Marcho, que tengo Parkour!

Primero, y como objetivo y motivo fundamental de venir aquí, marchaba porque tenía Karate. Después la cosa se complementó yéndome porque había quedao con la profesora de la ceremonia del té, luego seguimos con esto de ocupar el tiempo y nos pusimos con el Yosakoi. Para acabar de liarla parda, empezamos a dar volteretas en Capoeira, y ahora… pues ahora marcho que tengo Parkour.

¿Que qué es Parkour?, pues es esa gente que se lía a pegar saltos por la ciudad subiéndose a todo haciendo mil volteretas y cabriolas para esquivar los «obstáculos urbanos». Después de poner el vídeo de Capoeira, más de uno me sugirió que lo hiciese, me dio por buscar en internet y resulta que hay un grupo en Tokyo que te enseñan por la patilla!!. Así que este domingo me voy a Parkour con el LorcoNinja y el Chiqui que también se han animado. Veremos si volvemos con todos los huesos del derecho.

Un vídeo de estos señores, no veo el momento de empezar:

Ala pues, que tengan ustedes un maravilloso fin de semana, el mío viene chato…

PD: ¡Tengo currelo!, buff, currelo y mucho más… ya os contaré, ya…

Se abre el telón

Yo no tenía estas ojeras antes… ni esto que está entre un lunar y una mancha que me ha salido debajo del ojo derecho, como si fuese una lágrima negra que llorase el alma por añorar la juventud.

Pero me siento bien. Ahora que casi siempre me siento bien, tampoco viene de nuevas, es como si hubiese aprendido a que de de verdad igual lo que se sabe que da igual.

… por la ciudad camino, no preguntéis a donde, busco, acaso, un encuentro que me ilumine el día y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden…

Con Sabina sonando en el cada vez más maltrecho iPhone que se desgañita por hacerse oir entre grifos y duchas, me vuelvo a mirar al espejo con la cara medio blanca esta vez, y cuchilla cual goma de borrar en mano, elimino todo rastro de sombra de la faz del de enfrente. La máquina de afeitar parece un quitanieves abriendo la autopista entre la oreja y la barbilla, tomando ahora el desvío al sur que lleva a la nuez, desbloqueando la rotonda que bordea los labios…

I have climbed the highest mountains, I have run through the fields, only to be with you… only to be with you…

Toca traje. Toca volver a coger tarjetas de visita con las dos manos, pintan reverencias de corbatas colgando. La cosa va de que se abra el telón y a uno le de por decir cosas en idiomas de otros, de repetir la historia de uno maquillando esto o lo otro según quien haga de público. Que presuntuoso, que prepotente es pretender que es posible que se llegue siquiera a intuir a una persona con apenas una hora de compartir oxígeno.

Besos, ternura, ¡que derroche de amor!, ¡cuanta locura!

Una señora con un carrito me habla mientras voy camino de la estación. Me suena su cara, creo que no es la primera vez que la veo por el barrio. Me quito los auriculares y digo adios a Ana Belén por un rato, y trato de entender a esta personita con la cara llena de arrugas que me habla, risueña, sin darse quizás cuenta de que vengo de lejos. Y que mas dará si ahora estamos aquí los dos.

Buenos días, mira, tengo aquí a Pichan, es muy pequeñito, lo estoy cuidando -creo entender en el idioma de las abuelas, ese que se habla despacito, haciéndose querer, como si todos fuésemos nietos por decreto.
Buenos días -contesto con mi mayor sonrisa que no le llega ni a la mitad a la suya- ¿Pichan? ¿es un perro?
Mira mira -dice, y por la manera de decirlo intuyo a la niña de la que viene esta mujer- es Pichan, lo encontré ayer en el suelo y no puede casi moverse.

Retira la manta del carrito y unos ojos casi sin abrir me miran desde allí dentro. Es un pájaro, un bebé recién nacido que sólo sabe volar lo que duran los saltitos que logra dar, como si todavía nadie le hubiese enseñado que si mueve las alas entremedias, no hace falta volver a caer tan pronto. Alargo la mano para tocarle, porque dan ganas de hacerlo, pero la niña se vuelve anciana de repente y se hace respetar de nuevo poniendo la manta entre mi mano y Pichan.

Lo estoy cuidando yo -repite, muy seria esta vez, y sigue andando dando por terminada la conversación con una reverencia.

Sigo mi camino pero no igual, el corazón pesa menos, se ha reblandecido, está un poquito más tierno y aunque Ana Belén hace tiempo que se fué, Robe me hace compañía el rato que queda entre Pichan y la estación.

Quedamos cerca del suelo, a la altura de tu cintura… quedamos cerca del suelo, donde se refleje la luna…

Repaso mentalmente lo que está por venir y me descubro pensando en inglés. Preparo las coplas que voy a cantar aunque la mayoría serán verdades a cachos, mentiras con que regalar los oídos de los que se pondrán delante que oirán lo que más o menos esperan que diga. El tren es mi camerino, y en un rato se subirá el telón. No hay pánico escénico, de momento.

You only get one shot, do not miss your chance to blow, this opportunity comes once in a lifetime…

Sigo instrucciones. Salida este, Starbucks a la derecha, Family Mart a la izquierda, recto un par de bloques. Una chica me sonríe y sus hoyuelos me agujerean el corazón ese que ya venía a punto de nieve desde hace un rato, le devuelvo la sonrisa sin hoyuelos, con ojeras, pero con gratitud. A tus pies, preciosa.

Como siempre que se cambian los papeles, voy a quedarme dormido en tu cintura…

Acaba el primer acto, no ha pintado demasiado bien… un público difícil tenemos este lunes, bueno, perder tampoco hemos perdido nada, es más, de no haber madrugado no habríamos conocido a Pichan, ni a la chica de los hoyuelos. Es lo que importa, lo demás sólo da igual. Es así como he reaprendido a vivir de un tiempo a esta parte, flotando de la mitad del vaso para arriba, que por debajo no hay aire.

Que dulce era hablar si te hacía sonreír, sentados en cualquier bar… tuve que marchar porque soy un músico loco…

En algo parecido a una cafetería me hago fuerte. Bueno en realidad no soy yo del todo, sólo una copia venida a más a base de traje y zapatos. Así que pongamos que esta versión seria del que no soy es el que se sienta en una mesa y le arranca una sonrisa a la chica del mostrador al señalar el plato de pasta diciendo «kore» pretendiendo ser todavía más extranjero de lo que ya se siente. Saco el ordenador, creo que es la primera vez que lo saco de casa desde que lo compré, y abro el entorno de programación…

Pero no lo toco porque tengo el alma tocada. Yo lo que necesito es desahogarme, achicar sentimientos, endurecer de nuevo el corazón para afrontar el siguiente acto un poco más entero. Y así vuelvo a empezar, mientras borro líneas, escribo párrafos y me seco las lágrimas en la manga del traje de Zara que me traje de Bilbao. El nudo de la garganta bloquea el arigato que le quería dar a la camarera cuando me rellena el vaso de agua, y mientras carraspeo para el siguiente me doy cuenta que más vale que me vaya acercando a la estación, que la comedia está por volver a empezar y el protagonista sigue sin llegar.

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Ikuteletrabajo

Amigos, amigas, chatos todos, hoy vengo aquí a hablaros sobre el teletrabajo, palabra soñada por muchos y ansiada por otros, quimera casi imposible de conseguir, la tierra prometida del informático, la grandísima mierda pinchada en un palo que me ha estado dando por el saco más de medio año.

He de reconocer que empecé esta nueva aventura pletórico de ilusión, motivado hasta las trancas, deseando decirle adios al despertador y al sieso carapán del acomplejado medio pirao de mi antiguo jefe que lo mismo ni te miraba a la cara durante dos semanas que te traía un regalo al día siguiente. Estaba hasta los huevos del aire acondicionado de la oficina que ni un sólo día acondicionó en condiciones, de ver la luz del sol un ratito sólo por las mañanas, de tener que hacer cola para expeler los tés que tengo a bien tomarme porque sólo había un baño para quince personas.

¡¡¡¡ Ay Toscanito, no sabías de que te quejabas,
pero es que no tenías ni puta idea !!!!

Peleé por no convertirme en un ermitaño, todos los días pasaba religiosamente por la ducha y ponía a la Gilette a currelar antes de sentarme delante del ordenador. Me preparaba casi casi como si fuese a la oficina: desayunaba temprano y cumplía mi horario a rajatabla. Por cierto, ¿de donde coño vendrá la expresión esta de cumplir a rajatabla?, ¿había un rascayú que rajaba las tablas más puntual que nadie?, ¿y pa qué tamagos vale una tabla rajada?.

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Bueno, total, que era como estar en una oficina pero sin jefes ni chorradas del estilo de por medio: estaba yo y un trabajo por hacer, y sólo tenía que sentarme y tenerlo hecho para el viernes que es cuando toca actualizar el servidor y mandar un email contando lo que mis dedos han tenido a bien teclear durante la semana.

Bien, pinta bien: no gasto dinero en trenes, cumplo mis horas y al acabar me piro a Capoeira o a Karate en bici sin tener que andar pensando si al resto de los de la oficina les importa o no que me pire yo antes. Esto se sostiene algunas semanas y parece funcionar, te sientes afortunado cuando ves entrajetados pasando por la calle a través de la ventana, estás como un nivel por encima de la masa aborregada, has hecho la de Darwin y ellos no, eres el puto amo de tu vida.

