Feria de Abril en Tokyo

Esta es otra liada más del amigo de los líos, el tío Txiki. Más o menos me vino a decir que tenía metido en la cabeza que quería hacer una feria de abril en Tokyo, que lo suyo sería alquilar un local, llenarlo de farolillos y tirarnos todo el día entre fogones y barras dando de comer y beber al personal.

Claro, tu estás con dos o tres cervezas entreteniéndote las neuronas y no haces sólo una feria de Abril, sino que organizas hasta herri kirolak alrededor de Hachiko en Shibuya si hace falta. Una vez hasta me cayó bien un franchute, no te digo más el poder que tiene el néctar de cebada, oye que hasta estuve de pies a su lado un rato y todo!

El caso es que luego el asunto se siguió hablando. Y se empezó a liar de una manera acojonante: tras duras negociaciones, el de Albacete consiguió que un señor de Tokyo nos alquilase su bar español por un día para que hiciésemos, mayormente, lo que nos saliese del badajo de la parte de abajo. Encima, en medio de todo este jirijai de negociaciones y búsquedas estaba el gran Chema, el niño cagao, que se conoce el mundillo hispanofolklórico de la ciudad como nadie más que nada porque está metido en más fregaos del pelo que Don Limpio, que es calvo. Y como no podía ser de otra manera, se ofrecía a hacerse cargo de la parte artística del evento: tiraría de sus contactos para formar ahí un cuadro flamenco que animase el sarao desde por la mañana hasta por la noche. No sólo eso, sino que nos ha liado para que salgamos nosotros también destilando nuestro arte sevillano cordobés. No olvidemos que soy de Zalla, amigos, veo una guitarra y me falta olerla, la cosa no puede prometer más.

Así que por un lado teníamos al de Albacete echando números, al Chema ya con cuarenta ideas en la cabeza en forma de actuaciones y shows y por el otro estábamos Guillermo, Germán y el tío Tosca que les escribe que lleva deseando desde hace tiempo meterse en una liada de estas. Yo no sé estos dos, pero mi futuro pasa sin ninguna duda por tirar el ordenador al río y dedicarme a servir pintxos de tortilla y cortados en cualquier recoveco de Tokyo olvidándome de tanta patraña rascateclil y tanta tontería oficinera.

Con lo que una vez que teníamos el sitio y estábamos de acuerdo con el presupuesto, lo siguiente era decidir cuanto antes el menú. Parlamentamos durante unos cuantos días al abrigo de nuestro ombligo y al final cerramos el lío con unas tapas del copón que cocinaremos nosotros mismos y con un pedazo de jamón ibérico que se va a encargar el de Albacete de cortar junto a un salchichonaco, chorizaco y quesaco manchegaco cuya sola imagen me hace babear tres Iguazús.

Y una vez decidido el menú y el sitio, lo siguiente era crear el cartel, ahí me puse yo manos a la obra adobeilustratil y tratando de emular el típico cartel de los toros, me salió esta movida:

Cartel Feria de Abril organizadores.jpg

La sevillana es una ilustración de Meguchan91, el de la guitarra es el mismo Chema y en la parte de abajo ponemos cómo se va, el menú y además contamos que todo aquél que venga con traje de flamenco o sevillana, tendrá un plato de jamón gratis porque ser salado en esta vida debería estar premiado como mínimo con jamón.

Total, que entre unas cosas y otras, que si tiende la ropa…. que si riega las plantas… es este domingo ya, no te lo pierdas!

:gustico:

Finalmente este fin de semana vamos a tener un bar en Tokyo desde por la mañana hasta por la noche para nosotros solos. Ojo, que sabemos que nos tocará currar como campeones pero con muchísimas ganas y tremenda ilusión porque también sabemos que será, de lejos, un día increíble que tardaremos en olvidar.

Si por lo que sea estás en Tokyo ese día, pásate por Ebisu, que de beber, de comer y de reír te damos.

Lugar: Restaurante Iberia, en Ebisu


Ver mapa en fokik

Fecha y hora: Domingo 12, de 10:00 a 22:00
Entrada: 2500円, incluye tapa, bebida y el show de flamenco

:romeo: :gambiters: :cocinicas: :coleguicas:

The way you make me feel

Esto cantaba Michael Jackson en aquellos años añejos perdidos ya entre la memoria adolescente que yo suelo dar ya por olvidada demasiado a menudo ahora que mi vida es tan diferente.

La manera en que me haces sentir.

Ahora que mi vida se antoja más seria que nunca, que parece que importa más lo que uno hace quizás por estar cada vez más lejos de los treinta, me he dado cuenta que muchos de los sentimientos que surfean la linde entre mi piel y mis venas están causados por la presencia o ausencia de las distintas personas que disfruto o padezco a lo largo de las horas que estoy despierto. Cómo me hacen sentir es algo que suma y resta en la cuenta de la felicidad diaria que a su vez acumula llevadas en el resultado final.

Y es algo que no puedo cambiar por mucho que lo intente. Importa poco si es trabajo, hobby o tiempo entre medias de los dos. Son las personas que están las que deciden cómo me siento. Curiosamente.

Mi padre: la persona más sencilla del mundo, un señor de pelo blanco, alma de poeta y dos o tres halagos en los bolsillos del chaleco que sacará y te soltará a la que coincidas un rato delante de él. El hijo pródigo que es un calco de su padre, que era mi abuelo, con sus historietas, sus manías, sus tretas y sus vicios imposibles de cambiar. Verle fumando en la puerta del todo a cien de al lado de mi casa en Tokyo con una lata de café caliente en la mano comunicándose por gestos y ademanes con los compañeros ocasionales de caladas y cenizas dijo todo de él. Si algo no le gustó, si tuvo jetlag no le oí quejarse en absoluto, sólo le escuché historias de lo que había visto o hecho en sus paseos matutinos diarios por el vecindario y palabras amables sobre mi familia política. Por eso, aunque no está a mi lado, basta acordarme de él para hacerme sentir bien, contento, con ganas de verle de nuevo. Sonrío y es de verdad.

El dependiente de barbas del supermercado: una persona arisca, seca, con una mueca de estas que parecen decir que el mundo huele mal en todo momento. Un chico con el que sólo tengo que coincidir una o dos veces por semana cuando no me queda más remedio que pasar por su caja y ver cómo, de mala gana y peores maneras, va pasando mi compra por su escáner para gruñirme algo parecido al precio. Un señor con el que no quiero compartir tiempo y espacio porque me hace sentir hastío, me cansa, me incomoda.

La señora mayor de Karate: alguien más cerca de los ochenta que de los setenta que siempre me espera a la salida de las clases para darme un botellín de agua y algo que ha comprado y que, dice, le recuerda a mi: una lata de anchoas de España, un paquete de café italiano porque al fin y al cabo todo «está a mano en Europa», una revista en perfecto japonés con un reportaje sobre flamenco… Alguien que no estaba en mi vida hasta hace nada, una perfecta desconocida con quien, sin embargo, quise compartir que me iba a casar cuando me iba a casar, que iba a tener un hijo cuando supe que iba a tener un hijo. Una señora japonesa a la que he visto más tiempo con un karategui blanco y un cinturón negro que con ropa de calle, una compañera de patadas y puñetazos a la que echo en falta si un día no puede venir porque le toca cuidar a su nieto. Alguien que a veces no está y que no me gusta que no esté. Me pregunto si alguien echará en falta que yo no esté en su día cuando no estoy.

Un compañero de trabajo que siempre llega tarde, que siempre está enfermo. Un tipo que suele llevar la misma ropa a diario, que no responde a los saludos ni saluda, que gruñe y tose más que habla aunque no por ello deja de fumar, que golpea el teclado con fuerza como si estuviese sólo en la oficina. Es una persona triste pero no porque esté triste, sino porque no tiene la capacidad de darse cuenta de cómo es. O no le importa, no sé qué será peor. Un fulano con el que me ha tocado trabajar y contra el que tengo una coraza con la que trato de hacer mi trabajo sin dejar que su atmósfera entre en la mía, que ha de ser hermética. Casi nunca lo consigo porque no le respeto y me acaba contaminando. No entiendo ni aguanto su forma de ser… verle entrar por la puerta hace que a veces me quede súbitamente sin fuerzas, que se me quiten las ganas de todo. Aunque no hable con él en todo el día.

La monitora del gimnasio, una chica extremadamente jovial que me preparó ejercicios específicos para volver a coger fuerza en la muñeca izquierda, que siempre que le toca empezar el turno, va persona por persona dando los buenos días reverencia mediante. Alguien que se sabe mi nombre aunque yo no me sé el suyo, que aguanta todas mis historias: que si me he caído con la moto, que si tengo competición de Karate, que si hoy he venido corriendo desde casa… y me sonríe y hace por que le cuente más y que parezca que de verdad le interesa. Siempre sonríe. Aunque sea su trabajo. Y por eso yo sonrío cuando la veo o cuando me acuerdo de ella.

Yo soy de ésta manera. Me ha tocado ser así y no lo puedo cambiar aunque lo he intentado: las personas me afectan, lo que hacen, sus gestos, sus palabras… todo me afecta para bien y para mal. Hay gente a la que le da igual que le contesten o traten mal y sin embargo a mi no se me olvidará nunca, como tampoco dejaré nunca de recordar una palabra o un gesto amable. Soy un rencoroso y a la vez tremendamente agradecido. Soy capaz de perdonar y mi mente de olvidar, pero mi corazón nunca lo hace y siente a su manera.

Odio a los egoístas que sólo piensan en sí mismos, a los que se quejan por todo y no saben apreciar nada de lo bueno que les rodea, a los que discuten sin sentido, a los que desprecian, ignoran o ningunean a los demás. Me hacen sentir mal, triste, consumido, exhausto… incluso a veces, aunque no vaya conmigo directamente, me afecta tanto que lloro las situaciones por mi cuenta cuando nadie es testigo del semejante disparate que es verter lágrimas por motivos ajenos.

Y sin embargo quiero con locura a la gente sencilla, a los que no tratan de aparentar nada más de lo que saben que son, a los que les das un vaso con agua y se la han bebido antes de preocuparse si estaba de la mitad para arriba o para abajo nada más que porque se lo has dado tu. Soy entusiasta, fan, hincha de los que contagian felicidad y navegan por la vida con una cara amable por bandera y las maneras por timón teniendo bien en cuenta que no están solos en este mar de locos.

Así que ahora, un cacho más cerca de ser padre, con los cuarenta veranos esperándome en el horizonte, he decidido que mi objetivo es eliminar de la ecuación cualquier sustraendo triste o ruín divisor. Que no tengo más remedio que tratar de rodearme de quien me haga, sin saberlo, el favor de sumar o multiplicar para que al llegar la noche mi corazón esté lo más lejos posible de estar en números rojos, que no debe quedar absolutamente ni un alma en el debe.

Y sin embargo, que tenga que haber las que tenga que haber en el haber.

El día de mi boda

El día de mi boda pasaron muchas cosas. Yo creo que por mucho que uno lo planee nunca en la vida va a salir como uno se imagina, aunque la situación en nuestro caso distaba bastante de ser normal: nos casaba mi cuñado, que es monje, en el templo de mi mujer en las afueras de Tokyo.

Y olé.

Mis padres lo más lejos que habían salido de España es a Portugal y solo se habían montado en un avión una vez para ir a Barcelona. Os podéis imaginar lo que supuso para mi verles salir por aquella puerta en el aeropuerto de Narita con mi hermano Javi. Fue emocionante que mi familia viniese y he de confesar que no contaba con ello por lo aparatoso del viaje y la comprensible preocupación por si a mi hermano le pasaba algo en pleno vuelo. Mira por donde que Javi fue el que mejor viaje tuvo con diferencia, o eso parecía porque no calló en todo el camino a casa en el autobús… era verdad, ya estaban aquí.

En Tokyo.

Ya era especial, pasase lo que pasase.

Vinieron también muchos amigos de Bilbao que estaban todos alojados en el mismo hotel, pero nosotros pensamos que era más fácil que mis padres, mis hermanos, mi cuñada y mi sobrina se quedasen en mi casa y que nosotros dos nos fuésemos a un hotel cercano. Al final ellos eran cinco personas y una niña pequeña así que pensamos que sería mejor si pudiesen disponer de la cocina, la lavadora, un salón donde tumbarse a ver la tele… vamos, que estuviesen como en su casa en vez de andar preocupándose de servicios de habitaciones, lavanderías, facturas, checkouts e historias.

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Así que esa mañana, la de nuestra boda, salimos del hotel, cogimos un tren, fuimos a buscarles a nuestra casa y de allí cogimos unos cuantos trenes hasta llegar a la estación donde está el templo de mi mujer. Salimos con bastante tiempo porque íbamos cogiendo trenes locales para que al menos Javi pudiese sentarse y habíamos quedado con las dos señoras de la tienda de kimonos que venían a vestirnos a Chiaki y su madre, a mi sobrina y a mi madre y a mi.

Al principio, estuvimos repasando con mi cuñado un poco los pasos de la ceremonia para que no se nos olvidase nada.


Sabíamos que el resto de la familia iba a estar esperando bastante tiempo, pero no podíamos hacerlo de otra manera: una boda japonesa lleva mucho tiempo de preparación aunque yo creo que tuvo su recompensa, porque ver a mi madre con kimono es algo que al menos yo recordaré siempre.

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Lo que más tardó fue vestir y peinar a la novia, claro. Yo podría haber esperado tres semanas más allí sentado si hubiese sido necesario nada más que por verla. Menuda preciosidad… eh, y toda para mi!

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Unas horas más tarde llegaron los invitados: los amigos que habían venido de Bilbao y unos pocos de Tokyo que se vinieron al templo, ojalá hubiesen podido venir todos pero no había sitio de ninguna de las maneras por mucho que sentásemos a los flacos delante y a los gordos detrás, no se cabía. Por cierto, que viniesen desde Bilbao tantos amigos a la boda es algo que tampoco olvidaré nunca, menudos momentos chulos pasamos, fue como estar en Pozas tomando algo pero estando en Shibuya!!

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Como cualquier quedada en Tokyo, ellos quedaron en Hachiko en Shibuya, pero con Michiko ésta vez que se encargó de traerlos hasta el templo con cuidado de que no se quedase nadie sacando bebidas de café de las máquinas. Allí estaban a la hora prevista y también les tocó esperar un rato a que acabasen de preparar a la novia antes de que empezase la ceremonia.

