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Una semana en Tokyo y alrededores, día 2

Hooola!, ¿cómo estamos?, yo bien gracias, últimamente me duele menos el brazo y como ya puedo ir a Karate, pues contentete!!

Total, que aquí sigo dándole vueltas a cómo sería mejor que pasasen los días por Tokyo los que se vienen a verme en marzo, y de paso lo comparto por si a alguien le vale porque soy un tipo generoso y campechano. No hace falta que le digáis a Bárcenas que me de ningún sobre, esto lo hago por amor al arte.

Si el primer día nos fuimos por lo segao desde Shinbashi hasta Odaiba pasando por Hamarikyu y acabando las horas con los huevos en remojo en un onsen, en el segundo día nos va a tocar desmarcarnos por las bandas entre templos y pagodas, Tosca Style.

Atarse los cordones, que salimos ya.

:felicianer:

Día 2: Honmonji, Sky Tree, Asakusa

Honmonji es el templo de mis amores, uno que no sale en ninguna guía y quizás, por esto mismo, es uno de los más auténticos que todavía quedan por descubrir de Tokyo. Lo encontré de casualidad saliendo a correr una noche y desde entonces no he dejado de recomendárselo a todo el que me cae bien (en efecto, amigos, me caéis bien de pimeras, soy un tipo simpático: si ya me dejáis un comentario, hasta bailo!).

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Está en lo alto de una colina a la que se accede por unas majestuosas escaleras que nos revelan la entrada y el enorme edificio principal. Seguro que si le preguntáis a la pagoda de cinco pisos que queda a la derecha, os cuenta las veces que me ha visto coserme a su vera las grietas que amenazaban con desgajarme por momentos el corazón. He pasado tantas noches solitarias paseando por allí que me está pareciendo hasta incómodo hablaros de este lugar, que fue mi rincón secreto durante años.

Justo enfrente de la pagoda hay un pequeño observador desde el que se ve Yokohama y hasta el Monte Fuji en días claros. Allí mismo, al pie de la escaleras, no es raro ver pequeños grupos de jubilados sentados en el suelo jugando al Go y dos o tres gatos que seguro que se saben de memoria quien de estos señores trae más pan en los bolsillos de la chaqueta.



No hay tiendas, apenas un pequeño restaurante llevado por dos ancianas y un tímido escaparate de amuletos hechos a mano por los monjes. Pero tampoco hay miles de personas que te empujen y salgan inevitablemente en todas tus fotos. Estarás prácticamente sólo en un lugar mágico como pocos. O eso me parece a mi.

Se llega desde la estación Ikegami de la línea de mismo nombre, a la que se accede desde Gotanda (Yamanote) o Kamata.

Pero para salir de allí y encadenar con la siguiente que tengo yo pensada, lo suyo es bajar las escaleras que quedan al otro lado y ya ir andando hasta la estación de NishiMagome, donde viví yo durante cinco años. Hay dos razones para esto: la primera es no perderse la pagoda roja erigida en el lugar donde fue incinerado el fundador de la rama del Budismo al que pertenece al templo…

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… y la segunda es que desde Nishi Magome sale la línea Asakusa que nos llevará hasta la estación Oshiage donde visitaremos el imponente pincho moruno que es la Sky Tree.

Aquí va un mapa del templo, dónde está cada cosa y cómo llegar andando desde las dos estaciones (Ikegami de la línea Ikegami, y Nishi Magome de la línea Asakusa):


Ver Honmonji de mis amores en un mapa más gordico

Una vez que nos montemos en un tren desde Nishi Magome pueden pasar dos cosas en una estación llamada «Sengakuji»: que el tren siga como si nada, o que de repente se baje todo el mundo y os toque hacer transbordo a otro tren que está al lado. No preocuparse que es lo normal. Sengakuji además es donde se encuentra el templo de la famosa historia de los 47 ronin, pero tampoco hay demasiado que ver así que montaros en ese tren (o quedaos en el que estabais) y tirad hasta Oshiage (pasareis Asakusa de largo, pero allí volvemos después, cuando se haga de noche).

La estación os deja al mismo pie de la Sky Tree, justo justo al ladico del pinchaco más alto del mundo… y además tiene un significado especial para nosotros, porque yo conocí a Chiaki en una de las excursiones que organizaba su empresa y que llevaban a los clientes a ver cómo la estaban construyendo. Así que mira, excursión con muy buenos recuerdos!

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En la Sky Tree hay un par de cosas que se pueden hacer a parte de descoyuntarse el cuello mirando para arriba y sacarle foticas: chupar cola para subir arriba del todo o perderse por las mil tiendas del centro comercial que está a sus pies. Yo recomendaría lo primero y me olvidaría de lo segundo, total, no creo que hayamos venido a ver Zaras y Uniqlos y si tenéis hambruna, que seguro que ya será el caso, esperaros un poquitín más que en Asakusa hay un montón de buenos restaurantes que no nos podemos perder.

