Por fin he tenido tiempo para montar algo en condiciones, a ver que os parece!!
¡ Buen fin de semana !
Es raro echarle un ojo a mi calendario y que haya fines de semana con el cuadradito conteniendo sólo el número. Ahora mismo acabo de abrir el de este mes que ya termina y aparecen allí mensajes del estilo de «preparar disfraz para Halloween», «correr 12km», «aprender kata Sochin»… si consigues aislarte del ruido de a los que les chirría el alma, el calendario es tu aliado encargado de gritarte que hay cosas que sabes que quieres hacer y que ya va tocando.
En la hoja del domingo pasado pone «Jamón Chiqui». Podría bien significar que tan excelso manchego me iba a regalar un patanegra, pero no fue así la cosa, no, estariamos más equivocados que el que fue de turismo a Francia por las sonrisas de sus gentes.
El asunto iba de organizar algo parecido a las clases de cocina española para japoneses… lo mismo… pero no: esta vez pretendíamos enseñar a cortar un jamón. Que diréis: para cortar un jamón hace falta un jamón, ¿no?. Efectivamente mis queridos Jordis Hurtados, de 9 kilos y pico sin ir más lejos:
Y continuareis diciendo: pero para enseñar habrá que saber antes, ¿no?. Pues si, listos relistos que todo lo sabís y nada os callís. Nada más ni nada menos que Raúl, el protagonista principal (con permiso de la pata de bellota) de los hanamones, esa sublime ocurrencia de comprar un jamonaco y zampárselo a la sombra de los cerezos en flor:
Ya sólo os falta decir, requetes, porque anda que sois requetes eh!?: entonces tu, mi gallardo garboso a la par que atractivo y viril Tosca, ¿qué pintas en todo este vodevil, opereta y/o/u sainete?. Pues pinto pinto, claro que pinto, pinto más que cuando le regalaron las plastidecor a la tía Ceci, no os digo más. Bueno si, os digo más, os diré lo que pinté ya que he empezado: resulta que también iba de traductor, pero como ésta vez había asistentes españoles y Raúl casca japonés como dos o trescientas veces mejor que yo, mi misión sería traducir lo que él dijese al castellano. La verdad es que lo tuve bastante fácil, el mayor percal lo tuvo Raúl pero no hubo ni medio problema, lo tenía todo preparadísimo.
Primero: explicación histórica de de donde viene esto del jamón, los tipos de cerdos, los tipos de jamones ibéricos, el proceso de curación, tipos de cuchillos, tipos de jamoneros… vamos, que salimos todos de allí con la lección aprendida… yo el primero, claro.
Segundo: Raúl pasó a la parte práctica donde ya el jamón fue cortado por el profesor primero y por los alumnos después. Allí se puso prácticamente todo el mundo a darle al cuchillo, hasta yo me animé aunque he de confesar que la lié pardísima… la «loncha» que salió de allí parecía más el tacón de unas catiuscas.
Pero te no creas que se acabó la cosa aquí, ya te estás volviendo a equivocar, como el proctólogo de Bruce Banner que insistía en seguir haciendo pruebas. Resulta que Chema, al que seguro que conocéis como «El niño cagao» porque ha salido más de una vez por la tele, se trajo la guitarra y allí se lió la de Dios es Cristo junto a Yui a la percusión: flamenquito del bueno en el corazón del barrio koreano de Tokyo co-presentado por un vasco, ahora me vienes a hablar de nacionalidades y nacionalismos si ves que eso.
Y a pesar de que se estaba formando allí una película de Almodovar, Raúl no dejó en ningún momento de cortar jamón, aunque Yoshiko, Gami y Sachiko se animasen a bailar, aunque Pili y Nerea nos dejaran pericueters con sus sevillanas… Raúl no paró hasta tener cuatro o cinco platos llenos de jamón. Y los demás tampoco pararon hasta tener los cuatro o cinco platos vacíos, no tengo todavía claro quien se esforzó más…
Otro lio más a añadir a la lista de gusticos gusticados… si señor! Ojo que el Chiqui lo contó también aquí, ¿eh?.
¿Os acordáis del monólogo con Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes?, a mi a veces me parece mentira que aquél 7 de julio me subiese ahí a contar las chorradas que se me ocurrieron. El caso es que me ha dado por pensar en que el guión original cambió mucho con el tiempo, en parte por mi propia censura y en parte por la ayuda de los que estuvieron ahí ayudándome a darle vueltas al asunto: Chiqui, Carlos, Guille…
Hoy viendo el vídeo en youtube (¡¡que ya tiene más de 10.000 visitas!!), me he acordado que la semana anterior a la actuación grabé en casa un vídeo yo sólo soltando el monólogo completo en plan ensayo general y se lo mandé a éstos para que me diesen la opinión final y hacer los cambios de última hora que hubiese que hacer.
Me ha hecho gracia volver a verlo, está el monólogo entero entero con cosas que se me olvidaron la noche de la actuación y que fue una pena no haberlas soltado. No hay risas de fondo, pero se dice todo del tirón y sin nervios… ¡a ver que os parece!
El vídeo de aquella noche todavía lo sigo viendo y partiéndome con estos dos, sobretodo me hace especial ilusión cuando Joaquín lee parte del papel y me felicita, jajaja.
¡Buen fin de semana!
Uno trata de caminar con cadencia, de silbarle a las nubes para que el paseo de vivir tenga cierta melodía, cierto ritmo. Pero es difícil aislarse del ruido porque siempre está ahí, de fondo, ensuciando cualquier situación y lugar.
Ruido que emiten los que siempre se están quejando de todo y de todos. Esos mismos que son incapaces de prensar los segundos para sacarle un poco de caldo a la vida que se les escapa entre quejas y lamentos. Si es verano porque hace calor, si es otoño porque hace frío. Es un escándalo continuo el que llevan por dentro, jarana tal que no les deja no sólo escuchar, sino casi ni ver. Así están, que se pierden el sonido de las gotas de lluvia o del viento, el color del cielo de antes de anochecer… ni siquiera son capaces de verse brillo en los ojos porque los tienen empañados de envidia por el brillo de los ojos del de al lado.
Follón montan también los que te zumban al oído un reproche tras otro. Da igual cómo y qué, ellos siempre tendrán algo que echarte en cara: lo que hiciste o lo que no hiciste, lo que dijiste o lo que dejaste de decir. Harán mucho ruido porque ellos son las víctimas y el resto verdugos sin escrúpulos que solo están ahí, estamos ahí, para hundirles todavía más porque somos la culpa de todos y cada uno de sus males y así nos lo harán saber en todo momento. Están más a lo que haces tu que a su propia composición. Tratarán, con su retahíla, de que lo pasemos mal porque ellos lo están pasando mal, de que tengamos remordimientos, de chantajearnos emocionalmente, a traición y sin testigos. Eso si, no moverán un dedo para cambiar nada de lo que les aqueja porque, claro, la culpa no es suya, sino tuya, o de Rajoy, o de los chinos.
Incómodo y engreído sonsonete el de los sabios necios, aquellos que se autoproclaman expertos en alguna materia y no descansarán hasta hacértelo saber. Te aullarán consejos a la que te descuidas, porque ellos son los que saben y tu no, ni nunca sabrás. Muchas opiniones chirriantes, muchas recomendaciones con soniquete perturbarán tus tímpanos si les dejas. Gente que dista mucho de demostrar saber escribir y sin embargo critica al milímetro tus escritos, diestros fotógrafos cuyas diestras fotos estoy todavía por ver y expertos sociópatas más solos que la una harán que necesites tapones para poder seguir a lo tuyo sin sus estruéndosas interferencias que nunca has pedido y estás lejos de querer sintonizar.
Quizás el mayor alboroto, el que retumba más adentro, sea el que forman los que están ahí sólamente porque tu estás delante y eres el objetivo del empozoñamiento de su alma. Gente ruín que te atacará sin pensárselo dos veces, que se lanzará a por tu yugular sin haberse molestado no ya en compartir unas palabras contigo para ver como eres, sino en siquiera conocerte para tener, al menos, una base sobre la que lanzarte su estridente infamia. Simplemente te has cruzado en su camino, con eso vale para hacerse sonar, seguramente si no fueras tu, sería otro. Es su misión: distorsionar y tratar de malograr toda acústica ajena para que desafines.
Los hay también que se empeñarán en decirte qué notas puedes poner en tu pentagrama y lo que es más importante: cuáles no. Su caduca copla es la correcta y tu te estás saliendo de la escala establecida. No dudarán en pararte en medio de un concierto para desenchufarte el micrófono y quitarte de la cabeza esa idea de hacer lo que no hacen los demás, de probar corcheas diferentes que ellos ni sabían que existían, así que no conciben que tu lo intentes. Como no les cuadran tus agudos, te tocarán los bajos todo lo que puedan.
Yo me quedo con la melodía de los que saben soñar las horas, con aquellos que sólo con mirarlos ya se sabe que por dentro son de colores, con los acordes de los míos que componen sus piezas en mi mayor conmigo. Bailo al ritmo de las carcajadas de los que saben reírse desde el alba, tarareo, canturreo, aplaudo todo acorde que sale del corazón con el único objetivo de ser feliz sin dar crédito a ninguno de todos los ruídos que se empeñan en sonar de fondo.
Porque no los he pedido, porque me sobran, porque me hastían, porque yo quiero seguir componiendo mi tiempo a mi manera con la banda que yo elija sin cansinos tontos del culo que me emborronen la partitura con sus gilipolleces.
El otro día cuando fui a echar la meadilla de rigor de madrugada en aquél ryokan, resulta que el WC tenía vida propia y se movía solo. Me asusté más que cuando el Chiqui subió una foto a instagram sin tagear, no os digo más… espeluznante….
Algo que no se menciona en la semejante obra del séptimo arte que me casqué aquella tarde, es que el váter que nos ocupa tenía ojetil oriented chorrer (también conocido como ¿qué clase de lamentable vida tenía yo antes de conocerte?).
Ahora que tampoco habría pasado nada si no hubiese tenido chorrete incorporado porque resulta que llevan vendiendo desde hace un tiempo…
¡El chorrillo portátil!
&
En efecto amigos, ni más ni menos, ni menos ni por. Andaba yo pensando en pa donde coño mirarán los girasoles de noche cuando me crucé con este artefacto diseñado para poder disfrutar en cualquier parte del placer de los Dioses que supone manguerarse la catenaria después de haber sacado la leña al porche.
