Turtle taxis en Tokio

El otro día nos montamos en un taxi cerca de Shinjuku y nos encontramos con una movida nueva, un botón ahí que ponía «botón de ir despacio». No le saqué foto, pero he encontrado algunas por ahí por el internete:

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Resulta que si ves que el taxista va muy rápido o simplemente quieres ir tranquilo, puedes pulsar este botón y el conductor irá más despacio. Me ha parecido una idea tan simple como magnífica: normalmente cuando uno coge un taxi, lo que se quiere es llegar al destino lo más rápido posible, pero hay muchas situaciones en que lo que quieres es llegar con calma, sobretodo si vas con críos. En la web de taxis identifican tres razones desde el punto de vista del cliente que les ha llevado a implementar este servicio:

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1- No sentirse cómodo con conducciones agresivas.

2- No tener prisa, preferir no ir a mucha velocidad.

3- Ir con niños, preferir una conducción amable.

El caso es que resulta que existen también desde hace unos años los «Turtle Taxis» en Tokyo, «taxis tortuga» que están pensados precisamente para esa gente que prefiere ir más suave y con más calma y no a lo puto loco como se conduce normalmente. Concretamente dice que ponen mucho esfuerzo en no dar grandes acelerones y frenar también muy muy despacio de manera que se noten los menos movimientos bruscos posibles y de paso contaminar menos. La verdad es que molaría que hubiese un efecto dominó y el resto del tráfico también se suavizase un poco…

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Más fotos en el Tumblr oficial de Turtle-Taxi.

La segunda subida al Fuji

Ya, ya sé que dije que iba a volver a subir Cristo bendito, coño, no me lo recordéis más que bastante claro lo tengo yo. Jodé, es que no dejo de acordarme de la frase aquella del jefe que tuve americano que decía eso de que había dos tipos de necios: los que no habían subido el Fuji y los que lo subían más de una vez (también es verdad que se ponía ciego en el Kentucky Fried Chicken hasta ponerse malo, pero bueno, eso es otro tema).

Pero ba, seguramente haya una tercera, no nos engañemos, Tosca, que te va la marcha.

El caso es que tardé poco en decidirme cuando me lo propusieron; más bien un par de mensajes con Chiaki para ver si cuadraba la fecha y que se quedase ella con el tío Kota, que al final es lo único que me suele hacer falta para apuntarme a lo que se tercie.

Además esta vez la cosa se puso más seria y es que en colaboración con YoitabiTravel, los señores de Decathlon Japan nos nombraron embajadores y nos patrocinaron la aventura con material de categoría: nada más y nada menos que una mochila, una chaqueta y un pantalón de montaña con lo que no solo íbamos más preparados que Jon Snow con un mechero, sino conjuntaditos que daba gloria vernos en fila india:

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La chaqueta tiene dos partes que se pueden usar independientemente, lo que la hizo ideal para el gran cambio de temperatura que hay entre la quinta estación donde empiezas a subir y la cima. Yo nunca había usado un pantalón de montaña para subir al monte, lo cierto es que uno siempre lleva ropa vieja para estas historias, pero he de reconocer que fue muy cómodo y se agradeció que tuviese tantos bolsillos para meter chocolatinas y frutos secos que ir picoteando. Y la mochila bien pegada a la espalda que casi ni te enteras que la llevas… vamos, que se nota un huevo si vas con material en condiciones, menuda diferencia, ¡gracias señores de Decathlon Japan!

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Pasemos, pues, a narrar la historia.

El principio, pues como la otra vez: en coche desde Tokyo hasta donde lo más cerca que te dejan aparcar el coche y desde ahí unos cuarenta minutos en autobús hasta la quinta estación que es ya desde donde empiezas a subir con la noche como aliada. En nuestro caso como íbamos muy bien de tiempo, zampamos algo en un restaurante que hay y la ascensión la empezamos con la calma.

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Yo, ya lo conté por ahí pero creo que no aquí en el blog, me compré un dron con la idea de que tenía que ser la hostia en verso hacer un vídeo desde la cima con el cráter desde arriba, y ahí lo llevé metido dentro de una bolsa colgado de la mochila porque era un troncho bueno aunque menos mal que no pesaba. Era un dron bastante limitadete, de los más baratos que encontré por Amazon pero que contaban por ahí que tenía muy buena cámara, un Holy Stone HS300 que apenas me costó 15.000 yenes.

Poco duró, jajaja. Luego lo cuento, luego.

No nos encontramos con demasiada gente durante los primeros tramos; íbamos llegando a nuevas estaciones sin demasiada dificultad a un ritmo, quizás, demasiado rápido y es que esta vez cuadramos todo para subir el domingo por la noche y así evitar las hordas de gente de los fines de semana. Hasta la mitad del camino funcionó y solo nos teníamos que preocupar por resguardarnos del frío cuando parábamos a descansar y hasta nos echábamos fotos y toda la 魚.

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Al no haber luna, la vista no fue tan espectacular como la otra vez, pero tampoco estuvo nada mal.

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Pero duró poco lo de ir a nuestra bola: a medida que nos íbamos acercando a la cima nos íbamos apretujando más hasta que llegó esa absurda situación de tener que hacer cola para subir al monte. Pero cola del copón de la baraja: prácticamente andábamos cinco metros cada diez minutos. Además esta vez resulta que había grupos organizados de un montón de personas que iban en bloque, personas de todas las edades que iban a ritmo muy caribeño siendo muy muy difícil adelantarles. Un absurdo y de los gordos lo que pasa en este país con la gente. Ojo al careto de hastío gentil:

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Esta vez llegamos con mucho tiempo a la cima. Esto tiene la ventaja de que puedes coger sitio para ver el amanecer pero el inconveniente de que hace muchísimo frío arriba y apenas hay donde resguardarse. Así que allí estuvimos aguantando como titanes para ver el espectáculo:

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Yo andaba con el dron que si lo saco que si no, pero vi a uno de los guardias que le llamaba la atención a otro que tuvo la misma idea que yo y ya lo estaba volando. Lo cierto es que yo apenas lo usé un par de veces antes y reconozco que era peligroso sacar eso donde hubiese gente porque la verdad es que no me extrañaría nada que le causase alguna avería a alguien. Así que entre el guardia que andaba al loro, mi nula confianza de no liarla parda y el viento que hacía, decidí dejarlo bien guardadito.

Lo que si que hicimos fue sacar unas cuantas fotos antes de empezar el descenso:

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Yo hasta ese momento estuve genial, sin más problema que bastante sueño y las piernas un pelín cargadas, pero incluso podría haber subido más si hubiese hecho falta. Pero, joder, fue empezar a bajar con la solana de frente que me entró un dolor de cabeza y un mal cuerpo considerable, la vírgen santa qué duro se me hizo esta vez. Igual es que tenía razón Chiaki cuando dijo aquello de que «ahora no tienes el mismo cuerpo que cuando lo subiste hace 7 años», jajaja, la madre que la parió!!

Pero es que la bajada es lo más duro con diferencia, al menos así lo creo yo: ni el frío ni nada, una bajada eterna por cuestas muy empinadas sobre suelo volcánico muy muy resbaladizo. Añádele a todo eso que no has dormido esa noche y que pasas de un friaco del copón a que te sobre toda la ropa.

Eso si, las vistas son impagables:

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En serio que se me hizo eterna la bajada… ¡¡¡ no llegábamos nunca !!!. Yo me fui acordando de todos los apóstoles con cada derrape. Hasta que en una de esas que paramos todos juntos para esperarnos en una curva y aprovechando que no había así mucha gente, decidí sacar el dron. No las tenía todas conmigo desde el principio: ya he dicho que lo he volado un par de veces y sin demasiado éxito, también es verdad que Kota le tiraba palos y uno no acababa de estar concentrado en el asunto, pero bueno. Total: lo puse allí en el suelo y lo volé, nada más empezar se dio una hostia contra una pared y cuando por fin levantó un par de metros del suelo se fue a tomar por culo que yo ya no sabía si los mandos funcionaban o qué hostias estaba pasando. Cuando logré hacerme un poco con el control, lo acerqué hacía donde estábamos nosotros con la intención de sacar algún vídeo, pero el bicho se fue a tomar por culo a una ladera cercana contra la que se estampó y se quedó patas arriba.

Total: 40 segundos en el aire, le calculo…

No estaba demasiado lejos y a por él que me fui cuando de una estación cercana salió un guarda dando voces como un puto loco: «bájate de ahí!!!!!!». Yo sabía que en teoría no te puedes salir del circuito marcado porque hay riesgo de desprendimientos, pero en ese caso era bastante absurdo porque estaba muy cerca y no había nada debajo (la ladera quedaba apartada del camino principal). Aún así me bajé y esperé a que el tipo llegará hasta donde nosotros subido en una especie de coche-oruga, yo pensaba que me iba a echar la bronca por intentar meterme y que después sacaría un palo o algo con el que pescar al dron… si si. El tío me echó la bronca siete veces y me decía que ahí se quedaba, que no se podía coger. Cuando yo le intentaba hacer ver que estaba muy cerca y que no iba a tardar ni dos minutos en cogerlo con mucho cuidado, él me amenazaba con llamar a la policía, que eran medio millón de yenes de multa y que yo mismo, que tenían cámaras aéreas y que me empapelaban fijo y no se qué mierdas mas…

Total, que ahí se quedó el dron.

Esperamos un poco a ver si se piraba o algo, pero el tío ahí seguía, así que decidí no hacer esperar al grupo más y ba, que total, pa cuatro duros que costó no merecía la pena montar un pollo y que se liase alguna así que tiramos para abajo otra vez. Más ligero de equipaje que la hostia, eso si, jajaja.

Y esta, amigos, es la breve pero bonita historia del Toscadron que acabó estampao en una ladera del monte Fuji por los siglos de los siglos. Si subís y lo veis, echadle pilas o algo.

:triki:

De lo malo malo, empezamos pronto a ver verde y esto en el Fuji significa que ya va quedando menos para llegar.

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Cuando después de tres o cuatro eternidades logramos montarnos en el autobus de nuevo, yo me quedé sopa al instante, joder, no podía con mi alma, menuda bajona…

Lo mejor que pudimos hacer fue meternos en un onsen y… ¡mano de santo, amigos!.

¡¡¡Así que ya puedo decir
que he subido
el Fuji dos veces!!!
:gustico: :gustico:


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Conclusiones

De la otra vez sabía que hacía mucho frío arriba así que fui preparado con licras que tengo de ir con la bici de esas pegadas de invierno, una auténtica gozada, nada que ver.

– También sabíamos que iba a haber un montón de gente cerca de la cima, así que tampoco me pilló por sorpresa aunque es cierto que poco se puede hacer más que resignarse y ponerse a la cola.

– La ruta de esta vez fue distinta, por lo visto la otra fue «Fujinomiya» y esta fue la «Yoshida». No encontré mayores diferencias entre las dos. Quizás me quedaría con la primera porque la puerta torii de cerca de la cima da bastante juego con la cámara por la noche.

– La bajada fue infinitamente más dura y no acabo de entender la razón o qué podría haber hecho para evitarlo… ¿quizás comer y beber más antes de empezar a bajar? ¿llevar un bastón de soporte para evitar las caídas?. Mi problema fue que de repente tenía un mal cuerpo horroroso con bastante dolor de cabeza y hasta ganas de vomitar.

– Volví a casa jurando en hebreo que no iba a volver a subir en mi vida por esto mismo, pero después de ver las fotos… probablemente en cuanto vuelva a darse la oportunidad…

– El onsen del final con los colegas comentando la jugada… eso no tiene precio.

Agradecimientos

No queda otra que agradecer de nuevo a Decathlon Japan (gracias Vicente!) por proveernos de material y a Yoitabitravel (peazo de web, ¿quién la habrá hecho? yo le contrataría por todo mi dinero) por liarse a organizar la historia. También, por supuesto, a Iñaki, Haruka, Rafa, Chiqui y David por hacer que este disparate se convirtiese en una excursión de amigos entre risas. Ah! y Chiaki que dice que gracias al señor del Fuji por evitar que metiese otra vez el bicho ese en casa y taladrase las paredes del salón haciendo el monguer.

Y por supuesto a todos vosotros por seguir leyendo y comentando aquí mis historias aunque las escriba sin criterio ninguno!!!

:ungusto:


Todas las fotos en el álbum de Flickr.
Fotos de la otra vez en este otro álbum.
Posts de la otra vez:
Fuji, la subida
Fuji, cima, bajada y cierre
El Fuji-video

Helado de lechuga

Estaba yo ayer lidiando con las agujetas de subir por segunda vez al Fuji, que casi me arrastraba por el supermercado (por cierto, que estampé el dron contra una ladera del peazo del volcán y ahí se quedó para siempre… si os portáis bien os lo cuento algún día de estos…. ;) )

Bueno, que me lío: el caso es que Chiaki me había encargado unas movidas para Kota y como complacer sus deseos es mi misión en esta vida, allí que arranqué a por las manzanas y los plátanos. Entre pasillos iba yo con un frío de pelotas, que ponen el aire acondicionado en modo atodopedo, que una vez fui al baño y tenía la picha como un segundo ombligo, acabé encaminando mis pasos hacia la charcutería para ver si tenían un poco de choricico rico. Ya me piraba cuando me acordé que a Kota le molan mucho unos helados que hay que tienen forma de tajada de sandía y empecé a rebuscar.

De sandía no encontré, pero un producto salvaje apareció:

¡¡ Helado de lechuga !!
:pirao: :ahivalaotia: :pirao:

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Compré uno, por supuesto, y ayer mismo a la noche nos lo zampamos a pachas entre los tres. Chiaki dice que psi, psá, Kota lo escupió directamente en el sofá y mi veredicto decisivo de pruebamierdas-supremas-expert es que: ¡coño! ¡pues si que sabe mucho a lechuga!! pero vamos, un logro del I+D japonés que no prosperará, porque aunque el sabor a lechuga lo tiene y bastante, también hay que decir que precisamente una lechuga pelada no es el halago que todo paladar añora.

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Remirando un poco por internet, resulta que la movida viene de Kawakami, que se ha hecho famoso aquello precisamente por el helado este; bien mirao no ha estado mal jugado esto, no: aquí estamos hablando de la historia.