Al principio se sentaron todos en seiza como mandan los cánones, pero me da a mi que duraron poco… la boda fue muy larga y la mayor parte del rito se hace con rezos que parece que no se van a acabar nunca. Yo creo que aunque se hiciese largo, a la gente le debió al menos llamar la atención ver cómo es una boda budista. Eso si, a mi hermano Javi ya le escuché bostezar un par de veces, jajaja.

Podría resumirlo en que se reza mucho, los novios tomamos tres veces sake, el monje lee algo que ha preparado personalmente y con antelación (en nuestro caso más, claro, al ser el hermano de mi mujer) y finalmente se brinda todos juntos para pasar a sacarnos las fotos de rigor. Yo hubo un momento de flaqueza en el que me vine abajo y me puse a llorar como un chiquillo… no sé, fue ver a Chiaki vestida así al lado de mi familia, de Javi, la sonrisa de mi suegra, muchos de mis amigos allí… no me quedó otra que echar mano de mi padre y darle un abrazo ahí mientras me desahogaba como podía y mi madre me decía que parase o que ella no iba a poder parar tampoco.

Ahora que tampoco fue la última vez que lloré, ni mucho menos…

Aprovechando que teníamos los kimonos, nos tomamos bastante tiempo en sacarnos fotos: nosotros solos, la familia sola, todos juntos, con amigos, sin amigos, aquí, allí, en este lado… he de reconocer que aunque resultó pesado estar todo el rato posando como nos decían, las fotos valieron mucho la pena. Tenías que ver a los de la tienda de kimonos: que si cierra el puño, que si girate un poco a la derecha, un poco menos, que si sonríe, que si no sonrías, que si un paso aquí, que si esto que si lo otro… no quedaba ni un resquicio así a la improvisación.

¡Pero quedaron muy chulas, si señor!

Luego tocó cambiarnos de ropa otra vez. Chiaki de blanco y yo de smoking que era lo mismo que estaba haciendo mi padre a la que podía.

A mi me vistieron en cinco minutos trece segundos, pero no quedó otra que esperar a la novia de nuevo, como debe ser. Los invitados fueron a comprarse algo a un combini cercano, volvieron y seguíamos esperando.

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Llegó el autobús que alquilamos y que nos llevaría hasta el Roppongi Hills y seguíamos esperando…

Se montaron los invitados en el autobús y seguíamos esperando, hasta que por fin, salió de nuevo…

Dos meses esperaría de pies si pudiese volver a verla así de nuevo. Madre mía.

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Después nos montamos en el autobús y llegamos al restaurante tarde porque había bastante atasco. Fue un viaje muy largo, de nervios por la hora, por los invitados que estarían hasta la corbata de tanto esperar, por los que ya estaban en el restaurante deseando entrar… pero llegamos, por fin llegamos y nos metimos a una sala a esperar mientras el Chiqui y la Hamano nos ayudaban en la puerta con la lista de gente que venía. Quisimos que la boda fuese algo entre amigos así que cada uno se pagaba su menú y nos dejábamos de regalos de sobres con dinero a lo Bárcenas e historias, que esto no es un negocio.

Por fin ya entramos al ritmo del All you need is love de los Beatles que medio se escuchaba por los altavoces, y nos sentamos en la mesa reservada para nosotros. El asunto era de pies, es decir, había para sentarse pero la gente no tenía su mesa como en las bodas tradicionales; fue como alquilar un restaurante para nosotros en el que sacaban comida y había barra libre, quisimos hacerlo así para que los invitados hablasen entre ellos y se conociesen aunque fuese por un rato.

Y también porque el asunto debía ser dinámico: había bastantes sorpresas reservadas.

Lo primero que íbamos a hacer era partir el barril de sake que habíamos encargado, pero por lo visto alguno de mis amigos (no queda claro todavía quién, jaja, ¡confesad malditos!), se apoyó y lo rompió, así que esa parte descartada aunque me consta que no quedó líquido dentro por beber!

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Lo siguiente es que James, un americano de mi nueva familia que es cantante de Jazz, nos dedicó un par de canciones en directo allí mismo. Hay que ver qué bien canta este hombre… qué pena que no haya podido conseguir ningún vídeo de ese momento.

¡¡¡Muchas gracias James!!


Entre medias hubo un par de brindis, cortamos también la tarta y vimos que si, que efectivamente todo el mundo parecía estar pasándoselo bien, que al final es para lo que estábamos allí!

Después mis amigos pusieron un vídeo que habían preparado para la ocasión… la familia Tokyota al completo, incluso los que no están en Tokyo ya aparecieron allí: Sara, Jairo, Xavi… en ese momento no pude escuchar bien lo que decían pero me emocionó muchísimo verles, ahí es cuando ya empecé a llorar y no pude parar hasta horas después de que se había ido todo el mundo. En casa lo hemos visto luego con más calma un montón de veces, hay que ver qué bonico, coño!

¡¡¡Muchas gracias señores !!

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Lo siguiente fue la canción de Ale y Ai con la aparición estelar de Marina. Cantaron la canción de «Nos hemos casado», pero adaptada, es decir que ponían nuestros nombres en vez de los suyos. A mitad de la canción Marina hizo un freestyle y se piró para la otra parte del restaurante hasta que vino un camarero corriendo a traerla de nuevo, jajaja, estuvo genial!. Que tampoco haya vídeo de esto, ¡qué rabia!.

¡¡¡Muchas gracias Ale, Ai y Marina!!!

Y aunque yo ya lo sabía, Ale se quedó allí delante y entró mi hermano Ceto. Resulta que se había preparado un discurso y Ale lo había traducido a japonés, para que así todo el mundo en la boda lo entendiese. Dijo muchas cosas que me sorprendieron muchísimo y me emocionaron. Poco más puedo decir, ese discurso se quedará conmigo para siempre. Después cogió la guitarra que me consiguió el Chiqui (y que pertenece a Chema, al que conoceréis como «el niño cagao») y cantó la canción de «Noches de boda» de Sabina. Fue muy emocionante, sobretodo cuando la gente cantaba el estribillo con él.

¡¡¡ Muchas gracias Ceto !!!
¡¡¡ Muchas gracias Ale !!!
¡¡¡ Muchas gracias Chiqui y Chema !!!

Ahí entre medias y no sé de dónde, apareció Antonio con un jamón de 7kg que nos habían comprado entre todos. Un pedazo de jamón ibérico en Tokyo.

Señores, lo vuelvo a poner, que no hemos asumido la magnitud de la afirmación:

UN JA-MÓN I-BÉ-RI-CO.

EN TO-KI-O.

La hostia en haiku…

¡¡¡ Muchas gracias a todo el mundo implicado !!!

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Y ya lo último, la sorpresa del final, que esa nos la reservamos para nosotros. Cogimos a nuestras madres y las pusimos delante del todo para que no se perdiesen detalle. Pusimos el vídeo y lo único que recuerdo es que Guille no hacía más que pasarme botellines de cerveza que yo me encargaba de vacíar y que la gente no hacía más que reírse, aplaudir y después llorar. No sé cuantos abrazos y besos dimos después a todo el mundo…

¡¡¡¡ Muchas gracias a todos por verlo !!!!

A la salida no tengo muy claro a dónde se fue todo el mundo, sólo sé que nosotros nos preocupamos por buscarles taxis a mi familia porque nosotros nos íbamos a pasar la noche al Ritz Carlton de Tokyo que está allí al lado. Imaginaos la escena: Chiaki con vestido de boda y tacones, embarazada, recorriéndose el Roppongi Hills buscando taxis. Dentro del grupo, un tío con smoking que se descojonaba de Medina, uno de los invitados, que le llevaba un jamón de 7kg por los pasillos…

El hotel, pues que puedo yo decir, en la vida he estado en un sitio así y no tengo claro que vuelva a pasar. Ahí va un poquico.

Ni en mis mejores sueños me habría imaginado yo así mi noche de bodas y mucho menos con la mujer que tenía al lado que además está esperando mi hijo, un hijo buscado y soñado tantas veces que todavía no puedo hacerme a la idea de que vaya a pasar. Una mujer que tiene nauseas y dolores de cabeza que a veces le hacen llorar pero que no ha dudado ni un momento en irse de su casa y desvivirse porque mi familia tuviese la mejor estancia posible poniendo la comodidad y el bienestar de todos a cinco kilómetros por delante del suyo propio con una sonrisa en la cara tan radiante como el sol de verano en todo momento.

Una mujer que quiero como pensaba que no se podía querer a nadie y que sin embargo me descubro queriéndola con más rabia cada día que me regala despertarse a mi lado, que resulta, mira por donde, que son todos.

…muchas gracias Chiaki…

Callejeros Tokyo

¡¡¡Muchas gracias por los comentarios en el post anterior!!!, jajaja, sabía que os iba a sorprender, pero la verdad es que me habéis sorprendido también vosotros a mi, ¡¡¡menudo gustico con reverber todos esos comentarios!!

:gustico:
:bailongo:
:vainas:
:felicianer:

Actualización actualizer!!
Se puede ver el programa ya entero aquí:

Callejeros Viajeros Tokyo Tosca


Weno, total, que hace ya bastante más de medio año que grabamos lo de callejeros y ahora que ya nos hemos prácticamente olvidado de ello, por fin parece que lo emiten. Será este domingo a las 22:30 de la noche.

No tengo ni idea de lo que saldrá, sólo sé que nos lo pasamos muy bien, que los que salimos nos conocemos casi todos y que la última noche en el karaoke aquél grabamos mucho más de lo que seguramente pongan… aunque tengo que reconocer que estoy un poco acojonao porque gracias al zumo de cebada nos acabaron dejando la cámara y nos pusimos a grabar barbaridades y chorradas a tutiplener…

Pues eso, si a alguien le interesa, ahí saldremos contando cosicas de Tokyo y vete a saber qué más. ¡Mamá, prepara las pipas!

Ahí va un adelanto!!

Domingo 14
22:30
en cuatro
:triki:

Una semana en Tokyo y alrededores, día 5

Veamos: nos hemos ido por las bandas a la lonja de pescado de Tsukiji, después a un parque japonés y luego en barco a Odaiba. También hemos visitado dos templos majestuosos, uno más íntimo, más auténtico y otro comercializado hasta las trancas y, por ello, con muchísima animación y mejor ambiente, por no hablar de la Sky Tree y sus alrededores. Más tarde salimos de Tokyo por un día para olvidarnos de tantos rascacielos y ver mar y montañas, aunque al final nos volvimos a Yokohama a acabar la velada desde las alturas. Ya en Tokyo de nuevo, nos recorrimos el entorno de la Tokyo Tower, subimos a la azotea del rascacielos más alto de la ciudad y nos fuimos de tiendas y escaparates humanos por Shibuya.

El día de hoy lo pasaremos también por Tokyo, concretamente:

Harajuku, Meiji Jingu, Yoyogi y Shinjuku

:bailongo: Tosca Style !! :bailongo:

Si no calculo mal, al ser el quinto día ya tenemos que estar cerca del fin de semana. Si no es el caso, cambiad esta excursión hasta que cuadre con un sábado o un domingo, porque la cosa cambia mucho, muchachucho.

Hace años que ya no se ven picopalables por Harajuku como antes, por lo visto se han ido cambiando de lugar y los que ahora hacen cosplay (vestirse de jerifaltes y/u/o falleras mayores) se juntan en Odaiba para sacarse fotos sin tanto turista tocándoles los pelendengues. Pero aún así, darse una vuelta por Harajuku siempre merece la pena porque todavía hay tiendas con ropa de esa que nunca te gustaría ver en el armario de tu hijo. Si nos bajamos en la estación de mismo nombre de la linea Yamanoterrr, lo suyo es coger la salida Takeshita-dori y recorrerse esa calle de lado a lado no perdiendo detalle ni a la gente, ni a las tiendas.

Al otro lado de esta calle peatonal llegaréis a una gran avenida, si giráis a la derecha y andáis un poquito, os encontraréis con la calle Omotesando por la que volveremos hasta la estación. En esta amplia avenida hay un montón de tiendas de lujo que probablemente os la soplen tanto como a mi, un centro comercial curiosillo y una tienda de Nike de tres pisos con ediciones limitadas para Tokyo.

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Vosotros patearos la calle hacia arriba y volved a la estación, cruzad el puente que queda a la izquierda y enseguida veréis una puerta Torii de madera entre árboles, pasad por debajo y tirad por ahí, que nos vamos a uno de los templos más emblemáticos de Tokyo: el Meiji Jingu.

Uno se olvida que está en Tokyo aquí dentro porque en realidad es una especie de bosque lleno de árboles en medio del cual han plantado un templo. O supongo que será al revés, que todo era así hasta que alguien empezó a talarlos para meter cemento y levantar rascacielos.

Total: vosotros pasead por allí tranquilamente y no dudéis en pasar algo de tiempo en la entrada del templo porque probablemente os encontréis con alguna boda de las muchas que se celebran si me habéis hecho caso al consejo de venir en fin de semana.

Cuando nos cansemos, nos volvemos hacia el puente de al lado de la estación, pero ésta vez vamos a hacer algo curioso: nos vamos a los puestos de comida que veréis allí mismo y nos pedimos movidas para llevar: salchichas de esas enormes, yakisoba y algunas latas de cerveza. Que os lo metan en alguna bolsa, que nos vamos a dar una vuelta al parque de Yoyogi. Si además coincide con que florezcan un poco los cerezos, que creo que va a ser el caso, entonces yo ya me olvidaría de hacer más planes que sentarse allí debajo de uno a disfrutar del ambientazo que se respira con la excusa de ver cuatro flores. En serio que es todo un acontecimiento sentarse a comer y beber junto a miles de personas que hacen lo mismo… ¡es una experiencia acojonante! seguro que no faltará quien se junte a vosotros y os den comida o quieran sacarse fotos o hablar un poco de inglés. Los japoneses, por mucho que se empeñen cuatro gilipollas que no saben de lo que hablan, son de todo menos fríos: amables y juerguistas a rabiar.

Si por lo que sea todavía no hay cerezos floriders, es igual, porque en este parque los fines de semana se puede ver absolutamente de todo. Es el lugar donde vienen a practicar los que hacen cualquier actividad: obras de teatro, coreografías de baile, tocar algún instrumento estilo tambores japoneses, violines, guitarras, flautas… yo una vez vi a un tio que hacía virguerías con botellas de bebidas estilo Tom Cruise en Cocktail, y otra vez una clase de aikido con sus ropas tradicionales y todo. Pasead por allí, sentaos en la hierba a comer lo que hayáis comprado y no dudéis en sacar fotos a la gente, seguro que hasta posarán para vosotros. Una vuelta por Yoyogi un fin de semana a mi me da la vida, más si encima andan los elvises viejunos por allí.

