Aquella era mi segunda entrevista después de pasar un test on-line. Esta vez tocaba programar en javascript durante una hora bajo la atenta mirada de tres miembros del equipo encargado de la cara visible de la web. Al igual que con la anterior de Ruby, no se me dio mal tampoco: fui capaz de sacar adelante lo que me propusieron sin demasiado problema.

Entonces entró un tipo calvo con ojos azules de esos que cuando te miran parece que te atraviesan. Salvando el color de ojos, tenía esa misma mirada perdida, ida y nunca venida, de loco que John Malkovich en sus películas. Su papel también estaba conseguido: iba a ejercer de entrevistador borde y con ese tono bien asumido, empezó a disparar una serie de preguntas de las que probablemente pocas personas sabrían las respuestas, o seguramente es que yo soy poco práctico tratando de memorizar tonterías:

– ¿Por qué se dice que Ruby un lenguaje de «method missing»? ¿te sabes todos los códigos de error HTTP? ¿cómo está implementado internamente un hash?…

Creo que supe contestar una o dos de veinte. En algunos casos eran conocimientos olvidados al minuto siguiente de graduarme de la universidad; la otra mayoría eran preguntas trampa cuyas respuestas prácticamente nadie que se dedique a programar se sabe, porque no se necesitan en el día a día y si se diese el caso, internet provee. Malkovich, sin embargo, consideraba muchas de estas preguntas «básicas» para el puesto, y cuando yo, con media sonrisa en la cara, contestaba que no sabia me volvía a preguntar si de verdad había estudiado informática, que le dijese el nombre de la universidad porque «no pensaba que era real».

A la cuarta o quinta pregunta ya tenía claras dos cosas:

– Que el tito John era total, absoluta e inequivocamente gilipollas.
– Que a mi, en realidad, me daba igual de verdad todo esto de la informática. Que me dan igual los códigos HTTP, las listas enlazadas y sus notaciones O. Que no sé qué coño estaba haciendo yo allí más que perder el tiempo delante de un tonto del haba que creía tener la sartén por el mango y que yo le debía la vida cuando a mi aquella farsa me era indiferente.

Al tarado calvo le sentó mal que le contestase tres veces seguidas que no sabía, porque en realidad es que yo ni hacía ya por pensar porque me estaba dando igual aquella comedia desde hacía un rato, y me dijo «bueno, pues ya está, no tengo más que hacer aquí». Así me dio a entender que yo no tenía absolutamente ni puta idea de nada y se fue sin decir adios. Yo en vez de decirle que era de las personas más ridículas que me había echado en cara últimamente, le di las gracias e incluso me levanté del asiento para despedirle demostrando que allí, en aquella sala, al menos había un tío íntegro. Aunque en aquel momento me hizo gracia, ahora pienso que que fuese un entrevistador no le da derecho a faltar al respeto a nadie, y que le habría venido bien que le hubiese dicho cuatro cosas. O encadenarle una hostia. Una hostia bien dada siempre ayuda a reflexionar al hostiado y gratifica al hostiante. Encima a mi John Malkovich siempre me ha caído como el culo.

Ayer llegó la respuesta de la secretaria de la empresa en la que me dicen que, oh sorpresa, «se han decantado por otro candidato».

Aproximadamente un mes y medio antes también estuve en otra entrevista de trabajo. La oferta era para «Profesor nativo de inglés para organizar actividades para niños» y el puesto era precisamente para esto mismo: organizar y dar clases de distintas actividades a niños, pero en inglés. El objetivo es que los chavales aprendan inglés pero no con la sensación de que lo están estudiando, sino pasándoselo bien cocinando un flan, haciendo escalada, dándole patadas a un balón o pegando patadas de karate…

Me pareció una idea increíble y pensé que yo sería capaz de hacer un trabajo así, que a ver por qué no. Y cogí y escribí una carta de presentación enviando mi solicitud para el puesto. Le dije a quien fuese que lo leyese que no mirase mi curriculum puesto que yo no era profesor y tampoco cumplía lo de nativo de inglés. Pero le rogué que leyese esa carta de presentación hasta el final. Allí le conté que yo fui profesor de Karate hace muchos años en mi pueblo, que me gustan los niños, que voy a ser padre este año y que no veo el momento. Guiado por la mayor sinceridad que fui capaz de desempolvar, le dije que hacía años que no sentía satisfacción por mi trabajo, que no me parecía algo humano, que no era algo real. Que era imposible que hacer una página web, por muchas visitas que tuviese, suscitase el mismo nivel de satisfacción que ver a un niño aprender, sonreír… saberte parte importante de su infancia, que lo que haces tiene repercusión real, que le importa y le vale a alguien. Creo que puse que no era ni la misma clase de satisfacción, que no eran comparables. Puse, en perfecto inglés, que aprendería más inglés, que daría clases yo mismo para pronunciar mejor si hacía falta. Le dije que si me cogía, si me daba la oportunidad, iba a tener ahí a un tipo que se iba a dejar la piel por ver a los chavales reírse y aprender a partes iguales, que puede que encontrase a mucha gente con mejores credenciales, con más experiencia, con mejor preparación para el puesto, pero que a ganas les ganaba yo por goleada.

