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El trabajo de las estrellas – 星の仕事

He oído que por las noches las estrellas bajan
a recoger las flores de los cerezos.
Y que las guardan en el cielo.

Me han dicho que al año siguiente,
cuando todos duermen y el invierno está acabando,
vuelven a bajar.

Y que las meten dentro de los corazones de los árboles
para que broten de nuevo.

Dicen que a las estrellas les gusta ver a la gente feliz.
Aunque sean tres semanas al año.

Así que si una noche estás cerca de un cerezo y miras al cielo,
quizás veas una bajar, pero debes fingir que no la ves.

O se irá y habrás conseguido que el árbol
tenga una flor menos al año siguiente.



Euskadi

Nací hace 31 años y unos cinco meses en Euskadi, en Zalla, un pueblo a unos 22 kilómetros de Bilbao. Mis padres son emigrantes, ellos vinieron literalmente con lo puesto desde Extremadura, y se establecieron aquí porque había trabajo en una fábrica papelera.

Recuerdo los días de colegio con mucho cariño, las clases de Euskera que, por alguna razón, se me daba bien, los capítulos de Dragon Ball en este idioma que mis padres sospechaban que fingía que entendía pero que no era así.

Me viene a la cabeza que me daba vergüenza ir con mi madre a los sitios porque nunca se ha podido quitar ese acento extremeño que tiene. Ahora pienso que ni falta que le hace (lo echo tanto de menos).

Los que fueron un año después al mismo instituto que yo pudieron elegir dar clases todo en Euskera, y yo sentía envidia porque era un idioma que me gustaba y pensaba que si practicaba, podría hablar con mucha más soltura de lo que lo hacía (que era sólo en las clases de Euskera y poco más).

Veía carteles por las calles, carteles enormes con fotos en blanco y negro de presos de ETA, pidiendo su acercamiento a cárceles de Euskadi. Carteles homenaje acusando al Gobierno de España, y ensalzando ideas que yo no conseguía entender, pero que, por prudencia, procuraba no cuestionar.

De vez en cuando, al salir de Karate, veía un grupo de gente en la plaza del pueblo con una pancarta puestos allí a favor de las mismas ideas. Yo, como el resto de los que íbamos de paso, seguíamos nuestro camino sin preocuparnos demasiado.

Una vez fuimos de campamento a un pueblo fuera del País Vasco y unos niños nos tiraron piedras porque éramos vascos, y nosotros no entendíamos nada.

Por aquel entonces estábamos casi acostumbrados a oir que se habían quemado contenedores, que había habido un atentado… y siempre con una punzada en el estómago, seguíamos a lo nuestro, y casi nunca se hablaba de ello de puertas para afuera.

Los años pasaron, y con ellos, la universidad con lo que empecé a ir a Bilbao a diario. En aquellos tiempos, ir a Bilbao era una especie de reto para mi, me daba miedo por lo que me pudiera pasar, por si me atracaban, o me perdía. Y, aunque me perdí un par de veces intentando llegar a Deusto, me fue fácil encontrar el camino del Casco Viejo al que fui de juerga muchas veces.

En una de esas juergas, de repente me encontré en medio de una batalla campal. A mi izquierda estaban los ertzainas antidisturbios con sus escudos, sus cascos y máscaras y sus escopetas de bolas, y a la derecha un montón de gente armando un jaleo del copón, y poniendo vallas de una obra cercana en medio de la calle.

Como me daban mas miedo los ertzainas, y no me podía quedar en el medio de todo, me dio por ir corriendo donde los otros. Un par de chicos me abrieron paso moviendo las vallas, y me dejaron seguir corriendo hasta el bar del Casco Viejo donde me esperaban mis amigos. El bar tenía la persiana bajada, como todos los de la zona cuando pasaban estas cosas, pero yo la abrí y me metí dentro cerrándola de nuevo.

