Pokemon Go: guía de seguridad

Que se va a liar parda en Japón cuando lo saquen lo saben hasta los chinos. Sobretodo aquí en Tokyo, estoy expectante no por descargármelo y jugar, que eso me la chuza bastante, sino por las noticias que van a empezar a salir de la chavalada estampándose unos contra otros por cazar al bichardo de turno.

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El gobierno lo tiene todavía más claro y tratando de prevenir el desastre que sin ninguna duda va a ser, han sacado una «guía para jugar a Pokemon Go con seguridad». Juas, se va a liar parda igual, jajaja, me estoy riendo ya.

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Son de bastante sentido común, vamos a ello:

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Protege tu identidad

Usa un nickname y no tu nombre real y procura no subir fotos de tu casa y alrededores a las redes sociales.

Cuidado con las aplicaciones chusqueras

Saldrán un huevo de aplicaciones alrededor de la oficial prometiendo hacer tu misión más fácil con trucos y consejos pero lo normal es que sean una puerta de entrada a tu teléfono para hackers o vengan con virus.

Bájate una aplicación que de el tiempo

No vaya a ser que estés cazando bichardos y te empiece a caer la de Dios es Cristo.

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Cuidao con el calor

Que en verano hace un caloraco bueno y estar todo el día en la calle puede hacer que te de un pampurrio.

Llévate una batería externa para el teléfono

Como el juego usa el GPS de tu teléfono, conviene que tengas una batería extra a mano.

Ten un plan B preparado siempre para contactar a tu familia

Lleva siempre una tarjeta de teléfono o reserva dinero para poder llamar a tu familia desde un teléfono público por si te pasa algo y te has quedado sin batería.

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No te metas en zonas peligrosas

Esta es de cajón, pero te aconsejan que no te metas en sitios donde sabes de sobra que no deberías estar.

Cuidado con gente que dice querer conocerte

Habrá gente que querrá que vayáis a coger pokemons juntos o que querrán liarte para que vayas con ellos a algún sitio porque ellos saben que allí habrá algún bichardo. No les hagas caso y no te vayas nunca con nadie que no conozcas.

No camines mientras miras el móvil

Esta en realidad no debería ser exclusiva del juego Pokémon Go, a mi me ponen de los nervios los que en las estaciones van mirando el móvil a paso de burra y hasta se chocan contigo. Pues bueno, bien está advertirlo, que si andas mira por donde andas y si vas a comprobar el mapa, párate en un lado que no molestes y que no te pongas en peligro.

Y ya. Me parece muy bien que saquen guías de estas y seguramente por la tele también saldrán consejos de este estilo en las noticias, pero es en vano!! ¡¡ se va a liar parda igual !! juassss

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¡¡Buen finde!!
:gustico: :gustico: :gustico:

Fuente: RocketNews24

Toscasemanas: Julio 2016

De vez en cuando voy a ir contando más o menos como he pasado la última semana o semana y pico porque, mira, esto luego mola verlo después para comparar. Y es que, amigos, nos pongamos como nos pongamos, las rutinas caducan y nuestros días serán probablemente muy diferentes a nada que dejemos pasar tiempo. Tiempo que, por cierto, se pasea él solo a la velocidad que le da la gana. Dentro de nada hará ya cuatro años desde que me casé y Kota está muy cerca de los tres tacos, no te lo pierdas. Parece todo mentira.

Así, pensando en como hacer esto, me he dado cuenta de que ahora mismo no hay mejor referente de mi actualidad que Instagram, así que paso a relatar, para el que quiera leer, lo que ha acontecido a los Tosca de un tiempo a esta parte según San Insta.

La primera foto que iba a poner es la de la cara de todavía más gilipollas que se me quedó cuando vi el resultado de las elecciones, juas, vaya país… Pero en fin, pasemos página pronto y pongamos otra más alegre:

A photo posted by CaDs (@cdonderis) on

↑ Bonica estampa esta, si señor, jajaja. Yo llevo en la nueva empresa casi cuatro meses, pero resulta que desde hace un mes está currando conmigo el señor Carlos… ¡otra vez!, porque ya rascatecleamos a pachas hace un par de años en otra empresa. Es otro mundo, no es que no saquemos trabajo adelante ni mucho menos, que anda que no currelamos con primor, pero la cosa cambia mucho cuando puedes comentar la jugada con un colega en tu propio idioma, menudas risas… y como salga otra movida que tenemos entre manos, ¡ni te cuento ya!

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Kota anda regulero, este mes estamos arreglados con resfriados y gripes, raro es que pasen tres o cuatro días y no se ponga malo el pobrecico mío. El caso es que le sube la fiebre un huevo y luego al día siguiente como vino se fue, es curioso. En uno de esos días buenos y aprovechando que el Tío Chiqui se iba para España, le compramos unos regalos a mi madre entre los que metimos una foto enmarcada de Kota felicitándole el cumpleaños:

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Lo de los envíos a España se ha puesto imposible… desde hace tres o cuatro años cuando mandamos algo para allá resulta que les toca pagar a ellos una pasta gansa por no se qué hostias de impuestos y mierdas que se han inventado. Gilipolleces supremas que nos han jodido el poder enviar cosas de aquí a nuestros seres queridos.

Y es que aunque aquí me va la vida muy bien, muchas veces, muchas más de las que seguramente creáis, me entra una especie de rabia tal que me enfado conmigo mismo por estar tan lejos de ellos, y más últimamente con todo lo que pasó el año pasado. Desde luego que hay que ver donde he venido a parar, como dice y dirá tantas veces mi madre con toda la razón del mundo.

En fin, a Kota, por su parte, le compramos un martillo de plástico y con eso ya echa las tardes, esto si que es curioso también, tiene un Furby que costó una pasta al que ni mira y sin embargo la mierda esta del todo a 100 ni la suelta!!

A video posted by @ikusuki on

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Menudo tunante el tío, está más majoooo, ¡pasaros un día por casa y le veis!

Y nada, entre semana la cosa no cambia mucho: en la bici nueva hasta Shibuya, a mediodía al gimnasio y retirada más o menos a pachas con el sol. Mola trabajar en Shibuya, mola ir en bici y mola que pueda ir al gimnasio a mediodía, lo que no sé si podré mantener porque en Agosto nos mudamos a un edificio nuevo que me da que va a pillar lejos del gimnasio al que voy ahora… pero bueno, ya apañaremos algo.

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La bici nueva es otro mundo totalmente, no sabía que la diferencia iba a ser tan tremenda… en hacer exactamente los mismos kilómetros por el mismo camino, tardo un cuarto de hora menos y me canso además bastante menos. Es de verdad una auténtica gozada y cuesta muy poco acostumbrarse al manillar de corredor, que era lo que me tenía más preocupado. Incluso me llevo zapatos de esos con anclajes y toda la pesca, que también se nota. Lo que más he notado, a parte de que pesa bastante menos, son los cambios que funcionan a la perfección y al haber un mayor rango, te permite ir muy rápido prácticamente todo el rato sin importar tanto que haya cuestas.

Las primeras semanas la aparcaba en la calle, pero me pusieron una receta y desde entonces la dejo en un parking que hay cerca de la oficina, que la verdad es que me da bastante mal rollo porque está lleno de vagabundos, que aquí no es que te digan nada ni tienen pintas de ser peligrosos, pobrecitos míos, pero si que da coseja…

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Por cierto que el otro día cayó en Shibuya la de Dios es Cristo, así sin avisar!!

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Ah, también me trajeron y enviaron de España un par de libros que ya tengo medio leídos, gracias Carlos y Susejin!!

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En el gimnasio me llamaron la atención por no taparme el tatuaje, y eso que el gimnasio es de una franquicia americana, pero aquí en Japón está la tontería esa de que está mal visto porque se asocia con Yakuzas y tal. Valiente gilipollez… ba, por un oído me entra y por otro me sale, paso de tener que taparme la mierda de tatuaje pequeñico que tengo cuando voy a la ducha porque a un viejales le parezca mal, vamos hombre!

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Los sábados, que nos quedamos Kota y yo solos hasta que Chiaki vuelve de trabajar, me lo llevo por ahí a hacer cosas, el objetivo es no parar en casa, prefiero mil veces tener que andar corriendo detrás de él por un parque a tenerle abobado delante de la tele!!

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Y este fin de semana que era de tres días aprovechamos y nos piramos a Yokohama. Que diréis: pues vaya un viaje de mis peloters, si Yokohama está al lado de Tokyo!! Pues no os faltará razón, queridos tocahuevos, pero tiene su explicación y es que cualquier viaje de más de una hora de tren con Kota se convierte en una odisea que no suele merecer la pena. Así que decidimos que hacíamos base en Yokohama y de ahí haríamos excursiones a Kamakura a la playa y alrededores, y aunque decían que iba a hacer muy mal tiempo, la verdad es que salieron unos días cojonudos!

Estuvimos en el barrio chino de Yokohama, en Kamakura y el lunes ya en el museo de Anpanman. Tuvimos mucha suerte porque además, sin saberlo, ese fin de semana hubo fuegos artificiales en Yokohama las dos noches que nos quedamos. La primera noche los vimos en la calle y la segunda desde la habitación del hotel, que estábamos en una planta veintipico y se guipaban de la hostia!!

Luego ya el lunes a Kota le subió la fiebre de nuevo y nos vinimos para casa rápidamente.

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Y desde el lunes hasta hoy, que es miércoles, que estamos sin dormir en condiciones. Kota con la fiebre y ahora la tos que tiene se despierta llorando cada nada y entre pesadillas dando voces. Ya está mucho mejor y a ver si hay suerte y esta noche caen al menos cuatro o cinco horas de sueño seguidas… ¡rezad por nuestras legañas!.

Díaz-san

Son cinco, quizás seis, los señores que por turnos se encargan del aparcamiento de bicicletas que queda a menos de una centena de metros de la estación. Sin margen de error y con total seguridad afirmo que todos pasan de las cinco docenas de años, diría que dos de ellos tienen incluso una docena y pico más. Por alguna razón que a ellos les valdrá han decidido darle sentido a su tiempo entre ruedas, manillares y candados buscando, creo yo, el contacto humano de los vecinos que nos pasamos tan a menudo por allí.

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El mismo azar que nos empujó a comprar piso en esa estación es el culpable de hacer que ellos y yo nos veamos las caras dos veces cada día: una cuando después de dejar por la mañana a mi Kota en la guardería, paso a confiarles la bici eléctrica a cambio de mi recién estrenada Orbea. Y la segunda, claro está, cuando mando ésta misma a dormir bajo su techo una vez finiquitada la jornada laboral y uno a uno todos los kilómetros que quedan entre medias.

Me conocen y no solo de vista; lo cierto es que me llaman por mi nombre. Bueno, por mi apellido más bien. Díaz-san, esto, Díaz-san lo otro. Ellos se lo saben por la solicitud que cursamos para poder aparcar allí. Y yo no me sé ni uno solo de los suyos ni creo que esto vaya a cambiar pronto. El caso es que de vez en cuando se paran a intercambiar algunas palabras conmigo más allá de los ohayos y konbanwas de rigor.

El espacio entre las charlas se ha ido acortando a la vez que la frecuencia y la duración han aumentado.

– Díaz-san, hoy cuidado al volver que va a llover, yo creo que mejor en tren, ¿eh?

– Díaz-san, ayer estuvo tu mujer aquí para pagar la cuota, hay que ver que guapa y que maja es, y mas joven que tu un rato largo, no te quejarás, ¿eh?

– Díaz-san, te he movido la bici a este sitio que había más espacio para que te sea más fácil sacarla.

– Díaz-san, ¿en qué idioma le hablas a tu hijo?, ¿en inglés?

Quitando a uno, que todavía no le ha cogido el truco a tratar conmigo, quizás por miedo a que no nos vayamos a entender, todos me dicen algo siempre que la actividad del momento lo permita. Porque, especialmente a las mañanas con todas esas madres dejando las bicis eléctricas, no te vayas a creer que están mirando el paisaje. Es admirable el trabajo que hacen, en Tokyo poca broma con todas las bicicletas que hay, yo he llegado a tener tres a la vez.

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Aparte del ajetreo de reorganizar las bicis, de crear huecos donde parecía que no los había, de cobrar a los que no pagan cuota mensual sino por día. Aparte de todo eso, también tienen mucho papeleo que hacer: nuevas solicitudes de pases anuales, bajas, informes. Lo sé no solo porque les he visto hacerlo, sino porque me lo han contado. Este tipo de trabajo lo hacen en una especie de despacho, casi garita por lo estrecho, que cierran con llave supongo que por los cambios que puedan dejar. Si es el caso, yo procuro no molestar; aparco la bici, cierro el candado y me voy por donde he venido con las piernas temblorosas según vayamos cerrando la semana.

Ayer a la vuelta estaba el que más simpatía me regala cuando coincidimos: un anciano que me saca una cabeza, delgado como solo la palabra enjuto es capaz de matizar, con los pómulos de la cara tan marcados que es inconcebible que ahí haya existido carrillo alguno. Suele llevar una gorra pero muy vieja, como las que llevaban los ciclistas de antaño, descolorida y con tantos manchurrones como supongo que recuerdos porta la cabeza, repleta de canas, a la que protege de brisas traicioneras, que a ciertas edades mejor no arriesgar.

Me habla siempre que nos cruzamos. Ayer incluso dejó lo que estaba haciendo, salió de la garita y vino hacía mi. Se quitó las gafas y las dejó caer hasta que quedaron colgando de su cuello ancianándole todavía mas la facha. Venía riéndose, como si me hubiese estado esperando y por fin podía ya tachar de la lista la charleta con el chaval de las dos bicis, que era lo que le faltaba para ponerle colofón al día:

– Diaz-san, otsukaresama desu. ¿Te has mojado?, hoy por la mañana caía poco pero como tienes un rato largo hasta Shibuya, te habrás calado. ¿En España no hay tsuyu?, aquí es todos los años pero no se acaba de acostumbrar uno, ¿verdad?.

– Diaz-san, he estado mirando en internet y he encontrado Bilbao, es en el País Vasco, ¿verdad?, yo estuve una vez en Barcelona y otra en Madrid, pero he visto fotos del País Vasco y parece muy bonito.

– Diaz-san, no se te olvide candar la bici que ayer la dejaste suelta y tiene pintas de ser cara, a ver si vas a venir un día y no va a estar…

– Diaz-san, esto

– Diaz-san, lo otro

Y a mi se me olvidan las prisas, y me paro y echamos un rato.

Ya camino de casa, a pie esta vez, saco el boli y el cuaderno para tachar, sonrisa mediante, un punto más de las cosas que conviene hacer para conseguir que el día sea más bonito y valga más la pena.

  charlar con el abuelo de las bicis       

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Señales de vida

Ya iba tocando.

No tengo claro por donde empezar, así que iré al grano: mi padre murió a principios de año. Es algo que todavía no tengo asimilado, es demasiado reciente y no tengo el ánimo para hablar de ello abiertamente, todavía no.

El año pasado y algunos meses del anterior fueron muy difíciles, todavía lo siguen siendo. Volví a España todas las veces que pude, porque es lo único que podía hacer, quizás es lo único que todavía puedo hacer: recorrer esta horrible distancia que nos separa el máximo de veces que sea posible. Para que Kota construya posos de memoria que nunca desaparezcan, para estar donde se debe. Por mi más que por nadie.

Este año empezó inevitablemente mal. Que nos echasen a todos de la empresa quedó en una anécdota que en realidad a mi nunca me preocupó demasiado porque sé que nunca me ha sido difícil encontrar trabajo, el verdadero problema podría estar en la falta de motivación. Pero por alguna razón que todavía no acabo de entender, quizás mi padre sepa algo de esto desde donde esté, me sobró determinación, me sobraron fuerzas. Supongo que tener una meta concreta después de demasiados meses de desorientación, hizo que me saliese la garra y pude hasta elegir entre tres o cuatro trabajos.

Ocupado por querer estarlo más que por estarlo en realidad.

Pero aquí estoy. Doy señales de vida, por fin.

Estoy bien, llevo dos meses en el trabajo nuevo, me he comprado una bici nueva… estoy contento, estamos bien los tres. Kota cada día nos sorprende con algo que ayer no hacía y consigue emocionarnos como ahora sé que solo un hijo puede emocionar. Tiene salud; tenemos salud, estamos tranquilos, estamos bien.

Trataré de que nos sigamos leyendo de alguna manera. Gracias por seguir ahí.

La señora del ramen

Estaba esperando al tren el otro día y de repente se pone delante de mi un tío vestido de gala, desde la pajarita hasta la chistera, que llevaba atadas por una cuerda dos tortugas de juguete con luces de colores ahí arrastrándolas por el suelo. El elemento al que intuyo que de pequeño no le pegaron lo suficiente, se montó en el tren asegurándose de que sus dos mascotas luminosas entraban también sin problema en el vagón. Yo diría que hasta les hablaba.

Me sorprendí, pero tampoco como se merecía la situación. Quiero decir que miré dos veces a las tortugas de juguete, se me escoró un poco el ciruelo hacia la derecha y después seguí a lo mío como si no acabase de ver al mayor tarado del universo coger sitio en el tren hablándole a dos putos moñecos roídos.

Y en ese momento me di cuenta de que tengo el culo pelao de ver movidas raras. Bueno, en realidad yo tengo el culo acolcher, que me siento encima de unas zapatillas de velcro y me las llevo colgando, pero este ojete-chewbacca-way-of-life será otro tema a tratar cuando llegue el momento oportuno que será jodido que llegue por otra parte.

Total, que me he puesto a pensar en las movidas raras con las que me he topado de un tiempo a esta parte, y me he acordado de la señora del restaurante de ramen.

Vamos ahí:

Una vez entré en un restaurante de ramen yo solo. Es raro: quiero decir que si estoy solo casi prefiero la mitad de las veces comprarme un onigiri o algo y seguir paseando por ahí, pero ese día llovía y hacía un frío del copón.

La camarera del restaurante, una señora más vieja que ni sé que seguramente cuando sale de los museos suena la alarma de robo de momias, se asustó al verme y me dijo que no aceptaban extranjeros. A mi estas cosas me la chuzan bastante; más que racismo normalmente es porque no entendemos japonés y es un engorro para todos, pero vamos, que a mi plim, yo voy a lo práctico: huye de ahí cuanto antes.