Ojete al vídeo, valga la redundancia:
Esto si que es una obra de ingeniería y no haberle restirao el pescuezo al iPhone ese… encima más fácil de usar que ni sé, a saber:
1
Llenar de agua el PortableChorreitor, Cocacola o Fanta naranja si se quiere dotar de cierto matiz simpático a la par que exótico a la ya de por si entrañable situación
2
Extender el elemento apuntador
3
Orientar el puntero a Mordor
Ahí queda el panorama, ¿qué te parece el asunto?, ¿cómo te quedas?, yo entre fascinado y acojonado estoy. Ahora que una cosa te digo, ten claro que en Japón el que no pone a remojar las alubias es porque no quiere.
Un día se nos ocurrió llevar a Carlos a las clases de cocina para japoneses que organiza el tío Chiqui conmigo a los mandos de la traducción simultánea albacetoshibuyense. De ahí estaba claro que tenía que salir algo bueno, la espera ha merecido la pena…
Clases Cocina Española[ JP] del CaDs en el Vimeo.
¡Actualización!
¡la versión con textos en castellano!
¡¡ Gracias Carlos !!
Ahí van dos series más que sacaron, de la última todavía se ven hoy mismo por los metros de Tokyo (por cierto, que estuvimos grabando con los de Callejeros y voy a salir ahí diciendo toscaneces!!, jeje).
こんな人見た Yo he visto a este tipo
!?
way of posting
Continuación de «Carteles del metro de Tokyo«
Sabemos que va a cumplir 43, pero no nos lo creemos y da igual porque a él le da igual y para nosotros siempre tendrá doce o trece años aunque a veces nos haga dudar cuando habla como si de verdad fuese camino de los cincuenta.
Sé que lo pasó muy mal, que mis padres lo pasaron muy mal, que está vivo de dos o tres milagros encadenados después de quince o veinte desgracias seguidas. Que empezó con dolores de cabeza y que después de que intentaran quitárselos sin saber muy bien como ni de donde, se quedó dormido durante semanas. Sé, porque me lo han contado los que después se atrevieron a que yo naciese, que cuando despertó, su cerebro decidió estancarse poco más allá de los cuatro años que tenía y que por eso es el más dulce de los señores mayores de cuarenta. Digo yo que también será por eso por lo que te da besos sin pensar y no se ríe con la garganta como tu y como yo, sino con el alma, redefiniendo el concepto de ser feliz quizás hasta límites que nosotros nunca sabremos.
Lo mismo si te ve, te pregunta por tu nombre y seguramente te cuente algo que ha visto en la televisión ese día o que ha leído en tal o cual tebeo. Y le caerás bien a nada que le prestes dos o tres segundos de tu tiempo y le escuches, no te digo nada si encima le sonríes… serás su amigo para siempre. Después se irá en cualquier momento, no se lo tomes a mal; es que se habrá acordado de algo que tenía por hacer: acabar de colorear aquél dibujo, el puzzle de Toy Story o la película que dejó a mitad en el DVD. Pero nunca se olvidará de tu nombre si se lo has dicho. Nunca. Como nunca se olvida de ninguna fecha de ninguno de los cumpleaños de mis amigos, que yo olvidé al minuto de saberlos, como nunca se olvida de mil millones de detalles, como el de reír.
Dice mi madre que era un niño muy listo, que no es justo que le pasase lo que le pasó. Yo no lo sé porque no había nacido y mi hermano Javi siempre ha sido tal y como yo le he conocido: mi hermano el mayor, mi eterno hermano pequeño que me daba la paga cuando empezó a cobrar en el taller, que se sentaba a mi lado cuando hacía los deberes del instituto y cantábamos juntos canciones de Sabina escondiéndonos de mi madre que hacía por estar buscándonos. El señor Don Francisco Javier, Javono, Javoneta, Javi, mi Javi, el primero por el que pregunto cuando se le desluce a uno la vida y busca la calidez de una voz familiar que te recuerde que hay quien se acuerda de ti al otro lado del teléfono.
Abundante pelo castaño, ojos del color del cielo de verano, gafas que se sostendrían en dos rollizos mofletes de no tener esa nariz chata debajo. Cicatrices aquí y allá que le recuerdan lo que le pasó, torpeza al andar, panza cervecera de cocacolas, candor en la mirada, negada mano izquierda, gesto infinitamente risueño, ilusión en cada recodo de la cara. A veces su cuerpo tiembla y se le apaga el gesto por un momento mientras retoma el aliento y se enfada, se enrabieta consigo mismo, con esos ataques traidores que le sobrevienen entretanto a nosotros se nos cae el alma a los pies y lloramos por dentro de verlo sufrir aunque no tarda en recomponerse y reír como si no hubiese pasado nunca.
A nosotros… a nosotros nos cuesta bastante más recuperarnos y volver a enfocar con claridad. Javitxu, ¿estás mejor?, no te levantes todavía, descansa un poco más…
Raro será pasear con él y que no se paren a saludarle, poco importa que sea Euskadi que Extremadura, igual pasaría en Estocolmo porque hace amigos a la que te descuidas. «¿Dónde vas Javi?», «¡hasta luego chaval!», «¿este es tu hermano?» y él, condescendiente, contará que soy el pequeño, el canijo que se ha ido a vivir a Japón, el pequeñajo que le mangaba dinero a mis padres para ir a jugar a las maquinitas y que ahora le da por pegar patadas de Karate. El enano saltarín que se tiraba desde la cuna y caía de cabeza. El hermano pequeño de él, el hermano mayor de los tres, el cuarentón que no quiere novias porque le aburren.
Regresé con Chiaki a España con la intención de contarles que me iba a casar con ella. No podía dejar de mirarle cuando intentaba hacerse entender siguiendo su táctica: la de repetir lo mismo dos o tres veces hablando cada vez más alto. Me reí cuando le daba besos de repente llamándola guapa y soñé conmigo de niño cuando le contaba historias de mi que ni yo mismo sabía o si las supe alguna vez, se me olvidaron hace mucho. A él no, ni se le olvidarán. Me odié por estar aquí y no estar más tiempo con él y a la vez me sentí un privilegiado por tener la inmensa suerte de que mi hermano el mayor sea a la vez el mejor hermano pequeño del mundo que además lo será para siempre.
Cuando partió el autobús de Badajoz y los dejamos atrás, descubrí que Chiaki hacia rato que me acompañaba en lo de soltar lágrimas por tener que pasar por el horroroso trago de la despedida, doblemente amargo por lo escaso del tiempo compartido. Supe que él tenía mucho que ver y a la vez confirmé que quería que aquellos preciosos pequeños ojos que me miraban húmedos estuviesen conmigo hasta el fin de mis días por aprender a querer a Javi y saber echarle de menos en una semana tanto como yo en cinco años.
¡Buenos días y bienvenidos al parte mañanil mañanero contado por un Toscanín Toscanero!
Vayamos, sin más dilación, con el parte del día en cuestión:
La tomatina japonesa
Una de las cosas más famosas de las hispanias aquí en los nipones aparte de mi instant idol Ceci…
… son los San Fermines y la tomatina. Que estaría bien que fuesen los aurreskus y los pintxos del EME de Bilbao, pero no ha cuajado el asunto, qué le vamos a hacer. Bueno, pues total, que este domingo hay una tomatina a lo japonés cerca del río Tamagawa. Lo organiza «Tomatina House» con el logo más feo que he visto en mi vida, y como en Japón hay más gente que en la cola para pegarle a Rajoy, el asunto va con aforo limitado: sólo se pueden apuntar cien personas. Cada uno apoquina 2500 yenes, y en una plaza de cuatrocientos metros cuadrados preparada para el evento, a tirarse todos tomates como si no hubiese sol naciente mañana.
Entre las normas está la de «no arrancar ropa de la gente, especialmente de mujeres», jajaja, por lo visto el que lo organiza ya sabe el asunto!!.
Y ojo que hay polémica! por internet hay dos tipos de gente, los que están encantados con la idea, y los que se quejan por dos motivos: porque es un total y absoluto desperdicio de comida que bien podría enviarse a Tohoku, y los que dicen que vaya idea más original copiar algo de otro país, que vaya sinsorgos, como si en Japón no tuviesen suficientes matsuris autóctonos…
Viendo el precio de los tomates en Japón, no tengo muy claro cómo les saldrá rentable el tinglado, aunque seguro que no se haría si no sacasen chines, esto es así.
En fin, un buen plan para la tarde del domingo. Ir a tirarse tomates no, porque el aforo está completo desde hace meses, pero ir a ver no se descarta, seguro que hay ambientillo.
Por si alguien se anima: estación futagotamagawa, sobre las doce del mediodía.
La media maratón de Yokohama
Una horrorosa tarde de enero que me tocó correr unos veinte kilómetros por el entrenamiento para la maratón de Tokyo llegué a casa jurando en hebrew maldiciendo mi propia estampa por meterme en camisas de eleven varers. Las pasé tan tan pu田s, calado hasta arriba, muerto de frío, con rozaduras a ambos lados de mis soberanos y las piernas pa Tudela… que me prometí que una y no más, Santo Tomás.
Hasta que salí el día de la maratón y sentí que estaba más vivo que en toda mi diminuta y saltarín vida. Eso había que repetirlo de todas todas, como que ya estamos apuntados para la del año que viene, no te digo más. A ver si hay suerte y me cogen y vuelvo a morirme entrenando para vivir dos veces ese día.
Por si acaso, me he apuntado también a la media maratón de Yokohama, que ahí no va por sorteo. En principio a modo de entrenamiento para la de Tokyo, pero seguro que va a ser una gran experiencia salir ahí el 2 de diciembre a patearnos el barrio chino. Encima el Chiqui también está apuntado, esta vez legal (jaja, por cierto, me descojono, pones «albaceteño» en Google y sale el segundo!!!)
La presión dentro del Fuji
No nos olvidemos que el símbolo por excelencia de Japón no deja de ser un volcán. Yo no estaba todavía ni pensao por mis padres, pero se dice que la última erupción fue allá por el 1707. Pues bien, agarrense los machos, ahora mismo el Fuji tiene algo sí como 16 megapascales de presión, que debe ser como 16 veces más que la que tenía aquella última vez.
Una de las réplicas del gran terremoto del año pasado, especialmente una de magnitud 6.4 sobre la zona hizo que se vigilase más de cerca, y se han encontrado indicios que hacen que aumente la probabilidad de que entre en erupción de aquí a tres años: gases que se emiten desde el crater, erupciones de agua caliente y lo que quizás dicen que es más decisivo: una falla de 34 km que se ha encontrado justo debajo del volcán…
La media maratón del Fuji
Genial noticia la anterior que da pie a la última historia que quería contar: me he apuntado, también, a la media maratón del monte Fuji.
