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La nevada

Me despierto con un ataque de tos traicionero que me recuerda que no hace tanto que estuve encerrado entre éstas cuatro paredes una semana entera, lo que me empuja a levantarme y vivir el día lo más vivo que pueda.

Pero tengo sueño, mucho sueño… y últimamente cuesta sacarle un poco de brillo a los días que vienen con una capa de incertidumbre y nervios, de poder y no querer. Todo está girando en torno al cierre de la oficina, que parece inevitable, y a cada uno de nosotros nos afecta de manera distinta. El presidente parece aliviado de deshacerse, por fin, de algo que no parecía motivarle desde hace tiempo, los otros dos empleados que quedan pasan el tiempo entre risas que camuflan preocupación y diluyen incertidumbre. Y mi única amiga dentro de la oficina y yo compartimos tés con posos de congoja cómplice que hace tiempo que hemos dejado de disimular.

Pienso en qué pasará hoy mientras me tomo un café amargo porque se me olvidó comprar azúcar. Me olvido del mundo debajo de un chorro de agua caliente que me templa el ánima y me anima el ánimo, y de repente me acuerdo que cuando ayer dije adios a la noche apagando la luz, estaba nevando. Salgo de la ducha corriendo a mirar por la ventana. Voy dejando un rastro de agua por el tatami, y la estufa protesta cuando la salpico al pasar por encima.

Abro la ventana y todo está blanco ahí fuera. Sonrío al cielo con una mueca de ironía… quizás el invierno quiere reconciliarse conmigo regalándome un día distinto… olvidaré que le odio por hoy. De repente me doy cuenta que estoy desnudo mirando por la ventana y cierro la cortina de golpe.

Hoy todo giraba en torno a la clase de Capoeira, pero las reglas han cambiado, saco la ropa de la bolsa pequeña y meto todo en una bolsa más grande que deja espacio para las cámaras. Y con un termo de té verde bien caliente salgo andando hacía Honmonji olvidándome de que tengo mucho frío.

Las tablas de las tumbas del cementerio que rodea a todo el templo suenan al chocar unas con otras por el viento, es un sonido tétrico por el contexto, que se funde con el de mis pisadas encima de la nieve que cubre el camino. De vez en cuando algún cuervo irrumpe en la melodía de la mañana con sus protestas bajo un sol cobarde que se rindió de calentar en Noviembre.

Hay unos veinte estudiantes en manga corta que corren guiados por su profesor de gimnasia. Les está cronometrando el tiempo que tardan en dar diez vueltas a la pagoda, y ellos se aplican el cuento del frío y corren con ganas mientras sus compañeros les animan, y ríen, y gritan sin importarles que miles de almas están descansando a su alrededor. Pienso en que si yo descansase aquí, no me importaría que de vez en cuando viniesen jóvenes a recordarme, con sus risas, que yo una vez lo fuí.

El cielo está despejado a veces, pero no tanto como para que se pueda ver el Fuji. Aún así voy al lugar desde el que mejor se vé pasando por al lado de tres estudiantes que me miran sonriendo. Una dice a gritos «es un extranjero» y las otras se ríen, «que mono» dice otra, sin importar que yo les entienda o deje de entender.

El Fuji no se vé más que en mi mente…

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Avanzo en dirección al templo donde obreros, quizás monjes debajo de los monos, recogen la nieve con prisa, como si no supieran que va a desaparecer por sí misma. Otros acaban de montar el escenario que presidirá la ceremonia del Setsubun, que casi olvido que será mañana, y yo parezco no estar.

Mejor así.

El cuervo, quizás el mismo de antes, vuelve a protestar subido en algún poste. La nieve se derrite. Los estudiantes corren. Un anciano limpia una tumba. Pasa un gato.

El sol sigue sin calentar.

Y yo me voy a la oficina.

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Cenando con la autoridad

Estamos muy cerca de acabar la primera fase del proyecto que tenemos entre dedos (que están entre teclas). El jefe, desde Alemania, nos pide que le demos un último empujón y dejarlo lo mejor posible antes de que podamos descansar algún que otro día. La verdad es que me gusta mucho este trabajo, se me pasan los días volando y tengo la suficiente libertad como para intentar hacer cosas nuevas de vez en cuando.

Así que no es de extrañar que muchos días durante la semana pasada haya salido tarde de trabajar aprovechando que tengo la bici fuera y que no dependo de horarios de trenes y sólo unos veinte minutos me separan de casa.

El otro día me moría de hambre al salir, así que me compré un par de sandwhiches y alguna cosilla más en el combini y enfilé con la bici para casa. Cuando iba subiendo la cuestaca, ví un control de la policía. Uno de ellos me hacía señas con la linterna para que aparcase allí y yo aparqué, claro. Me pidio el carnet, comprobó que la bici está registrada a mi nombre y cuando yo suponía que me iba a dejar irme, me echó una especie de bronca en plan padre preocupado:

– No deberías ir comiendo y andando en bici a la vez
– Ah si si, es cierto, es peligroso, ¿verdad?, vale, guardo el sandwhich

Lo cierto es que no tenía donde guardar el sandwhich más que en una bolsa de plástico que colgaba del manillar y que tampoco creo que cumpliese el ISO de seguridad vial, así que la conversación siguió:

– Por favor, cómete la comida antes de seguir tu camino
– Jajaja, si
– Después -el policía no se reía- nosotros te recogemos los envoltorios y entonces te puedes ir
– Ehh… vale, entendido

Y en algún lugar de Tokyo entre Gotanda y Magome a una hora más allá de las doce de la noche, un Zalluco se comió dos sandwhiches y un kitkat, bajo la atenta mirada de dos policías japoneses que le sostenían la bici. El momento cumbre fue cuando haciendo alarde de lo mal que nos llevamos yo y los «abrefáciles», me tiré un rato peleándome con el segundo sandwhich para abrirlo y el policía me tuvo que ayudar.