Si si puto amo…

Se empiezan a dar momentos raros… la cosa empieza a fallar… se perturba la fuerza y ya a veces te entra pereza y pasa como cuando tienes exámenes en la universidad: que haces de todo menos estudiar. Yo tengo hasta las legumbres ordenadas alfabéticamente en la cocina ya: Alubias, Arroz, Lentejas… de izquierda a derecha y de grano grande a pequeño (ya sé que el arroz es un cereal, Jordis Hurtados!!), hasta plancho los calzoncillos, no os digo más, que anda que no da gustico ponérselos cuando están todavía calenticos.

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De repente empiezas a darte cuenta, de alguna manera, que tus obligaciones están un poco diluidas, que no pasa nada porque un día te pires a ver un matsuri a Asakusa porque ya recuperarás el tiempo a la noche, que te vas a sacar fotos con el día que hace… y así, como si nada, una mañana te descubres a ti mismo levantándote a las doce de la mañana todos los días porque te has acostumbrado a hacer el trabajo hasta las tantas por las noches y ya no hay Dios que te haga dormirte antes de las dos. Eres Bill Compton, cara palo incluida pero sin la Sookie (gracias a Dios!!).

Te conviertes en una ojera con cuerpo debajo, te sientes cansado, somnoliento todo el puto día. Como te levantas tarde, incluso aunque al final del día hayas trabajado más horas de las que harías en una oficina, te sientes mal, tienes la sensación de no estar cumpliendo tus responsabilidades. El mismo ordenador que antes tenía la misión principal de entretenerte y servirte para hacer tus cosas, ahora es el que casi te grita que deberías estar trabajando, que cierres el Facebook, que dejes de procesar fotos, que te olvides de editar vídeos… prácticamente olvídate de lo que hacías en tu tiempo libre, porque ya no se sabe lo que es tiempo libre y lo que no, apenas eres consciente de que llueve o hace sol porque lo mismo da que da lo mismo.

Y mucho ojo, que esto es Tokyo. En términos teletrabajiles significa que tu ecosistema es una misma habitación que ahora resulta que es una oficina con futón. Eres un hikikomori como la copa de un sakura: duermes, te vistes, desayunas, trabajas, comes y te cortas las uñas de los pies entre las mismas putas cuatro paredes. El mismo puto sitio, todo el puto rato, estando solo… día tras día, semana tras semana, mes tras mes… Las cortinas son el equivalente al coco del Robison Crusoe, no les he pintado ojos por no tener que lavarlas después, pero yo creo que les hablo más, ¡menudas discusiones tenemos sobre el final de Inception!, cuando suena el móvil te asustas y te abrazas las rodillas balanceándote contra la pared deseando que se calle… la vez aquella que me descubrí poniéndome caras a mi mismo delante del espejo y riéndome, ya decidí que iba siendo hora de actualizar el curriculum y salir de este pozo antes de acabar tarao del todo.

Un día te da por pararte y mirarte con calma y resulta que eres un ser del que cuesta creer que tuviese piel debajo de semejante mata de pelambrera, tu cara es el culo de un koala, que hay que apartar la maleza para encontrarse la boca y meter elementos ingeribles dentro, en la lavadora sólo entran los dos pantalones de pijama y las camisetas de propaganda del súper de mi barrio, porque es tu uniforme de trabajo. En Karate y en Capoeira me llevan viendo con el mismo pantalón de chandal desde Junio, chandal que hace maratón de horas porque cuando conviene también es pijama y últimamente acojona darse cuenta que conviene mucho… hasta la chica del combini yo creo que está haciendo una colecta con sus compañeras para comprarme champú y un peine antes de que vengan los de sanidad a despiojarme…

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Pero lo peor de todo es la conciencia.

Menuda hijadeputa es la conciencia, que parece que le das esquinazo, pero no. Esta ahí… te habla… te susurra…. te putea la vida dándote martillazos en la sien a nada que te pones a hacer algo mínimamente personal, que te cuesta más levantarte e irte a Karate que si estuvieses rodeado de compañeros ponecaras en la oficina, que cuando vuelves de entrenar hecho polvo, los remordimientos todavía te empujan a sacar adelante dos o tres cosas más antes de dormir porque has estado perdiendo el tiempo viviendo un par de horas de la vida en vez de trabajar.

Parece que, por fin, he dado con un trabajo que me saque de esta tortura autoimpuesta, de esta muerte social, de esta mierda tan gorda en la que me metí antes de verano. Me costará tiempo recuperarme, puede que hasta que no tire las cortinas y me compre otras que no hablen no volveré a ser el que era antes, pero es un inicio.

Si me dais un poco de tiempo, seguramente seré capaz de volver a hablarle a la gente y dejar de hacer ruidos con la garganta. De mientras, tened un poco de paciencia conmigo e ignorarme si veis que me pongo a llorar y al minuto después estoy descojonándome dando palmas.

Es parte del proceso. Todo se andará.

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Por cierto, ya que estamos ahí sin pretenderlo, si veis que eso, votadme en el bitácoras a ver si me dan el premio ese y se me arregla un poco más el mes… aquí Flapy cuenta como se vota, digo yo que será lo mismo pero cambiando japoneando por el ikublog, y blog de viajes por personal en ataque… Pero vamos, tampoco os herniéis mucho, si os cuadra bien, y si no también.

Voy a ver si compila esto que llevo entre manos desde el martes… rezad por mi alma para que deje de ponerles nombre a los calcetines.

La Cotova

Mail de Bea del otro día:

Impresionante!

Mira!

Estoy ayer tomando unos potes en el casco viejo y de repente veo un tío que se mete a un bar con la cami de kotoba, pero no la nuestra, es decir no estaba impresa en nuestra cami con el borde blanco, pero eran las letras nuestras haciendo un circulo, solo que le faltaba el circulo.

Me quede tan flipada que dije, no puede ser, somos ya famosos y nos copian! somos como Loreak Mendian que los de Guru les choraron la flor!

Así que entre al bar, les dije a los que estaban conmigo, si tardo venis a buscarme que era un tío tocho e igual me parte la cara. Entro y le pregunto a ver donde la ha comprado y me dice que en el mercadillo de Madrid pero ya hace 2 3 o 4 años.

Vamos que nos copian, porque la nuestra tiene más tiempo.

Y la impresión es mala, esta también estropeada eh? pero la cami es negra y las letras son un poco más grandes, pero son nuestros hiraganas, me dice el tío que es profe de japones, me dice entiendes lo que pone y le digo, joder que ese diseño lo he hecho yo!!!!

Se queda flipado, nada hablamos un poco le digo que hacemos camis y le dejo la dirección de la web, así que igual nos dice algo algún día de estos…

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Tiene huevos el asunto… aunque tengo que reconocer que me ha hecho hasta ilusión y todo… pero bueno, da cosica que a la vez que uno compra pimientos se lleve también una cami nuestra plagiada, no, eso no hombre, maaaal, maaaaal.

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Comprádnoslas a nosotros y de paso os lleváis…

¡ Un peazo kitkat de té verde
estilo chocolatinaca única pero gorda!
:cocinicas: :gustico:

Eso si, hay que andar rápido porque a Bea le quedan sólo 5 de los que le mandé desde los Tokyos, y ella no me acaba de garantizar que me los va a respetar mucho tiempo…

Da igual que modelo de camiseta, mientras la pidáis por la web y no a la vez que compráis una cabeza de ajos y el nuevo de Shakira en el top manta!

:palizero:

Quedan
5
4
3
2
1

0
kitkases

Tatuaje

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Tengo un tatuaje. A veces me gusta mucho y a veces me gustaría no habérmelo hecho nunca. Es lo que tiene el a veces, que a veces.

De cualquier manera, es una marca llena de recuerdos, un hito en mi vida, algo así como apuntarse algo en la mano para que no se te olvide, solo que en la espalda, que no se borra con el sudor y que en vez de la lista de la compra, lo que no se me olvida son dos montañas de vivencias y una cordillera de sentimientos. A veces me encanta recordar unos y a veces no me gusta sentir otros, y al revés según haga tormenta o sol allá en las cumbres de ambos.

A veces…

Ese día fui con un amiga a un onsen nuevo que habían inaugurado a las afueras de Tokyo. Eran unos baños que tenían zona mixta, así que podríamos estar juntos en una especie de mini-piscina del centro lo que hacía el plan bastante atractivo. Siempre he pensado que es una pena que no haya más de estos, es una gozada ir a un onsen pero siempre toca separar los pitos de la maleza, y luego esperarse a la salida sin acabar de disfrutar el asunto del todo pensando en que igual nos están esperando ya. Vamos, que uno no pone los huevos a remojo con la tranquilidad que se merecen estos respetables atributos.

En fin, que nos fuimos a un onsen y quedamos en la piscina del medio. Yo me duché, me quité la roña hasta de los codos, y partí presto a la zona compartida donde vi que mi amiga estaba ya en proceso de arrugamiento dedil. Cuando iba más o menos con el agua por la zona cero, me viene una chica del local gritando cosas:

-Okyakusama, okyakusama! señor cliente, señor cliente!!

Hombre, yo soy un tipo atractivo que no deja indiferente a nadie, sobretodo cuando estoy en bolas y se hace más evidente mi parentesco con Alf, que llevo los calentadores de las piernas y el cojín ya puestos. Pero de ahí a que vengas corriendo hacia mí…

– Que mire, que lo siento mucho, pero que no puede usted estar aquí. Que tiene un tatuaje ahí como la copa de un momiji y están prohibidos.