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(las dos últimas fotos son de este blog)

Ala pues! voy a seguir con el rascatecleo! :flipanderer: :rascatecler:

 

Kit-kat sabor pastilla para la garganta

Sip, tal y como suena. No sé si sabéis, y si no ya os lo cuenta el tío Tosca, que el I+D de Nestlé Japan está desatado completamente y todos los años se cascan unos sabores, digamos, muy de quedarse culiplater. Echemos un ojete a algunos gracias a los señores de Kotaku que se han cascado un recopilatorio:

Fresa


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Mezcla de cítricos


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Pera


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Manzana


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Edamame (habas de soja)


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Boniato


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Chili japonés


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Galleta de canela


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Tarta de queso y fresa


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Arándanos


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Té verde matcha


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Té verde tostado (hojicha)


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Sirope de azúcar moreno


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Alubia roja (el anko famoso de aquí)


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Wasabi


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Y muchos más que hay, como el de sakura o el de melón, si le echáis un ojo a la página correspondiente de la Wikipedia veréis el maravilloso disparate que es esto. Yo creo que he probado todos menos el de pera y el de galleta de canela. El de wasabi estaba bueno de cojones y el de hojicha también, mejor que el de matcha incluso.

Weno, total, que ahora para seguir con ese complejo de attetionwhore que me llevan encima, han sacado uno con sabor

Pastilla para la garganta
:pirao: :desquiciao: :pirao:

«のど飴味» (nodo ame aji) en japonés, efectivamente contiene un 2.1% por chocolatina de polvo de pastillas para la garganta. Según esta gente, al intercalar este polvillo entre las capas de chocolate blanco, la chocolatina obtiene un «sabor estimulante y fresco», habrá que tocarse los huevos un ratejo.

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Como imagen de la nueva serie, que por cierto se vende ya en Japón desde antes de ayer como anunciaron en el twitter de KitKat Japan, han puesto a un tal Yasutaro Matsuki que por lo visto es un ex-jugador famoso de fútbol que ahora se ha metido a comentarista deportivo y parece que ser que le mete mucha pasión a las retransmisiones dejándose la garganta a grito pelao. Por ahí parecen ir los tiros: cuando se resienta la garganta, kitkat de este y a dar más voces!

(Jajaja, tengo que confesar que no tenía ni puta idea de quien este tipo, pero que ya me cae guay)

Cuando lo pruebe, ya diré algo a lo mejor.

Ala pues!! :triki:

Ukiyo-e animado

Atsuki Segawa es un diseñador al que le ha dado por coger ukiyo-e tradicionales japoneses y meterles animación con bastante gracia.

Ahí van unos cuantos con mucha chispa:

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Si queréis ver más, en su web :triki:

OndaVasca, Vascos con Jet Lag

Hace unas semanas ya que me contactó un paisano mío de Zalla que es locutor de radio en Onda Vasca para hablarme de una sección de su programa en la que hablan con vascos que están viviendo en otros países. Me hizo mucha ilusión porque además resulta que nos conocía del pueblo y me contó incluso anécdotas de mi hermano Javi que yo no sabía.

Hubo una temporada en la que hablaba por la radio cada poco colaborando en distintos programas y la verdad es que lo echaba mucho de menos a la vez que me puse bastante nervioso los minutos antes de recibir la llamada. Luego ya me solté bastante y como se puede comprobar en la grabación, no hubo huevos a que me callase, jajaja.

A mi me hace bastante gracia escucharme, ¡a ver qué os parece a vosotros!

:pirata:

¡¡ Muchas gracias Alex !!
:gustico:

La cartera perdida

Llevaba un par de días regulero con la garganta y el jueves a mediodía decidí volverme a casa porque me subió la fiebre y no sabía hacer ya el Javascript ni con un canuto. Por la mañana, como cada dia, había ido en bici, pero a la vuelta y después de dudar bastante, pensé que mejor no arriesgar a ponerme peor con la sudada y la dejé aparcada ahí en los Shibuyas volviéndome en el tren chuchú. La cosa es que aunque aquí no suele pasar nunca nada, andaba yo ya inquieter: no me gusta un pelo que mi pobrecita pase la noche solica por ahí… aguanta, orbeica mía, que ya vuelvo a por ti en cuanto me ponga bien!! no te hagas caso de las gyarus pelandruscas!!

El viernes, que aquí fue fiesta y ya por la tarde estaba yo bastante recuperado, volví a montarme en el tren para ir al encuentro de mi amor biruedil. De paso, como ando al loro siempre para comprarme la Nintendo Switch y los viernes a mediodía corre el rumor de que son los «restocks», llevé la cartera con bastante dinero por si sonase la flute.

Ba, ni pa Dios… no tengo claro si estos de Nintendo son unos putos genios del marketing, que nos tienen en ascua viva por comprarles en cuanto tengan más, o los mayores desastres planificando a este lado del río Sumida.

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Me recorrí las tiendas habituales a contar cartelicos como el de arriba y enfilé cabizbajer y tristonero al parking de bicis. Hostias, por cierto, cuanta gente hay siempre en Shibuya, la madre que parió a Peneke, qué disparate y que sindios, mira que estoy por aquí todos los días y no me acostumbro todavía. Lo único bueno que le veo es que si te tiras un cuesco, a ver quien tiene cojones de señalar a alguien!

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Total, que acabé por fin con mi bici que estaba enterica y reluciente, le puse las luces que llevaba en la bolsa, la funda acolchada para el sillín en pos de que no sufriese mi excelso nalgar, y casco en melón, pillé la cuesta del 109 a la izquierda enfilando ya para casica. Me desvié un par de kilómetros con la intención de pillar unas hamburguesacas para la cena que Kota andaba con antojo, pero cuando llegué y justo antes de pedir, me di cuenta de que no tenía la cartera…

:peneke: :copon: :peneke:

Lo primero que pensé, pardillo de mi, fue que no la había cogido, así que le pregunté a Chiaki por si me la había dejado olvidada encima de la mesa o por ahí. La estuvo buscando un rato pero me decía que o se la había comido Kota, o allí en casa no estaba….

:peneke: :copon: :peneke:

Me volví para casa a buscar yo también, ya que, total, estaba bastante cerca… pero nada, ni pa Dios: lo más probable es que se me hubiese caído en Shibuya cuando saqué el casco de la bolsa.

¡¡ Maldita mochila-mierder que no tiene bolsillos y va todo junto ahí !!

En fin, no quedaba otra que tirar para Shibuya otra vez… segundo viaje en bici, trayecto que hice a todísima hostia folladísimo en do menor pensando en todo el jaleo que iba a ser cancelar las tarjetas de crédito, sacarme de nuevo el carnet de conducir, el DNI de aquí con mi recién estrenada visa permanente, liar a la de recursos humanos de la empresa para la tarjeta de la seguridad social… bufffff, jodé, pensaba mientras pedaleaba, dono mi huevo menos peludo con tal de encontrarme la cartera con todos los documentos, el dinero ya me la refulfla!!

Total, que llego con una sudada que ni Paquirrín con un cuaderno de rubio, rebusco y rebusco por allí y tampoco aparece. Ya medio desesperao voy donde el guardia del parking y resulta que está sentado en una silla de camping ahí sobao entero el gachó. Era una escena curiosa, porque tenía un chaleco de esos reflectantes que usan aquí pero con luces rojas que parpadean a todo meter; es decir: era un señor durmiendo al que se le veía desde la MIR.

Di un par de vueltas otra vez y como seguía sin aparecer, me fui a despertarle a semáforo-man con un par de sumimasens a cada cual más alto.

– Sumimasen
– SUMIMAsen
– Eh, hai haaaai
– Perdone, que es que hace una hora o así yo pa mi que se me ha caído la cartera por allí, no la habrá visto, ¿verdad?, o alguien que se la haya dado o algo…
– Pos no… pero lo mejor es que preguntes en la comisaría a ver…

Dicho & hecho, lo cierto es que ya iba yo con esa idea también, señor árbol de Navidad, pero total, tenía que intentarlo también, perdón por despertarle.

Tiro para comisaria, la que queda al lado de la estación, vamos, donde hay más gente que en el Aeropuerto del Prat (mwahaha) pero siempre. Dejo la bici ahí en la puerta y sale un policía al momento a echarme la bronca ya:

– Aquí no se puede aparcar, chato moreno, tira pallá.
– Ya ya, pero es que vengo a preguntar a ver si por un casual de Buda han visto ustedes mi cartera que se me ha perdido probablemente por allí por donde el parking de bicis
– Ah, vale, tira padentro
– Voy
– Pero canda la bici, alma de ピッチャー
– Ah, si si -esto lo hace para ver si no he mangado la bici, no es la primera vez que me para un policía y me dice que abra y cierre el candado para ver si tengo la llave, qué profesional, la vírgen, qué profesional.

Dentro de la comisaría, que no había estado nunca, resulta que había un huevo de policías, pero a mi me tocan tres. El que me habla todo el rato, que es un tío probablemente más joven que yo, más serio que el único enano paseando por la playa nudista llena, luego uno neutro que ni fú ni fá, y el tercero que equilibraba la ecuación que no hacía más que hablar medio riéndose y gesticulando un huevo.

Me habla el serio:

– Por favor, tu tarjeta de residente.
– Pues es que estaba dentro de la cartera -tío soseras
– ¿Puedes escribir japonés?
– Un poquejo, tampoco me pidas mucha historia

Interrumpe el sosaína:

– No te preocupes, con que sepas escribir tu nombre y dirección y poco más ya valdría.
– Ah, vale

Me dispongo a rellenar una hoja donde efectivamente se me piden mis datos y luego una lista con lo que he perdido: cartera, color, tamaño, marca, cuanto dinero tenía, qué tarjetas más o menos…

Habla el enfarlopao:

– Hostia puta! (Sugoi!) si sabes escribir japonés de puta madre (sugeee jyouzu jan!!), ¿cuanto llevas aquí?
– Algo más de diez años -le digo intentando concentrarme en lo que estoy escribiendo lo que para un crío japonés sería tirao, pero para mi es el puto pasapalabra
– ¿Y has estudiado por tu cuenta? ¿has ido a la universidad? ¿en qué trabajas?
– Eeettooo, pues …

Interrumpe Paco Umbral:

– Por favor, acaba de escribir

Y se hace el silencio con el que, mira tu, el neutrex parece estar más cómodo, hasta le cambió el color de las mejillas y todo, como mas asonrosao.

El seriales me empieza a hacer más preguntas pero ya en plan interrogatorio muy serio, que donde lo he perdido, que a qué hora, que qué tarjetas tenía y cuanto dinero, que qué hacía en Japón, que cual era mi trabajo… y después me volvía a preguntar, como el que no quiere la cosa, por cuanto dinero y las tarjetas para ver si me contradecía o algo… Todo esto, por cierto, hablándome bastante cerca y en keigo, pero lo peor fue que tenía las cejas depiladas y, joder, me costó aguantar ahí sin descojonarme vivo… poco faltó para hacerme un Rajoy y soltarme…

Después de las preguntacas, que las contesté sin dudar porque, coño, era todo verdad, el neutrales saca una bolsa transparente con mi cartera dentro y yo pego un bote porque no me esperaba que la tuviesen:

– ¡¡Esa es!!, ¡¡¡toma toma toma toma!!!! pero falta la tarjeta azul de la oficina, que estaba en el bolsillo de fuera… -empiezo a decir dándome un poquillo igual, todo sea dicho

De repente salta el exaltao:

– ¡¡ no te preocupes !!, cuando la han traído he tenido que listar todo lo que había y después he metido todo dentro, me acuerdo de esa tarjeta, está dentro con el dinero, están los 30.000 como dices que había, ¡está todo! ¡qué suerte!, ¿eh? ¿eh?, ¡que bien! ¡Japón es muy seguro! ¡omotenashi!

Yo ya me reía abiertamente:

– Jajaja, jodé que si, os debo la vida, mil millones de gracias

El neutro neutraba a su aire más callao que Eduardo Inda con un detector de mentiras, pero el serio cejastrinque cortó todo atisbo de alegría con su voz ajusticiadora, joder, cualquiera diría que estaba resolviendo el caso del siglo:

– Rellene, por favor, este otro formulario como que le hemos entregado la cartera

Y vuelta a empezar: otra hoja con mis datos y mi firma certificando que estaba todo y que ale, a pastar por la sombra.

Salgo de la comisaría de culo haciendo reverencias deluxe plus, quito el candado de la bici y cuando me voy a pirar salta el toloco:

– Cuidao con la bici, ¿eh?, nada de llevar los auriculares esos que tienes colgando del cuello, ten mucho cuidao que hay mas accidentes que ni sé de bicis últimamente y encima ahora por la noche más todavía, ten cuidado, ¿eh? y no pierdas la cartera más, que es importante, ten cuidao.

Unos cuantos gracias gracias si si gracias gracias si si después ya estaba yo tirando pa casa otra vez, pero con la cartera bien guardaíca, la sonrisa puesta y el culo y las piernas que ni las sentía ya cuesta parriba cuesta pabajo.

Curioso país de locos en el que estamos, Tosca, curioso, disparatado, pero sin duda maravilloso país.

:gustico:

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La pala amarilla

Chiaki no andaba muy católica el domingo. Ya, ya sé que es budista, pero coño, ya me entendéis. Y como Kota entre cuatro paredes es el demonio de Tasmania on steroids, decidí llevármelo a un parque que hay cerca de casa y que así ella descansase y de paso el pequeño Toscano se desfogase a todo lo que le diesen esas canillas blancurrias que me gasta.

Estoy acostumbrado: quiero decir que Chiaki hasta hace muy poco trabajaba todos los sábados, con lo que siempre nos hemos quedado los dos solos desde que ella dejó la baja; recuerdo perfectamente que Kota empezaba a ponerse de pies y daba algunos pasos a duras penas. Creo que es una situación quizás no tan habitual en los tiempos que corren: lo de que haya un día fijo a la semana para nosotros dos solos, sin nadie más. Por una parte prácticamente todos los planes de mis amigos son en sábado, con lo que no se puede contar conmigo para nada, pero por otra pasamos días que son especiales y que sé que añoraré sin excepción. Me enorgullece y me emociona que pueda vivir tanto tiempo con él de su infancia más allá de verle un par de horas por la mañana y por la noche a toda prisa entre desayunos, guarderías, baños y cenas.

Bueno, total, que fuimos al parque. Me enrollo un huevo para decir dos cosas y media… empalago de padre cuarentón, no me lo tengáis en cuenta.

Esta vez llevamos la bici que le compramos además de las palas y el cubo para jugar con la arena, y estuvimos un buen rato practicando parque arriba parque abajo. Es de esas minibicis pequeñas sin pedales que se monta y corre con sus propias piernas a lo Picapiedra; todavía le falta para coger velocidad, pero ya le va pillando el truco. Miedo me da y miedo anticipo viendo el nervio que tiene, que no para quieto ni durmiendo, y esto, amigos, es literal: el otro día apareció no ya fuera del futón, sino tirado en el suelo con medio cuerpo fuera de la habitación.