Total, que dije algo así como «anda pues» y me piré. En ese momento me llamó Chiaki por teléfono y estuve un rato largo ahí cascando al lado de la misma puerta que había una tienda con toldo y así no me mojaba este melón que Dios me dio en su infinita sabiduría y luego decidió descapotarlo por los lados en su infinita saladuría. El caso es que acabé de contar mentiras por teléfono y enfilaba ya hacia otro restaurante, cuando me encuentro a la señora corriendo detrás de mi que me coge del brazo y me hace una reverencia de un ángulo imposible quedándose ahí quieta mirándose los cordones. Yo no sabía si era la pausa para publicidad o que se había quedado moñeca allí mismo que parecía la pieza larga del tetris.

No tenía claro si pegarle una hostia o rezarle.

Estaba por irme cuando de repente revive, devuelve sus riñones a la posición habitual y sin mediar palabra me lleva al restaurante prácticamente a rastras tirándome del brazo para acabar sentándome una mesa donde había tres cuencos de ramen ya puestos humeando.

«Ramen one, ramen two, ramen three, which?» me dice más contenta que la hostia por haber solucionado su enorme problema. Anda coño, ahí lo vi claro y a la vez confirmé mi teoría de que el racismo es en realidad un sentimiento mendokusai de libro. La buena mujer se sentía horriblemente mal por haberme rechazado y como si le fuese la vida en ello decidió que su misión era que yo comiese ramen como había Dios.

Y lo comí, lo comí, además me regalaron un plataco de gyozas de esas que vienen pegadas con requemequeme que está más bueno que ni sé. Por supuesto contesté «one» en inglés para que no se le quedase cara de búho si le hablo en japonés ya que probablemente no lo asimilaría y a esa edad mejor no forzar lipotimias.

Salí de allí con la panza llena de sopica, un aliento a ajo que esa noche el cepillo de dientes se santiguaba nada más verme y el recuerdo de una señora de doscientos mil años disculpándose nivel he matado a tu madre.

¡Los lunes a la oficina!

¡Ya tengo currelo!
:feliciano:

¡Atiende aquí!

Esta tarde firmo el contrato y empiezo el viernes. Ayer mismo me hicieron elegir ordenador y dos monitores y toda la pesca; ha salido la cosa niquelada, desde luego, podemos decir aquello de:

Estamos contentos, Tosca, joder que si lo estamos

Ahora que me lo he ganado, no me jodas, al que me venga ahora a decir que he tenido suerte le meto los zapatones de hacer entrevistas por la boca. He hecho, espera que mire… 37 entrevistas, ojo cuidao. Casi cuarenta entrevistas en tres semanas y media que han dado sus frutos: el viernes pasado tenía ya cuatro ofertas encima de la mesa y lo cierto es que me habría ido a cualquiera de las cuatro porque todas tenían una pinta estupenda; pero no nos enrollemos más y pasemos a resumir la situación, que ha sido muy emocionante:

– Empresa 1: todo un edificio solo para ellos, servicio consolidado, mayormente un Netflix a la japonesa con gran mayoría de dramas y películas del país, pero también con derechos de bastantes series americanas típicas: Big Bang Theory, Arrow, Walking Dead, etc. El pero: sería para «volver» a programar en Java y PHP, cosa que me apetece lo mismo que a Charlie Sheen volver a la Fanta limón. Lo bueno: muy buen sueldo, por encima de la media (hasta donde yo sé). Llamaré a esta empresa: JapanFlix

– Empresa 2: tres plantas de un rascacielos en pleno Shibuya solo para ellos, el interior de la oficina le da mil vueltas al de Google Japón (he estado tres veces haciendo entrevistas también y me las enseñaron, sé de lo que hablo). Lo bueno: se programa en Ruby y Matsumoto-san, el que inventó el lenguaje, es consejero de la empresa con lo que se organizan cursos de programación cada semana, el nivel es muy alto, además la gente es muy muy maja y a partir de la segunda entrevista prácticamente decían directamente que les encantaría que trabajase con ellos, hasta me hacían regalos. Lo malo: es una startup, con lo que no se sabe que va a pasar aunque a primera vista es bastante estable. Lo segundo malo: el sueldo lo tienen estipulado por grados y al entrar es bastante bajo, cobraría menos que en mi empresa anterior (ahora que sin trabajo como estaba, pues tampoco vamos a ser señoritingos). Esta se queda con: Cariñosers

– Empresa 3: una planta en un edificio discreto pero moderno de Shibuya, el producto es una aplicación para chicas donde mezclan recopilación y redacción de artículos con comercio electrónico, es decir, una modelo famosa escribe un artículo sobre tal bolso y aparte de leerlo, puedes comprar el bolso directamente. Era una startup pero tienen tal volumen de usuarios que las ha comprado un famoso grupo japonés. Gente muy maja, un montón de ToscaGirls que son las que escriben los artículos y ambiente bonico del tó con modelos yendo y viniendo a sacarse foticas. Lo bueno: Ruby, mucha flexibilidad, posibilidad de hacer desde diseño hasta meterle mano a la aplicación de iOS. Lo malo: no se sabe nada del sueldo. A estos los llamare: Chiquillas SA

– Empresa 4: una planta entera en un rascacielos de Nishi Shinjuku. El producto: algo que en teoría va a tener mucho futuro en Japón, tener atención médica sin necesidad de ir a la consulta. Una aplicación de pago donde tienes un médico asignado y un kit de accesorios para medir y enviar a través de la aplicación datos relevantes como la temperatura, la presión arterial, el pulso… si tienes un crío, te viene el médico a casa. Esto no se podía hacer hasta el año pasado que Japón aprobó una ley en Agosto que abría la posibilidad y hay bastantes empresas batallando ahí por hacerse con el mercado, mayormente reclutando médicos y personal sanitario que podrían dedicarse exclusivamente a esto. Lo bueno: sueldo aparente, programación en Ruby y ofrecimiento de puesto de jefe de equipo, además queda al lado de donde vive el Chiqui con lo que probablemente le gorronearía bentos. Lo malo: el jefe un echao palante de 25 años que no me da ninguna seguridad y que en realidad me viene mejor el entorno de Shibuya para ir con la bici. A esta empresa la llamaré Matasaneitors Associates.

Total, todo se decidía el viernes pasado, fue un día muy emocionante. El jueves, Cariñosers me hizo una oferta que fue muy cariñosa, vinieron todos los jefes de equipo a estrecharme la mano y darme una pequeña charla en plan que si me iba con ellos, lo iba a flipar. Todo con mucho amor, pero la cifra ahí puesta estaba muy por debajo de mis expectativas. Aún así, no la descartaba porque, en serio, el sitio mola mucho. El mismo jueves también hice la última con el presidente de Matasaneitors que me dijo que no me decía oferta hasta que le contase lo que me ofrecían las otras empresas, que estaba dispuesto a mejorar la mejor. Toma ya.

El viernes por la mañana iba a la última entrevista de los JapanFlix. Pero no fue así, resulta que era a recoger la oferta directamente, sorpresa matutina muy grata. Un señor con el pelo más engominado al oeste del río Sumida me puso ahí una oferta muy muy, pero que muy sabrosona y de nuevo la charla convencedora: si te vienes con nosotros te vamos a cuidar, porque además sabemos que tienes familia y respetamos mucho eso con horarios flexibles, también te dejamos elegir el ordenador que quieras e incluso la silla si quieres una ergonómica, no se qué. Salí de allí con una sonrisa de la hostia de grande, llamé a Chiaki y partí presto a la última entrevista de Chiquillas SA que tenía esa tarde, pero vamos, bastante convencido de que nadie podría igualar al gominas.

Me di un paseo del copón de la baraja y finalmente entré en Chiquillas SA, donde una de ellas me llevó a la sala de reuniones y allí apareció un tipo que tenía la curiosa habilidad de no tener que respirar en ningún momento porque perdería la oportunidad de seguir soltando palabras. Hablaba más que un argentino jarto cafés subido en un escenario, no tengo muy claro que me sacase nada de información porque en realidad solo hablaba él. Pero era simpático, las dos o tres veces que hablé yo para decir algo, se reía. No tengo claro que entendiese lo que quería decir yo. A destacar que nunca en esa empresa había trabajado un extranjero y estaban bastante acojonados por el papeleo que tendrían que hacer por el visado y eso o por si había alguna movida cultural que les iba a dejar paticuescos. Yo muy normal no soy, pero tampoco es pa tanto.

Y así me fui pa casa el viernes: con una oferta regulera, otra bastante buena, un mail a un echao palante que decía que me mejoraba el asunto y una oficina llena de Chiquillas pensando si metían ahí a un garrulo caucásico o se dejaban de experimentos.

El sábado me desperté con el email del Matasaneitors que decía que era mucho eso, que se plantaba en un término medio entre las dos ofertas. Razonable, pero a esas alturas de la película pocas hostias.

Estaba ya resuelto a pagarle unas cervezas al Lorco para que me enseñase qué se lleva en el Java estos años (lo mismo hace 7 que no toco eso ni con un palo) cuando llegó ya bien entrada la tarde un email del recruiter que estaba llevando lo de Chiquillas SA. Que me querían, que mejoraban la oferta pero tenía que aceptarla ya, que no valía eso de coger ahora e irme donde JapanFlix a seguir negociando. Yo estudié la situación con mucho cuidado valorando cada detalle aproximadamente un segundo y medio: Java/PHP/Tíos feos en un lado y Ruby/Toscagirls en otro… amos no me jodas.

Y aquí estoy, un martes por la mañana quedando para comer con el recruiter al que no le cogía el teléfono nunca y que resulta que me ha dado la vida y luego a la tarde firmo el contrato definitivo con las Chiquillas SA que pasará a llamarse a partir de ahora algo así como Chiquillas+1Zalluco SA. Iré con un libro de Murakami o algo para que se sientan más cómodos.

Resumiendo: ¿sabes eso que dicen que todo cambio es para mejor?, ¡pues mis huevos!, si vas andando y por lo que sea se te cae la picha y se la come un perro, ya me vas a decir a mi que mejoría ahí le sacas a tu vida, si acaso la del perro que estaría alimentado por dos meses como poco.

Pero mira, en este caso y visto lo visto, ojalá hubiese cerrado mi empresa antes, así te lo digo. No ha sido fácil, pero el hecho de poder dedicarte full time a buscar trabajo ha sido lo mejor que me ha podido pasar. Las he pasado canuters, ha habido oficinas que eran auténticos antros, gente más rara que ni sé, me han dicho que no unas cuantas y eso tampoco gusta aunque es parte del juego, pero el resultado ha sido mucho mejor del esperado.

Estoy hasta dispuesto a quedar con gente para celebrarlo, no te digo más.

Los lunes al sol

Bueno, si hiciese sol, claro.

Pues nada, todo empezó hace exactamente dos semanas cuando nuestro jefe nos juntó en una sala y nos dijo, más o menos:

– Chachos, la empresa no tiene dinero, este teatro no se sostiene, el viernes de la semana siguiente a la que viene es vuestro último día. Podéis llamarme lo que queráis, he intentado conseguir más financiación, pero no hay manera. Este tiempo que queda, dedicarlo por favor a buscar otro trabajo.

Así, con dos cojones: tenéis dos semanas para que empecéis a pasar los lunes al sol viéndolas venir.

La primera reacción: un HOSTIAS como un piano de grande, esta si que no me la esperaba.

En la segunda vinieron imágenes: el crédito, Kota, la guardería, el crédito, Kota… Kota… Kota…

A la tercera no la dejé llegar: me pilló ya mandando curriculums con el gesto serio y los puños apretados.

Quitando cuando acabé la universidad, que además me lo tomé con mucha calma, nunca había dedicado todo mi tiempo libre a buscar trabajo y mucho menos en Tokio. Desde la semana pasada llevo hechas once entrevistas y esta semana tengo tres por día menos el miércoles que son cuatro. Algunas son ya segundas entrevistas, otras ya me han descartado y otras he descartado yo, pero me he propuesto hacer el máximo posible para tratar de que haya más de una oferta donde elegir. Además he hecho un par de tests online, uno de los cuales, si saliese bien, me hace plantearme seriamente meterme a freelance que sería, quizás, la mejor solución de todas. Veamos que sale al final, por alguna razón estoy convencido de que mejorará con creces la situación anterior.

Es un trabajo en si mismo lo de buscar trabajo: hay que coordinar horarios, tener en cuenta a qué barrio de Tokio hay que ir al acabar la siguiente (la de esta mañana estaba entre Burgos y Mordor, no había ni cuervos). Hay que tener preparadas respuestas en el japonés formal que se debe usar (gracias Chiaki, una y mil veces), hay que contar con camisas planchadas, hay que coordinar todo con seguir llevando y trayendo a Kota a la guardería y sobretodo hacer que no decaiga el desánimo.

De momento no es el caso. Mecagüen la puta de oros, me como Tokio caminando a paso rápido entre estación y estación con la música a tope apalizándome el alma y es que el despido este ha sido un bofetón con la mano abierta de par en par, de repente se acabaron las bromas: no se juega con el arroz del onigiri de Kota, no señor.

Hablo en japonés; me sale cada vez mejor contar mi farsa y creo conseguir que se la crean. Sé cuando hacer bromas y cuando no, sé de lo que es mejor que no hable demasiado y sé donde girar el destornillador para apretar más el tornillo. Me han entrevistado chavales diez años más jóvenes y señores diez años mayores y en los dos casos he conseguido pasar la entrevista. He mandado a la mierda a una empresa que pretendía que trabajase gratis una semana, he hecho pruebas de código en pizarras blancas, de momento con éxito, he enseñado y explicado como está hecha la web de Yoitabi, he contado lo de que venía para un año y de repente me desperté un día casado, con un hijo y con una hipoteca y todas las veces se han descojonado.

Llevo tantas calles recorridas con los zapatones, que se me han hecho durezas allá donde el Karate no pudo.

Unos me dijeron que mi curriculum estaba escrito en un tono demasiado informal y yo les dije que si a una empresa no le hace gracia lo que ahí está escrito, a lo mejor es que a mi tampoco me interesa esa empresa porque no cuadramos, porque esta relación es cosa de dos. Otros me dijeron que me habían llamado exclusivamente por lo que ponía en la sección «Sobre la vida» y me pidieron que les llevase el ikulibro, que querían verlo. La tercera entrevista con estos será pronto.

Siempre que he buscado trabajo ha sido yendo a otras empresas después del trabajo; una al día, como mucho, ya de noche. Ahora todas las mañanas tengo un sitio distinto al que presentarme encamisado al menos una hora antes que dedicaré en la cafetería más cercana a analizar la oferta de empleo y preparar algunas preguntas para que no me pillen desprevenido. Y apretar mucho los puños mirándome a los ojos en el espejo del baño diez minutos antes de entrar.

Llego y me presento, subo, me meten en una sala, me traen una botella de té y me dicen que espere al entrevistador. Para cuando llega, yo tengo ya el curriculum en inglés abierto por la página que pone «Analista Funcional en Iberdrola» y el cuaderno con la pluma encima. Y ahí empieza la farsa, que es más farsa que nunca, pero que jamás podrá volver a ser tan seria:

– Me llamo Oskar Díaz, en el año 2000 acabé la Universidad en España e inmediatamente me dieron una beca del Gobierno Vasco por la que vine a Tokio seis meses. Así empezó todo, ahí ya volviendo a España sabía que estaría aquí de nuevo pronto…

Mite mite, papa, el tren da yo!

Aroma de café, pero no de ese de las cápsulas de plástico, que ni es café ni es nada. Café del de darle mucho ajetreo tanto a las neuronas como a los estómagos, del de siempre, del de toda la vida. Aroma de café de verdad es el que envuelve y define la atmósfera de esta cafetería que queda encima de la estación Gotanda de la línea Yamanote de Tokio. Una estación en la que prácticamente no hay nada y sin embargo me abofetean cada mañana media treintena de recuerdos distintos por día; aquí es donde aterricé la primera vez que volví a Japón yo solo hace tres milenios y sietemil lunas. Ya no existe esa empresa donde hice de tahúr con mi destino: no se cruza ya uno con Akira y su frente eternamente inundada, ni se camina junto a Eri y su desafiante sinvergonzería, ni se trata de evitar al irlandés cuyo nombre parece ser que he querido olvidar por razones que jamás olvidaré, ni se abraza ya con la mirada a Michiko y su siempre presta disposición a ayudar en lo que sea.

Las mañanas son tan de otra manera que hasta yo me desentiendo de aquel chaval que era.

Ahora todo es Kota. Ahora yo quiero que todo sea Kota porque debe ser así; porque llegará un momento en que Kota necesitará ser solo él y entonces nosotros volveremos a lo nuestro si todavía nos acordamos como se hacía y qué era lo que fuese que hiciésemos antes de que viniese.

A veces me cuestiono si es verdad que no estuvo siempre con nosotros…

Me sorprendo, una vez más, con como ha cambiado mi rutina. Bueno será, pues, dejar constancia para comparar con la siguiente vez que se me languidezca un viernes:

A las seis y media de la mañana suena el despertador y sin embargo de los tres que duermen en esa habitación, solo se levanta un servidor. No ha lugar a la pereza: hay mucho que hacer. Los despertares siempre habían sido tranquilos: un café o un té mientras se repasan las noticias de este y aquél país con el primer cacharro en el que vaya internet al que se eche mano. Ahora hay que prepararle el desayuno a Kota. Conviene además ser creativos para que, fruto de la sorpresa, el cada vez más chaval se termine lo que hay en el plato sin tardar mucho más de lo debido. Para cuando ellos dos se levantan ya suele haber algo en la mesa, entonces, ese momento en que está entretenido comiendo, me preparo yo.

Chiaki le toma la temperatura y rellena la hoja de ese día del cuaderno de la guardería. Todos los días debemos anotar la temperatura y escribir algo: si ha dormido bien, si le duele algo, si vamos a llegar más tarde a recogerle… Por aquello del japonés, la tarea se la autoasignado Chiaki y al ser yo el que le llevo por las mañanas, también se encarga ella de cambiarle y vestirle.