Como dijo mi amigo Pablo:
…total, si pasa ya os pilla corriendo…
Esta carrera es justo una semana antes de la de Yokohama, y la verdad es que me apunté por lo impresionante del lugar. La media maratón consiste en darle una vuelta al lago Kawaguchi que está pegado a mi amigo el revoltoso volcanete, yo esto lo hice en coche una vez y es un paisaje realmente espectacular… tiene que ser una gozada correr esto en plena naturaleza y además en otoño, Japón 100%!!
La clase de Taikos
Una de las webs que hacemos en mi trabajo es de cupones, podría decirse que es un clon de Groupon a lo japonés. Nosotros hacemos el sistema, pero los que meten los cupones están en otro lado, así que no sabemos qué se va a vender y que no. Estábamos ahí haciendo unos ruby debuggers cuando de repente apareció un cupón para ir a clases de Taiko… ¡nos apuntamos cinco!. Ayer fuimos a la primera clase, y la verdad es que nos lo pasamos muy muy bien. La cosa es chunga, hay que tener sentido del ritmo y mucha mucha coordinación, pero pinta muy bien y es muy divertido. No descarto yo que esto se convierta en otra toscactividad habitual más… me pilla más o menos cerca del curro y como me cuadre un día a la semana con las clases de Karate, ya me veo ahí dándole caña!
¡¡ Buen fin de semana !!
¡haced bueneces!
Existen cierto tipo de personas que cíclicamente se entrometen en nuestras vidas sin ser invitados con la desfachatez de tratar de hacer daño cubriendo, en la mayoría de los casos, complejos escondidos detrás de semejante fachada de soberbia idiotez. Complejos, taras emocionales… o simplemente estupidez suprema que les supura por los poros… seguro que ahora mismo os habéis acordado de dos o tres, y eso que sólo llevo un párrafo.
Es curioso que estén siempre ahí sin importar el país en el que se haya nacido, la edad que se tenga, la oficina o la actividad en la que se coincida. Ellos tratarán de darte por saco todo lo que puedan si les dejas, porque está en sus defectuosos genes, en sus mohínas y mohosas neuronas, en su triste alma. Pasemos a una serie de ejemplos de tamaño despropósito, conmigo como objetivo y teniendo como tema común que se metieron en mis asuntos con el único afán de tocarle los soberanos atributos al que les escribe:
En el campamento de Karate, Kojima-san, uno de los tíos más majos que hay aparte de que hace pasta de miso como nadie, me cuenta que vamos a ir a echar carreras a la playa con los chavales, pero que les dejemos ganar para que estén contentos. Un compañero que escucha la conversación y con el que habré coincidido tres veces en los cinco años que llevo yendo a clases de Karate en Tokyo, se mete en el lío:
– ¿Para que le cuentas nada si no te entiende ná? ¿no ves que no sabe japonés?– esputa con altivez
– ¿Cómo que no entiendo?, pues a ti te he entendido aunque no me ha gustado un pelo lo que has dicho.
Le doy la espalda y sigo hablando con Kojima-san:
– ¡Por supuesto!, es más a ver si conseguimos que Shotaro llegue el primero, ¡que es el más pequeño!
Después me entero que el rascayú #1 que nos ocupa estuvo viviendo en Francia cerca de tres años. Ahora se explica el asunto, claro. Por supuesto, fue ignorado completamente los tres días de campamento y así seguirá por los siglos de los siglos.
Al curro nuevo entramos dos personas prácticamente a la vez. Él parece ser que tenía bastante experiencia con Ruby on Rails, yo podría decirse que había oido hablar de ello pero poco más. Aún así, poco tardé yo en estar desarrollando nuevos tickets tardando más o menos lo mismo que él que se tiraba las horas más pendiente del estado del Facebook que del debugger. No era raro que soltase un «quería hacer la subida a producción hoy, pero ya no me da tiempo» la mitad de los días en la reunión de la tarde.
Curiosamente, mi primer trabajo fue escribir un script en Ruby que instalase todo el entorno de desarrollo, y yo hice lo que pude durante las dos o tres primeras semanas. Otro compañero me lo revisó y me dijo que no estaba siguiendo la nomenclatura standard de Ruby, por lo visto aquello se parecía más a Java que a otra cosa. El rascayú #2 que escuchó la conversación tampoco pudo reprimir sus rebuznos que, gracias a esa vozarrón que me tenía aquí el Algarrobo, los debió escuchar hasta Hachiko el perrotrinque:
– ¿Qué me estás contando!?!? ¿!¿ que no estás escribiendo como en Ruby !?!!?, ¿pero de donde has salido tu?, ¿no te da verguenza? ¿pues si ni siquiera sabes eso para qué te pones a hacer nada!?!?!? Mwa ha ha ha
Ahí, siguió descojonándose un rato a mi costa hasta que, supongo, se cruzó con la más significativa de las miradas que no pude evitar tirarle a los ojos. Parece que lo siguiente me lo invento, pero no: el tío era canadiense pero de la rama francesa, no te lo pierdas esto que ya se está convirtiendo en norma.
Al acabar la clase de Karate nos solemos quedar unos cuantos a practicar delante del espejo. El profesor siempre está un rato, así que es el momento idóneo para preguntarle dudas o para tratar de que se fije en algún movimiento que mejore el kata que tenemos entre puños. A mi ese día me dio por hacer técnicas de pierna encadenadas con el objetivo de dar con alguna combinación que pudiese ser utilizada en el campeonato nacional. Así, lanzaba una patada de frente que en el último momento cambiaba a lateral buscando la cara del imaginario adversario al que, para rematar, le lanzaba una última patada hacia atrás girando ciento ochenta grados el cuerpo buscando su estómago. No me acababa de salir bien ésta última, pero yo insistía tratando de no perder el equilibrio al final. Le acabé pillando el truco y ya me salían sin caerme tres de cada cinco cuando me quise dar cuenta estaban todos los demás mirándome y empezaron a aplaudir con algún que otro «sugoi» de por medio… hasta que el americano medio calvo que viene a veces empezó a ladrar:
– Ba, pataditas pataditas, eso no vale para nada, que va a ser lo siguiente, ¿volar?, lo que tienes que hacer es bajar las posiciones y buscarle con puñetazos, así, ¿no ves?
Y el tío se pone a hacer el ridículo con técnicas básicas mal hechas y posiciones bajas que no tienen ningún sentido en kumite, todo así, sin venir a cuento en absoluto, pero claro, le escocía de alguna retorcida manera la situación. Yo, sabiendo además que aquí mi primo Telesforo es un tipo bastante negado karatekilmente hablando, sigo a lo mío ignorándole por completo. El resto hace poco más o menos que lo mismo que yo. Después tengo la mala suerte de volver a coincidir con él en el vestuario donde empieza a soltar lo que se ve desde lejos que va a ser una chapa del quince, que yo le atajo de raíz:
– ¿Pero tu te has presentado a alguna competición? -le pregunto riéndome porque ya sé la respuesta que me va a dar aquí el rascayú #3.
– No, pero…
– ¿Pues entonces que tenemos que hablar aquí?
…
En la noche de monólogos en Tokyo con Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes yo salí el primero con más nervios que el urólogo al que le tocó revisar la próstata de Bruce Banner en la revisión médica pasada. Nervios que no se me quitaron hasta el final cuando por fin pude pasarme al lado de los espectadores. Después, al acabar, acompañé a Chiaki a la estación porque tenía que trabajar al día siguiente y me volví al bar. Por el camino me crucé con gente que no conocía de nada que me paró para felicitarme por la actuación, menudo gustico me daba el asunto de creerme famosico por un ratico.
Cuando llegué de nuevo ya no había tanta gente, así que los que estábamos metidos en el ajo nos relajamos ya un poco con alguna que otra birra en la mano. Estaba yo pidiendo la mía cuando otras dos personas vinieron a felicitarme. Uno empezó a darme palmadas en la cara, como tres o cuatro seguidas mientras me perdonaba la vida graznando algo así como «¿seguro que tu no eres de los de muchachada nui de toda la vida, chavalote? oye que me he reido contigo, que ni tan mal». Yo sonreía reprimiendo el devolverle el gesto condensado en una sola palmada, vamos, lo que viene siendo una bofetada hostilínea uniforme.
Después me enteré que eran los dos mismos rascayúes #4 y #5 a los que todo el mundo chistaba porque estuvieron armando jaleo desde el principio, que hubo que llamarles la atención unas cuantas veces para que dejaran de grabar con el iPhone y que además le habían hecho lo de las palmaditas en la cara también a Joaquín y a Ernesto.
– No sabía que te habías casado -me dice el señor mayor aquél con el que tuve el incidente
– Pues si, un poco si -le contesto secamente, como siempre después de la que me lío aquel día, y sigo cambiándome de ropa tratando de salir del vestuario lo más rapido posible para no tener que aguantarle
– Pues oye, enhorabuena -me dice sorpresivamente
– Vaya, muchas gracias -le contesto bastante sorprendido
– Jodé, pero anda que no has engordado ni nada -me suelta así de sopetón, para compensar.
– Pues tu me dirás donde, porque cada vez peso menos -le digo y me piro por no mandarle a yakuear asparas.
Continuará….
(irremediablemente)
He de confesar que siempre me ha emocionado la canción de Ale y Ai, la de «Nos hemos casao» con su versión en japonés y todo «Mitsuketa yo». La escuché por primera vez cuando la cantaron en su boda y me encantó. Recuerdo estar sentado en el suelo al lado de sus padres, y que su madre me dijo algo así como «hay que ver que loco está mi hijo», y a mi simplemente me parecía todo genial porque no podía parar de reír. La habré escuchado muchas veces desde entonces y es de las pocas que recuerdo que sonaron en el iPhone cuando corrí la maratón. No sé que será… creo que es el concepto el que me emociona más que la propia música: que dos personas de países tan lejanos se casen y que les de por cantar en su boda juntos medio disfrazados en el comedor de un ryokan con el objetivo de que los que allí estábamos nos lo pasásemos todavía mejor sin importar si veníamos de las Hispanias o de los Japones.
Nada que ver con otras bodas en las que he estado. Desde entonces siempre he pensado en que si yo me casase, me gustaría que fuese así: entre amigos sentados en cualquier lado haciendo lo que a cada uno le apeteciese sin normas de etiqueta, ni sobres con dinero, ni caducas costumbres de otros tiempos que nada tienen que ver conmigo, con nosotros.