Hay que ir merendado a jugar con él. Quiero decir que lo mismo te echa una carrera, que sale corriendo detrás del balón camino de la carretera, que se tira de cabeza por el tobogán sin conocimiento alguno. No esperes estar solo a verle jugar, porque la cosa no va así; coño, que hay que cumplir, que hay que dar la talla y estar a todas con el, ¿sabéis porqué?, porque llegará un día, más pronto que tarde, en que ya no querrá bajar al parque con nosotros y hasta entonces, amigos, no perderé ni uno solo porque esos momentos suman tanta vida… pero tanta vida…

Lo que no quita para que acabes agotado y no sólo físicamente: diría que uno desarrolla un sentido arácnido y no es que huelas, sino que paladeas el peligro: es como si analizases, a lo JARVIS, todas las posibles combinaciones en las que el resultado es invariablemente que se abra la cabeza: el muro de al lado del columpio, la barra de detrás, los críos mayores jugando con el balón de la izquierda, el árbol…

Bah, como si me costara, anda que me va poco la marcha a mi… lo paso yo a veces casi mejor que él subiéndome a los árboles o trepando por los columpios como el tarado que realmente siempre he sido y que recupero ahora con la excusa perfecta de estar con él.

El caso es que el sábado estuvimos solos en el parque un buen rato, lo que es algo poco habitual. Supongo que siendo Agosto como es, la mayoría de la gente se habrá ido fuera de Tokyo de vacaciones…

Esto estaba pensando cuando en lo que estábamos haciendo una montañaca de arena, apareció otro crío con su correspondiente padre también. Era un chaval de la misma edad que Kota aunque bastante más paradete. Su padre sería un poco más joven que yo, pero diría que tampoco demasiado… no fiarse, que ya se sabe que con los japoneses uno no acierta ni con pistas.

El muchacho en cuanto se bajo de la bici de su padre, salió corriendo a los columpios y allí trato de subirse a uno sin demasiado éxito. Su padre llevaba un rato sentado en un banco mirando el móvil pasando, por supuesto, de todo ojete ajeno al suyo.

Kota decidió tirar la pala por encima de su cabeza, llenándome la mía de arena, y corrió a subirse al tobogán. Al bajar, decretó que había subirse por el lado de deslizarse y volverse a tirar y cuando hizo esto dos veces, desterró el tobogán, de momento, para echar a correr hasta esconderse detrás de un árbol y gritar «papaaaaa me he idoooo» a grito pelado en perfecto japonés.

Yo hice como que le buscaba debajo del tobogán, detrás de uno de los bancos… hasta que por fin le «encontré» detrás del árbol. «¡Te cogí!», dije en castellano, y entonces echó a galopar descojonándose vivo camino de la montaña de arena otra vez. Allí estaba el chaval, todavía con el casco de la bici puesto, de pies, quieto sin hacer nada, sin otra preocupación que mirarnos en silencio. Quería esbozar una sonrisa, se le notaba desde el árbol de al lado de los columpios, pero su timidez le paralizaba desde las comisuras a los tobillos.

Kota le habló: «holaaa, ¿cómo te llamas? ¿qué haces aquí parado? ¿no tienes palas? qué casco más bonito, ¿cómo te llamas?, ¿qué haces? ¿vas a la guardería? ¿cómo te llamas?» en su japonés ametralladora de los domingos por la tarde.

El niño no contestó. Solo hacía por aguantar la sonrisa y, sobretodo, las ganas de echar a correr y esconderse detrás de algún árbol con alguien que hiciese por buscarle.

Su padre ya no sostenía el móvil con las dos manos en el banco, ahora solo lo hacía con una porque en la otra aguantaba un cigarrillo entre los dedos.

«Hola», le dije yo en japonés, «¿quieres jugar con nosotros? ¿hacemos una montaña más grande todavía?». Asintió con la cabeza y casi creí ver que se reía. Entonces Kota le acercó la pala amarilla, porque la roja es suya y nadie puede osar tocarla. Pero el niño, cuyo nombre no supimos nunca, no la acababa de coger, así que Kota, con su habitual paciencia de dos segundos, me la dio a mi para que se la diese yo y se dispuso a cavar con la suya.

Me acerqué al chaval, pala amarilla en mano, cuando, yo que sé de donde, apareció el padre con la cara avinagrada, nos hizo un par de reverencias sin mirarnos ni hablarnos, le cogió en brazos, le montó en la bici y se lo llevó por donde había venido diez minutos después.

El chaval nos miraba y nos decía adios con la mano mientras se alejaba.

– «Se tenían que ir, ¿verdad?, a ver si otro día juega con nosotros», me dijo Kota.

– «Si», contesté yo, «otro día, a lo mejor juega».

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Juliogram 2017

Julio ha molado mucho; empezó a hacer calorcico del bueno y yo me empecé a dar paseícos a los mediodías. Bueno, paseacos, me instalé una aplicación en el móvil de esas que te miden los pasos y me piqué con un grupo de amigos a ver quien andaba más, así que a los mediodías me hacía unos cuatro kilómetros. Hasta me traía ropa para cambiarme la sudada y todo antes de volver a la ofi.

Dentro fotos de los ohirupaseos!

Luego había un tal Take que el cabrón me seguía sacando dos mil pasos, así que empecé a darme los paseos a la noche al salir de la ofi y antes de coger la bici para volver a casa. Mwahaha, le gané.

Dentro fotos de los yorupaseos!

Por cierto, ojo al nombre de esta elementa!!:

En España estuve mirando las cosas de mi padre y me encontré un billete de cinco pesetas de la segunda república, flipa:

Y alguna curiosidad más como las cintas que todavía tiene mi hermano Javi o el juguete de Doraemon que se le antojó a Kota. Tela lo de comprar un juguete de Doraemon a mi hijo japonés en un centro comercial de Badajoz!

Y esta es una de las cestas que hacía mi padre a mano, incluso le encargaron alguna de una tienda que quería usarlas para exponer en el escaparate sus productos. Ya la tengo puesta en un lugar privilegiado del salón:

Por cierto, que durante el viaje usé un cacharro wifi portátil de WifiAway, que me lo mandaron a la habitación del hotel y dejé en un buzón en el aeropuerto. Funcionó perfectamente, tenía hasta 20Gb con lo que Kota pudo ver sus movidas de Youtube en el iPad camino de Badajoz, por ejemplo, y sobretodo poder usar Google Maps para ir a los sitios es impagable!

Nada más llegar a Narita, me encuentro a la televisión haciéndole una entrevista a una compañera mía de trabajo que volvía de Londres de viaje. Jajaja, menuda pájara, anda que no le gustan estas movidas!! se descojonaba luego cuando le mandé la foto con la reportera, porque no se dio cuenta que estaba yo al quite!

Y ojo al alijo que nos trajimos! Esta vez ni embutidos ni hostias porque resulta que en el súper de mi barrio venden de todo, así que el alijo es más indie que otro poco:

¡Ay las cremicas! ¡ay las cremicas! tengo yo más que Chiaki!

Después, pues bueno: vuelta a la rutina bici paquí, rascatecleo pallá. Oye! dos semanas sin coger la bici y joder, agujetas!

Le compré también una piscina a Kota aunque creo que me lo paso yo mejor que él, jajaja, que tunantes estamos hechos.

También me compré un quintal de libros para el examen de japonés, que sigo estudiando, ¿eh?, hay que sacarse el N2. Tengo un plan, pero ya os lo contaré, mwahahaha:

Y quedamos con una amiga de Chiaki que, curioso, tiene su misma edad, su marido la misma edad que yo, y su hijo la misma que Kota. El caso es que había matsuri en mi barrio, aunque no salió muy allá porque Kota se quedó sobao y a Shushu-kun le dio fiebre… con críos ya se sabe, pero nos dio tiempo a zampar una chocobanana maqueada, el I+D japonés, amigos!

Hostia, que a pocas se me olvida!! eh chatos!! que me han dado el visado permanente!!! a tomar por culo inmigración y toda esa mierda de papeleo!!! yeha!!!! llamadme Takeshi Toscano!! alfombra roja en los pachinkos ya!!

Y justo ayer resulta que me encontré una sandiaca de 74Kg ahí expuesta, fíjate: si antes digo que las frutas y verduras en Japón son ridículas… el zasca lo ha escuchado hasta Putin!

También me llegó a la noche un reloj marcamierder que pedí por Amazón, es de estos con pulsómetro que quería para correr, lo he usado hoy y va de sobra para lo que yo quiero (probablemente me acabe comprando el Apple Watch cuando salga el nuevo, pero esto no se lo contéis a Chiaki :secretico: )

La última novedad es que parece que se estabiliza un poco la situación de mi empresa, que llevábamos con la web y la app chapadas desde octubre del año pasado por unas movidas legales de copyrights. Justo ayer anunciaron que se crea una empresa nueva, nos mueven ahí y volvemos a sacar el invento. Lo único malo es que le decimos adios a Shibuya, que es un sitio que me mola mucho para currar, además la ofi de ahora tiene unas vistas de la hostia:

Pero bueno, a todo se hace uno, la nueva oficina está en Jimbocho, a cinco kilómetros más en bici, serían ya 17km ida + 17km vuelta… a ver si pudiera ser que no hubiese muchas cuestas… (el tren no es una opción!!)

¡Buen fin de semana, muchachos!
:gustico:

Japón – España 2017

El sábado aterrizamos en Narita los tres: Kota, Chiaki y yo. Las otras dos veces anteriores fui yo solo el que se bajó de aquel avión; tenía tanta pena encima que el que recorría pasillos y andenes no era más que alguien que caminaba arrastrando su alma veinte pasos por detrás. No he conseguido quitármela, probablemente nunca lo haga, solo que uno aprende a sobrellevar esa pena disimulándola con la rutina o cubriéndola exagerando los momentos alegres.

Son capas que uno echa encima haciendo por no escarbar.

Creo que jamás seré capaz de hablar de todo aquello sin romperme.

Era obligatorio volver. Es tremendamente injusto que Kota y su abuela apenas se conozcan, esa culpa es exclusivamente mía y por eso asumo y cumplo el deber de juntarles todas las veces que pueda. Por ellos y por mi.

Esta vez nos tomamos el viaje con mucha calma y es que de todo se aprende: lo de coger el coche nada más llegar a Madrid para pegarnos la segunda paliza hasta Badajoz no tenía sentido alguno y sabiendo que con Kota hay que prever imprevistos, reservamos hoteles donde pasar la noche antes de cada uno de los viajes. También pillamos el vuelo directo a Madrid de Iberia y optamos por viajar a Badajoz en tren porque Kota se marea en cuanto huele un volante.

El vuelo salía el lunes, pero el sábado por la tarde ya teníamos que tener preparada la maleta porque el señor de Kuroneko venía a buscarla para llevarla al aeropuerto. Es un servicio muy conveniente por el que por apenas 3000 yenes te la recogen desde la mismísima puerta de tu casa y tu ya la pillas en el mismo aeropuerto justo justo para facturarla, que pilla todo cerca.

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Total, que el domingo nos fuimos acercando tranquilamente a Narita. Paramos a comer por ahí a mitad y al llegar tiramos directos al hotel que había reservado Chiaki. La idea era simplemente pasar allí la noche, desayunar como campeones en el buffet y acercarnos al aeropuerto, que queda a dos paradas de tren, bien duchadetes y fresquetes. Pero tuvimos la gran suerte de que había matsuri así que de quedarnos en el hotel nada de nada: allí estuvimos viendo el omikoshi y zampando yakitoris, yakisobas y plátanos de esos cubiertos de chocolate de los puestos.

Empezó bien el viaje.

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El lunes nos montamos en el avión con más miedo que otra cosa, no porque fuese a pasar algo, que si que pasó, sino por tener encerrado a Kota tanto tiempo en un mismo sitio. Ibamos muy preparados: un montón de tebeos, el iPad lleno de películas, unos auriculares para niños… hasta una maleta con ruedas de Jet Kids, que resulta que se monta encima y le llevas por todo el aeropuerto y luego eso se abre y se ajusta al asiento del avión quedando todo como una cama…. ¡un invento de la hostia!, ya siento no tener foto dentro del avión.

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Como siempre, pasamos con el primer grupo al avión; viajar con niños tiene que tener alguna ventaja. Después subieron los demás, incluyendo a cuatro personas de una misma familia que resulta que estaban en asientos muy separados y que llegaron corriendo a última hora montando además un circo del copón. Para que os hagáis una idea, una fila del avión tiene dos asientos, después cuatro en el medio y después otros dos a la derecha. Nosotros estábamos sentados en los del medio ocupando los tres de la derecha, la madre y uno de los hijos estaban sentados a la izquierda del todo y la hija estaba sentada a mi derecha. Es decir, unos en una punta del avión y la hija en la otra con dos pasillos y cuatro asientos de por medio. Pues bien: a grito pelao estuvieron hablando entre ellos como si el resto no existiésemos… yo flipaba, que puta gente más maleducada hay por el mundo, la vírgen santa. Si la madre quería hablar con la hija, le chistaba: tsssssseee, tssssseee, pero un ruido arquerosísimo a volumen absurdo… acojonante, qué hostia tenían.

Pero lo bonico bonico estaba todavía por llegar: después de un buen rato ya en teoría situados en la pista para despegar, resulta que nos dicen que se ha detectado… ¡¡que una de las ruedas está pinchada!!. Efectivamente, como si de un R5 se tratase, una rueda del avión estaba pinchada y había que cambiar todo el Cristo, que como mínimo 3 horas de retraso y ya se vería si al final salía el vuelo.

En fin, desde que embarcamos hasta que despegó el avión pasaron más de cuatro horas en las que no pudimos salir ni prácticamente movernos del asiento porque encima no nos dejaban. Cuando nos empezamos a amotinar, hubo uno que hasta a gritos con la azafata, ya nos empezaron a dejar ir al baño de uno en uno.

Tiene huevos que no se detecten estas movidas antes de embarcar.

Así que imaginaos a un crío de cuatro años ahí montado sin poder salir ni moverse más allá del asiento durante más de 15 horas, demasiado bien se portó.

Al llegar a Madrid lo primero que tocaba era ir a la estación de Atocha donde teníamos el hotel ya que el tren a Badajoz salía a la mañana siguiente. Yo en Madrid he estado tres veces contadas en mi vida y no tengo absolutamente ni idea de nada, así que el trayecto Barajas-Madrid cargado con los maletones, de noche por el retraso del avión y con Kota es lo que más respeto me daba. El taxi estaba descartado, no por la pasta, sino por todas las experiencias previas en las que Kota acababa vomitando al de dos minutos de habernos montado.