Entonces bajamos los dos, a veces entre sollozos desconsolados, a veces, diría que la mayoría, entre risas. Y mientras yo saco la bici eléctrica del parking, Kota se dedica a corretear todo lo que pueda dando voces aquí y allá. Cuando consigo darle caza, le siento en el asiento de delante que de momento es el único que hay, aunque seguramente habrá que poner el de la parte de atrás porque Kota ya hace meses que pesa más de diez kilos. Cinturón de seguridad y casco de Anpanman en cabeza, salimos ya pedaleando hacia la guardería.

Por el camino, invariablemente, nos cruzamos con los chavales que van a la escuela que queda al lado de casa, con un señor que no conozco de nada pero que me saluda efusivamente cada mañana, un señor que está allí supongo que para vigilar que los estudiantes llegan bien a clase. Y con un gato gordo blanco al que Kota saluda gritando «ñan ñaaaan!!!» desde el asiento con mejores vistas de toda la bici.

De la misma manera, Kota gritando «tren tren bye byeeee» en su perfecta mezcla de idiomas me hace saber que a nada que pasemos por encima de las vías, estaremos ya en la guardería donde entraré con él en brazos justo justo hasta la puerta que es el lugar de dejar los zapatos. Ya en la habitación grande, nos lavaremos las manos bien con jabón y después nos daremos con alcohol porque este año en Tokyo está dando fuerte la gripe A y están tratando de que no pase en la guardería aunque ya se han dado un par de casos. Lo siguiente que pasa es que una profesora viene y le toman la temperatura, si sube de 37.5, para casa que nos volvemos. Se la tomarán también después de comer y a media tarde llamando para que le vayamos a buscar si es el caso.

Si hay suerte y está la profesora que le gusta a Kota, todo irá fluido. Es una chica con mucha mano para los críos que le tiene cogido el truco a Kota hasta el punto que ya se echa a reír nada más verla. Tiene gafas así que Chiaki la ha bautizado con Mimi-sensei que es el nombre de la profesora con gafas que sale en Anpanman. Kota cualquier día se lo cascará, pero eso será otra historia.

Bien llorando como un descosido o bien más feliz que una perdiz, llegará el momento en que Kota se quedará solo y yo me iré con la bici de batería hasta el parking de la estación donde lo normal es que la aparque, coja la mía que duerme allí y enfile hasta Gotanda. A la tarde Chiaki hará el viaje de vuelta: parking de la estación – guardería – casa.

Aquí en Gotanda siempre aguanto una hora antes de entrar a trabajar para poder tener al menos esos sesenta minutos exclusivamente para mi al día; normalmente entro en alguna cafetería cercana a la oficina y trabajo en algún proyecto personal como la web de viajes o la de Karate o estudio algo de japonés.

Los viernes he pensado que los voy a dedicar al blog y de momento lo estoy cumpliendo, si me seguís leyendo, me seguirá mereciendo la pena.

En la oficina lo haré lo mejor que pueda hasta la una de la tarde que es cuando voy a uno de los dos gimnasios a los que estoy apuntado: o el de pesas o el de crossfit. Al menos una sesión de crossfit a la semana cae seguro, el resto lo divido entre grupos musculares y flexibilidad de piernas en el otro gimnasio, cuando haga mejor tiempo saldré a correr aunque sean 40 minutos aprovechando que tengo donde ducharme.

Después comeré lo que traigo de casa delante del ordenador. Aprovechar los mediodías para ir al gimnasio es algo que se viene manteniendo desde hace un par de oficinas y que seguramente siga haciendo mientras pueda allá donde aterrice a rascateclear. Sigo creyendo que enmascarar lo que quieres hacer entre la rutina del día es la mejor manera de llevarlo a cabo; probablemente después de la oficina no iría al gimnasio la mitad de las veces como tampoco haría 30km en bici más que en alguna ocasión especial. Ahora no lo planeo, no existe ese momento de pensar en ello y quizás echarse atrás: simplemente es lo que hay y se hace.

A mis cuatro de la tarde ya son las ocho de la mañana en España, así que le mando un mensaje a mi madre que ya estará despierta, esto también es invariable. Le pregunto por como han pasado la noche, le cuento alguna cosa mía y siempre le mando alguna foto de Kota para que ella, en la medida de lo posible, pueda seguir la evolución de su nieto por lo menos hasta la siguiente vez que le vuelva a ver. Me sigue sorprendiendo que pueda hacerlo: que haya aprendido a manejar el whatsapp, probablemente por mi culpa y que nos mandemos fotos como si nada.

Seguramente si viviese en España no chatearíamos tanto… con este pensamiento me quiero quedar por aquello del lleno de las botellas.

Ocho horas de trabajo después ya estaré de nuevo camino de casa. En el trayecto andando desde que dejo la bici por la noche en el parking de la estación hasta el súpermercado, revisaré el móvil porque Chiaki me habrá pasado la lista de la compra y a ello me pondré si es que hay compra que hacer. Al llegar a casa, Kota ya habrá cenado pero querrá comer algo de lo que comemos nosotros entre risas, puñetazos y juegos. Chiaki me cuenta lo que le han dicho en la guardería, porque también escriben las profesoras algo todos los días en la libreta: que si le gusta hacer tal cosa o a aprendido a decir tal palabra. Cada frase de Chiaki es inmediatamente reforzada por explicaciones de Kota en su idioma medio inventado… es increíble y emocionante ver como cambia cada día, no me perdería esa recena suya ni aunque me pagasen cuarenta veces mi sueldo por quedarme en la oficina hasta tarde. Como tampoco cambiaría el momento del baño ni el de después de ponerle a dormir. Últimamente cuesta un poco porque le da por saltar y tirarse de cabeza desde nuestra cama hasta su futón, o por medio hacer el pino de cabeza sin manos o por pegarnos con el primer muñeco que tenga a mano que rezamos porque no sea el robot ese de plástico duro.

Raro será que no nos quedemos dormidos con él de puro agotamiento.

Llegará un día en que Kota deje de inventarse palabras, irá y volverá solo a la escuela y quizás no quiera sentarse en las rodillas de su padre para ver el Totoro o el Anpanman que toque. Pero hasta que eso pase, por mis huevos que pasaré el mayor tiempo posible de mi vida llevándole en bici para emocionarme mucho más que él cuando pasemos las vías y grite en dos idiomas y ninguno a la vez: «パパ! 見て! el tren!!!! bye bye treeeeen!!!».

La segunda maleta

Los habituales de aquí seguro que ya sabéis que el año pasado volví tres veces a España: una con Kota y Chiaki y las otros dos yo solo. En todos los viajes, invariablemente, me vuelvo con una maleta de más, una maleta imaginaria llena de un montón de pares de impresiones, historias dobladas y alguna que otra anécdota arrugada que me ha llamado la atención por algún motivo. Hoy me ha dado por abrirla y jodo lo que ha salido, a ver qué os parece:

– En el segundo viaje, al ir Kota con nosotros, cogimos asientos de estos que quedan con una pared por delante para tener más espacio porque estaba bastante claro que no iba a parar mucho tiempo quieto. Tal cual: se pasó la mayor parte del vuelo sentado en el suelo jugando con sus cosas; cuando yo me senté a jugar con él un rato, vino una azafata toda alarmada a echarme una bronca del copón medio gritándome que no podía ir sentado en el suelo del avión, que iba contra cuarenta normas de seguridad aérea. No me senté en el pasillo, sino entre mi asiento y la pared, es decir: donde irían mis pies. Totalmente absurdo.

– Al llegar a Dubai pasamos por una cafetería que vendían bocadillos. Pedimos dos para comer y yo un café porque no podía con mi alma, la tía prácticamente ni nos miró. Llegaron los bocatas pero el café nunca apareció, fui al mostrador a decirle esto mismo de muy buenas maneras y la tía asquerosa lejos de pedir perdón, chascó la lengua como mosqueada, se dio la vuelta y se piró sin contestar ni mú. Al de un rato sacó el café y lo medio tiró encima del mostrador para que fuese a buscarlo, cosa que nunca hice. No me bebo yo eso ni jarto tirititeros aunque me lo hubiese traído a la mesa, que era lo que tenía que haber hecho. Al de un rato vimos que le hizo lo mismo a otra pareja, curiosamente de españoles, pero ella fue menos amable que yo y a grito pelao le reclamó el café de mala hostia. La tía repitió la jugada con cara de mala baba pero esta vez la otra chica le pegó cuatro voces bien pegadas jurando medio en inglés medio en madrileño que menuda educación de sus huevos.

– Ya en España, comprando en un Mercadona me sentí perdidísimo: en la caja la chica me preguntaba si quería bolsas y al contestarle que si, ¡¡ la tía me preguntaba que cuantas !! ¿y yo que coño sé?. Para empezar no tengo ni idea de como son las bolsas de grandes y luego a ojo digo yo que sabrá ella calcular mucho mejor que yo, ¿no?. En Japón también nos preguntan si queremos bolsas, pero es la cajera la que te mete las que ella cree (y normalmente con muy buen criterio).

– La otra del Mercadona fue que el chisme para pagar con tarjeta lo usas tu. Es decir, no te mete la tía la tarjeta y tal, sino que ella se limita a poner el precio y en teoría eres tu el que metes la tarjeta de crédito, esperas a que te pida el número, lo metes y si todo está bien, te recoges la tarjeta tu mismo. Si esto no me lo explican, como pasó la primera vez, ahí me quedé yo con la tarjeta en la mano esperando a que la tía se dignase a mirarme para cogerla (ahora que la tía era más siesa que ni sé, que se me veía a la legua que no sabía que hacer). En sector servicios, amigos, estáis a años luz pero para atrás, menudo soserío y menuda malagana gastáis, la vírgen.

– En cambio, y mira que vivo en Tokio, me encontré muchos más sitios con wifi gratis en Badajoz que aquí. Ahí nos seguís ganando, por alguna razón que no entiendo ni pa Dios, aquí no está extendido el asunto del wifi gratis.

– Yo soy muy de cremas, me creo todas las chorradas que venden: desde exfoliantes hasta los botecicos esos pequeños para las ojeras y bolsas, ahora mismo estoy en condiciones de afirmar que tengo más que Chiaki (hecho nunca suficientemente ponderado, carcajadas mediante, por la susodicha). Pues bien: me llamó mucho la atención la cantidad de cremas que venden en España en los supermercados «normales»: ¡hay de todo!. Aquí en un súper como mucho tienes una hidratante y el aftershave, quizás si te vas a una droguería, que las hay muy buenas y practicamente en cada esquina, puedes encontrar más cremas, pero no venden, por ejemplo, las de bolsas y ojeras, como tampoco hay historias para depilación masculina y así. Aquí si quieres movidas de estas tienes que ir a tiendas «especializadas» dentro de centros comerciales y dejarte, todo sea dicho, un ojo de la cara.

– Y muy relacionado es el tema de la colonia… esto ya lo he mencionado otras veces… ¡la virgen que peste echáis!. Todo Dios se echa un huevo de colonia allí, es acojonante, y eso que yo era uno de los vuestros, ¿eh?, pero como aquí en todo Tokio prácticamente solo se echa el Chiqui, he desarrollado algo parecido al rechazo, ¡hasta me mareo!. Me flipa la cantidad de colonia que venden en todos los lados, empezando también por los supermercados, y los litros que lleváis puestos encima.

– La segunda vez que fui solo prácticamente hice vida en el hospital. Aprendí que hay todo tipo de personas entre el personal sanitario pero que por ser la situación tan delicada, uno aprecia infinitamente más los buenos modales y gestos y al contrario: cualquier atisbo de desidia será recordado con rabia e impotencia probablemente muchas más veces de lo necesario. Hicimos buenas migas con algunos y enseguida calamos a los que no queríamos ver ni en pintura. Yo creo que hay gente que no debería hacer trabajos en los que tengan trato con otras personas de cara al público, simplemente no valen y no deben. Si eres un tío borde asqueroso, curra delante de un ordenador y a poder ser no hables con nadie.

– Al de poco de llegar yo ingresaron a un gitano. Es un hecho, no es que sea una afirmación racista. En nada se empezó a llenar el hospital de familias enteras montando escandaleras increíbles, y eso que, por norma, solo un familiar podía estar en la habitación con el enfermo cada vez. Uno de los niños pequeños que traían, que era menor que Kota seguro, tenía piojos que la madre se dedicaba a quitarle sentada en la sala de espera. El viejo, que era el que estaba ingresado, se iba a la sala de espera y se tiraba dos horas ahí de risas con cuatro gordacas vestidas con chandals tres tallas menos que sus barrigacas. Y fumando. Les llamaron la atención infinitas veces hasta que finalmente llamaron al de seguridad del hospital que le dijo que o dejaba de fumar allí dentro o le echaban de la habitación. Pues bien: montaron un circo del copón de la baraja a grito pelado. Estamos hablando, insisto, de un hospital con gente muy delicada ingresada. Yo flipaba, no sabía si salir a dar gritos y hostias si fuese menester también o si iba a ser peor el remedio que la enfermedad. Que sean gitanos o no no sé si tendrá que ver, pero en este caso eran gentuza de la peor calaña.

– Al llegar a Madrid tenía el tiempo justo para coger el par de metros que me deja en la estación de autobuses, donde llegué de milagro apenas diez minutos antes de que saliese el autobus de vete a saber qué dársena. Estaba llamando a mi madre por teléfono para decirle que ya estaba en el país cuando vi que un chaval con más o menos pintas se me acercaba y que parecía estar esperando a que acabase de hablar. Tal cual: vino y me empezó a contar que era de Grecia y que llevaba no se cuantos días en España sin comer y sin un sitio donde dormir. Le di algo así como 10 euros que era lo que tenía a mano y el tío insistió medio agarrándome por el brazo que eso no le daba para nada, que le ayudase más. Le quité de un manotazo su mano de mi brazo y le dije que me dejase en paz que estaba yo en una situación personal muy jodida como para aguantar movidas ajenas. El tío se puso violento y empezó a decirme que él me había hablado con educación y que si yo le contestaba así igual tenía que hacerse entender por las malas. Me di la vuelta, me fui sin contestarle y noté que me empezó a seguir, bajé hasta el autobús dispuesto a soltarle una hostia con todas mis ganas porque en ese momento estaba yo al borde ya de todo, pero al ponerme en la cola para subir, se acabó yendo. Ha sido de las pocas veces en los últimos años en los que he estado completamente decidido a dejarme llevar y que pasase lo que tuviese que pasar.

– Volví a coger el coche en España y me sorprendió lo mal que conducís allí, me sorprendió porque aunque lo sabía, ya se me había olvidado. Los límites de velocidad no los respeta nadie, el coche de atrás pegado a ti, nadie da los intermitentes, todo Dios pitándose entre sí… es muy muy acojonante y vosotros lo véis como normal, que es lo más espeluznante de todo. No sé cómo será en Tokio con el coche porque no tengo, pero con la moto no tuve nunca esa sensación tan brutal de estrés. Sin embargo, y esto no pasa en Tokio, paráis en todos los pasos de cebra en cuanto véis a alguien esperando, eso es sagrado. Aquí, tampoco entiendo la razón, no para ni Dios hasta que no hay unas cuantas personas ya acumuladas ahí dispuestas a pasar, es como si fuese el coche el que tiene la prioridad… en serio: los conductores simplemente no paran porque no les sale de los huevos y como todos lo hacen, es «lo normal». Acojona este concepto de «lo normal», en serio.

– Otra cosa que me gustó mucho y que había olvidado es la educación de la gente de a pie: entrar en un ascensor y dar los buenos días, comentar alguna cosilla, cruzarse con alguien por el pasillo y que te salude. En Tokio eso no pasa, ese saludar al entrar en un sitio a la gente que está dentro. Ahora que claro, hay tantísima gente aquí que uno no pararía nunca.

– En Barajas y supongo que en todos los aeropuertos de España, el personal que está ahí revisando los equipajes y haciéndote pasar por el arco no son policías, son de Prosegur. Es decir: una empresa de seguridad privada es la encargada de esta movida, ¿qué coño está pasando?, si un pavo de estos quisiera detenerme estamos hablando de que me cago en su autoridad, ¿no?, ese tío no es un policía, es un currela, ¿no?.

– En Amsterdam eran policías y, sin embargo, me parecieron tremendamente maleducados y prepotentes, ahora que es algo que siempre me pasa en los aeropuertos: salgo de allí con la sensación de ser un delincuente dando gracias a Dios por que me han perdonado la vida una vez más. Yo entiendo que el 90% de los que allí estamos somos buena gente sin malas intenciones, ¿qué cuesta hacernos pasar por el trámite sin tratarnos como cerdos yendo al matadero?

He de reconocer que la gran mayoría de estos puntos son negativos, ya pongo por ahí arriba que no estaba en mi mejor momento personal y es en estos casos cuando a uno se le ensanchan más las afectaderas. Centrando la cosa entre España y Japón, aún a día de hoy y a pesar de que vivo aquí, hipoteca mediante, no sabría quedarme con uno de los dos países. Aquí todo funciona y sin embargo echo de menos la espontaneidad y la simpatía de los míos de allí. Lo resumiría en que molaría seguir teniendo la certeza de que el fontanero te va a arreglar el grifo de la cocina a las cinco como se prometió, truene, llueva o se caiga el sol de canto, pero que te cuente alguna cosa mientras lo hace y que a la hora de despedirse cambie esas frías reverencias a un metro de distancia con mil frases acabadas en masu por un apretón de manos y un «bueno quillo, si se te vuelve a estropear, ya sabes donde estoy, pero coño, ten cuidao y no te lo cargues otra vez!».

Eso si que molaría.

El Setsubun de las pelotas

Lo del Oni ese.

Seguro que sabéis, y si no os lo cuento yo aquí, lo que es el Setsubun. Mayormente se trata de una costumbre japonesesca en la que un pavo se disfraza de demonio y la gente le tira semillas de soja gritando «demonio! fuera!! suerte!! dentro !!» como si no hubiese un mañana. Luego se zampa también un rollaco de arroz con cosicas mirando pa el Cuenca de aquí y esa movida te da suerte ya para todo el año….

