No sé ni la mitad de lo que quisiera saber de muchísimo, pero sé que hay muchas cosas que me esfuerzo en olvidar y no soy capaz.
Sé que soy la persona que conozco que más rápido escribe delante de un ordenador y que eso hace parecer que programo mejor que otros cuando en realidad lo que ocurre es que pruebo más código en el mismo tiempo.
Sé unas quince katas de Karate Shotokan aunque también sé que no hago perfecta ninguna por mucho que haya pasado noches ensayando delante del espejo, especialmente la Gankaku, que me entusiasma. No me sé ni la mitad de las técnicas que debería, las confundo, si aprobé los exámenes fue porque las practiqué hasta la saciedad la semana anterior, ahora esa parte de los de primer y segundo dan la suspendería.
Sé que al verte se me lustran las pupilas. No sabría no saberte cerca, se me ha olvidado.
Supe hacer integrales, logaritmos, senos y cosenos, ahora no tengo claro que pudiese terminar una división complicada. Saqué el título de ingeniería informática, por lo tanto soy ingeniero, pero no sé prácticamente nada de análisis matemático, estadística o física, eso sí, lo mismo te hago una aplicación para el iPad que un plugin para el WordPress o una tortilla de patatas a la vascoextremeña.
No sé prácticamente nada de videojuegos, ni de mangas o anime y cada vez que voy a Akihabara salgo espantado porque hay algo en ese lugar que me aterra aunque no sé muy bien que es. Sé hablar y defenderme en japonés aunque todavía me queda muchísimo por aprender, soy capaz de llevar a cabo dos versiones diferentes del estilo omosenke de la ceremonia del té y no se me olvida, sin ni siquiera proponérmelo, la coreografía de Yosakoi que me aprendí hace dos o tres años.
No me gusta que se use «japo» o «japa» aunque sé que muchas veces se hace sin ánimo de ofender.
Sé a que sabes aunque tú no sepas que lo sé.
Sé que soy capaz de reaccionar bien ante casi cualquier situación, gracias en parte a que estoy en buena forma, que no me pongo nervioso y actúo la mayoría de las veces con la cabeza fría, aún así siempre me pierdo cuando trato de salir de la estación de Ikebukuro y me paso muchos desvíos con la moto. Soy despistado hasta el absurdo a la hora de orientarme.
Entiendo, sé y asumo que no soy capaz de quedarme tranquilo ante personas que me sacan de quicio con su estupidez, soberbia o egoísmo. Suelo responder y después me arrepiento y lo paso mal.
Sé que tengo cierta soltura a la hora de escribir en castellano, lo que unido a la rapidez con la que escribo delante de un ordenador, me permite tener textos más o menos decentes en poco tiempo. Sin embargo, no tengo ni idea de gramática española, pongo la mayoría de los acentos mecánicamente sin pensar y sería prácticamente imposible que fuese capaz de darte la conjugación correcta de una forma verbal. Desistí de tratar de ganar yenes dando clases de español casi desde que llegué porque sería un horroroso profesor.
Sé que de morirme a tu lado, me moriría menos.
Sé que las fotos que saco no serían nada sin el retoque de después, que es donde realmente he sabido avanzar algo. No sé nada de cámaras, lentes, filtros ni nada por el estilo que no sean la D40, los dos objetivos y el Lightroom de casa. Ignoro hasta el tuétano a los que solo critican asumiendo el rol de fotógrafos expertos cuando sus fotos suelen no decir nada, pero respeto y admiro con pasión a los que no dejan de darme lecciones magistrales cada día con sus trabajos. Este principio lo aplico a las personas de cada contexto en el que estoy metido, sea dentro de un dojo, detrás de un trípode o en una sala llena de entrajetados de reunión.
Sé que desde el domingo me queda un año para las tres docenas de vida y que, con suerte, probablemente no me queden más de otras cuatro. No sé que va a pasar hasta entonces, ni las que de verdad me quedan, pero si sé que seguiré ganando el tiempo siendo feliz.
Sé que el domingo cumplí diez años más de los que siento que tengo cuando estoy contigo.