No era la primera vez, así que sabía lo que pasaba. Las persianas se volverían a abrir, saldríamos a la calle y todo continuaría aunque no sería lo mismo porque habría muchos policias pidiendo carnets, policías con sus máscaras y sus cascos, y no era raro ver alguna bola de goma rodando por el suelo.

Me sorprendió muchísimo ver mi pueblo empapelado con la foto de un amigo de la infancia que habían detenido. Un chico que había estado en mi casa muchas veces. Un chico alegre, normal, un amigo de esos que luego se pierden porque uno crece y hace cosas distintas.

Y hoy, por vivir en Tokyo, sigo muy de cerca las noticias de Euskadi. Me hace especial ilusión ver fotos de sitios por donde yo pasaba todos los días, y que ahora me parecen tan lejanos.

Pero acabo de leer la prensa por internet, y de repente me he visto diez años atrás en el tiempo. Y mi corazón se ha vuelto a sentir de la misma manera, y mi cabeza se ha estancado y me vienen lágrimas a los ojos. Y después, sentado en el suelo mirando por la ventana a algún punto del cielo, se me han agolpado en la cabeza todos estos recuerdos que he querido escribir aquí.

Y este fin de semana no será como los demás. Aún estando en Tokyo.

La vida misma

Otro país, otras costumbres, otra vida. Soy un extraño que asume el papel de observador del día a día descubriendo perlas de humanidad bajo el cielo de Tokyo. A veces, cuando uno encuentra el momento de apearse del mundo, todo lo sucedido, lo vivido, lo sentido aflora con el poso de haber estado madurándose entre la inconsciencia de los pensamientos.

Y cuando eso ocurre, es cuando me doy cuenta de lo precioso que es darse cuenta de que el día a día puede ser precioso.

Quizás solo haya que saber mirarlo.

Te odio
La ceremonia de año nuevo
Hasta luego, adios… quizás para siempre
Honor
De gentes y personas
A la izquierda del cero
Esta mañana, la de hoy
Ése momento
Brillando por tu presencia
Al llegar las cinco de la mañana
La chica de Shimokitazawa
Viernes, 18 septiembre 2009
La señora de los paraguas, epílogo
Esperando en Shinagawa
Melancolía
La chica que doblaba toallas
Recuerdos
El barrio donde vivo
Un martes de té
El paso de cebra
Un lunes de Karate
Érase que se era
Las seis de la mañana
Toki doki 時々
La chica del shamisen
Honrando el gesto
La mejor foto de Marzo
Parecía que no iba a llover
Podría vivir sin reloj
Desclasificando una noche
Te pido perdón
Mi día
Calor humano
Bilbao
13 días y 12 noches
Kokoro
Y me sonreía
El principio de un sueño
Las noches secretas
Corazón de Neón
Olores
La chica de Okinawa
De personas, problemas y prioridades
Los ojos de Kanazawa
La chica del bar de Shibuya
El señor del bar y el cocinero de sushi
Uniendo ilusiones
Sueño inventado
Los insectos de hojas
Sueños por soñar
Carta a casa
La casita de madera
Encuentros
Autobombo
El trabajo de las estrellas
Euskadi
El chico del chándal azúl
Calor
Frío
Y sin embargo
La señora de los paragüas
Extraño
Hay días
Sensaciones
De pañuelos y mundos
Promesas, deseos


El chico del chandal azul

Después de unos meses yendo a Karate, empezó a venir un par de veces por semana un chico en chandal. Es una persona especial: hace ruidos con la boca, habla sólo y en su cara siempre hay una mueca que yo definiría como una sonrisa triste.

Las clases duran hora y media, pero él sólo está los primeros 45 minutos, justo justo hasta el descanso. Nunca le oirás un «oss», ni tampoco le verás saludar a nadie. Él sólo llega con su chandal azul, se quita la chaqueta y hace lo que buenamente puede mientras sonríe y habla en voz baja sin parar.