Y me llamaron y me hicieron una entrevista porque al presidente le gustó lo que yo había escrito allí y decía en aquel email que quería conocerme. Así que siguiendo las indicaciones, acabé en Tsukiji, a escasos metros de la lonja de pescado más famosa del país. Por el camino y prácticamente al lado de la oficina me encontré con un restaurante con el nombre de mi mujer. Ni el nombre ni los kanjis son demasiado habituales y yo, que me dejo ilusionar a nada que sople el viento, me tomé aquello como una señal. Tanto es así que se me humedecieron los ojos como el bobalicón que soy.

Ya sentado en aquella sala, un señor más bien jóven aunque con canas, me dijo que era un tipo valiente, peculiar, que si de verdad odiaba tanto los ordenadores, que para cuando iba a ser padre y que si su madre era japonesa porque seguro que el niño sería muy guapo. Los niños mixtos siempre son guapos, repitió…

Atiende Malkovich cómo se empieza una entrevista, calvo lunático de mierda.

En un tono amable, aquel tipo que se parecía a Miyazaki el de las películas de Ghibli, me contó que el puesto sería, efectivamente, para dar clases pero que también querían que mantuviese la web de la empresa con lo que me dijesen las madres de los chavales, es decir, que me tocaría también ir evolucionando el sistema web con el que profesores y madres gestionan y hacen seguimiento de las clases. Me pidió perdón porque después de leer la carta asumió que yo no quería tener que ver con nada que tuviese una pantalla y me insistió en que sería sólo ocasionalmente, que mi misión principal sería buscar, organizar y enseñar a los chavales. Que sería sensei, que lo de rascateclas sólo de vez en cuando. Pensaron que sería buena idea que aprovechando que yo sabía, que iba a ser mucho más efectivo que yo mismo, como usuario, mejorase el sistema a la vez que era profesor. No me pareció mala idea.

Después hubo una segunda entrevista y una cena que pagó este mismo señor en la que ya me hablaba como si fuese yo uno de sus empleados. «Tienes que estudiar japonés, tienes que ser capaz de leer y escribir sin problemas, eso es algo que tenemos que arreglar» me decía mientras yo no hacía más que imaginármele dibujando a Totoro con un paraguas.

Lo que son las cosas: ayer llegó una oferta formal y hoy, después de echar muchas cuentas y hablar muchísimo con Chiaki, he tenido que rechazarla. Ya no soy yo solo, las decisiones que tomo no me afectan ya solo a mi, ahora son cosa de dos, de casi tres. Es cierto que perdería dinero, pero podría hacer algo que me entusiasma. Cambiaría estúpidas estimaciones-farsa con el único sentido de tener algo con que apretarte los tornillos después, con ponerme el karategi de Karate y enseñarles a los niños, en inglés, cómo se pegan patadas laterales en el arte marcial que crearon en su país. Aparcaría esos javascripts que nunca funcionan y jamás lo harán a la primera en Internet Explorer y me metería a llevarme a los chavales a un rocódromo en Tokyo para contarles porqué no deben cruzar las piernas. En vez de leerme documentaciones de APIs, usaría internet para encontrar nuevas actividades, nuevos locales, nuevas experiencias que compartir con niños japoneses de hasta seis años que harán que llegue a casa con la sonrisa del que disfruta cada minuto de su trabajo.

La razón principal por la que he tenido que, espero, posponer esta oportunidad es que para que un banco me dé un crédito, tengo que llevar al menos dos años con contrato fijo en la misma empresa. Me falta medio año, después, si todo sale bien, podré tener total libertad para cambiar si las condiciones económicas lo permiten.

De todo esto he aprendido un par de cosas. La principal es que es perfectamente posible: he estado más cerca que nunca de cambiar de profesión y si hay suerte quizás pueda hacerlo en un futuro cercano. La segunda es que, efectivamente, tener un hijo te cambia la vida y ya no puedo tomar decisiones tan a la ligera de estas más de mi instinto y de mi corazón que de mi cabeza. Todo se debe enfocar a que ese chaval tenga lo mejor que le podamos dar en cada momento y no queremos que esté en una habitación, en una casa que nos resistimos a amueblar y decorar en condiciones porque no es nuestra.

Pero… no sé. Sigo creyendo que aquello fue una señal y que esto no se acaba aquí…

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