¡Y yo que sé porqué! ¿a mi que coño me preguntáis?, ¡ellos sabrán, déjales! ¡¿¿te dicen ellos a ti algo del oro, el incienso y la mirra esa!?!?, ¿!¿o de las uvas de nochevieja!?!?, ¡¡pues entonces!!

Bueno, total, a lo que yo iba es que:

¡¡ Me cago yo en el Setsubun, hombre !!
:copon:

Resulta que en la guardería de Kota han estado toda la semana ensayando la movida con pelotas de plástico en vez de con semillas de soja: se las daban y les enseñaban a tirárselas a un muñecote que tenían puesto ahí. Hasta aquí la cosa mola, una novedad para Kota porque es su primera vez y felicitación por parte de las profesoras cuando fui antes de ayer a buscarle porque parece que se le daba bien el asunto. Como le tire las pelotas a la cara con la misma fuerza con la que me tira a mi los muñecos de Anpanman, el Oni ese se iba a volver a casa con más hostias que un saltamontes dentro de una lata.

Pues bien, llegó el día S y tres profesoras se disfrazaron de demonios con máscaras feas y ropajes y se dedicaron a danzar por el jardín de la guardería que se ve perfectamente desde los ventanales de dentro. Jugaron a la cosa de asustarles, y las profes de dentro, cómplices de la movida, les decían «¡¡mira mira que están ahí los demonios, coged las pelotas!!» y así. Hasta que finalmente entraron dentro gritando y montando escandalera con las máscaras y pasó lo que es normal que pase con niños de 0 a 3 años: ¡¡¡ todos llorando más acojonados que Rita Barberá en el dietista !!!!

¡¡Pero que no dejaron de llorar ya en todo el día, parece !!

Al llegar a casa, Kota estaba todavía como acojonadillo: se notaba que el pobrecico lo había pasado mal. Cenó y se metió en la cama sin protestar, estaba como achuchaíllo ahí en si mismo.

¡¡ Pues menuda nochecita !!

No hemos dormido una mierda porque no ha dejado de llorar y despertarse con pesadillas de los bichos de los huevos gritando «nooo diablo, veteeee, veteeee». Para cuando conseguíamos que se calmase, después de media hora haciéndole ver que lo más feo que había en aquella habitación con él era su padre, se volvía a dormir y se despertaba al de un rato otra vez igual. Así que hoy llevo unas bonicas ojeras sponsored by Setsubun.

Mecagüen la madre que lo parió.

PD: Los hechos son verídicos, lo ha pasado bastante mal. La manera de contarlo no tanto, en realidad me hace mucha gracia la cosa y ahora si vemos que Kota se porta mal le amenazamos con que viene el demoniaco y se achanta cosa fina!!

Asiento de puerta de emergencia

La tercera vez que volví a España el año pasado lo hice solo. Fue una decisión de última hora que, sin embargo, no podría haberse tomado de ninguna otra manera, era impensable no volver. El caso es que miré billetes de una semana para otra y acabé comprándolos a través de una web de una agencia de viajes japonesa donde no tenía yo todas conmigo de que no fuese a acabar en Caracas en vez de en Barajas, menudo Cristo, nunca me acabaré de acostumbrar a las webs japonesas (y eso que trabajo haciendo una, no te lo pierdas).

Metí la tarjeta de crédito y traté de elegir los asientos que quedan en la puerta de emergencia, pero el applet o la mierda que tenían ahí montada en la web no funcionaba en condiciones y no quedó claro que eso se hubiese conseguido.

All entrar en el avión parece que, efectivamente, conseguí hacer la reserva en la puerta de emergencia, aunque en vez de ser en el de ventanilla que pensaba que había elegido, quedé enchuzao en medio de los tres asientos que hay con dos personas desconocidas a mi lado: una señora francesa medio hippy a la derecha y una moza casadera japonesa a la izquierda.

La señora francesa, que cuando se agachaba a coger cosas de debajo del asiento se le veía la hucha, se hizo la picha un lío para sacar la pantallica esa que en estos sitios está metida dentro de uno de los reposabrazos y allí estuvimos entre los dos uno tirando y la otra apretando el botón ese a todo lo que daba hasta que por fin desencajamos el curruño ese. La chica de la izquierda, sin embargo, se había traído su propio iPad y ahí estaba echándose unas partidas a algo parecido al juego ese de la huerta de los tomates y las cabras pastando. Bien ventresca estaba la doncella, todo hay que decirlo.

Yo saqué el ordenador y me lié a intentar avanzar todo lo que pudiese de la web del Chiqui aprovechando ese rato hasta que termina de embarcar todo Dios y se prepara el cacharro para despegar.

Rascatecleando con primor estaba cuando vi a dos tíos más largos que la hostia bendita. Era un señor mayor y su hijo, dos pedazo de pepináceos que no medían menos de dos metros fijo. El mostrenco tenía una pachorra digna de ver, es el típico que ve un mosquito posado en un brazo y para cuando le da la hostia, le ha chupado tres litros de sangre ya. El padre, sin embargo, era el que no callaba ni un poco así. Estaban lejos, así que no tenía muy claro lo que decían, pero de vez en cuando señalaban más o menos a donde estábamos nosotros sentados. El azafato con el que hablaban ponía cara de circunstancia y negaba afligido con la cabeza como diciendo que no podía hacer nada. Finalmente, los dos menhires, resignados, se volvieron a sus sitios.

La situación se entendió perfectamente: semejante viaje para esos dos bichos palo en esteroides iba a ser el infierno más horroroso y probablemente estaban pidiéndole al azafato calvo aquel si les podía cambiar a asiento de salida de emergencia donde poder estirar esas cachabas interminables, pero claro, esos asientos los teníamos nosotros asignados y seguramente no podría ni siquiera plantear la movida.

… Yo miraba a los lados y como ni la franchuta ni la granjera 2.0 se daban por aludidas, pensé que igual me estaba yo montando solo mi película de vaqueros…

Pero la tesitura tenía que ser muy jodida para esas dos sotas de bastos… no me pude estar quieto, me levanté y pasé andando por donde estaban ellos sentados, así con disimulo. Resulta que el padre iba sentado aparte y no estaba ahí, pero el panorama era chato: el chaval, que era el faro de Finisterre, tenía las rodillas literalmente incrustadas contra el asiento de delante, rodillas que le quedaban prácticamente a la altura de los hombros. La madre, que resultó ser la señora que estaba sentada a la izquierda, trataba de poner la manta que te dan entre las rodillas del muchacho y el asiento porque supongo que le tenían que estar doliendo bastante.

Yo me volví a sentar, volví a mirar a la franchuta y a la japonesa que llevaba ya por lo menos veinte tomates recolectados, y me volví a levantar porque, coño, ¡¡¡pobre hombre!!.

Vamos, que fui y le dije al chaval que le cambiaba el asiento, que a mi me daba igual. Yo se lo casqué en inglés, pero resultaron ser franceses. La madre me dio las gracias infinitas veces, el chaval se sentó entre la recolectora de pepinos y la hippy, quienes, por cierto, se hicieron las longuis como si no fuese con ellas el asunto y yo me senté al lado de la madre del chaval. Total, cambié una franchuta por otra; si perdía algo era a la japonesica primorosa, que uno está casado, pero si se puede elegir a quien tener al lado tantas horas, mejor un bonico gatete que un cochino jabalín.

Hablé un poco con la madre, que me ofrecía hasta dinero para compensarme del cambio y otras chorradas del estilo que por supuesto rechacé y al de poco llegó el azafato calvo, que resultó ser el sobrecargo o como se llame al jefe azafatero, y me llamó por mi nombre:

– «Mr Díaz, what you did was a nice thing, sir, let me come back to you later»

La madre me contó que el padre había hecho la reserva, como siempre, de los asientos de la salida de emergencia, pero que por alguna razón no había funcionado el tinglado. Yo le conté lo de la web japonesa y que no tenía claro que hubiese funcionado tampoco, menudo sistema de mis huevos. Y así hablando de esto y lo otro y lo de mas allá acabamos despegando no sin rechazar otras tres o cuatro veces el dinero que me quería dar.

No pasaron ni cinco minutos desde que se apagó la lucecica del cinturón de seguridad cuando apareció el sobrecarguer apelil de nuevo, me estrechó la mano y me dio una botella de licor de porcelana más mona que ni sé que tenía forma de casa típica de Holanda (volaba con KLM). Me dijo que era una muy pequeña parte del detalle que yo había tenido con el mostrenco aquel quien, por cierto, llevaba un rato más feliz que la hostia (no sé si por la plantapimientos que estaba bien buena, por poder estirar las piernas o por las dos cosas, qué cabrón). La botellica aquella estaba metida en una bolsa de esas «al vacío» por el tema de seguridad de líquidos de los aviones y me dijo que no me preocupase porque en el aeropuerto ya sabían que llegaba yo y que me lo habían dado en el avión. La madre me presentó a su marido el pertiga, que no consiguió que nadie le cediese el asiento a pesar de ser la pieza larga del tetris, y después a su hija, que resultó ser una francesica de veintitres años que estaba más buena que la japonesa todavía y me plantó tres besacos enfilando más para los labios que para la mejilla que me dejó temblando.

Después durante el viaje todo fueron detalles: me daban dos postres, me traían bombones y pataticas de vez en cuando, pedí una cerveza y cuando me la estaba acabando vino el tío y me llenó el vaso otra vez con otra… todo así, sin decir yo ni chispún. La madre, una señora muy maja a pesar de haber nacido donde nació, tampoco escatimaba en detalles: me recogía la bandeja cuando acababa de comer, me ofrecía chicles, caramelos…lo mismo me dijo siete veces que si quería ir al baño para dejarme pasar y hasta me ofreció su hombro para dormir, no te lo pierdas, como si yo fuese un hijo más (lo que tendría guasa dada mi escatimada estatura, que desde donde yo miro no se ve el Fuji).

Me dolía el cuello un huevo porque es verdad que en un asiento de esos se duerme de puto culo, las piernas las tenía ya que no sabía ni donde meterlas porque encima la chica gordaca que se sentaba delante estuvo con el asiento reclinado prácticamente todo el viaje, la muy ballena. No quiero ni imaginar como habría viajado la estaca de bares en aquel sitio, menos mal que le cambié.

Al aterrizar, me tuve que esperar un rato largo a que bajase todo el mundo porque resulta que mi equipaje seguía encima del asiento anterior, así que fui de los últimos pero al salir me estaba esperando toda la familia que se despidieron de una manera muy cariñosa, besos-más-bien-picos de la francesica incluidos.

Tenía muy poco tiempo para el trasbordo y el haber salido de los últimos no ayudó demasiado con lo que en el control de equipajes con las prisas puse la botellica de licor en una bandeja y mi maleta en otra y cuando fui a subir al avión para Madrid me di cuenta que me había dejado esa otra bandeja allí… vamos que no tengo la botellica porque me la olvidé y no le puedo sacar foto que acredite que esta historia es cierta… ¡vosotros, como Chiaki, me tendréis que creer también!

¡Buen fin de semana!
:cebolleter:



Mi infancia y la de Kota

Han pasado muchas cosas desde finales del 2014 hasta hace muy poco, algunas, como supongo que se intuyen, muy malas, horribles. Ya dije alguna vez que no hablaré de ello; no ahora al menos y de nuevo os pido que, por favor, no me preguntéis jamás, pasemos tres o cuatro páginas para delante.

Comienzo este 2016 con muy pocas fuerzas, y sin embargo muchas ganas. Raro, pero es verdad; tengo tantas tantas ganas, pero tantas ahí escondidas por detrás del alma que he decidido que ya va tocando quitarse del medio de una puta vez y que puedan salir aunque sea de a pocas a pocas.

Escribir, como algunas otras cosas, es algo que nunca pensé que dejaría de lado. Haré por que no vuelva a pasar e intentaré que este blog vuelva a asemejarse siquiera una migaja al que fue.

Me pongo ya a ello con una reflexión que llevo tiempo haciéndome y que finalmente he despedazado y recopilado para publicarlo al fin.

Vamos, pues, con:

Diferencias entre mi infancia y la de Kota

El caso es que no puedo dejar de acordarme de lo que me acuerdo de mi niñez cada vez que veo a Kota corretear con el turbo puesto por el pasillo camino del comedor como si allí fuese a estar, yo que sé, el chupete sabor fresa eterna o algo así. Últimamente me ha dado por pensar en lo diferente que es y va a ser su infancia con respecto a la mía, no ya solo por la cultura y el país, sino por que es otra época totalmente distinta.

Para empezar no hay una cadena de música con su correspondiente armario repleto de cintas de casette con canciones grabadas de la radio que se cortaban justo justo cuando al dichoso locutor le daba por hablar. Cintas con nombres tan originales como «marchosas» o «verano del 89». También llegaron después un huevo de CDs, yo tenía una increíble colección hecha a base de pedidos a la Discoplay y visitas al mercado de los miércoles de la plaza de Zalla. Tenía el CD doble de Duncan Dhu «Autobiografía», no te lo pierdas, menudo tesoro, ¿donde habrán ido a parar?… ¿seguirán en Zalla? ¿se seguirán escuchando?. La música en mi casa ahora es un iPhone, el que esté más a mano y menos maltrecho de todos los que hay por ahí tirados, que se conecta a un altavoz bluetooth de los dos que hay en casa: o el del salón o el del baño, que es donde le pongo a Kota canciones infantiles de mis tiempos mozos. Últimamente con Apple Music, así que ni sincronizar con el ordenador me hace falta ya, un grito al Siri: «oye Siri, ponme canciones de Sabina» y ala.

En cuanto al tema cinematográfico, en casa tampoco hay un vídeo como tampoco existe un armario lleno de películas y programas grabados de la tele estilo aquellos especiales de Martes y 13 que tantas y tantas veces habré visto con mi hermano Javi los sábados por la mañana donde poco más había que hacer entre cafés y migas. Ver la televisión, con todos sus anuncios y horarios, ahora es una perdida de tiempo acojonante.

Lo que tenemos es una AppleTV conectada a una tele el triple de grande y delgadica que la de que teníamos nosotros, tele que le compré a un tipo en Meguro a través de Craigslist, un tío sin cejas más raro que su プタ母 que decía que se iba del país a escape después de todo el Cristo de Fukushima y que me la dejó tirada de precio. Esa AppleTV, que está pirateada, se enchufa a la TimeCapsule que a su vez está enchufada a un disco duro externo de la hostia de gigas, ni sé cuantos, donde están todas las películas que he ido recopilando estos años de vida en Japón, películas que alguna vez espero ver con Kota en castellano: «Los Goonies», «Cazafantasmas», «La princesa prometida»… Las series que voy viendo como Juego de tronos, Los Soprano, Family Guy, poco duran ahí metidas: capítulo que veo, capítulo que borro al momento, la única que ha sobrevivido es Dragon Ball que conseguí íntegramente en japonés y que conservo desde el primer al último capítulo. Toda esta movida se controla también con el primer iPhone al que se llegue porque el mando a distancia desapareció hace meses (fijo que Kota sabe donde está). Las series que veo con Chiaki, como Walking Dead, es a través de Hulu porque ella no pilla el inglés y en Hulu Japan vienen con subtítulos. Hulu también fona con la AppleTV, habrá que echarle un ojo a Netflix ahora que también va.

Pero mira por donde que si que echo de menos un vídeo: que la AppleTV pudiese grabar cosas de la tele. Hay veces que nos enganchamos a algún dorama de estos pero nos caemos de sueño, molaría poder grabarlo para verlo después. La tele japonesa normalmente es un pestuño, pero hay series que están muy bien y que son muy dificiles de conseguir por internet porque aquí no se lleva eso del pirateo y casi nadie sube ni comparte ná. Otras veces hay programas sobre España o de Karate que ve Chiaki y que me grabaría si pudiese.

Otra bien gorda: aquí es de noche a las cuatro y media de la tarde, en verano la cosa no va mucho más alla de las seis o seis y media. Esto traducido al tema que nos ocupa significa que yo salía de la escuela a las cinco y ahí teníamos al menos cuatro horas para andar de parranda sin que fuese de noche: partidos de futbito, coger la bici, incluso había tiempo y sol para ir a la piscina. Aquí olvídate: amanece a eso de las cinco y media de la mañana, lo que es un disparate inaprovechable en todo caso y después de la escuela si eres un niño pequeño no te queda otra que volverte a casa. Yo intentaré ir con Kota a clases de Karate, pero irá conmigo porque no le dejaré ir solo de noche hasta que sea mayor. En Extremadura había niños pequeños en el parque jugando hasta prácticamente las diez de la noche, eso mola.

Podría contar con los dedos de una mano las veces que me monto al año en un coche aquí en Tokio. A la oficina voy en bici, a Kota le llevo a la guardería en bici, los fines de semana si vamos a algún lado lo hacemos en tren o, en muy raras ocasiones, en autobus. No es de extrañar, pues, que Kota devolviese al de cinco minutos de montarnos en aquel coche que alquilamos en Madrid para ir a Badajoz. No estaba, no está, acostumbrado de ninguna de las maneras. Si salimos de Tokio para conocer algún sitio de Japón más allá de la capital o nos vamos en el Shinkansen o en avión. Todo lo que conlleva tener o ir en coche, es muy probable que Kota no lo viva en su infancia: las caravanas, cantar durante el viaje, preparar y llevar el maletero hasta arriba, parar para estirar las piernas y tomarse un café en Fonda Cadiós, montarse en esa sauna después de dejarlo aparcado al sol… No descarto comprarme un coche algún día si las cosas siguen yendo bien, sobretodo cuando lleguen los otros dos hermanos que tengo apalabrados con Chiaki, pero de momento no hace falta ni se echa de menos.