Y mira por donde que me he casado, y con una japonesa también. Hay que ver. Ojalá salga la cosa la mitad de bien que les está saliendo a estos dos.
El caso es que todavía no ha habido boda como tal, por varias razones. Sin duda, la más importante es que mi familia no está aquí y no es algo que se pueda remediar de un día para otro porque necesita de cierta planificación eso de venirse una o dos semanas a Tokyo a atender al chalado del hijo pequeño que menudas lía siempre. Pero no queríamos esperar más, porque ya no tenía ningún sentido, así que nos casamos por lo civil, que es, al fin y al cabo, lo que quería contar yo hoy aquí: cómo se casa uno en Japón.
La principal historia es que necesitas que tu embajada te de un papel y la verdad es que todo se centra en eso: una vez que tienes ese papel, el gobierno japonés no te pone absolutamente ninguna pega y todo va como la seda (mucho más si te firma de testigo ni más ni menos que el Sr. Picachu, eso aquí otorga privilegios!).
Aquí va una lista de lo que te piden en la embajada de España en Japón:
– Certificado literal de nacimiento
– Certificado de empadronamiento
– Fotocopia del DNI o pasaporte
Esto para los dos, pero, ojo: hay que enviar el asunto en castellano. Es decir, que en mi caso el certificado de empadronamiento me lo dan en japonés porque estoy aquí y por supuesto, los papeles de ella están todos en perfecto japonés del Japón, así que traducción al canto que tienes que hacer por tu cuenta. Siendo éste como es uno de los pocos trámites que la embajada provee, no acabo de entender porque no lo hacen ellos mismos, por cierto.
Gracias a Mireia y Yuta, que son los que nos han ayudado desde el primer día a asustarnos un poco menos con todo el papeleo (¡¡gracias Mirea y Yuta, todavía os debemos esa cena!!), pudimos traducir todo más o menos decentemente y así lo enviamos por correo. Llegados a este punto he de decir que toda comunicación con la embajada fue por email con una persona encantadora que además contestaba a los mensajes en el mismo día facilitando todo tipo de información. Y digo «he de decir», porque había oído todo tipo de quejas de los servicios de la embajada, y no ha sido el caso, ni de lejos (la nula presencia cuando el terremoto y la crisis de Fukushima es otro cantar).
Una vez enviados y comprobados los papeles, recibimos un email en el que nos dicen que se «publican los edictos» por un plazo de 15 días. A mi palabras como «edicto» me dan urticaria porque no las entiendo, pero mayormente esto venía a decir que mandaban documentación a España, comprobaban que yo no era ya patriarca de una familia con siete hijos allí y que pinchaban un folio en el tablón de anuncios de la embajada anunciando que el menda y su futura planeaban casarse, así que si a alguien se le ocurría algún impedimento totalmente falso e infundado, tendría un par de semanas para ladrarlo o callarse para el mayor jamás de los jamases.
Pasadas las dos semanas, vuelta a los emails para concertar la entrevista con el «Encargado del Registro Civil». Este era el trago más temido de todos: que alguien que no me conocía de nada se atreva a juzgar si Chiaki o yo estamos juntos más por papeleos que por amoríos me chamuscaba las venas. Más, si cabe, después de que un buen amigo que también se casó hace poco me contase su experiencia con un viejo amargado que hizo poco más que perdonarle la vida. Mucho más de lo que yo estaba dispuesto a tolerar, cuántas veces me imaginé la escena: «mira, tu trabajas para mi, estás a mi servicio así que vamos a dejarnos de gilipolleces que no estoy dispuesto a tragar y haz tu trabajo que bastante tengo yo con tener que aguantar que un don nadie como tu tenga que formar parte de algo tan íntimo e importante para mi y los míos».
No fue el caso. Pero ni de lejos. El señor Eduardo, el que nos hizo la entrevista en la embajada es un tío majísimo con el que el trámite se convirtió en una charla amigable sobre cualquier cosa menos juzgar lo que Chiaki y yo estábamos a un par de horas de hacer. Tanto fue así que le confesé que venía a la defensiva y que de verdad había sido un placer hablar con él. Ojalá coincidamos en otra situación con alguna que otra cerveza de por medio, así de bien me cayó.
Después pasó Chiaki mientras yo esperaba fuera desde donde sólo pude escuchar sus carcajadas. Coño, así si, menudo alivio firmar los papeles con alguien tan simpático. Y finalmente recibimos una hoja en japonés donde la embajada certificaba que todo estaba bien por mi parte, hoja con la cual nos fuimos al ayuntamiento de la zona donde vivimos en Tokyo. Allí nos esperaban Carlos y Fernando, el Cads y el Chiqui, que nos hicieron el inmenso favor y a la vez honor de ser los testigos y a los que tuvimos esperando más tiempo del que deberían… no calculamos demasiado bien los viajes en tren, gomen ne.
Y en el ayuntamiento poco más que añadir: un formulario que rellenar, cuatro o cinco veces que aclarar qué es el Toscano que sigue al Oskar Díaz, y la firma de los dos que se confirmó con la de los otros dos, cuatro rúbricas que quedarán estampadas para siempre en un papel escondido en algún oscuro cajón del ayuntamiento de Chofu en Tokyo.
Después nos fuimos a ver Batman al cine y a cenar en un rascacielos de Ebisu desde donde se puede mirar hasta donde ya no se ve Tokyo, ¿qué te parece la cosa?.
Mientras escribo esto pienso en que nos quedan todavía dos o tres trámites más: Chiaki va a cambiar su apellido por el mío, tengo que avisar en la oficina, tenemos que abrir una cuenta conjunta en el banco… Ba, sin prisa, yo ahora aquí estoy, sentado en un sofá de Ikea que montaron entre Chiaki y su hermano mientras yo hacía lo propio con la estantería de la cocina. Sofá que uso poco, porque le he cogido gusto a sentarme en el tatami de la habitación. Un peluche de Totoro preside la sala, un Totoro vasco porque lleva una txapela que me traje del casco viejo de Bilbao. Shiina Ringo suele ponerle la banda sonora a la hora de preparar la cena si ella ha salido antes de trabajar que yo, o Sabina y quizás alguna canción de Gatibu en el caso en que yo haya fichado antes. El olor será distinto también alternándose entre aceite de oliva, salsa de soja, vinagreta, sésamo… habrá pan o arroz y palillos o tenedores según se tercie. Seguramente el aire acondicionado esté a tope y yo estaré con manga larga muriéndome de frío mientras trato de escribir tal o cual kanji bajo la atenta mirada y eterna sonrisa de mi mejor amiga con la que ahora sincronizo sueños y a la que a veces me encuentro dormida en el sofá cuando vuelvo tarde de Karate.
Y con tiempo e ilusión ya estamos preparando la celebración del año que viene, allá por abril. A ver si conseguimos convencer a los míos de que vengan, de una vez, a Tokyo a ver cómo de bien estoy por aquí. Ojalá vengan todos. Más que una boda, será una reunión entre amigos donde sería genial que todos se animasen a hacer algo: un vídeo, cantar, bailar, un monólogo, hacer el pino puente… ¡lo que sea!, porque no se me ocurre mejor manera de celebrar lo genial que es que todos nos hemos conocido que reírnos juntos hasta mas no poder.
El sábado fue el campeonato nacional de Karate, creo que va por el cuarto al que me presento desde que estoy aquí. Salí bastante intimidado por el tío con el que me tocó, quien, por cierto, llegó a la final ganándonos a todos y cada uno de los que estábamos allí. Pero luego viendo el vídeo que grabó Héctor, me he dado cuenta de que el único punto válido y claro de los tres que me hizo fue el primero. En el segundo, el árbitro marca un mawashi geri que paré con el brazo, y el tercero es simplemente un rifirafe en el que no queda nada bien marcado el punto.
Vamos, que perdí y no fui capaz de marcarle ningún punto, pero los suyos tampoco fueron nada claros, aunque viendo el resto de combates, tengo claro que me habría ganado de todas todas.
En fin, una experiencia más!!
Dentro vídeo!!
Hace mucho, pero mucho tiempo que el infame albaceteño publicó una serie de entradas tituladas «La gente de Chiqui» en su manchego e internetil diario de a bordo. Me gustó mucho la idea, no sólo porque saliese yo, que también, sino porque me pareció una simpática forma de homenajear de alguna manera a los que nos rodean en esto de seguir dándole cuerda a la vida hasta donde llegue mientras se nos va enredando con unas u otras personas.
Tanto me gustó, que se la copio sin su permiso y que mejor que inaugurar esta nueva ikugaita dedicándosela a él. Vamos allá:
La gente de Tosca
– El Chiqui –
Como el volumen de su cráneo indica, es natural de Albacete y aunque no lo parezca, este hombre tiene un nombre más o menos normal: Fernando Picazo, pero la mayoría le conocerá por el Chiqui o el Ferpisan. Si le buscáis en twitter o en instagram, hacerlo por este último mote y ahí os saldrán fotos con veintisiete tags que harán que tengas que desgastar la yema del dedo haciendo scroll dos kilómetros hasta dejarlos atrás. No se lo tenemos demasiado en cuenta porque en realidad es nuevo en esto de la informática y mantiene la ilusión de que valen para algo, es tan bonico… hasta tiene cuenta en hotmail y todo… bueno con deciros que tiene un dibujo de él en pelotas como avatar del blog…
Y es que el Chiqui no se sabe muy bien en que trabaja aunque dice que es científico y alardea de que cuando ve The Big Bang Theory, entiende las citas de Sheldon y se descojona. Yo diría que si yo soy un rascateclas, el sería un abrebichos… no me cambiaría por él porque yo no sería capaz de hacer lo que cuenta, aunque estoy convencido de que su trabajo es infinitamente más importante y relevante que la comedia que hago yo. Fíjate: científico, ahí donde le ves, con la de cervezas que se casca cuando no miras…
Mi historia con el Picazo se remonta al año 2008 cuando el simpático y torpe parásito cazador de elefantes vino a vernos a Tokyo. Si estabas registrado en la embajada, tenías invitación con la que podías llevar a un acompañante. Yo cuando aquello tenía algún que otro lío de faldas, pero ninguno a destacar tanto como para llevármela a ver a JC, así que planeé ir sólo. El Chiqui se enteró, supongo que por el blog, y me mandó un mensaje preguntándome si no me importaría que viniese conmigo, que él no tenía invitación. Yo no le conocía de absolutamente nada, pero tampoco me pareció mal así que accedí y allí que se vino con Nerea y Guillermo, a los que también conocí aquella misma noche. ¿Cómo iba yo a saber que aquel fenómeno encorbatado me iba a meter en tantas liadas?. Lo cierto es que después de aquello coincidimos algunas veces, pero tampoco demasiadas porque se volvió a la bella provincia manchega donde tan famosos son los… son las… a la bella provincia manchega que es Albacete.