– Huy, perdone usted, no lo sabía, pero si es muy pequeño que casi ni se ve, ni destiñe ni nada. Y yo como que de yakuza no doy el pego, ¿no?, tengo algún amigo borroka pero poco más…

– Ya, pero de verdad que lo siento, por favor vaya a la salida y le devolvemos el dinero. Si eso para la próxima vez se pone una gasa, o una tirita un poco grande que lo tape, y ya está.

– Hombre, pues ya que hemos venido hasta aquí, que nos pilla lejos, pues voy al primer combini que vea, me compro una, y vuelvo. Perdón, ¿eh?, que no lo sabía, ahora vuelvo!

– Pues es que hoy ya no puede volver… el problema es que el resto de clientes ya le han visto, así que hoy ya no se puede. El próximo día si lo trae tapado desde el principio, sin problema, señor.

Mucho he leido yo por ahí de las razones por las que no se permiten los tatuajes, y seguro que vosotros también, así que no me voy a poner aquí a hablar de lo que no sé. Quedó demostrado que es cuestión de imagen, no es por higiene, sino que se trata de no incomodar al resto de clientes. Me supo mal por mi amiga que se tuvo que salir también, aunque me supo requetebien el quintal de cervezas que nos bebimos después con el dinero que nos devolvieron en un restaurante cercano.

Ahora siempre llevo una tiritaca enorme metida en la bolsa en caso de hacer alguna excursión, para que si se da el plan onsen, pueda taparme la calcomanía y remojar los tamagos colganderos con el gustico que se merecen.

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Al salir me dice mi amiga algo así como:

-Hostia macho, lo que tu tienes ahí no es pelo, es una manifestación de gatos pidiendo whiskas!

Eso pensaba yo… que me tenga que tapar el tatuaje para no dar el cante con el calzoncillo de felpa Toscana de pata larga que traigo de serie…

Avanzamos, avanzamos

Hace un par de fines de semana fue el evento de Capoeira del año: vinieron compañeros de Okinawa y tuvimos el lujo de contar con profesores muy distintos que nos enseñaron un montón de cosas durante tres días.

Yo fui el fotógrafo oficial y también me dediqué a grabar las clases dejando la cámara en un lugar estratégico todo el rato. Ayer viendo algunos vídeos me di cuenta que salgo dando botes, y me alegro de ver que he mejorado bastante en agilidad, aunque anda que no me queda nada!!!

Lo digo y lo repito: sin haber dejado Karate, me alegro una barbaridad de haber empezado Capoeira… se complementan ambos perfectamente, las técnicas rígidas de uno, con el movimiento y la agilidad del otro…

Aquí va un mini vídeo del menda dando botes, o como me dijeron en el blog de Alain «haciendo el chimpancé», jajaja, lo cierto es que el primer movimiento que se ve se llama «macaco», jaja.

¡¡ Buen fin de semana !!
:gambi: :gambi: :gambi:


La bonita canción del pedete

Últimamente me da por preguntar a amigos que me enseñen palabras raras en japonés. He aprendido a decir cojoncillos, moquera, cerilla orejera, pelotilla ombliguense… jajaja, mola mucho!!. El otro día me enseñaron cómo se decía pedo, que es «onara» por cierto, y me ha dado por ponerlo en youtube y va y me sale ahí una canción infantil que se titula algo así como «Entrenando para peerte», con su coreografía y toda la pesca… es chica la que me llevo riendo!!!!

DO-RE-MI-FA-PUPUPUUU dice!!! jajaja, Dios, sólo ha faltao que lo hiciesen en Nara con los ciervicos y dijesen que se tiran onaras en Nara, hacen eso y me matan ya! (Otia que idea, tito Fla, apunta!)

Aquí está el vídeo también de la chica que la canta cuando la grabó, que me descojono de lo feliz que parece, ahora que anda que no tiene mérito… yo del primer puuuuuu no paso, estaría llorando de risa ya!!!!

Jodo que post más regulero!!! tiene huevos, ponte un blog pa luego coger y enchufar cosas que hacen otros, jajaja!! ten cuidao no te vaya a dar un jamacuco de tanto esforzarte, ¿eh?, que a ver si le vas a dar a la neurona y te sube la fiebre o algo!!! jajaja, luego encima quéjate de que nadie comenta y échales la culpa por ser un soso moruno!!! si es que te obligan a cerrar el blog!!! hay que ver!!!! jajajaja, ahora ves y preséntate al bitacoras!!!

:regulero:

Mis horas

Son despertar cuando me avisan a malas los cuervos, un café con dos de legañas, la cara del que ya tiene pintas de señor con barba y bolsas en los ojos que me mira desde el espejo, una rebanada de pan de ayer que clausura el sueño hasta que mañana toque la de hoy con algún que otro cuenco de arroz de por medio.

Mis horas son un blog que se enfada conmigo por no poder atusarle, una cuenta de correo hasta los topes de letras puestas en el idioma de los Monty Pythons, un pajarito azul que habla pero siempre es breve, un concurso al que no me presento pero salgo, una corbata cuyo nudo queda justo debajo del nudo de mi garganta.

Son cervezas robadas a la rutina, llamadas perdidas de amigos que espero no perder, sueños con ojos abiertos de par en par y esperanza en vena, millones de quieros y decenas de no puedos hasta que alguien les de la vez para el especialista del corazón, emigrar entre estaciones peregrinando por pupilas ajenas, reflejos de charcos y aguaceros de anhelo.

Mis horas van de dar la mano a desconocidos y contarles mi vida a medida que me la van perdonando, justificar pulsos pasados, defender cada coma del papel ese que lleva la cuenta de lo que llevo haciendo de 8 a 6 desde que escapé un mes como el de hoy de la universidad, hablar al 80% pero sintiendo al 200%, esquivar tontos del culo, volar de la mano del reloj sin paracaídas de sensatez.

Son dormir la mitad y soñar el doble, darle patadas al mismo aire que cada vez más me cuesta respirar, dibujar futuros fingidos, mentirme sobre qué vendrá después, odiar conclusiones, llorar conjeturas aferrándome a ilusiones del iluso con entradas en el que me he convertido con toda la honra del mundo, un botón descosido y la cremallera de la esperanza casi rota.

Mis horas ya sólo valen su peso en minutos cuando te veo y me olvido de Google, visados y alquileres, entrecorto adrede la respiración y me guardo tus besos para que duren hasta mañana. Son esas en las que ojeo tus ojos de reojo cuando veo que no miras, manoseo obscenamente tu mano sin que lo sepas, avento alientos al viento para que airee tu pelo, choco contigo cada docena de pasos mientras aprendo a quererte, queriendo, como sin querer quererte todavía y me vuelvo a casa con la luna por cara hasta que se me empañan las arterias de recordarte.

Trabajo acumulado

Llueve.

El verano parecía haberse hecho fuerte ahí fuera y ya llevaba reinando más tiempo de lo debido. Aún así no se fue a su exilio sin pelear y nos dejó un último día de calor tropical a finales de septiembre. Poesía pura la del sol, ya me lo va demostrando unas cuantas veces este año.

Pero ya no. De un día para otro ya no es verano y es casi invierno. Hace frío, llueve y los pantalones cortos y camisetas tienen ya esa mirada entre miedo y resignación por saber que van a ser reemplazados por sus hermanos los mayores que se toman su trabajo en serio a base de pana y lana. A las baldas, fíjate, como que se las nota contentas por el cambio de inquilinos.

Eso si, nos iremos olvidando de ver minifaldas. Y hay quien dice que odia el verano, lo que tiene que escuchar uno.

Pues eso, que entre veranos tropicales y preinviernos, amanezco yo un sábado 25 de septiembre en el que la mayor sensación que me envuelve es la de tener que estar haciendo algo, que se me acumula el trabajo, que no me puedo permitir pararme a paladear respiraciones.

Que poco me gusta estar de esta manera. Con o sin sol.

Aunque no es así, es decir, tiempo tampoco tengo tan poco. Hay una absurda pegatina en mi pasaporte que se hace eco del no menos absurdo concepto del visado, la fecha de caducidad como ciudadano bienvenido y bien hallado, aunque de prestado, en país ajeno. Visados, pasaportes, fronteras, banderas… nunca entenderé sus significados más allá de preservar la propia identidad de uno mismo, ¿no es una sinrazón dibujarle líneas al planeta?.

En fin. Las cosas son así. Tendrá su lógica, aunque prefiero no saberla porque en mi mente de niño el mundo es de todos y las personas que nacemos en un sitio determinado tenemos la misión de cuidarlo y tenerlo bonito para cuando vengan a visitarnos personas que nacieron en otros lugares porque ellos están esperando a que nos pasemos por allí. Las aduanas y los pasaportes no son más que libros de visita para que alguien sepa que nos dimos un paseo una vez por aquellas tierras visitando a sus gentes.

Hace viento, pero no es el mismo del lunes, éste viene con mala baba a cortarme los labios en cuanto salga por la puerta, que lo sé yo.

Hoy cumplo 34 años y se me acumula el trabajo. Trato de terminar el proyecto actual mientras busco nuevas vidas entre oficinas y compañeros todavía sin cara. Me disfrazo de salary man recorriendo estaciones de metro, curriculum en mano, hasta llegar a mesas con personas delante que osan preguntar cosas sobre mi vida que casi tenía olvidadas en idiomas que nunca serán del todo míos. Es un duelo a muerte, porque esto es muy serio, así que suelto mini discursos ensayados delante del espejo en la soledad de mi habitación, y los encadeno para que parezcan espontáneos en el idioma alquilado para la ocasión.