Sin parar… Esto es precisamente lo que quieren conseguir con él, que se pueda parar quieto. De alguna manera, su cuerpo se está siempre moviendo, es una especie de tic nervioso que se concentra especialmente en su brazo derecho.

Todo el mundo le tiene un gran respeto, menos una vez que unos niños se rieron de él de esa inconsciente forma que sólo ellos saben. Aunque él los ignoró, como nos ignora al resto.

Mientras nosotros tratamos de ser más rápidos, de hacer las cosas mejor, de levantar más la pierna, él sólo anda para alante y para atrás. Sigue nuestros pasos, más por quitarse del medio que por tener ningún interés en aprender Karate. Se nota a la legua que viene obligado, seguramente sus padres hayan hablado con los profesores y hayan llegado a la acertada conclusión de que esto le viene bien.

Y cuando el profesor anuncia el descanso, la mayoría entra en el vestuario a beber un poco de agua, o a secarse el sudor. Yo me quedo, porque me emociona ver lo que pasa: el profesor obliga al chico a ponerse delante del espejo, y, con voz firme, le ordena hacer una serie de movimientos básicos. Él sonríe más, aunque no es porque esté pasando un buen rato, sino de nervios, y hace lo que puede. Pero la parte más dura es cuando el profesor le ordena estarse quieto mirando al espejo. Él no puede, su brazo tiembla, sus ojos se van al reloj que está encima de la pared, al suelo, a cualquier lugar. «Mírate a los ojos» le grita el profesor, y él lo intenta durante algunos segundos, hasta que se le olvida.

Sé que la firmeza y las maneras del sensei son fingidas y estoy seguro de que les cuesta actuar así, pero de no hacerlo, sería imposible mantener su atención.

Hoy, después de muchos meses, me he dado cuenta de que ha conseguido estarse quieto como medio minuto. A nadie le ha parecido importar, pero yo lo he visto y el profesor también. Me habría encantado comentarlo con alguien en el vestuario, pero por alguna extraña razón, nadie habla nunca de él.

En ese pacto entre sus padres y los profesores, están intentando que su cuerpo vaya un poco menos por libre.

Y me alegro en el alma de que lo esté consiguiendo.

Calor

Hay casi doscientas personas que me leen cada día. Conoceré personalmente, como mucho, a 20, con lo que quedan algo menos de 180 que no se de donde han salido.
De esos 180 que no he visto en mi vida, 11 han gastado parte de su tiempo en escribirme unas líneas para tratar de animarme en un momento de esos que todos tenemos de vez en cuando. Ojo, esto no quiere decir que a los tres que conozco los valore menos.

Así que habéis conseguido templarme por dentro…

Muchas gracias

Bueno, vosotros y las estufas de las que me he rodeado…

Ikusukis, Toscano ha vuelto…

Frío

Al levantarme del futón, al mirar por la ventana, al empezar a vivir el nuevo día.

Frío por dentro, al mirarme en el espejo, al estar sin encontrarme.

Frío cuando hablo y no es mi idioma, cuando trato de expresar lo que no soy capaz y opto por callar porque mi cabeza y mi boca van a velocidades diferentes. Y me siento triste, y mi corazón se destempla.

Frío porque soy diferente, porque aún en un lugar amable, a veces me siento fuera de él. Porque hoy no encuentro sentido a nada, ni aquí ni en ningún sitio.

A veces siento frío y no hay nadie que consiga quitármelo.

Como hoy.

Mañana, seguramente, hará de nuevo calor y todo volverá a tener sentido. Volverá la ilusión, reiré, y será verdad que quiera reir.

Pero todavía es hoy. Y va a ser un hoy muy largo.

La señora de los paraguas

La señora de los paraguas

Ella siempre está allí en el cruce. Hay gente que pasa conduciendo, en bici o simplemente caminando, pero ella sólo está apoyada en el guardarail por el lado de la acera. Y siempre me mira, y sonríe divertida. Digo yo que le haré gracia, o tal vez le sonríe a todo el mundo.

