Archivo de la categoría: Kota

Kota y el espejo

Llevo recopilando fotos de Kota que teníamos perdidas en el móvil de Chiaki y en los míos (si, yo tengo un historial bastante bonico con los iPhones que se rompen con mirarlos, también te digo). Hay un montón, más de 5000, ahí voy todas las mañanas poco a poco quedándome con las mejores y justo ahora mismo me he encontrado unas cuantas de una de las primeras veces que se miraba en un espejo.

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Es todo un privilegio vivir por primera vez sus primeras veces que cada vez son menos… tener un hijo es la mayor y más irrefutable constatación del paso del tiempo.

:cry:

La pala amarilla

Chiaki no andaba muy católica el domingo. Ya, ya sé que es budista, pero coño, ya me entendéis. Y como Kota entre cuatro paredes es el demonio de Tasmania on steroids, decidí llevármelo a un parque que hay cerca de casa y que así ella descansase y de paso el pequeño Toscano se desfogase a todo lo que le diesen esas canillas blancurrias que me gasta.

Estoy acostumbrado: quiero decir que Chiaki hasta hace muy poco trabajaba todos los sábados, con lo que siempre nos hemos quedado los dos solos desde que ella dejó la baja; recuerdo perfectamente que Kota empezaba a ponerse de pies y daba algunos pasos a duras penas. Creo que es una situación quizás no tan habitual en los tiempos que corren: lo de que haya un día fijo a la semana para nosotros dos solos, sin nadie más. Por una parte prácticamente todos los planes de mis amigos son en sábado, con lo que no se puede contar conmigo para nada, pero por otra pasamos días que son especiales y que sé que añoraré sin excepción. Me enorgullece y me emociona que pueda vivir tanto tiempo con él de su infancia más allá de verle un par de horas por la mañana y por la noche a toda prisa entre desayunos, guarderías, baños y cenas.

Bueno, total, que fuimos al parque. Me enrollo un huevo para decir dos cosas y media… empalago de padre cuarentón, no me lo tengáis en cuenta.

Esta vez llevamos la bici que le compramos además de las palas y el cubo para jugar con la arena, y estuvimos un buen rato practicando parque arriba parque abajo. Es de esas minibicis pequeñas sin pedales que se monta y corre con sus propias piernas a lo Picapiedra; todavía le falta para coger velocidad, pero ya le va pillando el truco. Miedo me da y miedo anticipo viendo el nervio que tiene, que no para quieto ni durmiendo, y esto, amigos, es literal: el otro día apareció no ya fuera del futón, sino tirado en el suelo con medio cuerpo fuera de la habitación.

Hay que ir merendado a jugar con él. Quiero decir que lo mismo te echa una carrera, que sale corriendo detrás del balón camino de la carretera, que se tira de cabeza por el tobogán sin conocimiento alguno. No esperes estar solo a verle jugar, porque la cosa no va así; coño, que hay que cumplir, que hay que dar la talla y estar a todas con el, ¿sabéis porqué?, porque llegará un día, más pronto que tarde, en que ya no querrá bajar al parque con nosotros y hasta entonces, amigos, no perderé ni uno solo porque esos momentos suman tanta vida… pero tanta vida…

Lo que no quita para que acabes agotado y no sólo físicamente: diría que uno desarrolla un sentido arácnido y no es que huelas, sino que paladeas el peligro: es como si analizases, a lo JARVIS, todas las posibles combinaciones en las que el resultado es invariablemente que se abra la cabeza: el muro de al lado del columpio, la barra de detrás, los críos mayores jugando con el balón de la izquierda, el árbol…

Bah, como si me costara, anda que me va poco la marcha a mi… lo paso yo a veces casi mejor que él subiéndome a los árboles o trepando por los columpios como el tarado que realmente siempre he sido y que recupero ahora con la excusa perfecta de estar con él.

El caso es que el sábado estuvimos solos en el parque un buen rato, lo que es algo poco habitual. Supongo que siendo Agosto como es, la mayoría de la gente se habrá ido fuera de Tokyo de vacaciones…

Esto estaba pensando cuando en lo que estábamos haciendo una montañaca de arena, apareció otro crío con su correspondiente padre también. Era un chaval de la misma edad que Kota aunque bastante más paradete. Su padre sería un poco más joven que yo, pero diría que tampoco demasiado… no fiarse, que ya se sabe que con los japoneses uno no acierta ni con pistas.

El muchacho en cuanto se bajo de la bici de su padre, salió corriendo a los columpios y allí trato de subirse a uno sin demasiado éxito. Su padre llevaba un rato sentado en un banco mirando el móvil pasando, por supuesto, de todo ojete ajeno al suyo.

Kota decidió tirar la pala por encima de su cabeza, llenándome la mía de arena, y corrió a subirse al tobogán. Al bajar, decretó que había subirse por el lado de deslizarse y volverse a tirar y cuando hizo esto dos veces, desterró el tobogán, de momento, para echar a correr hasta esconderse detrás de un árbol y gritar «papaaaaa me he idoooo» a grito pelado en perfecto japonés.

Yo hice como que le buscaba debajo del tobogán, detrás de uno de los bancos… hasta que por fin le «encontré» detrás del árbol. «¡Te cogí!», dije en castellano, y entonces echó a galopar descojonándose vivo camino de la montaña de arena otra vez. Allí estaba el chaval, todavía con el casco de la bici puesto, de pies, quieto sin hacer nada, sin otra preocupación que mirarnos en silencio. Quería esbozar una sonrisa, se le notaba desde el árbol de al lado de los columpios, pero su timidez le paralizaba desde las comisuras a los tobillos.

Kota le habló: «holaaa, ¿cómo te llamas? ¿qué haces aquí parado? ¿no tienes palas? qué casco más bonito, ¿cómo te llamas?, ¿qué haces? ¿vas a la guardería? ¿cómo te llamas?» en su japonés ametralladora de los domingos por la tarde.

El niño no contestó. Solo hacía por aguantar la sonrisa y, sobretodo, las ganas de echar a correr y esconderse detrás de algún árbol con alguien que hiciese por buscarle.

Su padre ya no sostenía el móvil con las dos manos en el banco, ahora solo lo hacía con una porque en la otra aguantaba un cigarrillo entre los dedos.

«Hola», le dije yo en japonés, «¿quieres jugar con nosotros? ¿hacemos una montaña más grande todavía?». Asintió con la cabeza y casi creí ver que se reía. Entonces Kota le acercó la pala amarilla, porque la roja es suya y nadie puede osar tocarla. Pero el niño, cuyo nombre no supimos nunca, no la acababa de coger, así que Kota, con su habitual paciencia de dos segundos, me la dio a mi para que se la diese yo y se dispuso a cavar con la suya.

Me acerqué al chaval, pala amarilla en mano, cuando, yo que sé de donde, apareció el padre con la cara avinagrada, nos hizo un par de reverencias sin mirarnos ni hablarnos, le cogió en brazos, le montó en la bici y se lo llevó por donde había venido diez minutos después.

El chaval nos miraba y nos decía adios con la mano mientras se alejaba.

– «Se tenían que ir, ¿verdad?, a ver si otro día juega con nosotros», me dijo Kota.

– «Si», contesté yo, «otro día, a lo mejor juega».

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Otoño otoñete

La vírgen como pasa el tiempo, madre de Dios.

¿¡¿Qué pasa, patausagis 足兎!?!? ¡¿¡que marcha me lleváis?!?. Yo aquí ando dándome cuenta de sopetón por enésima vez de que el tiempo pasa más rápido que ni sé… que se haya acabado el verano ya… ¿cómo te quedas?, yo pericueter tirando por lo bajo.

Bueno!! pasemos a ver en qué berenjenales hemos andado metidos… ah sí, ¡las vacaciones de verano!. Este año no han sido nada del otro mundo en realidad: una semanita solo na más. Como yo entré a trabajar en la empresa el uno de abril, me corresponden 12 días de vacaciones, pero jodé, desde que entré me he puesto malo bastantes días con fiebres más tontacas que ni sé (sponsored by la guardería de Kota, que se pone él malo un día, me lo pega y yo me tiro una semana). No sé si sabéis que aquí si te pones malo, o te pillas el día de vacaciones o te lo descuentan del sueldo, no hay más. Así que total: vacaciones muy cortas, pero mira, de lo malo malo, eso que ahorramos para volver a España los tres el año que viene que ya son tres billetes de avión los que hay que pagar.

De esa semana, decidimos pirarnos tres días a Atami a que Kota pudiese ir a la playa por primera vez en su vida con calma, y luego otro par de días a Hakone esta vez con mi suegra para que pasasen tiempo juntos porque aunque vivimos a apenas una hora de distancia, lo cierto es que la rutina nos deja poco margen para vernos. Qué curioso.

Bueno, total, que este viaje de Atami yo creo que ha sido el primero en el que nos lo hemos pasado bien de verdad con Kota, de repente la cosa ha cambiado de estar todo el rato intentando que no llore, que no lo pase mal en los trenes o intentar que se duerma en hoteles «hostiles», a descojonarnos vivos con sus ocurrencias. Es muy gracioso como entra en la habitación y se emociona a grito pelado descubriendo lo que hay dentro: «PAPÁ!!! EL BATER!!!!», jajaja, es el pataliebre mayor del reino!!

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La playa de Atami no es tampoco nada del otro mundo, la verdad es que quitando Okinawa, todavía estoy por ver una playa que le haga sombra a cualquiera de las nuestras del norte: aquí están bastante sucias y hay más gente que ni sé (por cierto: ¿sabéis que hay el doble de pezones que de personas?, de nada, el saber no ocupa lugar). Pero estuvo guay la experiencia de meter por primera vez a Kota en el mar: estaba acojonadísimo con las olas, jajaja.

Al volver a Tokyo, aprovechamos para llevarle también a Kota al cine a ver una película de Anpanman, por cierto que un día tengo que hablar del emporio Anpanman, es acojonante lo que tienen montado aquí en Japón con esos dibujos animados… es una mafia. Pero bueno, sacaban peli y tenemos un cine cerca que se adapta bajando el volumen y dejando bastantes luces encendidas para que puedas ir con niños muy pequeños sin que salgan escopeteados al primer trailer. Kota estuvo muy muy callado toda la película, yo creo que tan flipado que no era capaz de decir ni mú, parecía que no lo había disfrutado nada, pero luego después no dejó de hablar de la «tele grande» donde había visto al cararedondaman y de la peli en si, jajaja, jodé, es muy emocionante hacer estas cosas tan «normales» para nosotros con él.

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Jaja, me acabo de acordar que cuando saqué esa foto el móvil hizo un ruido de la hostia y encima saltó el flash, jajaja, vaya notas el gaijinaco de las entradas!!

Como decía por ahí arriba, también nos fuimos a Hakone con la abuela. Lo cierto es que hizo bastante malo aunque no llegó a llover, no vimos el Fuji ni de coña, pero lo pasamos muy muy bien. Kota no le soltaba la mano a la abuela ni pa Dios e hicimos lo que se hace en Hakone: subirnos en mil vehículos desde teleféricos, funiculares, trenes hasta el barco ese del lago. Y a la vuelta, pues echarnos un obento en el tren como mandan los cánones japoneses (te dan un mes más de visado por cada uno que te zampes si presentas el ticket en inmigración).

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De vuelta en Tokyo, otra vez, resulta que ese fin de semana había fuegos artificiales cerca de donde vivimos, así que fuimos a una azotea de unos centros comerciales que la abrían para estos menesteres y que prometía unas vistas privilegiadas.

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¿Veis el pedazo de logo del Seven Eleven?, pues detrás estaban los fuegos… qué cabrones, mientras vendían cervezas y bentos los del centro comercial, no avisaban que sólo se jipiaba algo si te sentabas a la derecha del todo… así que cuando empezaron y ya nos habíamos comido y bebido a Dios por una pata, no se veía ná y se escuchó un «EEEEEEEEE?!?!?!?» del 90% de los que estábamos allí que no nos quedó otra que pirarnos resignados para casa. Jajaja, menuda historia, hora y media esperando pa ná!!

Y las vacaciones se acabaron y la rutina sigue, que con Kota es cansada a veces pero aburrida nunca. Ojo a la foto:

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Un buen ejemplo: ir a cambiar las sábanas de la cama y al volver encontrarte que el tío le había pegado un bocao a todas las manzanas del frutero y luego las volvió a dejar ahí… y se estaba descojonando tanto que es que no puedes hacer otra que reírte también, jajaja.

Ah, jaja, ojo a esta otra foto también:

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Esa me la sacaron hace un par de meses, porque querían hacer una página para animar a la gente a que se viniese a la empresa; me hicieron una entrevista y después me hicieron posar ahí en plan modelo: ríete, ponte serio, las manos en los bolsillos, mira hacia un lado… jajaja, estuvo guay, me lo pasé muy bien y salieron fotos chulas. Cuidao conmigo que todavía tengo mojo, cuidao conmigo !!

La web es esta si tenéis curiosidad: Recruit Peroli.

Carlos, por cierto, deja de trabajar conmigo, jaja, anda que ha durado el tío. Voy a echar de menos el rollo que nos traemos, no tiene nada que ver trabajar solo en japonés que poder comentar la jugada en tu idioma con un colega. En fin, dicen que no hay dos sin tres, así que vete a saber!

En otro fin de semana tonto, nos fuimos con los de la empresa de Chiaki a una granja que hay en Chiba a ver ovejas. A mi, que soy de Zalla, que cada vez que iba a ver a mis abuelos pasaba por prados llenos, este plan me parecía una chorrada muy gorda, pero todo sea por ver la reacción de Kota que tenía pintas de que se iba a reír mucho.

Al final no fue así: al montarnos en un autobús, Kota se mareó y empezó a devolver, no teníamos ropa para cambiarle y hacía bastante frío… al final compramos ropa en una tienda que había por ahí y pudimos disfrutar un poquito de los bichos, pero la verdad es que nos podíamos haber ahorrado el viaje…

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En otra de estas, Chiaki se fue con una amiga suya que también tiene un crío de la misma edad que Kota, a pasar el día por ahí. En otras palabras: la jefa me dio el día libre, jajaja, así que se me ocurrió que estaría guay coger la bici e irme a visitar la casa donde viví tantos años yo solo al llegar a Japón. Me recorrí veintipico kilómetros y me moló ver Honmonji otra vez, además me hizo un día de la hostia. Saqué fotos para mandárselas a los de Orbea, pero pasaron de mi culo un huevo, jajaja, que gañanes!!