Sin éxito, por el momento, pero no me desanimo, llevo poco tiempo intentándolo, apenas dos semanas y ya he hecho casi media docena de entrevistas. A este ritmo algo tiene que salir, seguro, es matemática pura.

Malditos cuervos, ni bajo la lluvia son capaces de callarse

Trabajo acumulado. Esa es la sensación. Coger el lego y construir, pieza a pieza, una rutina en la que haya estabilidad, que las facturas dejen de esperar su turno temerosas de ser olvidadas, que con cada nuevo paso esté más cerca de que en esta casa sean sólo los yogures los que tengan fecha de caducidad, que si se posponen planes sea por tener otros, que a parte de todos los besos que me quedan, te pueda regalar la luna pintada del color que tu me pidas.

34 años cumplidos en medio de una guerra. Yo disfrazado de entrajetado contra todos los entrajetados de Tokyo. La gano fijo, por mis huevos, por mucho invierno con el que contraataquen.

De mientras, a seguir forrado, que el dinero y demás pequeños trámites insípidos ya vendrán solos.

Tío Tosca: ¡felicidades! si es que todavía te caben más…

Okanemochi

Domingo, 19 de Septiembre de 2010. Iraila, kugatsu, septiembre… probablemente, el mes que más cosas increíbles me han pasado nunca. O no, no sé… igual es que se han juntado muchas seguidas y me lo parece, o puede que sea que desde que estoy sólo todo lo que hace contacto con la médula me da tres veces más calambre. Yo que sé…. si en realidad la mayoría de las veces no sé ni que tengo en la mollera, ponte a explicar esto.

El caso es que en Septiembre de 2010 mi hermano, el mediano que vive en Madrid, hace también los años, como cada año, y una semana después celebra su aniversario de boda, como no hace muchos.

También resulta que Google Japón ha respondido a mis emails y han accedido a concederme una entrevista de trabajo y que casi el mismo día fue el cumpleaños de la persona con la que resulta que en nada me he dado cuenta que no me importaría comparar legañas por las mañanas el resto de mi vida. Y encima, tócate los huevos si tienes y si no da palmas, es mi cumpleaños también.

Yo lo celebro, todo más bien, pero mi cumpleaños también. Celebro añadir un verano más a mi Curriculum, poder decir que la cana esta que me asoma encima de la oreja derecha me la he ganado a base de subir la guardia y que los inviernos me esperen en el recreo para aclarar cuentas a hostias. Ojo, que con los veranos nos llevamos bien, y llevaremos… por lo menos durante los 34 años que nos vamos conociendo la cosa ha ido bien.

Pero claro, estamos en Tokyo… este barrio de Bilbao que tan lejos queda de los míos: la señora María, la jefa, mi madre, cuyos «estás tonto tó, coño» todavía escucho cuando la conciencia sabe que lo que se hace no cumple el ISO Toscano de calidad, o aquél «ya te vale, titi» de Javi, mi hermano mayor que es el menor, y él sin saberlo… hoy y para siempre me doy cuenta que es la persona que más he querido y más querré en toda mi vida. Pongo los latidos de los dos últimos minutos y cientotreinta lágrimas por testigos.

Total, que no tengo un duro. A esto iba yo al empezar y me he puesto tonto a la mitad.

Gomen ne.

Sepan vuesas mercedes que he pasado el tercer fin de semana de Septiembre con dos mil yenes, que si echamos cuentas equivale a algo así como 18 Euros, tres mil pesetas de las de BUP. No es que no me haya gastado menos, sino que no tengo más.

Esta situación se venía venir desde lejos… me pagan en Euros, y si mi sueldo era del montón, con el yen por las nubes se queda todo en un chiste. También ando peleando contra el calendario en tema de visado y el casero, que es un tipo muy majo con cuatro pelos al que más bien se la plastifica todo lo relativo al mercado de divisas, tampoco es que me venga metiendo la carta del Jóker en el buzón en plan pasames.

Total, que no tengo un puto duro y estoy buscando trabajo para poder quedarme un poco más en el país en que las personas son iguales a nosotros pero con los ojos de otra manera y poco más que añadir.

Salgo nada y encima tengo que poner excusas a los colegas que rozan el límite de la honra y me suenan hipócritas aún siendo verdades como amaneceres, el 200% de lo que como me lo cocino yo, tengo las facturas apiladas y ordenadas por fechas para pagarlas el puto último día, y la gran mayoría de los planes que tenía están pospuestos hasta nueva orden económica.

Pero el caso es que no me siento mal, la situación no me engulle, sino que me es un 80% indiferente y un 20% aséptica. De repente, en Septiembre del 2010, me he dado cuenta que estoy en la mejor forma de mi vida, que, de una maldita vez por todas las intentadas, he encontrado a quien quiere contrarrestarme el invierno, que Google me dice que vaya a contarles lo que sé hacer porque lo mismo les cuadra, y a parte de Google otras cuantas más, que llevo viviendo en Tokyo casi cuatro años y, por fin, siento que sé que coño significa el aire este que se pasa de visita por el pulmón.

Son las once y media de la noche y me han sobrado 1.344 yenes. Pero, ¿sabéis qué?, pues que mañana he vuelto a quedar con la chica más guapa del mundo, y encima dice que quiere verme, que ojalá que pase pronto la noche.

Ahora mismo, no hay persona más rica que yo.

Y si la hay, me da igual. Porque seguro que no lo sabe y yo si.

Y ya, para ti el cambio.

Marimo

El otro día me trajeron un omiyage de Hokkaido. Omiyage, pa’l que no lo sepa, significa regalico que aquí es bastante típico comprar algo si vas a algún lado y regalarlo a los amigos. La que se hace siempre es comprar algo de comer y llevarlo a la oficina, lo que no deja de ser curioso porque por ejemplo los días de cumpleaños la peña no suele llevar nada. Bueno, esto lo digo yo que sólo he estado en una oficina en Japón, supongo que cada una será un mundo.

Total, que me lío y pierdo tres followers por párrafo y luego oye, como que meo desganao o algo.

El caso es que una amiga más maja que los yenes con agujero me regaló un envase de esos que tienen como papel albal ahí por fuera a lo termoaislante, y yo voy y lo abro y resulta que allí había un botecico con agua y dos bolondrios verdes medio flotando medio no…

Me quedé flipadísimo!!! la movida esta son unas algas redondicas que se llaman «Marimos«, que crecen en los lagos de Hokkaido y son especie protegida. Los bichos estos están vivos y crecen!! no te lo pierdas que empiezan siendo una canica ahí y a la que te descuidas se te hacen gordos!!

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Y me vino hasta con manual de instrucciones a lo Gizmo:

1- La temperatura del agua debe estar siempre por debajo de los 30 grados
2- Hay que cambiar el agua cada diez días
3- No se debe dejar que le de el sol de pleno
4- No meter en acuarios con peces y evitar que el agua contenga aceite o jabón

Yo por si acaso lo sigo a rajatabla no vaya a ser que se convierta aquello en un Critter y me arranque la pilila a dentellazos. Hablando del tema… ¿os acordáis de la mascota paquetuda? pues resulta que es un Marimo también!!

Menudo regalo original más bonico. Yo de vez en cuando las muevo un poco a ver si hacen algo, pero ná… y crecer yo diría que medio radián o así ya han crecido, cualquier día se me echan una novieta marima y me dejan aquí sólo, que la casa se me caerá encima. Hay que ver, toda la vida sacrificándome por ellos… pero claro, ley de vida, esto es así, que le vamos a hacer…

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¡¡ En plan hermandad !!

Kawaii

Suenas a kawaii que das un mal rollo importante -va y me suelta la tía- y eso no puede ser

24 años de japonesa florida, 2 en Irlanda, 22 por los Tokyos con escapadas a Korea de picospardos, algunos meses rondando mi vera, como pasando, así, de pasada. Minifaldas de tortura, pantaloncitos con el bajo justo para albergar los bolsillos y desalbergar unas piernas que hacen arte del camino, escotes de exhibición, maquillaje de competición, morritos de comer helado sin manos, pestañas de kilómetro, ojos de denuncia.

Bendito verano.

Eso tiene que ser porque seguro que la mayoría de las veces que hablas en japonés lo haces con chicas y se te pega la forma de hablar, y pareces marica -desdeluego no se cortaba, no- pero no te preocupes que yo te arreglo eso si tu me enseñas algo de Español, por la cuenta que te trae.

Cobró sentido de repente la vez aquella que en Karate me preguntaron si era gay. Joder, había que hacer algo con mi japonés de chica de Shibuya pero ya, así no podíamos llegar nada lejos. Tiene huevos que me entere después de cuatro años… aquí, con mi prima la resalá de Ginza.

Pero claro, la tía se las sabía todas y dos más. De haber una boda, a ella mirarían todos cuando lo de que hable ahora. Todo lo que tenía de bajita lo tenía de irreverente, a lo extranjera maleducada pero en japonesa, y esa sinceridad, con tacones quieroynopuedo, me atormentaba la misma líbido que ella ponía en entredicho.

Vamos, que me ponía.

La madre que la fue a parir.

Uno, dos, tres, cuatro… -y ella lo repetía y se lo aprendía, así hasta que llegó a veinte pronunciando hasta las erres. No, si lista era un rato largo. De otras cualidades también entendía otro poco.