Así que la Sky Tree, con su visitica a arriba y sus fotos como Buda manda, y después nos vamos andando hasta Asakusa, que nos pilla a un cuarto de hora si vamos por lo segado o a quince minutos si vamos por donde la hierba fue cercenada. A la que os queráis dar cuenta, estaréis enfrente del edificio mojonero de Asahi y en un tris en la puerta Kaminarimon que os llevará por una calle atestada de tiendas hasta el templo Sensoji que lo cierto es que no es mucho más que el Honmonji que hemos visto por la mañana. Eso sí, la vidilla del lugar es totalmente distinta: ricksaws, tenderetes de comida, tiendas de recuerdos para turistas… y miles de millones de personas por todos los lados.

Aquí va mi plan: dar una vuelta por las tiendas, ver el templo así por encima y tirar para la calle de los restaurantes callejeros, donde podréis sentaros en cualquier mesa en la misma calle y comer y beber como campeones hasta que se haga de noche. Si decís que vais de mi parte, os dirán que quien coño es ese tío, pero si le enseñáis una foto del Lorco a las chicas del restaurante que os señalo en el mapa, tened por seguro que os pondrán en una de las mejores mesas y no descarto yo un par de platos de edamames de gratis. ¡Anda que no les ha generado gasto allí el gachó! pero bien gastado, porque es un sitio muy chulo al que toca volver de vez en cuander.


Ojetear Sky Tree a Asakusa en un mapa más gordo

Y cuando se os haga de noche allí doblando cervezas y apurando platos, ya entonces si, ya es cuando merece la pena volver al templo y verlo iluminado sin apenas gente. Si señor, esto es otra cosa ya… las tiendas estarán cerradas, pero el paseo por semejante lugar por la noche es algo que nadie debería perderse: es un sitio totalmente distinto con el templaco y la pagoda iluminada… Yo he llegado incluso a ver maikos que parece ser que quedan también en Tokyo, pero es cierto que sólo fue una vez.

Ojo a ésta última foto porque esa esa la calle que os digo de los restaurantes con sus tenderetes al aire libre, el ambiente que se ve es el que hay (aunque sea de noche).

Y de aquí pues sólo quedaría irse a la cama porque al día siguiente toca excursión fuera de Tokyo…

:triki:

¿qué nos tendrá preparado el tío Tosca para el tercer día? ¿lo sabrá él ahora mismo mientras escribe esto? ¿se lavará alguna vez su compañero de oficina la sobaquina mora? ¿ein? ¿ein?

¡¡ Buen fin de semana !!
:gambi:


Ikegami Honmonji Oeshiki

Allá por el 1282 un señor feudal llamado Ikegami Munenaka donó casi 52 acres de tierra para la construcción de un templo cerca de la estación Ikegami en Tokyo, en lo alto de una colina desde donde se divisa el monte Fuji, Yokohama y el oceano pacífico con el actual aeropuerto de Haneda.

Allá por el 2007, un elemento de Zalla llamado Oskar Díaz fue a alquilar una casa a medio camino entre la estación de Ikegami y la de Nishi Magome. Se cuenta que una noche salió a correr divisando una pagoda entre árboles y para allá que trotó descubriendo uno de los templos más majestuosos de Tokyo del que apenas se sabe nada… afortunadamente. Poder pasear en solitario por semejante lugar es un lujo que no ha de durar.

En tamaño emplazamiento, también por la noche, se celebra una ceremonia budista llamada Oeshiki todos los 12 y 13 de Octubre coincidiendo con la muerte del principal representante de la orden budista que rige el templo, Nichiren Shonin. A pesar del carácter religioso de la celebración, lo que allí se ve es una procesión interminable de pagodas decoradas con farolillos y mil ornamentos de los grupos de bomberos del periodo Edo, que van desde la estación de Ikegami hasta el interior del templo para honrar a Nichiren Shonin y, quizás, pedir otro año sin incendios.

Las pagodas de la procesión están decoradas de forma que parezcan cerezos en flor porque según cuenta la leyenda, cuando Nichiren Shonin falleció, los cerezos de la zona florecieron fuera de época.

Flautas, taikos, bailes y mucha mucha energía balanceando los Matois, que son los estandartes que se colocaban en los tejados de las casas de al lado de la que ardía para señalar su ubicación. Lo curioso es que cada grupo de bomberos, dependiendo de la zona de Tokyo, tenía uno distinto, a cada cual más vistoso. Hoy en día sólo se utilizan para este tipo de festivales y el que más triunfa es el que menos se está quieto.