El primer incidente fue al montar en el tren. Subí la maleta grande y luego al ir a subir a Kota, que estaba sentado en la silla, el conductor me cerró las puertas pillándonos a los dos. A Kota le hizo un moratón en la pierna y yo me llevé un susto de la hostia, ¿qué coño pasa? ¡¿¡que no ve el tío que hay gente subiendo al cerrar las puertas?!?!, si es que ni sonó el pitido ese intermitente, mecagüen la puta, que podría haberse liado parda si me llega a tirar a Kota y a mi al anden, ¡cojones!.

El segundo lío fue que simplemente nos equivocamos de NH Hotel, que resulta que en Atocha hay dos. Pero bueno, no estaban muy lejos uno del otro y la verdad es que nos trataron guay.

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Después de dormir bastante más de lo esperado, ducharnos y desayunar como reyes, pillamos el tren a Badajoz que tarda casi seis horas.

Atiende: seis horas.

Pero bueno, mereció la pena, como dijo alguien en instagram: la foto en la que están mi madre, Javi y Kota, es oro puro…

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Luego resulta que los dos primeros días nos pusimos malos Chiaki y yo, con dolor de garganta y fiebre… así que Kota y mi madre tuvieron tiempo de sobra para ponerse al día. Y eso que Kota todavía no entiende mucho castellano y mucho menos habla aunque yo me empeñe que en que sea así, supongo que con el tiempo la cosa mejorará, pero al ser yo el único que le habla en castellano está costando bastante.

Los días pasaron demasiado pronto y nos vimos ya camino de vuelta donde el único incidente reseñable fue el del tren a Madrid, que se retrasó hora y media por alguna razón que no nos contaron. Lo único bueno de esto es que nos devolvieron el dinero de los billetes, pero vamos, encantado me voy yo de la Renfe, sus retrasos y su señor conductor al que se la pela todo, tiene huevos.

A la vuelta en el avión nos sentamos justo detrás de una madre que volvía ella sola con sus dos hijos a Japón; hicimos muy buenas migas con ellos y se nos hizo bastante ameno el viaje. Su situación es al revés de la nuestra: viven en España y vuelven de vez en cuando a Japón a ver a la familia, así que el tema del bilingüismo también está presente aunque al contrario. Los chavales cascaban español perfectamente y sin embargo japonés psi psa (nadie lo diría viéndoles la cara, jaja).

Siempre que vuelvo de España y dejo reposar un par de días, me gusta pensar en las sensaciones vividas en el que es mi país de nacimiento y al que, sin embargo, solo me paso de visita un par de semanas al año. Es inevitable comparar ambos en todos los sentidos: su cultura, sus gentes, su gastronomía, su clima… y confieso que nunca hay un claro ganador.

Comparemos, pues:

– En el avión de Iberia la mayoría de azafatas eran españolas. Me sorprendió muy gratamente la calidez del trato. Cuando uno viaja en JAL, por ejemplo, sabes que te van a tratar muy bien, que todo va a ser correcto y que probablemente no vaya a haber ningún problema de ningún tipo, pero tampoco puedes esperar que una azafata se ponga a jugar con Kota con los muñecos de Doraemon un rato largo como pasó en el vuelo de Iberia, o que le trajese zumos y chocolate de vez en cuando sin ni siquiera pedirlo parándose a charlar un rato con nosotros cada vez. Punto para España.

– Tres veces me pasó que metí dinero en máquinas expendedoras y se lo tragó sin más: ni darle mil veces al botón de cambio, ni las hostias pertinentes, ni, por supuesto, la bebida. Esto es intolerable totalmente en mi país de adopción. Punto para Japón.

– En Japón, ahora en verano, se hace de noche sobre las seis y media de la tarde, en invierno el sol nacerá el primero, pero aquí no llega a las cinco. En España a las diez de la noche en verano empieza a anochecer. La vírgen santa, es un estilo de vida totalmente distinto: si Kota se echa una siesta un poco tarde, se acabó lo de ir al parque y prácticamente damos por finiquitado el día. Aquí Japón pierde por goleada.

– Los servicios en España… madre mía, por ejemplo: que te cierren las puertas del tren cuando estas entrando con el carro de un crío, que tarde tantísimo tiempo para el trayecto que es y que encima se retrase o que no sepas en que anden tienes que esperar hasta diez minutos antes que lo anuncian. Otro ejemplo: en el aeropuerto las seguratas de prosegur (no entiendo esto, ¿por qué no es policía? ¿por qué una empresa privada? ¿donde está el chanchullo?) del arco ese detector de metales estaban de charleta entre ellas pasando de la cola que tenían formada. Una de ellas hacía gestos con la mano en plan «pasa pasa» sin mirarte a la cara, por supuesto no esperes que te contesten a un «buenos días», todo en plan no solo ya desgana, sino a mala hostia. Educación nivel cabras cagándose en el establo, es simplemente incomparable con el trato en Japón. Puntazo gordo para ellos.

– Las frutas y verduras que en España no solo son enormes, Chiaki se descojonaba con unos pimientos verdes que parecían gnomos agachados, es que es baratísima. La comida en Japón es cojonuda y yo no echo en falta nada, pero la variedad, el tamaño y el precio de la fruta y la verdura que uno se encuentra en cualquier supermercado en España… la de Japón es ridícula con sus manzanas envasadas de una en una que te venden por 3 o 4 euros.

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Por cierto, ¿¡¿¡esto que mierda es?!?!?:

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– Sin embargo, algo que no me pareció tan bien fue el montón de comida basura que se vende, no solo eso, sino la cantidad: en un súpermercado no hubo huevos de comprar un donuts solo, había que pillarse un pack de 6. La variedad de mierda envasada que se vende me flipa en comparación con Japón: paquetes enormes de galletacas, zumacos con mil de azúcar y bollacos llenan la mitad de las baldas de los supermercados. Eso por no hablar de las tiendas de mierdas, de las que yo siempre he sido un gran fan, pero si miro por la salud de mi hijo, aquí gana Japón donde no es tan tan exagerado el ansía zampabollil. Siendo sinceros, diré que vi mucha gente joven muy obesa, quizás es que al comparar con lo que se ve aquí se magnifican las barrigas… pero jodo, que plan me llevais…

– La limpieza, la educación en este sentido es muy superior en Japón. El parque de al lado de la casa de mi madre nos lo encontrábamos por la mañana lleno de cagadas de perro, montañas de cáscaras de pipas, botellas y latas tiradas por el suelo, bolsas de patatas… y eso que hay papeleras. No le dejábamos jugar a Kota con la arena, como hace aquí, porque había mierda de perro. Es un puto asco y quizás no os dais cuenta porque no tenéis con qué comparar. Japón, donde por cierto, no hay papeleras, wins by far.

– Ese salir a un bar a tomarse algo y que te saquen un platico de pataticas, ese sentarse a las nueve de la tarde, todavía al sol, en una terraza con toda la calma, esas raciones de jamón, de queso, esos bocadillos gigantescos de lomo con pimientos… esa cultura de irse de potes sin prisa ni conocimiento ninguno… Spain two points!

– Al ir a entrar en la Renfe en Atocha (que según La Vida Moderna, igual no es la más decente de las estaciones tampoco), había un chaval esperando para colarse justo cuando metiésemos el billete. A otro le cazamos rondando las maletas cuando estábamos hablando con la chica de la estación. Me pidieron dinero como cuatro o cinco veces, uno de ellos de bastantes malas maneras que ya pensé que iba a tener otra liada como en el viaje anterior con el ruso aquel. En Japón los críos van solos al colegio, les ves haciendo cola en las estaciones y montándose en trenes ellos solos. La seguridad que hay aquí es impagable y probablemente única en el mundo.

– Y ya para acabar, me flipó en España la cantidad de mierda pura que dan en la televisión. Sabía que había televisión basura, pero no que se había llegado a esos niveles y encima a todas horas. En Japón la tele vale una mierda, también hay que decirlo, salvo honrosas excepciones, la mayoría de programas que dan son una chapa enorme donde no salen mas que idols de estos endiosados haciendo mierdas como comer y decir oishii exagerando mil, pero al menos no se llega al nivel de zafiedad y mala educación de allí. Aquí yo daría un empate: la tele no vale un carajo en ninguno de los dos países.

En fin, me despido con una foto del sushi que nos zampamos en Narita mismo nada más llegar para aplacar los deseos de la jefa Chiaki que se moría por su dosis:

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Espero que no pasen muchos meses desde que podamos volver otra vez…

10 de 40 (2)

Continuación del post 10 de 40(1).

El caso es que nos quedamos Eri, Roxanna, Eric y yo en un karaoke a eso de la una de la madrugada, a cada cual más solterón, ahí dejo caer el dato ya por si acaso queréis nombrar a @policia. Aunque de primeras era impensable que siendo de la misma empresa nos liásemos entre nosotros, yo lo había pensado muchas veces, mejor pongamos que era imprudente. Ya estamos juzgando, coño, entendedme, ya he dicho que era como la adolescencia que nunca llegué a tener del todo: al firewall se le iban abriendo puertos con cada chupito y a según que horas, a pocos torrents se les bloqueaba. Además no era yo el único con la moral desprevenida porque Roxanna le hizo un bonito Matrix a Eric cuando éste amagó un abordaje por estribor pensando que no les veíamos. Estoy seguro, también, que de haber estado ellos dos solos también se habrían enrollado y seguramente no habría sido la primera vez.

Y allá cuidados, ojo. Como para juzgar estamos. Poco trigo limpio quedaba en aquella habitación, pero había que guardar las formas y para ser sinceros una vez más, yo si que tenía presente el refrán aquel de la olla, que tampoco había que echar más leña a la hoguera del drama, que bastante me escaldaba la vida.

O no, yo qué sé. Me daba un poco igual todo.

También es verdad que yo me flipo con poco y puede ser que viese movidas donde no las había… nah, estoy seguro que no fue casualidad que desapareciesen estos dos figuras a la vez en aquel hanami en el Yasukuni. Vamos hombre, yo tengo un radar para estas cosas y en una empresa tan pequeña todo se acaba sabiendo. Es como en la empresa de ahora, que la chiquilla que lleva gorro de lana aunque sea agosto, está liada con el jefe de diseño, por muy gay que parezca, eso lo saben hasta los chinos.

Total, que al tercer Bohemian Rhapsody, Eri nos contó que una amiga suya tenía un bar no demasiado lejos y allí que nos fuimos. Era un antro perdido en mitad de un callejón, con apenas tres mesas de a dos sillas cada una y poco más espacio en la barra; era estrecho de cojones, mi salón de casa es mas grande. Es uno de esos garitos típicos al que no habría entrado solo nunca, ¿sabéis de lo que hablo?, esos pequeños tugurios que desde fuera te da la impresión de que estás en la puerta del salón de casa de alguien, que no se te ocurriría pasar si el señor de la barra no te invita. Señor que normalmente te dobla la edad, y al que se la suele pelar todo, que casi prefiere que no entres para no joderle lo tranquilo que estaba.

Ni en medio entrar estábamos nosotros cuando la dueña gritó un «Eriiiiiichaaaaan» que retumbó hasta en el rabo de Hachiko. Madre del amor hermoso, qué pulmones. Supe inmediatamente que estábamos en el sitio correcto cuando vi que esa señora, de no menos de sesenta años, tenía el pelo teñido de morado, el triple de maquillaje que todo el Circo del Sol junto y una minifalda de veinteañera que contrastaba con sus más de ochenta kilos de esplendor. Se confirmaron mis sospechas cuando nos dió un abrazo de los de apretar a los que íbamos con la Eri, como si nos conociese de toda la vida.

Yo juraría que a mi me tocó el culo, pero tampoco me las quiero dar de diva.

Recuerdo partes inconexas del resto de la noche: cantar enka inventada junto a un matrimonio, y que ella, una milf del copón bendito, me daba trozos de calamar secos todo el rato por alguna extraña razón mientras el buen señor me llenaba el vaso de nihonshu de Hokkaido, de donde era él, que la gente es más maja que la hostia y no los siesos estirados de Tokio. En la otra mesa había dos señoras mayores que por lo visto eran pareja y de vez en cuando se besaban y cuando se fueron, entró un señor con un perro al que le daba de beber cerveza que le echaba en un plato.

Fenomenal todo, fe-no-me-nal.

Eric se emborrachó tanto que se quedó dormido sentado en el retrete y no nos dimos cuenta hasta mucho tiempo después. Confirmé que, efectivamente, la dueña del bar era fan de mi pandero moreno y que por lo visto en algún momento de la noche me robó el móvil para sacarse fotos poniendo morritos y fumando.

Roxanna y un Eric ya un poco más vivo, desaparecieron, como era de esperar, aunque volvieron al de un rato con una sonrisa de oreja a oreja y …

…el caso es que yo no me acuerdo de más.

Me desperté sólo en una cama que no reconocía; recuerdo que llevaba puesto un pijama de Snoopy tres tallas más grande y que tenía el festival del taiko de Narita dentro de mi puta cabeza, no podía casi ni abrir los ojos. No tenía ni zorra, pero ni zorra, de donde estaba: era una casa muy nueva y muy grande, muy elegante, demasiado… no me cuadraba con ninguno de nosotros, no recordaba absolutamente nada de después del bar de la super abuela hipster.

Me cambié echando hostias en cuanto vi mi ropa, que estaba ahí doblada encima de una mesa. En la chaqueta seguían estando mis cosas: la cartera, el móvil, las llaves de casa… no faltaba nada, incluso había una barra de esas de cacao para los labios que no sé ni si era mía pero que tiré en cuanto pude.

Yo lo que hice fue salir de aquella habitación acojonado, sin hacer ruido por si acaso. Oteé así por encima pero allí no había ni Buda. Entré al salón, uno de estos con cocina americana, y mi primer impulso fue ir a beber un poco de agua del grifo. Allí al lado del fregadero había notas escritas en perfecto inglés con una caligrafía exquisita. Una señalaba a la cafetera y ponía: «Is ready, just push the button, you have milk in the fridge». En otra ponía: «Sorry I have to work, didn’t want to wake you up, just close the door after you leave.». Así, sin firma ni nada.