Gracias a la técnica aprendida del maestro pastababas, exhibí mi arte masticador delante de la ley esperando que me puntuasen o algo, que aquello parecía más una prueba del qué apostamos, pero no, el poli seguía con su cara de bicho palo:

– Muchas gracias, por favor, deme la bolsa, vaya con cuidado y procure no comer y andar en bici a la vez
– Entendido, muchas gracias y buenas noches

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Otros encuentros con los capitanes Furilos de aquí:

El policía y el extranjero
De quedarme chato vengo

Buya en Shibuya

Iba yo andando tranquilamente después de trasquilarme medio Uniqlo de Shibuya, cuando aparecieron por allí un quintal de rascayús dando voceríos. Era una manifestación de la ultraderecha junto a lo que parecía un desfile de modelos de la policía, porque la proporción era de un poli por cada dos ultraderechostiables. La pena es que en el lote no les cayesen un par de palos por metro recorrido.

Tipos con cara de cabrones gritaban que Japón estaba mejor siendo sólo Japón y que había que cerrar las fronteras y dejar de hacer negocios con el extranjero, especialmente con los yankis (ahora que mira, si todos son como el parlapuñaos yo también dejaría de extraperlar para no tener que oir extraparlares)

Alguno iba dando panfletos a la gente, y la gente no se los cogía. Un chico de más o menos mi edad (que siendo japonés, serán 10 años más), lo cogió, lo arrugó con las dos manos sin leerlo y se lo tiró a los pies del pavo gritándole algo que sonó a indicarle la dirección de salida un poco más explícitamente que por donde la hierba ha sido cortada.

:bythesegao:

Entre tanto ultraderechismo yo no me dejaba de ver a mi mismo como un potencial objetivo al que darle una somanta palos en cuanto me parase a rascarme la nariz, así que anduve con treinta ojos. Yo para estas cosas soy más fantasma que ni sé, el Bruce Willis en el sexto sentido se queda en un amago de movedor de ouija a mi lado, así que ya iba planeando mi manera de defenderme: «si me viene alguno de frente, le meto una patada en los huevos y echo a correr hasta donde Tokyo pierde su nombre (que ya es decir), y si alguno se me planta delante, más deconstrucción de los óvalos que provoco y más pa Yokohama que tiro»

Por fortuna, allí lo único que pasó fuí yo desapercibido entre tanto policía y tanto cabrón, así que llegué sano y salvo a mi casita con una ondonada de ropa recién comprada que me probé delante del espejo descojonándome pensando en que será la única vez que la vea tan planchada.

Eso sí, todo aquél que siga pensando que los policías no dan miedo porque han visto un video en el youtube, que le echen un vistazo a las fotos:

Homenaje a Michael Jackson en Yoyogi

El viernes cuando me puse a leer las noticias y ví que se había muerto este hombre, me quedé flipao. Siendo sinceros, me quedaría igual de flipao si me enterase que se ha muerto Bud Spencer o Murdock el del Equipo A. Es decir, que no he sido nunca un admirador compulsivo y la verdad es que ni me va ni me viene demasiado, pero forma parte de los recuerdos de mi infancia y adolescencia gambitera.

Si entró en mi vida es porque los medios se encargaron de que yo supiese quien es, poniendo a todas horas sus videos musicales, que me flipaban de pequeño. De sus canciones, ni fú ni fá… seré raro por decir esto, pero me da igual, el que escribió sobre gustos es un prepotente, tampoco me gusta el fútbol y soy muy feliz así. Los insultos los podéis dejar en los comentarios, que con wordpress es facilísimo borrarlos.

Bueno, pues esos mismos medios que metieron al zombi de thriller en mis pesadillas, se encargaron después de ponerle a parir diciendo mil barbaridades y al final teníamos todos una imagen de un señor con la cara blanca, la nariz deformada y mascarilla que enseñaba a un niño que casi se le caía desde un balcón.

Yo ni me creía lo que decían ni me lo dejaba de creer. Igual que si me dijesen que Murdock o Bud Spencer son gays (aunque lo de éste último sí que me costaría creérmelo). Vamos, que yo eso de idolatrar no lo llevo muy allá, si acaso al señor Morinaga y sus tabletas de chocolate.

Ese mismo viernes yo fui a la oficina como siempre, esperando que pasase el día lo más rápido posible. Enchufé cadena 100 en el iPhone y ale, a programar. Mar Amate me mandó un mensaje, que si me podían llamar para hablar de cómo se ha vivido la muerte de Michael en Japón, yo le contesté que no tenía ni idea porque ni siquiera había puesto la tele, y por la calle camino de la ofi no había visto a nadie haciendo el moonwalker, pero me dijo que les seguía valiendo que les dijese esto porque es lo que yo ví, así que me llamaron y eso dije.

Desde ese día pues supongo que lo mismo que en cualquier país del mundo: la tele totalmente monopolizada sobre la noticia con fragmentos de sus videos musicales y a poder ser la mayor cantidad de fotos posible con el pobre hombre entubado medio inventándose rumores sobre su muerte.

En Tokyo todo normal… menos el sábado por la noche que me encontré a un montón de gente en Yoyogi, con camisetas y fotos de Michael y velas puestas en su honor. Había gente que sobreactuaba llorando delante de cámaras de televisión, y gente que lloraba de verdad al abrigo de la oscuridad quizás con lágrimas provocadas por la luz de las velas.
Otros imitaban sus bailes mientras un corro de gente cantaba alguna de sus canciones, y muchos reían y disfrutaban de aquel sencillo y espontáneo homenaje.