No hay mejor plan que llegar a casa después de una insípida jornada de trabajo, dejar las cosas y pasear hasta allí con la misma emoción de la primera vez que lo descubrí hace cuatro años. No te librarás de las bromas de los comerciantes cuando vean tu cara, te dirán cuatro palabras en inglés entre carcajadas que arrancarán la tuya más de una vez y encima te llevarás, de propina, una ración de takoyaki y seguro que dos, o tres, cervezas.

Si ya no te falta con quien brindar, ni te cuento.

La nevada

Me despierto con un ataque de tos traicionero que me recuerda que no hace tanto que estuve encerrado entre éstas cuatro paredes una semana entera, lo que me empuja a levantarme y vivir el día lo más vivo que pueda.

Pero tengo sueño, mucho sueño… y últimamente cuesta sacarle un poco de brillo a los días que vienen con una capa de incertidumbre y nervios, de poder y no querer. Todo está girando en torno al cierre de la oficina, que parece inevitable, y a cada uno de nosotros nos afecta de manera distinta. El presidente parece aliviado de deshacerse, por fin, de algo que no parecía motivarle desde hace tiempo, los otros dos empleados que quedan pasan el tiempo entre risas que camuflan preocupación y diluyen incertidumbre. Y mi única amiga dentro de la oficina y yo compartimos tés con posos de congoja cómplice que hace tiempo que hemos dejado de disimular.

Pienso en qué pasará hoy mientras me tomo un café amargo porque se me olvidó comprar azúcar. Me olvido del mundo debajo de un chorro de agua caliente que me templa el ánima y me anima el ánimo, y de repente me acuerdo que cuando ayer dije adios a la noche apagando la luz, estaba nevando. Salgo de la ducha corriendo a mirar por la ventana. Voy dejando un rastro de agua por el tatami, y la estufa protesta cuando la salpico al pasar por encima.

Abro la ventana y todo está blanco ahí fuera. Sonrío al cielo con una mueca de ironía… quizás el invierno quiere reconciliarse conmigo regalándome un día distinto… olvidaré que le odio por hoy. De repente me doy cuenta que estoy desnudo mirando por la ventana y cierro la cortina de golpe.

Hoy todo giraba en torno a la clase de Capoeira, pero las reglas han cambiado, saco la ropa de la bolsa pequeña y meto todo en una bolsa más grande que deja espacio para las cámaras. Y con un termo de té verde bien caliente salgo andando hacía Honmonji olvidándome de que tengo mucho frío.

Las tablas de las tumbas del cementerio que rodea a todo el templo suenan al chocar unas con otras por el viento, es un sonido tétrico por el contexto, que se funde con el de mis pisadas encima de la nieve que cubre el camino. De vez en cuando algún cuervo irrumpe en la melodía de la mañana con sus protestas bajo un sol cobarde que se rindió de calentar en Noviembre.

Hay unos veinte estudiantes en manga corta que corren guiados por su profesor de gimnasia. Les está cronometrando el tiempo que tardan en dar diez vueltas a la pagoda, y ellos se aplican el cuento del frío y corren con ganas mientras sus compañeros les animan, y ríen, y gritan sin importarles que miles de almas están descansando a su alrededor. Pienso en que si yo descansase aquí, no me importaría que de vez en cuando viniesen jóvenes a recordarme, con sus risas, que yo una vez lo fuí.

El cielo está despejado a veces, pero no tanto como para que se pueda ver el Fuji. Aún así voy al lugar desde el que mejor se vé pasando por al lado de tres estudiantes que me miran sonriendo. Una dice a gritos «es un extranjero» y las otras se ríen, «que mono» dice otra, sin importar que yo les entienda o deje de entender.

El Fuji no se vé más que en mi mente…

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Avanzo en dirección al templo donde obreros, quizás monjes debajo de los monos, recogen la nieve con prisa, como si no supieran que va a desaparecer por sí misma. Otros acaban de montar el escenario que presidirá la ceremonia del Setsubun, que casi olvido que será mañana, y yo parezco no estar.

Mejor así.

El cuervo, quizás el mismo de antes, vuelve a protestar subido en algún poste. La nieve se derrite. Los estudiantes corren. Un anciano limpia una tumba. Pasa un gato.

El sol sigue sin calentar.

Y yo me voy a la oficina.

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Toki doki 時々

Yo veía una puerta cerrada con una mirilla que enseñaba el mundo un poco, y unas zapatillas sucias, un pantalón roto y un cuerpo que quería salir.

Había un grupo de chicas en un grupo de bicis y yo escuchaba sus palabras y sus carcajadas que mezcladas con el viento secaron la nostalgia que había tendida en mi piel.

Y el camino eran árboles que me saludaban en silencio porque hacía tiempo que me conocían, y coches aparcados, y casas que resguardan gentes que resguardan almas.

