Va tocando ya echar el freno de mano. Ya va siendo hora de acabar de subir este repecho, sacar el bocadillo, sentarse a la sombra de aquél árbol y entre mordisco y mordisco hacer las paces con el sendero que llevamos pisoteando desde hace doce meses. Porque se acaba ya y sería de desagradecidos no tener la cortesía de reconocerle al 2012 el detalle de, al menos, habernos dejado sobrevivirle.
La línea de salida estaba helada. La escarcha de Enero le entumecía a uno hasta las criadillas que se antojaban tan diminutas como las ganas de salir a la calle. De ahí que se tuviese tiempo para escoger pensamientos, ponerlos en cierto orden y amarrarlos en escritos como aquel en el que me deleité viviendo otras vidas que se antojaban cientos de veces mejor que la mía propia a la que el invierno tenía apalizada día si y noche también.
Los sábados los dedicaba a correr distancias largas por el entrenamiento de la maratón y después apenas poco más que pasarme el resto del tiempo recuperándome de la somanta de frío y agujetas que me esperaba. Y, mira por donde, que me aficioné al ramen porque no sólo me proporcionaba los hidratos de carbono que necesitaba después de los carrerones, sino que me hacía entrar en calor poniéndome en condiciones de nuevo para cumplir con los planes de los domingos que eran, claro, con Chiaki. No fue raro, entonces, que un domingo nos fuésemos al museo de ramen de Yokohama a ponernos turcios de fideos. Y tiene su lógica, con la rasca que hacía, que alguno que otro nos metiésemos en bañeras de agua caliente en algún onsen como el Ooedo Onsen Monogatari de Odaiba donde siempre se echa la tarde por aquello de que lo tienen montado de manera que parezca el Tokyo de los años catapún.
Algo que pasó en Enero y cuya relevancia no supe valorar lo suficiente hasta hoy, es que hice tres o cuatro entrevistas de trabajo y renuncié al que tenía incluso antes de tener ninguna oferta en firme. La razón: la bronca totalmente irracional y fuera de lugar que nos montó el presidente de la empresa en la que estaba: un gordaco de más de 150 kilos incapaz de verse las rodillas y al que le das el canuto y un boli y no te saca la O en toda la tarde, como mucho te fríe el boli en una sartén y se lo come con ketchup. Digo que no supe valorarlo porque ahora después de casi un año, me entero que el fanegas ha cerrado la empresa en Tokyo y se la ha llevado a Filipinas dejando a todos sin trabajo. Y no digo nada del cambio de hacer mierdacas en PHP a programar en Ruby así como pasar de chustacontratos de seis meses a uno indefinido. Por suerte o porque no soy gilipollas y sé elegir, una de dos, no me ha tocado meter horas extras sistemáticamente en ninguna empresa aquí y eso tampoco cambió.
Febrero llegó, por fin, y con él la tan esperada maratón de Tokyo. Los cuatro meses anteriores de mi vida habían estado dedicados únicamente a prepararme física y mentalmente para ser capaz de correr, por primera vez en mi vida, 42 kilómetros de principio a fin. No había otra meta que llegar a la meta, no importaba el tiempo, el reto era no rendirse bajo ninguno de los conceptos. Empecé en la oficina nueva donde debía aprender Ruby on Rails entre millones de cosas nuevas más, pero yo la cabeza la tenía en el 26 de febrero. Con millones de toneladas de orgullo y a pesar de hacer un tiempo ridículo de más de seis horas, corrí y acabé la Maratón de Tokyo del 2012 y me deshice en lágrimas nada más llegar a la meta.
Justo justo cuando iba llegando Marzo, cayó la nevada de todos los años en Tokyo y con ella, prácticamente, se puso fin al último invierno que, espero, pasaré viviendo solo en mi vida, aunque por aquel entonces no lo sabía.
Y mientras yo seguía recuperándome de las agujetas, sin prácticamente darnos cuenta, se cumplió un año del gran terremoto de Kanto al que no le daríamos la importancia que le damos si no fuese por el tsunami que llegó después arrasando con todo. Fue tiempo de recordar, aunque fuese solo por ese día, tiempo también de no olvidar la zarzuela y la bachatta de los medios de comunicación que vinieron exigiendo con prisas algo que exigía, por respeto, ser recordado y madurado con calma.
De Abril sé que lo pasamos buscando piso porque se acababa el contrato del mío y la idea era irme a uno más grande, confiando en que los tres meses de prueba del contrato trajesen consigo muchos más sueldos. Y entre inmobiliarias y paseos, acabaron la Sky Tree y nosotros decidimos que nos volvíamos a España, pero al sur, a Extremadura donde estaban mis padres y donde hacía casi diez años que no volvía. Me encantó verles en su ambiente, claro, y saber que están allí tan bien o mejor que en Zalla. Además, aprovechamos para escaparnos una mañana a Sevilla y olé.