Escampé de allí prácticamente corriendo. Resulta que estaba en un piso bastante alto de un bloque de apartamentos muy nuevo en medio de Nakano. Reconocí el lugar al momento porque la primera vez que vine a Japón viví bastante cerca de allí. Me monté en el tren todavía medio flipado, llegué a casa y me di una ducha de las de salir con los dedos arrugados.

Hice balance de daños: aparte de la horrorosa resaca, todo parecía estar en su sitio e intacto, incluidas sagradas sean las partes delanteras y traseras.

Lo siguiente fue revisar el móvil, pero solo estaban las fotos de la señora del bar y nada más: ni llamadas a números de teléfono raros, ni contactos nuevos, ni mensajes…

Al día siguiente de oficina pregunté y me dijeron que cuando cerraron el bar, nos despedimos y que yo cogí un taxi para irme a mi casa. Por supuesto yo confirmé que llegué bien; no les conté nada de donde acabé porque parecía no estar relacionado con ellos, que era lo que me tenía más preocupado. Parecía ser verdad: el trato con ellos no cambió lo más mínimo, ningún gesto, nada que diese a entender nada.

Todo normal.

Pero es que ni idea de qué pasó esa noche, ni con quién. Pienso a veces que no debería haberme pirado tan rápido, que lo suyo sería haberme fijado un poco porque seguro que en esa casa tenía que haber alguna foto o algo que me diese alguna pista… pero claro, menudo acojone despertarse en un lugar desconocido con pijama ajeno, no quedó otra que huir de esa movida a escape.

Me obsesionó el asunto y más de una vez en aquella época fui a sentarme en un parque muy cercano al bloque de pisos para ver si la cara de alguna vecina me sonaba de algo… pero nada, nunca más se supo: nadie llamó o dejó mensaje alguno nunca y así quedó la cosa; ni siquiera sé si el pijama me lo puse yo o me lo pusieron…

Con el tiempo se me olvidó, y hasta hoy.

Ni siquiera sé si hice un +1 aunque ya os digo, por que sé que lo estáis pensando, que no me lo hicieron a mi.

O eso creo, vaya. :posna:

Continuará

10 de 40 (1)

La mañana empezó agitada. Bueno, lo cierto es que con un niño de tres años en casa, tampoco puede uno pretender ponerse a desbloquear los chakras impares con el café contemplando las nubes en silencio.

Ni pa Dios: es un puto disparate.

Sabrás de lo que hablo si alguna vez has tenido que vestir a un crío que solo se está quieto, y tampoco demasiado, cuando duerme. Raro es el día que no consigue escaparse y salir corriendo con el culo al aire pasillo abajo gritando cosas como oshiri o chinchín a todo lo que dan las cuerdas vocales.

Un disparate de cojones, y eso que solo es uno, cuando vengan los otros dos que tengo planeados, verás tu la que preparamos, no va haber hashtag que describa eso (el de para cuando se entere Chiaki de mis planes, será algo así como #tusMuertos, seguramente).

Pero especialmente esa mañana estaba cantado que iba a haber mucho trajín que trajinar: tocaba ir a inmigración a renovar el visado. Nos cogimos el día libre los dos, dejamos a Kota en la guardería y nos dirigimos al quinto coño de Tokio donde está la única oficina de inmigración de la ciudad. Bueno, miento, no es el quinto coño, ya me vale a mi también, en realidad es el sexto: está a tomar por culo de la estación de Shinagawa, pegado al mar y a donde solo se puede acceder en autobús.

Un solo centro para una ciudad de 13 millones de personas. Tócate los huevos, Hirohito, los pachinkos que no falten, eso si.

Pero mira tu que aunque llegamos muy pronto, aquello estaba ya hasta la bandera de gaijines a los que solo nos queda suplicar que nos dejen seguir viviendo en el país de lo melonpanes. Seis horas nos tiramos allí dormitando por las esquinas, todo para diez minutos, si llegaron, en los que nos revisaron las dos solicitudes: la de renovación del visado y la de residencia permanente.

Y ya después de semejante ultracoñazo nos fuimos a comer juntos los dos solos como cuando éramos novios, la Chiaki y el Toscano mano a mano en un restaurante, y sin que nadie grite o llore en el peor de los destiempos entre plato y plato.

Curiosa sensación: meses deseando estar un poco en calma y a los dos minutos echando de menos a Kota a rabiar… ¿de verdad que no estuvo siempre con nosotros?, ¿qué hostias hacíamos antes?.

Ayer justo llegó la postal esa que te meten en el buzón diciéndote que vuelvas otra vez a donde Buda se tiró un cuesco de natto a recoger tu flamante nuevo visado que será, quizás, de tres años otra vez aunque tenemos fé en la residencia permanente, si no por llevar ya diez años aquí, casado y con un crío, que sea por la hipoteca, que aunque me quisiese ir del país no sé si el Sumitomo iba a estar muy de acuerdo con la movida.

En serio: diez años en Japón, habrá que joderse, yo que venía para un par y aquí sigo con más onigiris en el cuerpo que bocadillos de jamón serrano ya.

Esta década ha sido tremenda, muchas esquinas he doblado, muchos trenes cogidos hasta llegar a la pedazo midlife crisis en la que me encuentro actualmente. Jodida esa, ¿eh?, no hay medicina que la cure, esto no tiene vuelta atrás, amigos, cualquier día me tiño el pelo de rubio o me apunto a piano.

Dejadme que recopile algunas historias de cada una de las etapas vividas, más por mi que por vosotros, por aquello de la nostalgia, esa que a veces aparece maquinando por la espalda chuleándote suspiros.

Los primeros años aquí fueron una segunda adolescencia, o quizás la que nunca tuve: en mi pueblo estuve trabajando desde muy joven de pinchadiscos en un bar los fines de semana, lo que me dejaba poco margen de maniobra para ejercer mi derecho al botellón y posterior ritual de emparejamiento. Bueno, eso y que era bastante tolai, que no espabilaba nada. Luego ya cuando dejé ese trabajo y empecé la universidad, me eché novia y al poco de dejarlo me vine aquí donde lidié con mi miseria tratando de pasármelo lo mejor posible, sobretodo por las noches.

Viví, en Tokio, los dieciocho a los treinta. No te lo pierdas.

Esa fue el primer capítulo, la primera fase, una especie de Erasmus cambiando universidad por oficina. Hice muy buenos amigos precisamente en el trabajo y no era raro que quedásemos después del currele para liar alguna; que fuese debajo de un cerezo o en un izakaya daba igual mientras hubiese cerveza de por medio.

Las ganas las poníamos cada uno desde casa.

Recuerdo más de una vez que se nos hizo de día en un karaoke, bueno, más de una y más de veinte; lo raro era que no acabásemos en uno. Digamos que a ciertas horas uno tiene que elegir por donde tirar: si un club, un karaoke o cada mochuelo a su correspondiente olivo sobrepagado con key moneys y mas mierdas inventadas por la mafia de las inmobiliarias y los propietarios japoneses.

Siempre solía ganar la del medio: los clubs son para lo que son, al fin y al cabo, que es intentar hacer un +1. Los karaokes, al igual que los izakayas, sin embargo, son idóneos para pasárselo bien entre amigos mientras bebes, comes y cantas independientemente de que estés en uno u otro; además suelen ser bastante más baratos y esa época yo no es que tuviese precisamente dinero que malgastar, o más bien malgastaba lo poco que ganaba, que total me da lo mismo que me da igual.

Decía que quería contar, al menos, que aquella noche fue curiosa. Akira, el grande del grupo, huyó en pos del último tren; al de Yokohama no le quedó más remedio que dejarnos solos a Roxanna, Eri, Josh y a un servidor precisamente en aquel mugriento karaoke de Shinjuku. Muy a su pesar, porque todo lo que tenía de grande, lo tenía de fiestero: le gustaba más un chuhai que a Rato un datáfono.

No haría ni media hora que Eric y Noriko habían desaparecido. Otros que tal bailan, qué sospechosos, esto había que decirlo también: siempre supe que aquellos dos estaban liados a pesar de que ella tenía novio formal. El presuntamente cornamentado chaval tenía la mayor cara de soso a este lado del río Meguro, daba pereza verle desde lejos, el Facebook seguramente le pondría: «¿es este tu novio el sosaínas? ¿te lo etiqueto ya?» cuando subía ella fotos de los dos. Nunca entendí cómo Noriko, que, aparte de ser de las chicas más guapas que he conocido nunca, era el encanto personificado, pudiese resignarse a estar con semejante desaborío. No parecía mal chaval, ojo, probablemente fuese un buen tío, pero, joder, no salía una palabra de él ni pegándole, era más sieso que un obispo a dieta, si me lo hubiese encontrado atendiendo en inmigración o en un banco, no me habría extrañado lo más mínimo. Menuda cara de palo que tenía. Hablando un poco a lo Inda, diría que de primeras, no estaban al mismo nivel ni de lejos. Ella era casi un diez y él no llegaba ni a la mitad de los dedos de una mano, siendo generosos.

Continuó

El tío de la máscara

Menuda marcha llevo con el blog, ¿eh?, acojonante el ritmo de actualizaciones!! ni os da tiempo a leer y ya tenéis otro post!!!

(Perdón perdón, hago lo que puedo, pero con Kota dando botes está la cosa un poco difícil…)

Bueno, total, que yo venía a contar lo que me pasó el otro día, que me eché unas risas muy bonicas, vamos a ello:

(entre el párrafo de arriba y el siguiente he montado la casa de Anpanman y rebuscado el sombrero de Mr. Potato que resulta que estaba metido dentro de un calcetín de Chiaki)

Supongo que ya sabéis que por aquí es bastante habitual ver a gente con máscaras de esas de papel por la calle. En algún sitio leí que es por la contaminación, pero lo cierto es que no tiene nada que ver: aquí la gente lleva máscaras cuando están enfermos básicamente para no contagiar al prójimo. Bueno, ese es el uso oficial, yo también me pongo máscara si no me quedan más huevos que ir en trenes de esos petadísimos por las mañanas donde no es raro que te echen el aliento de la muerte mezcla de tabaco y café, así tiene que oler la puerta del infierno, vamos no me jodas, que ascazo. ¡Ah! y el otro uso «no oficial» que se da es cuando alguna chiquilla tiene algún grano cerca de la boca o no se ha depilado el bigotillo pero tiene que salir a la calle, es la solución perfecta, que no se me pasa ni una a mi (me lo contó una que yo me sé pero vosotros no, jejeje).

Pues el otro día dejé la bici aparcada ya en Shibuya y enfilé el camino de la oficina, con menos prisa que ni sé, también hay que decirlo. Delante de mi iba un viejales entrajetado con máscara que no hacía más que sorberse los mocarros ahí formando un ruido asquerosísimo a cada dos pasos. Esta movida a mi me da mucho asco, así que apreté el paso para quitarme de encima a semejante engendro de la vista cuanto antes. En lo que estaba adelantándole por la derecha y sin que el elemento se diese cuenta que iba yo por ahí, cogió aire dos o tres veces, se sorbió los mocos a todo lo que daba grrrsssshhhhhjarrr y se dispuso a echar un gargajo del tamaño de la cabeza de Tyrion Lannister exactamente, sin desviarse un milímetro justamente encima de lo que viene siendo mi excelso ojete. Yo pegué un bote y dije algo así como «cojones!! tu puta madre!!» pero el tío ya lo había propulsado al mundo exterior con el pequeño detalle de que… ¡¡¡¡llevaba todavía la máscara puesta!!!!

Yo me descojoné vivo mientras el señor cerdaco se quitaba la mascara que era igual ya que una bolsa de té usada y mascullaba mierdas en japonés del estilo de «mecagüen la madre que me parió, que no me he dado cuenta, joder, aggghh, hostias».

Mira tu que manera más guapa de empezar la mañana gracias aquí al tío gargajos!! :descojoner:

¡A la mierda todo!

Llevamos unas navidades un poco moviditas los Tosca, el pequeño gran Kota se ha puesto malico y de momento nos hemos pasado unos días en casa. Hoy ya está mejor y está en la guardería, no preocuparse. El caso es que gracias al encierro forzado a pachas con Chiaki, he tragado bastante tele japonesa, si, esa en la que no sale más que gente comiendo y grupos de ídolos haciendo el monguer todos juntos. Y entre tanta gilipollez, porque mira que es infumable lo que echan, ¿eh?, me ha llamado la atención un vídeo que se ha hecho viral aquí en el que se ve a un empleado de una empresa de paquetería mandar todo a tomar por culo y emprenderla a hostias con los paquetes, el carrito de llevarlos y la madre que parió a todo, jajajaja, ojo aquí que le han cazao con la cámara:

A raíz de esta movida, parece ser que se ha descubierto que este tipo de empresas pagan dos duros y medio a los chavales a los que encima de pasar más frío que los huevos de un pingüino, encima les meten muchísima presión para entregar los paquetes en el horario acordado con el cliente (aquí en Japón, este tipo de servicios son inmejorables para el cliente, pero claro…).

Ala pues, marcho que he quedao!
:feliciano:

Colaboración en Mochileros 2.0

Hace bastante mas de un mes que me contactaron de Mochileros 2.0 para una colaboración en un artículo que tenían pensado publicar recopilando la visión de Japón que teníamos cada uno de nosotros. El caso es que lo que acabé escribiendo el día aquel que nevó, no fue ni mas ni menos que otro post mas del ikublog, así que es de justicia que lo publique aquí también. Por cierto, que a ver si retomo el blog mucho más en condiciones, que esto no puede ser ya, mecagüen la madre que parió a Peneke cuarenta veces!!!

A ver que os parece:


Hoy nos hemos levantado con nieve en Tokio. Por lo visto, hacía algo más de cincuenta años desde la última vez que nevó en Noviembre y la televisión se ha encargado de recalcar este hecho una y otra vez estos últimos días. Es curioso: aquí se empeñan en exagerar hasta llegar a veces al ridículo cualquier evento de estas características… ahora que con el historial que tiene este país a sus espaldas, no seré yo quien les eche culpa alguna. Siempre suelen tratar de dar la máxima cobertura a, por ejemplo, cuando viene un tifón, mandando a un señor con un casco al árbol más cercano al epicentro con la intención de captar cuatro imágenes de hojas moviéndose. Y conectan con ese señor una y otra vez aunque a veces el tifón no haya llegado y apenas llueva, y hacen zoom a todo lo que da a los charcos, y en realidad allí no se ve nada más que un txirimiri y en la mayoría de los casos el tifón se desvía o se disipa antes de llegar.

