España, Japón, Bilbao, Tokio, japoneses, españoles… tópicos, costumbres, situaciones, lugares… aquí va una lista de historias curiosas que me han pasado en ambos países y que cada cual saque sus conclusiones.
España
Cuando volví a Badajoz, fui a comprar un par de revistas en una tienda de al lado de la estación de autobuses y la señora ni me contestó al buenos días que dije al entrar, ni alzó la vista cuando me cobró, me tiró las vueltas encima del mostrador de malas maneras y tampoco contestó cuando dije adios. No volví a entrar, por supuesto, incluso me quedé con ganas de decirle «tírame las vueltas a la cara si ves que eso, tía asquerosa». Viviendo en Japón, ese comportamiento me parece increíblemente insultante e inexcusable. Estoy por volver y soltárselo.
Yendo en bici por Bilbao por el bidegorri (el carril bici) de la calle Dr. Areilza tuve que pegar un frenazo porque una señora iba con un perro paseando por allí. No iba rápido así que no fue peligroso, pero al decirle, juro que de buenas maneras, a la señora que aquel camino era para las bicis y no para pasear, me echó una bronca acojonante con el argumento en su defensa de que era la acera y que las bicis tenían que ir por la carretera. Además metió a gente que había por allí en el lío y acabaron echándome la bronca tres viejas, dos viejos y dos perros. Prácticamente tuve que huir con la bici en la mano hasta la carretera y pirarme de allí lo más rápido posible.
En un campamento de verano a los más mayores (échale catorce o quince años) nos «soltaron» a hacer una ruta por ahí sin comida ni bebida, teníamos que llegar a la noche a un punto que estaba bastante lejos y dormir allí, apañándonos como pudiésemos para comer y beber. En una de esas llamamos a una casa y le contamos el percal a la señora que nos abrió, pues bien, nos hizo pasar y nos preparó un bocadillo de chorizo frito de media barra para cada uno de los cuatro que eramos. Se ofreció también a llevarnos en coche pero era hacer trampas y sospechábamos que los monitores nos estaban vigilando.
En Bilbao a mi y a un amigo mío nos atracaron tres veces más o menos por la misma zona (la Gran Vía), en aquella época parecía ser ya una tradición: siempre que íbamos, tocaba. El caso es que no era en plan violento ni con navajas ni nada por el estilo, venía un tío y «nos pedía suelto» o «para el autobús» en un tono amenazante, no era siempre el mismo, pero siempre le dábamos algo y nos pirábamos a toda hostia de allí acojonados del todo.
Volviendo de Donosti a Zalla con Chiaki había un control de la Guardia Cívil donde dos pedazo de policías con metralletas o fusiles o yo que sé qué coño era aquello nos mandaron salir del coche y abrir el maletero y nos registraron todo lo que pudieron. Me hicieron un montón de preguntas sobre Chiaki: nacionalidad, por qué estaba conmigo en aquél coche… Menudo acojone, el comando Shibuyaherri a lo mejor se pensaban que éramos.
El vecino de abajo de mi pueblo ponía la música a toda hostia, pero cuando digo esto digo a un volumen acojonante. Alguna vez le pedimos que la bajase y nos contestaba que no directamente, y eso cuando nos contestaba. Yo llamé a los municipales un par de veces que le dijeron que la bajase y lo hacía para volver a ponerla a tope al de cinco minutos. Un pieza increíble.
Una vez vi a un tío mangando una bici del portal de un amigo mío: salió corriendo con ella a todo correr y yo al reconocer la bici, salí dando voces detrás de él. Tiró la bici ahí de cualquier manera y salió corriendo, yo cogí la bici, llamé al portero a mi amigo y se la subió a casa. Volví acojonado a casa por si el pavo aquel que no había visto en mi vida estaba esperándome con amigos o algo. No le volví a ver.
He compartido oficina con un tío que olía a ropero viejo, otro que la mitad de las veces no venía a trabajar y nunca pasaba nada, una tía que tenía más pelos en las piernas que yo, un elemento que se depilaba las cejas, otro que se sacaba mocos y se rascaba los huevos literalmente mientras hablaba contigo, uno que fingía que era muy amigo mío y me saludaba muy efusivamente solo si me veía con el jefe (con el que si me llevaba bien), otro que tenía voz de tía y era jefe y cuando se enfadaba y gritaba nos descojonábamos, una tía que vestía como un pelapinos ruso y un jefe que se echaba tanta gomina que parecía superglue.
