Hará ya más de un año de la primera y única cita a ciegas a la que he ido en mi vida.
Ella era la amiga de un compañero de la oficina que nos lió por separado para intentar liarnos juntos y después de escasos dos o tres mensajes aparecimos en un izakaya en Shibuya un viernes por la tarde, a esa hora en que uno se empieza a acostumbrar a no tener un ordenador delante y te empiezas a hacer a la idea de que al día siguiente ya no hay que madrugar.
Ella era de Fukuoka y había venido a Tokyo a trabajar de diseñadora aunque por el camino le había tocado hacer todo tipo de trabajos temporales hasta dar con su lugar. No era demasiado guapa, pero de verlas venir tengo yo el camino más que andado, y no iba a perder la oportunidad de conocer a alguien sólo porque lo de fuera no me acabase de convencer.
Fumaba mucho y bebía todavía más. Al de una hora ya tenía montada allí la fábrica papelera y ya me llevaba muchas cervezas de ventaja… no tenía yo claro si iba a llegar a la prórroga sin poner las largas para ver mejor. Y como siempre tenía algo en la boca, fuesen cigarros, karaages o jarras, pues no hablaba mucho, claro. Así que me tocó a mi tirar de repertorio y contar las historias que en ese momento decoraban mi vida: que si Karate por aquí, que si oficina por allá, que si Yosakoi…
Yosakoi… menuda lié contándole que estaba apuntado a un grupo de Yosakoi….
– ¿Haces Yosakoi? ¿y por qué?
– Pues no sé, hacía un amigo y me parece algo como muy japonés que me llama la atención y quería intentarlo
– Muy japonés dice… bueno bueno, vale
– ¿Qué? ¿que pasa con el Yosakoi?
– No no, no digo nada, no quiero hablar más de ello
Y su tono cortante me acabó de convencer, todavía más si cabe, que en la vida iba a volver yo a quedar con semejante tipa. Ella siguió bebiendo mucho y fumando más, añadiendo a tan entrañable rutina la bonita actividad de viajar al baño cada poco tiempo mientras yo ya me limitaba a cumplir expediente. No veía la hora de irme, ya ni hacía esfuerzos por mantener ninguna conversación, más bien pretendía que se notase que me quería ir para ver si acababa ya de pedir jarras. Es más, hubo un rato largo en que decidió ignorarme por completo y se puso a mandar mensajes a medio Japón con el móvil mientras yo comía tratando de que el tiempo pasase un poco más rápido.
Hubo un momento en que, por alguna razón, la camarera no acababa de traer el último pedido y mi encantadora cita se puso a llamarla a gritos. Cuando llegó, le montó un jaleo tremendo a la pobre chica, que yo soy ella y dimito, claro está, después de meterle un bofetón a semejante amago de persona y tirarle el sushi a la cara. En vez de eso, nos trajo los platos pidiéndonos perdón con reverencias mientras ella no se dignó ni a mirarle a la cara y yo hacía lo posible por quitarle importancia al asunto.
Cuando volvió de su séptima u octava incursión al servicio, en un alarde de iniciativa sin precedentes en toda la noche, empezó una conversación:
– ¿Quieres que te diga lo que pienso de lo del Yosakoi?
– Si si, claro
– Yosakoi es la actividad a la que se apuntan los frikis de la universidad, los que no saben hacer nada, los que no tienen amigos, los raritos.
– Anda, bueno, a mi me llama la atención porque soy extranjero y me parece algo bonito.
– Además, ¿hombres bailando?, que hagas Karate me parece bien, pero que hagas Yosakoi no es normal. Seguro que tus compañeros son unos otakus de cuidao.
– Pues no, la verdad es que son gente bien maja, y también van señoras mayores y niños, me parece un grupo súper majo y además siempre me están ayudando cuando me lío con los pasos o cuando no entiendo algo.
– Yosakoi es de otakus, de raros y tu puedes decir lo que quieras, pero deberías dejar de ir ya. ¿Yosakoi? ¡lo que tengo que oir!
– Pues a mi no me lo parece y por lo menos voy a seguir yendo este año porque me gusta y porque quiero acabar lo que he empezado. Igual en Fukuoka tiene esa fama, pero aquí no creo que sea así.
– Igual, en Tokyo es igual que en Fukuoka seguro. Deberías dejarlo y hacer kendo, pero no Yosakoi, me da hasta vergüenza pensarlo.
Después acabamos de comer lo que habíamos pedido, pagamos a medias y salimos por la puerta unas dos horas y media después de haber entrado. Mientras bajábamos solos en el ascensor le dio por abrazarme y ya en la calle va y me dice que le he caído muy bien, que si nos vamos a un bar a tomar algo, que si tengo planes para después, que a ver por que zona vivo.
Y yo le digo que si, que tengo planes, que al día siguiente tengo ensayo de Yosakoi con mis compañeros los raritos y que no puedo faltar. Y sin alargar más mi agonía, cojo la cuesta camino de la estación y me marcho a paso ligero mientras le escribo un último mensaje al móvil antes de borrar su número:
– Ha sido la peor cena de mi vida, eres una borde.
– Y tu eres un puto extranjero otaku, vete a tu puto país a hacer perder el tiempo a las chicas de allí. Y deberías haber pagado tu la cena, y… -me contesta entre dos o tres frases poéticas más del estilo, poniendo gaijin tres o cuatro veces por cada una.