Los domingos y los fines de semana, especialmente en verano, eran nulos: se paraba todo en España y para los críos más. Son los típicos días para pasar en familia y si no hay plan pues estamos arreglados. Aquí también es más familiar porque es cuando los padres no trabajamos, pero con la diferencia de que Tokyo un domingo es exactamente igual a un miércoles: sigue funcionando todo normalmente, sigue habiendo las mismas cosas, sigue habiendo centros comerciales abiertos, gimnasios, piscinas, tiendas. Es más: suele haber eventos especiales para motivarte a hacer más cosas como las clases de Karate de los domingos por la mañana orientadas a competir que tenemos nosotros y que luego dejan el dojo abierto para que hagas lo que quieras. Esto es tremendamente positivo si haces alguna actividad porque tu decides cuando descansar; en agosto me acuerdo que en Zalla, aparte de que no había ni Dios, te morías de asco y al volver oxidado a Karate después de tres meses se te había olvidado todo y las agujetas te duraban otros tres meses.

En Tokio hay muchos restaurantes, bueno, en esta ciudad hay mucho de todo porque entre otras cosas hay más gente que en el Primark de rebajas con buen tiempo. Pero a lo que voy es que hay muchos restaurantes en los que puedes comer mucho más que bien por unos 1000 yenes. Es comida muy decente y sale muy muy barato comer fuera, así que no es raro que los fines de semana comamos o cenemos allá donde estemos sin mirar la cartera dos veces. Kota ha estado ya en mas restaurantes en sus dos años de vida, que yo cuando tenía treinta, pero seguro además (y en más países también). Así que Kota cuando se suelte un poco más hablando podrá decir que ha probado comida india, coreana, japonesa, española, china, italiana, tailandesa, francesa… buff, ni sé ya.

Y siguiendo con el tema de comida: aquí en Tokio no se encuentra fácil embutido y el pan es caro, tampoco hay casi tiendas de chuches sin rebuscar mucho. La conclusión es que la comida del recreo o las meriendas de Kota no van a ser bocatas de chorizo de Pamplona ni un paquete de gusanitos. De momento lo que come en plan amaiketako son galletas de arroz que venden para críos sin sal u onigiris (las bolas de arroz) que le suele preparar Chiaki con algas, semillas de sésamo o trozos de pollo o atún dentro. Esto es una ventaja, yo devoraba paquetes de mierdas hasta límites absurdos de dolor de tripas. Lo que come y comerá Kota, de momento, es infinitamente más sano por lo menos mientras decidamos nosotros; cuando le demos la paga si decide irse a un McDonalds de vez en cuando será cosa suya (aunque le miraré de malas maneras fijo, también te lo digo).

Las actividades extraescolares, otra movida. Yo en mis tiempos mozos y hasta que empecé karate, jugué a futbito, estuve apuntado a un club de ajedrez, a ciclismo y hasta a fútbol fui a entrenar un día y al ir a darle de cabeza a un balón me caí al suelo medio desmayado… no volví más. Aquí también hay futbito y baloncesto y tal, pero estamos hablando de que seguramente Kota jugará a beisbol, el deporte más popular de cuyas reglas no tengo pero es que ni idea, algún arte marcial o imagínate si se pone a hacer shodo, caligrafía japonesa, o la ceremonia del té… ¡anda que no va a molar el tío!

La comunicación. Es que te cagas: en mi infancia no había internet y el primer móvil yo creo que lo tuve allá por los 20 años. Chiaki y yo nos comunicamos por Line, que es el Whatsapp de aquí, yo creo que en los años que llevamos juntos habremos hablado por teléfono diez veces contadas. Con Kota pasará igual, cuando sea un poco más mayor tendrá un smartphone y podré mandarle en cualquier momento un mensaje que recibirá al instante, incluso podré saber donde está con alguna aplicación de esas de familia. Algo impensable en mis tiempos, aunque también es verdad que viviendo en Zalla o estabas en la plaza o en el banco de al lado del Batzoki, tampoco había mucho margen de maniobrer.

Siguiendo con el punto anterior de internet, que es una diferencia acojonante, yo recuerdo que en la universidad te peleabas con los libros que había y era muy muy difícil encontrar ayuda más allá de esos libros. Ahora te vas a internet y encuentras cinco mil páginas con, pongamos, mil ejemplos y explicaciones de ese problema de física que no entendías ni pa Dios, seguro que lo acababas entendiendo de una manera o de otra. Yo me imagino estudiar ahora con el ordenador o el iPad al lado, en realidad es que creo que no hacen falta ni libros, no deberían existir ya, como mucho imprimir lo que toque esa semana y fuera. Y de la misma manera: si querías profundizar en algo, o había alguien que supiese y pudieses preguntarle o comprabas algún libro… ahora puedes aprender cualquier cosa por tu cuenta, a Kota solo le hará falta la voluntad porque material ya tiene de sobra: lenguajes de programación, katas, recetas y vídeos de cocina…

¿Y que me decís de la vida entre dos mundos? Mi familia está en España y es mi deber que Kota les vea cuantas veces sea posible, no quiero arrepentirme de no haberlo intentado lo suficiente cuando ya no pueda ser. Kota estará acostumbrado a coger aviones, a vivir un tiempo al año en otro país cuyo idioma y constumbres deberá conocer, por mis huevos morenos, otro país que también es el suyo aún sin vivir allí. Esta diversidad cultural, este ensanchamiento a todo lo que den las miras, esta lección de perspectiva es algo que yo no pude ni intuir hasta que vine aquí por primera vez con mis bonicos 25 años. Creedme si os digo que a uno le moldea las entendederas conocer otros lugares, otros países, otras gentes, sobretodo si son de culturas tan diferentes. Por no hablar de que en mi casa hay cena de nochebuena, se comen las uvas, Kota tendrá regalos de reyes y a la vez se vestirá de kimono cuando haga tres años, le tirará semillas de soja a un tío vestido de demonio en febrero y se sentará con sus colegas debajo de un cerezo cuando le toque.

Y aquí lo dejo de momento.

Pasad un muy buen fin de semana,
¡hacedme el favor!
:gustico:

Me prestó diez trenes

Últimamente lloro mucho. No es como antes que a veces sabía porqué y otras no había más motivo que que tocaba. Ahora sé bien la razón, diría que razones, de sobra. Probablemente si vosotros las sabríais, seguro que os haría llorar también a la gran mayoría. No las contaré. No me preguntéis por ello nunca, por favor. Todo bien hasta cierto punto, no os preocupéis.

Que llore no es un problema; no creo que lo sea… no, no lo creo. No sé. Es normal, supongo. No sería humano ser consciente de ciertas cosas y que al alma no se le refrigeren un par de grados. Quizá haya quien sea así… ojalá a mi nunca me pase.

El problema es que lo hago a destiempo, lo de llorar digo. A veces pasa volviendo a casa en bici que es cuando cede la bisagra y los pensamientos, entre presos y reclusos, salen dando más pedales que mis piernas. Y si a uno o dos se le dan una o dos vueltas de más, entonces hay que buscar un arbol en el que apoyar la bici hasta acabar de desaguarse. Otras veces me veo en el baño de la oficina o caminando… siempre estando solo, que curioso. Creo que no sé llorarme a otros, quizás me haría bien según con quién.

El otro día no volví en bici a casa: tenía las piernas muy cargadas la noche anterior y decidí aparcarla para poder rendir en condiciones en la clase de karate. Fue otra de esas en las que me sentí un privilegiado de nuevo, ojalá no me acostumbre nunca para no dejar nunca de valorar donde he sabido escabullirme a nunca dejar de aprender de los que prácticamente lo inventaron. Muchos nuncas en la misma frase y todos tan sólidos como contundentes.

Pero ojo, que yo sé bien que de raro no tiene nada que después de un alto venga un bajo. Y a la excitación del momento le llegó su final, ese en el que de repente uno baja la cuesta sin frenos y acaba en la otra punta de la gráfica. Del cielo al infierno, como del amor al odio, no hay apenas frontera. Ya puedes presentar el más válido de tus argumentos que es el corazón el que dicta cuando le toca, como el déspota que siempre será. Sea para bien o para mal.

Y me puse a llorar allí de pies un viernes por la noche en medio de aquel vagón lleno hasta los topes de gente. La mochila con el karategi la sujetaba entre las piernas, con una mano me sujetaba a mi y con la otra hacía que me rascaba pero en realidad, cabeza gacha, me afanaba en secarme las lágrimas.

Creo que me importa una mierda que desconocidos me vean llorar, pero por lo visto no fue así en ese momento.

Algo más calmado, llegué a la estación en la que tocaba transbordo. Me bajé en Shibuya y antes de ir al siguiente tren de los dos que quedaban, paré a recomponerme un poco. Compré una botella de té verde y me senté en el banco más alejado que encontré de los pocos que hay dentro de la estación. Al poco ya estaba otra vez, no fue raro, esto va así.

Lo extraño fue que se sentó al lado una señora muy mayor que no había visto en mi vida. Eran algo así como las diez y media de la noche en Shibuya, no pegaba nada aquella mujer allí. Inmediatamente me habló:

– ¿Estás bien? ¿te ha pasado algo?

Yo le dije que no, que todo bien, que gracias.

– ¿Te han robado? ¿te has perdido? -insistió

Y, todavía no sé por qué, después de contestarle dos veces que no, le conté a aquella señora todo empezando por un «la verdad es que…».

Acabé llorando encogido sobre mi mismo, a moco tendido, con el brazo por encima del hombro de una señora que no conocía absolutamente de nada. En aquella docena de trenes que perdió por mi, le conté tantas cosas, le enseñé tantas fotos, le dije tanto, pero tanto…

Conservo su pañuelo, esa pequeña toalla japonesa que prácticamente todos llevamos aquí y que me llevé sin querer aunque intuyo que me la habría regalado de todas maneras. Conservo también su cara, sus arrugas, el tono de su voz, su tentar en mi hombro, su olor, sus ojos de escuchar.

Y quitando ahora, que estoy escribiendo esto y no cuenta, no he vuelto a llorar más.

Crisis de los cuarenta

La movida empezó con el nacimiento de Kota. No sé si se podría llamar al asunto crisis de los cuarenta, o crisis del padre primerizo, pero el caso es que todo a la vez ha hecho que mi vida sea totalmente distinta. Eh, anda que no cambia la cosa cuando te aproximas a los treinta y todos y encima teniendo un guacho dándote botes encima!

Es cierto que piensas en que ya llevas la mitad en el mejor de los casos, que es verdad que esto se va a acabar, que la vida va más en serio de lo que iba hasta entonces. Empiezas a darte cuenta que a lo mejor no tienes ya todo ese tiempo del mundo que siempre había sobrado para hacer todos esos planes que tu subsconciente y tu habíais apuntado en el cuaderno de sueños pendientes.

Te quieres poner en forma ya mismo. Quieres estudiar lo que siempre habías dejado para después, te pones a comer aguacates a media tarde porque has leído que son buenos para el colesterol y en el armario de la cocina hay un rincón con movidas raras y superfoods de esos que saben a folio rebozao con alpiste pero que van a hacer que tu hipotenusa siga elevándose al cuadrado de siempre.

En mi caso llevo encima una crisis de los cuarenta de la hostia, pero del copón de la baraja. Acojonao estoy.

A ver si soy capaz de explicarme.

Bueno, vaya por delante que estoy guay, que estoy bien, no preocuparse, que lo llevo estupendamente. Es más, diría que me gustaría haberla padecido antes, tampoco demasiado pronto, pero como cinco años antes habría estado más que fenomenal para haber guiado mis pasos hasta donde estoy, si, pero por algún que otro atajo.

La cosa no va por comprarse un Ferrari último modelo, teñirse el pelo de rubio y dar acelerones por la gran vía, o por el cruce de Shibuya en mi caso. El síndrome se ha manifestado de manera muy distinta: a mi me ha dado por pensar, por pensar muchísimo, por darle vueltas a todo lo que me rodea, no más que antes pero si a otro nivel, un poco más arriba, darle una «metapensada» a la vida y priorizar, priorizar hasta niveles de locura.

Me voy a morir, ese es el eje. Permitidme la crudeza.

Sabiendo que ese siempre de siempre está más cerca que nunca cada vez, todo se relativiza.

Todo.

Empecé por el trabajo: decidí que no iba a meter ninguna hora de más porque esa hora es una hora que nunca va a volver, una hora en la que podría haber estado jugando con mi hijo, enseñándole a contar en castellano o dándole todos los besos que pueda a la tía más guapa que hay, que es mi mujer y de momento me deja. Una hora de las limitadas que me quedan, que espero que sean muchísimas todavía, ojo. Así que si viene algo «urgente», rara vez será tan urgente como para olvidarme de que el tiempo que paso en la oficina es el apalabrado, el resto no es ni más ni menos que mi vida, esa que se va acabando, lentamente, pero sin tregua pactable posible. El tiempo es lo más preciado que tenemos, se mire como se mire. Por eso mismo no cojo nunca el teléfono, por ejemplo, es mil veces más rápido y efectivo el email, no me compensa.

Si excepcionalmente, pero muy excepcionalmente, me tengo que quedar para arreglar algo que se ha roto, me voy exactamente ese tiempo antes al día siguiente, es algo que he hablado, muy seriamente, con mi jefe y a lo que ha accedido.

El otro día le escuché a Iñaki Gabilondo en una entrevista decir que solo se arrepentía de una cosa: no haber pasado más tiempo con sus hijos cuando estos eran pequeños. Esto lo dice un señor de los pies a la cabeza hasta donde yo sé, que pasó una enfermedad muy grave; yo no quiero tener que llegar a ese extremo para darme cuenta.

Después pasé a otro nivel, pasé a relativizar la sociedad. Coño, ya os había dicho que llevo una crisis cuarentona encima de cojones, ¿no?. Pues eso, dadme cancha que despego. La sociedad, japonesa o no, estaba ahí cuando yo nací y seguirá ahí cuando yo me pire a fertilizar sakuras o cipreses o lo que quede encima de mi ombligo. Una sociedad con una serie de normas, de costumbres que deberían hacer más fácil la convivencia a la vez que asegurar y estabilizar la velocidad de progreso como humanidad. Esto es así, es innegable: ya no nos morimos por enfermedades de hace cien años, tenemos agua caliente, chorrillos en el ojete en mi caso, internet, aviones, jodé, yo que sé. Pues yo relativizo esta historia: todo me importa lo justo, las convenciones sociales, el sistema este que tenemos montado es una herencia, sin más, algo que va cambiando con los días según interesa a grandes empresas o gobiernos o… pocas cosas hay auténticas mires por donde mires, pocas cosas no son cuestionables, no hay porqué comer tres veces al día, yo entre semana comeré como cinco veces cosas ligeras porque así optimizo el tiempo, porque me conviene, tampoco hay porqué tomarse un café por las mañanas ni tumbarse a tostarse al sol en verano.

Pero voy más allá: los valores de este teatro se resumen en uno: se basan en tener más o menos dinero sin el cual no podrás hacer prácticamente nada y contra este concepto no hay ética que no se pueda doblegar; los supermercados venden comidas que son un disparate, incluso etiquetadas para niños, prima vender el máximo posible en cualquier lugar al que mires, no hay sentido común, solo tratar de ganar más pasta a toda costa.

Pero yo sé de primera mano que tener o no dinero es circunstancial, lo dice uno que ha pasado ya por casi diez empresas de todo tipo entre España y Japón. No me enorgullezco de ello precisamente, pero tampoco me importa: ha habido momentos duros y momentos mejores, como el actual, pero yo he sido siempre constante. Yo como persona: lo que pienso, lo que hago, mi potencial independientemente de la pasta, mi salud, mi cuerpo, mi mente. Eso es auténtico, es lo que hay y lo que queda en última instancia, el único patrimonio verdadero en Bilbao, en Japón o en Alpedrete, con o sin panoja para gastar, en esta o en aquella sociedad, quitándome los zapatos al entrar a un restaurante o zampando pintxos en la calle. Por eso me primo a mi mismo: estudio y no dejo de aprender, por eso hago todo el ejercicio que puedo, por eso trato de tener la mejor salud posible, porque vaya donde vaya, yo sigo siendo la constante, lo poco que se antoja real. Parece sensato invertir tiempo en mi más que en teatros ajenos.

Bajo este mismo concepto entrarían ahora Chiaki y Kota y por supuesto mi familia. El tiempo con ellos es aprovechado a todo lo que da cada segundo, el tiempo que no estoy con ellos, ni he vendido a una empresa a cambio del dinero asquerosamente necesario, lo dedico a mi cuerpo y a mi mente. El resto importa, pero muchísimo menos, muchísimo muchísimo muchísimo menos, tanto que siento que la mayor parte del día estoy representando una farsa fingiendo que me importa lo que hago cuando en realidad estoy deseando que acabe para tirar con lo mío.

Por ejemplo cuando viene uno del banco a hablarme de tal o cual hipoteca, me da exactamente igual, es su juego no el mío, yo de este invento participo exactamente lo justo que me permita vivir en una casa que considero mía, un trámite por el que he tenido que pasar, el resto me sobra, es más: hago todo lo posible porque ni me rocen estas historias. Soy el que más pasión pongo en las reuniones de empresa, pero en el fondo sé, soy consciente de que me importan prácticamente nada.

Son inmensa mayoría los conceptos «heredados» que me dan exactamente igual: religiones, divisas, fronteras, visados, política… me hace especial gracia ver a gente de mi edad defendiendo hasta la muerte ciertas ideas como la independencia de Euskalherria o el caso opuesto: España una y grande… ¿en serio? vosotros nacisteis con este tinglado ya montado, ¿en serio os importa tanto? ¿tan poco tenéis que hacer?. Lo que no quita para que me alegre cuando gana el Athletic o me alegraré cuando se quite del medio a tanto inútil que está en el poder en España a finales de año, no vivo insensible y ajeno a todo, pero es otro nivel de alegría nada comparable a escucharle a Kota aporrear la puerta del baño gritando «papá» para que salga ya de ahí, deje de hacer lo que sea que era tan urgente y me ponga a jugar con él ya mismo. Eso es lo importante, mucho más que el paso a producción del jueves 23, no hay, ni de lejos, color.

Así que con esto estoy últimamente: no me creo nada de lo que me rodea, solo creo en lo mío y lo de los míos, con ello me quedo y a ello me debo, no es que me canse el resto, es que me da igual.

Crisis pero de las jodidas, ¿eh?.

Ya veremos cuando llegue a los cuarenta de verdad…

El día que le di una hostia a un señor semicalvo

Yo juro que fue sin querer, en serio.