Por la tardenocherrr, yo había pensado que nos fuésemos a Shinjuku porque todavía no nos hemos dignado a presentarnos por allí. Se va fácil: nos montamos en la Yamanote desde Harajuku y estaremos allí en un par de paradas. Es algo así como un Shibuya a lo bestia: millones de tiendas, restaurantes, neones… y personas, madre de Dios la de gente que puede haber allí en cualquier momento. Hay dos partes: los enormes rascacielos en plan zona financiera y la parte gambitera con el barrio rojo.

Yo pasaría de los primeros, donde poco más hay que ver si no se pretende subir a ningún mirador (ya vale de miradores, ¿no!?!?), y me iría presto a la segunda: salida Kabukicho de la estación.

Allí veremos el estudio Alta, que es como el Hachiko de Shibuya pero en Shinjuku: donde queda todo kiske. Pues bien si nos metemos por cualquiera de las calles en ese sentido, ya estaremos por kabukicho. Eso de noche es una zarzuela: jaleo, luces, gente voceando que te metas en su tienda a comprarles lo que sea, pilindinguis que hacen como que no lo son… madre del amor hermoso la que me tienen liada allí.

Mola ver la cara nocturna de la ciudad y no se me ocurre mejor sitio para ello. No dudéis en meteros en algún restaurante: de nuevo recomiendo algún izakaya para cenar porque son los lugares más versátiles donde comer de todo en un ambiente chulo.

Y después yo creo que la experiencia de meterse en un karaoke es algo que hay que vivir más pronto que tarde. No son karaokes de esos chanos en los que pides una canción y te escucha todo el mundo, aquí son la hostia in verse: habitaciones privadas donde puedes pedir comida y bebida (con planes de barra libre y toda la pesca). Os podéis imaginar: no te acabas de arrancar porque te da vergüenza hasta que el zumo de cebada hace su efecto mágico y cuando te quieres dar cuenta estás subido en los sofás bailando la macarena… sé de lo que hablo (y los de Callejeros que vinieron a grabar o Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, también)…


Ojo con la bebida que al día siguiente estoy ahí llamando a la puerta prontico, ¿eh?, que todavía hay más lío!!!

Una semana en Tokyo y alrededores, día 4

Pues así a lo tonto, ya llevamos media semana dando vueltas por Tokyo… Fíjate tu todo lo que llevamos ya:

Día 1 – Tsukiji, Hamarikyu, barco a Odaiba, Gundam, Fuji TV, Onsen y vuelta en Yurikamome
Día 2 – Honmonji, Sky Tree y Asakusa
Día 3 – Kamakura, Hasedera, Daibutsu, Enoshima, Ofuna, Yokohama

El cuarto día yo lo gastaría en quedarnos por Tokyo en plan más tranquilos, aunque tampoco os creáis que nos vamos a estar muy quietos, ¿eh?… pongamos que…

Entre Roppongi y Shibuya no se me escabuya!!

:vainas:

¡Vamos ahí!

Bueno tranquilos que si que vamos a pasear pero tampoco demasiado. Yo creo que como mejor se conoce la ciudad es perdiéndose por sus calles sin rumbo fijo en vez de ir a los sitios de siempre, pero también es cierto que los que vienen de visita tampoco tienen todo el tiempo del mundo, así que haremos una mezcla: iremos paseando entre sitios a visitar, en vez de coger el metro. Tranquilos que no será demasiado.

La primera parada será en la estación Daimon a la que se puede llegar desde la línea Asakusa o la línea Oedo. Si salís al exterior y miráis alrededor, veréis la Tokyo Tower no demasiado lejos; allí es a donde nos dirigiremos.

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Sabremos que vamos por buen camino si pasamos por debajo de una puerta Torii por la que pasan los coches, esa es la calle por la que seguir hasta que os tengáis que parar en un semáforo. Al otro lado de ese paso de cebra está el templo Zojoji donde daban las campanadas de año nuevo hasta el año pasado pero que han cancelado porque se juntaba demasiada gente y empezaba a ser peligroso el asunto. Además, es nuestra primera parada.

Este templo destaca porque al encontrarse tan cerca de la Tokyo Tower, la estampa que se nos presenta es de lo más original por el contraste que supone («donde lo tradicional y lo moderno se fusionan» que diría cualquier flipao bloguero sobre Japón):

También tiene un buen número de estatuas Jizo que tienen molinillos de viento por alguna razón, puede parecer bonito pero no olvidemos que éstas estatuas simbolizan niños que dejaron el mundo ante que sus padres:

5799617981_45db9d772d_b.jpgFoto de fotosk en Flickr

Lo siguiente es irnos hasta la Tokyo Tower por lo segao: el camino no tiene pérdida, es un bicho enorme que se ve desde lejos, así que simplemente caminad hacia ella. Esta torre que yo no sabía que existía cuando vine a Tokyo la primera vez, no deja de tener su matiz romántico y no es raro ver parejas paseando por allí agarradicos de la mano todo monos.

A mi la verdad es que no me gustó al principio porque me pareció una burda copia de la torre Eiffel franchuta, pero después de ver su reemplazo, la Sky Tree, la verdad es que le he pillado el gustico a regustico a antiguo:

Por dentro no hay más que restaurantes de comida rápida, alguna tienda de souvenirs y el ascensor que nos llevará a uno de los dos observatorios que hay. Ba, no subimos, la vista de Tokyo desde las alturas ya la tengo yo pensada para después, así que no os liéis demasiado aquí. Eso si, si veis a la pichamascota, sacaos una foto con ella y mandádmela !!

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Así que enfilemos nuestros pasos hacia Roppongi, porque nuestro siguiente destino será el rascacielos Roppongi Hills. A este barrio lleno de maldad se llega si seguimos andando todo recto por la misma calle donde está la Tokyo Tower, subiremos un poquito, bajaremos otro poquito, pasaremos por delante de la embajada de Rusia que está vigilada por unos cuantos policias con palos, y finalmente llegaremos al cruce de Roppongi. La Tokyo Tower la tendremos siempre a la espalda, y el Roppongi Hills debería asomar por el lado izquierdo.

Este rascacielos es un mamotreto acojonante repleto de tiendas, oficinas, restaurantes… es la sede principal de Google Japón entre otras muchas empresas. Peeeero lo que yo creo que hay que hacer sin ninguna duda es subir al observatorio porque es el único al aire libre que hay en toda la ciudad. Si si, al aire libre, es decir: estarás subido en el piso 54 del rascacielos más alto de Tokyo, pero por fuera. Ver la ciudad desde el exterior y no a través de una ventana es una experiencia irrepetible que hay que experimentar por lo menos una vez si se viene aquí.

Eso si, traed chaquetica que como haya vientico os quedáis carambanicos.

:pelao:

Y bueno, en Roppongi no hay más que bares y clubs que seguro que no nos interesarán a estas horas, así que yo pondría rumbo a Shibuya, ésta vez en tren. Si nos montamos en la línea Oedo, nos vamos hasta Aoyamaicchome y de ahí cambiamos a la línea Hanzomon, en apenas diez minutos estaremos enshibuyados.

Shibuya no sé que tiene que está supervalorada para lo que luego es, por lo menos en mi opinión, aunque también es verdad que trabajo allí por lo que estoy todos los días y supongo que me he acabado acostumbrando. Quitando el famoso cruce con las televisiones enormes en los edificios, lo cierto es que no hay otra cosa más que tiendas.

No hay templos, no hay edificios demasiado llamativos… pero puedes encontrar restaurantes de cualquier tipo de comida o cinco millones de tiendas de ropa en cada esquina. Yo me quedaría con la gente; Shibuya es el barrio donde la gente joven pasa su tiempo libre y es curioso observarles… pongamos que de cada cien personas, hay cinco rascayúes que se creen vestidos a la última moda para regocijo de los que allí paseamos. No perdáis ojo y dad un paseo ojeando tiendas y a la vez a la gente. Aprovechad si queréis hacer algunas compras: allí tenemos un Don Quijote, un Tokyu Hands, la Apple Store, Uniqlo, Gap, ABC Mart, BicCamera…

Y como seguro que se habrá hecho de noche, volved al famoso cruce porque como pasa con la mayoría de los lugares céntricos de Tokyo, la cosa cambia mucho.

Y ya aprovechando que estamos donde estamos, pues cenamos por allí mismo. Yo recomiendo un izakaya de los miles que hay, cualquiera me vale: son típicos restaurantes donde puedes pedir absolutamente de todo, desde sushi / sashimi hasta pizzas o hamburguesas. Sin duda un buen sitio para probar comida de todo tipo al calorcico de alguna jarrica de cerveza. Efectivamente, amigos, acabaremos absolutamente todos los días brindando con cebada!

:bailongo: :gambiters: :coleguicas: :bailongo:

Una semana en Tokyo y alrededores, día 3

¡Chachos!, ¡no queda ná para que me case!

:romeo:

Para la ceremonia, porque casados ya llevamos medio año más o menos… así que van quedando menos días para que lleguen los primeros que se vienen al sarao. Y tengo una promesa que cumplir, que todavía me quedan unos cuantos días más que planificarles. ¡Menudo anfitrión sería si no me encargase de al menos contarles algunos planes decentes por los Tokyos!.

Acordarse que de momento tenemos:

Día 1 – Tsukiji, Hamarikyu, barco a Odaiba, Gundam, Fuji TV, Onsen y vuelta en Yurikamome
Día 2 – Honmonji, Sky Tree y Asakusa

El tercer día toca desintoxicarse del mohín de sensaciones con el que la mezcla de neones y argamasa de la ciudad nos acaba empapando. Como gran pueblerino que soy, a mi me gusta pirarme de Tokyo de vez en cuando para dejar de escuchar el eco de la ansiedad que genera este bosque de farolas y semáforos. Es curioso: la mayoría del tiempo me encanta vivir aquí pero hay veces en que cambiaría todo por dar la vuelta a Ibarra comiendo pipas en Zalla.

Dentro foto de la vuelta a Ibarra pipera:

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De cualquier manera, aquí va mi propuesta como primera excursión lejos de Shibuyenses, Roppongianos y chimponers varios:

A Kamakura de aventura!

:triki:

Este lugar de nombre compuesto por el mueble donde se duerme más la profesión del padre Apeles es un pequeño pueblo junto al mar que ha sabido conservar la atmósfera del Japón antiguo con un montón de templos interconectados entre sí por senderos de montaña. Pasear con calma por allí da gusterresque maximum y cosica suprema!!

Empecemos yéndonos hasta la estación Kamakura en la línea Shonan-Shinjuku que se puede pillar desde Shibuya y Shinjuku por ejemplo, y de ahí nos cambiamos al Enoden que es un tren muy antiguo del año catapún con suelo de madera y todo, que sin embargo nos llevará hasta donde queramos.

Eso sí, de momento queremos que la estación sea Hase, porque ahí tenemos un par de visitas que hacer: un templo y un budaco.

Andando cuatro pasos y medio desde la estación, a mano izquierda tenemos uno de los templos más chulos de la zona: el Hasedera. No visitaremos sólo los edificios del templo, sino unos jardines que te quitarán el hipo y la acidez:

… cientos de estatuas Jizo que te dejarán sin habla, sobretodo cuando sepas que cada una de ellas corresponde a un niño que dejó el mundo antes que sus padres…

…y muchos rincones especiales, como el pequeño bosque de bambús o la vista desde arriba de las montañas y la playa de Kamakura que ya te acabarán de dejar patidifuser y anodadader mitá y mitá…

Hay más templos en Kamakura, muchos más, pero yo creo que uno se puede cansar visitando más de dos o tres en el mismo día porque tampoco es que sean demasiado diferentes entre sí. Así que el siguiente sitio que visitaremos, que además está a escasos doscientos metros del Hasedera, es el Daibutsu que es lo más parecido a lo que saldría si uno de Bilbao se pusiese a esculpir un Buda:

Un pedazo de mostrenco que fue lo único que quedó después de que un tsunami se llevase el edificio que lo albergaba en el año 1252, un Budaco de trece metros y pico ahí puesto como el que no quiere la cosa… una vez más, es el entorno entre montañas lo que hace que la vista de semejante estatua sea más impresionante, si cabe (que cabe de milagro):


en su última visita. Y de Hase seguimos en la misma dirección hasta la estación Enoshima. No hay otra excursión que tenga más sentido para nosotros: allí fue mi primera cita con Chiaki y allí también hinqué mi rodilla al lado del mar para pedirle que se casase conmigo el verano pasado.

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El camino es fácil porque sólo hay uno: tu te bajas de la estación y vas hasta el mar, después cruzas el puente y empiezas a subir escaleras descubriendo los secretos de la isla en forma de pequeños templos, jardines, gatos, dragones, halcones… no sería nunca objetivo hablando de Enoshima, este lugar es mágico para mi por muchos muchos motivos… yo creo que lo mejor es que os dejéis llevar por el mismo camino sin tener prisa por llegar al final.

Subiréis hasta que las empecéis a bajar, llegando de nuevo a nivel del mar pero por el otro lado de la isla, justo al lugar donde Chiaki asintió a que viviésemos la vida a pachas entre lágrimas y risas, porque esta chica por mucho que esté pasando, nunca deja de reír y no sabes el gustico que da tener a alguien así a tu lado (o si lo sabes, pues mira, tu también tienes suerte!!). Ahí va una foto de ese mismo día algo así como media hora antes de que me declarase:

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Desde ahí si la marea está baja podréis volver en barco. Enseguida sabréis si es así porque tendrán las escaleras que bajan a nivel del mar cerradas o abiertas según sea el caso. Yo recomendaría que si es ya cerca de las cinco de la tarde, os quedéis por ahí hasta ver cómo el sol huye a otro cielo de otro día por empezar metiéndose del oceano Pacífico para dentro. Hay también una cueva a la que se puede entrar, pero no merece la pena, tienen un dragón allí todo chano iluminado con cuatro bombillas mal puestas. Quedaos con el anochecer, que además es gratis y si encima lo veis con una cerveza de la misma marca que la isla, ya ni os cuento.

Tanto si habéis vuelto en barco, como si lo habéis hecho a pata, no hay otra que volver a pasar por el único puente que nos deja de nuevo camino de la estación de Enoshima. Yo diría que antes de volver, pilléis un par de ostras que os asarán allí mismo. No tiene perdida, si por lo que sea no veis a los señores de la parrilla, no os preocupéis que os podéis dejar guiar por el olor sin problemas.