Su parte del trato pasó por quitarme, a base de descojonarse de mí, los nes y dayos de final de frase, me corrigió la entonación, me enseñó a dejar de ser kawaii porque…

lo que no puede ser es que seas mas kawaii que yo -después dijo algo que sonó a copón, y entre borderías y puñetazos, que me dejó el brazo morado, aprendí a dejar de parecer el Boris Izaguirre de Nishi Magome.

Nunca nos llegamos a liar. Bueno, no del todo, o sólo un poco, o no sé lo que sería prudente contar aquí… pero vamos, total, que la cosa no fue a más e inesperadamente nos convertimos en amigos de recámara, de esos que quedan de Pascuas a San Pedro cuando se tercia que la luna se ve muy sola estando solo.

El otro día fuimos a ver Inception. Yo hablé a lo macho cabrío de Hokkaido, bajé el tono todo lo que pude, aposta me dejé los dejes, esos que cuesta cuestas quitárselos, y cuando de repente salió un tren en medio de la película a toda hostia formando una escandalera en Dolby Surround o la madre que lo parió, yo me asusté.

– Maricón -me dijo en el más borde de los japoneses

– Mierda -pensé yo

Rezos en el Shojoshin-in

La mañana no se pudo esperar y le dio un golpe de estado a la noche interrumpiendo sueños de nivel uno. Busco la cámara de vídeo a modo de tótem y pasillo de madera y papel mediantes, llegamos a un altar donde dos monjes ya están cantando en sánscrito o algo. Extremeño seguro que no era.

Nosotros no entendíamos muy bien que estaba pasando, pero no perdíamos detalle por si acaso aquello no se volvía a vivir.

Curioso cuanto menos.

Después tocó el desayuno con los amigos comentando la jugada… decían que me viniese a vivir de monje aquí hasta que aprendiese a volar como ellos. Y es que dicen que de noche, cuando todos duermen, ellos siguen haciendo sus cosas pero sin pisar el suelo. Será por no armar ruido, digo yo. O será un sueño de nivel 2. Vete a saber.

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© Héctor’s eye-pixel interface 1.0

Por si alguien se anima:
Templo Shojoshin-in, a una hora de Osaka. 9.600 yenes por persona con cena y desayuno vegetarianos y rezos a las seis de la mañana para todo el que quiera asistir. Uno de los monjes, al menos, habla inglés perfectamente y no aceptan tarjetas de crédito. Ah! y hay wifi, no se si será santa, pero es wifi.
Teléfono: 0736-56-2006

Koyasan

Aquí, al igual que allí, hay planes de esos de «hay que hacerlos alguna vez». Yo lo compararía con la bajada del Sella, el camino de Santiago o la ruta del Cares. Son esos planes que hay que organizar con un poco más de cuidado cuadrándolos con algún fin de semana largo o días de vacaciones. Yo de los tres anteriores he hecho dos, me queda el camino de Santiago que lo haré fijo, hombreeeee que lo hago.

Bueno total, que aquí también los tenemos, y si subir al Fuji, más bien bajarlo, fue uno de los desafíos morales más grandes, la ruta del Koyasan nos dejó las piernas para Tudela. Pero ¡había que hacerlo alguna vez!

Era el cumpleaños de una amiga, que visto que el año pasado se subió también al Fuji, parece que le ha entrado la genial manía de celebrarlos lo más lejos de Tokyo posible. Y como le tenía echado el ojo al Koyasan, pues nos lo propuso y nos apuntamos sin dudarlo. El plan era coger un autobus nocturno cerca de la estación de Tokyo que nos iba a dejar en Osaka por la mañana. Yo creía que no iba a dormir nada, pero es que estos buses están preparados flipantemente para que vayas sobao todo el viaje: los asientos se reclinan muchísimo, tienen una especie de almohada pequeñica, una manta, y, ojo al asunto, tienen unas capuchas que te las bajas ahí y quedas aislado como si fueses en una silla de ruedas de bebé!!! De precio estamos hablando sobre unos 7000 yenes la ida y 5000 la vuelta, supongo que la diferencia es porque los viernes hay más demanda que los domingos que te presentas en los Tokyos el lunes por la mañana que hay que currelar.

El tinglao es que apagan las luces del todo y sólo paran un par de veces en áreas de servicio, aunque el bus tenía baño estilo al de los aviones que cuando le das al botón aquello parece que se va a formar un flashforward. Total, que nos quedamos dormidicos y una vez en Osaka tiramos para la estación Kudoyama, desde la que se empieza a andar hasta el templo Jison-Jin, que es donde el monje salao sin flequillo nos contó la verdadera historia, o no, del perro Hachikero en comparación con el Gonchan suyo.

Y desde ahí uno empieza a andar subiendo y bajando montañas por un camino marcado por 180 hitos de piedra hasta que se llega a Daimon después de 23.5 kilómetros. Es un camino muy bonito por el monte, pero muy cansado porque siempre estás o subiendo o bajando, rara vez es llano y eso es un rompepiernas importante. En una de esas que bajas del monte, paramos a comer en un restaurante donde hicimos acopio de ingeribles y bebiles, y después de un rato descansando, tiramos para el último monte. Esto fue un poco deja vu, porque íbamos a dormir en un templo y la cena la daban a las cinco y media, así que íbamos otra vez contrarreloj como cuando la subida al Fuji.

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Peeeeero llegamos al templo sobre las seis de la tarde, y después de llevarnos a las habitaciones, nos acompañaron a la sala donde se cenaba, y pedazo de cena!!! todo ahí super sano y bonico:

Aunque lo mejor sin duda fue la sala que era espectacular con sus tatamis, anda que no dio juego ni ná… ojo a las fotos de Kirai:

Dentro del templo al final es como estar en un ryokan con su ofuro y todo, no sabes que es un templo hasta que no sales a la calle o si pasa un monje de vez en cuando con su calvica… pero hay que reconocer que el sitio era muy bonito.

Y luego al día siguiente tocaban rezos mañaneros, a las seis menos diez el monje gongero le daba palos a un gong ahí formando escandalera por todo el templo, y a las seis un par de monjes rezaban ahí durante algo así como media hora…

Después desayunaco del mismo pelo que la cena y ya nos fuimos a ver el cementerio. Es que ojo, que el intringulis de todo esto es que es la sede central de la secta Budista Shingon, que la fundó un señor que resulta que también inventó el hiragana y toda la pesca. El caso es que el lugar se ha declarado patrimonio de la humanidad, y es que no me extraña, es un sitio precioso, primero por que hay algo así como medio millón de tumbas estimadas en el medio de un bosque, y segundo porque el complejo de templos es flipante. Así que los adeptos de la secta esta hacen el peregrinaje que hicimos nosotros hasta llegar al cementerio, aunque a nosotros ni nos iba ni nos venía el asunto, que lo hicimos por la experiencia. Yo, cómo no, me perdí por ahí sacando fotos en el cementerio y me costó un rato largo volver a encontrarlos porque no había cobertura en el móvil… hombre miedico no dio porque había mucha gente, pero de noche ya habría echado unos sprints, ya!

Luego buscamos un sitio para comer y con la panza llena, nos dedicamos a visitar los templos cercanos. Sin llegar a ser un Nikko o un Kamakura, el lugar no desmerece en absoluto:

Y luego ya aprovechando que había tiempo antes del bus, pues nos acercamos a Osaka a dar una vueltica sin resaca:

En Osaka resulta que no estaba la gente gritando a lo loco por la calle, ni eran tan abiertos que nos venían a dar abrazos como dice la peña, pero hay que reconocer que la vidilla es de otra manera. Para empezar, por la zona por la que cenamos, los restaurantes están a la misma altura que la calle, y eso mola… no como Tokyo que para todo hay que salir de un ascensor.

En fin, otro pedazo de fin de semana a recordar de por vida: bus capuchino, caminata de morirse, dormimiento templil, cementeriaco, templerismo y de propina un paseo por Osaka…

….ah….

:gustico:

Natsu 夏 Verano

Horas extras de la nevera, termómetro hasta los topes, sed en la mirada, lastre en los andares.

Abolición de las mangas, sudar por decreto solar, querer con pereza, pensamientos al baño María, soledad de pantalón corto y chanclas. Nadie al otro lado de la wifi, vacaciones Santillana pero no Tokyo, muerte social, planchamiento horario, internet a medio fuelle, banda estrecha de capa caída.

Natsu 夏, verano, chicharras de gira 2010, kakigoris en regla, surcos en la camiseta, desodorantes sin jurisdicción, telarañas en la balda de los jerseys, sábanas pegajosas, besos que empalagan, vivir x 1.5, mosquitos de juerga con barra libre, cuerpos que resbalan, lagartijas que envidiar, cucarachas de kilo y medio.

Intimar con el sol, negar todo frío conocido, aire con condiciones pactadas, grifos sin agua fría, piel que anochece de día, cerveza de exterior, barba que pica, calcetines que agonizan, siestas transpiradas, tés que queman, flexiones de menos, pulsaciones de más, poros de par en par, flequillos con la permanente de gratis, codos que gotean, pelos omnipresentes que ahora sobran, hielos con corta esperanza de vida, ir y no llegar nunca.

Minifaldas XS que figuran mas que estar, escotes de kilowatios que yo los bendigo, piernas de kilómetro y medio, ojos que meten horas, mentes desbordando imaginación, roscas que nunca se come uno aunque cuente diez, soñar despierto a razón de tres enamoramientos por hora.