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Chiaki hizo los años, yo que voy a hacer cuarenta mañana flipo con lo joven que es, Tosca, eres el puto amo, jajajaja. Le regalé un pedazo de bolso, compré una tarta en Shibuya que traje en la bici como pude y un montón de chorradas de la tienda Tigers esa. A la mañana me levanté sobre las cinco para preparar todo, pero me pilló a medias, jajaja. Eso sí, la canción del cumpleaños feliz que ensayé con Kota fue infalible y estuvo un rato soltando lagrimones, jejejeje. ¡¡ Muchas felicidades, guapísima mía !!

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Y luego ná, como siempre pasando los sábados con Kota. Es el pito’s day del clan Tosca, los hombres de la familia se quedan solos para liarla tan parda como ir al parque a los columpios, a la piscina de bolas esa o a dar paseos por la calle buscando hormigas. Me río yo de Pablo Escobar, nosotros si que somos peligrosos, amigos!! cerrad puertas y ventanas que salimos a liarla!!

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Y con esto nos ponemos al día, creo yo. La última locura que me queda por contar es la del invento para hacer dominadas que compré y con el que creo que me he jodido el cuello porque me duele lo que no está escrito:

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Eso si, si finalmente hacemos el Dominada’s Challenge el maldito albaceteño y yo, que no se diga que no iré preparado!! (Chiaki dice que pa cuando llueva vendrá bien: arriba tendemos los pantalones y abajo las camisas.)

Y ya está, voy a ver si bajo a Kota de la encimera y consigo que se duerma un ratejo. De mientras…

¡¡ háganme el favor de pasar un buen fin de semana, muchachos !!
:gustico:

Mite mite, papa, el tren da yo!

Aroma de café, pero no de ese de las cápsulas de plástico, que ni es café ni es nada. Café del de darle mucho ajetreo tanto a las neuronas como a los estómagos, del de siempre, del de toda la vida. Aroma de café de verdad es el que envuelve y define la atmósfera de esta cafetería que queda encima de la estación Gotanda de la línea Yamanote de Tokio. Una estación en la que prácticamente no hay nada y sin embargo me abofetean cada mañana media treintena de recuerdos distintos por día; aquí es donde aterricé la primera vez que volví a Japón yo solo hace tres milenios y sietemil lunas. Ya no existe esa empresa donde hice de tahúr con mi destino: no se cruza ya uno con Akira y su frente eternamente inundada, ni se camina junto a Eri y su desafiante sinvergonzería, ni se trata de evitar al irlandés cuyo nombre parece ser que he querido olvidar por razones que jamás olvidaré, ni se abraza ya con la mirada a Michiko y su siempre presta disposición a ayudar en lo que sea.

Las mañanas son tan de otra manera que hasta yo me desentiendo de aquel chaval que era.

Ahora todo es Kota. Ahora yo quiero que todo sea Kota porque debe ser así; porque llegará un momento en que Kota necesitará ser solo él y entonces nosotros volveremos a lo nuestro si todavía nos acordamos como se hacía y qué era lo que fuese que hiciésemos antes de que viniese.

A veces me cuestiono si es verdad que no estuvo siempre con nosotros…

Me sorprendo, una vez más, con como ha cambiado mi rutina. Bueno será, pues, dejar constancia para comparar con la siguiente vez que se me languidezca un viernes:

A las seis y media de la mañana suena el despertador y sin embargo de los tres que duermen en esa habitación, solo se levanta un servidor. No ha lugar a la pereza: hay mucho que hacer. Los despertares siempre habían sido tranquilos: un café o un té mientras se repasan las noticias de este y aquél país con el primer cacharro en el que vaya internet al que se eche mano. Ahora hay que prepararle el desayuno a Kota. Conviene además ser creativos para que, fruto de la sorpresa, el cada vez más chaval se termine lo que hay en el plato sin tardar mucho más de lo debido. Para cuando ellos dos se levantan ya suele haber algo en la mesa, entonces, ese momento en que está entretenido comiendo, me preparo yo.

Chiaki le toma la temperatura y rellena la hoja de ese día del cuaderno de la guardería. Todos los días debemos anotar la temperatura y escribir algo: si ha dormido bien, si le duele algo, si vamos a llegar más tarde a recogerle… Por aquello del japonés, la tarea se la autoasignado Chiaki y al ser yo el que le llevo por las mañanas, también se encarga ella de cambiarle y vestirle.

Entonces bajamos los dos, a veces entre sollozos desconsolados, a veces, diría que la mayoría, entre risas. Y mientras yo saco la bici eléctrica del parking, Kota se dedica a corretear todo lo que pueda dando voces aquí y allá. Cuando consigo darle caza, le siento en el asiento de delante que de momento es el único que hay, aunque seguramente habrá que poner el de la parte de atrás porque Kota ya hace meses que pesa más de diez kilos. Cinturón de seguridad y casco de Anpanman en cabeza, salimos ya pedaleando hacia la guardería.

Por el camino, invariablemente, nos cruzamos con los chavales que van a la escuela que queda al lado de casa, con un señor que no conozco de nada pero que me saluda efusivamente cada mañana, un señor que está allí supongo que para vigilar que los estudiantes llegan bien a clase. Y con un gato gordo blanco al que Kota saluda gritando «ñan ñaaaan!!!» desde el asiento con mejores vistas de toda la bici.

De la misma manera, Kota gritando «tren tren bye byeeee» en su perfecta mezcla de idiomas me hace saber que a nada que pasemos por encima de las vías, estaremos ya en la guardería donde entraré con él en brazos justo justo hasta la puerta que es el lugar de dejar los zapatos. Ya en la habitación grande, nos lavaremos las manos bien con jabón y después nos daremos con alcohol porque este año en Tokyo está dando fuerte la gripe A y están tratando de que no pase en la guardería aunque ya se han dado un par de casos. Lo siguiente que pasa es que una profesora viene y le toman la temperatura, si sube de 37.5, para casa que nos volvemos. Se la tomarán también después de comer y a media tarde llamando para que le vayamos a buscar si es el caso.

Si hay suerte y está la profesora que le gusta a Kota, todo irá fluido. Es una chica con mucha mano para los críos que le tiene cogido el truco a Kota hasta el punto que ya se echa a reír nada más verla. Tiene gafas así que Chiaki la ha bautizado con Mimi-sensei que es el nombre de la profesora con gafas que sale en Anpanman. Kota cualquier día se lo cascará, pero eso será otra historia.

Bien llorando como un descosido o bien más feliz que una perdiz, llegará el momento en que Kota se quedará solo y yo me iré con la bici de batería hasta el parking de la estación donde lo normal es que la aparque, coja la mía que duerme allí y enfile hasta Gotanda. A la tarde Chiaki hará el viaje de vuelta: parking de la estación – guardería – casa.

Aquí en Gotanda siempre aguanto una hora antes de entrar a trabajar para poder tener al menos esos sesenta minutos exclusivamente para mi al día; normalmente entro en alguna cafetería cercana a la oficina y trabajo en algún proyecto personal como la web de viajes o la de Karate o estudio algo de japonés.

Los viernes he pensado que los voy a dedicar al blog y de momento lo estoy cumpliendo, si me seguís leyendo, me seguirá mereciendo la pena.

En la oficina lo haré lo mejor que pueda hasta la una de la tarde que es cuando voy a uno de los dos gimnasios a los que estoy apuntado: o el de pesas o el de crossfit. Al menos una sesión de crossfit a la semana cae seguro, el resto lo divido entre grupos musculares y flexibilidad de piernas en el otro gimnasio, cuando haga mejor tiempo saldré a correr aunque sean 40 minutos aprovechando que tengo donde ducharme.

Después comeré lo que traigo de casa delante del ordenador. Aprovechar los mediodías para ir al gimnasio es algo que se viene manteniendo desde hace un par de oficinas y que seguramente siga haciendo mientras pueda allá donde aterrice a rascateclear. Sigo creyendo que enmascarar lo que quieres hacer entre la rutina del día es la mejor manera de llevarlo a cabo; probablemente después de la oficina no iría al gimnasio la mitad de las veces como tampoco haría 30km en bici más que en alguna ocasión especial. Ahora no lo planeo, no existe ese momento de pensar en ello y quizás echarse atrás: simplemente es lo que hay y se hace.

A mis cuatro de la tarde ya son las ocho de la mañana en España, así que le mando un mensaje a mi madre que ya estará despierta, esto también es invariable. Le pregunto por como han pasado la noche, le cuento alguna cosa mía y siempre le mando alguna foto de Kota para que ella, en la medida de lo posible, pueda seguir la evolución de su nieto por lo menos hasta la siguiente vez que le vuelva a ver. Me sigue sorprendiendo que pueda hacerlo: que haya aprendido a manejar el whatsapp, probablemente por mi culpa y que nos mandemos fotos como si nada.

Seguramente si viviese en España no chatearíamos tanto… con este pensamiento me quiero quedar por aquello del lleno de las botellas.

Ocho horas de trabajo después ya estaré de nuevo camino de casa. En el trayecto andando desde que dejo la bici por la noche en el parking de la estación hasta el súpermercado, revisaré el móvil porque Chiaki me habrá pasado la lista de la compra y a ello me pondré si es que hay compra que hacer. Al llegar a casa, Kota ya habrá cenado pero querrá comer algo de lo que comemos nosotros entre risas, puñetazos y juegos. Chiaki me cuenta lo que le han dicho en la guardería, porque también escriben las profesoras algo todos los días en la libreta: que si le gusta hacer tal cosa o a aprendido a decir tal palabra. Cada frase de Chiaki es inmediatamente reforzada por explicaciones de Kota en su idioma medio inventado… es increíble y emocionante ver como cambia cada día, no me perdería esa recena suya ni aunque me pagasen cuarenta veces mi sueldo por quedarme en la oficina hasta tarde. Como tampoco cambiaría el momento del baño ni el de después de ponerle a dormir. Últimamente cuesta un poco porque le da por saltar y tirarse de cabeza desde nuestra cama hasta su futón, o por medio hacer el pino de cabeza sin manos o por pegarnos con el primer muñeco que tenga a mano que rezamos porque no sea el robot ese de plástico duro.

Raro será que no nos quedemos dormidos con él de puro agotamiento.

Llegará un día en que Kota deje de inventarse palabras, irá y volverá solo a la escuela y quizás no quiera sentarse en las rodillas de su padre para ver el Totoro o el Anpanman que toque. Pero hasta que eso pase, por mis huevos que pasaré el mayor tiempo posible de mi vida llevándole en bici para emocionarme mucho más que él cuando pasemos las vías y grite en dos idiomas y ninguno a la vez: «パパ! 見て! el tren!!!! bye bye treeeeen!!!».

El Setsubun de las pelotas

Lo del Oni ese.

Seguro que sabéis, y si no os lo cuento yo aquí, lo que es el Setsubun. Mayormente se trata de una costumbre japonesesca en la que un pavo se disfraza de demonio y la gente le tira semillas de soja gritando «demonio! fuera!! suerte!! dentro !!» como si no hubiese un mañana. Luego se zampa también un rollaco de arroz con cosicas mirando pa el Cuenca de aquí y esa movida te da suerte ya para todo el año….

¡Y yo que sé porqué! ¿a mi que coño me preguntáis?, ¡ellos sabrán, déjales! ¡¿¿te dicen ellos a ti algo del oro, el incienso y la mirra esa!?!?, ¿!¿o de las uvas de nochevieja!?!?, ¡¡pues entonces!!

Bueno, total, a lo que yo iba es que:

¡¡ Me cago yo en el Setsubun, hombre !!
:copon:

Resulta que en la guardería de Kota han estado toda la semana ensayando la movida con pelotas de plástico en vez de con semillas de soja: se las daban y les enseñaban a tirárselas a un muñecote que tenían puesto ahí. Hasta aquí la cosa mola, una novedad para Kota porque es su primera vez y felicitación por parte de las profesoras cuando fui antes de ayer a buscarle porque parece que se le daba bien el asunto. Como le tire las pelotas a la cara con la misma fuerza con la que me tira a mi los muñecos de Anpanman, el Oni ese se iba a volver a casa con más hostias que un saltamontes dentro de una lata.

Pues bien, llegó el día S y tres profesoras se disfrazaron de demonios con máscaras feas y ropajes y se dedicaron a danzar por el jardín de la guardería que se ve perfectamente desde los ventanales de dentro. Jugaron a la cosa de asustarles, y las profes de dentro, cómplices de la movida, les decían «¡¡mira mira que están ahí los demonios, coged las pelotas!!» y así. Hasta que finalmente entraron dentro gritando y montando escandalera con las máscaras y pasó lo que es normal que pase con niños de 0 a 3 años: ¡¡¡ todos llorando más acojonados que Rita Barberá en el dietista !!!!

¡¡Pero que no dejaron de llorar ya en todo el día, parece !!

Al llegar a casa, Kota estaba todavía como acojonadillo: se notaba que el pobrecico lo había pasado mal. Cenó y se metió en la cama sin protestar, estaba como achuchaíllo ahí en si mismo.

¡¡ Pues menuda nochecita !!

No hemos dormido una mierda porque no ha dejado de llorar y despertarse con pesadillas de los bichos de los huevos gritando «nooo diablo, veteeee, veteeee». Para cuando conseguíamos que se calmase, después de media hora haciéndole ver que lo más feo que había en aquella habitación con él era su padre, se volvía a dormir y se despertaba al de un rato otra vez igual. Así que hoy llevo unas bonicas ojeras sponsored by Setsubun.

Mecagüen la madre que lo parió.

PD: Los hechos son verídicos, lo ha pasado bastante mal. La manera de contarlo no tanto, en realidad me hace mucha gracia la cosa y ahora si vemos que Kota se porta mal le amenazamos con que viene el demoniaco y se achanta cosa fina!!

Mi infancia y la de Kota

Han pasado muchas cosas desde finales del 2014 hasta hace muy poco, algunas, como supongo que se intuyen, muy malas, horribles. Ya dije alguna vez que no hablaré de ello; no ahora al menos y de nuevo os pido que, por favor, no me preguntéis jamás, pasemos tres o cuatro páginas para delante.

Comienzo este 2016 con muy pocas fuerzas, y sin embargo muchas ganas. Raro, pero es verdad; tengo tantas tantas ganas, pero tantas ahí escondidas por detrás del alma que he decidido que ya va tocando quitarse del medio de una puta vez y que puedan salir aunque sea de a pocas a pocas.

Escribir, como algunas otras cosas, es algo que nunca pensé que dejaría de lado. Haré por que no vuelva a pasar e intentaré que este blog vuelva a asemejarse siquiera una migaja al que fue.

Me pongo ya a ello con una reflexión que llevo tiempo haciéndome y que finalmente he despedazado y recopilado para publicarlo al fin.