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Después volveremos a la estación, pero ésta vez recomiendo que nos montemos en el monoraíl, que su estación también anda cerca. Iremos elevados unos cuantos metros del suelo pasando por entre un par de túneles hasta que nos deje, ocho minutos después, en la estación de Ofuna. Ahí tenemos otra pedazo de estatua que ver, la de la diosa Kanon. Si es ya de noche, quizás os podéis conformar con verla desde abajo sin subir a la colina, que también impresiona lo suyo… o si os queréis acercar, tampoco es que se tarde demasiado desde la estación.

Y desde Ofuna, ¿qué mejor que irnos a cenar a Yokohama directamente?. Aunque esta ciudad que queda a mitad entre Tokyo y Kamakura merece una visita aparte, pues ya que estamos por allí cerca lo mismo nos merece la pena darnos un paseíco nocturno aunque sea para ver una panorámica del puerto que de noche es otro rollo. Es más: si nos bajamos en la estación Sakuragicho, estaremos al lado del rascacielos Landmark Tower, que tiene un observatorio arriba del todo al que merece mucho la pena subir, y como nos pilla de paso…

En Yokohama tenemos distintos centros comerciales con restaurantes, pero si no queremos complicarnos la vida, justo al lado de la estación Sakuragicho hay un café-restaurante de lo más apañado donde hemos cenado alguna hamburguesica casera nosotros más de una vez. Irnos hasta el barrio chino, después de la paliza que nos hemos pegado, mejor lo dejamos para otro día… así que o cenamos por allí mismo o ya nos volvemos a descansar la palizaca al hotel…

Y no creo yo que después os queden ganas para muchas historias… así que demos por finalizado este tercer día… Al siguiente nos lo tomaremos con más calma, os dejaré que os recuperéis de las agujetas de subir y bajar tantas escaleras por Enoshima.

Hasta mañana, buenas noches!

El señor de la tienda de zapatos

No sabría la razón. A veces es el invierno que de tanto sentir frío no deja apenas margen para sentir nada más. Otras veces simplemente es despertarse torcido, como si se hubiese dormido a medias el rato que se estaba durmiendo.

Pero toca.

Por lo menos dos o tres días al mes, uno se siente cansado, molido, desorientado… concluyamos que sin ganas de hacer mucho más que tratar de llegar a la cama para dormir la otra mitad que nos falta.

Así fue la cosa ayer: preparé la bolsa de karate y me levanté una hora antes para poder llegar a la oficina y salir también sesenta minutos menos tarde. Estaba tremendamente motivado por la clase del viernes con el especial aliciente de poder ya hacer deporte sin escayola y prácticamente con el 100% de movilidad en la muñeca izquierda. No hay nada como que te quiten algo de una hostia para aprender a apreciarlo con toda tu alma. Es horroroso quedarse sin algo con lo que siempre has contado, ojalá no me pase nunca más.

Pero ayer no tocaba que tocase karate, tocaba un día de los de sentirse cansado, molido, desorientado… sin ganas de tener ganas de ganar.

Así que me despedí de los compañeros de trabajo pidiéndoles perdón por irme antes y cogí el tren, pero no el que me suele llevar a ese lugar secreto donde me dejan soñar dos o tres veces por semana con patadas imposibles, sino en el que me lleva a mi casa.

En el vagón íbamos un ciento de personas, mis remordimientos y yo. Remordimientos que aun a sabiendas de que ayer era imposible, volvieron con su férrea disciplina a pasar lista y sembrar quizás todavía más pesadumbre al ya de por si mohíno día.

En el móvil, Chiaki me avisaba que iba a llegar tarde a casa y a mi tampoco me acababa de agradar la idea de estar sentado en un sofá de dos sin uno, así que me bajé una estación antes y enfilé con paso mustio hacía la tienda de zapatos del centro comercial más por alargar la hora de meter la llave en la cerradura que por querer comprar ningún zapato. Es una de esas tiendas que tanto abundan por Tokyo en las que tienen cientos de carteles de oferta puestos prácticamente en cada artículo, anulando así el propio concepto. Había cuatro dependientes varones, jóvenes, de esos de pelos imposibles y cuellos camiseros alzados a lo arrogante.

No me fijé hasta un rato después en un quinto: era un señor que doblaba la edad de cualquiera de los demás. Llevaba una camisa de cuadros un par de tallas más grande lo que le daba un aspecto desaliñado, diría que andrajoso al lado de cualquiera de sus compañeros de tienda. Noté algo extraño en sus andares aunque no le dí mayor importancia. Es cuando decidió hablarme cuando confirmé que algo había en él que era distinto a los demás:

– Ese zapato está de oferta y yo creo que te quedaría muy bien, -me dijo risueño- a los extranjeros siempre os queda bien la ropa, mejor que a los japoneses que somos más pequeños, aunque es verdad que tu tampoco eres muy grande. Seguro que tu número de pie no pasa del 25.

No fue sólo que tuviese cierto incoherente compás al andar, sino que también ligaba frases saltándose palabras haciendo que se le entendiese, y no del todo, aproximadamente hacia el momento en que tocarían los puntos y seguido. Supe al instante que tenía algo que no teníamos los demás, comprendí, al igual que con mi hermano, que todo lo que saliese de su boca iba a estar teñido de tierna inocencia y extrema bondad. Me sentí inmediatamente vinculado con él, diría sin duda que incluso aprecio y sobretodo orgullo por ver que estaba desempeñando un trabajo normal igual o mejor que cualquiera de los demás.

Dos de sus compañeros vigilaban la escena desde lejos. En sus ojos también intuí cierta ternura aunque era claro que estaban atentos a mis maneras o a mi reacción por si fuese de rechazo o quizás confusión… al fin y al cabo, a este mundo le sobran personas con sentimientos por sentir y almas por albergar.

– Jajaja, es verdad, soy pequeñico y encima has acertado con el número, sólo un pelín más grande, es 25.5. ¿Sabes?, en España tendría un número 40, pero aquí usáis números distintos, menudo lío, ¿verdad?, yo no sabía al principio…
– ¿Te lo traigo? ¿te traigo el zapato de tu número?, no me cuesta nada, ¿te lo traigo? -me interrumpió visiblemente contento por tener el dato que le faltaba para seguir con su trabajo.
– Claro, por favor, me encantará probármelo.

Sin mediar palabra desapareció por la puerta naranja que quedaba a la derecha de las zapatillas deportivas de mujer. Uno de los dependientes entró detrás de él, puede que para echarle una mano si hiciese falta. Estaba claro que allí a todos nos sonaban las pulsaciones con tonos parejos.

No pude más que sentarme en el banco a esperar que aquél señor me trajese un zapato que seguramente no habría elegido por mi cuenta.

– No quedan 25, sólo queda un 26, pero ¿porqué no te lo pruebas?, pruebátelo que lo mismo te queda bien. A veces un número no hace tanta diferencia, además como eres extranjero… los extranjeros sois más grandes. Aunque tu no eres tan grande pero creo que no importa, ¿te lo pruebas?, como ya te lo he traído…
– Claro que me lo pruebo, faltaría más.

Abrió la caja y sacó el derecho. No sabría decir si eran sus manos o sus dedos, pero no acababa de tener la movilidad que tenemos los demás. Lo que le sobraba era destreza: con las dos muñecas dobladas hacia adentro sujetaba un zapato al que fue capaz de ajustarle los cordones sin saber yo cómo y dejármelo después al lado de mi pie ya descalzo. No dijo una palabra porque estaba concentrado en hacer algo que a él le cuesta más que a tí, por lo que a tí te da mucho más igual que a él.

– Me queda perfecto -mentí por verle sonreír- ¿sabes?, me lo llevo. Y también si no te importa, me gustaría probarme esas zapatillas que tenéis ahí de oferta, ¿te importaría…

Tampoco me dejó acabar. Había vuelto a desaparecer y apenas me acababa de desatar los cordones de aquél zapato un número más grande que el mío cuando ya estaba de nuevo extremadamente concentrado en otros cordones que ajustar de otro pie derecho de otro par de zapatillas.

– También me quedan bien, me llevo los dos si no te importa, ¿me pones los dos?.
– ¿De verdad? muchas gracias, gracias, muchas gracias. Gracias. Gracias

Seguía dando las gracias aleatoriamente mientras íbamos hacia la caja registradora. El mismo compañero que entró al almacén con él ya estaba allí supervisando la operación mientras simulaba estar limpiando el mostrador con un trapo. Me gustó que tuviese el tacto de no mediar palabra, de simplemente estar allí sabiendo que no iba a haber problema alguno, pero con el detalle de estar a mano por si hubiese algo que en ese momento se torciese.

Quise ser su amigo. Quise contarle que encontrarme con él fue como si alguien le hubiese dado un empujón a la línea del día que volvió a ser recta de nuevo, que me encantó haberle conocido y que en ese momento echaba de menos a mi hermano más que nada.

En lugar de eso dejé que me acompañase hasta los límites de la tienda con el pasillo del centro comercial y me despedí de él dándole las vueltas una o dos veces de las veinte o treinta reverencias con que me pagó.

Esa noche llegué a casa un poco antes que Chiaki con unas zapatillas de oferta, un par de zapatos que me bailan en el pie y el alma tres o cuatro números más grande.

Una semana en Tokyo y alrededores, día 2

Hooola!, ¿cómo estamos?, yo bien gracias, últimamente me duele menos el brazo y como ya puedo ir a Karate, pues contentete!!

Total, que aquí sigo dándole vueltas a cómo sería mejor que pasasen los días por Tokyo los que se vienen a verme en marzo, y de paso lo comparto por si a alguien le vale porque soy un tipo generoso y campechano. No hace falta que le digáis a Bárcenas que me de ningún sobre, esto lo hago por amor al arte.

Si el primer día nos fuimos por lo segao desde Shinbashi hasta Odaiba pasando por Hamarikyu y acabando las horas con los huevos en remojo en un onsen, en el segundo día nos va a tocar desmarcarnos por las bandas entre templos y pagodas, Tosca Style.

Atarse los cordones, que salimos ya.

:felicianer:

Día 2: Honmonji, Sky Tree, Asakusa

Honmonji es el templo de mis amores, uno que no sale en ninguna guía y quizás, por esto mismo, es uno de los más auténticos que todavía quedan por descubrir de Tokyo. Lo encontré de casualidad saliendo a correr una noche y desde entonces no he dejado de recomendárselo a todo el que me cae bien (en efecto, amigos, me caéis bien de pimeras, soy un tipo simpático: si ya me dejáis un comentario, hasta bailo!).

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Está en lo alto de una colina a la que se accede por unas majestuosas escaleras que nos revelan la entrada y el enorme edificio principal. Seguro que si le preguntáis a la pagoda de cinco pisos que queda a la derecha, os cuenta las veces que me ha visto coserme a su vera las grietas que amenazaban con desgajarme por momentos el corazón. He pasado tantas noches solitarias paseando por allí que me está pareciendo hasta incómodo hablaros de este lugar, que fue mi rincón secreto durante años.

Justo enfrente de la pagoda hay un pequeño observador desde el que se ve Yokohama y hasta el Monte Fuji en días claros. Allí mismo, al pie de la escaleras, no es raro ver pequeños grupos de jubilados sentados en el suelo jugando al Go y dos o tres gatos que seguro que se saben de memoria quien de estos señores trae más pan en los bolsillos de la chaqueta.



No hay tiendas, apenas un pequeño restaurante llevado por dos ancianas y un tímido escaparate de amuletos hechos a mano por los monjes. Pero tampoco hay miles de personas que te empujen y salgan inevitablemente en todas tus fotos. Estarás prácticamente sólo en un lugar mágico como pocos. O eso me parece a mi.

Se llega desde la estación Ikegami de la línea de mismo nombre, a la que se accede desde Gotanda (Yamanote) o Kamata.

Pero para salir de allí y encadenar con la siguiente que tengo yo pensada, lo suyo es bajar las escaleras que quedan al otro lado y ya ir andando hasta la estación de NishiMagome, donde viví yo durante cinco años. Hay dos razones para esto: la primera es no perderse la pagoda roja erigida en el lugar donde fue incinerado el fundador de la rama del Budismo al que pertenece al templo…

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… y la segunda es que desde Nishi Magome sale la línea Asakusa que nos llevará hasta la estación Oshiage donde visitaremos el imponente pincho moruno que es la Sky Tree.

Aquí va un mapa del templo, dónde está cada cosa y cómo llegar andando desde las dos estaciones (Ikegami de la línea Ikegami, y Nishi Magome de la línea Asakusa):


Ver Honmonji de mis amores en un mapa más gordico

Una vez que nos montemos en un tren desde Nishi Magome pueden pasar dos cosas en una estación llamada «Sengakuji»: que el tren siga como si nada, o que de repente se baje todo el mundo y os toque hacer transbordo a otro tren que está al lado. No preocuparse que es lo normal. Sengakuji además es donde se encuentra el templo de la famosa historia de los 47 ronin, pero tampoco hay demasiado que ver así que montaros en ese tren (o quedaos en el que estabais) y tirad hasta Oshiage (pasareis Asakusa de largo, pero allí volvemos después, cuando se haga de noche).

La estación os deja al mismo pie de la Sky Tree, justo justo al ladico del pinchaco más alto del mundo… y además tiene un significado especial para nosotros, porque yo conocí a Chiaki en una de las excursiones que organizaba su empresa y que llevaban a los clientes a ver cómo la estaban construyendo. Así que mira, excursión con muy buenos recuerdos!

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En la Sky Tree hay un par de cosas que se pueden hacer a parte de descoyuntarse el cuello mirando para arriba y sacarle foticas: chupar cola para subir arriba del todo o perderse por las mil tiendas del centro comercial que está a sus pies. Yo recomendaría lo primero y me olvidaría de lo segundo, total, no creo que hayamos venido a ver Zaras y Uniqlos y si tenéis hambruna, que seguro que ya será el caso, esperaros un poquitín más que en Asakusa hay un montón de buenos restaurantes que no nos podemos perder.

Así que la Sky Tree, con su visitica a arriba y sus fotos como Buda manda, y después nos vamos andando hasta Asakusa, que nos pilla a un cuarto de hora si vamos por lo segado o a quince minutos si vamos por donde la hierba fue cercenada. A la que os queráis dar cuenta, estaréis enfrente del edificio mojonero de Asahi y en un tris en la puerta Kaminarimon que os llevará por una calle atestada de tiendas hasta el templo Sensoji que lo cierto es que no es mucho más que el Honmonji que hemos visto por la mañana. Eso sí, la vidilla del lugar es totalmente distinta: ricksaws, tenderetes de comida, tiendas de recuerdos para turistas… y miles de millones de personas por todos los lados.