Fuegos de esos que vuelan y están hechos por el hombre, yukatas, kimonos, abanicos, yakitoris callejeros, esterillas azules con gente encima, asahis, sapporos, kirins, ebisus, cielos rojos, estrellas sobreexpuestas, viento tibio, horizontes con lipotimia, lunas venidas a más.

Tus cuatrocientos treinta y tres atsuis por hora, mi risa cosida y tonta, tus orejas enrojecidas, mi pelo menos negro y más marrón, tus ojos todavía más pequeños, nuestras manos escurriéndose por los dedos, tu llámame, mi te llamo.

Te conocí este verano y tu no lo sabes, pero hace tiempo que te estoy liando para que durante el otoño te decidas a compatir mi invierno, ese infame achaque traidor mío que me seguirá matando más cada año si no te aclaras a quedarte de una vez.

Fujivideo

El suelo era como las minas de las películas, pero al aire libre y sin vagonetas ni railes. Si hubo algún diamante, yo sólo vi su reflejo.

El cielo lo pintó un niño con ceras azul marino que extendió con las yemas de sus dedos hasta dividir cualquier tono original en miles de ellos en un orden que sólo tiene sentido en su cabecita. Diría que hasta usó la uña del dedo meñique a veces para que hubiese alguna estrella.

Las nubes eran un vestido de novia blanco y gris que la montaña se puso esa noche más arriba de lo normal para que se le viesen bien las piernas. Un vestido tan largo que se arrastraba hasta donde se mira y ya no se ve.

El sol era un ovillo de lana de color mentira que pendía de un hilo del que alguien tiraba hacia arriba a velocidad paciente hasta depositarlo en el regazo de la novia que lo retuvo sólo un instante para después lanzarlo lo más alto que pudo. Bien arriba ahora que hace calor y tiene el ánimo y la fuerza de mandarlo tan allá que todavía tarda más de una docena de horas en caer.

Y nosotros éramos tan pequeños…

pero tan pequeños…

El Hachiko ese

El fin de semana nos fuimos a hacer una ruta de peregrinaje para celebrar el cumpleaños de una amiga. Original si que fue la cosa, porque nos pillamos un bus y aparecimos en Osaka donde después de un par de trenes, nos liamos a andar más de veinte kilómetros entre montañas hasta llegar a un complejo de templos precioso. Esto ya irá con calma, ya…

Total, que la ruta empezaba en un templo, y allí había un monje muy majete que nos empezó a contar historias del lugar. Resulta que tenían una estatua de un perro, y nos empezó a hablar de él. Por lo visto, el perro éste acompañaba a los peregrinos veintipico kilómetros montaña arriba enseñándoles el camino y cuando llegaban a su destino, se volvía para atrás él sólo. No me cosqué de mucho más y aunque nos dijo el nombre, «Gonchan», no he sido capaz de encontrar la historia para contarla aquí en condiciones, seguramente el nombre lo pillé mal porque decía que había ido hasta la NHK a grabar y a interesarse por ello y tal.

Actualización: ya he encontrado la historia, efectivamente es como dijo el monje, sólo que nadie sabe muy bien de donde salió el perro, y que el dueño del templo en aquel entonces no quería saber nada de él. Pero con el paso del tiempo como vio que era de utilidad para los peregrinos que lo agradecían, pues le acabó pillando cariño y lo adoptó. Me acabo de dar cuenta de que Héctor también ha contado su versión en Kirai, jajaja, mola!

Lo gracioso del asunto fue que empezó a poner a parir «al Hachiko ese tan famoso que tiene películas» . Decía que la gente en realidad estaba hasta los huevos de que estuviese todo el día en Shibuya, porque dejaba los alrededores de la estación llenos de premios perrunos, que aquello olía muy mal, y que había gente que intentaba echar al perro de allí porque no había cristiano, budista ni shintoista converso que aguantase el tinglao que tenía montao. El señor era muy majo, y sin saber si fue verdad lo que hizo uno u otro can, estuvo graciosísimo que nos contase la historia del «suyo» en plan rivalidad comparándolo con el perro aquél tan famoso de los Tokyos que no tenía tanto mérito porque casi ni kilómetros se hacía, que el suyo si que era un héroe y que por lo menos sabía donde ir a hacer sus cosas sin molestar a nadie, «¡que a Shibuya no había quien se acercase!»

Fuji: cima, bajada y cierre

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Allí estaba el grupo dividido, unos por un lado, otros por otro y yo en medio de un acantilado sin saber si aplaudirle o hacerle la ola al cielo. La parte izquierda la tenía vetada a la vista porque al sol no parecía hacerle mucha gracia que estuviésemos tan cerca, los pies no encontraban terreno por el que seguir por la derecha y enfrente, así que sólo quedaba darse la vuelta y deshacer eso de saltar y trepar para volver a buscar a los demás.

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En el Fuji hay cobertura, el teléfono funciona durante prácticamente todo el camino, menos en la cima donde quizás nos juntamos demasiada gente para el invento que sea que tengan allí montado, pero hubo la suficiente como para coger una llamada de Antonio que me decía donde estaban ellos, y para allí que me fui. Por el camino me di cuenta que había excursiones organizadas cuyos guías estaban llamando a la gente por un megáfono, y éstos se iban apelotonando aquí y allá: los del autobus de Nagoya por favor, los de Nagoya… pensé en el agobio que tenía que ser no poder degustar a gusto semejante paisaje.

Me costaba reencontrarme con ellos entre tanta gente, así que decidí quedarme quieto al lado del cráter, porque el Fuji tiene un agujero ahí arriba como debe ser. Kanae, una amiga que no ha estado nunca, se moría de risa cuando le decía que tenía que haber un agujero, pues aquí está la foto que lo demuestra… todo el mundo sabe que los volcanes, como los donuts, tienen que tener un agujero!! Kanae ahí lo llevas, chata!

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Les vi a contraluz, tal cual se ve en esta foto que saqué nada más reconocerles… una imagen que incluso ahora me alivia ver porque empezaba a pensar que me iba a tocar volver sólo un buen cacho del camino hasta que funcionase la cobertura del móvil otra vez.

Nos sentamos al lado de una caseta hecha de piedras que no consiguió resguardarnos del frío, y nos pusimos a comer algo. Yo saqué unos onigiris caseros que me había currado la tarde anterior, pero no llegaron en condiciones… tenían unas babas a lo natto muy sospechosas, aquello estaba medio podrido fijo!!! aún así nos comimos algunos y eso que el arroz se te quedaba ahí pegao entre los dedos, jajaja, buagh!.

El frío pelaba y mondaba. La cosa se puso seria cuando echando una meada a una pared, el tinglao se me había convertido en un dedo meñique, así que nos fuimos en busca de refugio. Allí arribotas tienen un chiringuito donde te venden recuerdos y sopicas calientes a precio de oro. Nos hicimos fuertes en una esquinilla y nos quedamos medio sobaos al lado de Hiro Nakamura.

La leyenda es cierta: en el Fuji hay una oficina de correos donde puedes comprar una postal y enviarla, pero claro hay que hacer cola y nosotros estábamos muertos. Aunque no todos, que Cristina y Antonio si que se pusieron a esperar, la verdad es que ahora me arrepiento de no haber enviado alguna que otra, aunque sea a mí mismo a casa para tener de recuerdo.

Cuando ya entramos un poco en calor, que donde da el solete no hace rasca, sacamos la botella de whisky y los redbules que habíamos comprado la noche anterior y allí nos hicimos un botellón que debía ser como Dios manda, porque estábamos más cerca de él que nunca y no protestó. Hasta se apuntaron los que teníamos al lado.

Después foto de rigor a lo certificado oficial…

Y como Rocco Sigfredi dijo que todo lo que sube tiene que bajar, y al tito Rofre yo no le llevo la contraria, pues para abajo…

¡Dos horas mis huevos morenos! ¡¡tardamos el doble por lo menos!!. Aunque el camino empezó bien porque las vistas en versión de día eran preciosas, la verdad es que acabamos exhaustos de tanto bajar y bajar con tantísima gente de por medio por cuestas que resbalaban y no acababan nunca. Además entre que te pega el sol todo el rato y que se va levantando polvo… madre mía, que cosa más cansina fue, ¡¡si hasta tenía mocos negros!!

Nos pareció curioso que había mucha gente subiendo de día, lo que hacía que tuviésemos que esperar un poco más para bajar. Si subirlo de noche fue duro, de día con el sol tiene que ser tremendo. Aunque claro, si venimos tan bien equipados como aquí Matías, lo mismo no es tanto:

Hasta los huevos de bajar y aquello no acababa nunca. Desde que veías una estación hasta que llegabas pasaba una hora. Alguna gente se metía chutes de oxígeno de esos que te venden en las tiendas de abajo, pero aunque si que es verdad que costaba respirar un poquillo, yo no creo que sea necesario:

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Paradica de vez en cuando a echar un trago, aligerar ropa, embadurnarse de crema, hacer amigos… la mayoría de las fotos de gente son de Antonio que a mi me sigue dando palo enchufarles la cámara en toa la jeta:

Y bajar y más bajar… aquello era la bajada eterna, The Eternal Bajator… madre del amor hermoso… Mother Of The Beautiful Love, no me volveré a reír de Frodo nunca más en mi vida, I won’t laugh.. etc, etc..

Finalmente llegamos al de tres días y medio, nos pusimos en la cola del autobus y morimos la mitad, la otra mitad nos la guardamos para morirla dentro del autobus. Llegamos al coche, por fin, y ya nos dirigimos al onsen que teníamos planeado. He de reconocer que valió la pena todo lo que tardamos en llegar con atascos y mil vueltas, porque el rato que nos tiramos dentro cociéndonos nos quitó las agujetas antes de tenerlas, después de tanta paliza nos vino genial estar ahí metidos.

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A partir de ahí fue la odisea padre: teníamos que estar en Tokyo a una hora para devolver el coche que ya no llegábamos ni de coña, así que llamamos para ver si se podía entregar más tarde y lo cambiamos a las 8 pagando sólo el tiempo de más. De repente en la autopista ponía que había habido un accidente y que en menos de 4 horas no se llegaba a Tokyo, así que volvimos a llamar y lo más tarde que se podía entregar el coche era a las 10 porque si no teníamos que pagar un día entero más. También nos dijeron que podía ser en cualquier establecimiento de Toyota de Tokyo, que no tenía porque ser el mismo donde lo pilló Jairo. Eso fue la ostia, venga a buscar por el GPS y por el mapa, que si carreteras secundarias, que si el más cercano está en no se donde… na, imposible, había atascos por todos los lados aunque no nos rendimos hasta el último momento!!! Jack Bauer nunca lo habría hecho!!!

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Pero seguíamos contrarreloj ya no por devolver el coche, sino porque la peña cogiese el último tren para poder llegar a sus casas, que no todos vivimos cerca de Shibuya… al final la prueba se superó, pagando un día más de alquiler del coche y haciéndole a Alberto andar un rato largo más hasta su casa. Yo os juro que llegué a casa y mientras me estaba duchando apoyé un poco la cabeza contra la pared y me quedé dormido.

Mereció la pena, sin duda… pero:

– No se tarda lo que pone en las guías, se tarda el doble por la gente que hay. Es realmente desesperante: al cansancio y al frío físicos hay que añadirle el factor psicológico de estar tres o cuatro horas seguidas avanzando a paso de tortuga. Y tuvimos suerte de que el tiempo fue excelente, no me imagino aquello lloviendo.

– La bajada es criminal, no se acaba nunca, y hay que tener en cuenta que se hace después de no haber dormido en toda la noche, es más: de no haber dormido y haber estado haciendo ejercicio físico intenso. El cuerpo está destrozado, literalmente. Insisto en que el factor psicológico de tener que pararte y no poder avanzar a un ritmo más o menos constante, hace mella.

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Y ahora los ikuconsejos:

– Hace frío pero no es exagerado. Yo aconsejo llevar: un par de camisetas de manga corta que cambiarse a mitad de camino, una de manga larga, un jersey, una chamarra, guantes y gorro de lana. No acabaréis con todo puesto hasta estar casi en la cima, pero no os sobrará tampoco. Más ropa tampoco hace falta, ah y yo subi con las Nike de correr y divinamente.

– El palo es requisito, comprad un palo en la quinta estación porque sin él costaría el triple subir. Hay cachos en que la pendiente es flipante.

– No os salgáis del camino, y menos si subis de noche, parece que puedes ir pero la lías parda soltando piedras encima de la gente

– No hace falta llevarse un montón de comida ni un montón de agua, yo pondría tres o cuatro onigiris y una botella de dos litros. Si luego tenéis sed, siempre se pueden echar mano de las máquinas expendedoras, aunque te metan una hostia chata

– La linterna os vendrá bien, pero si se os olvida tampoco pasa nada, ya digo que se sube en manada

– El móvil funciona, llevadlo

– Si la cosa se pone turbia, en las estaciones de arriba te dan ramen y sopa caliente, así que llevad dinero. Estáis cubiertos en todo momento siempre y cuando haya chines.

– Protector solar y de labios para la bajada con el solaco, gafas de sol para ver el amanecer en condiciones.

– No hace falta una preparación física del copón, aunque parezca mentira que lo ponga después de todo lo que me estoy quejando. Cualquiera lo puede hacer a su ritmo, nosotros íbamos tarde y subimos a toda hostia, y a la bajada no nos paramos casi nada. Si vas con calma, cualquiera puede.

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Y esto es todo, creo…

Sin ninguna duda, y a pesar de los pesares, ha sido de las mejores experiencias de toda mi vida… la subida por la noche, estar por encima de las nubes, la mentira del sol saliendo… me encantaría volver a ver ese amanecer, pero no a costa de volver a pagar el mismo precio. Atesoraré las fotos como se merecen, porque una y no más, Santo Tomás.

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Ah, y sobretodo y siempre: eternamente agradecido a la compañía, todo un gustazo haber compartido semejante experiencia con Jairo, Alberto, Alain, Mayo, Cristina y Antonio…

いろいろありがとう!
:ungusto:

El idioma de los sueños

– ¿En qué sueñas? -me preguntó una amiga de Kobe que se vino a vivir a Tokyo no hace mucho- hablas español, inglés y japonés, ¿en qué idioma sueñas?

– Anda… pues no lo había pensado, digo yo que dependerá del sueño, aunque la mayoría de las veces no sueño, o sueño que duermo que para el caso es lo mismo. Pero creo que en mi idioma, porque mi familia siempre suele aparecerse y ellos no saben otro.

– ¿Y pensar? ¿aunque estés hablando en inglés, también piensas en castellano?

– Anda, pues no, la verdad es que si llevo tiempo hablando en inglés, pongamos que un día entero en el trabajo por ejemplo, parece que a uno se le hace más fácil hacer todo en el mismo idioma y la mayor parte de lo que digo lo traigo pensado ya en inglés. También creo que como me cuesta más hablar en otros idiomas, pues como que me preparo las frases por dentro para que suenen naturales. Una cosa curiosa es que en casa todo lo que tiene que ver con trabajo lo hago en inglés, incluso cuando escribo cosas por hacer en la agenda y así, ni idea de porqué…

– ¿Y el sexo? si estuvieses con una japonesa, ¿en qué idioma te manejarías para decir guarradas?

– Hombreeeee, eso no te lo voy a contar, ¡¡esas cosas hay que averiguarlas!!

– Jajaja, touché!

Fuji – la subida

Dicen por estos lares…

Hay dos tipos de necios: los que nunca han subido al Fuji y los que lo han hecho más de una vez

Si un elefante tuviese manos y pudiese cerrarlas, el puño resultante no se acercaría ni a la mitad de como de verdad es semejante dicho. Es EL REFRÁN. Me inclino ante el maese dichedor de dichos que fijo que lo soltó cuando iba por la mitad de la bajada, no como nosotros que sólo soltábamos juramentos in hebrew.

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En fin, es de tipos ordenados como yo empezar las cosas por el empiece del principio ese que queda al otro lado de cuando acaba el final, y el caso es que nuestra hazaña comienza el sábado a eso de las cinco y media cuando nos juntamos los siete magníficos en Shibuya: Alan, Mayo, Jairo, Alberto, Cristina, Antonio y el mozo que les escribe. Jairo había alquilado un coche que llevábamos hasta los topes de mochilacas, y a eso de las seis pillamos el carril Fuji del que no nos salimos nada más que para enchufarnos un ofuro de ramen y comprar churrizurpias para el camino.

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Coinciden todos los que han subido alguna vez en lo que te cuentan: hace un frío que pela así que vete abrigado, lleva linterna si subes por la noche y luego a la bajada te pega todo el sol de frente, así que llévate protector solar a cholón. Yo cumplí y añadí al kit el Aquarius de los de Bilbao:

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Alain se estuvo informando y decidimos empezar por la ruta menos concurrida de las dos más típicas, la de Fujinomiya, así que todo era cuestión de llegar hasta la quinta estación, aparcar el coche y tirar para el monte hecho a sí mismo a fuerza de echarle lavas al asunto. Pero resulta que a mitad de la subida con el coche nos para un señor guarda de la porra y nos dice que no se puede subir, que taxi o bus. Pues nada, marcha atrás y a la especie de área de servicio que había más abajo donde nos dio tiempo de milagro y de chiripa mitad y mitad, a pillar el último autobus que subía… menos mal porque después sólo se podría haber ido en taxi cuya factura habría sido chata como poco.

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Si a alguno le da por hacer esta misma ruta, en la página oficial cuentan toda la copla en condiciones.

Total, pagamos algo así como 1500 yenes por billete de ida y vuelta, y a eso de las diez y media de la noche ya estábamos subiendo con unos palos que compramos por mil y algo yenes allí mismo.

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Yo diré que empezamos muy contentos, que la siguiente estación no tardó demasiado en aparecer, que aunque había bastante gente, al principio se iba a gusto, y que aunque hacia bastante más fresquito que en Tokyo, se podía subir perfectamente en camiseta de manga corta. El Fuji por dentro empieza como un monte más, pero con arbustillos en vez de árboles que van desapareciendo a medida que asciendes. La tierra es negra y roja, y está todo lleno de rocas de todos los tamaños, de las porosas de esas volcánicas que resbalan como la madre que las parió, sobretodo al bajar. No sé en la otra ruta, pero en esta no hay más, es decir, no esperéis templicos como en el Takaosan, ni ningún adorno más allá de un par de puertas toriis: tierra, rocas y la cuerda atada a los palos que te indican el camino.

Supongo que esto ya se sabe, pero por si acaso lo pongo aquí: se sube de noche porque la intención es llegar a la cima para ver amanecer desde allí. Lo de subir al monte por la noche rodeado de gente es toda una experiencia: como casi todo el mundo lleva linternas de esas de poner en la cabeza, el camino está marcado por un reguero de lucecicas que nunca dejas de ver hasta que llegas a la cima. Mires para arriba o mires para abajo resulta que formas parte del espagueti de cabeluces que indica el camino en medio de la oscuridad, es como el pelotón bajando Covadonga pero de noche y con linternas.