Notamos en Tokyo una perturbación en la fuerza cuando volvió algo así como un año después. Y volvió para revolucionarnos a todos: como el Zordor, no hay mail en el que él no esté, aunque a excepción de éste, él si que luego se presenta en las liadas. Entre otros saraos, se le conoce como co-organizador del hanamón, la genial ocurrencia de irse de hanami con un jamón pagado a escote y veinte barras de pan que zamparse debajo de los cerezos, cocinero oficial de las clases de cocina para japoneses que cumplieron su primer aniversario hace poco, el ya histórico viaje organizado al milímetro para que un grupo de Albaceteños viniesen a conocer Japón y la más reciente: la noche de monólogos en castellano en Tokyo donde se las ingenió para traer a Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla que actuaron para todos nosotros.
A mi me suele liar mucho, y yo encantado, claro: por ejemplo, soy el traductor de sus clases de cocina donde trato de contar en mi japonés de Zalla las instrucciones que nos hemos preparado más o menos a pachas aunque el muy perrete suele improvisar soltando adrede palabras que resulta imposible traducir allí mismo: «antiguamente en las aldeas de España se amasaba el pan y se cocinaba en hornos de leña que eran compartidos por…» me soltó una vez ahí mientras yo trataba de salvar la situación delante de veintipico japoneses, ¡será cabrón!.
También se vino, junto con Guille, a correr hora y pico conmigo a la maratón de Tokyo que troté en febrero… ahí si que le echaron huevos los dos porque yo me llevaba preparando cuatro o cinco meses, pero ellos se vinieron prácticamente de resaca y ahí que mantuvieron el tipo durante un buen ratazo!.
Ahora que la liada más parda en la que me ha metido es la de la noche de monólogos. Yo estaba de segundón porque la primera persona en la que pensó fue el galleguer que, afortunadamente, no aceptó. Digo afortunadamente, porque aunque en ese momento me intimidó mucho el asunto y me arrepentí bastante de haber aceptado durante las semanas siguientes, ha sido una de las mejores experiencias desde que llegué aquí y ojalá se pueda repetir de alguna manera.
Y bueno, ¿qué más contar de Fernando?. Al margen de saraos y eventos varios, es un tío con el que se puede hablar de prácticamente cualquier tema, que puedes contar con él para hacer de todo: desde subir paredes en rocódromos perdidos de Ikebukuro hasta ir de excursión en moto a ver despegar aviones en Haneda y que nunca perderá ese humor que le caracteriza aunque le hagan comer natto, eso si, que no tiemble la tierra ni un poco así porque ya estará desayunando en Barajas.
¡Ah! y es testigo de mi boda. Inmediatamente pensé en tres personas cuando me enteré que hacían falta testigos, uno no pudo venir porque estaba de vacaciones en España, pero los otros dos no podían haber sido otras personas, de alguna manera sentía que, sin ninguna duda, debían ser ellos.
El Chiqui no defraudó y cumplió con creces porque le tocó escribir su nombre en katakana, y Picazo se escribe así:
ピカゾ
Pero él se lió y en vez de la «ZO», escribió un «TSU» que en katakana se parecen bastante… vamos, que somos la única pareja del mundo a la que nos ha avalado como testigo de enlace matrimonial el señor PIKATSU:
ピカツ
Él decía de pedir otro papel y corregirlo… no le habría dejado ni por ciento cincuenta millones de yenes, no pararé de contar esta historia mientras viva.
En definitiva: uno de los mejores amigos que uno puede tener, un tipo al que tampoco cojo el teléfono, como prácticamente a casi nadie, pero la cosa es distinta con él porque después de ver la llamada perdida, respiro profundamente tres o cuatro veces y le mando un mensaje preguntado por el motivo de su llamada, con miedo pero con emoción… porque seguramente me venía a contar la siguiente que se le ha ocurrido preparar…
Este año volví a ir al campamento de Karate que se organiza todos los veranos en Chiba. Con la cosa de la maratón, me perdí el del año pasado, así que cogí este con muchas ganas, todavía más cuando me enteré que era Daizo Kanazawa el que lo organizaba, uno de los hijos de Hirokazu Kanazawa. Mi sorpresa fue enorme cuando vi que en realidad vinieron la familia al completo!! Daizo, Nobuaki y Fumitoshi, los tres hijos de Kanazawa. Para quien todavía no lo sepa y quizás le interese, Hirokazu Kanazawa es uno de los pocos alumnos directos vivos de Gichin Funakoshi, el fundador del Karate-do. Vamos, que es una leyenda viva del Karate, ¡¡y nos fuimos de campamento juntos por segunda vez!!.
Son tres días de budo en su máxima expresión, tres días en los que algo así como cuarenta chavales y diez adultos convivimos en un ryokan con el objetivo de aprender más de lo que sabemos, de practicar con gente distinta, de saber un poco más de los demás y a la vez tratar de que los demás sepan un poco cómo somos nosotros.
Se respetan mucho los rangos, si ves a un profesor cargando algo, lo suyo es que se lo cojas y lo lleves tu sin que nadie te diga nada. Y lo mismo se te aplica a ti: cualquiera que tenga menor cinturón que tu debe ganarse tu respeto ayudándote, haciéndote más fácil cualquier actividad. Esto me sorprendió bastante, a mi los chavales me llamaban Sensei, y el señor de cuarenta y pico años con el que compartí habitación no me dejó hacer prácticamente nada: cuando me iba a dormir, ya estaban los futones preparados, cuando salía un momento por la mañana al despertar, al volver el futón ya estaba recogido, ¡hasta me lavó el karategi!. Y todo de una manera sutil, sin alardear de ello, sólo cuando yo preguntaba, él contestaba: «¡el karategi está limpio!». «Si, lo lavé ayer con el mío, espero que no te importe», y después reverencias y yoroshikus.
Aunque suene redundante, todo gira en torno al Karate. Cogimos un autobús desde Tokyo y nada más llegar al ryokan, no tuvimos casi ni diez minutos para ponernos el karategi y empezar las clases en un pabellón cercano. Clases de tres horas, impartidas por los cuatro miembros de la familia Kanazawa, quizás las cuatro personas más representativas y conocidas del Karate Shotokan a nivel mundial. Clases magistrales, divertidas, serias, sacrificadas, dolorosas, asfixiantes… clases sobre un suelo de madera en un pabellón de un pueblo pesquero que nada tiene que ver con la locura que es Tokyo. Un grupo de personas dándolo todo al ritmo que marcan las cigarras allá afuera, quizás clases como eran antiguamente cuando el anciano que tengo delante era el joven que estaba delante de otro anciano.
Y después a comer tratando de que los chavales se dejen lo menos posible en los platos. Comida hecha por una abuela, la madre del dueño del ryokan, que todos los días vino a contarnos lo que había preparado y a decirnos que había más en la cocina, que si íbamos con el plato nos lo rellenaba. Comida japonesa casera, ¡qué mejor forma de recuperarse de la paliza de la clase!
A la noche nos tocaba reunirnos a los mayores con alguna que otra cerveza de por medio. Los profesores hacían balance del día y nos contaban la agenda del día siguiente encargándonos tal o cual tarea. Después sólo tocó seguir bebiendo deleitándonos con las anécdotas de Kanazawa Kancho: sus viajes por el mundo, su relación con Gichin Funakoshi, la anécdota de Elvis Presley, la de Bruce Lee… anécdotas complementadas por el resto de profesores, sus hijos, que aireaban tal o cual recuerdo de cuando eran críos y su padre volvía de tal o cual lejano país a darles el beso de buenas noches con algún regalo exótico esperándoles por la mañana.
La noche se alargó mucho aunque al día siguiente a las seis y media tocaba salir a correr por la playa. Yo me cuidé de beber demasiado sabiendo las horribles resacas que tengo, así que estaba bastante fresco. Aún así, correr por la arena de la playa es bastante duro, más si encima le añadimos las agujetas de la clase del día anterior. Pero aunque el madrugón es horrible, el gustico que da estar al lado del mar a esas horas de la mañana compensa de sobra.
Luego desayuno de los de coger bien fuerzas, y a la clase de nuevo. Otra de tres o cuatro horas de no parar en ningún momento, aunque esta vez teníamos motivación doble: al acabar nos íbamos a la playa.
Allí fuimos unos cuantos mayores de avanzadilla para buscar sitio, y luego estuvimos con los chavales bañándonos teniendo mucho cuidado con los más pequeños que no tendrían más de cuatro o cinco años y no querían más que meterse donde les cubría enteros. Menudas risas nos echamos. Además después tocaba lo de las sandías, se trata de ponerle una venda en los ojos a un chaval, darle un palo y después de hacerle girar sobre sí mismo tres o cuatro veces, guiarle para que le pegue un palazo a la sandía y la abra en canal para todos.
Esto es unas risas porque algunos chavales juegan a despistar y le dicen todo al revés… así luego hay accidentes…
Pero al final comimos sandía, nos pusimos tibios!!.
Y ya vuelta al ryokan donde la noche estaba lejos de acabar. Tocaba barbacoaca!!! encima como yo había estado todo el rato cuidando a un chavalico, me libré de cocinar y sólo quedó ponerme hasta arriba!!. El chavalico este, por cierto, más majo que ni sé!!
Después nos fuimos de hanabi!! Daizo Sensei había ido a una tienda de Asakusa donde te hacen fuegos artificiales a la carta, y madre de Dios lo que llevamos ahí. Nos lo pasamos muy muy bien, yo creo que los adultos mejor que los chavales!!!
Y aunque el domingo tocaba otra vez diana, de nuevo nos juntamos los mayores a hacer balance a modo de excusa para apurar un par de botellas de shochu. Allí salió el tema de mi boda y fui el centro de atención, muy a mi pesar, durante un buen rato, hasta Kanazawa Kancho me felicitó!!
El último día, después de la salida a correr de madrugón, tocó la última clase, quizás la más especial de todas porque todos estábamos exhaustos del intenso fin de semana, las piernas nos sostenían de milagro, así que hubo que echarle vísceras al asunto…
Ya solo tocó recoger, sacar una última foto de grupo y tirar para Tokyo por la carretera que va por debajo del mar. Allí el autobús hizo un descanso aprovechando el pedazo de día que hizo y la verdad es que había unas vistas con Tokyo al horizonte que quitaban el sentido…
Menudo fin de semana… buff!!!