Le calculo unos setenta y pico años, por lo que seguramente tendrá más de ochenta. Vive allí, lo se porque la he visto entrar en su casa alguna vez.

A su lado siempre hay cuatro o cinco paraguas colgados del guardarail o apoyados en la pared, y uno está siempre colgando de su brazo. No importa que llueva, esté nublado o haga sol, la señora siempre está allí con sus paraguas. Y siempre sonríe.

A veces barre la acera, aunque no esté sucia, con un ritmo lento pero constante, la espalda arqueada y los paraguas a mano. Y a veces cambia de sitio en el guardarail para poder ver a la gente del otro sentido del cruce.

Hoy me ha parecido que por un instante ha pensado en hablarme, pero en el último momento se ha arrepentido, aunque, como para compensarme, me ha dedicado una sonrisa más amplia de lo habitual. Creo que el próximo día le daré yo los buenos días.

Ignoro si vive sola, o qué hace el resto del tiempo que no está en el guardarail. Creo que su cabeza no funciona todo lo bien que debería, pero en su mundo de paraguas y aceras por barrer, de gentes que vienen y van, ella no duda en sonreir.

Parece feliz. Si algún día veo que le faltan paraguas, yo mismo los compraré y los colgaré de noche en el guardarail.

Por verla sonreir.

YouTube player

Extraño

Levantarse del futón se me está haciendo cada vez más dificil, y no sólo porque esté casi a la altura del suelo. En el mundo exterior hace frío, pero no debajo del refugio que he formado con el edredón nórdico y las dos mantas.

Aún así no queda más remedio, así que me levanto y al abrir las cortinas, veo que hace un día increíblemente soleado. Uno de los dos está fuera de lugar: o el frío o el sol… supongo que tendré que ir acostumbrándome.

Es sábado, y estoy invitado a visitar a una persona que es importante para alguien que es importante para mi. Voy a un hospital, pero aún así me encuentro bien, quizás por que se que estoy haciendo algo que merece la pena. Para mi significa devolver un poco de todo lo que he recibido y lo volvería a hacer encantado.

Camino de la estación, Sabina me vuelve a contar por el ipod que le sobran los motivos, y de nuevo esta sensación de que algo no está donde debe. ¿Sabina mientras paso por delante del Tokyo Mitsubishi Bank?

Dentro del metro no hay demasiada gente, es fin de semana y se nota. Encuentro sitio fácilmente, y, como habitualmente, miro a la gente que hay a mi alrededor. Trato de adivinar lo que piensan, el tipo de vida que tendrán, la ropa que visten… Y en estas estoy cuando se sienta un chico alto, de ojos azules y más de metro ochenta, con piernas de esas que sentado son todo rodillas. Y a mi lado se sienta su mujer o su novia, o simplemente la chica que va con él. Es extranjero y destaca, supongo que como yo aunque no me de cuenta, y está sentado enfrente de mi porque no había dos sitios consecutivos.

Le habla a la chica que está a mi lado en inglés, el tono es alto porque está en el lado opuesto y un poco en diagonal. Ella no le oye muy bien, así que él grita, tanto, que le oigo a pesar del ipod. Decido apagarlo y prestar atención a la escena, que promete. Le dice en un perfecto y claro inglés que la mayoría de los japoneses están dormidos, y ella se ríe de manera sobreactuada.

Entonces me mira, como buscando complicidad a su comentario, yo aparento seguir a lo mío, yo y mi música y nadie más, y mucho menos tu, carapán. Ella le replica algo que no entiendo y entonces la escena se repite, pero al revés, le toca a él reirse gruñendo.