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El caso es que si, que hoy ha nevado, no demasiado, pero si como para que uno se levante contentete por la cosa de la novedad. A mi hijo Kota casi hemos tenido que atarle a la pata de la mesa para que no saliese en pijama a la calle a pisar la nieve; es muy emocionante volver a vivir las cosas olvidadas de este mundo, ya tan normales, tan anodinas para nosotros, con los ojos de un niño de tres años como aquella vez que se chocó contra su misma imagen en el espejo de una tienda, o cuando nos enseñó la luna como su mayor descubrimiento señalándola como si le fuese la vida en ello con ese brillo tan especial de esos ojos de ver de primeras.

Hoy le he llevado a la guardería en brazos, bueno, en realidad colgado de mi con uno de esos artilugios, esa especie de mochila en la que le llevas, estómago con estómago, cual canguro. Cada vez pesa mas, no sé yo hasta cuando esto podrá ser viable, aunque me dice Chiaki, mi mujer, que ya van por tres las veces que ha vuelto ya andando todo el camino, seguro que en nada estamos echando carreras los dos por las mañanas.

Me resulta curioso lo integrado que estoy en esta nueva vida de padre, tan reciente y ya tan consolidada, tan natural. Hablo con otros padres y madres por las mañanas y siempre juego un poco con los demás niños y con Kota antes de salir de la guardería a afrontar la oficina. Ni los padres ni los profesores hacen distinción alguna porque yo sea el único occidental que deja allí a su hijo, hijo que no deja de ser más japonés que nadie aunque tenga el pelo castaño y los ojos más grandes que los demás. Por supuesto los demás niños ni notan la diferencia, o si la notan les da igual a la hora de meterme bloques de lego en el bolsillo de la chaqueta o enseñarme bellotas que han cogido del parque cercano, o contarme lo primero que se les pasa por la cabeza. Hoy Kaede-chan, después de enseñarme su camiseta rosa, me ha contado que ayer estuvo en casa de su abuela y que le dio chocolate; Shunya-kun me ha insistido, a gritos, que la nieve era igual que el kakigori que hace su padre y Tsubasa-kun me ha dado una hamburguesa de plástico mientras decía “irajaimaje” porque resulta que no pronuncia bien las eses.

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Al salir y como nevaba aún más si cabe, hoy también he aparcado mi bici y he ido a trabajar en tren. Las bicis, la mía y la eléctrica con la que llevamos a Kota, las alternamos entre el parking de casa y uno público que hay cerca de la estación que llevan unos jubilados por turnos. De alguna manera, gracias a la rutina de vernos todos los días supongo, nos hemos hecho buenos amigos; alguna vez hasta les he llevado algún pincho de tortilla para probar que era verdad eso de que yo también cocinaba en casa. Uno, a cambio, me regaló un libro de poesía que todavía no he leído ni sé si podré ser capaz de leer en condiciones algún día.

Por perderme esos ratos con mis abuelos prestados, no me gusta nada tener que ir en tren, por ese y otros motivos entre los cuales está la obviedad en Tokio de que los trenes son latas de sardinas por las mañanas, pero lo que más me disgusta, diría que incluso me apena, es la falta de maneras, de educación. Es algo que siempre me ha llamado la atención y con lo que todavía no he sabido lidiar. Me refiero a que en Tokio y de momento en cualquier otro lugar de Japón en el que he estado, la educación está asumida: cada uno respeta a cada cual, se valora la limpieza, el silencio, se reservan los gestos, se ceden pasos, se sujetan las puertas, se guardan las formas, la cortesía es intrínseca a esta sociedad… excepto en las estaciones de tren. Por alguna razón que todavía no acabo de comprender, cualquier anden en Tokio por las mañanas es una república independiente donde reina el caos: listos colándose para entrar los primeros en el tren, ancianos que tienen que hacer el viaje de pies porque tres salary man entrajetados se hacen los dormidos en los asientos de cortesía, empujones, pisotones…

No me gustan nada los trenes, por eso no me gustan los días de lluvia.

El trago se olvida pronto, entre resignación y costumbre, uno logra abstraerse y en cuanto llevas un par de minutos fuera de la estación, vuelves a querer a este país.

Suelo comprar algo para desayunar en el Seven Eleven de la esquina. Hace un par de meses que dejé de tomar café, pero siempre compro un onigiri o algún sándwich y una botella de agua con la que pasaré la mañana entre pantallas y teclas.

Nada de demasiado interés que recalcar en las horas de oficina. Donde yo trabajo, se trabaja bien, el nivel es muy alto y uno nunca deja de aprender. Me gusta estar donde estoy pero hay algo a lo que todavía no me he acostumbrado aunque también me pasaba en la anterior empresa en la que trabajé y es que los compañeros no te saluden por la calle, incluso por el pasillo.

Sé que no es algo racista, no tiene nada que ver porque lo hacen también entre ellos, me resulta incómodo cruzarme con alguien que conozco de sobras y que mire para otro lado aún habiéndome visto. A mi modo de ver es un gesto hostil, pero aquí no es así. No pasa con todos, hay algunos con los que tengo muy buena relación y siempre intercambiamos un par de palabras fuera de la oficina, como aquella vez que me encontré a uno de sistemas con su novia en un centro comercial en el que estaba yo con Chiaki, Kota y mi suegra y estuvimos echando un rato majo los cinco. Pero si que diría que es la norma general y no me gusta, me incomoda.

A los mediodías suelo ir al gimnasio, es un Gold’s Gym que hay en Shibuya al que van también algunos famosos como el chico negro del anuncio de SoftBank con el que he coincidido ya un par de veces. Es curioso como todos los gimnasios se parecen entre si; en Tokio también tenemos a los mismos personajes: el que le pone el doble de peso del que puede levantar a la máquina y hace series a medias a velocidad absurdísima, el que resopla y jadea dando vergüenza ajena, el que está más al móvil que a hacer nada, el de las poses en el espejo… en fin, yo a lo mío.

Si he de buscarle algo bueno a los días en que me toca aparcar la bici, es que aprovecho el rato de ir andando hasta la estación desde la oficina para disfrutar del disparate que es Shibuya con un poco más de calma: me paseo por entre las miradas de la gente, subo y bajo escaleras y cuestas, y mientras cruzo uno de los pasos de cebra más famosos del mundo, me pregunto, con la cara iluminada por televisiones enormes en alturas imposibles, ¿te has acostumbrado a esto, Oskar? ¿esto va a ser ya tu vida para siempre?…

Y entonces llego a casa y Kota grita “¡¡Mamá mamá, ha llegado papá!!”, y sale corriendo hacia la entrada donde yo aprovecho la inercia de su carrera para levantarle lo más alto que puedo en brazos y darle el beso que le tenía guardado desde que me despedí de él en la guardería.

Y pienso que quizás mi vida no sea tan diferente de la de cualquier otro padre primerizo del mundo, que Japón, que Tokio es circunstancial, que mientras estemos juntos, el escenario no es trascendente, da igual.

Nah, que ba. Tokio mola.

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Volquetes de wasabi

Mira que el otro día contaba la última gilipollez de las chiquillas que pedían el sushi sin arroz para conservar la línea (y la tontería supina). Bien, pues resulta que una cadena de sushi de Osaka se ha tirado todo el verano troleando a los clientes extranjeros, sobretodo coreanos, echándoles una pechá de wasabi más del que tocaba.

Por lo visto les han cazado después de que les montaran el pollo y han tenido que emitir un comunicado oficial y toda la pesca. Como el tema es gaijin-sensible, han tenido que desmentir que era por racismo y la razón a la que se aferran es que la gran mayoría de los coreanos les pedían «extra» de wasabi normalmente, así que lo hicieron norma y cada vez que entraba uno, les ponían ahí más mandanga de la correspondiente.

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Ojo a la noticia en el telediario, le ponen ahí más wasabi que pescado casi:

Lo gracioso del tema, aparte de la supina troleada, es que en los medios lo han querido bautizar como «WasabiTero» que viene a significar: «Terrorismo de wasabi». Tiene huevos la cosa, que elementos tenemos por aquí en la tele también.

Y bueno, toca la Toscareflexió: tal y como yo lo veo, es una cadena de restaurantes muy popular entre los extranjeros, así que probablemente habrá gente allí haciendo cola para entrar. Los chefs, hasta los huevos de no entender la mitad de las cosas que le piden, de la cantidad de chorradas que tendrán que aguantar estilo «pásame el sashimi por la sartén que en mi país lo del pescado crudo como que no», han salido por lo de enchufarles volquetes de wasabi hasta que se les quiten los mocos de por vida. ¿Razonable y justificable?, en absoluto, pero divertido que te cagas, jajaja, que cabrones!!

Pongámonos también en el lado contrario: si a un bar de pintxos en Bilbao siempre que van japoneses les piden la tortilla con el huevo medio crudo, sería entendible que por defecto se les sacase esa ya, ¿no?. Además es bastante probable que se metiese en el mismo saco no solo a japoneses, sino a cualquier oriental. Pues esto del wasabi la misma mierda es, pero al revés, y por extranjero aquí entra todo el resto del mundo no-japonés.

Ala pues! que vaya bien el domingo!

Una cena de más

Fue uno de los primeros viajes que hicimos los tres junto a la madre de Chiaki; tengo casi la certeza de que fue el primero de todos aunque no acabo de poder acordarme del todo.

Para mi era algo novedoso, pero sin embargo para ellas dos era la continuación de una tradición familiar de hace muchos años, de cuando el padre de Chiaki todavía vivía. El destino siempre ha estado elegido y no es negociable: el ryokan en el que tantas veces se habían alojado los cinco cuando mi mujer y sus dos hermanos eran pequeños. Supe al instante que era algo importante para ellas dos, que era algo que debían hacer por honrar al abuelo que Kota solo conoce por las fotos, al suegro con el que, con el respeto que le otorga el rango, me hubiese encantado tener que tratar.

No sé demasiado de él: que era monje, como su padre y como su abuelo y como ahora lo es el mayor de sus hijos, que vivió una temporada en Nueva York, donde nació Chiaki, que hablaba inglés y que le gustaba tratar con extranjeros. Cuando me hablan, con infinita nostalgia, de él, suelen acabar la conversación con un: «le hubiese gustado conocerte, os hubieseis llevado bien».

Supongo que si, no tengo duda alguna.

Es imposible que deje de dolerme algún día pensar en que Kota y mi padre apenas se han llegado a conocer…

Al llegar al ryokan me presentaron a la dueña con cierto orgullo y muchas reverencias y cuando el pequeño Kota decidió asomarse desde el refugio que eran mis piernas, creí notar que aquella buena mujer se emocionó de verdad al conocerle. Yo no pude evitar, aún sabiendo de sobra que no era así, sentirme como un intruso en aquella escena tantas veces vivida por aquella familia de la que ahora yo formaba parte y sin embargo a la vez era hermoso compartir la ilusión de Chiaki y de Tokuko, su madre, por enseñarme cada recoveco de aquel lugar entre montañas, por desgranarme cada recuerdo de cada rincón. Al río se cayó Nobuaki al intentar saltar de piedra en piedra, en el bar antes tocaba un señor mayor aquel piano que ves allí y la gente le bailaba las notas ataviados con el yukata del ryokan, de pequeña entraba en el onsen con mi padre…

El tiempo fue horrible: llovía a mares y hacía mucho mas frío del que tocaba en aquella época del año. Eso hizo que prácticamente hiciésemos vida entre paredes los dos días que hicimos noche; recuerdo que solo salimos un poco una vez que clareó la luna porque, decían, que se podían ver las luciérnagas danzando al compas del agua del arroyo, pero duramos justo lo que Kota tardó en asustarse por la oscuridad.

Tampoco importó demasiado: el edificio original se había ido quedando pequeño con los años y se le fueron anexando nuevas construcciones a ambos lados unidas por pasillos por los que uno nunca tenía claro del todo si iba a acabar saliendo al onsen, al restaurante, al salón con chimenea del piano o directamente a recepción. Harían falta más de dos días para aburrirse por allí dentro.

Volviendo de los baños la primera vez a mi me costó un buen rato encontrarme.

Aunque había un comedor enorme, la cena se servía en la habitación. En nuestro caso nos hospedábamos en dos diferentes para que Tokuko tuviese la intimidad, y quizás la paz, que Kota de ninguna de las maneras le iba a dar, pero a la hora de la cena nos juntábamos en la nuestra, que era la más espaciosa, no andaré demasiado desencaminado si digo que andaría por más de diez tatamis.

Como en prácticamente todos los ryokans, la cena era algo a lo que uno debía prestar toda la atención posible: aquello no es algo que se coma mirando la pantalla del móvil; esos platos son tan exquisitos que hay que degustarlos con todos los sentidos. Sabores y colores, aromas y texturas todos compitiendo en un equipo perfecto para formar la más refinada de las experiencias. Eso mientras uno está sentado en el tatami, en posición de seiza, ataviado con un yukata y en mi caso, rodeado de la rama japonesa de la familia.

Os podéis imaginar.

Volvió de nuevo la dueña a atendernos personalmente. A la izquierda de la mesa empezó a alinear con una mano, sujetándose la manga del kimono con la otra, cuencos desafiantemente humeantes de sopa miso, de arroz, de tofu que combinaban perfectamente con platos de pescado, de carne, de encurtidos, de trozos de pescado crudo de mil tonos y colores entre hojas shiso y piedras blandas de wasabi.

Lo hizo de forma armoniosa, sin prisa, tardó un buen rato en el que nadié pronunció palabra alguna, incluso Kota, lo que es mucho decir.

Después empezó a hacer lo propio delante de cada uno de nosotros por orden descendente de edad.

Cuando hubo acabado, había cuatro cenas: la de Chiaki, la de Tokuko, la mía y una más colocada con exquisitez delante de la hipotética persona que habría de presidir la mesa.

Entonces se sentó sobre sus rodillas cerca de la puerta, se ajustó el kimono a la altura de las caderas, nos hizo una reverencia y dirigiéndose a la madre de Chiaki, le dijo:

– Habéis venido tantos años que no puedes imaginarte cuanta alegría he sentido al saber que volvías a venir con tu familia que ha sido siempre un poco mía. Te doy las gracias por ello.

Entonces se dirigió a Chiaki:

– Te he visto correr por esos pasillos y crecer más rápido de lo que nunca hubiese imaginado, año tras año. Y ahora eres madre, es increíble lo poco que hemos cambiado nosotros y cuanto lo has hecho tu. Gracias por querer seguir viniendo y presentarme a tu hijo y a tu marido.