Aquí va mi plan: dar una vuelta por las tiendas, ver el templo así por encima y tirar para la calle de los restaurantes callejeros, donde podréis sentaros en cualquier mesa en la misma calle y comer y beber como campeones hasta que se haga de noche. Si decís que vais de mi parte, os dirán que quien coño es ese tío, pero si le enseñáis una foto del Lorco a las chicas del restaurante que os señalo en el mapa, tened por seguro que os pondrán en una de las mejores mesas y no descarto yo un par de platos de edamames de gratis. ¡Anda que no les ha generado gasto allí el gachó! pero bien gastado, porque es un sitio muy chulo al que toca volver de vez en cuander.


Ojetear Sky Tree a Asakusa en un mapa más gordo

Y cuando se os haga de noche allí doblando cervezas y apurando platos, ya entonces si, ya es cuando merece la pena volver al templo y verlo iluminado sin apenas gente. Si señor, esto es otra cosa ya… las tiendas estarán cerradas, pero el paseo por semejante lugar por la noche es algo que nadie debería perderse: es un sitio totalmente distinto con el templaco y la pagoda iluminada… Yo he llegado incluso a ver maikos que parece ser que quedan también en Tokyo, pero es cierto que sólo fue una vez.

Ojo a ésta última foto porque esa esa la calle que os digo de los restaurantes con sus tenderetes al aire libre, el ambiente que se ve es el que hay (aunque sea de noche).

Y de aquí pues sólo quedaría irse a la cama porque al día siguiente toca excursión fuera de Tokyo…

:triki:

¿qué nos tendrá preparado el tío Tosca para el tercer día? ¿lo sabrá él ahora mismo mientras escribe esto? ¿se lavará alguna vez su compañero de oficina la sobaquina mora? ¿ein? ¿ein?

¡¡ Buen fin de semana !!
:gambi:


Una semana en Tokyo y alrededores, día 1

Este es el reto, mayormente. Planificarles una semana por Tokyo y alrededores a mi familia y a los amigos que se han animado a venir a nuestra boda el año que viene…

Lo primero que he pensado es buscar por internet, seguro que hay alguien que tiene un viaje más que planeado y posteado por ahí… nah, no me ha convencido nada lo que he visto: visitas a un Tokyo lleno de tópicos que muy poco tiene que ver con mi vida aquí y yo lo que quiero es que los míos se vayan sabiendo cómo paso yo mis días en esta ciudad, a donde voy los fines de semana, por donde me gusta pasear.

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Así que empezamos por descartar Akihabara, donde no voy nunca porque no me interesan ni las que se visten de chachas, ni mucho menos las idols esas que tan atravesadas tengo, que las cogía a todas y las ponía a cavar zanjas. ¿Chismes electrónicos?, no creo que ninguno de mis amigos venga a Tokyo a buscar una gameboy edición limitada para llevarse de recuerdo. Descartado, como descartado está Ginza que no aporta nada más que ver cuatro escaparates de tiendas de lujo que son iguales en todo el mundo y donde la gente malgasta un día entero para no ver nada, o el palacio imperial donde no se puede ver ná.

Total, aquí va la ikuguía para pasar una semana en Tokyo y alrededores como me hubiese gustado que me lo contasen a mi. Hago el asunto por partes para que no tarde mil meses en publicarlo y de paso contar cada día con el detalle que se merece:

Dia 1
Tsukiji, Hamarikyu, Odaiba, Onsen

¿Qué mejor que empezar con buen pie yéndonos a comer sushi?. Porque por muy tikismikis que seas para comer, coño, venirse a Tokyo para zampar en el McDonalds es como irse a Tolosa a pedir paella. Así que nos pegamos un madrugón que seguro que será patrocinado por el jet lag y nos vamos a Tsukiji, a la lonja de pescado donde los turistas no hacen otra cosa que molestar, pero que es algo que hay que ver de todas formas y ahora la cosa la tienen mejor controlada porque se entra por turnos.

Después, por supuesto, un buen sushi para desayunar con su sopica miso para pillar fuerzas y marcharnos, todo peripuestos, a los cercanos jardines Hamarikyu. Está todo a mano, se puede y se debe ir andando porque por el camino nos encontraremos con el edificio Nakagin capsule y el rascacielos de la Dentsu, que te dejarán pericueter pero como vamos con la tripa llena, pues pericueters campanters (jodé, «pericueters campanters»… y que me hayan sacado a mi en un libro de la ESO…)

El parque lo recorremos con calma, incluso estaría bien tomarse un té en la casa que hay en medio del lago. Que esa es otra, hay que tomarse un té en condiciones con su dulce en condiciones y en posición seiza encima de un tatami. Por muy amargo que esté el té y por mucho que duelan las rodillas, hay que probar que para eso os habéis cascao las horas de avión que os habéis cascao y no sólo para tirar cuatro fotos y decir que habéis estao, digo yo, ¿no?.

Jodé, anda que no llevamos ya cosas hechas, ¿eh?. Pues no hemos hecho nada más que empezar. En el mismo parque nos cogemos un barco que nos va a llevar en menos de media hora, a Odaiba que está enfrente (el tío Tosca tiene todo pensado, amigos!). Pasamos por debajo del Rainbow Bridge, y a la que nos queramos dar cuenta, estaremos ya en la bahía de Tokyo sin haber movido ni un músculo así. De Odaiba leeréis que es la «isla artificial» de Tokyo, ba, de isla tiene poco y lo de artificial nos da igual, el caso es que hay un montón de tiendas, centros comerciales y restaurantes donde pasar un rato, pero ba, que tampoco tiene mucha historia venirse a ver tiendas. Lo que hay que hacer es irse donde el Gundam, el robot este grande que han vuelto a poner y que a las en punto se mueve y hace tonterías, y después tirar para el edificio de la Fuji TV y subirse a la bola que hay encima del todo que tiene un observatorio. Si coincide que os van dando cerca de las cuatro de la tarde, ya esperaros un rato a que se haga de noche y así veis cómo cambia el panorama de Tokyo con todas esas luces que hacen que se haga de día de nuevo a su manera. Y todo desde allí arriba, con vistas privilegiadas de la bahía de Tokyo, con el Rainbow Bridge, la Tokyo Tower… incluso el Fuji si tenéis suerte.

Y como a estas alturas tenéis que tener más hambre que el tío Keké que hizo la dieta de la alcachofa, os voy a proponer el colofón perfecto: nos vamos a un onsen. Que diréis: «yo lo que tengo es hambre, no ganas de mojarme los pelendengues», ¡no preocuparse!. En el Edo Tokyo Onsen Monogatari nos ponemos un yukata, y pasamos a una réplica en miniatura del Tokyo de los años catapún donde hay un montón de restaurantes de todo tipo: Yakitori, Ramen, Tempura, Udón… aunque yo recomiendo aguantarse un poco y darse el homenaje después de haber pasado por las bañeras de agua caliente de donde saldréis que os coméis a un equipo de fútbol entero si os lo ponen delante.

Después ya si, ya por ley tenéis que comer todo lo que os entre remojándolo con unas jarras de cerveza porque estaré yo por ahí controlando el asunto. Jodé, es que lo estoy contando ahora y me están dando ganas de ir ahora mismo, madre mía que gustico de día!!! y que lo cuente de gratis!!!


¡¡Y no se ha acabado!!. Toca la vuelta, en Yurikamome, el monorail que se conduce solo. Yo recomiendo ponerse en el extremo del anden delante del todo y dejar pasar dos o tres trenes hasta que encontreis uno que tenga sitio en el primer vagón, porque la vista de noche por el medio del Rainbow Bridge entre rascacielos es impresionante y como no hay conductor, iréis en primera línea como si lo llevaseis vosotros y es algo que tardareis en olvidar (aunque esto depende del número de cervezas degustadas momentos antes)

Al llegar otra vez a Shinbashi, seguramente sólo os quede meteros a dormir porque el día ha sido más largo que largo. Si por lo que sea, todavía tenéis hambre, en Shinbashi a nada que andéis un poco dirección Ginza, os encontrareis pequeños restaurantes de yakitori debajo de las vías del tren, zamparse un último pinchico de carne asada con una buena cerveza puede ser el fin perfecto a un día bien bonico antes de pillar la cama con ganas.

Continuará…

Albacete-Japón Express 2.0

El Chiqui, que el día que se estará quieto será en el cementerio, no antes, ha vuelto a Japón después de pasar las navidades por ahí por cádios. Esto es algo a tener en cuenta, porque siempre que vuelve las prepara… ya me ha leído la cartilla para este 2013, y no creáis que viene la cosa aburrida, no.

Total, que para empezar con buen pie, ya tiene organizada la segunda edición de su viaje a Japón:

Cartel 2013 b.jpg

Además escogiendo bien escogidos los lugares a visitar:

Hiroshima
Miyajima
Kyoto
Kawaguchiko
Tokyo

¡¡Si queréis conocer Japón,
ya estáis tardando en escribirle!!
Albacete-Japón Express 2.0
viaje.abjaponexpress@gmail.com
:gustico:

Hasta aquí

Ésta mañana el tren ha frenado de repente. El sonido estridente de la alarma de emergencia ha avisado sólo con uno o dos segundos de antelación en los que no quedaba de todas maneras nada claro qué era lo que anunciaba con tanta premura. Nos hemos enterado de golpe al salir disparados bruscamente hacia adelante sin remedio empujándonos unos a otros hasta que hemos conseguido recuperar la estabilidad. En mi caso la inercia ha quedado totalmente neutralizada contra una de las barras metálicas que hay al lado de los asientos. No ha sido demasiado fuerte, pero he tenido la mala suerte de darme con el brazo roto.

Al dolor del brazo se le ha sumado un dolor de cabeza que no parece tener ganas de dejarme en paz y todo junto hace que hoy esté especialmente sensible, quizás susceptible, quisquilloso.

No es mi mejor día.

Tampoco es el peor.

Hoy, una vez más, tampoco tengo las respuestas esperadas en el buzón. Hoy por ser hoy, está más vacío que lo vacío que estaba ayer. Hoy me ha importado mucho más que cualquier otro día. Hoy me duele el brazo y la media escayola que tengo puesta me pesa más. Hoy me duele la cabeza.

Hoy estoy quisquillosa y susceptiblemente hasta los cojones.

Se acabó. No espero más. Es hora de actuar.

He escrito un libro en el que he recopilado los seis últimos años de mi vida. Un libro que no sólo lleva mi alma dentro, sino que contiene además mi hígado y mis entrañas. Escritos que cuentan que una vez me dolía la soledad más que ahora el brazo, textos que desvisten aquel huraño corazón que una vez latía a desgana sin ritmo ni rumbo, retazos de felicidades de pega, encuentros más adrede sin querer que fortuitos aposta, personas que me destellearon las pupilas por dentro, utópicos amores que nunca me habían querido, lágrimas que salpicaron las miras e ilusiones del iluso con entradas que se asoma a mis espejos, que se refleja en los escaparates donde mira ese que queda por fuera de mi.

Un libro que he escrito, que he sentido yo.

Así que se acabó esperar a que un señor de una editorial me diga lo que le parece. Un señor al que no conozco de nada, un señor que no me conoce de nada y cuya opinión, por tanto, carece de valor, de sentido. Un fulano que tan poco tiene que ver con esto que es incluso de mal gusto que pueda tener el poder de decidir sobre algo tan personal, tan mío.

Yo lo que quiero es tener este libro, esta agenda, este diario en mis manos. Quiero que envejezca, que se manche, que se estropee. Quiero que se arrugue, que se moje si toca llorar un capítulo, quiero doblar una esquina para saber por donde iba al día siguiente. Yo quiero coger este libro, envolverlo y regalárselo a mi madre con una nota en la primera página que ponga que ahí está recogido todo lo que me ha pasado desde que decidí irme tan lejos de su lado. Que me perdone por haberme ido y que gracias por entenderme.

Y que la quiero. Que la quiero tanto o más que hasta ese día y que será así para siempre esté donde esté con quien esté.

¿Qué coño pinta un señor de una editorial en todo esto? ¿Porque tengo yo que esperar a nadie para hacer esto?

El libro sale. El libro sale porque hoy tengo un día en el que la rabia lleva masticándome las neuronas toda la mañana y acabo de decidir que lo imprimo por mi cuenta. Que hoy empiezo a pedir presupuestos en imprentas y si la tirada tiene que ser de cinco libros, de cinco libros será. Que me da igual que salga caro, que no esté en las tiendas, que no aparezca en ningún ranking de ninguna editorial. Porque será mucho más especial que todo eso: será un libro que no ha revisado un editor que no me conoce, sino cuatro de mis amigos más cercanos que además tienen el detalle de escribir algo a su vez. No tendrá el diseño comercial que me impongan, sino el que ha hecho Fran a medida de lo que sabe de mi, que no es poco. No habrá colas en tiendas para que lo firme, pero sabré los nombres de todos y cada uno de los que lo han leído.

Hoy no es mi mejor día. Pero la decisión si que creo que es de las mejores que he podido tomar. Lo que no sé es porque he tenido que esperar al frenazo de un tren para tomarla.


2012

Va tocando ya echar el freno de mano. Ya va siendo hora de acabar de subir este repecho, sacar el bocadillo, sentarse a la sombra de aquél árbol y entre mordisco y mordisco hacer las paces con el sendero que llevamos pisoteando desde hace doce meses. Porque se acaba ya y sería de desagradecidos no tener la cortesía de reconocerle al 2012 el detalle de, al menos, habernos dejado sobrevivirle.

La línea de salida estaba helada. La escarcha de Enero le entumecía a uno hasta las criadillas que se antojaban tan diminutas como las ganas de salir a la calle. De ahí que se tuviese tiempo para escoger pensamientos, ponerlos en cierto orden y amarrarlos en escritos como aquel en el que me deleité viviendo otras vidas que se antojaban cientos de veces mejor que la mía propia a la que el invierno tenía apalizada día si y noche también.