Me fijo que el chico tiene las piernas cruzadas, y que la zapatilla de la pierna de arriba, queda por encima de la chica de su lado izquierdo. Ella aparenta que no le importa, pero de vez en cuando la descubro levantando la vista de su libro y mirando el zapato de su compañero de viaje con incomodidad.

Y va él y saca una cámara de fotos, y decide que qué mejor momento a inmortalizar que su novia, o lo que sea que les una a parte de la estupidez, rodeada de japoneses en medio del metro. Y le saca fotos, no una, sino media docena con sus correspondientes flashes que impactan directamente en mi cara y en la de cinco japoneses más, por lo menos. Ella sobreactua, que se le da bien, y pone poses, hasta que le pega lo que yo creo que es un codazo a su compañera de la izquierda. Le pide perdón, no por ser tonta del culo, sino porque le ha pegado un golpe y eso ya entra dentro de su limitada ética. La señora, que lleva aguantando tonterías por más de diez minutos, le hace una reverencia, le dice que no importa y sigue callada. Y sigue a su lado. Con infinita paciencia.

Entonces se levantan y se bajan del tren. La señora y yo nos miramos con complicidad, creo notar un esbozo de sonrisa con sabor a resignación y seguimos nuestro viaje.
Su parada está antes que la mía, así que se levanta, pero antes de irse, me dice «adios» en perfecto castellano con una pequeña reverencia.

Me miro la ropa, la mochila, la bolsa de papel. El ipod sigue apagado. Todavía estoy intentando entender cómo lo supo…

Hay días

Hace frío de nuevo y no me gusta. Me levanto del futón, que es casi lo mismo que decir que del suelo, y tengo frío. Pongo la calefacción y miro por la ventana para descubrir un día lluvioso y triste por lo gris.

Hoy he decidido empezar a ir a la oficina en bici, y aunque llueve, no me echo atrás. Compruebo las ruedas, están deshinchadas, y veo, con pena, que partes de la bici se han oxidado. Hay días en que todo lo malo parece peor.

Entonces la dueña de mi casa me saluda, me sonríe y me tapa con su paraguas mientras hincho las ruedas. No hablamos el mismo idioma, pero nos entendemos. De repente, me viene a la cabeza todo lo que se dice sobre los japoneses, la imagen que se tiene de ellos y me da rabia y decido que cuando llegue a casa por la noche, voy a escribir algo como para saldar una deuda que tengo con ellos.

Todos los días veo gente que vive su vida, madres que llevan a sus hijos al colegio, abuelas que preparan el té y hombres trajeados que se dejan la piel trabajando. Veo parejas de adolescentes cogidos tímidamente de la mano, nunca besándose y rara vez abrazándose. Conozco a una señora que trabaja en el supermercado de mi barrio y a la vez en el Seven Eleven, y me pregunto si vivirá sóla, y por qué trabaja tanto.

He tenido el privilegio de compartir mesa en casa de una familia, de vivir el drama de una persona enferma, de escuchar los sueños de una madre que carga sobre sus hombros con la vida que le ha tocado con una sonrisa en la cara y lágrimas en el alma, y, encima, es capaz de desvivirse por mis problemas que no son nada en comparación.

Los japoneses son seres humanos, con su peculiar sentido del humor y su no tan estricta filosofía de vida basada en reglas que están entre el honor, el sentido común y el respeto. No son samurais, ni son chinos, ni están todo el día jugando a las consolas o en internet. Tampoco todos tienen los últimos móviles con tele, y muchos ni siquiera han visto anime en su vida.

Me gustaría que todos aquellos que me preguntan tantas tonterías sobre ellos, hiciesen un ejercicio de reflexión: ni los españoles son todos toreros o cantaores, ni los japoneses se pasan el día en los karaokes comiendo pescado crudo.

Espero que sepáis perdonar este cambio de tono en el blog, pero tengo que dar las gracias a todos aquellos que me han ayudado cuando llegué aquí más sólo que la una.

Va por vosotros!

心からどうもありがとうございました!