Aquello me pareció la forma más humilde, preciosa y sincera de honrar la memoria de Michael. Hasta yo volviendo a casa iba silbando la de Billy Jean, y la habría tatareado más allá del estribillo de haber sabido como sigue.

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¡Otra camiseta! ¡IkuFuji!

Este año nos ha costado muchísimo sacar los nuevos diseños. La historia es larga y los obstáculos muchos, pero después de tanto jaleo por fin hemos encontrado la mejor manera para hacerlas. Dejadme que os cuente un poco cómo hemos hecho éstas últimas y así aprendéis un poco más del ikuproceso.

Está claretis que yo vivo en Tokyo, y me imagino que ya sabréis que Bea está en Bilbao, es decir, una ikumitad allí y la otra en el sexto pino, o al revés según se mire.
En esta ocasión los diseños se me han ocurrido a mi, pero esto no significa que siempre los haga yo, la Kurosuwado y la Kotoba son de ella, y el logo también.  Así que esta vez, que han tocado dos míos, primero le conté la idea por email, y después le mandé un primer boceto.

Ella me los da vuelta a todos, que si esto más parriba, que si esto pabajo, que si el color así, que si el trazo asao… y yo me mosqueo un huevo!!! pero siempre acabo haciendo lo que dice porque pasa que yo estoy tan metido en el dibujo que no me doy cuenta de muchas cosas. Así que preparo dos o tres versiones del original, uno con los cambios que ella pide, otro con algunos que se me ocurren a mi, y otro con todo mezclado. Y ahí es cuando los mandamos a los amigos y les pedimos que voten el que más les guste, todo esto sin decirles cual es el que nos gusta a nosotros claro. Esta lista de amigos cada vez es más grande, es todo un orgullo contar con opiniones como la de Núria, Ale, Guille, el tío Fla… os podéis imaginar.

Después toca elegir prenda. No es tarea nada fácil porque hay muchísimas diferentes, y además las de chica y las de chico también lo son. Así que empezamos otro toma y daca: que si quedaría mejor con esta, que si no hay de chica que sea igual, que si que me cuentas chato, que lo que oyes chata…

Y entonces pedimos presupuesto. Últimamente afinamos más con las tallas porque por ejemplo, por experiencia ahora sabemos que casi nadie pide una S de chico (a pesar de que es la que mejor me suele quedar a mi), aunque si que se piden muchas XL.

Entonces a Bea le mandan una prueba de las camisetas, ella le saca fotos y me las manda y si ambos estamos de acuerdo, las imprimimos. Yo la verdad es que aquí siempre estoy de acuerdo, porque además me fio 1000% de lo que ella opine.

Cuando por fin llegan las camisetas, toca revisión, ella va mirando una por una que todas tengan todo correcto: la etiqueta cosida en el lugar que debe, que el diseño esté centrado, que la impresión no esté borrosa, que la prenda no esté defectuosa… Y devuelve las que no pasan el Beafiltro que podéis creerme cuando digo que es muy estricto, y que ¡menudos disgustos se lleva cuando desecha muchas!

Una vez que las tenemos, ella mete los datos de las tallas en una base de datos que nos hemos currado, se saca fotos ella misma y a amigos y me las manda, y yo me encargo de actualizar la web y el blog.

Con estas dos últimas camisetas hemos incluido fotos de colegas que nos han dado su permiso para sacarles, pulsando sobre la imagen de la camiseta les veréis, y además hemos puesto un botón «nuclear» que mostrará de una vez a los mejores modelos que podíamos tener, dadle, dadle que seguro que conocéis a alguno.

Entonces llegan los pedidos, que a efectos prácticos es un email que contestamos pidiendoos la dirección postal y que nos confirméis la talla y el modelo. Yo ahí no hago nada más que sonreir de oreja a oreja cuando el gtalk me saca el mensajito de «Pedido desde la web!». Bea se encarga de ellos: imprime las etiquetas con el nombre personalizado, envasa la camiseta al vacío, mete algún ikudetalle (si queréis saber qué es, pedid una!), y se va para correos a enviarla. Allí le dan un código que os manda, y con el que podéis saber por donde está el pedido introduciéndolo en la web de correos.

De manera espontánea últimamente nos contestáis y nos decís que ya os ha llegado, incluso nos mandáis fotos del pedido y todo. Eso nos encanta, esa idea de saber que nos consideráis tan cercanos como para escribirnos en ese plan… yo no me imagino escribiéndole al corte inglés después de haberles comprado algo. Y todo unido a las fotos por ahí por el mundo que nos mandáis con una sonrisa en la cara, hace que esto merezca la pena hacerlo, se vendan camisetas o no.

¡Aunque lleve sin ir a Karate dos semanas!

Bueno, corto el pedazo de rollaco y paso al nuevo diseño:

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La explicación:

El Fuji a lo Ikusuki

Al principio no había manera de ver el Fuji, así que nos lo tuvimos que imaginar…

¡Y nos salió con txapela!

Después, por fin, lo acabamos viendo ahí todo digno él, pero… ¿qué queréis que os digamos?, ¡¡¡nos quedamos con el nuestro!!!

富士山 (Fujisan) significa ni más ni menos que Monte Fuji

Ojo, que Fujiyama está mal dicho, ¿eh?