Volvía a casa en bici, lo que no es ninguna novedad: ya me manejo por Tokio en bici entre la oficina y mi casa prácticamente siempre. Lo que si es nuevo es que ese día salí un poco antes porque Kota estaba enfermo y al no tener que llevarle a la guardería, entré a la oficina bastante antes y apliqué, a rajatabla, lo del horario flexible. Ni cinco minutos más, en serio, mi vida no se regala más de lo pactado ni a Cristo bendito, no hay excusa suficientemente buena.

En verano los días también son más largos en Japón, pero tampoco demasiado, a eso de las siete y media ya es totalmente de noche. Aquí no se cambia la hora, algo de lo que siempre se quejan por las Españas, pero que joder, anda que no daría gustete salir siempre de día, no sabéis lo que tenéis. Bueno, el caso es que como salí un poco antes todavía aguantaba un poco el solete aunque se puso a ponerse a anochecer cada vez un poco más conforme iba zampándome kilómetros a golpe de pedal. Iba yo ya por la mitad del banquete ya prácticamente de noche cuando de repente salió de yo que sé donde un señor medio calvo con bolsas que me cené sin pan ni ná.

El bonito suceso tuvo lugar exactamente en el medio de la mitad del centro de ninguna parte: la misma carretera de siempre pero por el tramo quizás más estrecho y poco iluminado de los quince kilómetros que ella y yo compartimos a pachas.

Yo iba bien, por mi carril, no demasiado rápido y verse, se me veía de sobra: a las luces obligatorias de delante y de atras, en modo parpadeo que te pones nervioso al tercero o así, yo le sumo un led que está atado en un radio de la rueda y que se activa con el movimiento… a aquel gaijinaco lo ve hasta el obispo de Burgos desde la torre mayor.

Pero es que el pavo se había puesto a cruzar sin mirar por el santo medio: ni semáforos ni pasos de cebra, nada, pero además sin mirar ni a los lados ni absolutamente a nada, a lo puto loco.

Grité un «¡cojones, cuidado!» de los míos en perfecto castellano y a pesar del frenazo y de los tres cuartos de rueda que dejé derrapando, me lo zampé de frente y acabamos los dos en el suelo. Yo de alguna manera caí prácticamente de cuclillas, no me hice absolutamente nada.

Lo primero que hice fue apartar la bici del medio de la carretera e ir a ayudarle al señor preguntándole si estaba bien, si se había hecho algo. Lo hacía mientras le ayudaba a incorporarse y trataba de recoger la compra del súpermercado que se había esparcido por el suelo para meterlo en la única bolsa que quedó más o menos usable, la otra se había rajado de lado a lado.

El tío, de repente, me quitó la bolsa de malas maneras y empezó a gritar movidas con una mala hostia acojonante. Yo le decía que tranquilo, que se me tranquilizase el señor miura, que había sido un accidente y ya, que menos mal que parecía estar bien, pero él insistía en echarme a mi la culpa que yo no tenía: que si no miraba, que a ver que coño iba haciendo, que no debería ir con la bici por la carretera… con esto último me entró la risa tonta y le dije que claro, mejor por la acera para evitar pillar a tarados como él que prefieren ir por el puto medio de la carretera de noche sin mirar.

Se mosqueó más, empezó a gritarme más y yo trataba de tranquilizarle pero sin darle la razón y cuando hizo una pausa, aproveché para meter baza en su monólogo diciéndole que imaginase que en vez de haberse encontrado conmigo, se hubiese topado un coche, que a ver si en la escuela no le habían enseñado a mirar a los dos lados antes de mirar.

Entonces me gritó un «¿¡¿que coño dices!?!?» y me pegó un empujón en el pecho al que yo reaccioné, juro que sin querer y quizás presa de la tensión del momento, pegándole una hostia en la jeta.

Fue una hostia de Bilbao homologada que acabo convirtiéndose en más curiosidad que otra cosa: mi subsconciente había enfilado un perfecto y óptimo puñetazo a su fenomenal melón semicubierto semidescubierto estilo ahora pelo ahora calva, pero a mitad parece que me lo pensé mejor, frené el asunto lo que pude y abrí la mano con lo que lo que se llevó en vez de la ondonada que se merecía en la puta cara, fue un semitortazo descafeinado.

Sonó guay.

…plas…

Suave, pero marcando terreno, empezó firme pero acabo sutil.

Lo que es seguro es que no creo que el pescozón le doliese casi ná pero sin embargo, tuvo un efecto educador imprevisible: nos quedamos los dos de piedra por lo que acababa de ocurrir; yo ya tenía los puños apretados por si la íbamos a tener más gorda y había que batirse en duelo con el tío vinagres, que por otra parte no tenía ni la mitad de una media hostia, pero lo que él hizo fue repetir en un tono mucho más bajo su «…qué coño dices…», darse la vuelta y desaparecer por donde había aparecido de tan inesperada manera a paso ligero.

Yo recogí la bici, enderecé la luz que se había quedado apuntando a Tudela, y seguí mi camino mirando por el espejillo no fuese a ser que a mi amigo Manolete le diese por tirarme una piedra o algo desde detrás de un árbol, que tenía pintas de estar igual de cuerdo que un saco lemmings agitao.

No le volví a ver y mira que sigo pasando por el mismo sitio dos veces al día, cinco veces por semana.

Juro que yo no quería haberle adoctrinado de aquella manera aunque se lo merecía, juro que yo iba bien, que iba atento, ni música llevaba esa vez, tampoco iba rápido. Y juro que en vez de ponerme yo a echarle la bronca, traté de ayudarle todo lo que pude hasta que vi el percal, momento en el que debería haber cogido la bici y pirarme según estaba sin hacerle caso después de comprobar que estaba bien.

En lugar de eso le di una hostia y fue él el que se marchó primero, farfullando mierdas, eso si.

Tiene huevos.

Doburokku

Aquí van otros que siguen estando de moda aunque estuvieron en su punto álgido hace ya algunos meses, allá por navidades del año pasado más o menos. Como en los otros sketches, son un par de dos, una pareja que cantan canciones chorras entre las que destaca siempre la de «Moshikashite dakedo», que viene a significar algo así como «¿Coño, ver si es que va a ser…?». En las canciones siempre se ponen en situaciones cotidianas y lo que ellos piensan sobre lo que está pasando, la gracia es que siempre piensan en guarradacas con chicas, en barbaridades que te descojonas!!!

Traducido, como siempre, con criterio Toscano totalmente random, aquí van los Doburokku con una de las versiones de «Moshikashite dakedo», ¿coño, a ver si va a ser…?


Hay muchos otros vídeos con muchas otras situaciones, por ejemplo hay una en la que cuentan que están en un bar y entran al baño él al de chicos y una chica que no conocen de nada al de chicas, pero que salen y entran a la vez…. ¿coño, a ver si es que va a ser que quería escuchar cómo meaba yo?… jajaja, todo barbaridades del estilo!!

¡¡Opiniones quiero!!

Why, Japanese people!!?!?!?

Sigo con la sección de humor japonés que a mi tanta gracia me hace, ahora que yo soy bastante tonto y simplón que me das un yo-yo y ya tengo plan para la tarde.

Total, en este caso aunque es un tipo que triunfa en los espacios de humor de la tele japonesa, el elemento en cuestión no es japonés, sino un americano llamado Jason que trata de explicar como lleva él eso de estudiar kanjis, estoy convencido que a los que estudiáis japonés, os va hacer bastante gracia.

He cogido el vídeo y lo he subtitulado a mi bola, como siempre, a ver que os parece la movida:

Wasurerarenai

– Te quiero llevar, ven, quiero ir allí contigo -me decía siempre- tienes que venir a Kyoto, tenemos que vernos aquí, ya está bien de tanta Tokyo Tower y tanto Odaiba, ya va siendo hora de que conozcas Kyoto.

Yo le había dicho ya que ya había estado cerca de media docena de veces, pero a ella se le quería olvidar. También es verdad que nunca había estado en Kyoto con alguien de Kyoto y me entusiasmaba la idea; sobretodo si ese alguien tenía el pelo más bonito de todo Japón. Hay que decir, en honor a la deprimente verdad, que en aquella época mi lienzo estaba tan intacto, tan en blanco que cualquier color que quisiese venir a tiznarlo me iba a parecer más brillante que el sol.

Pero es que aquella chiquilla tenía un pelo precioso de veras, tanto es así que trataba de caminar detrás de ella para ver como se le despeinaba con un viento que de ir en su contra, venía a mi favor regalándome parte de su olor. Qué bien olía su pelo. Qué bien olía ella. Es evidente que sabía que era guapa, pero estoy convencido de que no sabía cuanto en realidad.

Al menos a mis ojos.

– Que ya he estado en Kyoto, pesada -le contesté una vez más.

– Tienes que venir, mira, te coges un par de días de vacaciones, empalmas con el fin de semana y ya verás como nunca querrás irte de aquí -replicó ignorándome otra vez más- te veo buscando trabajo por aquí y suplicándote que te deje vivir conmigo. Y me haré de rogar, que lo sepas.

Aquella fue la primera vez que se puso encima del tapete la idea de que quizás se nos estuviese pasando por la cabeza a los dos dormir bajo el mismo techo más veces a la semana que las dos de a veces de siempre. Menudo empujón, menuda patada le metió a la pesada mochila de fantasias e ilusiones que me lastraba cada vez más la espalda.

Hechizado me tenía.

Raro sería, pues, no haberme visto recién afeitado sentado en aquel Shinkansen recorriendo el camino Tokaido a doscientos y mucho kilómetros por hora. Hasta estrenaba corte de pelo y todo para que cuando se intercambiasen los papeles y fuese ella la que me estuviese esperando en la estación, se llevase la mejor impresión posible al verme. Dudo que ella pensase siquiera en hacer lo mismo, pero la mía, la impresión digo, era insultantemente insuperable cada vez que aparecía en Shinagawa los fines de semana pactados.

– Vaya entradas -perpetró nada más verme- jajaja, ¡te estás quedando calvo!

Contrarrestó, en un segundo, mi cara de enfado simulado con un beso en los morros seguido de un achuchón interminable a lo que queda de mi flequillo.

– Kimochiiiii -repitió infinitas veces camino de su casa mientras repetía el mismo movimiento -kimochiiii.

Se la veía contenta, parecía hacerle ilusión de verdad que yo estuviese por fin allí, en su territorio comanche propio. Si a eso le sumamos que era viernes noche, pues ya sabéis: pocos planes fuera, muchos planes dentro y todos, sin excepción imaginable, a mi favor.

El sábado madrugamos lo justo y fuimos al templo aquel del que siempre hablaba, ese en el que había mil millones de puertas rojas de esas que hay siempre en los templos, esas que dicen que te purifican o algo así, digo yo que si pasas por debajo de todas las que hay en semejante lugar ya tienes carta blanca para pecar todo lo que te de la gana que ni en doscientas vidas te pones en números rojos con Buda.

Paramos unas cuantas estaciones antes y me llevó, de la mano, por entre callejuelas estrechas de un barrio cuyo nombre nunca he podido recordar, si es que alguna vez lo supe. Entramos en una pequeña cafetería en la que no habría reparado ni pasando mil veces por delante; al más puro estilo tradicional, estaba albergada en una casa de madera, sin apenas distintivos en la entrada, que consistía en una puerta corredera hecha de bambú y papel. La única manera de saber que aquello era una tienda, que allí se podía entrar, era o viviendo en el barrio o que te llevase alguien como me estaban llevando a mi en ese momento. Me sentí un privilegiado y ahora sé que lo fui y no solo por el lugar sino por la compañía.

No eran ni las diez de la mañana, pero nosotros ya habíamos almorzado. Y como Dios, o Buda en este caso, manda: con sus buenas cervezas, rematando la faena con un buen nihonshu.

Ya en nuestro destino, yo seguía sin tener claro que había que ver allí. En mi cabeza me imaginaba un tramo al lado de un templo grande en el que había un camino no demasiado largo lleno de toriis y poco más. Seguramente si uno sabía ponerse en el lugar adecuado, saldrían buenas fotos, pero todas serían más o menos del mismo rinconcete. Y todas con mucho de rojo, eso seguro.

Allí estábamos ella y yo mano sobre mano a pesar de lo cual ella iba siempre un poco por delante, guiando nuestros pasos con seguridad, como si tuviese la excursión marcada a fuego en su mente que no titubeó pisada alguna. Yo solo miraba a lo que me decía que mirase cuando me miraba, si no, mis ojos eran de su pelo, del gracejo de sus caderas desbaratadas por tratar de coger más velocidad que la que esos tacones permitían.

Pasamos por el templo, nos paramos si acaso dos segundos en cada tienda y a lo que miré para arriba, había ya un cielo de travesaños rojos dándome sombra. Había carácteres japoneses pincelados, con muy buen criterio, en un negro fuerte que hacía resaltar aún más cada fin de trazo sobre ese fondo rojo brillante.

– Esto son rezos que hay que ir leyendo mientras se pasa o algo así, ¿no? -pregunté

– Jajaja, si si rezos, tu si que estás rezo. Esto no son más que nombres de empresas en este lado, ¿ves?, y en este otro la fecha en que se plantó la puerta aquí. Cada una de estas es una donación al templo, cuanta más grande la estructura, más pasta se ha puesto, con eso se consigue, aparte de cierto renombre en la ciudad, ganarse, en teoría, el favor de los dioses para tener fortuna en los negocios. Rezos dice, jajaja, reza reza: ooh Banco Mitsubishi, ooh Toyota Motors… jajaja

– Atiende aquí, jajajaja

El camino, que era llano, se encuestó sin avisar. Estábamos ni más ni menos que subiendo un monte, de pequeño trecho con cuatro puertas rojas, nada de nada, aquello iba para largo. Menudo lugar más bonito.

– ¿Puedes andar más rápido? -me dijo. ¿Andar más rápido?, si me pides que me coma aquel árbol a bocados, me lo como ahora mismo.

– Vaaaleee

De repente estábamos en medio de un bosque en medio de nada. Nuestro primer desvío del camino fue después de que se nos cruzase aquel gato blanco con el que estuvimos jugando un rato. Después nos hacíamos a un lado para descansar según nos iba apeteciendo coger fuerza a base de besos.

Cuando llegamos a la cima, ya estaba anocheciendo. Todo eso descansamos.

La bajada fue más rápida no solo por lo obvio sino porque la hicimos de un tirón por miedo a quedarnos a oscuras. Las manos seguían unidas. El viento soplaba más fuerte. Se escuchaban más ruidos de más pájaros y quizás otros animales. Ella me empujaba, tiraba de mi, corría, se paraba y con cada gesto, añadía una palada más de magia a tan impresionante lugar.

Joder que pelo más bonito.

Cuando llegamos abajo, mi corazón estaba ya caramelizado del todo, aquello no tenía vuelta atrás, no me quedó otra que prometerme soñar con este día mientras viviese.

Nos sentamos en los dos viejos taburetes que el vejete del puesto de yakitoris tenía preparados desafiantes al lado de la parrilla. Nos bebimos más cervezas de las que recuerdo, alguna compartida con aquel buen señor que a la tercera o cuarta empezó, y ya no dejó, a darme puñetazos en el brazo diciendo, entre carcajadas, cosas que me traducían como «que buen tío» pero que seguramente no quedaba nada cerca de la verdad. A mi me daba igual, yo comía y reía y hacía que aquellos dos se riesen todavía más cuando intentaba contarles en japonés que aquel sitio era de los más bonitos en los que había estado en mi vida.

– ¡¡Que buen tío!! -me dijeron que dijo, la hostia no hizo falta traducirla.

Volvimos en taxi después de dos o tres horas allí sentados, no porque no hubiese trenes, sino porque no creo que estuviésemos en condiciones de cogerlos. La resaca del domingo fue de esas que hacen que tengas que tirar el día entero por el retrete y aun así no habría cambiado ni una sola de aquellas latas de Asahi que me bebí con aquella gente con la que lo único que tenía en común era que estábamos en el mismo lugar a la vez.

A Tokyo vino un par de veces más, después ella fue dejando de recordar, poco a poco, como contestar a mis mensajes hasta que no se acordó más.

A Kyoto volví muchas veces, al Fushimi Inari Taisha con ella nunca más. Sabina decía que al lugar donde has sido feliz no debías tratar de volver. Yo añadiría «con quien fuiste», al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver con la persona con la que fuiste, Joaquín. Y sin embargo, sabiendo que nunca se podría igualar la poesía que rimó aquel día desde por la mañana, yo intenté durante mucho más tiempo de lo que hubiese debido, que ella me volviese a llevar.

Sin éxito alguno.

Wakaran!!!

Suelo estarme callado, a veces demasiado, a no ser que me pregunten, que entonces si que digo lo que pienso. Pero de primeras suelo estarme callado porque en la mayor parte de los casos me importa tres huevos lo que pase mientras no me afecte a mi.

Hablo de gente a la que no pillo, con la que no sintonizo, a la que no entiendo ni una hostia así. Gente que anda por aquí medio cerca, con la que me toca tratar y con la que no acabo yo de encontrarle el punto a las migas que no tienen pintas de poder salir ni medio buenas. Repasemos la lista:

Sujeto número 1: el responsable de equipo

… o jefe o vete tu a saber porque tenemos como tres jefes… vamos, que a mi me manda todo Dios y todavía no tengo claro a quien hacer más caso, aunque también es verdad que tampoco es que le haga demasiado a ninguno. Bueno, pues este hombre es un tipo con el pelo a lo afro, regordete y con perilla, vamos, un chaval al que ves y te hace gracia por las trazas; de todo menos normal. Un tío majo que me cae bien, pero, coño, no le entiendo. Y juro en hebreo porque el tío, que los días de viento en contra tarda tres cuartos de hora más en llegar con ese pelamen, acaba de tener un hijo. Hasta aquí bien si no fuese porque sale de currar todos los días entre las diez y las once de la noche, así que me imagino yo que verá al hijo en fotos porque tu me dirás. Encima le preguntas y le quita importancia como si fuese su mujer la que ha adoptado un gato y con el no va la cosa. Cuando yo dije que había cogido semana y pico de vacaciones cuando nació Kota, el tío dijo: «¿y pa que? ¿pa verle llorar?». ¡¡ Wakaran !!!! no te entiendo, Michael Jackson!!