Osss
Después de tantos preparativos, de tantos nervios…
¡Por fin tenemos el vídeo!
¡la espera ha merecido la pena con creces!
¡anda que no ha quedado chulo!
¡ni ná!
Ahora después de dejar tiempo entremedias y verlo con calma, puedo decir que estaba mucho más nervioso de lo que se aprecia, lo que supongo que es bueno. También está claro que estaba mucho más preocupado por que no se me olvidase nada que por decir las cosas con naturalidad o con más gracia… a pesar de todo, se me olvidaron bastantes chistes, lo que es una pena porque había alguno bastante bueno que se quedó en el papel. Para la próxima vez, si la hay, está claro que la cosa saldrá muy distinta porque ahora ya sé más o menos lo que hace gracia y lo que no.
En definitiva: una acojonante experiencia. ¡¡ Espero que disfrutéis con el vídeo tanto como yo preparando el monólogo !! Encima nos han dejado meter una pequeña parte de las actuaciones de Joaquín y Ernesto, ¿qué decir de estos dos genios?, bueno si, que estuve prácticamente llorando de risa como hora y media seguida. Es una pena, pero por razones de copyright no podemos poner sus actuaciones enteras… aquí dejo algunas fotos que sacó el gran CaDs:
Y bueno, ahí va el vídeo finalmente, a ver que os parece…:
Y ojo que encima hay concurso que se ha montado el tito Chiqui alias «The Albaceter«, ahí os pego lo que me ha contao:
Espero que los que no pudistéis estar hayáis podido sentir lo especial que fue aquella noche. Para vosotros, para todos, desde el blog vamos a sortear la camiseta que usó el gran Ernesto Sevilla en su actuación en Tokio. Y además firmada por los tres artistas que pisaron escenario ese día.
Para conseguirla simplemente tenéis que COMPARTIR EL VÍDEO y DEJAR UN COMENTARIO en esta entrada (o en la del Chiqui, las dos valen) diciendo dónde habéis compartido el vídeo de la Noche de Monólogos en Tokio y el enlace (o enlaces) para poder comprobarlo (en su caso).
La cosa regirá de la siguiente forma:
1) Vale cualquier plataforma para compartirlo: facebook, twitter, tuenti, google +, instagram, blogs, el tablón de anuncios de vuestra parroquia o cualquier otra que se os ocurra (siempre que sea demostrable)….¡Demostrad que sois tipos ingeniosos y salaos!
2) Por cada sitio donde lo compartáis tendréis un número para el sorteo. Por lo tanto cuanto más veces lo compartáis más posibilidades tendréis de ganar.
3) Si dedicáis una entrada de vuestro blog al evento tendréis 5 números extra para el sorteo.
4) En caso de usar twitter debéis además seguirme (@ferpisan ) y añadir el hastag #MuchachadaEnTokio cuando compartáis el vídeo.
5) El ganador será elegido por sorteo en un plazo aproximado de 30 días.
¡Ahí queda eso!
Foto del CaDs
Hola,
¿Cómo te van las cosas? ¿te acuerdas de mi?, hace ya tanto tiempo que no me extrañaría que te hubieses olvidado, no del todo, pero seguramente no pienses en mi ya tan a menudo como hace unos años. Espero que no sea demasiado poco… yo todavía me acuerdo de ti aunque no sea siempre. Es curioso, me vienes súbitamente a la memoria, de repente, como si esos momentos fuesen hechos para ser vividos los dos juntos y el universo no tolerase que estemos separados… o algo así. No me hagas mucho caso, se me ocurren muchas cosas raras desde que vivo solo, será que tengo mucho tiempo para pensar. El otro día pensé que a veces las personas estamos conectadas, que nos conocemos aunque no nos hayamos conocido nunca. ¿No te ha pasado nunca?, a mi me pasa a veces. Hablo con alguien que acabo de conocer y me da la impresión de que hemos jugado de pequeño juntos o que nos hemos peleado o incluso me ha pasado que creo saber el sabor de sus labios como si hubiésemos sido amantes en otro tiempo y lugar. Y todo esto nada más vernos por primera vez. ¿Me estaré volviendo loco? un poco seguro que llevo estándolo desde hace tiempo, pero no le des demasiada importancia, son tonterías que se me ocurren.
Últimamente las cosas me van bien, te escribía para contarte esto mismo, porque de alguna manera me gustaría que lo supieras, quería compartir este momento contigo, esta vez aposta. Ya sabes que llevo en Japón unos años, más de los que se sienten en realidad, vivir aquí es tan fácil… Seguramente no te podrás imaginar cuanto porque no has estado nunca y a eso tenemos que ponerle remedio cuando antes. ¿Te conté que me mudé?, ahora tengo dos habitaciones y sitio más que de sobra para que me visites siempre que quieras, ni que decir tiene que te recibiré con los brazos abiertos porque siempre ha sido algo muy bueno verte y seguro que lo será sentirte cerca de nuevo como en los viejos tiempos.
Además que tienes que conocer a Chiaki. No sabría decirte cómo me ha cambiado la vida desde que la conocí porque es probable que no sea plenamente consciente. Solo sé que ahora me preocupo por dejar de sonreír queriendo porque resulta que siempre lo estoy haciendo y parezco mucho más tonto de lo que creo que soy, que mi corazón parece que lata sólo para contar lo que falta hasta que vuelva a ver a esos ojos mirándome desde tan adentro. ¿Ya sabes que nos vamos a casar?, ojalá puedas venir a la boda el año que viene. Ahora estamos con el papeleo, ¿te quieres creer que tengo una entrevista en la embajada?, una de esas en las que se aseguran que el matrimonio no es de conveniencia. Entiendo que tengan que hacerlo, pero me parece tan humillante, tan insultante que alguien que no sabe absolutamente nada de nosotros tenga que juzgarnos… Si fuese por mi, les sacaba de dudas pronto porque claro que me conviene tenerla a ella cerca, por lo menos por lo menos hasta que me muera. La quiero tanto…
Últimamente, además, no dejo de pensar en cómo serán nuestros hijos. Ojalá que se parezcan lo más posible a su madre, pero si pudiese elegir, me gustaría que tuviesen algo de mi hermano Javi, una pizca de esa ingenua y preciosa felicidad que a veces se le escapa cuando rie. También me pregunto que idioma hablarán, si seré capaz de enseñarles castellano a la vez que aprenden japonés e inglés… quizás sería bueno que yo le hablase siempre en mi idioma y Chiaki en el suyo, y así los tres aprenderíamos. No dejo de emocionarme viviendo ya esta vida que parece que pronto será la mía. Me siento tan privilegiado… bueno, que te voy a contar a ti que ya llevas casado algunos años.
También hemos casi acabado de escribir el libro. Bueno, yo lo he acabado de escribir y Fran de diseñar, ahora estamos revisando cosas aquí y allá. Te sonará a otra ñoñería de las mías, pero ese libro es lo más cerca que he estado y estaré nunca de airear mi alma abriendo las ventanas tan de par en par: melancolía de la buena y de la mala, amor, resignación, odio, muchas lágrimas, amagos de felicidad desleída en ríos de tristeza… ahora diría que ternura en cada una de las páginas que parecen tamizar lo que me tocó sentir desde que aterricé en Tokyo aquella fría mañana de febrero. Tenía tanto miedo de que no me volviesen a abrazar nunca más… Pero mira, ahora han cambiado mucho las tornas, fíjate que iba a titularlo «Un sueño desafinado» porque pensé que venir aquí era algo así como cumplir un sueño pero que al hacerlo sabiendo que huía de mi yo de antes era como empezar a soñarlo ya de malas… parecía un sueño que no podía acabar bien de ninguna manera. Ahora la cosa es distinta, lo voy a titular «Afinando un sueño», porque al final he sabido pintar los colores que le faltaban a mi vida y lo que ha quedado es una cálida melodía que escuchar cada día de estas horas en las que siento que ahora si, que ya soy feliz casi del todo.
«Afinando un sueño»… si, creo que le pega bastante bien… ojalá la editorial a la que lo enviamos nos responda pronto y pueda salir adelante, eso si que sería algo que resoñar muchas noches.
Yo ya te imaginarás que sigo con lo mío: trabajo, karate, fotos… aunque se me cruzan aventuras por delante, porque al final no dejan de ser locuras que estoy viviendo a mis treinta y cinco, como escribir y contar un monólogo junto a Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes. ¿Te has enterado?, de esto hace ya una semana, pero ha sido el mayor disparate quizás de mi vida y encima salió bien. Ha sido genial conocerles, son gente tan maja, tan normal. Joaquín no dejaba de decir «ay que majica Chiaki, ay que majica», jaja, y Ernesto, el gañán que tantas veces he visto por la televisión, me felicitaba por mi monólogo. Que especial ha sido todo, que increíble.
No sé que más contarte… sólo se me ocurre sacarme este sentimiento de culpa y pedirte perdón por no escribirte más a menudo. Uno se deja llevar por los días y aunque se acuerda a veces de los que están lejos, se olvida al de un rato, encima yo, que me distraigo con cualquier cosa. Bueno, me despido ya, espero que sigas bien y ojalá que vengas pronto. Te mando un abrazo de los de que te pongas morado de no poder respirar, me encantaría dártelo en persona pero no va a poder ser de momento.
Hazme el favor de cuidarte y que nunca se te olvide que no me olvido de tí. Aunque lo parezca la mayoría de las veces.
Y épico fin de semana, que empezó el jueves por la noche y todavía está por acabar.
Innumerables preparativos: el micrófono en el centro, las luces las subimos que si no, no se os ve la cara, habla que ajuste el sonido… la chuleta la pego aquí en el suelo y si se me olvida algo le echo un ojo, a ver si no se nota mucho.
Desde mi sofá miro para atrás y no veo más que gente; muchos conocidos, muchos totalmente desconocidos, supongo que todos paisanos menos la minoría japonesa, claro está. Infinitos nervios, esto está por empezar, en cuanto la señal acordada con Chiqui aparezca, en cuanto las luces del fondo se apaguen, ahí me subo yo a hablar.