Las fotos:

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Los enlaces:

IkuFuji Chico
IkuFuji Chica

Las gracias:

:ikugracias:

PD: Si alguno que esté en Japón está interesado, decídmelo lo antes posible porque Bea me va a mandar las dos nuevas camis en un titá y así os las puedo dar en persona (o enviaroslas desde aquí si no vivís en los Tokyos)…

Kaiten Sushi

– ¿Puedo sacar fotos?
– Jaja, claro, no hay problema. Lo único que no saques a la gente porque están comiendo y no sé si les gustará que les molestes, pero del restaurante saca a lo que quieras.
– Gracias!!
– Iie iie. Es raro que me hayas pedido permiso, normalmente nadie lo hace…
– Sou desu ka?
– Un

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– Toma, para que tengas una foto curiosa
– ¡¡ Ostras !! Pero si tiene pescado dentro y todo, ¡menudo artista!
– Jajaja, cuando hayas sacado las fotos comételos, ¿eh?
– Si si, jeje, ¡gracias!

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– Ten cuidado con la cámara que la has dejado muy cerca del grifo de agua caliente.
– Anda es verdad, gracias. Por cierto, se puede tomar todo el té que uno quiera, ¿verdad?
– Si, eso es
– ¿Hay gente que abuse del asunto? ¿Que coma muy poco sushi pero se beba un montón de tés y se tire un rato largo?
– No, la verdad es que no pasa o no nos damos cuenta. Tampoco importaría, el agua siempre está caliente y para eso está el té… no nos preocupa.
– Ah vale… pues yo me voy a tomar otro
– Douzo

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– Buff, me parece que ya no puedo comer más… ¿se paga allí, verdad?
– Jajaja, te has comido los pequeños también, ¿estaban buenos?
– Pues la verdad es que no lo sé, porque como eran tan pequeños casi no tenían sabor…
– Jajaja, también es verdad!. Espera que te cuento los platos… vale, también has pedido una cerveza, así que esto es.
– Estaba muy bueno y gracias por el minisushi.
– ¡Muchas gracias! – (¡muchas gracias! – gritan el resto de camareros a la vez.)

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Más del Gundam

El viernes a la noche volví y resulta que lo tenían iluminado en plan guay, pero guay guay, pero yo no llevé ni cámara ni nada. Hoy he vuelto, pero no tenía luces… aún así he sacado alguna foto desde otros ángulos. Ahí van, y prometo no dar más la chapa con el roboto por ahora (o hasta que le pille con las luces guays, que molaba, soltaba humo y todo!)

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El Gundam de Odaiba

Gundam, por lo visto, es una serie estilo Mazinger-Z pero a lo nuevo donde hay robots. No la he visto en mi vida, pero por hacer 30 años que se le ocurrió a alguien hacerla, han plantado en Odaiba un pedazo de robot de 18 metros de alto.

Hoy después de currar me he ido allí y le he sacado todas las fotos. Mola mucho aunque no os guste el anime, y además había una luna preciosa y hacía una temperatura guay, así que me ha gustao la roboexcursión!

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En ikuflickr están las fotos en gordas, echadles un ojo láser!

Alrededores de Haneda

Mi casa está rodeada de cuestas, esto significa que menos en la dirección del Kitamura, vaya para donde vaya tengo que tirar para arriba. El repecho que me separa de Honmonji me deja ver las luces de los edificios de Shinagawa por las noches, y también los flashes de los aviones que van a aterrizar a Haneda.

Es el aeropuerto para vuelos domésticos de Tokyo, y está cerca de Odaiba. Que yo pueda verlo desde mi casa significa que no está muy lejos, así que el domingo dejé tanto php y tanta historia, y me fuí con la bici hasta allí por segunda vez.
 
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Es una zona fea, industrial, repleta de almacenes con contenedores roñosos de esos que en las películas llevan gente dentro para colarlos en el país que fuese. Hay maquinaria aparcada cerca de edificios que seguro que cumplen su función, pero son horribles, aún más si cabe al estar protegidos por esas vallas de alambre rotas aquí y medio tumbadas allá.

 

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Las carreteras son amplias y muy rectas, seguro que para facilitar la circulación de todos esos camiones que irán cargados con lo descargado de los aviones. Desentona la presencia de muchas máquinas de bebidas en cada rincón, podría decirse que tocan a dos por fábrica. Me puedo imaginar a los obreros sentados en el bordillo de la acera con latas de café a media mañana, con toallas en la cabeza a modo de pañuelo, y monos de trabajo con un tono que sólo deja intuir su color original. 

Eso será entre semana, porque el domingo no había ni un alma.

Sólo alguna pareja paseando y algún otro con cámara tratando de conseguir capturar en foto la magia de esos aparatos que vuelan aún pesando mucho más que yo.

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La familia Asahi

¡Arranca, que ya estamos todos!

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Conté hasta cinco tamaños distintos de la misma cerveza en el súper del Sr. Kitamura

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El latacaco de 3l, y latas de 500, 350, 200 y 135ml

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Ahora que ya he sacado la foto, a esto habrá que darle salida un día de estos…
¡Sin problema! ¡Llamaré a mi amigo el ninja!

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La pequeña es muy pequeña, pero mucho mucho, es el bonsai de las laticas

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Solo dió para el culo de la jarra, me hicieron falta tres para llenarla…

Un lunes de Karate

No se ve a nadie a través del cristal, así que parece que hoy será un lunes más en el que llego el primero al dojo de Karate.

A pesar de estar sólo, hago dos reverencias, una al entrar por la puerta y otra antes de pasar al vestuario. Estas son de verdad, no como el resto que llevo hechas durante el día, éstas salen de dentro.

Cambio los pantalones de pana y la camisa de manga corta por el traje blanco que compré hace casi dos años a Suzuki Sensei. Recuerdo hablarle en inglés y deletrearle mi nombre para que lo bordasen en el pantalón y en la chaqueta en Katakana. Pienso en todo lo que habré cambiado desde entonces y lo poco que me daré cuenta de ello.

Mientras saco el cinturón de la mochila, entra un compañero al vestuario y me saluda con un «oss». Medio vestido, le correspondo al saludo y sigo con el ritual de atar ese trozo de tela bordada y teñida de negro que me ha condenado a tener todos los días agujetas en alguna parte de mi cuerpo desde hace más de 24 meses.

Salgo al dojo olvidando por completo ser el Oskar que se sienta delante del ordenador en la oficina.

Siento un cosquilleo por toda la espalda. Ya estoy aquí otra vez.

Ya hay más gente, pero yo sé que esto va de mí contra mí mismo, de que mi mente pelee contra mi cuerpo y le gane algunas veces.

Mientras hago estiramientos, entra el señor mayor con el que tuve aquél incidente. Es lunes y él siempre viene los lunes, así que era de esperar, pero una vez más mi cuerpo gana y decide reaccionar por sí mismo acentuando el cosquilleo de la espalda. Decido hacer que no le veo otra vez, y así evito saludarle. Perdono, pero no olvido. Y mi cuerpo, al parecer, tampoco.

Más compañeros llegan. Hay saludos que anuncian pequeñas conversaciones y risas, algunas más de verdad que otras.

Automáticamente todos dejamos lo que estamos haciendo cuando entra el profesor, y nos acercamos y le hacemos una reverencia. La tercera que no es fingida en lo que llevamos de día.

Es la hora. El profesor da la orden de empezar, y entonces la autoridad pasa al alumno más veterano que nos grita que nos pongamos en fila, y nosotros nos ordenamos por cinturones. Hace tiempo que ya no hacemos el ademán de ceder el lugar de la derecha a los que tienen el mismo nivel que nosotros porque Suzuki Sensei nos dijo que rompía el ritual.

Nos arrodillamos y saludamos al dojo, al profesor y a los compañeros gritando «por favor» cada vez. Murakami Sensei, en un tono más calmado, nos anuncia que la clase empieza y nos hace una nueva reverencia que todos devolvemos. Una más de todas las que nos haremos durante la hora y media que estaremos allí.

A partir de ese momento poco importa que la desidia casi me convenciese de dejar pasar la estación y volver a casa a descansar, no significa nada que en la calle llueva, o los planes que pueda tener para mañana. En ese momento estoy yo y otros como yo que tratamos de hacer, la mayoría de las veces sin éxito, lo que una persona nos dice. Y el mundo da igual. O el mundo es esto, según se mire.

Hay algo que cuesta más de lo normal y la clase se para. Escuchamos atentamente al profesor, y de repente me mira y se calla. Se le nota pensativo. Vuelve a hablar para decir en inglés «understood?» y yo le contesto en japonés: «hai!» y le hago la enésima reverencia. Miro a mi alrededor y aunque llevamos más de una hora de clase, no ha sido hasta ese preciso momento cuando me he dado cuenta de que soy el único extranjero. Es una sensación extraña que hace que la balanza de mis sentimientos a veces se incline hacia la incomodidad de que la clase se pare por mi y otras veces hacia ser un privilegiado. Lo primero pasa cada vez menos, y últimamente es innecesario porque entiendo la explicación en japonés sin demasiado problema, pero los profesores no lo saben, o no lo creen, o un poco de ambos.

El traje de Karate acumula mi sudor, y con él, mis ilusiones y anhelos. Las agujetas ya no están, aunque yo sé que se esconden y saldrán de nuevo a esas otras horas que ellas y yo sabemos.

Podría decir que estoy enfadado, no con nadie en concreto, pero es el sentimiento que mejor me define en ese momento. Enfadado, enojado, exaltado para seguir poniendo más de mi ser con cada patada, con cada puñetazo, con cada parada, para no bajar la intensidad del principio, para que no importe que duela respirar.

Cuando monto en el tren camino de casa, me siento exhausto pero rebosante, pleno de algo que no sabría explicar, algo entre felicidad y satisfacción.

Me bajo en dos paradas y empiezo a andar. El azar, o el destino, han querido que la ruta más corta sea por Honmonji por donde siempre paso de noche y nunca hay nadie. Me paro junto a la pagoda, una vez más, y la miro. La paz del lugar hace que la balanza de sentir se incline hacia el lado bueno, el que tiene que ver con saber apreciar lo que tengo en ese momento sin pensar demasiado en lo que he perdido.

Ya en casa cuelgo el traje en una percha. Está todavía húmedo y no son horas de poner la lavadora, así que dejo que siga empapado con mis sueños y ambiciones que, hoy especialmente, hacen que pese más del doble.

Y entonces me acuerdo de Roberto, y las ganas de compartir con él las tres últimas horas hacen que me siente delante del ordenador y empiezo a escribir lo más rápido que puedo, para no olvidarme de nada ahora que los sentimientos todavía están tibios:

No se ve a nadie a través del cristal, así que parece que hoy será un lunes más en el que llego el primero al dojo de Karate…

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IkuKarate

La mejor foto de Mayo

Mi tercer tsuyu en Japón.

Me toca vivir por tercera vez la época en que las nubes deciden adelgazar todas juntas y todas a la vez desde allá arriba mientras aquí abajo nos dedicamos a coleccionar paragüas transparentes de 300 yenes de los combinis y nos acostumbramos a que el bajo del pantalón tenga un tono oscuro y los calcetines suenen al andar.

Allí donde la bici tiene tornillos aparece óxido que la afea añadiéndole, de golpe y tormenta, el aspecto de ser mucho más vieja de lo que en realidad era hace una semana.

Las tiendas sacan sus inventos para que envolvamos los paragüas y que así no tengan que fregar el suelo muchas más de veinte veces al día, los guardias se ponen unas bolsas ridiculas de plástico en las gorras que les restan autoridad y los empleados de las peluquerías sonríen el doble a las señoras que se atreven a entrar desafiando todo lo que tenga que ver con isobaras.

Y esta es la tercera vez que yo me niego a quedarme en casa por muy feo que me lo pinten los telediarios con tanto rayo y tanta nube de photoshop encima del mapa.

Si este domingo no hubiese salido, no habría visto a este chico que bajo la tormenta estaba dibujando el jardín del templo que tenía enfrente.

¿Y perderme momentos como este?… eso si que no.


Érase que se era…

… un templo en medio de la nada, pero rodeado de pensamientos, reflexiones y una calma tan profunda que sólo el alma podía escucharla

… que una pareja todavía se sonreía al mirarse y se sacaban fotos, y se querían, y que parecía de verdad

… agua que brotaba de algún lugar entre la historia, la tradición y la superstición con la misión de refrescar la piel y purificar la esencia

… que lo que se intuía como amistad, se convirtió en realidad compartiendo momentos inherentemente inolvidables

… que algún día se conocieron y superaron peleas, diferencias, manías y celos mientras el mundo seguía cumpliendo inviernos a su alrededor

… y que decidieron que para qué seguir separados, si se sabe que no hay mejor lumbre que la de saber que otro corazón late sincronizado al nuestro

… y se unieron siguiendo la tradición del lugar, aunque esto importe bien poco porque serán los inviernos a cumplir juntos los que pondrán a prueba su lumbre

… tratando de evitar la amenaza del polvo de la rutina de cubrir lo que escribieron ese día ante todos

El sandwhich de nocilla, fresa y kiwi

Imagínate que coges pan bimbo, tres rebanadillas ahí. Y entre las dos primeras le metes un chute de nocilla y dejas que se peguen bien. Luego coges la manga pastelera y le enchufas un flis poniendo todo hasta arriba de nata. Después vas y sumerges en la nata trozos de fresa, piña y kiwi, y para acabar de prepararla parda, vas y lo tapas con la otra rebanada de pan bimbo y lo vendes como el «Sandwhich de frutas y chocolate».

Pues eso…


Pues, oyes, ¡que estaba bueno y todo!


Koishikawa Korakuen

El invierno lo que tiene es que a parte de que con el frío todo se encoge, en cuanto sale un día un pelín bueno todos salimos a la calle a recolectar rayos de sol cual lagartija lagartera. Bueno, yo por lo menos, que si volviese a nacer seguro que sería oso por eso del hiberneo (y un poco también por los pelos que me han salido en la espalda, que parece que voy mutando los días pares). Así que el domingo me fui a un parque que me quedaba por conquistar, y que resulta que es el más antiguo de Tokyo, el Koishikawa Korakuen, que aunque se abrió como parque en 1938, existía desde 1629, así que mira si era viejuno.

Uno se encuentra un parque pequeñito, cuco, nada que ver con esos otros enormes como el Hamarikyu o el Shinjuku Gyouen. Para mi no tiene nada que envidiarles, porque, para empezar, en este hay un recorrido a seguir que incluye pasar por piedras encima de un lago, subir una montañita, atravesar un puente… vamos, que no te aburres ná de ná.



Además, como es pequeño y hay más de un recorrido, te vas cruzando con la misma gente unas cuantas veces y como tienes que ceder el paso y así, los acabas saludando. Se hacen compañeros de andaduras, amigos!



También había un señor ahí pintando un cuadro que si el hombre está más serio lo mismo se ríe y le sale una grieta:



Y patos, había patos, y yo que me estoy añoñando por momentos… el domingo sacando fotos a los patos, y ayer encendí velas en casa. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Laura Pausini?, jodé, haced algo!.


Yo me quedo con las piedras del lago, creo que de los parques de este estilo es lo que más me gusta, la cosa esa de ir de piedra en piedra cual grácil ikusuki. (Dios, la cosa va a peor, será la primavera?!?!?)







Después de pasar esa zona con el puente rojo, que anda que no mola la pianola, uno da una vuelta por un lago grande en medio del cual hay una isla toda cuca:




Tampoco podían faltar los puestillos de sake caliente dulce, comida y flores que todo parque es menester que tenga para que los señores visitantes se gasten los cuartetos:



Cuando me iba yendo, resulta que en un pequeño escenario que tenían allí montado empezó un espectáculo de marionetas que estuve grabando como pude usando el trípode elevando la cámara por encima de la gente, que había allí más personas que ni sé. La historia duró bastante, pero yo lo he resumido y aquí os lo pongo, porque soy más majo que los lacasitos rojos:

Se puede visitar apoquinando 300 Yenes, que es ná, si uno va a la estación Iidabashi (líneas Oedo, JR Sobu, Tozai o Namboku). Además si uno tira un par de estaciones más se planta en Akihabara, así que tampoco es que os vayáis a un sitio desde el que luego no se pueda hacer nada.


El incidente

Hay que ver cómo somos, los líos que nos hacemos en la cabeza nosotros sólos… resulta que lo pasé mal durante dos clases de Karate seguidas con el mismo profesor y desde ese mismo momento mi mente ya tomó la decisión de no volver más. Y cuanto más pensaba en ello, más terrible parecía lo que en realidad pasó. Hasta que me planté y me obligué a luchar conmigo mismo para desentrañar las razones por las que le había cogido tanto miedo a la situación, y si de verdad era para tanto.