Los sábados los dedicaba a correr distancias largas por el entrenamiento de la maratón y después apenas poco más que pasarme el resto del tiempo recuperándome de la somanta de frío y agujetas que me esperaba. Y, mira por donde, que me aficioné al ramen porque no sólo me proporcionaba los hidratos de carbono que necesitaba después de los carrerones, sino que me hacía entrar en calor poniéndome en condiciones de nuevo para cumplir con los planes de los domingos que eran, claro, con Chiaki. No fue raro, entonces, que un domingo nos fuésemos al museo de ramen de Yokohama a ponernos turcios de fideos. Y tiene su lógica, con la rasca que hacía, que alguno que otro nos metiésemos en bañeras de agua caliente en algún onsen como el Ooedo Onsen Monogatari de Odaiba donde siempre se echa la tarde por aquello de que lo tienen montado de manera que parezca el Tokyo de los años catapún.


Algo que pasó en Enero y cuya relevancia no supe valorar lo suficiente hasta hoy, es que hice tres o cuatro entrevistas de trabajo y renuncié al que tenía incluso antes de tener ninguna oferta en firme. La razón: la bronca totalmente irracional y fuera de lugar que nos montó el presidente de la empresa en la que estaba: un gordaco de más de 150 kilos incapaz de verse las rodillas y al que le das el canuto y un boli y no te saca la O en toda la tarde, como mucho te fríe el boli en una sartén y se lo come con ketchup. Digo que no supe valorarlo porque ahora después de casi un año, me entero que el fanegas ha cerrado la empresa en Tokyo y se la ha llevado a Filipinas dejando a todos sin trabajo. Y no digo nada del cambio de hacer mierdacas en PHP a programar en Ruby así como pasar de chustacontratos de seis meses a uno indefinido. Por suerte o porque no soy gilipollas y sé elegir, una de dos, no me ha tocado meter horas extras sistemáticamente en ninguna empresa aquí y eso tampoco cambió.


Febrero llegó, por fin, y con él la tan esperada maratón de Tokyo. Los cuatro meses anteriores de mi vida habían estado dedicados únicamente a prepararme física y mentalmente para ser capaz de correr, por primera vez en mi vida, 42 kilómetros de principio a fin. No había otra meta que llegar a la meta, no importaba el tiempo, el reto era no rendirse bajo ninguno de los conceptos. Empecé en la oficina nueva donde debía aprender Ruby on Rails entre millones de cosas nuevas más, pero yo la cabeza la tenía en el 26 de febrero. Con millones de toneladas de orgullo y a pesar de hacer un tiempo ridículo de más de seis horas, corrí y acabé la Maratón de Tokyo del 2012 y me deshice en lágrimas nada más llegar a la meta.



Justo justo cuando iba llegando Marzo, cayó la nevada de todos los años en Tokyo y con ella, prácticamente, se puso fin al último invierno que, espero, pasaré viviendo solo en mi vida, aunque por aquel entonces no lo sabía.



Y mientras yo seguía recuperándome de las agujetas, sin prácticamente darnos cuenta, se cumplió un año del gran terremoto de Kanto al que no le daríamos la importancia que le damos si no fuese por el tsunami que llegó después arrasando con todo. Fue tiempo de recordar, aunque fuese solo por ese día, tiempo también de no olvidar la zarzuela y la bachatta de los medios de comunicación que vinieron exigiendo con prisas algo que exigía, por respeto, ser recordado y madurado con calma.



De Abril sé que lo pasamos buscando piso porque se acababa el contrato del mío y la idea era irme a uno más grande, confiando en que los tres meses de prueba del contrato trajesen consigo muchos más sueldos. Y entre inmobiliarias y paseos, acabaron la Sky Tree y nosotros decidimos que nos volvíamos a España, pero al sur, a Extremadura donde estaban mis padres y donde hacía casi diez años que no volvía. Me encantó verles en su ambiente, claro, y saber que están allí tan bien o mejor que en Zalla. Además, aprovechamos para escaparnos una mañana a Sevilla y olé.





Cuando prácticamente teníamos ya un piso decidido para que me fuese a vivir, nos pusimos a hablar y pensamos en que pasar las noches a lo impar era la mayor perdida de tiempo del mundo, que ya de mudarnos, pues hacerlo juntos. Y decidimos casarnos, así, de sopetón, de un fin de semana para otro. No lo dudé porque ya sabía que iba a ser así tarde o temprano, la prueba está en alguien me preguntó si era feliz y supe al instante que no podía pedirle más a la vida que saberme así.



En Abril también debuté como profesor en las clases de cocina del Tío Chiqui con una receta de marmitako adaptada a los ingredientes de la zona. Allí nos cascamos tres marmitakos como tres plazas de toros, con su pedazo de salsa en la que untar el pan que el Chiqui nos enseñó a amasar desvelando la receta secreta de los Picazo.




También se gestó en este cuarto mes el tercer hito junto con casarme y la maratón del año 2012: el Chiqui me propuso hacer de telonero de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla que se venían a actuar a Tokyo. Tenía algo así como dos meses y medio para escribir un monólogo original, pulirlo, aprendérmelo y defenderlo a capa y espada delante de unas cien personas. Estaba claro que este año no iba a quedar la cosa tranquila, no…

Y mientras trataba de darle vueltas al monólogo pensando en abandonar tres veces al día, nos fuimos de viaje un fin de semana a Dougashima, fue de estos de ir una mañana y volver a la noche del día siguiente con fuerzas renovadas. Allí conocimos a Tomomi, una encantadora anciana que tenía bien claro cómo quería que fuese el resto de su vida.

En junio me mudé, por fin, a la casa nueva después de cinco años y medio viviendo en el mismo piso de Nishi Magome. Me vine a vivir más cerca de Shibuya a una casa con un par de habitaciones y una cocina en condiciones con vistas a vivir con Chiaki que se mudaría aprovechando las vacaciones de verano. Me llevé bastante disgusto porque el casero del piso anterior se quedó con el dinero de la fianza contándome que tenía que cambiar el papel de las paredes y no se que milongas más. Me dolió, no por el dinero, sino porque creía que teníamos muy buena relación y tanto él como yo sabíamos que no era cierto porque desde el primer día puse especial empeño en tener mucho cuidado con todo y además comprobé antes de irme que no había nada deteriorado… en fin.

Julio llegó y aquella noche el Chiqui me dijo que habíamos quedado con Ernesto Sevilla, Joaquín Reyes y su mujer, Victor, el representante de ambos y el Lorco para cenar. Me llevé a Chiaki, y la verdad es que me parecía mentira que estuviésemos allí mano a mano doblando cervezas con ellos. Nos lo pasamos muy bien a pesar de que al salir a eso de las dos o tres de la mañana, un grupo de estudiantes borrachísimos que estaban por allí se nos encararon y poco faltó para que nos liásemos a hostias. La vez que más cerca he estado en mi vida de pegarme con alguien, y tuvo que ser en Tokyo con Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, juas, parece un sketch. Eso si, les juramos y perjuramos que esto era rarísimo, que normalmente nunca tienes ningún problema de este tipo en este país… ¡menuda imagen!.

Y dos días después, pues el monólogo. Entre los focos, que no me dejaban ver a la gente y que después de soltar dos o tres chorradas el público respondía, los nervios se relajaron un poco y salió todo mucho mejor de lo esperado. Siempre le queda a uno el miedo horroroso de que no se ría absolutamente nadie. No fue así, y esto no sólo fue una de las cosas más alucinantes del 2012 sino que probablemente de toda mi vida. Repetiría mañana mismo, sin dudarlo.

En agosto me casaba, exactamente el último día del mes. Era un mero trámite: pasar por la embajada a hacer la entrevista y llevar los papeles al ayuntamiento, y después de que firmaran Carlos y el Señor Pikachu, nos fuimos a celebrarlo viendo una peli en el cine y después cada uno a su casa. En ese momento no era consciente de lo que acababa de hacer aunque tenía muchas ganas de hacerlo. Es ahora, cuando llevamos cinco meses viviendo juntos que se tiene cierta constancia de cómo va a ser la vida a partir de ahora. Y me gusta mucho el asunto. Mucho, mucho.

Ese mes también volví de nuevo al campamento de Karate con la familia Kanazawa al completo. Compartir tres días dedicados exclusivamente al karate en un pueblo perdido de Japón con profesores ya legendarios y famosos en todo el mundo me convierte en un auténtico privilegiado. Una vez más fui el único extranjero y sin embargo me sentí, de nuevo, como uno más. Aunque el fin de semana siguiente perdiese en el primer combate en el campeonato nacional.


En Septiembre me puse muy en serio con el ikulibro, tremendamente animado por la publicación de uno de mis posts en el libro de lenguaje de segundo de la ESO. Quería acabar las revisiones y enviárselas a Fran cuanto antes. Por alguna razón, quise publicar en el blog uno de los capítulos inéditos que escribí sobre mi hermano Javi. Supongo que esa nostalgia infinita que le entra a uno a veces por estar lejos… le quiero tanto…

También vinieron los de callejeros y estuvimos ahí grabando por Tokyo, la verdad es que nos lo pasamos muy bien, sobretodo en un karaoke al que fuimos. ¡¡A ver cuando lo sacan ya!!

Y en septiembre también celebramos los cumpleaños, el mío y el de Chiaki, por primera vez como el matrimonio Toscano que somos. Anda que no cambia cualquier cosa que se haga si se suman las ilusiones de dos.

En Octubre se celebró otra de las locuras del Tío Chiqui, ésta vez se trataba de enseñar a cortar jamón a japoneses. Como venía público hispanohablante y Raúl, el profe, habla japonés bastante mejor que yo, a mi me tocó la misión de traducir sus explicaciones a castellano. Mucho más fácil, sin duda, además me dejó tiempo para grabar un vídeo recordatorio del sarao que allí se montó:

Y mira que de vídeos iba la cosa, porque Carlos que estuvo en una clase anterior de cocina, también hizo uno a modo de promoción que le quedó la mar de simpático:

También fue Halloween otro año más y este me disfracé de un bicho que sale antes de las películas en los cines aquí, lo que hizo que todo el mundo se descojonara y se parara a sacarse fotos conmigo aunque yo no disfrutase mucho del asunto porque llevar una caja en la cabeza toda la noche fue un coñazo que no volveré a repetir…

Y llegó el frío, y con él la media maratón del Fuji de noviembre que en teoría me iba a servir de entrenamiento para la de Yokohama de la semana siguiente. Fui con muchas ganas y disfruté muchísimo del recorrido y las vistas. Una vez más me volví a sentir un privilegiado y no me arrepentiré nunca de meterme en tantos fregados. Si alguna vez me vuelvo de Japón, que pueda contar que aproveché el tiempo en exprimir lo que este país tiene que ofrecer más allá de dejarse la vida en la oficina o estar encerrado en casa delante de una pantalla.

El fin de semana anterior a la media maratón me fui a Hiroshima de viaje, sorpresón de Chiaki y viaje alucinante en todos los sentidos. Tanto por el museo de la paz de Hiroshima, como por el idílico paisaje de Miyajima. Recuerdos inolvidables, como inolvidable fue la intoxicación por ostras que me tuvo tres días encerrado en el cuarto de baño.




Mira tu por donde, que noviembre acabó con una desgracia: dos días después de la media maratón del Fuji y cuando quedaban tres para la de Yokohama, un coche se me cruzó y del frenazo que di nos fuimos la moto y yo al suelo. Balance de resultados: muñeca izquierda rota y escayola por un mes. O dicho de otra manera: ni maratón, ni examen de tercer dan de Karate, ni gimnasio ni nada. Lo que me dio mucho que pensar en este diciembre que se termina… ¡hasta arreglé el fin del mundo y todo!. Aunque en lo que más estoy invirtiendo mi tiempo, ahora que la actividad física se reduce prácticamente a cero, es en una página web que verá la luz muy pronto y que estoy convencidísimo de que os va a gustar. De momento no digo más, pero de Enero no pasa…

Menudo año… tantos y tantos buenos cambios, tantas nuevas experiencias… miedo me da pensar en que el 2013 venga la mitad de emocionante…

¡¡ Feliz año 2013 !!
:gustico:


Resumen de mi 2012:

Febrero
Cambié de trabajo
Corrí y acabé la maratón de Tokyo

Julio
Salí de telonero de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla

Agosto
Me casé con Chiaki
Fui a un campamento de Karate con la familia Kanazawa
Competí en el nacional de Karate

Septiembre
Los de segundo de la ESO empezaron a utilizar un libro de Lenguaje en el que sale un post mío
Vinieron a grabar los de Callejeros Tokyo

Noviembre
Corrí la media maratón del Fuji
Me partí el brazo

Diciembre
He empezado una nueva web que se hará pública en Enero
Una editorial está, por fin, leyendo el ikulibro y decidiendo qué hacer
He escrito un post biblico sobre lo que hice en el 2012


Solucionado lo del fin del mundo


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¿Que hoy qué? Huy que faenaaaa, no no no, esto no puede ser hombre. Dejadme a mi, dejadme…

– ¿Está Dios? si, el jefe, el mandamás, ese mismo… ya sé que estar está en todos los lados, pero que se ponga al teléfono también

– Gracias ángel, que eres un ángel

(son un primor, siempre me coge uno distinto, se ve que a la que pueden se escaquean del trabajo y se van volando)

– Si, ¿Dios?, hombre, que tal, cómo andamos, por las nubes como siempre, ¿no?. Bueno perdone, que mire que si puede retrasar lo del fin del mundo un poco, que va a venir mi primo del pueblo a pasar la navidad y, claro, nos viene mal… que si eso si no le daría lo mismo dejarlo para después. Claaaro, en diciembre nos coge a desmano… ¿le costaría mucho ponerlo en enero? que ya nos habremos gastado todo el dinero y ya de perdidos al río, total… o mejor en junio que se acaba la liga y ya nos morimos sin la duda.

– No claro, si yo lo entiendo, que la agenda con los jinetes esos… que si lo tenía apalabrao con los mayas… si… hay que ver que ocupao está usted y en qué chanchullos me anda, y eso que descansa los días 7. Pero hombre, no me haga este feo, que le rezo hasta los domingos que hay fútbol. Mire, le pongo dos velas más de aquí a que gane el Bilbao la copa si mira de dejarlo para otro año.

– Ah! que así si, anda que no le gusta que le mimen, ¿eh?, si en el fondo es usted un salao, tanto cura, tanta biblia que le tienen en un altar siempre y es usted un campechano. Bueno, pues si ve que tal, cambielo al año que viene y así nos comemos el pavo con mi primo, que está gordo gordo ya. No, mi primo no, el pavo, aunque mi primo tiene lo suyo también, que el otro día se subió a la báscula y le salió en la pantalla: «de uno en uno, háganme el favor».

