Mucho ha pasado desde aquella semana en que se lío pardísima en mi empresa anterior, no me había vuelto a acordar hasta hace un rato que revisando fotos para el ikulibro me he encontrado con las de la tarjeta de visita que dejó uno de los policías en mi mesa.
Que iba a haber lío se veía venir desde que llegó el irlandés, un tipo lleno de complejos acentuados por su propio ego que trataba de ocultar con palabrería vacía. Incomprensiblemente, me lo hicieron jefe del departamento de diseño, lo que tampoco era decir mucho en una empresa tan pequeña. El tío era un borde, con todo el mundo, no era capaz de tener una palabra amable con nadie, su manera de conversar era hablando más alto que el otro en vez de dejar que acabase y no digo yo que no tuviese talento para el diseño, pero yo la verdad es que no se lo acabé de ver.
Por aquél entonces yo cometí uno de los errores más gordos desde que llegué aquí, y es que me eché novia dentro de la empresa. Ella hablaba inglés veinte veces mejor que yo, tenía muchísimo genio y aunque a veces era algo bonito trabajar juntos, lo cierto es que acabamos por no saber distinguir los compañeros de trabajo de dentro de la pareja de novios que éramos fuera. Total, que tampoco viene al caso, porque el caso es la que se lió. Ella fue la primera, mi novia, la primera que se cansó de aguantar a un tarado que parecía estar enfadado siempre y le contestó, le contestó muy mal, le montó un circo que no digo yo que estuviese justificado siendo él su jefe, pero que tenía que acabar montándose de alguna manera. Y la echaron, directamente, sin darle tiempo a disculparse, al día siguiente le dijeron que no volviese.
Ella las pasó putas, esto lo sé yo mejor que nadie porque me tocó muy de cerca, pero bueno, en la empresa pronto le encontraron sustituta, una chica recién salida de la universidad que parecía no enterarse de la misa a la media y que ponía todo su empeño en sacar las cosas adelante.
El otro estaba más calmado, como si el sacrificio de la anterior hubiese aplacado su ira al estilo de los Dioses… poco duró el asunto, día si día no le acabó por hacer la vida imposible a la otra pobre que más de una vez salió a la calle con la lágrima asomando. Así hasta que la vimos un día sacando fotos de la oficina: a su ordenador, al del jefe, a los papeles del presidente… hasta que alguien le preguntó qué andaba haciendo y entonces ella se fue para no volver, así tal cual.
Los que si que volvieron fueron tres sindicalistas que parecían más yakuzas que otra cosa. Entraron en la oficina por las malas exigiendo hablar con el presidente, le llevaron unos papeles por los que decían a gritos que debían darle una indemnización a la chica por maltrato en el trabajo, que hasta que no los firmase de allí no se iban. Y no se iban, no… se dedicaron a pasar por las mesas de cada uno de nosotros en plan provocando, sin llegar a tocarnos ni tocar nada, pero riéndose y hablando entre ellos con un tono despectivo que acojonaba. Yo pensaba que como me tocasen, soltaba una hostia y salía corriendo, por mucha razón que creo que tuviese la chiquita… la cosa estaba muy tensa.
Hasta que llegó el presidente y la tuvieron gorda, gordísima que casi se pegan. A grito limpio en japonés se llamaron de todo, se empujaron, llegaron a las manos y a los pies, pero de allí no se iban. Entonces llamaron a la policía, y llegaron cuatro, dos detectives con traje y dos policías de uniforme y se dedicaron a hacer preguntas a todo Cristo mientras echaban a los semimafiosos. Sacaron fotos de todo y de todos, nos interrogaron uno por uno y a mi me tocó contar en japonés todo lo que supiese sobre la situación, lo cierto es que me explicotee como pude, que seguramente fue poco y mal. A partir del día siguiente por miedo a que volviesen, la puerta de la empresa estaba cerrada y sólo los que teníamos llave podíamos entrar.
Al de unos días llegó una citación judicial y por lo que sé, la empresa tuvo que pagar finalmente indemnización por la forma en que hicieron las cosas con esta pobre mujer, que demostró tener unos huevos como Daibutsus. Yo tuve movida gorda porque comentando la jugada por el messenger con otra compañera de trabajo, resulta que estaban monitorizando todas las conversaciones y el susodicho irlandés llegó a leer poco más o menos que le llamé hijo de la gran puta, merecidamente por cierto. El presidente me «sugirió» que le pidiese perdón, pero yo no lo hice nunca porque me tomé que me espiasen como una ofensa personal. Al de un mes dejé la empresa, al de tres meses cerraron y entonces yo seguí trabajando en el proyecto desde casa, el resto más o menos ya lo sabéis. Ahora estoy felizmente empleado en otro sitio que parece normal, hasta el momento, tocaremos tofu por si acaso.
Hay que ver. Ya es la segunda oficina en la que estoy que pasan movidas gordas, una en Bilbao y otra en Tokyo. ¿Seré yo? madre mía… de momento el messenger no me lo he instalao, no vaya a ser que nos soltemos…