Sujeto 2: el liante
Este es la hostia. A lo mejor le cuentas que te vas a comprar unas zapatillas para correr y te suelta una chapa de tres pares de tamagos sobre modelos, tipos de pie, pruebas de esfuerzo, marcas y tiendas. Eso si: no se le conoce ejercicio alguno, el tío hace un único abdominal cuando se incorpora al despertarse por las mañanas. Quien dice ejercicio, dice cualquier otra actividad de la que el tío es el puto amo pero que, en serio te lo digo, luego no hace ná. Tenías que oirle hablar de objetivos para la cámara de fotos y luego ver las fotos que hace… juas, ¡¡no te entiendo, parlapuñaos!! ¡¡dedícate a hacer en vez de a hablar!! ¡¡baiss pallá!! ¡baiss!

Sujeto 3: la madre estirada
Esta es de las más recientes que han tenido a bien incorporarse a mi rutina de padrazo matutino. Por las mañanas soy yo el que llevo a Kota a la guardería, en ese ratico chulo yo le voy contando mi vida mientras él no me hace ni fruto caso y se dedica a imitar a los cuervos (aaa aaa aaa) o a decirle hola a todo Cristo viviente incluyendo obreros, universitarias, gatos o árboles. No sé si os he contado alguna vez que vivo al lado de una universidad femenina y que cuando los Tosca vamos para la guarde, nos cruzamos de frente con batallones de chiquillas. Ah y que hace calor, ¿os he contado que hace ya caloret?. Pues eso.

Bueno, total, la estirada bicho palo, que se me va la olla. Que vida llevo, madre mía, que trajín.

El caso es que soy el único padre extranjero en la guardería y Kota es el único half, como les llaman aquí a los mezclaos estilo sandwich mixto. He oído miles de historias chungas sobre el tema, como que familias tradicionales se quejan de ver a extranjeros pululando cerca de sus hijos e incluso que cambian de guardería. No es el caso, creo que les caigo mayormente bien allí a todos, sean monitoras, padres o hijos… a todos excepto a la estirada carapapa. Es una tipa calcada a la de Desperate Housewives, a la peliroja esa que dan ganas de matar al de treinta segundos de verla alineando las manzanas del frutero. A las 8 de la mañana va vestida como si fuese a una boda, incluyendo pamela y tacones y siempre siempre siempre me retira el saludo, a no ser que estemos ya dentro en la sala de los chavales con lo que quedaría demasiado mal delante del resto. A mi esta tía me importa tres carajos, por mi como si le sale un grano y se queda en casa ya hasta el jueves, mientras no me haga ningún feo con Kota, me la chuza. Pero eso si: ¡¡¡ no te entiendo, Rotenmeyer !!! ¡¡¡ y quitate ese sombrero, por Dios, que pareces un mariachi con rimel !!!

Sujeto 4: la del gimnasio
Esta tía está justo justo en la toscaraya a partir de la cual considero lícito, e incluso recomendable, soltarle un berrido que corrija, acaso, su actitud. Cualquier día desayuno gyozas y le eructo algo, ya te lo digo. Es una pava que llega vestida con ropa de marca acojonante de chula, y cara, y siempre con un modelico distinto. A mi me mola la ropa de deporte, así que hasta aquí allá cuidaos si se quiere gastar los cuartos en esto, a otros les da por comprarse Androids e incluso he oido de gente que come en restaurantes franceses, en la viña del señor ha de haber de todo. Lo que no me cuadra, ni con cartabón, es su actitud en la clase: la tía llega con su iphone y ya veremos si le sale de los sobacos hacer algo más que levantar la cabeza del cacharro. Lo primero: ¿qué coño pinta un móvil en una clase?, si fueses a correr en la máquina o algo, pero aquí hay un profesor al que se le debe un respeto o si no, no se va. En las clases al principio el profesor explica los ejercicios que vamos a hacer y después los hacemos a lo Tabata: caña a tope durante 30 o 40 segundos, descanso de 10 y al siguiente. Pues bien: a la tía la he visto yo irse de la clase a mitad de explicación porque no le cuadraban los ejercicios. Cuando hay alguna máquina el profe nos lo cuenta y después vamos por turnos a hacerlo delante de él para ver si lo hacemos bien, pues la tía le dice que no por sus huevos y no se mueve (después lo hace putapénicamente, claro). Incluso una vez movió la colchoneta de otro porque le molestaba, así sin decir ni mú. Mucha ropa y mucha hostia, pero luego eres una maleducada del copón, no haces ná y yo, ¡¡no te entiendo!! ¡¡poser!! ¡¡farsante!!

Sujeto 6: la nigayer
A esta la tengo en el curro sentada enfrente a la derecha. ¡¡ Sufre un huevo la amiga !!, se tira todo el día resoplando por que, por lo visto, tiene más trabajo que nadie en la oficina. Cuando le viene alguien a pedir algo, se pone toda digna y les perdona la vida diciéndoles que está megaocupadísima, pero que bueno, que qué le vamos a hacer, que el trabajo es el trabajo, y que no le queda otra que hacerlo. Así todo el día, todos los días durante el año y pico que llevo en la empresa. Yo no meto ni un minuto de más, esto lo tengo claretis desde hace muchos años, pero el rato que estoy aquí curro como un campeón. Eso si: si me viene alguien a pedir algo, pues se apunta en la lista y se hace, a poder ser con ritmo cubano estilo con la sonrisa puesta y desdeluego no montando el circo que monta aquí mi prima la nigayer (nigai significa «amargo» en japonés). Tía más provocabajona no me la he visto, ¡¡riéte un poco, chacha, que te va a dar un mal un poco más peor cualquier día y te vas a quedar toda tiesa con tu cara de masticar tierra!!

Sujeto 7: el ex-jugador de tenis
Este es uno también de la empresa que resulta que cuando tenía diez años menos estuvo a punto de ser jugador profesional de tenis. El tío debía ser muy bueno jugando y ahora se autoasigna el papel de deportista de élite diciendo cosas como «igual mañana vengo corriendo a la oficina» o «este fin de semana igual me voy en bici hasta quintalatronchamachi». Luego le ves fumando en la calle y poniéndose ciego a bollos dándole lustre a la pedazo de panza que lleva ahí colgando que da pena verle. Que no digo yo que el tío haya sido el puto amo, pero ahora mismo no le veo yo capaz ni de subir tres pisos por las escaleras. Igualito que este tío conozco yo a un par de profesores de Karate en España que van del mismo rollo místico tratando de convencer de lo bueno que siguen siendo y tienen unas panzacas que no pueden levantar la pata más allá de la altura de la rodilla. Vamos, Nadal, que tu has debido ser el jefe pero ahora mismo mejor harías en cerrar la boca haciendo dieta que zampando todo lo peor y fumándote medio bosque!!, ¡¡deja ya la tontería!! ¡¡acepta tu realidad!!

…continuará…fijo…

Congratulations

Cada vez que veo la caricatura me entra la risa, no puedo evitarlo….

Aquí os vengo a contar la excelsa, épica y grandiosa epopeya del como y del porque tengo en la pared del salón enmarcada una caricatura de mi mujer casándose con Julio Anguita.

Chiaki, no sé si esto lo he contado alguna vez, trabaja en una tienda de reformas. Gracias a esto nos conocimos, por cierto, el que haya leído el ikulibro ya sabrá de lo que hablo. Y de vez en cuando hacen eventos en centros comerciales presentando, por ejemplo, los nuevos modelos de cocinas o los nuevos materiales de construcción y tal. Yo si coincide que es fin de semana, ella trabaja los sábados, solía pasarme un ratillo a ver qué se cocía y, bueno, ¡¡¡porque me hace ilusión verla en su salsa!!!, a veces hasta me llevo pañuelos de propaganda y todo.

Este sábado pasado, por ejemplo, allí me planté con Kota a alegrarle un ratejo el asunto.

Bueno, total, que ella le había dicho a los compañeros de curro que se casaba y estaban todos invitados a la boda y tal, y yo había quedado que ese fin de semana me pasaba a uno de esos eventos, pero finalmente no pude porque creo recordar que me entró una fiebraca de esas de hablarle delirando hasta a mis amigas las macetas.

Sin yo saberlo y mucho menos quererlo, les reventé los planes. Resulta que tenían pensado sacarme una foto con Chiaki y llevar esa foto a un dibujante con el que ya tenían apalabrado que nos iba a hacer una caricatura vestidos de novios, caricatura que enmarcarían y nos regalarían por la boda.

Pero los compañeros de Chiaki, con su jefe a la cabeza, no se echaron atrás. Con dos tamagos más gordos que la cabeza de André el gigante, se fueron a internet y pusieron, literalmente: «un tío español» en Google Images. De ahí triscaron la tercera o cuarta foto que salió y que, decían, era clavado a mi y se lo mandaron al caricaturista que inmortalizó semejante derroche de improvisación e iniciativa sin precedentes:

2012-08-07 22.25.13.jpg

Chiaki se parece porque su foto era real…

¡¡¡Yo soy Julio Anguita con barba teñida!!!

Me descojono, todavía más, porque es a la inversa lo que estoy convencido que habrían hecho mis amigos de haberse dado el caso: irse a internet y buscar «chica japonesa» y de ahí pillar la que ellos creen que se parece a Chiaki porque, al igual que ha pasado esta vez, «total, son todos iguales»…

Pa que veáis que tampoco somos tan diferentes, ¡¡¡es que es Anguita el tío!!! Luego cuando se descubrió el pastel, nos ofrecieron rectificar y regalarnos otra con una foto mía real, pero ¡¡¡ni de coña cambio yo semejante tesoro!!!

:cebolleter:

Rassun Gorerai

Aquí va otro par de dos que están de moda por aquí últimamente, tanto es así que el otro día en Karate me encontré a todos los chavales haciendo la tontería y descojonándose vivos. Este no sé si va a ser un poco más difícil de entender que el anterior, pero como a mi me hace también mucha gracia, aquí lo pongo.

A ver si lo sé explicar: la cosa va de uno que se pone a cantar todo emocionao una palabra que no tienen ningún sentido, pero que la canta todo contentete y le dice al otro que la explique, el otro le sigue el juego y se pone a cantar contestándole empezando siempre con un «chotto matte chotto matte oniisan», que viene a ser algo así como «peraunpoco peraunpoco chacho!». La letra es lo de menos, lo que hace gracia es el ritmillo que me llevan, el bailecico ese con los gestos, lo contentos que están cuando hacen la tontería… yo me descojono cada vez que los veo!

Pongo el vídeo, y seguido la traducción libre estilo Toscano. Pido perdón de antemano si os tiráis todo el día con el chotto matte chotto matte oniisan en la puta cabeza, pero así está todo Japón ahora mismo!!

Rassungorerai, rassungorerai

Eh?! eh!? qué dice este!?

Rassungorerai, uuu! rassungorerai, uuu!
Rassungorerai, ahora vas y lo cuentas

Eeeh! peraunpoco peraunpoco, chacho
Qué coño es eso del rassungorerai
Me dices que lo explique, pero como no tengo ni zorra idea, no puedooo

Rassungorerai, uu! rassungorerai, uuu!
De viaje por el sur, rassungorerai

Eeeh! peraunpoco peraunpoco, chacho
¿El rassungorerai este es un resort?
Pero anda que no hay por el sur: Bali, Guam, Hawaii.. ¿cual es?!?!

Rassungorerai, uu! rassungorerai, uu!
Con la novia en el coche, ¡rassungorerai!

Pepepe peraunpoco peraunpoco, chacho
Mientes mas que cantas
Con la novia en el coche dices, pero ni tienes novia ni coche!

Rassungorerai, uu! rassungorerai, uu!
Caviar, Foiegras, Trufas, supermegahostiaputa!!

pe-pe-pe-pe peraunpoco…. CHACHO
Chaaacho, no me cambies del rassungorerai,
Aunque no entiendo que coño es y te he dicho que pares, ahora al rassun estoy esperassun!

Supermegahostiaputa, supermegahostiaputa
Al subirme en el tren supermegahostiaputa!!

pe-pe-pe-pe-pe-pe-peraunpoco, CHAAACHO
Vamos a ver copón,
vuelve al rassungorerai coño!

Supermegahostiaputa, supermegahostiaputa
El padre un tío árabe, la madre de la India
En medio naciste tu que eres un ras-sun-gorerai!

pe-peraunpoco, peraunpoco chacho
Yo no soy mezcla árabe-india, mi padre japonés, mi madre japonesa
En medio nací yo, que soy japanese people!

Ya me he cansao, se acabó!
peraunpoco, peraunpocooo chacho
peraunpoco, peraunpocooo chacho

Estos dos, que son de Osaka, se hacen llamar «Bazooka de 8.6 segundos» (a los japoneses les suele molar ponerse nombres extranjeros aunque no signifiquen un carajo). Y bueno ya para rizar el rizo, se suelen juntar con los Bambino y su danza de la caza en eventos por ahí y hacen un cruce de sketches ahí estilo crossover:

:olakease: :olakease:


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Mi vida entera

Un currusco es el mayor de los banquetes, la bombilla de la lámpara el sol más luminoso bajo el que correr, el salón el desembarco de Normandía donde el batallón aliado, con Anpanman al frente, derrotará de todas todas a Totoro y su ejército de peluches que últimamente viene pegando fuerte con la oveja Shaun y el oso ese que llaman Pu o po o yo que sé.

La bañera llena es el mar más picado del mundo en el que hundir barcos de plástico con toda la tripulación de patos de goma que quepan de proa a popa entre pitidos de los pitos semiahogados de sus barrigas. Aquí está penado no salpicar. La condena es seria: ración doble de jabón y frote, así que mejor soltarse y aplaudir al agua al ritmo de risotadas estruéndosas que se escuchen en todo el vecindario que, total, ya saben lo que hay.

El pasillo es la M30 donde los únicos adelantamientos permitidos son los que se hacen por debajo y entre las piernas de los adultos que osen circular por carretera ajena. Obligatorio que se persiga al que allí corretea por encima del límite de velocidad, la multa es el achuchamiento de un mínimo de diez segundos de duración con despeinamientos intermitentes y azotes culeros siempre dentro del margen de la ley y si el agente lo considera oportuno.

La guardería es el infierno cuando se llega, por los lloros, pero el paraíso cuando se está. Hay que guardar las apariencias.

Toda superficie mínimamente estable y cálida es una cuna donde dormirse en cualquier momento sin previo aviso y a poder ser a destiempo.

Está prohibido tener la cara limpia, bien ha de haber mocos que decoren la pituitaria por fuera o restos del banquete de las diez mezclados y se evitará, con gritos e incluso lloros si es menester, que algún adulto pretenda despegar cualquier tipo de costra que tantos esfuerzos ha costado amasar. Los pañuelos húmedos son el enemigo a batir, la M30 el plan B de huida si los aspavientos no acaban de disuadir al empeñado limpiamocos pesado de turno.

El parque del final de la calle es San Mamés, los bichos son confidentes a los que nunca dejar de hablar, las piedras y los palos son los mejores juguetes que existen porque siempre están allá donde se va. Piedras y palos que hay que tocar y coger y tirar lejos o pegarles un bocao cuando esos dos que siempre están no miran.

Si va llegando la hora de comer, es conveniente tirar besos y dar algún que otro abrazo para agilizar los trámites y que las hormigas esas blancas con cosas verdes aparezcan en la mesa lo antes posible. Tu sigue rebañando que ya diré yo, manotazo a la cuchara de por medio, cuando parar.

La bombilla de la lámpara se convierte esta vez en la luna de verano más redonda a la que quedarse mirando desde un futón al que le sobran dos dobleces hasta empezar ya a soñar con bosques de árboles de troncos de barras de pan y hojas de algas nori. Sin madres ni padres que protesten si se desforestase, a bocado limpio, más de lo debido. Conviene despertarse y armar jaleo cada dos o tres horas con o sin motivo, el caso es desbaratar esa absurda idea de dormir más de media docena de horas seguidas. Habrase visto, con la de planetas que quedan por descubrir.

Cada despertar, cada día, pañales mediante, es otro capítulo del mejor y más emocionante libro de aventuras jamás escrito. Abre la puerta que ya voy enfilando en quinta y con legañas al pasillo, ¡aparta! ¡ven! ¡quita del medio! ¡cógeme en brazos! ¡déjame en el suelo! ¡vuélveme a coger!.

Tu sonrisa, hijo mío, mi vida entera.

Currando 2.0

Estoy pensando en como ha cambiado mi manera de trabajar de aquí a hace dos o tres años, más o menos desde las dos últimas empresas en las que he estado. Para bien o para mal he cambiado muchas veces de trabajo tanto en España como aquí en Tokio, por lo que tengo con qué comparar. Se podría resumir en que poco a poco se va optimizando el tiempo de trabajo minimizando el que se dedica a pura burocracia, aunque creo que se podrían hacer todavía mejor las cosas.

Permitidme, pues, que cuente como es un día cualquiera en la empresa japonesa donde trabajo desde hace casi un año como único extranjero carapapa. Empecemos por el principio:

Como ya he contado alguna vez, tengo horario flexible, esto es algo que últimamente se ha vuelto básico. Hay un rango de horas en las que puedes entrar y un rango de horas para salir, no puedes hacer la locura de entrar a las seis de la mañana e irte a casa a las tres de la tarde, por ejemplo. En mi caso se puede salir de trabajar lo más pronto a las cinco de la tarde, cosa que podrías hacer si entras a las ocho de la mañana (hay una hora para comer). Tengo llave de la oficina, esto también pasaba en la anterior empresa. No es raro que esté un rato largo por la mañana yo solo aquí metido viendolas coming.

No usamos mail, creo que esto ya lo he contado alguna vez. Salvo para alguna cosa raruna viejuna, el email no se usa para nada: hacemos todo por chat. Usamos un servicio llamado Slack donde tenemos un montón de salas de chat creadas (general, diseño, programadores, smartphone…) y nos manejamos por ahí. También hay salas integradas con distintos servicios de manera que por ejemplo cuando alguien cambia algo en la rama de master, falla un test o se hace un deploy a producción, ahí se postea un mensaje automáticamente con lo que ha cambiado y un enlace para ver los archivos o lo que sea que cuadre. Incluso los contactos que llegan por la web salen ahí en un chat en vez de llegar un email.