– Vale, pues en eso quedamos entonces. Si ya de carambola hace que se quede buena tarde, le deberé un par, muchas gracias de verdad. Jesusito bien, ¿no?, dele recuerdos, que se tape un poco, que hace frío. Ah!! ¿y Miliki ha llegado ya? ¿que le ha tocado una buena nube?, muy bien que se lo merece.

– Vaaale, pues cuelgo entonces, quede usted con Dios. O sea con usted mismo… bueno ya me entiende.

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Los ciervos de Nara y Miyajima

Yo cuando fui a Nara no tenía ni idea de que había ciervos por allí danzando. Y fíjate, me acaban de contar ahora mismo que son un problema como las palomas y que de vez en cuando se hacen batidas por parte del ayuntamiento para llevarse unos cuantos por delante.

La verdad es que me llamaron mucho mucho mucho la atención, yo creo que sólo había visto uno de verdad una vez subiendo a un monte de mi pueblo que se asomó un tío postizo de Bambi por allí dando saltos y echó a correr en cuanto me vio. Así que en Nara no paré de sacarles fotos, pero muchas muchas, ¿eh?. Sin embargo, cuando me llevaron a Miyajima ya iba yo avisao y no me quedé tan pichicueter… por los ciervos, claro, porque el lugar anda que no impresiona ni nada!

Total, ahí va un compendio ciervítico ikusukiense!

:triki:
:ojetepalinvierno:
:gatostiable:

Una semana y algunos días

Cuatro, exactamente, desde que me pusieron la escayola. Once noches tratando de no dar demasiadas vueltas debajo del edredón para minimizar las punzadas de dolor con las que me despierto a veces por una postura no reglamentaria para las condiciones del juego. El dolor es lo de menos, lo peor sin duda son las sobremesas, las tardes, mis horas que son todas mías cuando se baja el telón de la oficina y ya acabó mi actuación.

El viernes me descubrí en el descanso del mediodía paseando con mi brazo en cabestrillo por Shibuya con una canción sonando una y otra vez en el maltrecho iPhone que tampoco salió ileso del accidente. En el estribillo, gritan «demo akiramenai kara, akirametakunai kara»… pero no me rindo, no me quiero rendir… Hago mías sus palabras que me calan bien adentro y una vez más, aprovechando que estaba solo entre un montón de desconocidos, me dio por llorar. Porque resulta que yo lloro mucho, bueno o lo normal o… no sé, lloro lo que tengo que llorar porque siento que siento y espero que eso nunca cambie. Pero el caso es que apenas veinte minutos más tarde, cuando subía de nuevo la cuesta que separa la estación de mi oficina, lo hacía con una sonrisa desparramándose por las mejillas y el ánimo allá por el piso cuarenta de cualquiera de los rascacielos que me rodean.

¿Sabes que pasa?, que es que últimamente tengo mucho tiempo libre. Ya no voy al gimnasio a la hora de comer, ya no vuelvo corriendo de casa a la oficina ni voy a clases de Karate por las tardes. Ahora me estoy quieto y cojo trenes y me da por pensar que hace tiempo que no me daba por pensar, que eran tantas las cosas que hacía a diario que no era capaz de verme con una perspectiva un poco más allá que la de los kilómetros que me faltan para llegar o aquel kata que se me resiste.

Atrás queda la desorientación de los primeros días en los me sentía tan vendido que parecía que estaba por estar en cualquier situación y lugar, la desidia, la desgana, la inmensa rabia de querer seguir haciendo tanto y no poder hacer nada. Pero es curioso que poco a poco, junto con el dolor, el grado de irritación ha ido disminuyendo hasta toparme de morros con la tesitura de encontrarme conmigo mismo: un tipo que ha esperado a estar cerca de los 40 para partirse un brazo y agrietarse la crisma un par de veces.

Pero también el mismo tipo que ya no vive solo, que se ríe del invierno porque ya no le da miedo su frío. Un fulano que no puede atarse los cordones en condiciones, pero que es capaz todavía de llorar al darse cuenta de que lleva quedando desde hace tiempo todas las noches para soñar a pachas con la chica que nunca deja de sonreír y que ya queda mucho menos para la boda. El mismo gachó que ya no pide hamburguesas porque no se las puede comer con una sola mano y se seca las lágrimas y se ríe, cuesta arriba, pensando en la cara que pondrán sus padres que se vienen a bendecir la boda, cuando vean los rascacielos de Shinjuku o los templos de Kamakura, en cómo se quedarán Javi y su sobrina cuando se los lleve a Disneylandia, en que por fin podrán convencerse los suyos en primera persona de que su hijo está lejos, si, pero también, de lejos, mejor que nunca.

El mismo sujeto que teclea a duras penas en la oficina con un cojín bajo el brazo, que se pone el pijama de verano porque a la manga izquierda del otro no le entra la escayola, el mismo elemento que a nada que le obligaron a estarse quieto, se puso a pensar y se dio cuenta de que a parte de un par de huesos sanos, a su vida no le falta absolutamente nada.

Si acaso, un par de críos armando jaleo alrededor.

El ikublog en segundo de la ESO

El año pasado contactaron conmigo para hacerme una propuesta que sería imposible rechazar: querían pedirme permiso para publicar uno de mis posts en el libro de Lengua y Literatura de segundo de la ESO que se iba a utilizar este año en España. Imagínate, algo que he escrito yo publicado en un libro de educación, madre mía, cómo iba a imaginar yo que algo así podría pasar. Por supuesto que accedí encantadísimo, menudo honor, aunque la verdad es que tampoco me lo creía yo mucho el asunto…

Hasta que hace nada que he podido hacerme con el libro en cuestión y era verdad, efectivamente, ahí está el artículo:

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En concreto es el que publiqué una semana después del gran terremoto de marzo del año pasado, el titulado: Viernes, 18 de marzo de 2011. Lo cierto es que ese mismo artículo parece que tuvo cierto éxito porque también lo publicaron en El Correo, aunque allí se sobraron bastante porque grabaron incluso un vídeo con un tío leyéndolo en plan melancólico con música tristona que no venía a cuento y por supuesto, sin incluir la parte sobre los medios de comunicación…

Pero bueno, a lo que íbamos… ¡que salgo en un libro de la ESO!

La verdad es que me esto me animó y me dio mucha fuerza para seguir con el ikulibro que prácticamente ya tenemos acabado y revisado. Sólo nos falta meterle unas cuantas cosas más que creemos que van a quedar muy bien y para adelante. Como las editoriales no nos hacen caso, que ni nos contestan a los emails, seguramente lo saquemos por nuestra cuenta de alguna manera, pero de principios del año que viene no pasa, por estas, anda que no está quedando bonico ni nada. Yo no soy capaz de leer dos capítulos seguidos sin echar lagrimones, pero claro, son cosas que me han pasado a mi, si no me emocionasen, mal iríamos…

¡Buen fin de semana!
:estudier:

Hiroshima

Yo no sabía muy bien lo que había en Hiroshima. Bueno, no cabe duda que como todo el mundo, yo tenía claro lo que había pasado, la idea general que tenemos todos: la bomba atómica, población civil, ciudad desaparecida, radiación… también sabía que allí había un edificio que había quedado en pie y que lo tenían como monumento para no olvidar nunca lo que había pasado, que era muy gris y tenía una cúpula de metal que se había medio fundido.

Lo que no sabía es que Hiroshima es famosa por su okonomiyaki y mira, esa sorpresa que me llevé cuando me llevaron a uno de los restaurantes más famosos de la ciudad. Encima me advirtieron que la visita que íbamos a hacer después me iba a dejar bastante tocado, que uno no sale impune de un museo en el que se cuenta cómo y de qué manera murieron los que tuvieron la desgracia de estar debajo de la bomba más terrible usada jamás por la humanidad, que eso te lo llevas contigo para siempre. Así que aproveché y cogí bien de fuerzas antes de visitar lo que llevaba mucho tiempo posponiendo: el museo de la paz de Hiroshima.

Poco tardamos después en llegar al edificio superviviente, al Atomic Bomb Dome, rebautizado así por razones obvias pero cuyo nombre real era «Hiroshima Prefectural Industrial Promotion Hall». Poco sabía el arquitecto Checo que lo creó que iba a hacerse tan famoso pero encima no como se le ocurrió a él, sino medio derruido:


A uno le entran escalofríos en ese lugar, especialmente escuchando a los voluntarios que a sus pies suele haber, contar cómo momentos después de la detonación, los que se estaban literalmente quemando vivos se tiraban a aquel río de aguas cristalinas que teníamos al lado, muriendo prácticamente al instante dejando un reguero de cadáveres flotando en la dirección de la corriente.

El museo, que está a cinco minutos andando al otro lado del río, cuenta cómo era la Hiroshima de aquella época: un importante centro logístico militar durante la guerra donde a los estudiantes se les obligaba a demoler edificios para crear cortafuegos por temor a ser atacados con bombardeos como la lejana Tokyo. Poco se imaginaban la que se les venía encima en realidad.

Después de introducir la ciudad, van dando datos de la bomba: día, hora, donde y a qué altura explotó, temperatura alcanzada, radio de devastación. Algo que desconocía y que me impresionó mucho es que la presión fue tal que los cristales de los edificios salieron disparados a tanta velocidad que cortaban literalmente todo, incluso se pueden ver paredes con cristales incrustados, no quiero ni pensar lo que les haría a las personas.

A medida que uno va avanzando en el recorrido, se empiezan a contar historias personales de víctimas donde es prácticamente imposible no emocionarse, aún más con lo que se expone: la ropa que llevaban en ese momento que quedó destrozada, objetos metálicos totalmente fundidos… aunque quizás lo que más impacta es ver a los maniquís con la piel colgando representando los instantes después de la detonación…

De estas historias la más famosa es la de Sasaki Sadako, la niña que murió por los efectos de la radiación pero que no dejó de hacer grullas de papel prácticamente hasta el final de sus días, confiando en que así se curaría. Viendo algunas de estas grullas que tienen allí expuestas es cuando ya no pude aguantar más las lágrimas…

Alguien me decía que el museo estaba hecho a propósito para que uno saliese de allí tocado y le dí la razón: está todo contado de una forma dramática, de manera que es prácticamente imposible que alguien permanezca indiferente ante lo que se le cuenta. Pero es que si uno se para a pensar en el disparate que fue todo… no sé de que otra manera se podría…

Quise volver a la noche a fotografiar el Atomic Bomb Dome, pero por alguna razón no fui capaz de permanecer allí en la oscuridad más de diez minutos porque estaba muerto de frío. Y hacía cerca de 20 grados.

Ni maratón ni nada

Pues eso, el martes volviendo del trabajo con la moto le dio a un coche por meterse en mi carril de repente justo cuando yo pasaba. Frenazo repentino para no comérmelo y pon, al suelo con la mala suerte de que apoyé la mano izquierda y me he roto el brazo. Escayola por mes y medio según el médico, no hacer nada de deporte: ni karate, ni correr… si acaso dar paseos estilo abuelo cebolleter.

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Rabia infinita y resignación, total, no hay nada que pueda hacer para arreglar esto más que hacerle caso al médico y quedarme quieto. Eso sí, si yendo a 20 kilómetros por hora me caigo y me rompo un brazo, yendo a 50 no tengo claro qué habría pasado, así que jubilo la moto, no la arreglo ya!

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Demasiado peligroso para mi, dos hostias tontas y dos hostias que me han dejado tocado. Esto no vuelve a pasar!!

Ahora sólo me queda animar a Dani, Fernando y Luis en la media de Yokohama este domingo y acostumbrarme al sofá!

arrrr que rabiaaaaa
:viejuno: :posna: :cebolleter:

Corriendo bajo el Fuji

Después de un par de semanas de incertidumbre por culpa del trabajo, al final Chiaki pudo acompañarme a Kawaguchiko donde iba a correr mi primera media maratón alrededor de uno de los lagos que le hacen de espejo al monte Fuji cuando se despierta.

Aproveché esa mañana para adelantar lo que pude del libro enviándole más revisiones de capítulos a Fran hasta que la que me regala dormirse cada noche debajo de mi mismo edredón pudo volver a ésta, nuestra casa de prestado, desde el trabajo. Era bastante tarde, calculo que salimos de casa sobre las cinco y la hora del checkin del hotel eran las seís así que por mucho que las echáramos, las cuentas no nos iban a salir y el reloj no iba a parar de reírse. Estaba claro que el fin de semana iba a ir de pelear contra él y ya nos llevaba bastantes vueltas al ruedo de agujas de ventaja.

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No iba a caer en la novatada de la maratón de Tokyo de febrero, ésta vez me aseguré de no llevar prácticamente nada más que la ropa necesaria para soportar el frío que iba a hacer y si acaso un par de caramelos por si la garganta se seguía resintiendo. El resto lo ponían ellos: avituallamiento cada cinco kilómetros incluyendo chocolate, plátanos y bebidas isotónicas… sólo quedaba que nosotros fuesemos capaces de llegar a ellos.

En el segundo tren camino de Kawaguchiko íbamos ya media media maratón: gente de todas las edades aunque no razas: no me crucé con ningún extranjero pero esto dejó de importar hace tiempo, es más, confieso que me ha acabado gustando esa sensación, la de ser el infiltrado donde otros, quizás, no saben, no se atreven o no les interesa estar.

Íbamos de pies, pero un señor de cerca de unos sesenta años me tocó la pierna:

— Hay sitio para uno aquí al lado —me dijo señalándome el pequeño trozo de asiento que quedaba entre él y una chica concentrada en la pantalla de su teléfono móvil, el mundo allá afuera dejó de existir hace siete paradas— si hacéis el amago de sentaros, ésta se echará para allá y cabe uno.
— Chiaki, ¿te quieres sentar?, a mi me da igual
— No no, pero muchas gracias
— Eso, gracias
— ¿Vas a correr la maratón?, yo también —prosiguió aquel señor sonriente que bien podría ser mi padre— llevo cinco años corriéndola, tardo mucho, pero siempre la acabo, mira este año llevo zapatillas nuevas.

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Unas Asics de color naranja fosforescente hacían las veces de los zapatos que le correspondería llevar a alguien de su edad. Las traía puestas desde casa junto con una sonrisa que se le vería hasta desde atrás. No llevaba ni pantalón de pana, ni boina, ni bastón, sino mallas, gorra de beisbol y todas las ganas del mundo de azuzarle a la vida alejándose más y más de la fecha de caducidad que nos empeñamos en colgarles. Así quiero vivir yo, así tiene que ser la cosa esa de ser feliz: sentirse siempre con un ánimo tal que sea imposible reprimir las ganas de contarle a un desconocido lo que con la ilusión de un chiquillo se pretende hacer.