Empiezo hablando sin saber muy bien lo que digo, mecánicamente, repitiendo el guión ensayado como quien hace un examen de historia: todo seguido antes de que se olvide. Hasta que de repente el público se empieza a reír, tanto y tan pronto que me descoloca, me sorprende. Mi misión era soltar todo de un tirón, pero he de parar a esperar a que acaben de descojonarse, incluso de aplaudir dos o tres veces. Esto no estaba en el guión, me pierdo, intercalo partes y me olvido un par, pero las que suelto ya soy consciente de que las estoy soltando y actúo, les doy forma, ya no es sólo recitar, es sentirlas, es contar los chistes que se me ocurrieron hace tiempo para gente que me está siguiendo el juego totalmente. Madre mía que sensación más escalofriante, esto es la hostia.
Cuando presento a Joaquín Reyes, prácticamente huyo del escenario y me vuelvo a mi sofá sin darme mucha cuenta de que ya ha acabado y que parece que ha salido bien. Las luces se apagan del todo y yo aprovecho para darle un beso a ella, a la que ha aguantado estoicamente mis ensayos aun no entendiendo nada, a la que todavía estoy por conocer sin apoyarme al 1000% en todas y cada una de las locuras en las que me meto. Estoy prácticamente al borde de lágrimas de alivio cuando Joaquín pide un aplauso para mi y lee un par de líneas de la chuleta que olvidé pegada en el suelo.
Ahí, con todos esos aplausos, es cuando empiezo a asimilar que puede que todas esas carcajadas, que lo que sonaba cuando la gente se daba con una mano contra la otra, hayan sido para mi.
Madre de Dios, que sensación. Que no acabe nunca.
Luego pues sólo quedó dejar que Joaquín y Ernesto me matasen de risa dos o tres veces por minuto durante más de hora y media… Vaya dos pedazo de genios en el escenario y que tíos más majos y encantadores en cualquier otra situación y lugar. No supe y todavía no sé como darles las gracias por dejarme formar parte de su espectáculo, menudo honor.
Y una vez más, eternamente agradecido al tito Chiqui por complicarme siempre la vida de esta maravillosa manera y hacerme partícipe de nuevo de una de sus inmensas locuras. Esta ha sido la mayor que se te ha ocurrido, macho, ya no hay límites. Eso si, que no se te olvide llamar para la siguiente, que llevo tantos fines de semana preparando el monólogo que ahora que ya lo he acabado no sé que hacer.
Bueno si, esperar al vídeo y a ver si alguien me pasa alguna foto. ¡Que ganas de verlo!
Muy buenas noches, gracias a todos por venir…
Konbanwa, honjitsu wa okoshi itadakimashite makoto ni arigato gozaimasu…
Muy buenas noches, gracias a todos por venir…
Y sigue como diez minutos más. Contando lo que se me ocurrió hace un mes más o menos y que suene natural, como si no hubiesen horas de ensayo detrás ni vídeos grabados, borrados, y vueltos a grabar en la soledad de la habitación. ¡Qué difícil es ensayar esto sin nadie delante!
El día clave fue cuando el Chiqui y el Lorco me hicieron de público sentados en aquél sofá. Vi que se reían, que se reían de verdad, que incluso tenía que parar alguna vez a esperarles… ojalá pase también mañana… Después hubo lugar para las correcciones y las críticas constructivas, y al final un par de folios con la versión final que aprenderse del todo.
Y yo en un escenario con los focos enfrente y un micrófono que me separa de las noventa personas que estarán delante. Y mi misión es tratar de que se rían todas y cada una de ellas con las chorradas que soltaré como si me las acabase de inventar aunque esto esté lejos de ser cierto.
Ya ha empezado. No puedo estar más contento y motivado… menudo honor.
Hoy me voy a las seis porque he entrado a las nueve y tenemos horario flexible. Todo el mundo lo sabe, es martes y los martes me voy a Karate. Los viernes es igual. Lo hablé con el jefe y no había ningún problema, siempre y cuando, claro está, uno sepa arrimar el hombro cuando pinten bastos. Después de cinco meses, esto no ha pasado más que un día.
Estaba sólo en la oficina cuando a las nueve y media ha venido el jefe de equipo. Hasta donde yo sé, tiene un par de críos y él también se va hoy a las seis y algo. No es lo habitual, pero tampoco es raro.
El de dos sitios más para allá es un chaval que no sé cuantos años tendrá, pero no más de 25. Quitando los martes y los viernes, raro es que me vaya yo antes que él, y yo nunca salgo más tarde de las ocho. Enfrente tiene a una chica que es madre de un crío y que tiene jornada reducida por esto mismo; a las cinco y media todos los días se va a recoger a su chaval. Me contaba su compañero, el que queda a su izquierda, que dejó su trabajo anterior entre otras cosas porque no le dejaban hacer esto de salir antes y ella quería ver crecer a su niño.
El que me lo contó aquél día resulta que ahora va a clases de ballet y ha empezado a salir un par de veces por semana a las seis de la tarde. Antes de estas clases, tampoco era raro que se pirase antes que yo la mitad de los días.
Ella no es la única que tiene hijos, hace nada otro compañero ha tenido su segundo chavalote. Tampoco le he visto quedarse hasta tarde prácticamente nunca, aunque si sé que tuvo que hacerlo durante semanas cuando el proyecto empezó y no se llegaba a los plazos. Fue un hecho puntual, no ha vuelto a pasar.
Es una empresa japonesa, como las dos anteriores en las que he estado, ésta quizás más porque pertenece a un grupo grande y ese, digamos, sentimiento corporativo, se acentúa. En todas las empresas ha habido siempre mayoría de japoneses y la de ahora tampoco es una excepción. En ninguna de las tres empresas me he encontrado con nadie que viva en el trabajo, que se quede sólo por aparentar, que viva para trabajar en vez de lo contrario. Entre mis compañeros desde que llegué a Tokyo puedo contar un par que comían con la boca abierta, otros eran unos rascayús insufribles y todavía me sigo encontrando con genios capaces de hacer maravillas con un teclado. Todos somos gente con nuestras vidas, nuestras comeduras de cabeza, nuestros complejos, nuestros amores inconfesados, nuestras dietas por acabar, nuestras prioridades y nuestras tonterías. Somos personas con una renta que pagar, con una novia que nos espera dos veces por semana en algún restaurante a las ocho de la tarde, con un barrio al que ir a fotografiar o un bar que saquear sin tregua con amigos.
Clasificarnos por nacionalidades debería hacerse sólo para empezar chistes.
Confieso, no, digo con cierto orgullo que en esta empresa estoy trabajando más que nunca, primero porque me gusta lo que hago y segundo porque quiero y siento que debe ser así. Pero también digo que nunca me han obligado a quedarme hasta tarde y nunca he tenido que hacer horas extras por sistema.
Quizás es que he tenido suerte hasta ahora, o puede que haya sabido regar la flor esa que me brotó en el culo hace muchos años, pero afirmar que cualquiera que trabaja aquí prácticamente muere me parece tan absurdo que no he podido más que contar un poco de lo mío por si a alguien, quizás, le interesase saber que eso de generalizar puede que quizás no sea muy correcto.
Pero esto hay que leerlo con cuidado, porque puede que mi realidad no sea la realidad aunque a mi me lo parezca, quizás más que nada porque es la mía.
Es lo que tienen el puede y el quizás, que quizás.
O que puede.
– Me llamo Tomomi, hoy estoy a vuestro servicio y mi misión hasta que se haga de noche es que seáis felices. No importa lo que tenga que hacer, pero no pararé hasta veros reír con el corazón. 心から笑っていただいてほしいです。
En aquella habitación de aquel ryokan, una señora nos hablaba sentada en seiza con tanta pasión que resultaba difícil no sentir siquiera ganas de sonreírle a su sonrisa aunque no se entendiese japonés. Tenía tantas arrugas que se le rebosaban por los ojos como si hubiese querido reírse de todas y cada una de las horas de los días de su vida. De alguna manera le hacían juego con aquél precioso kimono verde. Sus arrugas o el moño, o el exagerado maquillaje de sus labios… todo a la vez sumaba y la cuenta le salía favorable. Seguro que de joven había robado más de un giro de más de una cabeza.
– ¿Pero tu que haces ahí sentado?, no no, ¿sabes?, en Japón el hombre es la figura importante de la pareja, el samurai. Tu tienes que sentarte aquí y dejar que nosotras las mujeres cuidemos de ti mientras tu descansas.
Incluso con esa caduca manera de pensar, o quizás por eso, uno tenía la sensación de ser un privilegiado por escucharla. Era como vivir dentro de una de tantas películas de épocas pasadas; no me habría extrañado si de repente el mundo se hubiese tornado en blanco y negro.
Por supuesto que me dejé hacer, uno no tiene siempre la oportunidad, ni la necesidad ni las ganas, de sentirse el shogún del lugar. Me levanté de al lado de Chiaki y me senté en el lugar que se suponía que me correspondía. Poco tardó ella en servirnos un té de los de preparar despacio mientras nos preguntaba por nuestra historia. Pareció que a nadie nunca le había importado como a aquella buena señora el cómo nos conocimos y el porqué decidimos no seguir separados. O seguramente es que se tomó a pecho la promesa aquella del principio de tratar de hacernos feliz y consiguió hacernos creer que de verdad daba un duro por saber cómo aquél chico del norte de España acabó con aquella chica de templo de Saitama. Nos regaló escucharnos con tanta atención que daban ganas de no acabar nunca de hablar.
– ¿Y no conocéis a ningún señor de mi edad para que me haga de novio?, sólo por un rato, no me hace falta para mucho. Seguro que tu tienes algún amigo que presentarme. Ni aprender español hace falta, porque en la cama todos nos entendemos. Huy lo que he dicho, que sois mis clientes, no se lo vayais a decir a mi jefe que me despide y a ver que hago luego, habráse visto Tomomi que no eres capaz de estarte callada!
Y como sabía de sobra que nos tenía ganados, siguió contándonos momentos de días pasados de sus años vividos.
– Yo vivía y trabajaba en Tokyo, pero me volví para Dougashima cuando me jubilé. Al principio no hacía nada más que dar paseos como los viejos, pero me moría de aburrimiento. Así que decidí hablar con el jefe del ryokan y pedirle trabajo, aunque sea temporal. Me dijo que tenía que llevar kimono, y yo encantada porque me gustan mucho los kimonos, ¿a que me queda bien?
– Estás mas guapa que guapa, yo porque tengo novia, que si no…
Sus carcajadas, y afortunadamente las de Chiaki, sólo fueron interrumpidas cuando uno de los muchos aguiluchos que sobrevolaban el lugar decidió sentar las alas en la barandilla de nuestro balcón y graznar quizás a modo de suspiro.
