A ver por donde empiezo, que me estoy metiendo en un berenjenal chato con este post… el caso es que últimamente me he encontrado con antiguos amigos que no sabían que yo estaba en los Tokyos y me preguntan poco más o menos que
¡¿¡¿¡ y tu qué haces ahí, chato moreno !!!?!?
Esto unido a todas esas personas que siempre me preguntan sobre cosas de las que no tengo ni idea, como cual es la mejor manera de venirse a vivir aquí y así, ha hecho que me decida a contar un poco la historia de cómo amanecí yo un día en el país del sube que te empujo, entra que te estrujo.
Todo empezó una bonita tarde del final del verano del 2000 en Isla, Cantabria. Yo había acabado la carrera de Informático en Deusto y estaba ya tratando de olvidarme de todas las tonteces que me habían metido en la cabeza durante cinco años a base de playa y sol. Pero como uno tiene conciencia por ahí en algún lado entre los riñones y la nuez, ojeaba muy, pero que muy muy muy por encima la sección de empleo del periódico. Por aquél entonces había más ofertas en las hojas esas naranjas que en el infojobs, se lo crean vuesas mercedes o no. Y resulta que allí apareció un «Se busca becario para Japón» entre muchos anuncios de consultoras y liendres de la misma calaña que no son más que invernaderos de informáticos esperando ser subcontratados por grandes empresas que no nos cogen directamente no vaya a ser que descubramos que tenemos dignidad o algo y se nos suba a la cabeza.
Yo hacía bastantes años que andaba con mi Karate pero tampoco es que me atrayese Japón mucho, de hecho no tenía ni idea ni de japonés, ni sabía de más dibujos animados que la calva de Krilin (que no tenía tampoco el pobre pero mira, así ganó al Bacterian, ¡anaricil como era!).
Pero vamos, la cosa tenía guasa, así que envié mi CV que estaba tan vacío que el clip del word parecía una animadora de no saber ya ni qué gestos hacerme para que pusiera algo más (en el gremio ésto se conoce como clipleader). Y más gracioso fue cuando me llamaron para una entrevista y me planté en el Parque Tecnológico de Miñano, en Vitoria, con un amigo que me acompañó (gracias Dani!) presto a defender mi potencial laboral.
Así a grandes rasgos, era una empresa que hacían un software de CAD/CAM que tenía bastante éxito en Europa y América y querían introducirlo en Japón, que es donde estaban las máquinas de cortar chapa más sofisticadas del mundo. La copla era que el Gobierno Vasco otorgaba cierto dinero para unas Becas de Internacionalización que organizaban junto con empresas que tenían oficinas fuera de Euskadi, y ese año era la primera vez que salía Japón, aunque el destino más normal de Asia siempre había sido China. Creo recordar que había diez tipos que se iban donde la murallaca y en una esquina estaba yo con mi sol nacientinín.
La entrevista fue curiosa, total, no tenía nada que perder y tampoco me interesaba demasiado el trabajo. Vamos, que fuí por probar y me daba cierta pereza tener que empezar a trabajar ya tan pronto después de haber acabado la carrera apenas unas semanas antes (esto no se lo digáis a mi madre). Y ya cuando el que me hizo la entrevista me empezó a preguntar cosas en inglés supe que no me cogían ni a la de two, yo con mi inglés de Muzzy que Aznar hablaba como Eminem a mi lado.
Contra todo pronóstico me cogieron, ¡picuetos nos quedamos!, hasta el clip del word se acabó yendo a vivir con un imán del que no se separaba nunca (aunque a mi no me caía muy allá desde que se cambió el nombre por iMan cuando salió el iPhone, ¡vaya !, ¡tan atractivo no era!).
Los detalles se concretaron un poco más: el Gobierno Vasco me daba un dinero suficiente para vivir allí y la empresa me pagaba el piso y el viaje. La beca duraría nueve meses, estando los tres primeros en Vitoria aprendiendo sobre la empresa y los otros seis en Tokyo, concretamente en la oficina de Nakano junto a Takeshi y Natsuyo, dos compañeros japoneses.
Durante esos tres meses tomé contacto con Take y Natsuyo por email y empecé a darles soporte por internet, que era lo que después iba a tener que hacer en persona en los Tokyos. Bea primero dijo que no venía ni de coña y que ahí me las entendiese yo con los palillos. Después acabamos decidiendo que si encontrábamos un trabajo para ella, que se venía también así que las dos primeras horas de cada día los dediqué a buscar empresas de informática en Tokyo y a enviarles su CV contándoles la situación. Estoy convencido que envié más de mil emails, el clip del word hasta se medio oxidó de la sudada, el muy truhán que se había separao del iMan porque decía que no tenía término medio: o le agobiaba o se daba la vuelta y le rechazaba. Se aburría desde entonces y no hacía más que quejarse, así que le dí trabajo: ¡ala campeón, a pegar sellos! (cuentan que en Microsoft le rescindieron el contrato porque de tantas cabezadas que se dió contra la pared parecía más un shuriken que otra cosa)
Resultado: tres entrevistas concertadas durante las dos primeras semanas que llegábamos a Japón, y con la cuenta atrás de los tres meses del visado de turista de ella muy en mente. Yo tenía un visado cultural por seis meses que me tramitaron desde la embajada y con el que entré como un rey sin medio problema, pero cuando a ella en Narita le preguntaron a qué venía y contestó que a trabajar, se lió parda. ¿Cómo que a trabajar sin visado? ¿cómo es eso si vienes de turista pelá?… pero, curioso, en cuanto dijo que venía conmigo y vieron el peazo de sello del embajador japonés se les puso roja la frente de dar reverencabezadas pidiendo perdón.
Se juntaron muchas primeras veces ahí:
– La primera vez que fuí a Madrid: en autobús a hacer los papeles del visado a la embajada, estuve tres horas de reloj en la capi y me fuí acojonadísimo
– Mi primer sueldo: un millón de pesetas que me pagaron de una vez (qué chungo fué eso de tener tanta pasta de repente después de haber estado pelao durante toda mi vida, ¡qué insulto al verbo administrar!)
– La primera vez que montaba en un avión: para ir a Tokyo
¡Toma Geroma!
¿Nuestra estancia en Nakano? pues imaginaos: yo vine de becario con lo que venía predispuesto a no meter ni un minuto extra de más, no teníamos ni idea de japonés y no nos complicábamos la vida en absoluto yendo a comer al McDonalds la mayoría de las veces por miedo a entrar en cualquier sitio. Pero es que hasta pidiendo Big Macs nos salían decimales con las preguntitas de rigor
¡que me des la hamburguesa ya!
La de cosas que nos perdimos por no chapurrear un poquico…
Emocionante, pero… la cosa empezó mal porque el piso que nos habían buscado era un cuchitril horrible, que hasta a Torrente le daría cosica. En realidad lo había buscado yo por internet y Natsuyo sólo había ido a pagar la señal en mano, cosa que siempre me fastidió bastante porque estaba bastante claro que yo no iba a poder conseguir nada decente desde el ordenador de casa y lo cierto es que esperaba que fuesen ellos los que me buscasen alojamiento. Pero no lo hicieron, como también puedo entender porque tenían un huevo de trabajo, y es que lo planeamos mal desde el principio.
Ya teníamos tres misiones:
– Preparar las entrevistas de trabajo de Bea
– Conseguir un piso construido del siglo XX palante
– Entender qué copones era eso del «ahivaese» que nos chillaban al entrar a todas las tiendas
Continuará…