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Hora y pico después llegamos a la estación Kawaguchiko, la que queda más cerca del Fuji por este lado. El señor mayor llevaba levantado junto a la puerta desde tres estaciones antes, no veía el momento de salir de una vez, aunque tuvo el detalle de esperarnos en la salida de la estación y despedirnos con un «ganbatte» antes de desaparecer entre calles.

Mientras Chiaki llamaba al hotel, yo fui a recoger el dorsal y el chip que se lleva en la zapatilla para controlar los tiempos. Era de noche y hacía un frío del carajo, mucho más de lo que pensaba, la diferencia con Tokyo era de unos diez grados aproximadamente, lo que dejaba el asunto en un par de pares bajo cero.

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De alguna manera conseguimos subirnos en el último autobús lanzadera que nos dejó en la puerta del hotel que quedaba a unos 9 kilómetros de la estación. Al recepcionista no le quedaba nada, pero nada nada claro que al día siguiente yo pudiese presentarme a las siete y media de la mañana para correr la maratón. Resulta que se corría por la misma carretera por la que habíamos llegado, que no había otra, y que la cortaban precisamente por esto mismo así que estábamos totalmente incomunicados hasta que acabase. No hay trenes, ni autobuses y todos los taxis a los que intentaba llamar le decían que era imposible.

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De repente estábamos en la habitación de un hotel entre montañas tratando de buscar la forma de poder recorrer los 9km que nos separaban de la línea de salida. El Chiqui, Guillermo y Nerea resulta que se habían animado a venir y estaban en otro hotel, así que se me ocurrió llamarles por si cabía la posibilidad de que hubiesen venido en un coche alquilado y me viniesen a buscar, pero no fue así el asunto.

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Estaba ya mentalizado totalmente sobre la bilbaínada que sólo me quedaba por hacer: salir del hotel a eso de las seis de la mañana e ir corriendo los 9km hasta la línea de salida donde tendría como hora y media para descansar y empezar la media maratón hasta donde las piernas tuviesen a bien aguantar. Si una vez corrí 42km, esto debería poder hacerse, pensaba.

Menos mal que una última visita a la recepción del hotel nos trajo buenas noticias: un taxista estaba dispuesto a venir a buscarme a las cinco de la mañana, un poco antes de que cortasen la carretera, para dejarme en la estación. En ese momento me crucé con el primer extranjero que iba también a correr y tampoco tenía cómo ir, así que le ofrecí compartir taxi. Cuando supo la hora de salida, dijo que ni hablar se iba a pegar semejante madrugón, que ya si eso corría el año que viene.

Ahí es cuando me acordé del abuelo que venía en tren vestido desde casa…

Pero yo si tuve un par de luces más que el apagón de este tipo y por supuesto que madrugué. A las cuatro estaba ya en pie con la ropa puesta y deseando llegar ya a la estación para fantasear con un Fuji amaneciendo…

De repente aparecieron todas las estrellas que llevan años fuera de Tokyo, estaban todas allí arriba, yo creo que no faltaba ni una. El señor volcán fue una silueta negra, después blanca y finalmente un majestuoso monte cortado por la punta que ya no dejó de vigilarnos en ningún momento.

La carrera fue preciosa. No había prácticamente nadie animando, no bailaba nadie para nosotros como en la maratón de Tokyo, no era un evento tan popular ni multitudinario y sin embargo no pude evitar ponerme a llorar como un niño cuando al salir de aquél túnel, apareció de nuevo el Fuji con el lago Kawaguchiko bañándole los pies. No tuve que llegar a la meta como en Tokyo, apenas a los dos o tres kilómetros mis ojos ya sintieron que había que desaguar tanta emoción o nos íbamos a acabar ahogando los tres. Fue, sin ninguna duda, el lugar más bonito en el que me ha dado por ponerme a huir de unos o de perseguir a otros, según para donde se mire.

Llegué a la meta mucho antes de lo esperado, quizás iba con la mentalidad de la maratón y esto era menos de una media. Los 17km llegaron pronto y apreté el paso en los cinco últimos tratando de bajar el tiempo de hora y media, aunque no fue posible. Total: 1h 42 minutos con un ritmo medio de 6 minutos por kilómetro y 3 o 4 lágrimas por cada cuarto de hora.

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Ahora mientras escribo esto desde el ordenador de la oficina dos días después sigo notando las piernas cargadas, pero miro con ilusión a la siguiente media maratón que será este mismo domingo. Leo los mensajes que me mandan el Chiqui y Dani para quedar y no puedo evitar sentirme un poco como aquél señor del tren: con ganas de contarle al primero que pase que voy camino de Yokohama a poner un pie delante de otro y luego el otro delante de éste y luego el de atrás por delante del de delante…

… y el que se ha quedado atrás lo adelanto y … así hasta que llegue cuando tenga que llegar.

O no, porque ya dará igual.

Miyajima

Tu sabías que noviembre me venía guerrero, que me tocaría batirme a patadas y puñetazos una vez más contra otros de blanco. Que después aparcaría los entrenamientos de Karate y el plan del tercer dan para que las agujetas de las piernas fuesen por carreras entre calles de Tokyo. Sudor del de correr con ganas, que me permitiese hacer un buen papel en las medias maratones del Fuji y Yokohama. Sabías que en todo esto mi archienemigo el puto frío del invierno estaría enfrente para doblegarme la voluntad, marchitarme las ganas y lacerarme el ánimo, pero también sabías, quizás mejor que yo, que rendirse no venía en la carta, que no se podía ni pedir ni plantear, que eso es más de otros.

Lo que yo no sabía es que ese fin de semana que quedaba libre apenas unos dias antes de empezar con todo lo que se me venía encima, lo tenías tu ya pensado: un viaje, los dos solos, para recuperar fuerzas que todavía no se habían ido, para olvidarse de lo que todavía no había pasado, para ser menos unos y más los dos.

Y a Hiroshima, ni más ni menos. Anda que se te olvidan a ti las cosas… sólo hizo falta mencionarlo una vez antes de ni siquiera empezar a pensar en que quizás algún día íbamos a estar casados, así de pasada, que todavía no había ido y me gustaría mucho estar en semejante lugar. Y no se te olvidó, aunque a veces no sepas donde has puesto las llaves, aunque te dejes el móvil en casa la mitad de las veces. Pero no, señorita mía, parece que te llevabas acordando desde hace mucho y te encargaste de maquinar que todo cuadrase en el mejor de los momentos.

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A mi.. qué decir. A mi si que nunca se me olvidará que cuando montamos en aquél ferry por la noche y vimos los primeros ciervos, tu te me abrazaste porque de noche te daban miedo. No te lo dije, pero a mi un poco también, sobretodo cuando aquél empezó a bramar, o lo que sea que hagan, mientras nos miraba fijamente como desafiándonos. Y bien frío que hacía, ¿eh?. Pero tampoco me acuerdo mucho porque pasear entre ciervos bajo millones de estrellas con las olas del mar de fondo le calienta el alma a cualquiera.

Eso si, me tienes que perdonar porque no supe qué decir en aquél momento, si, mujer, ya sabes cual, cuando la puerta torii apareció imponente en medio del mar y me quedé sin habla. Claro, tu ya la habías visto más veces, pero yo sólo en fotografías y nunca de noche y… por supuesto, ni en sueños con alguien como tu de la mano.

¿Te acuerdas que tuvimos que volver corriendo porque salía el último ferry? y nosotros sin saberlo, aunque claro, bastante raro era que prácticamente no hubiese nadie por la calle en semejante lugar. Y todo lo que no dije una hora antes lo solté con propina en el tren camino del hotel en Hiroshima, seguro que de eso no te olvidas tu. Estaba tan contento, tan feliz… que te tuve que poner la cabeza como un bombo.

¿Y la vuelta al día siguiente?, no pude casi ni dormir, hasta el servicio del hotel me pareció lento. Yo sólo quería acabar de desayunar para soñar de día cuanto antes el sueño de la noche anterior, ¿de verdad habíamos estado allí?, hasta que no volviese no me lo creería del todo. Ya dentro del barco pensé en que no había apenas nubes en ese cielo que una docena de horas antes estaba tamizado de luces, ¿también de esto te habías encargado tu?, no me extrañaría nada, ahora que claro, tu tienes enchufe con el que me manda ahí arriba con esto de ser de templo.

Y qué más puedo decir… sólo se me ocurre pedirte perdón por todo el tiempo que estuve sin estar contigo por sacar fotos. Y darte las gracias, una vez más. Gracias, gracias, gracias gracias.

Gracias.





Ausentarse brillando, parte 1

— Tampoco es que yo lo haya querido con todas mis fuerzas, ¿sabes?, lo de vivir aquí, fue más una sucesión de desastres que acabaron de deshilachar del todo la falsa estabilidad que tenía mi vida… como quien monta una tienda de campaña al lado del mar cuando la marea está baja. Fue un shoganai en toda regla, no quedó más remedio y se veía venir prácticamente desde el principio.

Kato-san me miraba raro, como buscando el deje, el amago de sonrisa que diese a entender que todo era una tontería más de las mías y que ya podía dejar suelta esa carcajada tan suya que empujaba a las de los demás. Si bien se ríe como nadie, Akira siempre ha sabido también escuchar como pocos y hoy le tocaba lo segundo. Akira, gomen ne? pensé.

— Pero entonces ¿tu no querías venir a Tokyo o si que querías venir? —siempre que preguntaba algo, ponía toda su intención en preguntarlo, como si de corazón quisiese saberlo. Fuese cierto o no, daba gusto contestarle y uno ponía también toda su consciencia en las respuestas.

— Si y no. O no sé, siempre quise volver después de aquella corta temporada hace tantos años pero nunca se había vuelto a dar una oportunidad en condiciones. Tampoco la busqué. Tenía mis ideas dando vueltas ahí entre las sienes por detrás de la rutina y de vez en cuando se adelantaban un poco reivindicando que ya tocaba ser pensadas un poco más, pero tampoco se pasaba de ahí, siempre había algo más inmediato, que no urgente, con lo que lidiar: trabajo nuevo, piso nuevo, viaje de verano… podría decir que era cómodo estar así. Cómodo aunque no fácil ahora que lo pienso. Ni mucho menos fácil.

— Pero el que se acomoda, echa barriga, como yo. Y conociéndote, yo a ti no creo que te vea nunca con barriga — ésta vez fui yo el que busqué alguna mueca en su cara, pero tampoco fue el caso… se asumía que pintaban bastos. Se lo agradecí y me apunté pagar las dos siguientes.

— Yo quiero comerme el mundo desde siempre, nunca he podido parar de hacer cosas, de moverme, de experimentar. Me gusta equivocarme y saber la razón para que no vuelva a pasar, me gusta que a veces me peguen una hostia por la izquierda para acordarme por qué lado me cubro peor. Me gusta saber que todavía puedo saber más sin la pretensión de los engreídos que creen que se va a aprender solo. Y de cómo estaba olvidándome de mi mismo podría hablarte toda la noche.

Muchas imágenes vinieron de sopetón entre parpadeos en ese momento y callé para desentrañarlas. Nantonaku, Akira lo entendió… de alguna manera… y supo apoyarme con un silencio tan largo como sutil. Comprendí de un tirón tantas cosas de aquél día que casi me mareé… hasta que llegaron otras dos cervezas y entonces decidí que mejor lo dejaba para después, que Akira tampoco se merecía sufrir mis mítines y menos un viernes por la noche. Aquél día, y los venideros, fueron demasiado… y precisamente demasiado claro no tenía yo si quería siquiera empezar a recordarlos aunque las heridas de los nudillos y el pinchazo intermitente de la costilla izquierda se empeñasen en lo contrario.

— Pero es igual, Akira, el caso es que ahora estoy muy bien. Por cierto, ¿te has fijado en aquella?, lleva mirándonos como un rato largo, ¿no?, vamos a decirle algo…

— Jajaja, tu nunca cambias. Además que estando conmigo lo tienes fácil porque ya saben de antemano a quien elegir: al gaijin flaco kawaii. ¡Venga, vamos!

Y mientras caminábamos hacia el reservado de enfrente de aquél oscuro izakaya de Shinjuku, una tremenda punzada en el costado me hizo doblarme recordándome de repente que si quitábamos a Akira y añadíamos el doble de alcohol, el principio de esa noche se estaba pareciendo demasiado al de aquella…

Continuará…


Mi disfraz de Halloween

Ya va siendo tradición esto de celebrar Halloween en Tokyo a lo grande, aunque a mi me tocó tomármelo con calma el año pasado por el entrenamiento de la maratón.

Después de mil emails, al final se decidió que íbamos a ir de piratas zombies… hasta que cuando comimos juntos en el día de mi cumpleaños a Héctor se le ocurrió que el Eiga Doroboo sería un disfraz cuanto menos original. El vinaco que pidió Carlos acabó de decidir el asunto: yo no iría de pirata, sino del Eiga Doroboo.

¿Qué es esto del Eiga Doroboo?, pues viene a significar «ladrón de películas», y es el protagonista de un anuncio que sale siempre en los cines de Japón antes de empezar la película. Mayormente trata de concienciar a la muchachada de no grabar películas del cine, de denunciar si se ve a alguien haciéndolo y de no bajarse nada con farsaright por internet:

El tío en cuestión lleva traje, guantes blancos y una cámara por cabeza. Por alguna razón se mueve como haciendo mimo, lo que dan multiganas de polihostiarle hasta que se esté quieto por lo que no me molesté en aprender ni uno sólo de esos movimientos.

Total, una caja de cartón forrada con hule que parecía metálico, el canuto de un cacharro de cinta aislante, pegatina negra y un led del todo a cien bastaron para finiquitar el asunto.

Por si acaso, y sabiendo que iba a aguantar poco yo con esa cajaca en la cabeza, le pedí a Gami que me maquillara de zombi y como iba de traje, pues ya si eso de salary man infectao o algo:

El resultado: pues tardar como una hora desde Hachiko en Shibuya hasta el bar porque todo el mundo venía a sacarse fotos conmigo, que salí en más fotos que nadie pero no se me ve el careto en ninguna, y que la caja se quedó apalancada en una esquina del bar aproximadamente a la media hora de entrar…

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El disfraz con más éxito de mi vida y el que menos margen gambiter me dejó… de todas maneras, las risas que nos echamos siempre son chatas!!

:chiqui: