Mi maratón de Tokyo

El día anterior dejé todo preparado diez o doce veces: la camiseta del Athletic con el dorsal prendido con imperdibles, los calcetines con silicona por debajo para que no salgan ampollas, las mallas, la licra, los guantes… y vuelta a empezar: el dorsal, la camiseta… Si había de fallar algo, que no fuese por falta de preparación.

El domingo tenía que estar en Shinjuku alrededor de las siete de la mañana y era imprescindible un desayuno titánico, así que poner la alarma por lo menos a las cinco parecía ser algo más que una buena idea.

Cuando me desperté eran cerca de las seis y media. Resulta que había cambiado la hora de la alarma «de entre semana» de la oficina, y estábamos en domingo. Empecé el día corriendo, literalmente: mientras se cocía la pasta, pasaba por la ducha y me ponía ya el uniforme de faena. Comí de pies quemándome por no poder esperar a que se enfriasen aquellos macarrones y cuando me quise dar cuenta ya iba camino de Shinjuku con las Nike que estrené dos meses antes y la camiseta de Etxeberría que me trajeron Arantzazu, Alex y Nahia.

La idea de correr la maratón por fin aquella mañana no me puso nervioso en absoluto. Uno se pone nervioso cuando tiene que salir a hablar delante de gente o cuando te toca pegarte con alguien que no conoces en un combate de Karate, ahí si merece la pena tener nervios porque debes responder ante otros. Aquella mañana yo no estaba nervioso, estaba tremendamente ilusionado, emocionado como nunca; con ganas de empezar a poner un pie delante del otro ya de una vez porque la cosa iba conmigo mismo: si abandonaba sería cosa mía, si llegaba al final también… era yo peleando contra mi, así que todo quedaba conmigo.

En la maratón de Tokyo te dan una bolsa bastante grande donde puedes meter todo lo que necesites, y ellos se encargan de llevártela a la meta. Yo llevaba esa bolsa con orgullo mientras iba camino de la estación, como queriendo fardar de lo que me proponía hacer, como un niño que aprende a andar en bici: quería que todos mis vecinos lo supiesen. Estaba de verdad ilusionado, como hacía tiempo.

Ya en el tren pude distinguir a muchos que como yo llevaban el chip puesto en una de las zapatillas. Gracias a él, la organización sabe que has hecho todo el recorrido como debes hacerlo: sin atajos de por medio, y también cualquiera podría saber por donde ibas a través de la web oficial. Cruzamos muchas miradas sin llegar a sonreírnos abiertamente porque las caras eran de seriedad, de concentración. «Ganbatte kudasai» me dijeron más de una vez, «ganbatte kudasai» respondía yo con el corazón a pleno pulmón.

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A pesar del intento frustrado de madrugón, llegué con bastante tiempo y empecé a calentar junto a cientos, miles de locos que me rodeaban a las siete y algo de la mañana entre ráfagas de viento helado. Menuda lección de contraste era sentir el frío de fuera y el calor de dentro.

Me resistí casi hasta el límite de la hora para entregar la bolsa-mochila porque no quería dejar la chaqueta… me costó decidir si salía a correr con ella o no y si descartaba la riñonera repleta de gelatinas energéticas. Al final hice lo que ya sabía: metí la chaqueta en la bolsa, cargué con la riñonera que oculté debajo de la camiseta del Athletic, me puse los guantes y entregué el equipaje. Ya no había vuelta atrás, mis cosas estaban ahí y no podría recuperarlas hasta Odaiba.

Y estaba en Shinjuku.

Me morí de frío siete veces y resucité ocho. Estiré, calenté corriendo ligeramente por la zona, y finalmente me dirigí al bloque J que me asignaron. Salíamos los últimos aunque daba igual, como también daría igual llegar en este lugar. Esto va de uno consigo mismo, insisto, te ganas a tí mismo. Pierdes contigo mismo.

