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杖道 – El arte del palo

Artes marciales hay muchísimas, esto es así. Tenemos las más conocidas como Kendo, Capoeira, Aikido, Karate, Judo… y luego hay un montonazo más que se saben los que las practican y poco más. No tengo ni idea de cual es mejor, supongo que lo perfecto sería tener el tiempo suficiente como para profundizar medianamente en cada una de ellas y que así se complementen en uno mismo.

Por ejemplo: Judo se basa en agarrar, derribar e inmovilizar al contrincante aprovechando, a poder ser, su propia fuerza. Vamos, que si me empuja, yo no empujo, sino que tiro y así añado mi fuerza a su fuerza en mi beneficio. En Karate, simplificando mucho, nos dedicamos a pegar puñetazos y patadas y a aprender cómo parar. Sería perfecto que un Judoka aprendiese a parar o a soltar una patada bien dada por si eso del agarre se complica, y por otra parte yo rezaría para que el Judoka no me enganchase porque a partir de ahí no sabría que hacer.

He hablado con Patrick, mi compañero de trabajo que es segundo dan de Judo aquí en Japón, y siempre hemos llegado a esta misma conclusión. Es decir, nos sacan a cada uno de esos límites imaginarios de «esto se hace, pero esto no se puede hacer» y nos sentimos perdidos. Y en la vida real está claro que no existen esos límites.
Como hay entendederas reviradas, explicaré que esto no significa que las artes marciales no valen para nada en la calle. Si yo tengo una bronca, no es que no supiera como actuar, sino que mi cuerpo está acostumbrado a dar hostias de una determinada manera que se supone óptima y doy fé de que luego esto sale sólo sin pensar, porque en una pelea no hay tiempo para eso. A parte de la preparación física que supone: fondo, reflejos, etc. Lo que no quita para que me lleve la del pulpo, pero seguro que haría mucho mejor papel que si no hiciese nada.

Partiendo de esta Toscareflexión que seguro que no saldrá en ningún libro, a mi siempre me ha llamado la atención ver a algunos policías con palos en vez de porras. Son varas que miden de un metro a metro y medio y que provienen de un arte marcial llamado «Joudou» cuyo origen está en saber manejar el palo que utilizaban los caminantes para defensa y ataque. Por supuesto, los polis también llevan pistola por si te viene un malo con una, pero creo que sabiendo utilizarlo, un palo de esas características debería ser un arma muy práctica para reducir a alguien, desdeluego mucho más que una porra.

No todos lo llevan, y no se de qué depende que así sea… ¿les dejarán elegir?

También tienen un accesorio en la bici para poder llevarlo

De buenas a primeras, ver a un policía apoyado en un palo así de largo como que ya acojona. Y es curioso porque una pistola es mucho más peligrosa, pero me imagino que estamos todos demasiado acostumbrados a verlas…

Kawagoe

Es bastante curioso cuando encuentro un sitio nuevo al que ir que esté cerca de Tokyo y pregunto a algún amigo japonés si ha estado y la mayoría me contestan que no. Y si lo pienso un poco, es lo mismo que me pasa a mi… mira que la catedral de Burgos tiene que ser grande, pues ni idea porque no he estado. Y bien cerquita está de Zalla.

Pues lo mismo con Kawagoe, a mis amigos les suena porque hay una serie de la tele que ha sido rodada allí pero poco más. Yo lo encontré de casualidad por ahí por internet, y me lo apunté. Este domingo allí me planté a pesar de la lluvia y aunque llegué un poco tarde y no había ningún templo abierto, creo que entendí bien de qué pueden estar orgullosos los Kawagoenses. Pongamos que tiene un barrio en el que se conservan casas típicas de la época Edo que se han reconvertido en tiendas y restaurantes donde uno puede sentir cómo era darse un paseo por el Tokyo de entonces… aunque hay que saber abstraerse porque por el medio de la calle principal no dejan de pasar coches.

Me recordó mucho al barrio de Gion de Kyoto, primero por el parecido de las casas, y segundo por esto mismo de los coches por el medio.






También hay una calle famosa por que venden dulces y golosinas de hace un montón de años entre los que destaca una historia llamada Fugashi que es como una barra de pan pero que no pesa nada y que es como hojaldre, ahí crujiente. Dentro fotos de la calle y del dulce!





Aunque el símbolo elegido, lo que sale en todos los panfletos y postales, es la torre cuya misión era avisar cuando hubiese incendios, aunque ahora no tiene otra que dar la hora, estilo campanario del pueblo:


Yo me quedo con los señores de los palanquines que van derrochando simpatía y zancadas a partes iguales consiguiendo el ambiente especial que se respira en el lugar. No me imagino el sitio sin estar ellos por allí dando voces, me encantan!





Por cierto, parece que no me crucé con Guille y Nere de milagro porque me acabo de fijar que a ellos les llamó la atención la tienda de la foto!

Se va muy muy facilito, apuntad: nos vamos hasta Ikebukuro en la Yamanote de toda la vida, y ahí buscamos la línea Tobu Tojo que te deja en Kawagoe en media horita larga. Eso si, fijaos que el tren sea express, porque el otro para en un tamago de paradas (yo y mis cabezadas contra el cristal damos fé). El barrio de las casas está un pelín lejos, pero hacedme caso, atended: buscad dentro de la estación porque hay un stand de información para los turistas que te hablan en inglés, te dan un mapa y te hacen el recorrido y te dicen donde coger el autobús que te deja en el mismo meollo del asunto. Luego lo suyo es volver andando por una calle de tienduquis arruinasalarios.

Metida en el mapa!!


La mejor foto de Mayo

Mi tercer tsuyu en Japón.

Me toca vivir por tercera vez la época en que las nubes deciden adelgazar todas juntas y todas a la vez desde allá arriba mientras aquí abajo nos dedicamos a coleccionar paragüas transparentes de 300 yenes de los combinis y nos acostumbramos a que el bajo del pantalón tenga un tono oscuro y los calcetines suenen al andar.

Allí donde la bici tiene tornillos aparece óxido que la afea añadiéndole, de golpe y tormenta, el aspecto de ser mucho más vieja de lo que en realidad era hace una semana.

Las tiendas sacan sus inventos para que envolvamos los paragüas y que así no tengan que fregar el suelo muchas más de veinte veces al día, los guardias se ponen unas bolsas ridiculas de plástico en las gorras que les restan autoridad y los empleados de las peluquerías sonríen el doble a las señoras que se atreven a entrar desafiando todo lo que tenga que ver con isobaras.

Y esta es la tercera vez que yo me niego a quedarme en casa por muy feo que me lo pinten los telediarios con tanto rayo y tanta nube de photoshop encima del mapa.

Si este domingo no hubiese salido, no habría visto a este chico que bajo la tormenta estaba dibujando el jardín del templo que tenía enfrente.

¿Y perderme momentos como este?… eso si que no.