Me han pedido dinero por la calle, me han perseguido a voces para venderme una flor y también vi en Sevilla a dos conductores de carruajes con caballos llamarse de todo en medio de la calle a grito pelado que casi se lían a hostias. Una vez también vi a una pareja chujcando encima del capó de un coche en medio de una calle llena de gente en Bilbao.
Una vez me dieron las vueltas mal, me dieron de menos, se lo dije a la chica y no me creyó. No recuerdo exactamente pero me dio vueltas de un billete de 10€ y le había dado 20€ o algo así, no hubo nada que hacer.
Hace tiempo estuve yo solo en un concierto dentro de un bar, era un grupo de folk muy animado y la mayoría de la gente acabó bailando en medio de la pista y coreando las canciones. Se improvisó un sarao allí en un rato y al final nos tuvieron que echar del bar a las tantas de la mañana, se lió parda inesperadamente.
Japón
Esto creo que ya lo he contado alguna otra vez. Subiendo las escaleras con una bandeja con la comida y la bebida en una hamburguesería me tropecé y la líe parda tirando todo a tomar por culo. Me puse a limpiarlo, pero enseguida llegaron dos chicas que me apartaron con reverencias, lo limpiaron ellas y me indicaron que me fuese a mi sitio sin yo tener claro que iba a pasar. Yo pensaba pedir otro menú y por supuesto pagarlo, pero me trajeron el mismo pedido gratis a la mesa y no dejaron de hacerme reverencias hasta que me piré por la puerta. No he vuelto, por Dios que vergüenza.
Volviendo a casa en bici vi que delante de mí iba otro igual que yo pasando justo por un cruce. Los dos teníamos la preferencia, pero el coche que salía no debió verle y le atropelló. Por fortuna no iba demasiado rápido y solo le tiró de la bici, yo pude frenar a tiempo. En vez de pegarle cuatro patadas al coche dando voces como habría hecho yo, el ciclista se levantó, se sacudió el polvo, recogió la bici, le hizo dos o tres reverencias al coche y siguió su camino.
Una vez me quedé dormido en un parque (esto ha pasado en realidad más de una vez, pero no se lo contéis a nadie), acababa de sacar una bebida de una máquina expendedora y en vez de guardar la cartera, la dejé al lado en el banco y sin darme cuenta me quedé totalmente sopa, eran las tantas de la noche. Cuando me desperté era de día, el parque estaba lleno de gente pero la cartera seguía allí. Eso sí, tenía a un grupo de críos mirándome acojonados.
En un matsuri de barrio estaban todos allí bailando el bon odori, una señora muy muy mayor me cogió de la mano y me sacó a que lo bailase con ellos. Era muy pequeñita, llevaba un kimono maravillosamente precioso… era tan entrañable que era imposible negarse: no hacía más que reírse mientras me enseñaba los pasos. Al acabar me aplaudieron todos los del barrio que yo creo que me tenían calado ya desde hace tiempo, no recuerdo que hubiese más extranjeros por allí. Un señor me trajo una botellita de nihonshu y la señora un pincho de yakitori un rato después. A partir de ese día me saludaba un montón de gente que ni conocía cuando iba por la calle.
Una noche me subió una fiebraca del copón que aguanté como pude. A la mañana siguiente fui al médico porque no mejoraba la cosa, y el señor tenía un cuaderno donde iba apuntando, como si fuese una ecuación, todos mis síntomas. Después de preguntarme un montón de cosas desde a que hora me había levantado ese día hasta la cena pasando por si hacía o no deporte e incluso si había tenido relaciones sexuales recientemente, me dijo que lo iba a estudiar. Se giró hacia su cuaderno y empezó ahí a anotar las posibles enfermedades que podían ser. De una lista de unas diez empezó a anotar un montón de cosas mientras miraba «los datos» de su problema, entendí que iba descartando enfermedades, algo así como «gripe A no puede ser porque la fiebre ya ha bajado» y las iba tachando. Después de unos diez minutos resolviendo ahí la ecuación, me dijo: «pues esto ha sido un resfriado un poco fuerte». Después me dio como cinco medicamentos distintos y me despachó ofreciéndome la hoja aquella por si quería repasarlo y tenía alguna objeción.