Vamos, pues, con:

Diferencias entre mi infancia y la de Kota

El caso es que no puedo dejar de acordarme de lo que me acuerdo de mi niñez cada vez que veo a Kota corretear con el turbo puesto por el pasillo camino del comedor como si allí fuese a estar, yo que sé, el chupete sabor fresa eterna o algo así. Últimamente me ha dado por pensar en lo diferente que es y va a ser su infancia con respecto a la mía, no ya solo por la cultura y el país, sino por que es otra época totalmente distinta.

Para empezar no hay una cadena de música con su correspondiente armario repleto de cintas de casette con canciones grabadas de la radio que se cortaban justo justo cuando al dichoso locutor le daba por hablar. Cintas con nombres tan originales como «marchosas» o «verano del 89». También llegaron después un huevo de CDs, yo tenía una increíble colección hecha a base de pedidos a la Discoplay y visitas al mercado de los miércoles de la plaza de Zalla. Tenía el CD doble de Duncan Dhu «Autobiografía», no te lo pierdas, menudo tesoro, ¿donde habrán ido a parar?… ¿seguirán en Zalla? ¿se seguirán escuchando?. La música en mi casa ahora es un iPhone, el que esté más a mano y menos maltrecho de todos los que hay por ahí tirados, que se conecta a un altavoz bluetooth de los dos que hay en casa: o el del salón o el del baño, que es donde le pongo a Kota canciones infantiles de mis tiempos mozos. Últimamente con Apple Music, así que ni sincronizar con el ordenador me hace falta ya, un grito al Siri: «oye Siri, ponme canciones de Sabina» y ala.

En cuanto al tema cinematográfico, en casa tampoco hay un vídeo como tampoco existe un armario lleno de películas y programas grabados de la tele estilo aquellos especiales de Martes y 13 que tantas y tantas veces habré visto con mi hermano Javi los sábados por la mañana donde poco más había que hacer entre cafés y migas. Ver la televisión, con todos sus anuncios y horarios, ahora es una perdida de tiempo acojonante.

Lo que tenemos es una AppleTV conectada a una tele el triple de grande y delgadica que la de que teníamos nosotros, tele que le compré a un tipo en Meguro a través de Craigslist, un tío sin cejas más raro que su プタ母 que decía que se iba del país a escape después de todo el Cristo de Fukushima y que me la dejó tirada de precio. Esa AppleTV, que está pirateada, se enchufa a la TimeCapsule que a su vez está enchufada a un disco duro externo de la hostia de gigas, ni sé cuantos, donde están todas las películas que he ido recopilando estos años de vida en Japón, películas que alguna vez espero ver con Kota en castellano: «Los Goonies», «Cazafantasmas», «La princesa prometida»… Las series que voy viendo como Juego de tronos, Los Soprano, Family Guy, poco duran ahí metidas: capítulo que veo, capítulo que borro al momento, la única que ha sobrevivido es Dragon Ball que conseguí íntegramente en japonés y que conservo desde el primer al último capítulo. Toda esta movida se controla también con el primer iPhone al que se llegue porque el mando a distancia desapareció hace meses (fijo que Kota sabe donde está). Las series que veo con Chiaki, como Walking Dead, es a través de Hulu porque ella no pilla el inglés y en Hulu Japan vienen con subtítulos. Hulu también fona con la AppleTV, habrá que echarle un ojo a Netflix ahora que también va.

Pero mira por donde que si que echo de menos un vídeo: que la AppleTV pudiese grabar cosas de la tele. Hay veces que nos enganchamos a algún dorama de estos pero nos caemos de sueño, molaría poder grabarlo para verlo después. La tele japonesa normalmente es un pestuño, pero hay series que están muy bien y que son muy dificiles de conseguir por internet porque aquí no se lleva eso del pirateo y casi nadie sube ni comparte ná. Otras veces hay programas sobre España o de Karate que ve Chiaki y que me grabaría si pudiese.

Otra bien gorda: aquí es de noche a las cuatro y media de la tarde, en verano la cosa no va mucho más alla de las seis o seis y media. Esto traducido al tema que nos ocupa significa que yo salía de la escuela a las cinco y ahí teníamos al menos cuatro horas para andar de parranda sin que fuese de noche: partidos de futbito, coger la bici, incluso había tiempo y sol para ir a la piscina. Aquí olvídate: amanece a eso de las cinco y media de la mañana, lo que es un disparate inaprovechable en todo caso y después de la escuela si eres un niño pequeño no te queda otra que volverte a casa. Yo intentaré ir con Kota a clases de Karate, pero irá conmigo porque no le dejaré ir solo de noche hasta que sea mayor. En Extremadura había niños pequeños en el parque jugando hasta prácticamente las diez de la noche, eso mola.

Podría contar con los dedos de una mano las veces que me monto al año en un coche aquí en Tokio. A la oficina voy en bici, a Kota le llevo a la guardería en bici, los fines de semana si vamos a algún lado lo hacemos en tren o, en muy raras ocasiones, en autobus. No es de extrañar, pues, que Kota devolviese al de cinco minutos de montarnos en aquel coche que alquilamos en Madrid para ir a Badajoz. No estaba, no está, acostumbrado de ninguna de las maneras. Si salimos de Tokio para conocer algún sitio de Japón más allá de la capital o nos vamos en el Shinkansen o en avión. Todo lo que conlleva tener o ir en coche, es muy probable que Kota no lo viva en su infancia: las caravanas, cantar durante el viaje, preparar y llevar el maletero hasta arriba, parar para estirar las piernas y tomarse un café en Fonda Cadiós, montarse en esa sauna después de dejarlo aparcado al sol… No descarto comprarme un coche algún día si las cosas siguen yendo bien, sobretodo cuando lleguen los otros dos hermanos que tengo apalabrados con Chiaki, pero de momento no hace falta ni se echa de menos.

Los domingos y los fines de semana, especialmente en verano, eran nulos: se paraba todo en España y para los críos más. Son los típicos días para pasar en familia y si no hay plan pues estamos arreglados. Aquí también es más familiar porque es cuando los padres no trabajamos, pero con la diferencia de que Tokyo un domingo es exactamente igual a un miércoles: sigue funcionando todo normalmente, sigue habiendo las mismas cosas, sigue habiendo centros comerciales abiertos, gimnasios, piscinas, tiendas. Es más: suele haber eventos especiales para motivarte a hacer más cosas como las clases de Karate de los domingos por la mañana orientadas a competir que tenemos nosotros y que luego dejan el dojo abierto para que hagas lo que quieras. Esto es tremendamente positivo si haces alguna actividad porque tu decides cuando descansar; en agosto me acuerdo que en Zalla, aparte de que no había ni Dios, te morías de asco y al volver oxidado a Karate después de tres meses se te había olvidado todo y las agujetas te duraban otros tres meses.

En Tokio hay muchos restaurantes, bueno, en esta ciudad hay mucho de todo porque entre otras cosas hay más gente que en el Primark de rebajas con buen tiempo. Pero a lo que voy es que hay muchos restaurantes en los que puedes comer mucho más que bien por unos 1000 yenes. Es comida muy decente y sale muy muy barato comer fuera, así que no es raro que los fines de semana comamos o cenemos allá donde estemos sin mirar la cartera dos veces. Kota ha estado ya en mas restaurantes en sus dos años de vida, que yo cuando tenía treinta, pero seguro además (y en más países también). Así que Kota cuando se suelte un poco más hablando podrá decir que ha probado comida india, coreana, japonesa, española, china, italiana, tailandesa, francesa… buff, ni sé ya.

Y siguiendo con el tema de comida: aquí en Tokio no se encuentra fácil embutido y el pan es caro, tampoco hay casi tiendas de chuches sin rebuscar mucho. La conclusión es que la comida del recreo o las meriendas de Kota no van a ser bocatas de chorizo de Pamplona ni un paquete de gusanitos. De momento lo que come en plan amaiketako son galletas de arroz que venden para críos sin sal u onigiris (las bolas de arroz) que le suele preparar Chiaki con algas, semillas de sésamo o trozos de pollo o atún dentro. Esto es una ventaja, yo devoraba paquetes de mierdas hasta límites absurdos de dolor de tripas. Lo que come y comerá Kota, de momento, es infinitamente más sano por lo menos mientras decidamos nosotros; cuando le demos la paga si decide irse a un McDonalds de vez en cuando será cosa suya (aunque le miraré de malas maneras fijo, también te lo digo).

Las actividades extraescolares, otra movida. Yo en mis tiempos mozos y hasta que empecé karate, jugué a futbito, estuve apuntado a un club de ajedrez, a ciclismo y hasta a fútbol fui a entrenar un día y al ir a darle de cabeza a un balón me caí al suelo medio desmayado… no volví más. Aquí también hay futbito y baloncesto y tal, pero estamos hablando de que seguramente Kota jugará a beisbol, el deporte más popular de cuyas reglas no tengo pero es que ni idea, algún arte marcial o imagínate si se pone a hacer shodo, caligrafía japonesa, o la ceremonia del té… ¡anda que no va a molar el tío!

La comunicación. Es que te cagas: en mi infancia no había internet y el primer móvil yo creo que lo tuve allá por los 20 años. Chiaki y yo nos comunicamos por Line, que es el Whatsapp de aquí, yo creo que en los años que llevamos juntos habremos hablado por teléfono diez veces contadas. Con Kota pasará igual, cuando sea un poco más mayor tendrá un smartphone y podré mandarle en cualquier momento un mensaje que recibirá al instante, incluso podré saber donde está con alguna aplicación de esas de familia. Algo impensable en mis tiempos, aunque también es verdad que viviendo en Zalla o estabas en la plaza o en el banco de al lado del Batzoki, tampoco había mucho margen de maniobrer.

Siguiendo con el punto anterior de internet, que es una diferencia acojonante, yo recuerdo que en la universidad te peleabas con los libros que había y era muy muy difícil encontrar ayuda más allá de esos libros. Ahora te vas a internet y encuentras cinco mil páginas con, pongamos, mil ejemplos y explicaciones de ese problema de física que no entendías ni pa Dios, seguro que lo acababas entendiendo de una manera o de otra. Yo me imagino estudiar ahora con el ordenador o el iPad al lado, en realidad es que creo que no hacen falta ni libros, no deberían existir ya, como mucho imprimir lo que toque esa semana y fuera. Y de la misma manera: si querías profundizar en algo, o había alguien que supiese y pudieses preguntarle o comprabas algún libro… ahora puedes aprender cualquier cosa por tu cuenta, a Kota solo le hará falta la voluntad porque material ya tiene de sobra: lenguajes de programación, katas, recetas y vídeos de cocina…

¿Y que me decís de la vida entre dos mundos? Mi familia está en España y es mi deber que Kota les vea cuantas veces sea posible, no quiero arrepentirme de no haberlo intentado lo suficiente cuando ya no pueda ser. Kota estará acostumbrado a coger aviones, a vivir un tiempo al año en otro país cuyo idioma y constumbres deberá conocer, por mis huevos morenos, otro país que también es el suyo aún sin vivir allí. Esta diversidad cultural, este ensanchamiento a todo lo que den las miras, esta lección de perspectiva es algo que yo no pude ni intuir hasta que vine aquí por primera vez con mis bonicos 25 años. Creedme si os digo que a uno le moldea las entendederas conocer otros lugares, otros países, otras gentes, sobretodo si son de culturas tan diferentes. Por no hablar de que en mi casa hay cena de nochebuena, se comen las uvas, Kota tendrá regalos de reyes y a la vez se vestirá de kimono cuando haga tres años, le tirará semillas de soja a un tío vestido de demonio en febrero y se sentará con sus colegas debajo de un cerezo cuando le toque.

Y aquí lo dejo de momento.

Pasad un muy buen fin de semana,
¡hacedme el favor!
:gustico:

Mi vida entera

Un currusco es el mayor de los banquetes, la bombilla de la lámpara el sol más luminoso bajo el que correr, el salón el desembarco de Normandía donde el batallón aliado, con Anpanman al frente, derrotará de todas todas a Totoro y su ejército de peluches que últimamente viene pegando fuerte con la oveja Shaun y el oso ese que llaman Pu o po o yo que sé.

La bañera llena es el mar más picado del mundo en el que hundir barcos de plástico con toda la tripulación de patos de goma que quepan de proa a popa entre pitidos de los pitos semiahogados de sus barrigas. Aquí está penado no salpicar. La condena es seria: ración doble de jabón y frote, así que mejor soltarse y aplaudir al agua al ritmo de risotadas estruéndosas que se escuchen en todo el vecindario que, total, ya saben lo que hay.

El pasillo es la M30 donde los únicos adelantamientos permitidos son los que se hacen por debajo y entre las piernas de los adultos que osen circular por carretera ajena. Obligatorio que se persiga al que allí corretea por encima del límite de velocidad, la multa es el achuchamiento de un mínimo de diez segundos de duración con despeinamientos intermitentes y azotes culeros siempre dentro del margen de la ley y si el agente lo considera oportuno.

La guardería es el infierno cuando se llega, por los lloros, pero el paraíso cuando se está. Hay que guardar las apariencias.

Toda superficie mínimamente estable y cálida es una cuna donde dormirse en cualquier momento sin previo aviso y a poder ser a destiempo.

Está prohibido tener la cara limpia, bien ha de haber mocos que decoren la pituitaria por fuera o restos del banquete de las diez mezclados y se evitará, con gritos e incluso lloros si es menester, que algún adulto pretenda despegar cualquier tipo de costra que tantos esfuerzos ha costado amasar. Los pañuelos húmedos son el enemigo a batir, la M30 el plan B de huida si los aspavientos no acaban de disuadir al empeñado limpiamocos pesado de turno.

El parque del final de la calle es San Mamés, los bichos son confidentes a los que nunca dejar de hablar, las piedras y los palos son los mejores juguetes que existen porque siempre están allá donde se va. Piedras y palos que hay que tocar y coger y tirar lejos o pegarles un bocao cuando esos dos que siempre están no miran.

Si va llegando la hora de comer, es conveniente tirar besos y dar algún que otro abrazo para agilizar los trámites y que las hormigas esas blancas con cosas verdes aparezcan en la mesa lo antes posible. Tu sigue rebañando que ya diré yo, manotazo a la cuchara de por medio, cuando parar.

La bombilla de la lámpara se convierte esta vez en la luna de verano más redonda a la que quedarse mirando desde un futón al que le sobran dos dobleces hasta empezar ya a soñar con bosques de árboles de troncos de barras de pan y hojas de algas nori. Sin madres ni padres que protesten si se desforestase, a bocado limpio, más de lo debido. Conviene despertarse y armar jaleo cada dos o tres horas con o sin motivo, el caso es desbaratar esa absurda idea de dormir más de media docena de horas seguidas. Habrase visto, con la de planetas que quedan por descubrir.

Cada despertar, cada día, pañales mediante, es otro capítulo del mejor y más emocionante libro de aventuras jamás escrito. Abre la puerta que ya voy enfilando en quinta y con legañas al pasillo, ¡aparta! ¡ven! ¡quita del medio! ¡cógeme en brazos! ¡déjame en el suelo! ¡vuélveme a coger!.

Tu sonrisa, hijo mío, mi vida entera.

Pero no creo que llegue

Fue un día largo que acabó pronto, como lo son prácticamente todos desde que Kota está con nosotros: se abren cajas cerca de las seis de la mañana y se echa el cerrojo apenas dadas las nueve de la noche. Bueno, si echamos cuentas, tampoco cambia mucho la cosa: levantarse a las diez y ensobrarse después del deadline de la Cenicienta viene a ser prácticamente lo mismo; con el agravante a nuestro favor de que el país del sol naciente lleva implícito también el sobrenombre del país de la rauda luna. A las cinco es tan de noche que asusta.

Lo que no es lo mismo es lo del medio. No es lo mismo pero ni de lejos.

Se acabó eso de vaguear, de desayunar leyendo las noticias por internet taza de té en la zurda mientras la diestra afila uñas ya para el rascamiento del nalgamen adyacente, como mandan las tradiciones mañaneras. Ahora no. Ahora te tomas tu té cuando el monarca Kota Toscano III tenga a bien concederte un tiempo que le lleva perteneciendo a él desde que empezaron a asomar por abajo los títulos de crédito con tu nombre del último sueño que te inventaste esa madrugada.

Y bien a gusto, no os penséis.

El pecho se le empatana a uno cuando, al notar tirones en la pernera del pantalón, se descubre que hay un bebé ahí abajo exigiendo que le eleves a la categoría vertical que se merece, que le cojas en brazos pero ya mismo y que eso de estar a otra cosa no se vuelva a repetir. Mirada seria, tenaz, bien acorde con la gravedad de su meta, con su ineludible propósito.

Esa mirada es golosina por definición, no puede ser más dulce. No hace mucho leí que uno estaba obligado a ponerse al teléfono de juguete de un niño si te lo pasa y contestar como si fuese la llamada más importante del mundo. Pues por ahí van los tiros.

Hay cosas que no deben ni pueden ser de otra manera.

La cuestión es que no recuerdo a donde fuimos aunque si que fue bastante más lejos de la habitual vuelta al barrio con parada y fonda en algún menú del día, la sala de lactancia del centro comercial y el avituallamiento obligado en la cafetería del matrimonio que hace donuts caseros. Ese día tocaron andenes y pintaron trenes con Kota colgando de mi pecho. En Tokio llevar un carrito de bebé implica tardar media hora más en salir de cada estación, y eso cuando no te toca cargar carrito más bebé escaleras arriba desde varios pisos sumidos en el subsuelo. Por eso nunca solemos usarlo y le llevamos colgando sobre nosotros. Eso si, a la que te sientas, Kota ejerce su derecho soberano de revolverse hasta que le sacas de su prisión pechera para dar voces y prácticamente no estarse quieto ni medio pestañeo.

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Eso mismo pasó a la vuelta mientras íbamos sentados en la zona del vagón reservada para minusválidos, embarazadas, ancianos y personas con bebés. Estábamos homologados completamente, no me miréis mal que además yo soy de los que se levanta a la mínima cana que asoma por la puerta.

Total, Kota estaba ya de pies encima de mis muslos entretenido entre señalar a la señora que quedaba a las tres y gritarle un «EEE» claramente reprochante vaya usted a saber a santo de qué, y tratar de engancharle la corbata, y descojonándose con cada intento, al salary man que dormía de pies justo delante de nosotros. Entre reverencias y disculpas por nuestra parte, se nos sentó un anciano al lado, exactamente a la derecha de mi derecha y poco tardó Kota en decretar que ese sombrero blanco pertenecía a su reino y que le debía ser entregado a modo de arancel.

– Sumimasen -solté por enésima vez en aquél vagón. Kota, esto no es tuyo, no puedes coger lo que te de la gana, chato. Dame dame.

– ¿Como has dicho que se llama? -dijo el anciano mientras le ponía el sombrero a Kota, pero la cabeza de Kota no alcanzaba a hacer base ni poniéndose de lado así que acabó inmerso ahí dentro con el sombrero tapándole hasta la barbilla. Kota se revolvió pero en vez de llorar se empezó a reír a carcajada limpia entre aspamientos.

– Se llama Kota -dijimos a la vez Chiaki y yo mientras le devolvíamos el sombrero esquivando los embites del monarca que no iba a dejar que se le arrebatara su nueva corona sin ofrecer fiera batalla. Cuando el hombre se lo volvió a poner, Kota no le quitaba ojo, a nada que entrase en zona neutra, para el botín real que volvía.

– ¿Cuantos años tiene?, hay que ver qué pedazo de ojos tiene, como se nota que es half, ¿le habláis en inglés?, ¿de donde eres? -preguntó de corrido y sin embargo con ritmo lento, diría que igual de entrañable que su aspecto. Así me gustaría envejecer a mi, con esa elegancia y esa simpatía. Mientras le contestábamos a una u otra pregunta a veces yo, a veces Chiaki, él le hacía carantoñas a Kota cuyo objetivo sombreril permanecía intacto.

– Anda, España, menos mal porque yo pensaba que habías hablado en inglés y estaba todo triste porque no te había entendido nada, ¡tantas clases y tan poco resultado!, pues si que estamos buenos. Una de mis hijas está casada con un holandés -aquí dijo el nombre pero no logro acordarme- y mi nieto también es half y habla inglés y japonés perfectamente, tenéis que aprovechar eso, los niños son mucho más listos que nosotros que nos hacemos tontos además de viejos.

– Jajaja, pues sí, yo le hablo en castellano siempre y ella en japonés, de momento cuando le digo cosas como «ven» o le saludo, actúa en consecuencia, vamos, que lo entiende de más. Como todavía no habla, pues no sabemos por donde saldrá.

– Pero tampoco seáis muy duros, ¿eh?, un niño es un niño y su deber es jugar y reírse, no le riñáis demasiado.

Se hizo el silencio. Se acordó, quizás, de alguna riña a alguno de sus nietos con él delante y pude intuir cierta congoja, cierta pena por la situación vivida que escapaba a su control. De ser cierto, sin ninguna duda que este hombre, a parte del más elegante del vagón, debía haber sido un gran padre. Permanecí atento porque destilaba lecciones de humanidad con cada gesto.

– Yo estoy estudiando inglés -retomó- porque soy un viejo y los viejos tenemos mucho tiempo libre. Me he apuntado para voluntario en las olimpiadas del 2020, quiero ayudar a todos los extranjeros que vengan porque el japonés es muy difícil. ¿Verdad que es difícil? -preguntó y prosiguió sin esperar a mi asentimiento- Estoy estudiando inglés todos los días por mi cuenta, un poco cada mañana, y los sábados nos dan clases en el centro cívico del barrio.

De nuevo volvió el silencio que esta vez fue más largo incluso. Silencio solo interrumpido por balbuceos de victoria de Kota al conseguir tirar de la corbata que colgaba, tentadora y desafiante, justo delante de sus ojos. Silencio largo que pausamos con una ración más de nuestras ya rutinarias disculpas por las acciones del monarca. Silencio al que finalmente hirió de muerte, un par de minutos antes de que llegase su parada, el menudo y elegante anciano que permanecía extremadamente pensativo a nuestro lado.

– Pues si, estoy estudiando inglés para ayudar en las olimpiadas -insistió- pero no creo que llegue.

Gap Kid Class of 2014

Hemos presentado a Kota para modelo de Gap Japón!

Si sale elegido, lo que es más difícil que hacerse amigo de un franchute, se convertiría en la imagen de la marca en Japón durante un máximo de dos años!!

Que mi hijo es el más guapo, igual que para vosotros son los vuestros, está claretis así que haciendo honor a la profecía #ikucansina del gran Fran que vaticinó muy acertadamente que no me iba a aguantar ni mi padre con Kota paquí y Kota pallá, ahí van unas fotos recientes (que seguramente ya habréis visto en Instagram / Facebook / Flickr, #ikucansinooooooooo):

Ahora que como los padres también participan en las sesiones de fotos, juro que me llevaré la txapela que le compramos en el casco viejo de Bilbao y si la cuelo será mayor Bilbaínada que lo del Nápoles en San Mamés!!

¡¡ Ahora si que si !!
¡¡ Buen fin de semana !!
:gambiters: :triki:

Mi primer día del padre

Llevaban ya unas cuantas semanas los carteles de お父さんの日, «el día del padre» puestos por todos los lados. En Tokio, esto de bombardear al personal con la promoción o el evento del momento es algo que se toman muy en serio. También es verdad que con tantísima gente que hay aquí, a nada que consigan un dos o tres por ciento de los potenciales clientes, ya han hecho el apaño con creces.

Yo no me había dado por aludido ni de lejos. A lo del día del padre, digo. Normal, por otra parte: llevo 37 años en el bando contrario. Todavía me acuerdo, y no es broma, de algún que otro cenicero de barro que le hice a mi canudo progenitor en la escuela de mi pueblo. Todavía sigue fumando el tío. Por cierto, qué majo es mi padre… es curioso que siempre que me vaya a acordar de él se me escape dando pedales una sonrisa de las cálidas, de esas que te transportan a tiempos que uno lleva atrincherados en el corazón y que se paladean con gusto cuando vuelven a la mente.

Los fines de semana, cambiando un poco de tema aunque no demasiado, Chiaki y yo hemos llegado a un pacto no escrito por el que uno de los dos se lleva a Kota al salón cuando se despierta y así le deja al otro dormir en paz hasta la hora que sea. El mío, Chiaki mediante, es el único día de la semana en que me levanto más tarde de las siete de la mañana, que se dice pronto.

Así que cuando Kota decidió finiquitar, a pleno pulmón, lo que fuera que fuese que estuviese soñando, o mini-soñando, yo le cogí en brazos y me lo llevé al sofá del salón como me tocaba porque el sábado había sido yo el que disfrutó del privilegio e inmenso gustazo que es dormir a plena legaña sin sobresaltos. Eran poco menos que las siete de la mañana. Me tumbé en el suelo junto a Kota y me puse a echar carreras a gatas con él. Virgen santa cuanta energía tiene, ya puedo espabilar si quiero estar a la altura de sus catorce o quince años a mis cincuenta y tantos. Siempre le digo a Chiaki que tenemos que subir el Fuji los dos juntos (ella dice que nos espera en la bañera del ryokan), y por estas que se ha de cumplir.

Y mientras nos peleábamos por ver quien se quedaba con el peluche de Totoro, la madre de mi hijo apareció por la puerta apenas diez o quince minutos más tarde.

Que guapa es. Cuando aparece así con los ojos tan cerrados… con esa cara de estar tan dormida que todavía no queda claro si es el intermedio o ha llegado al final, yo me la comería enterita. En lugar de eso le di un beso, de los gordos eso si, y extrañado le pregunté si no tenía sueño aunque era evidente que tenía muchísimo. «Chotto matte», «espera un poco» fue su respuesta y se metió en el cuarto ese que tenemos lleno de trastos, pero que me resisto a llamar trastero.

Cuando volvió me dio un regalo, sin yo entender todavía nada, cogió a Kota en brazos y me dijo: «Felicidades papá».

Todos los cabos se entreataron solos de repente y además se enredaron entre sí. Era el día del padre y allí estaba mi hijo y su madre con unas legañas como puños, si, pero una sonrisa que se las comía. «Ábrelo y te cuento».

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«Me ha costado mucho, pero quería levantarme antes de que te hicieses el café y así la pudieses estrenar hoy mismo», va y me dice ya un poco más despierta. Y yo paseo mi mirada entre la suya y la de Kota, y me pongo a llorar con la taza en la mano, y Kota se emociona con el ruido y se pone a pegar gritos y nos acabamos riendo los tres.

El café resultó estar bien cargado, de sorpresa, de emoción y sobretodo de felicidad. Amargo, como siempre, pero dulce como nunca.

No tengo planes, porque no había caído en que ahora estoy en el otro lado de la raya, pero se improvisan pronto: nos vamos a un restaurante con menús degustación de lujo que hay no demasiado lejos de casa. Pero Kota decide tener el día torcido y no nos deja comer en paz, aunque hace tiempo que no nos agobiamos: si yo le tengo en brazos, Chiaki me corta el filete para que la mano que a veces me deja Kota libre sea suficiente para seguir meneando el bigote. Si ella acaba antes, nos turnamos y finalmente llegamos a los postres de una u otra manera. En esta ocasión Kota eligió la otra manera y prácticamente no dejó de llorar ni cuando nos trajeron el café, que fue cuando ya decidí salir fuera para no molestar más al resto de comensales.

En la calle le costó, pero finalmente se durmió y cuando salió Chiaki alargamos un poco más el día que ya pasaba del medio hasta que llegamos a los tres cuartos dando un paseo.

– Muchas gracias por todo, Chiaki. Yo ni me había acordado, es más, seguro que el día de la madre también ha sido y yo no he reaccionado
– Pues si, pero no pasa nada, yo me he acordado de milagro
– Pero el madrugón te lo has dado, muchas gracias también
– Si si gracias, tengo comodín!
– Jaja, por supuesto

Llegamos ya a casa, me meto en la bañera con Kota, como cada noche, y cuando acabamos de cenar, con más calma esta vez, le cojo en brazos y juego con él el rato que aguante despierto, que ese día es muy largo.

De repente me mira y empieza a hacer aspavientos con la boca, como si quisiese hablar, como si quisiese decirme algo como colofón a ese día que resultó ser tan especial por ser el primero en el que soy consciente que estoy en el club de los padres. Se pone mucho más serio, extremadamente concentrado, frunce el ceño como si estuviese enfadado y finalmente sale una palabra de su pequeña garganta mientras mantiene su diminuta mirada fija en mis expectantes ojos abiertos como platos:

Maaaamaaa

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La vuelta a Zalla

Miro a mi alrededor y todo está igual que siempre. Lo único de esta habitación que me recuerda que estuve en Zalla es la txapela del padre de mi padre que me traje con el permiso de su hijo. Todavía conserva su olor, por cierto. Pero recuerdos tengo, claro, y aunque nadie más que yo los ve, estarán para siempre conmigo. O al menos hasta que mis neuronas consigan retenerlos.

Ha sido fabuloso volver con Kota que aunque estaba a escasos días de cumplir la mitad de su primer año de vida, rebosa ésta por los ojos que le brillan tanto que parece ver más intensamente que cualquiera de nosotros.

Sabía que iban a ser momentos irrepetibles, que nunca iba a volver a pasar que mis padres le conociesen por primera vez, que no nos quedaba otra que respirar mucho más aposta cada segundo que estuviésemos, estuviesen, juntos. Ahora procuro no resoplar para evitar que se escape algo de ese aire que tan adentro llevo guardado en los pulmones.

El primero que le vio fue mi padre; vino a buscarnos al aeropuerto y lo primero que hizo fue cogerle en brazos. Kota le miró extrañado, pero no lloró. Pude imaginarme a mi mismo con la edad de mi hijo en los mismos brazos de aquel buen hombre que seguramente no habrá cambiado tanto desde que me tuvo a mi y a esa foto casi pude sacarle el negativo: sentir qué podría estar sintiendo él, mi padre, en ese momento. Porque lo mismo que estoy viviendo yo con Kota lo vivió él conmigo como a mi espero que me toque con los hijos de mi hijo y será irremediable que me acuerde que ese Kota de barba de tres días, vozarrón y entradas es mi Kota de ahora, el de los balbuceos, los gritos a destiempo, el de la mirada cristalina y los culetazos en la alfombra.

O quizás es que le doy mucha importancia al asunto, pero es que aunque no es el primer nieto de mis padres, si que es mi primer hijo. ¿Cómo no me va a importar?.

Llegamos un rato en taxi después a casa y entonces el relevo lo tomó mi madre aunque en esta ocasión Kota si que lloró. Demasiado trajín de trenes, aviones, aeropuertos y coches. Demasiadas emociones para un bebé… Kota, tu no te preocupes, si lo raro sería que no hubieses llorado… ¡bastante buen viaje tuviste!. Y… ¿qué puedo decir de mi madre?. La misma imagen me venía inevitablemente una y otra vez a la mente. El mismo bebé, yo, pero con distinto adulto. ¿Qué podría pasar por el corazón de mi madre en el momento en que tuvo al hijo de su hijo pequeño en brazos por primera vez?. No puedo más que imaginarlo y ni siquiera me acercaré al tiovivo de emociones de todo tipo e intensidad que se pasearían por su pecho.

Todos hemos cambiado, seguro. Kota ahora ya en Tokio se ríe mucho más que antes y ya casi se duerme solo sin tener que estar muchos cincos minutos meciéndole, es como si el haber conocido a sus abuelos era lo que le faltase para ser el bebé que le tocaba. O más bien era lo que me faltaba a mi y eso él lo ha notado, como sabe todo lo que nos pasa de alguna manera, estoy convencido. Y por eso duerme mejor porque sabe lo que ha significado para mi que hayamos llegado a tiempo y los de allí hayan podido disfrutar del bebé que pronto dejará de ser.

Como debía ser, nosotros pasamos a un quinto o sexto plano y él fue el auténtico protagonista en casa, tanto era así que cuando entrábamos por la puerta después de dar un paseo los tres, mis padres decían «ahí viene Kota» y en cuanto nos queríamos dar cuenta ya le tenían en brazos y le estaban cantando y Javi le ponía el dedo para que se lo agarrase y le daba algún beso si se terciaba.

¿Y Chiaki? pues entre sonreírse y reírse, claro, con más razón esta vez que entendía un poco más que otras veces. Ahora aquí en casa le canta a Kota la canción de cinco lobitos que tanto le escuchó a mi madre, dice que para que a Kota no se le olvide su abuela. A veces es a ella a la que se le olvida la S y me singulariza a los cinco mamiferos de un tirón aunque si nos ponemos a buscarle sentido, también es verdad que no sé en qué camada de lobos la madre tendrá una escoba a mano para meterlos detrás. El caso es que Kota se ríe, quizás porque Chiaki consigue su objetivo y hace que se acuerde de aquella señora con la que tanto jugó hace un par de semanas. Ojalá sea así y consigamos encadenar visitas con la frecuencia necesaria para que nunca deje de pasar.

Para mi el otro protagonista ha sido mi pueblo que he vuelto a ver con los mismo ojos pero con una mirada que nada tiene que ver a la que tenía cuando vivía allí. Porque Zalla, en las tres veces que lo he visitado después de estar viviendo en Tokio, me ha parecido un pueblo precioso. El horizonte no se deja otear porque lo tapan las montañas que hay allá donde mires, montes cuyo verde es tan intenso que ese tono es inconcebible en la selva de hormigón y neones en la que decidí quedarme a vivir hace ya dos años más de la media docena.

Y ha sido en aquel, mi pueblo, en el que presenté el libro por primera vez ante los que asistieron, que fueron muchos más de los que mi madre y yo habíamos imaginado. Y meto a mi madre en el asunto porque resulta que había avisado a todas sus amigas, de la quinta, para que fuesen a hacer bulto no fuese a ser que estuviese yo solo y me entrase bajona. Que tampoco habría sido el caso, pero vamos, que yo encantado de ver tantas caras conocidas.

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Como hablar del libro tampoco daba para mucho, o eso pensaba yo, decidí contar primero mi historia y empecé hablando de la beca aquella del Gobierno Vasco, de la vuelta a Bilbao, del segundo y en apariencia definitivo regreso a Japón que no fue más que un tumbo que fui a dar un pelín más lejos que todos los demás que llevaba dados en aquella época. Y una cosa llevó a la otra hasta que finalmente conté la historia de la señora de los paraguas y la del chico del chandal azul procurando no emocionarme más de la cuenta aunque no lo conseguí del todo y noté como se me desmenuzaron un par de frases.

Empecé muy nervioso y al rato ya no podía parar de hablar. Espero que no se hiciese demasiado largo. Después pensé que lo suyo sería dejar tiempo para contestar preguntas que, insistí, no tenían porque tener que ver con el libro. Y aunque parecía que no iba a haber muchas, nos tiramos un rato largo que a mi se me hizo muy entretenido hablando de las costumbres de este país, de sus gentes, de lugares, de terremotos, tsunamis y radiación, de cocina, de idiomas… de inquietudes y planes de futuro, de felicidades y esperanzas…

Y cuando Héctor anunció el final, los aplausos me hubieran deshilachado la voz de nuevo de haber tratado de hablar. No era la primera vez que hablaba en público ni me aplaudían, pero si que me lo pareció. Fue uno de los momentos más bonitos que he vivido por ser en mi pueblo delante de mi familia y amigos. Fue como si me hubiesen dado la oportunidad de una vez por todas de dar explicaciones, de coger el puzzle que llevaba siendo mi vida, poner las piezas encima de la mesa y acabarlo delante de todos por fin.

Pero no me fui a casa todavía porque no sé ni como, se había formado una gran cola para que firmase el libro. Fue un auténtico honor y un placer poder charlar un rato con cada uno de ellos y escribirles algunas palabras en aquella primera página de aquellos libros que por fin se habían hecho realidad después de tantos meses de trabajo. Me hubiera encantado que Fran hubiese estado allí para que se hubiese llevado la parte que era suya de todo aquello.

Y cuando quisimos darnos cuenta, ya estábamos otra vez en el aeropuerto de Bilbao que nos llevó, en un suspiro, a Tokio donde parece mentira, de verdad, que unas cuantas horas antes estábamos sentados en el sofá con mis padres y Javi intentando entre todos que Kota se riese a carcajadas. Es increíble como nos acostumbramos a todo, qué normal nos parece lo que un poco antes era casi inimaginable.

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Y sin embargo estando en Zalla, Tokio parecía un sueño.

Un sueño de locos, pero afinado ya, eso si.

Aquí nos quedamos, de momento, remoloneando un poco más los tres…

Lo que me hubiese gustado saber

Dicen que tener un hijo te cambia la vida, es curioso que muchos de los que me lo han dicho no tienen hijos, por cierto, pero esto es otro tema. Yo doy fé de que te la cambia aunque probablemente no sabré todavía, ni de lejos, cuanto. De momento hay un pequeño ser ahí con limitado poder de interacción que básicamente basa su existencia en comer, dormir, llorar y componer expresiones faciales sin coherencia alguna en el tiempo. La versatilidad de sus cejas es algo que me fascina: es capaz de pasar de la mayor cara de alucine del mundo a descojonarse a carcajada viva pasando por estar extrañado, alegre, eufórico, enfadado, triste incluso con ciertos tintes de melancolía fijando la mirada en un punto concreto en el que no tiene porque haber absolutamente nada. Todo esto en el mismo minuto. A veces da hasta miedo.

Decía que no soy capaz de saber cuanto cambiará mi vida porque de momento Kota sólo está ahí y aparte de lo obvio de no dormir y tener que estar pendiente, lo único quese he notado es que mi sentido de la responsabilidad ha aumentado, o casi que podríamos decir que se ha desarrollado: me preocupa mucho más, por ejemplo, poder ahorrar dinero a final de mes que cuando era yo solo que con que llegase para comer y pagar Karate, de sobra.

Pero Kota crecerá, irá a una escuela, a un instituto y a una universidad. Por el camino se enamorará un montón de veces, se peleará, le saldrán muchas cosas bien y muchas mal, tendrá amigos y enemigos, llegará a saber lo que le gusta y seguro que mucho antes lo que no, encontrará su lugar cuando sea el momento y, espero, que sabrá pelear por estar allí, por lo suyo, por los suyos.

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Yo intentaré ayudarle todo lo que pueda y pensando en esto me he dado cuenta que hay unas cuantas cosas que me hubiese gustado que me dijesen en vez de tener que aprenderlas a base de darme cabezazos con la vida.

Aquí van algunos pensamientos que me llevan rondando la cabeza últimamente:

– No pierdas el tiempo. Que el tiempo vuela es algo que oirás muchas veces pero cuyo significado no asumirás hasta que de repente la vida te lo escupa en la jeta. Créeme, no vas a tener quince años siempre, ni veinte, ni treinta. Estudia idiomas o elige un deporte y tira con él, o prueba muchos hasta que des con lo que te gusta pero no tires el tiempo como lo hice yo, que no te hagas, como yo, el eterno reproche de “debería haber empezado esto antes”.

– Aprovecha, sé consciente de que el ahora no va a durar. Es así. Mira a tu alrededor, échale un vistazo a tu día. Por mucho que te parezca que es igual que ayer y aunque sea igual que mañana, esto no dura. Cambiarás o te cambiarán de trabajo, de amigos, de lugar, de amores, de aficiones. Las personas que tienes cerca no van a seguir ahí, para bien o para mal, disfrútalas ahora mientras puedes. Yo vivía en mi pueblo y ahora lo echo de menos a morir. Tu ahora eres un bebé pero dejarás de serlo pronto, debo exprimir esta situación al máximo como lo haré con cada etapa de tu vida. Es así con todo. Los cursos se gradúan, los trabajos se cambian, los amores se desengañan, las personas se mueren. Es así, no hay nada que hacer. Exprime cada ahora para que cuando sea el después te acuerdes luego satisfecho.

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– Te tocará cumplir con tu rutina y creerás que no podrás tener tiempo para ti, pero debes entender que el contexto es importante. Nunca se van a dar las condiciones perfectas para nada. Siempre va a haber algo que no te guste, que no te cuadre, que te quitará las ganas. Aprende a analizar tu situación y sácale el máximo provecho, dobla las reglas del juego a tu favor. Si tienes que pasarte dos horas al día dentro de un tren, haz que ese tiempo sea tuyo leyendo libros, por ejemplo. Simplificándolo mucho: si quieres ir a correr pero toca que está lloviendo, cómprate un chubasquero y para adelante. No pierdas el tiempo en quejarte de tu estampa por lo que te toca porque nunca va a ser todo perfecto. La rutina es la manera más fácil y peligrosa de perder el tiempo porque no eres consciente de ello. “Ya lo haré cuando tenga más tiempo”, “cuando pasen los exámenes”, “cuando haga más frío”, “cuando haga más calor”… excusas…, el arte es saber buscarle las cosquillas a las horas para que te salgan las cuentas y puedas hacer lo que tu quieres amoldándote a toda situación y lugar.

– Amoldarte a todo… pero sin tonterías. Escúchame bien porque esto es importante: no tienes porque aguantar gilipolleces ni a gilipollas. Si alguien te hace sentir mal repetidamente, sácalo de tu vida. Hay gente que es así, que le dará por reprocharte cualquier cosa, por ridiculizar lo que haces, por tratar de hacer que te sientas mal por historias que la mayoría de las veces no tienen nada que ver contigo o con tu forma de ser sino con la mezquindad o triste vida del elemento en cuestión. Pasa de idiotas y sus idioteces. No dejes que te lleguen a importar, que no ocupen más de lo necesario tus pensamientos, y lo que es más importante: tus sentimientos. En serio: NO tienes porque aguantar tonterías, coge la puerta y vete a la mínima.

– Vas a tener días malos, muy malos. Por lo que sea. Habrá días en que todo será una mierda pinchada en un palo: todo saldrá mal, te dolerá la cabeza, perderás la cartera y llegarás tarde a algo importante. Es igual. Estos días no tienen remedio, van a pasar y te tocará tragártelos pero a mi me hubiese gustado que me dijesen dos cosas: una es que no decidas nunca nada. En el transcurso de esos días he tomado las peores decisiones de mi vida, de las que me he arrepentido. Y la otra es que no eches la culpa a nadie de tus movidas aunque creas que la tienen en esos momentos. El 99% de estos días son fruto del azar, olvídalos cuanto antes y no dejes que encima afecten al resto de tu vida.

– Cuida tu cuerpo. No te digo que hagas pesas y te pongas cachas, pero si que seas capaz de correr cierta distancia sin demasiado problema, que te puedas mover bien; mantente ágil, capaz, no te dejes nunca porque nunca sabes cuando va a ser importante que sepas responder ante ciertas situaciones. Aunque no le pasó nada a nadie, el día del terremoto yo fui de los primeros en salir corriendo del edificio saltando por encima de la valla.

– Respeta a todo y a todos. Nadie es más que nadie y tu tampoco. Da los buenos días, saluda, cede el paso, da las gracias más veces de las que haga falta por mucha confianza que tengas con alguien. Deja todo tal y como lo encontraste o mejor: la mesa del bar, el asiento del tren, el baño de la oficina… dirá mucho de ti. Especial cuidado a las “situaciones propiciadas”, que son situaciones en las que te has visto gracias al esfuerzo de otra persona: aprende a valorarlas y respétalas como se merecen. Si vas a un restaurante que ha reservado alguien por ti, no te pases la cena quejándote por la comida por muy mala que te sepa. Si te apuntas a un viaje organizado por un amigo, no le des por saco con lo que no te gusta. Si acaso, para otra vez lo organizas tu mejor.