Veía bambúes, muros de hormigón, semáforos girados y señales de tráfico sin tráfico.

Yo era distinto al resto de las personas pero se me olvidaba. Había un cielo que era igual, y nubes que ya me las conocía de otros lugares, y un niño que reía, un padre que se derretía y una madre que no estaba.

Olía a suelo húmedo y a humo de tabaco a veces, a quietud y a incienso siempre.




Yo quería desgastar una pizca de mi ego y conseguir algo de humildad y sosiego. Quería acordarme de los míos con muchas ganas para intentar que ellos se acordasen un poco de mi. Y les veía de ojos para adentro, y sonreía y creía verles sonreir durante lo que duraban mis parpadeos.




Había nadie y estaba yo. Veía edificios con luces que tambien parpadeaban a su manera, y pájaros que me veían pequeño, y gentes que no me veían pero yo a ellos sí.


Y me senté junto al tiempo que dejó de pasar por hablar conmigo, y desenmarañé cada idea y cada pensamiento, y el cinturón dejó de apretar tanto porque allí dejé algunas angustias, unas pocas aflicciones y otro pedazo más de mi.





El biplan

Ya estamos, si es queeeee, que noooo, hombre que nooooo, que no he estado con un maromo y una maroma a la vez, anda queee.

El biplan es lo que había el domingo en mi barrio, que por una parte les dio por celebrar el 400 aniversario de la pagoda más antigua de Tokyo (anda que no os la he enseñao veces), y a la vez era el matsuri en la calle de al lado de casa.

Que el día era para sacar fotos ya se venía intuyendo!

Así que tuve que espabilar lo inespabilable para no perderme ni un momento de las juergas!!

Lo primero que hice fue ir a Honmonji, porque en mi calle todavía no había nada y el día que hizo fue de verano total (ya era hora, yujuuuu). Así que me planté en un tris, y allí lo que habían eran puestos de comida, chicas vestidas con kimonos, flores de cerezos por todo el suelo… un ambientillo chulísimo!! Para mi un matsuri es sinónimo de verbenilla: sus txoznas, sus puestos para los chavales… el mundo es pequeño, amigos!

Y lo mejor: a pesar de ser un sitio tan impresionante, nunca está petao!!!

El pasatiempos de los niños, intentar coger alguna flor de las que caen

Ahí está, la pedazo de pagoda de cinco pisos!!! cuanto tejao junto!!!

Pagoda que ese día, por ser el aniversario, la tenían abierta y la gente iba a rezar al díos de la teja (o algo así)

Aunque las protagonistas de las últimas dos semanas han sido las flores, sin ninguna duda

También había allí una zona donde estaban enseñando a la gente que quisiera a servir el té, y cuando yo llegué había unas estudiantes ahí intentando hacerlo de buenas maneras. Entre los cerezos, el té, el templo y uno que tiene mucha imaginación, aquello parecía una peli!

Fijaos en el cielo, ni una nube!!!

El lugar donde te servían el té a lo chulo

Toma ya, pedazo de foto!! os dejo que me la robéis!!

Y después de zamparme unos manjarosos alimentos que tuvieron a bien venderme, me fui para el otro lado donde tenían montado un escenario y habían puesto esterillas en el suelo para que la gente se sentase ahí de público. Lo primero que vi fueron señores y señoras mayores cantando Enka, que es como si dijese que están cantando canciones de Jose Luis Perales, vamos, del año de la pera!!

Después, salieron unos chicos con unos chirimbolos y se ponían ahí a bailar con ellos, aquello parecía que era super pesao, y cuando las cintas esas golpeaban en lo metálico, se oía un ruido ahí chulo.

Aquí Matías haciendo el alarde del chirimbolo rotador multicinta

Y de repente van y dicen no se que de flamenco. Abriendo mis orejones lo más posible, me entero que hay un par de señoras que lo bailan y que en breve empieza la actuación. A un lado estaban cantando canciones de cuando Rompetechos veía, y en el otro lado había una señora japonesa con su mantilla y su vestido de topos bailando por bulerías!!!

Mirala que mona ella!!! y como se movía, la leche! parecía del mismísimo Triana!

Me hizo tanta gracia la situación que fui a hablar con ella en cuanto pude, y a ella le hizo también ilusión, así que nos sacaron una foto. La señora tiene un bar por allí cerca, y me ha invitado a que vaya. Yo pensaba que era por quedar bien, pero nos cambiamos los teléfonos y ayer me llamó para asegurarse de que iba a ir!!! jaja

Jajaja, arriquitrun trun trun, soy euskaldun!!!

La segunda parte del biplan, que para eso es bi, lo dejamos para mañana que tengo que cenar algoooo!!!

Hasta luego, pisha!