– ¿Miralo el aguilucho donde se ha ido a poner?. Eso es que sois buena gente, los animales saben de lejos de quien se pueden fiar y si es del lugar, este a mi ya me conoce, así que si se ha posado ahí es que le gustáis. ¡A mi también me gustáis! Da gusto ver una pareja tan joven como vosotros, que vais dando envidia.
Envidia me daba ella a mi, ojalá yo a sus años fuese, si acaso, una cuarta parte de encantador. Seguro que la adoran sus nietos, y todos los amigos de éstos.
– Pues si os digo la verdad, esto para mi no es un trabajo. Si no me pagasen me daría igual, porque sólo con poder ver todos los días las increíbles vistas de las que disfruto estando aquí ya me considero pagada. Porque vosotros habéis venido para uno o dos días, pero yo veo esto siempre. Cada anochecer, cada amanecer… por eso me fui de Tokyo, por eso volví aquí, porque seguramente no me queden muchos años más, pero los que me queden quiero sentir lo que siento cuando veo cómo el sol se esconde en el mar. Si esperais algo así como una hora, lo veréis vosotros también, yo os recomiendo que no salgáis de la habitación, que lo veáis desde aquí.
No apartó la mirada del mar en todo ese rato en que sus labios hablaron desde un corazón que se sentía latir desde lejos. Y allí se quedó un rato más, con las pupilas fijas en el agua y la mente a muchos kilómetros y años de aquella habitación con tatami. Me pareció que se le escaparon una o dos lágrimas en lo que logró volver.
– Y ahora me voy y os dejo solos, porque ya llevo sobrando desde hace mucho. Sé que os gustará lo que vais a ver porque yo soy como el aguilucho aquél, el aguilucho Tomomi. Y de sobra sé que sois de los míos.
しつれいします
Y ya sólo nos quedó soñar con aquella mentira deseando no despertar nunca porque entonces, entre legañas, nos íbamos a dar cuenta de que dejaría de ser verdad.
Es curioso como cuando sale alguna foto decente, siempre viene alguien a soltar aquello de «meh…. si, pero está retocada asín que no vale…gñ….». Teniendo en cuenta que prácticamente el 100% de las fotos que pongo yo aquí o subo al Flickr están tratadas de alguna manera, este argumento no me parece que tenga demasiado sentido en mi caso, aunque entiendo a lo que se refieren, porque si que es verdad que algunas fotos acaban pareciendo irreales.
El caso es que no soy capaz de subir una foto si creo que la puedo mejorar utilizando las herramientas disponibles. Cuando sacas en RAW, resulta que tienes mucha información dentro de esa fotografía y que no tienes porque conformarte con cómo la cámara ha decidido mostrarla, sino que puedes moldear, dentro de unos márgenes, el resultado final de combinar toda esa información captada por el sensor y que todavía está ahí.
Hay muchas fotografías que según salen ya han quedado bien, pero yo siempre ajusto algo: a veces simplemente los niveles de negro que le dan fuerza a los paisajes, otras bajo la exposición en el cielo, que siempre suele aparecer blanco por estar sobreexpuesto, la gran mayoría hay que enderezarlas algunos grados… lo que nunca hago es «photoshopear» el asunto: no quito ni pongo nada que no estaba ahí antes, no nos confundamos.
No voy a dar lecciones de Lightroom como me dicen por ahí porque no soy ningún experto, pero si que voy a poner ejemplos de fotografías nada más horneadas por la cámara y cómo quedaron después de pasar el toscafiltro. Hay bastante diferencia!! aunque todos sepamos que el que se puso a escribir sobre gustos, nunca acabó.
Bajando el Fuji, saqué a este señor a contraluz: el cielo se ve bien, pero no se le ve el gepeto apenas. Si la cámara tiene la información, ¿porque no aumentar el brillo o la exposición de la parte inferior de la foto?. Aparte que como llevé la cámara todo el rato en la mano y el suelo del Fuji es todo gravilla, la lente se ensució bastante… ¡pues fuera esas motas que dan por saco!
Ojo a la siguiente!, un poco más abajo de donde estaba sentado el señor sonriente de cara oscura: lo de las motas de polvo es todavía más evidente al haber mucho cielo. Pues se quitan las motas, y de paso aclaramos toda la foto que está ligeramente subexpuesta y le subimos un pelín el contraste para que el blanco de las nubes sean más parecido a la realidad de aquella mañana:
La siguiente del Kinkakuji de Kyoto de no hacía falta tocarla porque ya salió bastante bien, pero lo cierto es que es la típica foto que saca todo el mundo y quería darle un toque una miaja diferente. Así que la enderecé y subí un poco los tonos azules de la parte superior de la foto y los de amarillo de la parte inferior. El resultado, en este caso, no tiene porque ser mejor que el original, pero a mi me gusta más:
Una de este siglo!! una de las recientes de la Sky Tree del post de antes. El edificio de la izquierda aparecía demasiado oscuro para mi gusto, así que aumenté la exposición de esa zona y de paso descubrí que se veían matices del cielo, así que apliqué el cambio hasta aproximadamente la mitad de la torre. También la enderecé un poco, y probé a hacer lo mismo con el cielo de la parte derecha pero me pareció que quedaba mejor si aparecía totalmente oscuro dándole gracia a la foto por el contraste.
Ala pues!!!!
¡¡ Haced bondad este finde !!
Gracias por las felicitaciones en el otro post!! hay que ver la de gente que se pasa por aquí!! ahora estoy hasta nervioso y todo escribiendo!!
Bueno, total, el otro día, después de estar tres o cuatro horas ensayando el monólogo, cogí el trípode y la cámara nueva y tiré para Asakusa a sacarle fotos al pirulo por la noche. Ya he dicho yo más veces que cuando hace calorcico, yo hago el triple de cosas, ¡coño es que apetece!, no como el asqueroso invierno que te tiene enchuminao metido en casa!!
Como era el primer fin de semana después de la inauguración, aquello estaba lleno de policías y no me dejaron sacar el trípode cerca porque había un montonaco de gente por todos los lados, y es que aunque no se puede subir arriba si no tienes entrada reservada, debajo hay un centro comercial enorme y claro, todo el mundo vino ahí al sopesquete de la novedad.
En fin, ahí van algunas de las fotos desde cerca de la base antes de que la autoridad tocacojonera me tirase de las orejas:
Luego me fui a un sitio donde no había tanta gente y me dio por darle al zoom a cascoporrer para sacar el máximo detalle posible de la antena, no quedaron mal esas tampoco, no:
Después me di un paseo hasta el otro lado del río en plan pensando «hay que ver Tosca, donde te has ido a vivir y los fregaos en que te metes, con lo bien que estabas tu en Zalla dando la vuelta a Ibarra los domingos y poniéndote hasta el ojerresque de chorizo y jamón». Cuando me quise dar cuenta, estaba afotando al pepino otra vez!
Y ya tiré para el templo, pero ba, no sé, como lo tengo muy visto, no me entretuve mucho allí. También es verdad que tenía más hambre que la cabra un gitano, así que ni templo ni templa! pa casa a comer gyozas!
Regulerer bonus track!!!
Ahí va un timelapse de esos de ver pasar las nubes que abarca toda la construcción de la Sky Tree. Por supuesto, no lo he hecho yo (ni falta que hace para enchufarlo en el post y quedarse con los huevos concéntricos):
– ¿tu eres feliz? ¿consideras que eres feliz ahora mismo, Oskar?
Esta mañana un buen amigo me ha hecho esta pregunta. Así, de sopetón.
Que si soy feliz.
Le he contestado enseguida, le he dicho que no sé si soy feliz, pero que sé que estoy mejor que nunca. Podría decirse, quizás, que soy más feliz que antes, que cualquier otro antes de mi vida. Que el Oskar de ahora es la mejor versión, que ningún Oskar de antes es capaz de superarle… ni siquiera el veinteañero, sin entradas, que se comía el mundo con el piercing en la ceja y década y media menos de viejo.
Antes de que nadie diga nada, no creo que vivir en Japón sea tampoco decisivo a este respecto, estoy convencido de que sería parecido viviendo en cualquier otra parte del mundo porque esta sensación, esta manera de mirar la llevo yo por dentro.
El trabajo me motiva, me entusiasma, me reta. A la vez, estoy en la mejor forma de mi vida gracias al entrenamiento para la maratón, me siento fuerte, ágil, capaz. Sigo teniendo ilusión por hacer cosas, sigo con la agenda llena de cuentos en los que salgo yo de una u otra manera en algún capítulo. Cuentos, fábulas, historias por escribir cuyos hipotéticos desenlaces me siguen teniendo en vilo cada mañana: ¿cómo saldrá la clase de cocina? ¿qué pasará en Karate hoy, de que país nos visitarán? ¿se me olvidará el monólogo delante de tanta gente?. Me meto en lo que sea menos quemar mi vida metido en casa delante de una pantalla, sea de televisión o de ordenador.
Y seguramente seguirá siendo así en cualquier otro lugar del mundo.
El baremo es totalmente distinto. Los valores que me guían poco tienen que ver con los de antes. Por ejemplo: tengo tres veces menos tiempo libre que el que tenía en Bilbao y he llegado a estar mucho mejor económicamente… hasta tenía coche y un piso de tres habitaciones frente a la única habitación de veinte metros en la que vivo ahora.
Pero no importa, o importa poco, o en su justa medida que es que da más o menos igual.
Apenas tengo bienes materiales más allá de los cuatro caprichos que me facilitan la vida: ordenador, iPad, la scooter… Pero si no los tuviese daría igual, quiero decir que no sería mucho menos feliz, no me importan tanto, antes me importaban mucho más. Vivir en un piso tan pequeño hace que no acumules nada; no lo hago: tiro lo que no uso o no me vale para nada empezando por ropa y acabando por libros que ya leí. No guardo nada, no tengo más que antes, no quiero tener como tenía antes. Si hubiese un incendio y se quemase todo lo que hay en mi casa, no me iba a durar la pataleta mucho: no tengo nada aquí dentro que considere imprescindible, ni siquiera que se acerque a ese concepto. Si el ordenador explota y me quedo sin fotos, ya sacaré otras mejores. Si la moto deja de andar, pues cojo el tren. Y de corazón digo que no me llevaría ningún disgusto de más.
Yo lo que quiero es ver más a mi familia porque les echo de menos a morir. El resto es simplemente perfecto.
Pero si. Sin duda soy más feliz que antes. Que sea poco o mucho decir será otra cosa.
Puede que el hecho de que me case el mes que viene tenga también algo que ver…