Bueno, que me enrollo: el caso es que llego a la oficina, abro el Slack y me voy a un canal llamado «greetings». Ahí escribo «おはようございます», «buenos días», y un bot me contesta que buenos días, esa es la manera de fichar, la hora de ese saludo queda registrada, ni excel ni hostias en vinagre. De igual manera escribiendo un «お疲れ様です», «gracias por vuestro trabajo», se fija la de salida. Es curioso porque el chisme es flexible y entiende un montón de variantes como el equivalente en japonés de «yepa» para entrar o «me piro» para salir, así que es graciosísimo leer el ingenio matutino de mis compañeros poniendo chorradas hasta que al final el tal Kyle (nombre del bot, que además es un delfín vete a saber la razón) responde. Por ejemplo hoy al llegar, el jefe ha puesto el ohayo pero no le ha contestado, así que ha empezado un monólogo del estilo de «eh? Kyle? tu también? no solo me ignora mi mujer sino tu también??? despedido!! pero a mi mujer no la puedo despedir, pobre de mi…», y a partir de ahí todos contestando chorradas en plan «jodé como te entiendo, la mía no me habla desde navidades», jajaja.

Pero sobretodo es práctico y fácil, tu nómina se basa en esas horas, podrías hacer trampas entrando desde casa o incluso usando la aplicación del iPhone, pero no creo que lo haga nadie aquí. En la empresa anterior se fichaba con la tarjeta Suica del tren pasándola por un lector IC que había ahí conectado a un ordenador en la entrada, pero aquello fallaba un huevo y además tenías que elegir que era lo que estabas fichando entre entrada, salida, ir o volver de comer… por cierto, no ficho en la hora de comer, se fían (cosa que celebro porque como voy al gimnasio siempre tardo un poco más…).

Otra historia: apenas hay reuniones, esto me gusta mucho, siempre he pensado que se pierde mucho el tiempo aunque depende de las personas, claro, pero por regla general yo me suelo aburrir un huevo porque siempre hay algún vendehumos, parlapuñaos y/u/o pierdetiempos que no calla con chorradas. Aquí tenemos una lista de tareas y un par del equipo que las ponen y el resto las hacemos en el orden marcado. Normalmente están bien explicadas con capturas de pantalla y así, si algo no se entiende, el que la ha escrito está aquí al lado así que se le pregunta y fuera. Cuando acabas una tarea, haces un deploy a staging y le dices a la persona que lo pruebe, si está bien, se sube a producción de la misma. El servicio de tareas se llama «Asana» y tiene aplicación para el iPhone también. Es muy fácil de usar y muy efectiva, normalmente no te ponen fecha límite ni hay estimaciones ni se incurren horas ni gilipolleces por el estilo. Hay que hacer esto en este orden, vete haciendo y vete avisando según vas acabando. A no ser que tardes la vida en hacer algo o metas una gamba muy gorda, no te piden cuentas ni te meten presión por nada. Además hay flexibilidad: yo suelo hacer dos versiones de lo que me piden, la normal y la toscaner con animaciones e historias que se me ocurren. Ahora mismo diría que la mitad de las toscaners están ya en producción, jejeje.

No hay ni un solo servidor en la oficina: todo el código está en Github en repositorios privados. Los servidores son dedicados y están en la nube, tanto los de bases de datos como los web, todos tenemos acceso ssh para poder cacharrear si es necesario, podríamos hacer nuestro trabajo desde cualquier lugar del mundo con tal de que haya internet. Yo tengo mala experiencia con esto del teletrabajo, que me volví un ser todavía más asocial de lo que soy (que ya es decir, no le cojo el teléfono ni al papa) pero a una mala no habría problema si me quedase en casa rascatecleando, de hecho me llevo el ordenador del curro a casa. Explico esto: una de las condiciones del trabajo es que me daban 300.000 yenes para comprar mi equipo, así que encargué el MacBook más caro que había y un pantallón panorámico. El ordenador es otro mundo comparado con el que tengo en casa que se ha quedado viejer, así que he decidido llevármelo y usarlo para mis movidas, no he pedido ni permiso, simplemente lo meto en la mochila y pa casa que va.

Usamos todo tipo de servicios online: a Github, Slack y Asana que he dicho antes, le sumamos Qiita, Sentry, Rollbar, CircleCI o Chatwork, aparte de Google Calendar y Gmail para los cuatro mails chorras que llegan al mes. Hoy en día no hace falta prácticamente dinero para montar toda la infraestructura necesaria para una empresa de IT: hacer una web y ponerla en producción es gratis, únicamente hay que tener una ideaca y tener al tío que la diseña y la programa, esto hace que haya un montón (UN MONTON) de startups ahora mismo moviéndose en Tokyo. Por ejemplo está la web para comprar gafas por internet que te mandan unas cuantas a casa gratis para que te las pruebes y te quedes con la que quieras o las devuelvas todas sin compromiso, otra super popular que ofrece servicios para que triunfes en las redes sociales desde crearte una portada chula para tu facebook hasta logotipos o avatares con la caricatura de tu cara o les mandas fotos y se encargan de ir posteándolas a las horas que les digas, otra que les dices lo que quieres comprar de Ikea y van los tíos a la tienda, lo compran y te lo mandan a casa (Ikea no deja comprar por internet, hay que ir por webos a la tienda), los que te lavan el coche a domicilio, los que te mandan una estilista que te prepara si tienes una boda en tu misma casa… de todo, es la hostia!!

Y sobretodo mola el evento «Beer & Burst» que hacen en mi empresa una vez al mes. Durante una hora los jefes de equipos cuentan lo que se ha hecho el último mes, los fallos que ha habido, lo que se quiere hacer a partir de ahora y tal. La semana del evento, nominamos (como no, por chat privado) a los de nuestro equipo que creemos que se merecen un premio y de ahí salen los tres más votados que sacan una bola de una máquina de esas de bolas que hay por aquí pero en miniatura. Dentro de la bola hay un premio que va desde una cena gratis en un restaurante de la zona, tickets para algún concierto o lo que se le ocurra a mi jefe que está bastante pirao y mola, como cuando se llevó a uno al restaurante ese que parece una iglesia de Shibuya. Después hay tarta y soplan velas los que hayan hecho años ese mes, si hubiera alguno, por cierto que el jefe también les da un sobre con un regalo que nunca abren y que siempre me ha quedado la duda de que es, ¿será dinero?, ¡a ver cuando me toca!. Y ya para acabar se llena la mesa de reuniones de repente de alcohol a cascoporrer y pizzas o sushi o lo que toque ese mes, y ahí nos tiramos un rato socializando entre nosotros. Yo como últimamente no bebo ná y tengo a Kota esperando para el ofuro me suelo pirar pronto, pero mola mucho la cosa!!

Total que no sé si me lo parece a mi o qué pero las empresas están cambiando mucho: del coñazo de papeleos interminables, burocracia, hojas excels con horas, reuniones infumables y tal se ha pasado a currelar que es lo que al final importa, en un ambiente de todo menos frío e intentando aprovecharse de las últimas tecnologías el máximo posible buscando, sobretodo, la practicidad. Sobretodo en startups y empresas de reciente creación donde los jefes suelen ser bastante jóvenes sin tantos métodos e ideas caducas heredadas. Jodé, me acuerdo de mi época de Accenture donde nos hacían meter horas a tareas de las que no habíamos ni oído hablar con tal de cuadrar la cantidad de dinero que se fijaban sangrarle al cliente sin importar demasiado si el curro se hacía en condiciones o no. Menuda farsa era aquello. ¡Juas! ¡incurre aquí que no te vean!

:flipanderer: :rascatecler: :flipanderer:

Bambino y la danza de la caza

Últimamente veo mucho más la tele japonesa. Bueno mucho más… digamos que antes de vivir con Chiaki ni la encendía y ahora está puesta bastante tiempo, como es normal, no iba la chiquilla a dejar de ver la tele de su país por haberse casado con el rascayú narizón que les escribe. El caso es que hay muchos programas que no valen absolutamente para nada como esos en los que aparecen las y los ídolos de siempre comiendo a cualquier hora del día delante de las cámaras exagerando lo bueno que está eso gritando oishiiiii. Es totalmente absurdo ver a gente comiendo en la tele, me parece una gilipollez suprema sin interés alguno, sin embargo aquí es lo que sale el 90% de las veces. Jodé es que si por lo menos cocinaran o enseñaran a cocinar, pero es que salen yendo a restaurantes y zampando solo!!

Pero he descubierto también que hay humoristas acojonantes japoneses, hay algunos que no me hacen ninguna gracia, pero con otros me descojono a puñaos hasta llorar de risa a veces. Aquí hay mucho talento, no os creáis, sobretodo cuando les da por darse de hostias o tirarse colina abajo montados en triciclos y chorradas así.

Total, que he decidido empezar una nueva sección en el blog recopilando los sketches de moda. Intentaré traducir los que estén en japonés de alguna manera para que nos cosquemos todos y de paso molaría que me dijeseis si os hacen o no gracia, porque igual es que me estoy volviendo yo ya medio osakense y no me he enterao, que todo puede ser porque hago reverencias hasta debajo de la ducha.

Ahí va el primero, que además no necesita traducción. Se trata de una pareja de humoristas llamada «Bambino» que se han hecho famosos por el sketch de la danza de la caza. Lo que cantan no es japonés, es idioma «nativo» inventado. Por alguna razón me recuerdan a nuestros Tricicle:

Casi

En pleno dolor de oídos, mientras se abrían las puertas de aquel ascensor, yo estaba ya totalmente convencido de que había conseguido el trabajo. Bajaba de la cuarta y última entrevista de la planta treinta y siete de uno de los nuevos rascacielos más emblemáticos de Tokio, justo justo treinta y seis pisos por encima de donde celebré mi boda con Chiaki, dato que no viene al caso, pero que yo no dejaba de creer que tenía algo que ver con destinos, karmas y cuentos del estilo.

Bromeé para mis adentros con la idea de que saludaría al guardia de seguridad todos los días al entrar y que quizás le preguntaría por los exámenes de la universidad de su hijo o algo así, rollo película americana. Vamos, que me veía ya en faena y me estaba gustando la idea de acostumbrarme a aquello, sobretodo si aceptaban el sueldo que les pedí… todo iba a cambiar. Todo iba a cambiar pero mucho: el dinero no da la felicidad, me considero un ejemplo andante de ello, pero no te creas que no iba a mejorar la cosa ni nada con casi el doble del sueldo. La de pieles que tenía ya apalabradas y todavía no le había visto al oso el flequillo ni de pasada.

Eché el curriculum por echar. Mirando atrás, la gran mayoría de cambios drásticos de mi vida empezaron así: por probar, como por probar empecé a hacer Karate o me cogieron para venir a Tokio después de aquella entrevista en Vitoria a la que fui más por darme un paseo con mi amigo Dani con el coche de mis padres que otro poco.

Y me llamaron y allí me planté sin esperanza alguna. Fui por ir, siguiendo con el concepto. Tampoco llevé traje. Me niego a llevar traje a las entrevistas ya, me parece absurdo. Tampoco voy hecho un Adán, que me meto la camisa por dentro y hasta llevo zapatos, pero de farsas está uno sobreactuado desde hace muchas escenas. Bastante con que finjo saber mucho más japonés del que sé. Aunque doy el pego porque ya les tengo calados y sé interpretar la farándula como nadie: ni sé los «hais» que llegaré a decir sin tener ni idea de a qué estoy asistiendo, la clave está en no sobreexplicarse demasiado porque el asunto en idioma ajeno se lía y no se sale de ahí ni con calzador. Ser conciso, contar bien lo que se sabe bien y negar directamente lo que no sin excusas. Si la frase acaba en ne y no es una pregunta, asiente. Si es una pregunta y no la entiendes, dilo y te la repetirán sin tanto gozaimasu de por medio.

El caso es que fue bien. Por alguna razón y salvo dos excepciones que no olvido, suelo caer bien en las entrevistas aquí consiga o no el trabajo. Mi curriculum es original, tiene un diseño cuanto menos curioso, cuento cosas de manera desenfadada al más puro estilo Toscano: trato de ser diferente para bien o para mal y al final siempre suele haber un rato para hablar de mi hijo Kota, del libro aquel que escribí o de Karate. Si una empresa desecha mi curriculum por el tono o por la forma, entonces es que no me interesa a mi tampoco estar ahí.

Quizás estoy totalmente engañado conmigo mismo, pero a aquellos dos chavales les debí caer bien porque me llamaron para una segunda entrevista en el mismo piso 37 del mismo rascacielos.

Ahí es cuando vi que igual es que si que había alguna oportunidad: lo que yo hago ahora es justo lo que pedían ellos y quitando algún punto del que no había ni oído hablar, estoy convencido de que sabría hacer el trabajo en condiciones en poco tiempo y que sabría convencerles a ellos. Me ilusioné. Me ilusioné y decidí coger su página web y hacer una versión propia: le añadí movimiento aquí y allá, adapté el diseño y con una url apuntada en los márgenes de la primera hoja de la copia del curriculum que llevo siempre a las entrevistas, me presenté a aquella segunda pantomima.

Hablamos más o menos de lo mismo, me contaron algo más de la estructura de su equipo y yo les conté un poco más de un par de proyectos que les interesaban por este o aquel motivo. En el momento oportuno apoyé mi idea de que hoy en día a ciertos niveles es más decisivo el interface de una web que como esté hecha por detrás, que el mundo del diseño gráfico, de las interfaces de usuario va al triple de velocidad que el de los lenguajes de servidor, que aparecen tres frameworks javascript por cada nueva versión de Java o Rails, por ejemplo. Decía que apoyé mi idea con la web que les hice y parece que les gustó, incluso llamaron a dos de su equipo para que lo viesen. Dejé que la toqueteasen hasta que descubrieron todos los pequeños detalles que decidí poner en práctica dos horas al día durante la semana que tuve de tiempo entre entrevistas sacrificando los libros de japonés en el Doutor de enfrente.

El dolor de oídos era una constante siempre al salir de aquel endiabladamente rápido ascensor, aunque ese día el guardia era otro… me aprendería encantado los nombres de sus hijos también.

Me mandaron un mensaje al día siguiente donde me decían que fuese ese mismo día, que como «Diaz-san es el tipo de persona que hace todo rápido y con iniciativa, habríamos pensado que quizás podría venir hoy mismo». Ya me veía en el Uniqlo de al lado de mi trabajo comprándome un pantalón y una camisa, cambiándome en el baño y tirando para allá como ya hice otra vez antes, pero resultó que tenía otro compromiso que no pude cancelar y quedé al día siguiente. Aquel mensaje tenía una pinta increíble, el sueño se acabó de desatar, a no ser que me sacase tres mocos delante del entrevistador o me diese por guiñar el ojo moviendo la cabeza a los lados impulsivamente, aquello parecía estar hecho. La empresa además era una de tantas startups que habían tenido mucho éxito y que estaba creciendo a más ritmo del que personas conseguían reclutar. Todavía no estaba tan asentada como para tener un estúpido y tedioso proceso de selección basado en tests online y absurdas preguntas totalmente irrelevantes para el trabajo como algoritmos de búsqueda, complejidades O(n) y árboles binarios.

En aquella tercera ocasión llevé una lista de puntos que mejoraría de su aplicación de iOS y como el entrevistador era distinto, también hubo un rato para hablar de la versión de su web que hice la semana anterior. Resultó ser el jefe de la empresa que interpretó a la perfección su papel con un tono serio y poco margen del que salirse del guión, pero no me dejó salir sin que hablásemos ya de dinero y de cuando podría empezar a tener dolor de oídos un par de veces al día.

La última entrevista fue con el jefe de equipo: un tipo afable que me trataba como si ya estuviese dentro contándome cosas como que tenía parking para la bici, que podría elegir si quería sentarme en una bola de pilates de esas en vez de una silla y que el café era gratis, pero que si no me gustaba, había una máquina de bebidas que funcionaba sin dinero al final del pasillo. Recuerdo que mencionó algo de que aprendería castellano y todo.

Aquello estaba más hecho que nunca. Vamos, no me jodas.

Por eso me quedé sin habla cuando recibí el email, sin ninguna explicación, de que gracias por intentarlo pero no. El email decía en dos frases en keigo que me pinchaban el globo, que me rompían la guitarra, que aquello no iba a más, que ahí te las compongas con tus ilusiones y sueños.

Juro que pensaba que estaba ya dentro, que tenía ya muchos planes pensados demasiado al milímetro, que estaba ya sintiendo como mi vida daba un vuelco de nuevo, que me veía ya en mi último día antes de jubilarme llevándome la caja de cartón con las fotos de Chiaki, Kota y sus dos o tres hermanos de aquel piso treinta y siete desde el que se veía, como el que no quiere la cosa, la Tokyo Tower desde arriba, el monte Fuji y la Sky Tree en el otro lado del mismo inmenso ventanal.

Dos semanas después, totalmente resignado, les volví a escribir porque me podía la curiosidad: necesitaba saber la razón. «Pides mucho dinero», me dijeron. Sabía que era mucho pero aún así seguía siendo bastante menos del máximo que ponían en su oferta y pensé que siempre habría tiempo para negociar. Pero fue decisivo y no pareció gustarles, no supe valorar la importancia que aquella cifra dicha prácticamente al azar iba a tener a la hora de inclinar la balanza que no dejó de asomarse a mi vera en todo momento.

Quemé mi último cartucho escribiéndoles que siempre podríamos llegar a un acuerdo, que si ellos estaban interesados en mi, podríamos hablar del asunto porque a mi me interesaba mucho su empresa y cuatro o cinco puntos más con el mismo aire, tufo diría ahora, a desesperación.

«El puesto está ya cubierto» me contestaron. Comprobé que era mentira, desinstalé su aplicación del iPhone, abrí la web de empleo y eché siete curriculums más en siete empresas distintas.

Así a lo despecho.

Mecagüen la puta, qué cerca estuve.