Y después de hacerme una reverencia a mi, volvió a hablarle a Tokuko, que hacía tiempo ya que había dejado de tratar de disimular las lágrimas:

– Como en otros tiempos, para mi tu marido sigue estando aquí velando por ti, por vuestros hijos y ahora por su nieto. Por favor, disfrutad de esta cena junto con él y honrad así su presencia. Siempre que vengáis, para mi él seguirá estando como siempre ha sido, como no debería de haber seguido siendo. Siempre os esperaré con los brazos abiertos, a él también.

Hizo otra reverencia, esta vez apoyando las dos manos en el tatami, y con especial elegancia deslizó de nuevo la puerta de papel de la habitación tras ella.

Nos costó parar de llorar. Nos costó un buen rato recuperar el habla. Fue Kota el que con el más a destiempo de sus gritos de “itadakimasu” nos hizo volver de aquel mundo de eterna nostalgia infinita al que ellas dos se fueron llevándome de pasajero.

– Por favor, Oskar, come, compartamos su comida entre todos -dijo Tokuko.

Y aunque a mi nunca se me hubiese ocurrido tocar ni un solo grano de arroz de lo contrario, así lo hice, así lo hicimos.

Aun conservando el gesto de haber derramado lágrimas, las vi felices, las sentí en paz y disfruté del brillo de sus sonrisas con más de un recuerdo de todos los que trajeron aquella velada entre las dos.

Hemos vuelto al menos dos veces más que recuerde y en todas y cada una de ellas ha estado el sitio reservado y la cena puesta para el que falta, pero que sin embargo, está. Sin que hubiese que pagar más por ello, sin que hubiese que pedirlo.

El sushi, sin arroz, por favor

Esto me lo había contado Chiaki alguna vez y el otro día leí una noticia sobre ello. El caso es que últimamente a las chiquillas les ha dado por pedir sushi en los restaurantes, pero sin el arroz por aquello de la dieta y los carbohidratos. Es decir, básicamente entran en un restaurante de sushi y le piden al señor que les de el trozo de pescado crudo directamente… ¿tiene o no tiene huevos?.

Por si acaso, aclaro que sushi es el trozo de pescado crudo encima del arroz, al pescado crudo solo se le llama sashimi.

Uno podría decir que bueno, que total, que si pagan, por mi como si lo aliñan con cocacola y se lo zampan. Lo que es seguro que es todos los chefs pensarán que manda tamagos el asunto, como el de esta noticia que no dudó en echar a la chica del restaurante cuando se lo pidió. Chiaki se descojonaba.

Leyendo los comentarios de esa noticia, la mayoría de la gente está a favor de que el chef le saque el sushi sin el arroz como pide. Yo probablemente habría hecho lo mismo, pero si tu plato se basa en dos ingredientes y viene una rascayú a decirte que te ahorres uno, gracia seguro que no te hace, sobretodo sabiendo que eso mismo lo puede comer en otros restaurantes. Es como pedir un bocadillo de jamón sin pan o un café con leche sin leche.

Aunque el cliente en teoría debería tener la razón, por aquello de que es el que paga, creo que hay que tener cierto sentido del ridículo y respeto por lo que se ofrece, no hay que olvidar que estás en casa ajena. No se me va de la cabeza aquella vez que en un restaurante italiano una chica pidió una pizza de rúcula, pero sin la rúcula… lo que es lo mismo que pedir una masa de pizza sola. Y esto lo dice alguien que suele pedir que no le echen tomate crudo a nada, pero no se me ocurriría pedir una ensalada de tomate sin tomate.

Además, coño, que el sushi es un arte!! amos no me jodas!! tontalaspelotas!!!

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Ojo a estas fotos, que el chef en aquel restaurante me vio sacando fotos como un loco y me hizo el sushi más pequeño del mundo para que lo sacase también, menudo artista!!

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Este mundo es cada vez más un contradios y un disparate, madre mía.

En fin, ahí va un video de gatetes zampando sushi para rebajar tensión:

Otoño otoñete

La vírgen como pasa el tiempo, madre de Dios.

¿¡¿Qué pasa, patausagis 足兎!?!? ¡¿¡que marcha me lleváis?!?. Yo aquí ando dándome cuenta de sopetón por enésima vez de que el tiempo pasa más rápido que ni sé… que se haya acabado el verano ya… ¿cómo te quedas?, yo pericueter tirando por lo bajo.

Bueno!! pasemos a ver en qué berenjenales hemos andado metidos… ah sí, ¡las vacaciones de verano!. Este año no han sido nada del otro mundo en realidad: una semanita solo na más. Como yo entré a trabajar en la empresa el uno de abril, me corresponden 12 días de vacaciones, pero jodé, desde que entré me he puesto malo bastantes días con fiebres más tontacas que ni sé (sponsored by la guardería de Kota, que se pone él malo un día, me lo pega y yo me tiro una semana). No sé si sabéis que aquí si te pones malo, o te pillas el día de vacaciones o te lo descuentan del sueldo, no hay más. Así que total: vacaciones muy cortas, pero mira, de lo malo malo, eso que ahorramos para volver a España los tres el año que viene que ya son tres billetes de avión los que hay que pagar.

De esa semana, decidimos pirarnos tres días a Atami a que Kota pudiese ir a la playa por primera vez en su vida con calma, y luego otro par de días a Hakone esta vez con mi suegra para que pasasen tiempo juntos porque aunque vivimos a apenas una hora de distancia, lo cierto es que la rutina nos deja poco margen para vernos. Qué curioso.

Bueno, total, que este viaje de Atami yo creo que ha sido el primero en el que nos lo hemos pasado bien de verdad con Kota, de repente la cosa ha cambiado de estar todo el rato intentando que no llore, que no lo pase mal en los trenes o intentar que se duerma en hoteles «hostiles», a descojonarnos vivos con sus ocurrencias. Es muy gracioso como entra en la habitación y se emociona a grito pelado descubriendo lo que hay dentro: «PAPÁ!!! EL BATER!!!!», jajaja, es el pataliebre mayor del reino!!

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La playa de Atami no es tampoco nada del otro mundo, la verdad es que quitando Okinawa, todavía estoy por ver una playa que le haga sombra a cualquiera de las nuestras del norte: aquí están bastante sucias y hay más gente que ni sé (por cierto: ¿sabéis que hay el doble de pezones que de personas?, de nada, el saber no ocupa lugar). Pero estuvo guay la experiencia de meter por primera vez a Kota en el mar: estaba acojonadísimo con las olas, jajaja.

Al volver a Tokyo, aprovechamos para llevarle también a Kota al cine a ver una película de Anpanman, por cierto que un día tengo que hablar del emporio Anpanman, es acojonante lo que tienen montado aquí en Japón con esos dibujos animados… es una mafia. Pero bueno, sacaban peli y tenemos un cine cerca que se adapta bajando el volumen y dejando bastantes luces encendidas para que puedas ir con niños muy pequeños sin que salgan escopeteados al primer trailer. Kota estuvo muy muy callado toda la película, yo creo que tan flipado que no era capaz de decir ni mú, parecía que no lo había disfrutado nada, pero luego después no dejó de hablar de la «tele grande» donde había visto al cararedondaman y de la peli en si, jajaja, jodé, es muy emocionante hacer estas cosas tan «normales» para nosotros con él.

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Jaja, me acabo de acordar que cuando saqué esa foto el móvil hizo un ruido de la hostia y encima saltó el flash, jajaja, vaya notas el gaijinaco de las entradas!!

Como decía por ahí arriba, también nos fuimos a Hakone con la abuela. Lo cierto es que hizo bastante malo aunque no llegó a llover, no vimos el Fuji ni de coña, pero lo pasamos muy muy bien. Kota no le soltaba la mano a la abuela ni pa Dios e hicimos lo que se hace en Hakone: subirnos en mil vehículos desde teleféricos, funiculares, trenes hasta el barco ese del lago. Y a la vuelta, pues echarnos un obento en el tren como mandan los cánones japoneses (te dan un mes más de visado por cada uno que te zampes si presentas el ticket en inmigración).

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De vuelta en Tokyo, otra vez, resulta que ese fin de semana había fuegos artificiales cerca de donde vivimos, así que fuimos a una azotea de unos centros comerciales que la abrían para estos menesteres y que prometía unas vistas privilegiadas.

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¿Veis el pedazo de logo del Seven Eleven?, pues detrás estaban los fuegos… qué cabrones, mientras vendían cervezas y bentos los del centro comercial, no avisaban que sólo se jipiaba algo si te sentabas a la derecha del todo… así que cuando empezaron y ya nos habíamos comido y bebido a Dios por una pata, no se veía ná y se escuchó un «EEEEEEEEE?!?!?!?» del 90% de los que estábamos allí que no nos quedó otra que pirarnos resignados para casa. Jajaja, menuda historia, hora y media esperando pa ná!!

Y las vacaciones se acabaron y la rutina sigue, que con Kota es cansada a veces pero aburrida nunca. Ojo a la foto:

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Un buen ejemplo: ir a cambiar las sábanas de la cama y al volver encontrarte que el tío le había pegado un bocao a todas las manzanas del frutero y luego las volvió a dejar ahí… y se estaba descojonando tanto que es que no puedes hacer otra que reírte también, jajaja.

Ah, jaja, ojo a esta otra foto también:

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Esa me la sacaron hace un par de meses, porque querían hacer una página para animar a la gente a que se viniese a la empresa; me hicieron una entrevista y después me hicieron posar ahí en plan modelo: ríete, ponte serio, las manos en los bolsillos, mira hacia un lado… jajaja, estuvo guay, me lo pasé muy bien y salieron fotos chulas. Cuidao conmigo que todavía tengo mojo, cuidao conmigo !!

La web es esta si tenéis curiosidad: Recruit Peroli.

Carlos, por cierto, deja de trabajar conmigo, jaja, anda que ha durado el tío. Voy a echar de menos el rollo que nos traemos, no tiene nada que ver trabajar solo en japonés que poder comentar la jugada en tu idioma con un colega. En fin, dicen que no hay dos sin tres, así que vete a saber!

En otro fin de semana tonto, nos fuimos con los de la empresa de Chiaki a una granja que hay en Chiba a ver ovejas. A mi, que soy de Zalla, que cada vez que iba a ver a mis abuelos pasaba por prados llenos, este plan me parecía una chorrada muy gorda, pero todo sea por ver la reacción de Kota que tenía pintas de que se iba a reír mucho.

Al final no fue así: al montarnos en un autobús, Kota se mareó y empezó a devolver, no teníamos ropa para cambiarle y hacía bastante frío… al final compramos ropa en una tienda que había por ahí y pudimos disfrutar un poquito de los bichos, pero la verdad es que nos podíamos haber ahorrado el viaje…

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En otra de estas, Chiaki se fue con una amiga suya que también tiene un crío de la misma edad que Kota, a pasar el día por ahí. En otras palabras: la jefa me dio el día libre, jajaja, así que se me ocurrió que estaría guay coger la bici e irme a visitar la casa donde viví tantos años yo solo al llegar a Japón. Me recorrí veintipico kilómetros y me moló ver Honmonji otra vez, además me hizo un día de la hostia. Saqué fotos para mandárselas a los de Orbea, pero pasaron de mi culo un huevo, jajaja, que gañanes!!

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Chiaki hizo los años, yo que voy a hacer cuarenta mañana flipo con lo joven que es, Tosca, eres el puto amo, jajajaja. Le regalé un pedazo de bolso, compré una tarta en Shibuya que traje en la bici como pude y un montón de chorradas de la tienda Tigers esa. A la mañana me levanté sobre las cinco para preparar todo, pero me pilló a medias, jajaja. Eso sí, la canción del cumpleaños feliz que ensayé con Kota fue infalible y estuvo un rato soltando lagrimones, jejejeje. ¡¡ Muchas felicidades, guapísima mía !!

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Y luego ná, como siempre pasando los sábados con Kota. Es el pito’s day del clan Tosca, los hombres de la familia se quedan solos para liarla tan parda como ir al parque a los columpios, a la piscina de bolas esa o a dar paseos por la calle buscando hormigas. Me río yo de Pablo Escobar, nosotros si que somos peligrosos, amigos!! cerrad puertas y ventanas que salimos a liarla!!

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Y con esto nos ponemos al día, creo yo. La última locura que me queda por contar es la del invento para hacer dominadas que compré y con el que creo que me he jodido el cuello porque me duele lo que no está escrito:

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Eso si, si finalmente hacemos el Dominada’s Challenge el maldito albaceteño y yo, que no se diga que no iré preparado!! (Chiaki dice que pa cuando llueva vendrá bien: arriba tendemos los pantalones y abajo las camisas.)

Y ya está, voy a ver si bajo a Kota de la encimera y consigo que se duerma un ratejo. De mientras…

¡¡ háganme el favor de pasar un buen fin de semana, muchachos !!
:gustico:

Pokemon Go: guía de seguridad

Que se va a liar parda en Japón cuando lo saquen lo saben hasta los chinos. Sobretodo aquí en Tokyo, estoy expectante no por descargármelo y jugar, que eso me la chuza bastante, sino por las noticias que van a empezar a salir de la chavalada estampándose unos contra otros por cazar al bichardo de turno.

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El gobierno lo tiene todavía más claro y tratando de prevenir el desastre que sin ninguna duda va a ser, han sacado una «guía para jugar a Pokemon Go con seguridad». Juas, se va a liar parda igual, jajaja, me estoy riendo ya.

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Son de bastante sentido común, vamos a ello:

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Protege tu identidad

Usa un nickname y no tu nombre real y procura no subir fotos de tu casa y alrededores a las redes sociales.

Cuidado con las aplicaciones chusqueras

Saldrán un huevo de aplicaciones alrededor de la oficial prometiendo hacer tu misión más fácil con trucos y consejos pero lo normal es que sean una puerta de entrada a tu teléfono para hackers o vengan con virus.

Bájate una aplicación que de el tiempo

No vaya a ser que estés cazando bichardos y te empiece a caer la de Dios es Cristo.

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Cuidao con el calor

Que en verano hace un caloraco bueno y estar todo el día en la calle puede hacer que te de un pampurrio.

Llévate una batería externa para el teléfono

Como el juego usa el GPS de tu teléfono, conviene que tengas una batería extra a mano.

Ten un plan B preparado siempre para contactar a tu familia

Lleva siempre una tarjeta de teléfono o reserva dinero para poder llamar a tu familia desde un teléfono público por si te pasa algo y te has quedado sin batería.

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No te metas en zonas peligrosas

Esta es de cajón, pero te aconsejan que no te metas en sitios donde sabes de sobra que no deberías estar.

