Despierto… no, me despiertan, de repente además.
June, mi hija de seis años que todavía duerme con nosotros, se ha girado y su mano derecha ha tenido a bien aterrizar en mi cara. Menudo susto me ha dado, joder, a mi si que me pueden decir eso de que me han roto los sueños. De una hostia padre, además.
Sin embargo, la hostiante, la más guapa de todas que también hay que decirlo, ha seguido durmiendo como si nada; como si no le acabase de calentar la cara de buena mañana a su señor padre. Así que ya, total, he decidido levantarme y empezar a invertir en las horas para que el día me salga rentable.
Caliento el agua para el té mientras me espabilo y voy ya enumerando las metas que me he propuesto cumplir cada día. Ni el trabajo ni mis dos hijos juegan a favor de este empeño mío por conseguirlo, pero por lo menos me lo propongo siempre; trato de tener mañana una docena de agujetas más que hoy, o poder leer algún kanji más de esa revista que trajo Kota de la escuela o que lo que cene esa noche sea hecho por mí y no comprado y recalentado.
Intento, en definitiva, hacer por que mañana sea mejor de lo que soy hoy. Y así, a lo que me de cuenta, quizás yo sea mejor de aquí a unos años.
Justo justo consigo acabar el último ejercicio de la tanda de kanjis que tocaba para ese día, cuando June y Kota aparecen por la puerta. Se acaban de levantar, están tan muertos de sueño que apenas abren los ojos y así, de repente, ya hay muchas cosas que hacer: comprobar el pañal de la niña, los desayunos, la ropa, las tareas…
Yo, por lo pronto, ya he sacado una de las mías, me anoto ese tanto.
Estudiar lección del libro de kanjis
Bajo a despedir a Kota a la escuela y, de paso, saco la basura que toca, que hoy es orgánica y botellas de vidrio. No es tan difícil como lo pintan esto de las basuras en Tokio, simplemente tienes un calendario y sacas la que toca ese día. Y ya. Explícales esta mierda a los de ¨Españoles por el mundo¨ que siempre tratan de sacar las mismas chorradas. Otro día hablamos de esto, si queréis.
Y, bueno, mientras June y mi mujer se acaban de preparar, yo paso por la ducha y me visto con ropa de deporte, porque en cuanto salgan ellas dos para la guardería, yo iré directo al gimnasio a pata, y así mato dos pájaros de un tiro:
Workout gimnasioPasos diarios
Ah, y como he conseguido preparar los desayunos para los demás, pero me he aguantado el mío, me anoto el tanto también. Este me ha costado bastante hoy, que había donuts del MisDo.
Ayuno intermitente
Normalmente a esta hora estoy prácticamente solo en el gimnasio… no solemos llegar a la media docena los madrugadores que, por cierto, nos vamos ya conociendo todos. Está el exagerado cachas cuarentón que trata las máquinas a hostia pura y suelta las pesas a medio metro del suelo montando la escandalera padre, está la señora mayor que no toca nada que tenga peso pero hace sus estiramientos en la zona de colchonetas, el chaval de la visera que, sigiloso, siempre con sudadera de manga larga y la cabeza tapada, nos da mil vueltas a los demás y nunca sabes cuando llega ni cuando se ha ido… compañeros de rutina mancuernera… ¿qué escribirán ellos de mi? ¿el gaijin tarado de las camisetitas?
Cuando me apunté al gimnasio me ofrecieron la posibilidad de rellenar la botella de agua las veces que quisiera en el dispensador de bebida que tienen y acepté porque no me pareció caro y sabía que lo iba a usar mucho aunque también es cierto que tocan por lo menos dos o tres paseos al baño en lo que acabo la rutina de pesas y máquinas. Pero, mira tu, otro objetivo más que se cumple sin pensarlo demasiado:
Beber 3L de agua
Hoy he acabado a duras penas.
A la segunda tanda en la máquina de hombro me ha dado un tirón raro en el cuello y he tenido que parar y ya he arrastrado la movida hasta el final. Cuando he salido del gimnasio, no sé si tendrá relación, pero me ha empezado a doler también la cabeza como hacía bastante que no pasaba. Una de esas en las que te molesta la luz intensa y pareciera que alguien te estuviese estrujando la calavera, como para exprimirte las ideas a pura presión en las sienes.
El reloj me dice que todavía tenía tiempo para llegar a la reunión de las mañanas del trabajo, pero cuando llegué a casa ya estaba totalmente derrotado por la jaqueca y he decidido cogerme el día libre.
Ahí fue cuando el tejido del día se empezó a rasgar: con la primera decisión de mierda.
Mis planes eran sacar todo el trabajo que pudiese hasta el descanso del mediodía que emplearía, gracias al ayuno, en la segunda lección de japonés y además avanzar en el libro «Todo Muere» de Juan Gómez-Jurado, que me tiene loco, andando en la cinta de correr que tengo en casa. Después retomaría el trabajo hasta más o menos las 4 y media de la tarde, que es cuando vuelve mi hija de la guardería y aprovecharía para romper el ayuno intermitente con algo sano como un tazón de ochaduke con arroz integral y pechugas de pollo hechas en la air fryer. Y al acabar de trabajar, jugaría con mi hija y seguramente trataría de sacarle alguna conversación a mi hijo en castellano, para cumplir su cupo diario también y que no se le olvide.
Pero se desmoronó el castillo de naipes en ese momento. El día se empezó a deshilachar y ya no hay costura que valga.
Así es la cosa: a veces pasa que se reviran las isobaras y a uno lo dejan también del revés.
Y en vez de todas esas conquistas a la rutina, de tantas buenas cosas que iban a hacer que mañana estuviese orgulloso de hoy, decidí pedirme un menú del Burguer King porque tomarme la medicina de la jaqueca en ayunas no era bueno y algo tenía que comer. Y porque estaba jodido y cuando uno está jodido, baja las defensas, ensancha tragaderas y tira por el camino del medio. Y al acabar de comer esa mierda, que devoré sin conocimiento, me eché a dormir la siesta y aunque desperté bastante aliviado del dolor, decidí echarme un café, a pesar de que hacía ya dos semanas que no tomaba y ya seguí con el día libre malgastando las siguientes horas jugando al Fortnite y dormitando en el sofá en vez de todo lo que tenía pensado.
Y no dibujé, ni grabé el informativo, ni avancé con el japonés, ni cardio, ni comer sano, ni macros, ni estiramientos ni hostias y apenas jugué con June porque no me encontraba bien del estómago por culpa del maldito Burguer King, el café y la medicina, y encima tampoco cené en condiciones echando a perder el entrenamiento del gimnasio de la mañana y la magnífica cena que cocinó mi mujer.
¿Y sabéis qué? que es una mierda, una mierda muy grande.
Pero, coño, que está bien. Que no pasa nada tampoco.
Que da igual y me parece que es incluso sano que se te joda un día, te de todo igual y arramples con los cimientos dinamitando el edificio porque no hay por qué tachar todo de la lista siempre y cuando lo tengas presente y sepas que hacer venir al chaval del delivery todos los días con mierda en bolsa o dejar pasar tu vida delante de Netflix no es lo normal aunque acabe pasando a veces.
Que tampoco hay por qué hacer siempre lo correcto porque entonces seríamos robots. Que quedé primero tres veces en el Fornite, aún con ardores en el estómago de una hamburguesa asquerosísima que me supo a gloria bendita y en el trabajo tampoco pasó gran cosa porque yo no estuviese.
Que a veces hay que echar el freno de mano y mandar todo a tomar por culo para que el coche arranque a la primera al día siguiente.
Y que no hace falta darle ni una vuelta más de las necesarias.
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