Cuando prácticamente teníamos ya un piso decidido para que me fuese a vivir, nos pusimos a hablar y pensamos en que pasar las noches a lo impar era la mayor perdida de tiempo del mundo, que ya de mudarnos, pues hacerlo juntos. Y decidimos casarnos, así, de sopetón, de un fin de semana para otro. No lo dudé porque ya sabía que iba a ser así tarde o temprano, la prueba está en alguien me preguntó si era feliz y supe al instante que no podía pedirle más a la vida que saberme así.
En Abril también debuté como profesor en las clases de cocina del Tío Chiqui con una receta de marmitako adaptada a los ingredientes de la zona. Allí nos cascamos tres marmitakos como tres plazas de toros, con su pedazo de salsa en la que untar el pan que el Chiqui nos enseñó a amasar desvelando la receta secreta de los Picazo.
También se gestó en este cuarto mes el tercer hito junto con casarme y la maratón del año 2012: el Chiqui me propuso hacer de telonero de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla que se venían a actuar a Tokyo. Tenía algo así como dos meses y medio para escribir un monólogo original, pulirlo, aprendérmelo y defenderlo a capa y espada delante de unas cien personas. Estaba claro que este año no iba a quedar la cosa tranquila, no…
Y mientras trataba de darle vueltas al monólogo pensando en abandonar tres veces al día, nos fuimos de viaje un fin de semana a Dougashima, fue de estos de ir una mañana y volver a la noche del día siguiente con fuerzas renovadas. Allí conocimos a Tomomi, una encantadora anciana que tenía bien claro cómo quería que fuese el resto de su vida.
En junio me mudé, por fin, a la casa nueva después de cinco años y medio viviendo en el mismo piso de Nishi Magome. Me vine a vivir más cerca de Shibuya a una casa con un par de habitaciones y una cocina en condiciones con vistas a vivir con Chiaki que se mudaría aprovechando las vacaciones de verano. Me llevé bastante disgusto porque el casero del piso anterior se quedó con el dinero de la fianza contándome que tenía que cambiar el papel de las paredes y no se que milongas más. Me dolió, no por el dinero, sino porque creía que teníamos muy buena relación y tanto él como yo sabíamos que no era cierto porque desde el primer día puse especial empeño en tener mucho cuidado con todo y además comprobé antes de irme que no había nada deteriorado… en fin.
Julio llegó y aquella noche el Chiqui me dijo que habíamos quedado con Ernesto Sevilla, Joaquín Reyes y su mujer, Victor, el representante de ambos y el Lorco para cenar. Me llevé a Chiaki, y la verdad es que me parecía mentira que estuviésemos allí mano a mano doblando cervezas con ellos. Nos lo pasamos muy bien a pesar de que al salir a eso de las dos o tres de la mañana, un grupo de estudiantes borrachísimos que estaban por allí se nos encararon y poco faltó para que nos liásemos a hostias. La vez que más cerca he estado en mi vida de pegarme con alguien, y tuvo que ser en Tokyo con Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, juas, parece un sketch. Eso si, les juramos y perjuramos que esto era rarísimo, que normalmente nunca tienes ningún problema de este tipo en este país… ¡menuda imagen!.
Y dos días después, pues el monólogo. Entre los focos, que no me dejaban ver a la gente y que después de soltar dos o tres chorradas el público respondía, los nervios se relajaron un poco y salió todo mucho mejor de lo esperado. Siempre le queda a uno el miedo horroroso de que no se ría absolutamente nadie. No fue así, y esto no sólo fue una de las cosas más alucinantes del 2012 sino que probablemente de toda mi vida. Repetiría mañana mismo, sin dudarlo.
En agosto me casaba, exactamente el último día del mes. Era un mero trámite: pasar por la embajada a hacer la entrevista y llevar los papeles al ayuntamiento, y después de que firmaran Carlos y el Señor Pikachu, nos fuimos a celebrarlo viendo una peli en el cine y después cada uno a su casa. En ese momento no era consciente de lo que acababa de hacer aunque tenía muchas ganas de hacerlo. Es ahora, cuando llevamos cinco meses viviendo juntos que se tiene cierta constancia de cómo va a ser la vida a partir de ahora. Y me gusta mucho el asunto. Mucho, mucho.
Ese mes también volví de nuevo al campamento de Karate con la familia Kanazawa al completo. Compartir tres días dedicados exclusivamente al karate en un pueblo perdido de Japón con profesores ya legendarios y famosos en todo el mundo me convierte en un auténtico privilegiado. Una vez más fui el único extranjero y sin embargo me sentí, de nuevo, como uno más. Aunque el fin de semana siguiente perdiese en el primer combate en el campeonato nacional.
En Septiembre me puse muy en serio con el ikulibro, tremendamente animado por la publicación de uno de mis posts en el libro de lenguaje de segundo de la ESO. Quería acabar las revisiones y enviárselas a Fran cuanto antes. Por alguna razón, quise publicar en el blog uno de los capítulos inéditos que escribí sobre mi hermano Javi. Supongo que esa nostalgia infinita que le entra a uno a veces por estar lejos… le quiero tanto…
También vinieron los de callejeros y estuvimos ahí grabando por Tokyo, la verdad es que nos lo pasamos muy bien, sobretodo en un karaoke al que fuimos. ¡¡A ver cuando lo sacan ya!!
Y en septiembre también celebramos los cumpleaños, el mío y el de Chiaki, por primera vez como el matrimonio Toscano que somos. Anda que no cambia cualquier cosa que se haga si se suman las ilusiones de dos.
En Octubre se celebró otra de las locuras del Tío Chiqui, ésta vez se trataba de enseñar a cortar jamón a japoneses. Como venía público hispanohablante y Raúl, el profe, habla japonés bastante mejor que yo, a mi me tocó la misión de traducir sus explicaciones a castellano. Mucho más fácil, sin duda, además me dejó tiempo para grabar un vídeo recordatorio del sarao que allí se montó:
Y mira que de vídeos iba la cosa, porque Carlos que estuvo en una clase anterior de cocina, también hizo uno a modo de promoción que le quedó la mar de simpático:
También fue Halloween otro año más y este me disfracé de un bicho que sale antes de las películas en los cines aquí, lo que hizo que todo el mundo se descojonara y se parara a sacarse fotos conmigo aunque yo no disfrutase mucho del asunto porque llevar una caja en la cabeza toda la noche fue un coñazo que no volveré a repetir…
Y llegó el frío, y con él la media maratón del Fuji de noviembre que en teoría me iba a servir de entrenamiento para la de Yokohama de la semana siguiente. Fui con muchas ganas y disfruté muchísimo del recorrido y las vistas. Una vez más me volví a sentir un privilegiado y no me arrepentiré nunca de meterme en tantos fregados. Si alguna vez me vuelvo de Japón, que pueda contar que aproveché el tiempo en exprimir lo que este país tiene que ofrecer más allá de dejarse la vida en la oficina o estar encerrado en casa delante de una pantalla.
El fin de semana anterior a la media maratón me fui a Hiroshima de viaje, sorpresón de Chiaki y viaje alucinante en todos los sentidos. Tanto por el museo de la paz de Hiroshima, como por el idílico paisaje de Miyajima. Recuerdos inolvidables, como inolvidable fue la intoxicación por ostras que me tuvo tres días encerrado en el cuarto de baño.
Mira tu por donde, que noviembre acabó con una desgracia: dos días después de la media maratón del Fuji y cuando quedaban tres para la de Yokohama, un coche se me cruzó y del frenazo que di nos fuimos la moto y yo al suelo. Balance de resultados: muñeca izquierda rota y escayola por un mes. O dicho de otra manera: ni maratón, ni examen de tercer dan de Karate, ni gimnasio ni nada. Lo que me dio mucho que pensar en este diciembre que se termina… ¡hasta arreglé el fin del mundo y todo!. Aunque en lo que más estoy invirtiendo mi tiempo, ahora que la actividad física se reduce prácticamente a cero, es en una página web que verá la luz muy pronto y que estoy convencidísimo de que os va a gustar. De momento no digo más, pero de Enero no pasa…
Menudo año… tantos y tantos buenos cambios, tantas nuevas experiencias… miedo me da pensar en que el 2013 venga la mitad de emocionante…
¡¡ Feliz año 2013 !!
Resumen de mi 2012:
Febrero
Cambié de trabajo
Corrí y acabé la maratón de Tokyo
Julio
Salí de telonero de Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla
Agosto
Me casé con Chiaki
Fui a un campamento de Karate con la familia Kanazawa
Competí en el nacional de Karate
Septiembre
Los de segundo de la ESO empezaron a utilizar un libro de Lenguaje en el que sale un post mío
Vinieron a grabar los de Callejeros Tokyo
Noviembre
Corrí la media maratón del Fuji
Me partí el brazo
Diciembre
He empezado una nueva web que se hará pública en Enero
Una editorial está, por fin, leyendo el ikulibro y decidiendo qué hacer
He escrito un post biblico sobre lo que hice en el 2012