Cuidado con gente que dice querer conocerte

Habrá gente que querrá que vayáis a coger pokemons juntos o que querrán liarte para que vayas con ellos a algún sitio porque ellos saben que allí habrá algún bichardo. No les hagas caso y no te vayas nunca con nadie que no conozcas.

No camines mientras miras el móvil

Esta en realidad no debería ser exclusiva del juego Pokémon Go, a mi me ponen de los nervios los que en las estaciones van mirando el móvil a paso de burra y hasta se chocan contigo. Pues bueno, bien está advertirlo, que si andas mira por donde andas y si vas a comprobar el mapa, párate en un lado que no molestes y que no te pongas en peligro.

Y ya. Me parece muy bien que saquen guías de estas y seguramente por la tele también saldrán consejos de este estilo en las noticias, pero es en vano!! ¡¡ se va a liar parda igual !! juassss

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¡¡Buen finde!!
:gustico: :gustico: :gustico:

Fuente: RocketNews24

Toscasemanas: Julio 2016

De vez en cuando voy a ir contando más o menos como he pasado la última semana o semana y pico porque, mira, esto luego mola verlo después para comparar. Y es que, amigos, nos pongamos como nos pongamos, las rutinas caducan y nuestros días serán probablemente muy diferentes a nada que dejemos pasar tiempo. Tiempo que, por cierto, se pasea él solo a la velocidad que le da la gana. Dentro de nada hará ya cuatro años desde que me casé y Kota está muy cerca de los tres tacos, no te lo pierdas. Parece todo mentira.

Así, pensando en como hacer esto, me he dado cuenta de que ahora mismo no hay mejor referente de mi actualidad que Instagram, así que paso a relatar, para el que quiera leer, lo que ha acontecido a los Tosca de un tiempo a esta parte según San Insta.

La primera foto que iba a poner es la de la cara de todavía más gilipollas que se me quedó cuando vi el resultado de las elecciones, juas, vaya país… Pero en fin, pasemos página pronto y pongamos otra más alegre:

A photo posted by CaDs (@cdonderis) on

↑ Bonica estampa esta, si señor, jajaja. Yo llevo en la nueva empresa casi cuatro meses, pero resulta que desde hace un mes está currando conmigo el señor Carlos… ¡otra vez!, porque ya rascatecleamos a pachas hace un par de años en otra empresa. Es otro mundo, no es que no saquemos trabajo adelante ni mucho menos, que anda que no currelamos con primor, pero la cosa cambia mucho cuando puedes comentar la jugada con un colega en tu propio idioma, menudas risas… y como salga otra movida que tenemos entre manos, ¡ni te cuento ya!

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Kota anda regulero, este mes estamos arreglados con resfriados y gripes, raro es que pasen tres o cuatro días y no se ponga malo el pobrecico mío. El caso es que le sube la fiebre un huevo y luego al día siguiente como vino se fue, es curioso. En uno de esos días buenos y aprovechando que el Tío Chiqui se iba para España, le compramos unos regalos a mi madre entre los que metimos una foto enmarcada de Kota felicitándole el cumpleaños:

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Lo de los envíos a España se ha puesto imposible… desde hace tres o cuatro años cuando mandamos algo para allá resulta que les toca pagar a ellos una pasta gansa por no se qué hostias de impuestos y mierdas que se han inventado. Gilipolleces supremas que nos han jodido el poder enviar cosas de aquí a nuestros seres queridos.

Y es que aunque aquí me va la vida muy bien, muchas veces, muchas más de las que seguramente creáis, me entra una especie de rabia tal que me enfado conmigo mismo por estar tan lejos de ellos, y más últimamente con todo lo que pasó el año pasado. Desde luego que hay que ver donde he venido a parar, como dice y dirá tantas veces mi madre con toda la razón del mundo.

En fin, a Kota, por su parte, le compramos un martillo de plástico y con eso ya echa las tardes, esto si que es curioso también, tiene un Furby que costó una pasta al que ni mira y sin embargo la mierda esta del todo a 100 ni la suelta!!

A video posted by @ikusuki on

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Menudo tunante el tío, está más majoooo, ¡pasaros un día por casa y le veis!

Y nada, entre semana la cosa no cambia mucho: en la bici nueva hasta Shibuya, a mediodía al gimnasio y retirada más o menos a pachas con el sol. Mola trabajar en Shibuya, mola ir en bici y mola que pueda ir al gimnasio a mediodía, lo que no sé si podré mantener porque en Agosto nos mudamos a un edificio nuevo que me da que va a pillar lejos del gimnasio al que voy ahora… pero bueno, ya apañaremos algo.

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La bici nueva es otro mundo totalmente, no sabía que la diferencia iba a ser tan tremenda… en hacer exactamente los mismos kilómetros por el mismo camino, tardo un cuarto de hora menos y me canso además bastante menos. Es de verdad una auténtica gozada y cuesta muy poco acostumbrarse al manillar de corredor, que era lo que me tenía más preocupado. Incluso me llevo zapatos de esos con anclajes y toda la pesca, que también se nota. Lo que más he notado, a parte de que pesa bastante menos, son los cambios que funcionan a la perfección y al haber un mayor rango, te permite ir muy rápido prácticamente todo el rato sin importar tanto que haya cuestas.

Las primeras semanas la aparcaba en la calle, pero me pusieron una receta y desde entonces la dejo en un parking que hay cerca de la oficina, que la verdad es que me da bastante mal rollo porque está lleno de vagabundos, que aquí no es que te digan nada ni tienen pintas de ser peligrosos, pobrecitos míos, pero si que da coseja…

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Por cierto que el otro día cayó en Shibuya la de Dios es Cristo, así sin avisar!!

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Ah, también me trajeron y enviaron de España un par de libros que ya tengo medio leídos, gracias Carlos y Susejin!!

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En el gimnasio me llamaron la atención por no taparme el tatuaje, y eso que el gimnasio es de una franquicia americana, pero aquí en Japón está la tontería esa de que está mal visto porque se asocia con Yakuzas y tal. Valiente gilipollez… ba, por un oído me entra y por otro me sale, paso de tener que taparme la mierda de tatuaje pequeñico que tengo cuando voy a la ducha porque a un viejales le parezca mal, vamos hombre!

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Los sábados, que nos quedamos Kota y yo solos hasta que Chiaki vuelve de trabajar, me lo llevo por ahí a hacer cosas, el objetivo es no parar en casa, prefiero mil veces tener que andar corriendo detrás de él por un parque a tenerle abobado delante de la tele!!

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Y este fin de semana que era de tres días aprovechamos y nos piramos a Yokohama. Que diréis: pues vaya un viaje de mis peloters, si Yokohama está al lado de Tokyo!! Pues no os faltará razón, queridos tocahuevos, pero tiene su explicación y es que cualquier viaje de más de una hora de tren con Kota se convierte en una odisea que no suele merecer la pena. Así que decidimos que hacíamos base en Yokohama y de ahí haríamos excursiones a Kamakura a la playa y alrededores, y aunque decían que iba a hacer muy mal tiempo, la verdad es que salieron unos días cojonudos!

Estuvimos en el barrio chino de Yokohama, en Kamakura y el lunes ya en el museo de Anpanman. Tuvimos mucha suerte porque además, sin saberlo, ese fin de semana hubo fuegos artificiales en Yokohama las dos noches que nos quedamos. La primera noche los vimos en la calle y la segunda desde la habitación del hotel, que estábamos en una planta veintipico y se guipaban de la hostia!!

Luego ya el lunes a Kota le subió la fiebre de nuevo y nos vinimos para casa rápidamente.

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Y desde el lunes hasta hoy, que es miércoles, que estamos sin dormir en condiciones. Kota con la fiebre y ahora la tos que tiene se despierta llorando cada nada y entre pesadillas dando voces. Ya está mucho mejor y a ver si hay suerte y esta noche caen al menos cuatro o cinco horas de sueño seguidas… ¡rezad por nuestras legañas!.

Díaz-san

Son cinco, quizás seis, los señores que por turnos se encargan del aparcamiento de bicicletas que queda a menos de una centena de metros de la estación. Sin margen de error y con total seguridad afirmo que todos pasan de las cinco docenas de años, diría que dos de ellos tienen incluso una docena y pico más. Por alguna razón que a ellos les valdrá han decidido darle sentido a su tiempo entre ruedas, manillares y candados buscando, creo yo, el contacto humano de los vecinos que nos pasamos tan a menudo por allí.

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El mismo azar que nos empujó a comprar piso en esa estación es el culpable de hacer que ellos y yo nos veamos las caras dos veces cada día: una cuando después de dejar por la mañana a mi Kota en la guardería, paso a confiarles la bici eléctrica a cambio de mi recién estrenada Orbea. Y la segunda, claro está, cuando mando ésta misma a dormir bajo su techo una vez finiquitada la jornada laboral y uno a uno todos los kilómetros que quedan entre medias.

Me conocen y no solo de vista; lo cierto es que me llaman por mi nombre. Bueno, por mi apellido más bien. Díaz-san, esto, Díaz-san lo otro. Ellos se lo saben por la solicitud que cursamos para poder aparcar allí. Y yo no me sé ni uno solo de los suyos ni creo que esto vaya a cambiar pronto. El caso es que de vez en cuando se paran a intercambiar algunas palabras conmigo más allá de los ohayos y konbanwas de rigor.

El espacio entre las charlas se ha ido acortando a la vez que la frecuencia y la duración han aumentado.

– Díaz-san, hoy cuidado al volver que va a llover, yo creo que mejor en tren, ¿eh?

– Díaz-san, ayer estuvo tu mujer aquí para pagar la cuota, hay que ver que guapa y que maja es, y mas joven que tu un rato largo, no te quejarás, ¿eh?

– Díaz-san, te he movido la bici a este sitio que había más espacio para que te sea más fácil sacarla.

– Díaz-san, ¿en qué idioma le hablas a tu hijo?, ¿en inglés?

Quitando a uno, que todavía no le ha cogido el truco a tratar conmigo, quizás por miedo a que no nos vayamos a entender, todos me dicen algo siempre que la actividad del momento lo permita. Porque, especialmente a las mañanas con todas esas madres dejando las bicis eléctricas, no te vayas a creer que están mirando el paisaje. Es admirable el trabajo que hacen, en Tokyo poca broma con todas las bicicletas que hay, yo he llegado a tener tres a la vez.

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Aparte del ajetreo de reorganizar las bicis, de crear huecos donde parecía que no los había, de cobrar a los que no pagan cuota mensual sino por día. Aparte de todo eso, también tienen mucho papeleo que hacer: nuevas solicitudes de pases anuales, bajas, informes. Lo sé no solo porque les he visto hacerlo, sino porque me lo han contado. Este tipo de trabajo lo hacen en una especie de despacho, casi garita por lo estrecho, que cierran con llave supongo que por los cambios que puedan dejar. Si es el caso, yo procuro no molestar; aparco la bici, cierro el candado y me voy por donde he venido con las piernas temblorosas según vayamos cerrando la semana.

Ayer a la vuelta estaba el que más simpatía me regala cuando coincidimos: un anciano que me saca una cabeza, delgado como solo la palabra enjuto es capaz de matizar, con los pómulos de la cara tan marcados que es inconcebible que ahí haya existido carrillo alguno. Suele llevar una gorra pero muy vieja, como las que llevaban los ciclistas de antaño, descolorida y con tantos manchurrones como supongo que recuerdos porta la cabeza, repleta de canas, a la que protege de brisas traicioneras, que a ciertas edades mejor no arriesgar.

Me habla siempre que nos cruzamos. Ayer incluso dejó lo que estaba haciendo, salió de la garita y vino hacía mi. Se quitó las gafas y las dejó caer hasta que quedaron colgando de su cuello ancianándole todavía mas la facha. Venía riéndose, como si me hubiese estado esperando y por fin podía ya tachar de la lista la charleta con el chaval de las dos bicis, que era lo que le faltaba para ponerle colofón al día:

– Diaz-san, otsukaresama desu. ¿Te has mojado?, hoy por la mañana caía poco pero como tienes un rato largo hasta Shibuya, te habrás calado. ¿En España no hay tsuyu?, aquí es todos los años pero no se acaba de acostumbrar uno, ¿verdad?.

– Diaz-san, he estado mirando en internet y he encontrado Bilbao, es en el País Vasco, ¿verdad?, yo estuve una vez en Barcelona y otra en Madrid, pero he visto fotos del País Vasco y parece muy bonito.

– Diaz-san, no se te olvide candar la bici que ayer la dejaste suelta y tiene pintas de ser cara, a ver si vas a venir un día y no va a estar…

– Diaz-san, esto

– Diaz-san, lo otro

Y a mi se me olvidan las prisas, y me paro y echamos un rato.

Ya camino de casa, a pie esta vez, saco el boli y el cuaderno para tachar, sonrisa mediante, un punto más de las cosas que conviene hacer para conseguir que el día sea más bonito y valga más la pena.

  charlar con el abuelo de las bicis       

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Señales de vida

Ya iba tocando.

No tengo claro por donde empezar, así que iré al grano: mi padre murió a principios de año. Es algo que todavía no tengo asimilado, es demasiado reciente y no tengo el ánimo para hablar de ello abiertamente, todavía no.

El año pasado y algunos meses del anterior fueron muy difíciles, todavía lo siguen siendo. Volví a España todas las veces que pude, porque es lo único que podía hacer, quizás es lo único que todavía puedo hacer: recorrer esta horrible distancia que nos separa el máximo de veces que sea posible. Para que Kota construya posos de memoria que nunca desaparezcan, para estar donde se debe. Por mi más que por nadie.

Este año empezó inevitablemente mal. Que nos echasen a todos de la empresa quedó en una anécdota que en realidad a mi nunca me preocupó demasiado porque sé que nunca me ha sido difícil encontrar trabajo, el verdadero problema podría estar en la falta de motivación. Pero por alguna razón que todavía no acabo de entender, quizás mi padre sepa algo de esto desde donde esté, me sobró determinación, me sobraron fuerzas. Supongo que tener una meta concreta después de demasiados meses de desorientación, hizo que me saliese la garra y pude hasta elegir entre tres o cuatro trabajos.

Ocupado por querer estarlo más que por estarlo en realidad.

Pero aquí estoy. Doy señales de vida, por fin.

Estoy bien, llevo dos meses en el trabajo nuevo, me he comprado una bici nueva… estoy contento, estamos bien los tres. Kota cada día nos sorprende con algo que ayer no hacía y consigue emocionarnos como ahora sé que solo un hijo puede emocionar. Tiene salud; tenemos salud, estamos tranquilos, estamos bien.

Trataré de que nos sigamos leyendo de alguna manera. Gracias por seguir ahí.