En la cena de fin de año de la empresa hicieron un concurso de tecleo, yo soy el tío que más rápido teclea del mundo, en serio, pero las palabras que había que escribir ahí eran japonesas en romaji, es decir, que en vez de «avión», a lo mejor te tocaba escribir jyuubinnkyouku con lo que a mi se me complicaba más la cosa. Aún así, de 25 personas quedé tercero. Al primero le dieron un iPad Air, al segundo un Amazon Kindle y a mi unas Nekomimi, que son unas orejas de gato que te leen el pensamiento y se mueven según tu estado de ánimo (en casa están sin sacar de la caja).
Una vez un policía me perseguía en bici, yo que tengo un pequeño espejo retrovisor en la mía me di cuenta y como esa semana ya estaba un poco hasta los huevos porque ya me habían parado dos veces para pedirme documentación, subí el ritmo y él también lo hizo. Me metí por otra calle y él también, hasta que ya por mis huevos le metí caña a los pedales y le dejé muy atrás. Cuando ya pensaba que le había dado esquinazo, me encontré a otro un par de kilómetros más adelante que me estaba esperando. Me pidió la documentación y me dejó marchar, como siempre.
El vecino de al lado compró muebles en Ikea que tenía que montar en casa. La noche anterior llamó a casa para contarnos esto mismo y, con una caja de bombones y otra de dulces japoneses, nos pidió perdón por el posible ruido que a la mañana siguiente iban a hacer. «Si tenéis pensado salir de casa, decirnos a que hora y no empezamos hasta que os vayáis para no molestaros» nos dijeron. Al final no hicieron ni ruido ni ná.
Una tarde volviendo a casa en bici vi a un mapache, tanuki en japonés, cruzando la carretera de lado a lado. Era bastante grande, se paró en la otra acera, se me quedó mirando y soltó un gruñido ahí más raro que ni sé antes de pirarse por entre dos edificios. Era el medio de Tokio.
He compartido oficina con un chino que comía con la boca abierta dando un asco acojonante, otro que se tiraba pedos sonoros en cualquier momento, uno que aporreaba el teclado pero no os podéis imaginar de qué manera: le daba unas hostias como quien clava clavos con los dedos, otro que estornudaba a grito pelao y saltaban las alarmas antiterremotos, un koreano de ventas que no se callaba ni debajo del agua, pesado como la madre que lo parió pero que no logró hacer ni una sola venta (creo que a la mitad de los clientes les explotó la almendra), un americano gordaco maleducado de más de 150kg que no podía casi ni andar, un irlandés pálido que cuando hablaba delante de gente se ponía rojo pero a niveles inhumanos y sudaba, una vez se llegó incluso a marear y se tuvo que salir a la calle a coger aire… ah! y había una tía que venía a trabajar con una peluca morada estilo anime. Así que me acuerde.
Un señor de mi barrio que me vio con Kota, me dijo que esperase un poquico, arrancó una hoja del libro que estaba leyendo, hizo un barco de papel y se lo regaló.
Suelo ver por donde vivo yo a un maromo que tendrá de sesenta años para arriba vestido de mujer haciendo la compra, es feo feo feo (o fea fea fea).
He visto a grupos de señores mayores montando un circo del copón en un parque con un equipo de karaoke portátil cantando uno ahí a toda hostia y bailando el resto borrachos perdidos. Una vez canté con ellos y me invitaron a comer, me puse como el kiko y todavía me prepararon tapers para llevar.
En un seven eleven hice la compra y dejé lo que yo creía que era el importe exacto y me piré. Cuando iba ya por cerca de mi casa, escucho a la chica que venía a toda hostia dando voces: «señor cliente!! señor cliente!!», me paro y resulta que había dejado 10 yenes de más y venía corriendo a devolvérmelos.
He estado en conciertos en bares donde a pesar del arte de los músicos, de lo pegadizo de las canciones, allí no se movía ni Dios de la silla. Todos sentados, aplaudiendo cuando toca y cuando no escuchando atentamente mientras se toman su copa en silencio. Aquí también resulta que no se levanta ni Dios hasta que en un cine no acaban de salir los títulos de crédito.
Conclusión:
¡¡ En todas partes cuecen habas !! El mundo es maravilloso…