Así que dándole cancha a la sensatez añadiéndole mucho coraje, me presenté allí el viernes pasado dispuesto a lidiar con lo que se me pusiese por delante. Porque uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y además a veces coincide que se encuentran las ganas.

Pero el tan temido profesor no vino, y me sorprendió ver que lejos de sentir alivio, lo que en realidad estaba era decepcionado por tener que esperar una semana más para plantarme delante de un miedo que sigue estando ahí, y que necesito que desaparezca antes de que siga creciendo.

Y resulta que cuando menos lo esperaba, este lunes, pasó algo que superó holgadamente a lo que fuera que fuese que pasó con el profesor de los viernes.

Este primer día de la semana no tiene mucho éxito, no solemos estar más de 5 o 6 alumnos mientras que el resto de días la cifra se multiplica por dos o tres. Ignoro la razón… ¿quizás los lunes hay trabajo atrasado que sacar adelante en la oficina?. Este lunes por no venir, no vino ni el profesor, así que uno de mis compañeros de clase tomó el relevo y al final de una clase bastante dura, nos mandó hacer combate entre nosotros. Al segundo o tercero, a mi me tocó con otro señor mayor y estuvimos peleando un rato hasta que le di una patada en el estómago. No fue fuerte, pero le entró de lleno y el hombre se quedó boqueando. Yo le pedí perdón y el profesor me echó la bronca porque no supe tener control, quizás no le faltaba razón.

Y a partir de ese momento, pasó lo que nunca pensé que pasaría: mi compañero empezó a insultarme, a hablarme en un japonés muy rudo gritándome que no estábamos en un campeonato del mundo, que qué me había creido. Me llamó cosas que suenan entre tonto y gilipollas («aho», «baka») como veinte veces seguidas, que a quién se le ocurría pegar así, que no sabía controlar mis patadas… que yo que sé. El profesor, lejos de cortarle, aunque es cierto que también estaba sorprendido, le daba la razón y seguía leyéndome la cartilla.

Yo callaba, pedía perdón cuando había oportunidad y miraba al suelo, menuda bronca me gane.

La clase acabó, saludamos y yo me fuí directo al vestuario. Lo que quería era irme de allí lo más rápido posible porque mi paciencia estaba llegando a un límite. Pero todavía fue peor: dentro del vestuario siguió con su retahila de insultos combinados con quejidos sobre sus costillas que daba la impresión de que se las había roto en veinte cachos.

Su tono era despectivo a más no poder, tanto que parecía que me iba a escupir de un momento a otro. Aunque el momento cumbre fue cuando metió «gaijin» entre medio de alguna frase, con lo que ya lo acabó de bordar.

Él se cambió y se fue antes que yo y el resto de compañeros me miraban en silencio intentando adivinar mi reacción, que no fue otra que despedirme y marcharme con la cara muy seria, aguantándome las ganas de gritar cuatro verdades.

Estaba montándome en la bici cuando una compañera vino donde mi y me dijo que no me preocupase, yo le di las gracias y para tratar de animarme se le ocurrió darme dos plátanos de los cuatro que llevaba en la bolsa.

Al llegar a casa, recibí tres mensajes, todos diciéndome que no me preocupase lo más mínimo. Dos de dos compañeros, y el tercero del profesor.

Cené dos plátanos.

Y no dormí nada en toda la noche.

Por más vueltas que le doy, lo que ocurrió no fue más que que le di una patada a un compañero que no fue para nada fuerte aunque quizás debería haberla controlado un poco más. Y al darme cuenta que le había hecho daño, le pedí perdón con toda sinceridad porque nada más lejos de mi intención que hacer algo así a propósito.

Lo que él vió fue que un chico jóven, no tengo claro si le importó que fuese extranjero o no, le perdió el respeto a las canas con su recién estrenado cinturón negro y se atrevió a darle una patada de la que ni se dió cuenta hasta que le alcanzó. Y si eso le dolió físicamente, más le dolió en el ego ese que se ha labrado durante tantos años de desgastar el cinturón, y eso le hizo olvidarse de aquella frase del dojo kun que dice que «hay que respetar a los demás y seguir las normas de etiqueta» y se creció insultándome como no lo habían hecho nunca hasta aquél día.

Si hubiese sido otro tiempo y, sobretodo, otro lugar, habríamos acabado muy mal.

Ayer, enfrentando la situación, no fuese a ser que se convirtiese en otro miedo más, volví y la clase la dio Hirokazu Kanazawa, y sin él saberlo, me disipó de golpe toda duda que pudiese tener sobre si soy uno más allí desde hace dos años.

Por mi, ya pueden juntarse todos los que quieran y ponerse a sumar sus egos, porque no podrán con el mío. Sea viernes, lunes o fiestas de guardar.

Eso si, que luego no me vengan con historias, porque hay cosas que no se pueden olvidar.

Y si, también es por principios.


Doritos al Wasabimayonesa

¡La novedad en snacks!, o como diría mi madre: «mierdas y guarrerías de esas que comes tú por ahí y luego no cenas, tonto pelao».

Pues eso,

los Doritos con sabor wasabi y mayonesa

Que el paquete daba a entender como que te venía una salsilla ahí a parte. ¡Pues no!

Estaban muy buenos: de mayonesa sólo tenía el título, y el sabor a wasabi le daba un toque suavemente picante… Si señor, repetiremos (y no cenaremos ese día tampoco, no se lo digáis a mi madre, que lo de tontopelao lo llevo mu mal!)

No es la primera vez que como algo con sabor a wasabi, y aunque estos Doritos sólo sabían un poco, me acuerdo de unas patatas que comí un día que aquello era como comer wasabi a cucharadas. Se me quitaron los mocos para dos meses, no os digo más.