En el momento que has dejado alguna estación atrás y te paras a descansar, te das cuenta de repente de que hace frío. Si, frío, esa sensación totalmente opuesta al verano de Tokyo de hace un rato. Y es que sudas, empapas la camiseta y la noche y la altitud ya hacen el resto. Lo suyo aquí es traerse no sólo ropa de abrigo que ponerse encima, sino también camisetas de repuesto que sustituyan a las que están empapadas. De paso, aprovechábamos en cada descanso para comer frutos secos y echar unos tragos de agua o Aquarius (de Bilbao o de fuera). Hay máquinas expendedoras, pero a unos precios que Buda tirita. Todos nos quejamos, pero es normal a nada que pensemos en lo que tiene que costar el invento que tengan para la electricidad y subir a reponerlas estando donde estamos. Entrar al baño tampoco es gratis: doscientos yenes por órgano megitorio. Si uno quiere, en las estaciones te ponen por cien yenes un sello en el palo, pero pasando que es pasundio y bastante tarde íbamos como para perder más tiempo.

Y uno sube y sube, y cuanto más subes, más gente hay hasta que llega el momento, bastante pronto además, en que vas haciendo cola detrás de millones de personas que van en filas de dos o tres como mucho, sin aprovechar lo ancho del camino. Vas entre rocas, así que no es como los montes a los que nosotros estamos acostumbrados, aquí hay que ir por donde te indican porque si te sales, corres el riesgo de provocar que caigan piedras liándola bastante parda. Esto lo aprendí yo de primera mano, porque me dio por atajar una curva y cuando me quise dar cuenta no me podía mover sin hacer que un montón de piedras cayesen encima de la gente. Menos mal que me ayudó Antonio a salir de ahí y la cosa quedó en nada, porque menudo gañán fui. Ahora creo que no fue para tanto el miedo que me entró, pero aún así ya me vale.

Seguimos subiendo, hombre tu me dirás a que hemos venido, pero como somos como somos lo hacemos entre risas, canciones y silencios hasta que alguien se gira y dice algo, miramos todos y gracias a la luna que era un chupachups de luz sin palo nos damos cuenta de que estamos por encima de las nubes. Aún siendo de noche, la inmensidad de lo que se tiene enfrente es perfectamente visible, es como ir en avión pero de pies, con linterna y sin peli en inglés.

Es la hostia.

Al cuerpo no solamente le estamos haciendo que suba por una cuesta interminable de rocas y escaleras, sino que encima le obligamos a hacerlo a la vez que le estamos robando el sueño a punta de sudor. El sopor viene de repente, es traicionero y te espera cuando esperas cola para subir un camino estrecho o cuando te sientas un momento a descansar. Te duermes, sin más, no importa que haga frío y estés en medio de subir el monte ese que aparecía en los carretes de fotos de 36 que llevábamos al viaje de estudios de octavo de EGB. La lucha ya no es contra quien sea que echa leña a los cuadriceps, sino contra los que se encargan de candar los párpados.

La parada más larga la hicimos en el torii desde el que parecía que no quedaba nada para llegar.

De alguna manera se pasa, nunca del todo, pero es como si el cuerpo supiese que no va a obtener lo que necesita porque lo que de verdad se le pide es que siga andando. Andando o esperando, porque las colas son cada vez más inverosímiles, aquello no avanza, se tarda la vida en llegar a la siguiente estación y uno se desespera viendo que hay partes del camino por las que podrían subir a la vez más de dos o tres personas. Sin embargo todos se esperan, todos van alineados. Nosotros no estamos por la labor, y vamos adelantando cuando podemos y vemos que no molestamos. No vamos dando codazos, pero tratamos de sacar provecho de aquellos lugares donde se ensancha la ruta. Alguna bronca nos llevamos cuando quizás apuramos demasiado, pero es que la luna hace tiempo que se ha ido a las rebajas de Marte, y el sol está ya estirando y calentando, o mejor dicho: estirando para calentar.

A la ensalada de emociones del último tramo solo queda echarle un par de huevos. Las estrellas se han ido a empalmar la juerga con otra noche, las nubes ya no están de luto y el sol, que resulta ser maquillador, les ha pintado una raya naranja por encima. Las piernas no pueden más, pero eso decían también hace tres horas y ya no me las creo.

Llegamos los siete, pero no a la vez, unos llegan un poco antes y otros un poco después. La cima es un telón azul marino con tintes rojizos tatuado de siluetas de personas. Yo me separo del resto, salto por aquí, trepo por allá y consigo estar sólo al lado de un acantilado y dos japoneses con gafas de sol. Saco la cámara de fotos, planto el trípode encima de una roca negra que sobresale y me dedico a tratar de captar una infinitésima parte de la que tienen ahí liada Dios, Buda, Darwin o como quiera que se llame el que firma esto:

Las nubes son esponjas que absorben todos los colores al son de la pelota de luz que las perfora allí tan cerca a lo lejos. Uno no piensa en lo efímero de la vida, o en la inmensidad del espacio en comparación con uno mismo ni gaitas parecidas. Uno no piensa y ya. Todo es emborracharse hasta la médula a base de mirar luces y colores, hasta ponerse ciego, o deslumbrado más bien.

Cuando al de un rato largo empecé otra vez a darle a las neuronas, lo primero que salió fue que nunca creí que un amanecer durase tan poco. Que el sol no está y luego está, y que lo que pasa entre medias es una mentira que nunca me habían contado.

El caso es que no sabía muy bien si estaba asistiendo al funeral del sábado o al parto del domingo, pero yo estaba allí y me lo creí. Y lo que son las cosas, cada vez que lo cuento yo ahora me da por tocarme la nariz por si crece. Y es que aunque lo vi, por más que trato de describirlo, no me lo creo ni yo.

富士山

Probablemente de las mejores experiencias de mi vida… ná, quitemos el probablemente: de las mejores experiencias que he tenido el placer de sufrir.

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Ya contaré, ya, que esto hay que escribirlo en condiciones porque probablemente no vuelva a subir al Fuji nunca más en mi vida.

Ná, sin el probablemente, yo no vuelvo a hacer esto ni jarto natto.

1 million yen man

Viernes nes, jodé como pasa el tiempo, que yo el lunes me veía los lunares de la cara y hoy parezco un gremlin con estas barbacas, que estornudo y me doy latigazos, que tengo paluegos por fuera.

En fin, hoy tenía pensado contaros que me voy a subir el Fuji mañana con unos amigos, que hemos alquilao un coche y vamos como señores hasta allí, y que después nos pondremos a cocer al baño Mariko en un onsen hasta que las ampollas dejen de parecer berberechos. Pero es que acabo de leer una noticia digna digna del post regulero, así que aquí voy y la cuento para deleite de todos aquellos lectores que sólo buscan pasar un buen rato sin más pretensiones (jajaja, os juro que he puesto hasta cara de telediario escribiendo esto).

Bueno, total, que resulta que un señor va y Semete en Osaka en un restaurante de ramen, se zampa su ramenazo sorbiendo o sin sorber que yo no estaba allí y no lo sé, y cuando va a pagar coge y le planta encima de la mesa al maese ramenero un millón de yenes en billetes y le dice «Usa esto para que los niños coman ramen» y luego coge el tío y se va por donde ha venido o no.

El dueño del restaurante lo ve menos claro que el peluquero de Iniesta, y lo primero que hace es irse a la poli con el cuento. Parece ser que por ley si en tres meses no aparece el dueño, el que se ha encontrado algo se lo queda, aunque en este caso no es que se lo haya encontrado tal cual, pero bueno. De todas maneras, el dueño del restaurante le siguió el juego al señor y empezó a ofrecer ramen gratis a los niños sin esperar a la poli. Desde el dos de agosto, bien a gusto, está ofreciendo 1.540 bañeras de ramen que valdrían 650 yenes (echad cuentas), pero ahora de gratis a niños que estén en secundaria o más pabajo.

Como tontos no somos, se ha corrido el rumor y ahora hay cola de chavalería todos los días para zamparse el bañerón, y los mozos han empezado a dejar mensajes para dar las gracias al que llaman «1 million yen man». Hay notas del estilo de «gracias señor» junto a otras que pone «pa la próxima, dame el dinero a mi».

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Lo que se sabe es que es un tipo de unos 35 con gafas (juas! ahí lo llevas Grissom!) y que llamó al día siguiente para preguntar si estaba dando de comer a los niños o que.

¿No os parece una historia maravillosa?, primero porque a un tío que tiene un montón de pasta le da por dársela a un dueño de un restaurante de barrio con la condición de que les ofrezca de comer gratis a los chavales. Segundo porque el dueño lo primero que hace es ir a la policía con el dinero. Tercero porque aunque tiene que esperar tres meses para que sea suyo, decide hacerle caso y va y se pone a ofrecer ramen gratis. Cuarto porque el señor llama al restaurante para preguntar si lo está haciendo o no.

De película, ¿o no?
:ungusto:

Fuente: Mainichi Daily News
Regulero: Cagüen, el post por definición es regulero porque me limito a copiar una historia, pero es que es tan bonicaaaaaaa

:regulero:
(un poquico asín solo)

¡¡ Buen fin de semana !!
¡Fuji, espérate que voy con la ikufuji!
:gustico:
:gambi: