Hace mucho, pero mucho tiempo que el infame albaceteño publicó una serie de entradas tituladas «La gente de Chiqui» en su manchego e internetil diario de a bordo. Me gustó mucho la idea, no sólo porque saliese yo, que también, sino porque me pareció una simpática forma de homenajear de alguna manera a los que nos rodean en esto de seguir dándole cuerda a la vida hasta donde llegue mientras se nos va enredando con unas u otras personas.
Tanto me gustó, que se la copio sin su permiso y que mejor que inaugurar esta nueva ikugaita dedicándosela a él. Vamos allá:
La gente de Tosca
– El Chiqui –
Como el volumen de su cráneo indica, es natural de Albacete y aunque no lo parezca, este hombre tiene un nombre más o menos normal: Fernando Picazo, pero la mayoría le conocerá por el Chiqui o el Ferpisan. Si le buscáis en twitter o en instagram, hacerlo por este último mote y ahí os saldrán fotos con veintisiete tags que harán que tengas que desgastar la yema del dedo haciendo scroll dos kilómetros hasta dejarlos atrás. No se lo tenemos demasiado en cuenta porque en realidad es nuevo en esto de la informática y mantiene la ilusión de que valen para algo, es tan bonico… hasta tiene cuenta en hotmail y todo… bueno con deciros que tiene un dibujo de él en pelotas como avatar del blog…
Y es que el Chiqui no se sabe muy bien en que trabaja aunque dice que es científico y alardea de que cuando ve The Big Bang Theory, entiende las citas de Sheldon y se descojona. Yo diría que si yo soy un rascateclas, el sería un abrebichos… no me cambiaría por él porque yo no sería capaz de hacer lo que cuenta, aunque estoy convencido de que su trabajo es infinitamente más importante y relevante que la comedia que hago yo. Fíjate: científico, ahí donde le ves, con la de cervezas que se casca cuando no miras…
Mi historia con el Picazo se remonta al año 2008 cuando el simpático y torpe parásito cazador de elefantes vino a vernos a Tokyo. Si estabas registrado en la embajada, tenías invitación con la que podías llevar a un acompañante. Yo cuando aquello tenía algún que otro lío de faldas, pero ninguno a destacar tanto como para llevármela a ver a JC, así que planeé ir sólo. El Chiqui se enteró, supongo que por el blog, y me mandó un mensaje preguntándome si no me importaría que viniese conmigo, que él no tenía invitación. Yo no le conocía de absolutamente nada, pero tampoco me pareció mal así que accedí y allí que se vino con Nerea y Guillermo, a los que también conocí aquella misma noche. ¿Cómo iba yo a saber que aquel fenómeno encorbatado me iba a meter en tantas liadas?. Lo cierto es que después de aquello coincidimos algunas veces, pero tampoco demasiadas porque se volvió a la bella provincia manchega donde tan famosos son los… son las… a la bella provincia manchega que es Albacete.
Notamos en Tokyo una perturbación en la fuerza cuando volvió algo así como un año después. Y volvió para revolucionarnos a todos: como el Zordor, no hay mail en el que él no esté, aunque a excepción de éste, él si que luego se presenta en las liadas. Entre otros saraos, se le conoce como co-organizador del hanamón, la genial ocurrencia de irse de hanami con un jamón pagado a escote y veinte barras de pan que zamparse debajo de los cerezos, cocinero oficial de las clases de cocina para japoneses que cumplieron su primer aniversario hace poco, el ya histórico viaje organizado al milímetro para que un grupo de Albaceteños viniesen a conocer Japón y la más reciente: la noche de monólogos en castellano en Tokyo donde se las ingenió para traer a Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla que actuaron para todos nosotros.
A mi me suele liar mucho, y yo encantado, claro: por ejemplo, soy el traductor de sus clases de cocina donde trato de contar en mi japonés de Zalla las instrucciones que nos hemos preparado más o menos a pachas aunque el muy perrete suele improvisar soltando adrede palabras que resulta imposible traducir allí mismo: «antiguamente en las aldeas de España se amasaba el pan y se cocinaba en hornos de leña que eran compartidos por…» me soltó una vez ahí mientras yo trataba de salvar la situación delante de veintipico japoneses, ¡será cabrón!.
También se vino, junto con Guille, a correr hora y pico conmigo a la maratón de Tokyo que troté en febrero… ahí si que le echaron huevos los dos porque yo me llevaba preparando cuatro o cinco meses, pero ellos se vinieron prácticamente de resaca y ahí que mantuvieron el tipo durante un buen ratazo!.
Ahora que la liada más parda en la que me ha metido es la de la noche de monólogos. Yo estaba de segundón porque la primera persona en la que pensó fue el galleguer que, afortunadamente, no aceptó. Digo afortunadamente, porque aunque en ese momento me intimidó mucho el asunto y me arrepentí bastante de haber aceptado durante las semanas siguientes, ha sido una de las mejores experiencias desde que llegué aquí y ojalá se pueda repetir de alguna manera.
Y bueno, ¿qué más contar de Fernando?. Al margen de saraos y eventos varios, es un tío con el que se puede hablar de prácticamente cualquier tema, que puedes contar con él para hacer de todo: desde subir paredes en rocódromos perdidos de Ikebukuro hasta ir de excursión en moto a ver despegar aviones en Haneda y que nunca perderá ese humor que le caracteriza aunque le hagan comer natto, eso si, que no tiemble la tierra ni un poco así porque ya estará desayunando en Barajas.
¡Ah! y es testigo de mi boda. Inmediatamente pensé en tres personas cuando me enteré que hacían falta testigos, uno no pudo venir porque estaba de vacaciones en España, pero los otros dos no podían haber sido otras personas, de alguna manera sentía que, sin ninguna duda, debían ser ellos.
El Chiqui no defraudó y cumplió con creces porque le tocó escribir su nombre en katakana, y Picazo se escribe así:
ピカゾ
Pero él se lió y en vez de la «ZO», escribió un «TSU» que en katakana se parecen bastante… vamos, que somos la única pareja del mundo a la que nos ha avalado como testigo de enlace matrimonial el señor PIKATSU:
ピカツ
Él decía de pedir otro papel y corregirlo… no le habría dejado ni por ciento cincuenta millones de yenes, no pararé de contar esta historia mientras viva.
En definitiva: uno de los mejores amigos que uno puede tener, un tipo al que tampoco cojo el teléfono, como prácticamente a casi nadie, pero la cosa es distinta con él porque después de ver la llamada perdida, respiro profundamente tres o cuatro veces y le mando un mensaje preguntado por el motivo de su llamada, con miedo pero con emoción… porque seguramente me venía a contar la siguiente que se le ha ocurrido preparar…