Cartelada

Una de medicina para el estómago cuando está burruñío

50 aniversario de la Tokyo Tower. Por cierto, que la van a tirar, que lo sepáis

Que denuncies a quien tenga una pipa, o la venda, o sepa donde comprarla

Que no llames a emergencias por tonterías! que eso es un padrastro! (ahora que no tires y te peles entero como la abuela de Gila)

De estos suele haber. ¿Por qué no allí no se ven por las calles? me parece útil

El señor de la izquierda qué pasa que es tonto, ¿no?, como se ha metido de todo de jóven, se ha quedao tonto, ¿no?…

Por principios

Cuando llegué aquí me quería comer Tokyo: quería hacer absolutamente de todo, ir a todos los sitios y rincones que no pude visitar la última vez, probar todos aquellos platos que no tuve oportunidad, aprender y hablar cada vez mejor japonés, hacer muchos amigos, o pocos pero que fuesen de verdad y a poder ser que no hablasen mi idioma…

Así que cuando se me puso a tiro la oportunidad de tener una profesora de japonés particular, la aproveché sin dudar. Y así fue como todos los viernes, de siete a ocho de la tarde, una chica que no acertaba muy bien a acordarse de mi nombre intentaba, sin éxito, enseñarme a distinguir entre los sonidos ‘yu’ y ‘jyu’.

Luego vinieron las clases de Karate que cogí con muchas ganas, y que eran especialmente duras al principio cuando no me enteraba ni papa de lo que pasaba la mitad de las veces. Fueron días duros, mucho más que ahora, tanto que hasta lo pasaba mal sólo de pensar en que tenía que ir. Más que físicamente, por la horrible sensación de estar donde quizás no debería, de pretender estar haciendo más de lo que me corresponde, de tener que enfrentarme de nuevo al japonés y al inglés como si tuviesen algo que ver con mi idioma y conmigo.

Entonces alcanzaba a ir dos veces por semana, y ni siquiera me planteaba pasarme por allí a ninguna de las clases de los sábados y domingos.

Pero yo sabía que quería, que debía estar allí y también que no iba a ser fácil empezar de nuevo desde cinturón blanco, así que con libros y PDFs descargados de internet e impresos de refilón en la oficina, pasaba las noches en casa delante del espejo ensayando movimientos, reaprendiendo katas y contribuyendo un poco más a la fama de raro que ya tenía entre los vecinos desde hace tiempo. Todo para alcanzar el nivel que se requería, para que fuese más llevadero empezar a empezar a aprender.


Y fue ya con el cinturón marrón sujetándome los pantalones, cuando decidí que había que tomárselo un poco más en serio, y me planteé ir tres veces por semana: lunes, miércoles y ahora también los viernes.
Pero claro, este día tenía clase de japonés y la profesora, además, le daba clases a otro de la oficina después de mi. Total: revolucioné a la sensei, a media oficina y a la mitad de su agenda de alumnos para cambiar las clases a los jueves.

El primer viernes que fuí había un profesor que no había visto nunca antes, un señor mayor al que saludé y que me ignoró por completo. Después vi que ignoraba a todos. En medio de la clase me pegó una patada en el muslo gritándome algo en japonés y yo no entendía nada. Después de darme cuatro gritos más por fin me di cuenta de que tenía la posición cambiada, así que la corregí. No recuerdo si me dolió la pierna, pero si sé que su patada acertó de lleno en mi orgullo.

El segundo viernes que fuí nos mandó sentarnos a todos y fue sacando a la gente por cinturones. Primero los blancos, luego los azules… cuando llegaron los marrones y yo me disponía a levantarme, él señaló sólo a una chica y le dijo que se levantase. Cuando acabó ella, sacó a los cinturones negros y al ver que yo seguía sentado me gritó que porqué no me había levantado cuando tocaban los marrones. Yo sólo alcancé a disculparme, aún sabiendo que fue culpa de él porque simplemente no me vió. El resto de la clase ni me miró, y eso que no dí pie con bola.

No hubo un tercer viernes.


A mis tardes/noches se sumaron las clases de la ceremonía del té y todos los días hacía algo… menos los viernes. Empecé a ir sábados por la mañana e incluso domingos, con lo que he estado hipotecando los fines de semana en su mayoría al no poder salir o estar demasiado cansado físicamente parar hacer algo en condiciones.

Siempre evitando las clases de los viernes.

El miércoles pasado un compañero todo escandalizado me dijo en el vestuario: «Oskar, quita tu ropa de ahí, madre mía». Resulta que estaba utilizando la taquilla del profesor simpatías, que por lo visto tiene una para él sólo, y me dijo «menos mal que no es viernes, lo mismo te echa».


Y entonces es cuando yo pensé que este hombre es pura fachada, que se ha ganado esa fama y se aprovecha de ella y que yo tengo una forma de ganarle que, desdeluego, no es quedándome en casa.

Así que a partir de esta semana, me volverá a ver por allí los viernes porque ya llevo tiempo aquí, ya sé lo que quiero y ya estoy preparado para aguantar lo que me eche.

Para que todo el jaleo que le preparé a la profesora de japonés y a mis compañeros no haya sido en vano. Para poder descansar los fines de semana y volver a hacer excursiones, o salir o lo que me apetezca sin haber descuidado mis clases.

Porque ahora cometo una cuarta parte de los fallos del principio, y las cosquillas que me busque serán bienvenidas si eso me ayuda a mejorar.

Porque ahora entenderé la mayor parte de lo que tenga que decirme si consigo ponerle un filtro a sus gritos y sus maneras.

Porque es un reto.

Pero sobretodo, por principios.