Fuimos apilándonos según nos iban indicando por megafonía. A un lado tenía a un señor que poco debía faltar para que me doblase la edad, a la derecha uno más joven, un poco más atrás un grupo de extranjeros también de distintas edades. En el cielo dos helicópteros, enfrente un semáforo que cambió, sin sentido, millones de veces de colores a pesar de que esa mañana el asfalto seguía perteneciendo a goma, si, pero de las suelas de nuestras zapatillas. Zapatillas encima de las cuales había ilusiones, sueños, escalofríos intermitentes en los huesos, miedo diluido en la médula, chispas entre los dedos de los pies. Miles de almas contenidas gritando querer salir ya. De una maldita vez, carajo, de una maldita vez, ¡que no aguantamos más!.

Se oyen fuegos artificiales a lo lejos aunque el rascacielos más grande de Tokyo sólo nos deja imaginarlos, dicen que soltaron globos pero tampoco los vimos. El grupo A ya debía estar corriendo, a nosotros nos quedaban diez minutos más aunque ya empezamos a tomar posiciones andando hacía la salida. En un balcón cercano un señor con un niño grita «ganbatteeeee» y el silencio solemne que nos unía se convierte en un grito ensordecedor. Estábamos dormidos y nos acaban de despertar. Gritamos con todas nuestras fuerzas, aplaudimos, reímos y si no volamos es porque sería trampa.

Nunca olvidaré ese momento en mi vida.

Llegamos por fin a la línea de salida, la gente descarta las últimas prendas en el espacio designado para ello: chubasqueros, jerseys… botellas vacías de bebidas isotónicas y cáscaras de plátanos se acumulan en las esquinas. Me llena el depósito que salgo ya, póngame de los de pintitas negras, que esos son los mejores.

Salgo ya. Madre mía, esto es real… está pasando

Continuará…


30 comentarios en “Mi maratón de Tokyo

  1. Como sabes contarlo ( :gustico: ), se me pone la piel de gallina de pensar lo que se debe sentir uno en esos momentos.

    Con ansias espero la continuación. :ikugracias:

  2. Me ha gustado muchísimo esta entrada. Creo que has sido capaz de describir perfectamente los sentimientos de antes de una carrera. Los nervios por la salida, el orgullo, la lucha contra uno mismo… Cada uno a su nivel, pero los sentimientos, los mismos…

    :gustico: :gustico: :gustico:

  3. Vaya nervios y emoción se perciben en tu relato, quedarte dormido!! , espero la segunda parte, como a la continuación de la segunda temporada de Juego de Tronos, vamos que me estoy quedando sin uñas…,

  4. «En un balcón cercano un señor con un niño grita “ganbatteeeee” y el silencio solemne que nos unía se convierte en un grito ensordecedor. Estábamos dormidos y nos acaban de despertar. Gritamos con todas nuestras fuerzas, aplaudimos, reímos y si no volamos es porque sería trampa.

    Nunca olvidaré ese momento en mi vida.»

    Aún tengo la piel de pollo, señor Tosca.

    Lido post y :ungusto: leerlo. Espero con ansia la segunda parte.

  5. Te entiendo perfectamente y comparto tus emociones dificiles de entender quien no ha corrido una maraton, te has demostrado a ti mismo que has podido porque te lo has propuesto.Tienes mucho mérito. Enhorabuena otra vez. Las vivencias y las sensaciones son mucho mejores despues, estoy segura que no sera la ultima y si lo fuera prueba con las medias que tambien dan mucha satisfacion :ungusto: :ungusto:

  6. Un deporte de mucho sacrificio. No hay tanta gente que sea capaz de esto. Cuando vi de cerca una ultramaratón (creo que de 125km o así) me dejo fascinado, la gente que corréis estáis hechos de otra pasta.

  7. Por experiencias como estas, y por tu forma de ir desgranando detalle a detalle algo tan insignificante que lo haces tan grande e inmensamente sentido, es por lo que te ganas a la gente que te seguimos día a día, y como siempre te digo un :ungusto: enorme leerte, primo!!
    Enhorabuena!! ;)

    1. Un poco tarde el comentario pero me parece increible lo del chip en las Zapatillas o Zapatos deportivos como le dicen en algunas partes del mundo. Cosa que en estos lados del tercer mundo donde habito no había visto en mi vida. Genial la maratón! :comillo:

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