– Filtra el ruido. Hagas lo que hagas va a haber alguien que pretenderá saber más que tu aunque no haya hecho nada en su vida. Fíntalos. Aprende a diferenciar los que de verdad saben y aprende de ellos, ignora a los ruidosos. Normalmente los que valen no van dando lecciones por la vida y al revés. Por supuesto: sé humilde si alguna vez crees que destacas en algo, probablemente no seas tanto como te parezcas.

– Cuida a tus amigos, a los tuyos, como te gustaría que te cuidasen a ti y esto te lo dice uno que no le coge el teléfono ni al papa. No respondas a emails con dos líneas, preocúpate por ellos, cuéntales cosas porque sí sin esperar a que sean ellos los que den el primer paso, rodéate de gente que te convenga y haz porque tu les convengas también. No es difícil: evita chantajes emocionales, reproches, quejas y jilipolleces y pasa de ellas si te viniesen. Quédate con lo que de verdad importa: que estén y estés ahí cuando se necesite, que se celebren los triunfos sin envidias y se tire del que se caiga hasta que se levante. El resto es attrezzo.

– Sé tu mismo. No hagas las cosas solo porque es lo que hacen los demás, busca tu camino, no tengas miedo a ser distinto, a hacer el tonto, a ser el raro. Siempre que no te de por ponerte un embudo en la cabeza para ir a clase, yo te apoyaré incondicionalmente. Este mundo está lleno de tonterías y banalidades que no tienes porque acatar. Piensa por ti y decide según lo que crees, no por lo que hagan o dejen de hacer los demás.

– Ríete. Ríete todo lo que puedas. Que no acabe el día, aunque sea el mierderday que toca de vez en cuando, sin haberte descojonado de algo. Los problemas que tenemos no van a solucionarse porque lo pasemos mal encima, que te rías no significa que te den igual. Deshuévate todo lo que puedas de ti y de lo que te pase y si puedes hacer que alguien de tu entorno se descojone contigo, mejor. Por Dios, ríete mucho siempre, uno de mis objetivos en esta vida no es solo que lo hagas sino que aprendas a saber hacerlo. Para cuatro tardes que vamos a estar dando vueltas, que por lo menos tres valgan la pena.

Probablemente yo no cumpla ni la mitad de los puntos de esta lista, pero sí que me hubiese gustado que me hubiesen puesto sobre alerta y seguramente me habrían ahorrado disgustos que todavía hoy me como con patatas. Aunque, mira, después de escribir esto y pensándolo bien… yo me he dado cuenta de estas cosas con el tiempo y este aprendizaje es parte de como ha sido mi vida con lo que quizás sería bueno que uno se de cuenta por su cuenta, precisamente…

Veremos por donde sale Kota… y veremos por donde tiro yo…

De como Kota llegó para quedarse (4 y fin)

Si la noche anterior fue un flashback continuo, aquella noche fue al revés: no recuerdo los momentos en los que dormí, si es que lo hice. Chiaki no hacía más que dar paseos por la habitación, parándose cuando tocaban las contracciones fuertes que se pasaban en poco tiempo, pero que tenían pinta ya de doler muchísimo. Yo le daba masajes en la espalda, como me había enseñado la impasible sin sonreír en ningún momento, y cuando se le pasaba volvía ella al paseo y yo al sofá.

Así hasta que ya por fin por la mañana nos llevaron de nuevo a… la sala….

Yo pensaba que la cosa iba a ir rápido, pero no fue así. En el purgatorio estuvimos cuatro horas en total en las que Chiaki era, en esta ocasión, de las que más dolores tenía ya asustando, supongo, a las que acabasen de llegar como nos pasó a nosotros el día anterior. La revoluciones venía, a toda hostia, de vez en cuando a mirar el papel lleno de rayas en el que se veían las pulsaciones de Kota y la intensidad de las contracciones de Chiaki. Si me hubiesen enchufado ese chisme a mi, seguro que hubiesen salido también los Pirineos porque aquello me tenía a mi en un sinvivir.

La vírgen.

La madre de Chiaki se vino allá por el mediodía, lo que me permitió distraerme un poco haciendo viajes a la máquina expendedora a por zumos o tés. He de decir que es ver una cajica de zumo de moras como la de esa máquina y todavía me pongo nervioso… Mi suegra le hablaba a su hija, pero su hija ni contestaba. Estaba sentada en una especie de cómoda balancín que le hacía estar inclinada hacia delante, lo que, por lo visto, era bueno para la situación en la que nos encontrábamos. Entonces vino el médico y se la llevó, como pudo, a una sala que había al lado. Yo me quedé solo con mi suegra. Ese fue uno de los momentos más emotivos, con el permiso del nacimiento de Kota, de esos días. A mi suegra, supongo que por la emoción del momento, le dio por decirme un montón de cosas bonicas sobre que me hubiese casado con su hija y lo que significaba para ella tener un nieto y que fuese conmigo y…. me dijo un montón de cosas que nos tuvo a los dos llorando un rato largo. Nunca se me olvidarán sus palabras… muchas gracias Tokuko, de corazón, como bien sabes.

Cuando volvió Chiaki y nos vio llorando se empezó a reír. ¿Qué está pasando aquí? alcanzó a decir justo antes de que una contracción acallase del todo su voz. Y ahí fue cuando el médico volvió, de nuevo, y dijo que se la llevaba otra vez a la sala, que era mejor por no sé qué razón que no entendí. Lo que si supe cuando volvió es que había roto aguas ya y que el parto era inminente. Que si quería estar presente, me dijeron. Por supuesto, dije yo millones de veces muerto de miedo mientras se la llevaban en silla de ruedas.

Entré en el quirófano un rato después que ella con una bata de esas que se atan por detrás y un gorro para el pelo. Ella estaba en una camilla iluminada por unos focos enormes que, sin embargo, no alcanzaban a deslumbrar. A mi me subieron en un taburete que quedaba en la cabecera de manera que la veía del revés pero no lo que estaba pasando por ahí debajo porque una sábana hacía de telón.

Bendita sábana.

Entonces empezó a empujar ya con cada contracción. Yo le secaba el sudor y le alcanzaba la botella de té verde a la que le habíamos puesto una pajita para poder beber mejor. Se me ocurrió la broma de que parecía el entrenador de Rocky Balboa ahí con la toallita y que solo faltaba el cubo para que escupiera, y tuve la absurda idea de contársela a ella que no le hizo, por supuesto, ni un poco así de gracia. Me quedé calladito unas cuantas contracciones más. Básicamente el proceso se repetía: ella empujaba, la enfermera decía que ya se le veía la cabeza, pero no acababa de salir. Tampoco te creas que a la enfermera aquella parecía importarle mucho el asunto.

Después de una hora y media así, decidieron que era mejor un descanso y le pusieron una inyección para parar las contracciones un poco. Yo me moría de pena por ver a mi mujer pasándolo tan tan mal y en ese momento empecé a pensar que igual le tenían que hacer la cesárea porque Kota no parecía tenerlo fácil para salir.

Entonces llegó la revoluciones y fue acojonante. Cual señor Lobo, llegó a toda hostia, apartó a la enfermera aquella que tenía la mitad de sangre y se puso los dos guantes de látex. Mientras se echaba un chorro de yodo en uno de ellos, ojeaba el asunto y dijo un «Wakarimashita», «ah, vale, ya lo entiendo». Acto seguido empezó a decirle un montón de cosas a Chiaki en japonés que no tengo yo muy claro que las hubiese entendido ni ella: a mi me parecía que era Ozores con bata el que hablaba. Después pegó cuatro gritos a las enfermeras que había por allí al lado: tu llama al doctor no se quién, tu alcánzame no se cual, tu llama a no se qué enfermera y tu apaga eso de los latidos que me está volviendo loca («¿más? pensé yo, por Dios que alguien lo apague o sale volando). En aquella situación, la revoluciones causó el efecto contrario: en vez de poner nervioso a todo Cristo, nosotros nos sentimos tremendamente arropados por ver que alguien en la sala parecía saberse lo que se hacía.

Llegó el médico que había pedido que se puso a los mandos inmediatamente y llegó la enfermera que había pedido, que resultó ser una tía más bruta que un bocadillo de bellotas con cecina. El médico, por orden de la revoluciones, cortó por allí abajo. La aldeana con gorro de enfermera se subió de rodillas en la camilla y apoyó todo su peso en la tripa de Chiaki que a su vez empujó más que nunca hasta que, de repente, Kota apareció ante nosotros de color morado. Chiaki no dejaba de apretarme el brazo con la mayor fuerza que le he sabido nunca mientras los dos llorábamos al unísono. «Ya está» decía yo en perfecto castellano, «ya está Chiaki, gracias gracias gracias» y seguía llorando aunque lo que yo quería era ver llorar a mi hijo porque, como en las películas, uno cree que hasta que no llora no sabes que está bien.

Y lloró, vaya si lloró…

La revoluciones, que no podía parar en ningún momento, limpió a Kota en dos o tres décimas de segundo y ya lo tenía Chiaki puesto en su pecho. Después me dejaron cogerle en brazos y recuerdo que estaba completamente sereno y me miraba, aunque por lo visto no veía todavía, y que estornudó. Y luego la bocata bellotas se lo llevó a una pequeña incubadora que había allí para hacerle todo tipo de animaladas como meterle un tubo por la garganta y por la nariz para aspirar la sangre que quedase. No entiendo de partos, pero me dieron ganas de decirle cuatro cosas porque aunque sé que era necesario y por el bien de Kota, me pareció que hacía todo sin ninguna delicadeza, ¡menudos meneos le metía la vacaburra!.

Total, que a Kota se lo llevaron y nosotros nos quedamos un rato más con el médico que se aseguraba de que Chiaki estuviese bien. Yo la veía y estaba exhausta, pero había recuperado la sonrisa y con ella yo a mi Chiaki y de propina me llevo a su hijo que también es mío.

Kota, en efecto, ya había llegado.

¡Eh! ¡y para quedarse!, total, ya que estaba… とりあえず。。。


De como Kota llegó para quedarse (parte 3)

Como si de un flashback se tratase, recuerdo aquella noche por flashes. Yo estaba tumbado en un sofá en el que solo entraba entero si doblaba las rodillas tapado con la manta más fina de todo el hospital y de vez en cuando entreabría los ojos cuando algún ruido interrumpía algo parecido al intento de dormir en semejante situación. Veía, entonces, a Chiaki que estaba con los ojos abiertos prácticamente cada vez, que me miraba, que miraba al techo y recuerdo que yo quería levantarme y hablarle para que sobrellevase la situación un poco mejor pero entonces me volvía a dormir y me volvía a despertar sin yo quererlo. Era ese estado en el que no sabes muy bien si está pasando lo que crees que está pasando o en realidad no has abierto los ojos nunca.

Por la mañana ella me confirmó que las contracciones eran cada vez más fuertes, que no había podido dormir. Cuando la impasible entró por la puerta, por supuesto que sin llamar, nos hizo bajar a la siguiente fase de aquella historia: la sala.

Madre mía.

¿Como describir la sala?. Imaginemos una habitación muy grande que se dividía en muchas habitaciones pequeñas gracias a correr o descorrer cortinas que pendían de una autopista de raíles instalada en el techo. Para describir lo grande que era, pongamos que cada habitación albergaba, sin demasiadas estrecheces, una cama, un pequeño sofá y una máquina de esas de hacer ecografías. Y pongamos, ya puestos a poner, pues, que habría como veinte habitaciones de estas de quita y pon. Si las contracciones llegaban a un punto tal que no había más remedio que hacerles caso, te bajaban allí y te enchufaban a la máquina que monitorizaba el grado de dolor a la vez que se aseguraba que el latido del niño seguía siendo regular. Digamos, también, que las contracciones, por lo visto, vienen y van haciendo que cuando están, la inminente madre las vaya notando reaccionando según su intensidad para descansar un momento después. Era, pues, una cadena sin fin de dolores intermitentes a destiempo.

La sala, señores.

Veinte camas con veinte embarazadas a punto ya de dar a luz gritando cada dos o tres minutos según le tocaba a cada una. Por supuesto, las hay cuyas contracciones son ya tan dolorosas que no pueden contener el dolor y chillan literalmente de dolor para después recuperar el aliento al minuto siguiente. Pongamos a veinte maridos, como el que les ocupa, muertos de miedo escuchando aquel concierto de gritos y lamentos sin poder hacer más que tratar de aliviar, vía masajes en la espalda, semejante disparate. Maridos totalmente inútiles cuya presencia es anecdótica, maridos que solo sabían decir «ganbatte ganbatte» con voz grave pero que en realidad estábamos acojonaditos perdidos, que cuando estás ya un poco recuperado de los gritos de la de la cortina de la derecha, resulta que ya le toca a la de la izquierda desgañitarse a grito pelado.

Si yo lo pasé mal, no quiero ni pensar en ellas. Madres del mundo: tenéis todo mi respeto hoy y por siempre. Chiaki: te quiero.

Hoy, echando la vista atrás, no llego a entender la función de aquella sala. Cuando las contracciones son todavía débiles, no creo que sea precisamente motivante que te lleven a un sitio donde la que tienes al lado está retorciéndose de dolor anunciándote que poco te queda a ti para estar así también. Tampoco digo que te lo pinten de color de rosa cuando no va a ser así, pero es que aquello es el purgatorio.

La sala. Buff.

Las contracciones de Chiaki todavía no eran de chillar: como venían se iban. La revisión del médico nos confirmó lo que nos parecía: que todavía no, que íbamos a tener que pasar otra noche más en el hospital y que nos fuésemos pensando en la posibilidad de una inyección para acelerar el proceso porque ya era el segundo día allí metidos. Yo, la verdad es que pensaba que menos volver al purgatorio lo que hiciese falta, pero Chiaki se negaba rotundamente. Ella se tomó el embarazo muy en serio, tanto es así que, por ejemplo, se aguantó todos los dolores de cabeza sin tomar ninguna medicina por si le hacían daño a Kota. Así que no: ni inyecciones, ni epidural ni ochos ni cuartos. Ole sus huevos.

Pues en esas quedamos con la revoluciones: mientras ella hacía la cama en cuatro segundos tres decimas, yo me hacía a la idea de que la noche del martes volvía a tocar sofá y seguramente dosis de purgatorio…

Continuará…

De como Kota llegó para quedarse (parte 2)

En aquella habitación llamaba la atención una pequeña cuna vacía colocada junto a la cama en la que reposaba ya la que iba a ser la madre de mi hijo de todas todas me pusiese como me pusiese. Esa casi diminuta cuna de plástico decía muchas cosas; no solo que allí mi hijo se iba a echar sus primeras siestas… anunciaba que todo estaba preparado, que era verdad que Kota estaba ahí dentro y que no saldría de aquella habitación de otra manera que estando llorando ya fuera, en el mundo, en nuestro mundo.

Yo que todavía pensaba que todo esto era un sueño…

En el hospital lo tenían todo perfectamente planificado y no faltaba la visita de la enfermera tres veces al día para monitorizar las pulsaciones de Kota, las contracciones y que Chiaki estuviese comiendo lo que tenía que comer porque parece ser bastante fácil descuidarse cuando empiezan los dolores fuertes. Todavía no era el caso, ella estaba allí como en un hotel: viendo la tele, dejándose hacer cuando tocaban chequeos y más bien pasando el rato que de parto. Tenía dolores, pero no demasiados, las contracciones eran muy débiles todavía así que no había prisa. La prisa la tenía yo por dentro; prisa por saber que todo iba a salir bien, por comprobar de una vez que mi hijo estuviese sano cuando nos saludase llorando a pleno pulmón, por saber que a Chiaki no le iba a pasar nada, por que todo pasase lo más rápido y mejor posible y poder enviarles a mis padres una foto con los tres posando ya sonrientes porque no había habido problema alguno.

Lo que hubiese dado por que mi madre estuviese en aquel hospital con nosotros… lo que creo que hubiese dado ella…

Como no había mucho movimiento por allí dentro, salí del hospital para cenar algo y al volver me dejaron quedarme a dormir en el estrecho sofá de la habitación en vez de hacerme salir con el fin del horario de visitas. Por supuesto no dormí nada, pero me alegró saber que Chiaki sí pudo descansar. Al día siguiente las contracciones eran más fuertes y cada vez menos espaciadas a la vez que los controles de las enfermeras. Yo me entretenía poniéndoles motes: estaba la abuelica, que nos hablaba con ese ritmo lento tan tierno con el que le empiezan a hablar a los hijos de sus hijos y cuando se quieren dar cuenta lo están haciendo con todo el mundo. Le costaba ver el termómetro por lo que siempre nos lo daba a uno de los dos para que le dijésemos la temperatura a apuntar en el cuaderno aquel del que no se separaba nunca. Nada que ver con la revoluciones, una chica así a ojo con más o menos la misma edad que yo pero con el pulso trescientas veces más rápido: no paraba nunca, ni de hablar ni de moverse ni de hacer cosas. Era como si su mente ya hubiese acabado cinco minutos atrás lo que estaba haciendo en ese preciso momento y ya tenía encoladas diez cosas más que debía haber hecho hace tres. Me pidió que le pasase el cuaderno de la mesita y cuando contesté «¿eh?» a su vertiginoso japonés ya lo había cogido y tenía apuntado medio Quijote.

Daban ganas de pegarle para que se estuviese quieta, ahora que aciértale.

Cuando Chiaki bajó a la consulta del médico y yo entré en el cuarto de baño es cuando conocí a la impasible. Estaba en pleno acto meandero cuando abrió la puerta de par en par preguntando por Chiaki. No te creas que se cortó al ver el Belén, no, ella siguió hablando en japonés mientras me miraba taparme como podía. «Chiaki ya ha bajado, yo me he quedado en la habitación a esperarla» dije yo sin poder cortar el asunto. «Vale, gracias» contestó el ser menos expresivo del planeta tierra con permiso de Tommy Lee Jones. Era la primera vez que me veían la chorra y no había reacción alguna: ni risas ni admiración, ¡nada!. Aquel día prometía, ya tenía una historia que contarle a Kota en su cumpleaños si fuese el caso.

Pero no iba a ser el caso: no venían las aguas revueltas todavía, el cielo no anunciaba tormenta, el pájaro seguía en su nido, no sonaban tambores de guerra, alfa charli delta plus… vamos, que Kota pasaba de todos nosotros. Yo, viendo que me iba a quedar una segunda noche, salí en busca de un Uniqlo donde comprarme ropa un poco más cómoda y sobretodo con menos aroma varonil no fuese a ser que a la impasible le diese por entrar a preguntar la hora en actos íntimos menos aguados.

Aquella noche ya si; aquella noche Chiaki no durmió nada por culpa de las contracciones y yo ya estaba que le daba cuarenta vueltas a la revoluciones.

Continuará

De como Kota llegó para quedarse (parte 1)

Era un domingo soleado, hasta caluroso cuando terciaba que por donde se paseaba no había nada interponiéndose entre uno y el sol. Y hay que precisar que uno, a partir de octubre, no está para desperdiciar rayo alguno que le caldee acaso un par de grados la melancolía inherente al hecho de que no quede otra que esperar a que nazca el invierno. O que malnazca porque no hay invierno que no sea un malnacido.

Chiaki cargaba a Kota pero Kota, como el invierno, tampoco había nacido. Siempre he pensado que el embarazo, a pesar de todo, le ha sentado de maravilla. A mi, por lo menos, me parecía que estaba guapísima sobretodo cuando trataba de andar con prisa y no conseguía más que avanzar casi anecdóticamente mientras se balanceaba hacia los lados con las dos manos tanteando aliviar la carga de la parte baja de la espalda que parecía dolerle siempre. Yo no tenía muy claro si era así o no porque no dejó de iluminar la casa nunca con esa sonrisa suya tan, eso, suya.

Ya tenía contracciones, pero a pesar de ello quiso que diésemos un paseo por la zona. Acabamos en la universidad de chicas que queda al lado de casa donde se celebraba un festival para recaudar fondos para, la verdad sea dicha, no tengo ni idea de qué causa. Vimos un espectáculo de cheerleaders a lo japonés, comimos chocolate con algo que de churros solo tenía el nombre y tomamos prestado un poco del sol los tres en un banco mientras analizábamos las técnicas de ligoteo de los chicos que se habían acercado a ver que se podían llevar de aquel, en teoría, paraíso terrenal. Que fuese una universidad católica no quitaba para que el bajo de las faldas se distrayese bastante más arriba de las rodillas y, como no podía ser de otra manera, allí no había más que grupos de adolescentes al acecho de muslos de piernas de veinte metros las más cortas. Yo habría sido el callado romanticón de al lado del árbol que, seguramente, no se habría comido un rosco pero se habría enamorado de una distinta siete u ocho veces por hora. Otro gallo cantaría si ahora supiese o fuese lo que sé o lo que soy ahora, probablemente me habría seguido enamorando y volviéndome a casa en ayunas, pero con alegría porque no me habría callado ni un poco así.

Total, que Chiaki salía de cuentas el lunes, el día siguiente y a la vez tenía cita en el hospital para la revisión rutinaria semanal, así que nos volvimos más o menos cuando ya no había nadie allá arriba que caldease hueso alguno.

Poco tardamos en dormirnos adrede para soñar con la cara de Kota, como cada noche.

Cuando el despertador dijo basta, yo me vine a la oficina y a eso del mediodía me llegó un mensaje en el que Chiaki me contaba que habían decidido ingresarla, que aunque todavía las contracciones no eran fuertes, mejor estar allí por si acaso. Y que no me preocupase, que con que a la noche al salir de trabajar le llevase la bolsa con la ropa que había preparado, ya valía. Cinco minutos más tarde ya iba con la bici como un loco camino de casa. No pensaba perderme ni una contracción más. No podía concebir que naciese mi hijo y yo no estuviese allí, creo que los cuarenta minutos de pedaleo los trituré y prensé hasta que quedaron en menos de media hora y casi una hora después de aquel mensaje ya estaba con mi mujer en la habitación de un hospital esperando a que naciese mi hijo. Si ella hubiese querido que Kota naciese en Korea, yo ya tendría metido el bicarbonato en la maleta para contrarestar el kimchi. Allá donde fuesen ellos dos, estaría yo sin duda, esto es algo que no me pasará más de dos o tres veces en la vida en el mejor de los casos, ¿cómo me lo iba a perder?, ¿cómo no iba a estar allí?, Dios santo, ¿qué otra cosa pudiese haber más importante? ¿un trabajo?!? ¿una oficina?!?

Continuará

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Personas y contextos

– Entonces, ¿no tienes la green card? -me preguntó el señor de la inmobiliaria del piso de cerca de Asakusa- pues yo os recomiendo que miréis pisos fuera de Tokyo porque no vais a conseguir el préstamo siendo tu extranjero y estando ella embarazada con la baja maternal en la vuelta de la esquina. Mejor por Saitama o por Chiba y para empezar la mitad de grande, que a esto no podéis aspirar.

El piso era increíble, pero la zona no era tanto como la querían vender; no había prácticamente nada alrededor y la estación quedaba a muchos tiros de muchas piedras. Aún así, como a Chiaki le traía muy buenos recuerdos puesto que el templo donde estuvo muchos años su padre quedaba por la zona, a mi me parecía bien. Creo que nunca nada de lo que ha dicho o hecho Chiaki me ha parecido mal, ahora que lo pienso. Lo que no me parecía bien es que un tipo al que no conocía de nada ya diese por hecho que era imposible que a mi me diesen un préstamo y que me lo dijese con una condescendencia tan repelente como el forzado flequillo de medio lado que no tapaba, ni de noche, una frente donde Retegui podría haberse entrenado sin problema de tarde en tarde.

La green card a la que hacía referencia aquí la versión japonesa de Anasagasti no es ni más ni menos que la tarjeta de residente que te dan, si has sido un chico bueno, una vez que has vivido en Japón más de 10 años. Todavía me quedarían tres, pero frontacas, si tu no decides ni sabes si me podrían dar o no un préstamo ¿a qué viene cercenarme, por si acaso, la ilusión a hostias?. Carapapa, melonaco, que te vas al google maps para poder peinarte los cuatro pelos que te quedan en esa sandíaca todas las mañanas porque no hay espejo que abarque semejante balón de Nivea.

Esa tarde pisamos muchos charcos en silencio camino de la estación.

Ya en el tren casi a la vez dijimos algo así como «que le den por culo al cabezacono, a su piso y a su flequillo de tres pelos de medio metro enrollaos» y decidimos seguir mirando pisos sin darnos por vencidos. La conclusión fue primero que un tío cuya cabeza podría parecer la cortina de la ducha o un rodapiés según se mire por delante o por detrás, no iba a quitarnos la idea de que Kota naciese ya con habitación propia.

– Qué majo es Díaz san -le dijo el otro señor de la otra inmobiliaria del otro piso que nos fuimos a ver a Chiaki cuando les cedí el paso en la entrada- y que hable japonés tan bien es increíble, habla usted muy bien Sr. Díaz.

«Ya me gustaría» pienso siempre yo cuando me dicen esto, que no es pocas veces. Pero a nada que un japonés medianamente educado se cruza con un extranjero se lo dice. Hay que quedarse con lo que significan sus palabras, no con lo que dicen: «hablas como un Yoda borracho, pero me flipa que te hayas atrevido a venir a vivir a mi país y tengas los huevos de pelearte con nuestro idioma que para vosotros tiene que ser lo más retorcido que ha parido otoosan».

La zona a mi me gustaba mucho más: una escuela al lado, rodeada de árboles, tranquila… y a nada que tiras una o dos piedras o pisas un par de charcos te plantas en la estación camino de Shibuya.

«Sr. Díaz, tráigame las nóminas que le pido que ya me encargo yo de pelearme con los bancos y ver qué se puede hacer. Yo creo que si, pero igual le llamo para pedirle de urgencia tal o cual papel porque cuanto más enseñemos, más probabilidades tenemos de que nos lo den»

No era sólo que tuviese una buena mata de pelo puesta en su lugar, sino que de primeras ya nos estaba diciendo que iba a hacer todo lo posible porque nos dieran el préstamo. Que si, que yo era extranjero pero que tengo un buen trabajo y una buena profesión (nunca lo habría pensado yo esto) y que como llevo en el país más de 5 años, no debería ser tan difícil.

El contexto no había cambiado demasiado: un extranjero con su mujer embarazada a punto de dar a luz tratando de acceder a un piso en Tokyo. La persona era totalmente distinta. Con el portaaviones de Asakusa no me habría ido ni a coger billetes de 5000 yenes gratis, con este señor me habría ido a tomar copas esa misma tarde.

Me llamó por teléfono bastantes veces, me enviaba emails con la documentación que convendría tener en ese momento y hasta conoció a mi suegra que se vino a ver el piso con nosotros una tarde prácticamente sin avisar.

«- Qué simpático es el marido de su hija, qué majo» -le dijo en una de esas que se pensaba que yo no escuchaba. «Así si» pensaba yo.

Cuando firmamos el préstamo yo no dejaba de acordarme de cabezabuque; las ganas que me daban de pedir cita para ver otra vez el piso y cuando me tocase, apartarle los tres flecos esos ridículos del frontón de Bermeo y estamparle una copia del préstamo en la jeta esa interminable que tiene.

Al otro ya le tengo invitado a que suba cuando le venga en gana a comer paella cualquier domingo.

«- Cuando nazca su hijo, Sr. Díaz, o cuando venda yo los pisos que quedan, lo que pase antes. Sra. Díaz, hay que ver qué majo es su marido»

Yo creo que lo segundo de hoy no pasa porque Chiaki ya está ingresada y yo salgo escopeteado ya.

Voy comprando gambas de las caras.

Y champán.

Y cervezas, muchas cervezas.

¡Coño, y pañales!

Querido hijo

Querido hijo:

No sé cuando leerás esto, ¿a qué edad aprenden los niños a leer?. Bueno, lo cierto es que no sé si serás capaz de leer en castellano aunque yo espero que si, por lo menos yo pondré todo mi empeño en que lo hables. Es que aunque vivas en Tokyo, aunque seas japonés, para mi es muy importante que seas capaz de sentirte también del país de tu padre. Que no se te olvide nunca que tus abuelos son del sur de España, que tu padre es del norte y que acabó en Tokyo después de dar tumbos aquí y allá hasta que por fin conoció a tu madre y ya todo cobró el sentido perdido, sobretodo cuando llegaste tu.

Es importante que hables castellano, bastante duro es que no pueda ver a mis padres todo lo que quisiéramos como para que cuando lo hagamos, no puedan entenderse contigo. Debemos hacer ese esfuerzo juntos aunque sea difícil estando en Tokyo, aunque nadie más que tu padre te hable en ese idioma, debes aprenderlo, hijo mío, debe ser así. Si a estas alturas puedes leer esta carta, sabrás ya que podría haberte contestado todas esas veces que me hablabas en japonés, pero fue por tu bien o más bien por nuestro bien, por poder compartirte. No te contesté en japonés porque debíamos hacer que hablases siempre conmigo en castellano, debía ser así.

Gomen ne, Kota. Otsukare.

Tengo muchas ganas de verte, de conocerte. Todavía quedan dos meses y no puedo dejar de imaginarte con los ojos de tu madre, cierto aire a mi nariz y, espero, mucha mucha alegría en tu cara. Porque igual que seré estricto a la hora de hacer que aprendas a poder entenderte con mis padres, también te diré que mi misión en esta vida es que tu seas feliz, que te rías la mayor parte del tiempo que es más o menos lo que tu madre ha hecho conmigo porque ella parece ser feliz por naturaleza y eso, Kota, se contagia. Tu lo llevarás en los genes, así que no te será difícil. También te diré que en tus genes puede que esté lo de emocionarse por pequeñas cosas, que quizás el baremo de sentir lo tengas también trastocado como el de tu padre y te encuentres de repente con los ojos desbordados por cosas en apariencia simples, sin importancia. No es algo malo, no te preocupes, te acostumbrarás y ojalá sepas saber ver de más donde la gente sólo mira de reojo.

No sé si cuando leas esta carta, ya sabrás sobre tu tío Javi. Ya sabes que vive con tus abuelos y que es el que tiene todas esas películas de dibujos animados y tebeos que siempre le coges cuando vamos a visitarles. También sabes que no le gusta mucho que le anden en sus cosas, así que intenta pedirle permiso cuando quieras algo que seguro que te lo dejará quizás con cierto aire de condescendencia pero tremendamente contento por poder ejercer del hermano mayor que es, del tío más viejo que tienes a pesar de todo. Y cuando vayáis a jugar, tienes que tener mucho cuidado con él porque es fácil que se tropiece aquí y allá o que le de algún ataque de esos que le evaporan la fuerza del cuerpo… se le pasan pronto, pero nosotros tenemos que intentar que también se le olviden pronto, ¿vale?. Ojalá que os llevéis bien y que juguéis mucho juntos. Con Javi y con tus dos primas, una tiene la misma edad que tu pero me pregunto si el que crezcáis y os eduquéis en países tan distintos uno del otro será obstáculo para que conectéis. ¿Podría ser que culturalmente seáis muy diferentes?… no creo que importe tanto, tu prima la mayor se llevó muy bien con tu madre y no entendían prácticamente nada de lo que ambas se decían. Creo que no es tan difícil entenderse sin palabras, no pasa demasiado a menudo, pero hay personas que de alguna manera parecen estar conectadas, que piensan igual aún haciéndolo en otro idioma como hay tantas otras que hablan el mismo idioma pero son tan tan diferentes.

Pero tu si te entenderás con ellos, porque es importante que lo hagas. Debe ser así, Kota. Onegai.

Tu abuelo es la viva imagen de mi abuelo, su padre. Contigo era ya difícil, pero muchas veces pienso en lo maravilloso que hubiese sido que tu madre hubiese conocido al padre de tu abuelo, que era mi abuelo… me encantaba quedarme a dormir en su casa y que me contara cuentos que se inventaba en ese momento, me lo pasaba tan tan bien… Por eso yo estoy seguro de que te caerá bien tu abuelo porque cada vez se parece más a su padre. Me pregunto cómo le llamarás… ¿ojiichan? ¿abuelito?. Dará igual porque él es un pedazo de pan. Tu mamá le llamó papá aquella vez que vinieron a la boda y se le saltaron las lágrimas, hasta nos hizo una poesía que no se atrevió a leer en la boda donde decía algo así como que me había casado con una chica oriental a la que ya quería como a su hija… hay veces en que les echo tanto de menos a los tres… tenemos que ir a verles mucho, tenemos que hacer que os conozcáis, no puede ser que seáis ajenos cada vez que os volváis a ver. Ahorraré lo que tenga que ahorrar para poder volver al menos una vez al año a España contigo y tu mamá. Porque, ¿sabes Kota?, tu ojiichan y tu obaachan de España te quieren mucho desde ya a pesar de la distancia y de no hayas nacido todavía. ¿Te he contado sobre el paquete que envió tu abuela con toda esa ropa hecha por ella para ti?. Ahora te dará vergüenza hasta ver las fotos que seguro que sacaré, pero no veas las ganas que tenemos ya de ponértela. Tenías que ver a tu madre cómo lloraba cuando abrimos aquella caja de cartón y empezamos a sacar chaquetas y patucos… yo escondí alguna que otra lágrima por hacerme el fuerte, pero es que es algo tan bonito. Recordé, de repente, todas aquellas tardes en el sofá en Zalla viendo la tele mientras ella no paraba de hacer punto. Les echo de menos, si, a veces hasta doler. Echo de menos mucho hablar con tu abuela porque aunque la mayoría de las veces sólo hable ella, me renueva las ganas de ser el niño que sigo siendo.

Kota, de verdad, debemos hacer que os conozcáis y os entendáis. Es importante, hijo, muy importante. Ganbatte. Hontoni ganbatte.

Estoy asustado, esto también tengo que decírtelo. Tengo miedo porque estoy viviendo en un país que no es el mío y ya la locura, la aventura no me afecta sólo a mi. Tengo miedo porque voy a ser padre aquí sin ser capaz, todavía, de dominar el idioma. Tengo miedo de defraudarte, de avergonzarte, de que sea yo el único extranjero en las reuniones de padres de la escuela, de que no sea capaz de leer o escribir mientras todos los demás padres lo hacen sin problema. Me atormenta la idea de que te sientas mal por mi culpa, por ser yo diferente en tu país como a mi me avergonzaba el acento del sur de mi madre en mi pueblo en el norte. Así que si tu has tenido tu tarea con mi idioma, a partir de ahora seré yo el que pondré todo mi corazón en que no seas capaz de darte cuenta que tu padre no sabía leer ni escribir en japonés con normalidad dos meses antes de que tu nacieras. No te preocupes, hijo mío, que seré capaz de ayudarte con los deberes aunque tenga que pasar noches en vela repitiendo mil veces cada kanji, cada frase, cada ejercicio. Porque sin haber nacido siquiera, ya has puesto patas arriba mi mundo y sólo puedo pensar en que tu eres lo más importante y lo serás siempre.

Me pregunto qué pensarán tus abuelos en realidad de que yo viva aquí tan lejos… me pregunto dónde acabarás viviendo tu y cuanto me dolerá a mi…

No hay día en que le de vueltas al tipo de persona que serás: si serás un vago redomado de esos a los que no le importa nada o si por el contrario encontrarás pronto qué es lo que quieres hacer con tu tiempo. Yo intentaré contarte lo que yo pienso de la vida, pero ojalá que seas tu el que encuentres pronto tu camino y veas las cosas a tu manera. Eres nuestro hijo, pero no somos tus dueños. Trataré de que practiques Karate, pero serás tu el que decidas si quieres o no seguir, no seré yo el que te fuerce a seguir tal o cual vereda mientras no vea que vayas directo a ningún acantilado. Seguramente te tropezarás muchas veces y te romperán el corazón otras tantas… eso es así y no lo podemos evitar, pero siempre estaremos para agarrarte de la mano y tirar hasta que te levantes de nuevo, para escucharte y apoyarte siempre aunque la mitad de las veces no nos cuentes nada, como yo tampoco lo hacía con mis padres.

Querido hijo: me aterra convertirme en tu padre y a la vez siento desde lo más profundo de mi corazón que es lo más bonito que me va a pasar nunca.

Kota… nada más que contarte de momento… sólo que muero de ganas de conocerte y que te quiero desde ya mismo hasta siempre jamás. ¿Sabes? tu madre está tan guapa contigo dentro, tan preciosa, se la ve y se la siente tan feliz que imagínate cómo puedo estar yo.

No tardes demasiado en llegar, hijo mío.

No tardes.

お父さんより

Luna de miel en Okinawa, toma 1

Mañana hará un año ya desde que los señores Carlos y Fernando echasen una firmica en el mismo papel que nosotros para certificar que ya dejaba de ser el soltero de platiner para estar casado con la chica más guapa del mundo (#ytunooooo). Desde unos meses antes ya estábamos hablando de hacer un viaje de luna de miel, de marcharnos por ahí a ver más mundo en plan recién casados, pero la verdad es que con todo el lío de la boda y mi familia viniendo aquí pues nos quedamos sin vacaciones. O más bien, aprovechamos días libres para poder estar con ellos lo más posible, que menuda ilusión nos hizo que viniesen. ¡Volved ya, que ya sabéis el camino! Javiiiiiiiii.

Total: queríamos ir a algún lugar de Sudamérica, a mi siempre me ha maravillado la idea de que pueda ir a un país totalmente distinto al mío pero sin embargo podamos entendernos en el mismo idioma… me parece algo maravilloso. Así que el viaje estaba así planeado… hasta que llegó Kota. Bueno, Kota también estaba planeado sólo que no pensamos que iba a influir en la luna de miel. Ah, que no sabéis quién es Kota, pues Kota es el nombre que hemos elegido para nuestro hijo. Es fácil de pronunciar en ambos idiomas y en kanjis tiene un significado muy bonito:

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El primer kanji significa «luz», «brillo» y el segundo es el de «grueso», así que el nombre vendría a decir «mucho brillo» con el sentido de persona alegre, jovial, abierta, campechana. Ojalá que sea así; a nada que se parezca a su madre, seguro. Además el nombre parece vasco, con lo que no tendrá mucho problema cuando entrene en Lezama.

:ikullorer:

Pues bien, vino Kota y se quedó a vivir en la tripa de Chiaki que cada vez es más grande. Y claro, un viaje de más de un día con varios transbordos hasta llegar al sur de América no es algo apetecible para una embarazada a la que le faltan tres meses para dar a luz. Así que nos fuimos a una agencia de viajes a contarles esto mismo y la chica, que era más maja que un perrete chico panza arriba, nos recomendó Okinawa porque estaba muy cerca y era la época perfecta para visitarlo.

Y con mucha mucha pena por tener que dejar de madrugar y trabajar en la oficina, y muy a nuestro pesar porque no nos quedaba más remedio y de mala gana, a Okinawa que nos fuimos la semana pasada. Pillamos un avioncete desde Haneda que nos dejó en la primera etapa de nuestro viaje: la isla de Miyako donde lo pasamos tan pero tan mal…

:gustico:

Yo no tenía ni idea de lo que iba a ver allí. Sólo sabía que en el pack del viaje estaba incluido un coche de alquiler que me iba a tocar conducir a mi y que el Awamori es la bebida local por excelencia que, seguramente, iba a ayudar a reponer los electrolitos perdidos durante el día. Una vez montados en aquel Toyota Vitz, Chiaki se hizo fuerte a los mandos del GPS e iba metiendo direcciones. En la empresa que hace los GPS trabaja, por lo visto, la misma tía que habla en los cajeros automáticos y en las estaciones de tren, y yo me limité a seguir ese versátil vozarrón que lo mismo te suelta un billete de diez mil en cuanto pulses el botón verde que te dice que las puertas se van a cerrar y que cuidao con los dedicos, copón, para llegar, en este caso, in this case, a sitios tan acojonantes como estos:

Y es que en Miyakojima es así la cosa: playas de colores de mentira, islas unidas por puentes que se atreven a sobrevolar el agua haciendo que sólo veas tonos azules de cielo y mar, vete a saber cual es cual, por el espejo retrovisor. Si vas andando por la arena, te tropezarás con trozos de coral que el agua ha traído hasta la orilla y con los que algún cangrejo juega de vez en cuando si no hay ningún humano cerca molestando como sólo los humanos saben tocarte los tamagos. En este caso no aplica lo de esperar para hacer la digestión porque el agua está tan caliente que es como meterse en una bañera pero con miles de peces de colores dentro nadando a tu alrededor. Ahhh, no dejo de soñar despierto desde este ordenador de la oficina, que no me despierte nadie!!

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Por cierto, que la playa de la primera foto de la tanda de arriba es donde han rodado el anuncio de Calpis de este año, mirad a ver si os suena para donde corretea la chiquilla cuesta abajo después de berrear allá por el segundo 4:

Es una isla pequeña sin más transporte público que algún autobús que la recorre de tanto en tanto. Es comprensible, pues, que se ofrezca coche de alquiler con el viaje si se quiere recorrer un poco más que las playas cercanas al hotel donde te hospedas. Yo hacía tiempo que no cogía un coche, creo que en Japón fue mi primera vez, pero me acostumbré enseguida, un coche automático es infinitamente más fácil de llevar que uno manual y lo de conducir por la izquierda ya lo tenía trillado de la moto. Mi mayor problema era mirar la carretera en vez de al mar todo el rato… y en esas estaba cuando me llamó la atención un muñeco de un guardia que se veía de curva en curva por el camino:

Resulta que es producto de una campaña de seguridad vial que hubo en la isla hace muchos años por la que pusieron 19 muñecos de guardias de tráfico de plástico por todas partes que poco tardaron en hacerse muy famosos. Efectivamente, amigos, en España sería impensable: todos tendríamos un muñeco ya debajo de la cama junto a un cono, un casco de obra y un posavasos de Heineken.

Este muñeco en cuestión se llama «Mamorukun» que viene a significar «el que te protege», que yo no sé si proteger protegerá mucho, pero juego si que da el gachó:

Si me pongo a soltar tópicos, diría que Miyakojima es atemporal, que el reloj no gira sino que se deja llevar fluyendo al son que marcan las olas y los rayos de un sol que nunca tiene prisa en marcharse a otro día. Otra cosa sería que me pusiese en plan romántico y dijese que ver a Chiaki con la sonrisa más sincera del mundo paseando por aquella arena teñida de blanco llevando a mi hijo dentro hizo que se me ensanchase de un tirón el concepto de felicidad que creía albergar en mi corazón. O quizás si me pusiese barroco podría decir que las playas de Miyako me han de poner berraco. No sé. Elige tu el párrafo, que me da cosa decidirme, los quiero a todos por igual.

El caso es que nos pusimos tibios de comer Sokisoba y postres de mango, que es lo que se estila por aquellos lares, y después de largos días de no hacer prácticamente nada más que ver lo maravilloso que es este mundo, qué mejor que atizarse la cerveza del lugar para irse a dormir con la panza llena y una sonrisa más gorda todavía.

Y en una de esas de dormir los tres mirando cómo la luna se moja los cráteres en el mar, me dice Chiaki entre beso y beso:

– hay que ver, parece que estamos en un lugar completamente distinto del planeta y sin embargo nos podemos comunicar en japonés, ¿no es genial?

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