Desde que llegué a Japón han cambiado muchas cosas en mi vida, seguro que muchas más de las que soy consciente. Algunas forzadas por las circunstancias y el resto pues entre sin querer queriendo y queriendo sin querer. Podría decir, no, afirmo convencidísimo que mi vida tiene poco que ver con la que tenía hace casi tres años cuando llegué.
Si lo pienso un poco, podría poner mil ejemplos, de hecho seguro que si me pongo hasta clasifico los cambios por temas: comida, aspecto, actitud, rutina, costumbres, amistades, prioridades… madre mía, creo que poco tengo que ver con el Tosca de antes. Y esto es para bien o para mal, porque hay de los dos tipos, y lo bueno quizás es darse cuenta de ambos.
Últimamente estoy viviendo un cambio del tipo A, de los forzados, y es que la empresa para la que llevo trabajando desde que empecé, se está quedando sin dinero. Llevo unos tres meses sin saber si me van a pagar el mes a tiempo para poder apoquinar el alquiler del piso. Este mes ha sido el que más al límite he estado, la transferencia llegó ayer, y el último día para pagar la renta es mañana, me he salvado por los pelos de tener que echar mano de los ahorricos que tengo en mi otro banco y cada día el de más gente.
A parte de cambios, conscientes o no, también tengo una especie de código a lo padre de Dexter. No es que me dé por salir por las noches a liarla parda con una jeringuilla, la cosa va por establecer una serie de límites dentro de los cuales me he de mover por entender que es mejor seguir por ahí. Una de estas normas es la de no gastar dinero de los ahorros de España, es decir, que mientras viva en Japón debo ser autosuficiente. Esto implica que durante los tres últimos meses no me he comprado nada de ropa, he estado cocinando la mayor parte de lo que me he comido, me he apuntado a menos gambieventos de los habituales… hasta me he comprado un chubasquero de cuerpo entero para seguir viniendo en bici a trabajar aunque caiga la de Dios es Cristo. Bueno, esto no por hablar del desodorante, que he cambiado el Axe pequeñito por uno japonés el doble de grande pero la mitad de efectivo, y si no preguntadle al pastababas que secundará mi opinión a la vez que come gyoza y bebe té sorbiéndose la moquera.
Básicamente el dinero ha sido algo que no me ha preocupado demasiado desde que llegué, no es que cobrase un dineral, lo cierto es que cobro menos que lo que ganaba en Bilbao, pero tampoco es que me dedique a comprarme todo lo que vea. Un izakaya de vez en cuando, visitas al Uniqlo y dos o tres caprichos de los gordos en tres años.
Así que en todo este tiempo de cambios, es normal, pues, que yo haya cambiado también y lo he notado en la manera que he tenido de reaccionar a esta incertidumbre económica en la que me han puesto. ¿Pues no resulta que últimamente me lo estoy pasando mejor que nunca?, no es que no piense en el problema, que está ahí, sino que me he adaptado completamente sin un mínimo de amargura. Es como un paso más que la sola resignación: entiendo lo que pasa, sé lo que puedo y no puedo hacer para remediarlo, y sigo con mis historias.
Si en Bilbao me dijesen de repente que quizás ese mes no me pagasen, habría reaccionado muy diferente aún teniendo el apoyo de mi familia muy cerca y siendo la situación bastante menos grave, incluso si me quedase sin trabajo allí habría sido la mitad de serio que si me pasase aquí.
Ayer me puse a pensar en las razones por las que aquí estoy tan tranquilo, tan feliz a pesar de todo. Creo que lo más importante es que estoy haciendo lo que me gusta: creo en la empresa, me gusta mi trabajo, me motiva y aprendo algo nuevo casi todos los días. No tengo que tratar con gente que me cae mal, no tengo más presión que la que me pongo yo mismo porque soy juez y parte en el proyecto, no hay ningún mal rollo al que enfrentarme a diario. Así que puedo decir que aunque mi economía ande parecida a la de Rumasa, profesionalmente estoy plenamente satisfecho. Si la cosa sale bien y despegamos, sería el tío más feliz de este lado del quinto pino.
A nivel personal estoy a medio soñar la mayoría de los sueños que he tenido siempre: sigo haciendo Karate y encima en uno de los mejores sitios del mundo. En Bilbao no pude porque no encontré mi lugar, y sabía que mi vida no estaba completa del todo. Así que saber que tres veces por semana voy a ponerme un traje blanco para hacer algo que sé que se me da bien, que me motiva por tanto que me pueden enseñar, hace que la parte física la tenga cubierta. Esto también he descubierto que es importante para mí, no sólo Karate, sino hacer ejercicio, creo que no ha habido ninguna época de mi vida en la que no haya hecho algo de continuo, aunque sea ir a correr por las noches.
Y descubriendo que es una gran verdad eso del Mens Sana in Corpore Sano, me da por estudiar japonés, ceremonía del té y aprender fotografía que me hace sentir que estoy haciendo algo con mi tiempo que merece la pena sólo por lo gratificante de los resultados que no dejan de mejorar, pero sobretodo porque pueden mejorar mucho más.
Añadiría a esto de la mente y el cuerpo, que también hay que cuidar el alma y entonces resulta que me da por escribir y descubro que las lágrimas que a veces mojan el teclado hacen las veces del psicólogo que nunca tuve. Me pasan muchas cosas por entre la mente y el corazón, y escribirlas es ordenarlas. A vosotros os cuento muchas de ellas, otras me las quedo para mi, pero qué alivio es tener las ganas de compartirlo, de sacar los pensamientos a secarse al sol para guardarlos bien templaditos después.
Además ésto es una cadena porque si te sientes bien contigo mismo, las ganas de hacer cosas salen de debajo de las piedras: que si disfraz del gatostiable, que si fotos y vídeos chorras… lo que me río yo con ello no tiene precio.
Así que no tengo un duro, de verdad que no, estoy más pelao que nunca. Pero mientras siga pudiendo pagar el hueco de Tokyo que me ha tocado, mientras el cocedero de arroz siga echando humo y mientras pueda seguir viendo a Hirokazu Kanazawa un par de miércoles al mes… ¡Me da igual!, que tengo muchas camisetas de Ikusuki para ponerme sin tener que ir al Uniqlo, que el Sushi está más bueno si se come una vez al mes, y que el Shinkansen le tengo ya muy visto y anda que Tokyo no es grande como para verlo dando paseos.
Y es que eso del dinero está sobrevalorado, no hay yenes suficientes para comprar lo que yo sentí el día que me saqué el cinturón negro, ni cuando salí en Ikebukuro a bailar. Tampoco me piden entrada cuando me siento en Honmonji por la noche a ver parejas de ancianos de mil años que van cogidos de la mano a rezar, y a día de hoy, eso del querer me lo dejan gratis.
Está claro que si cobrase el doble, mi vida sería mejor, pero ¿sabéis qué? que no sería el doble mejor ni de lejos.