Orejas de Gyoza

Patrick es un compañero de curro que me cae bien. Últimamente esto no pasa mucho, la verdad es que me he vuelto un pejiguero y al menor detalle que no me gusta, ya le pongo el checkbox ahí activao y muchos puntos tiene que ganar esa persona para que lo quite.

Supongo que será la edad, que uno no está para aguantar payasadas, o se aguantan menos que antes…

En fin, a lo que iba, pues este Patrick, que es americano, es un tío muy majo que se va del país y me va a dar una pena del copón. El tío lleva haciendo Judo más o menos lo mismo que yo Karate, y siempre andamos ahí vacilándonos en plan que si te puedo, que si me puedes. Yo le he visto levantar a Akira y tirarlo al suelo, así que respeto le tengo, pero si que es verdad que ya tengo mi estrategia si se diese el caso: patada bien dada seguida de echar a correr bien lejos pa que no me enganche!

Estaba zampando yo gyoza un día y vino el tío y me dijo más o menos:

– ¿sabes lo que son las orejas de gyoza?
– pos no, pero en mi país decimos que un tío lleva los huevos en carretilla cuando es muy vago
– estos spanish people sois más raros
– mira quien talking, don’t te jode
– bueno, pues en judo cuando estamos ahí enganchados en el suelo muchas veces se aprietan mucho las orejas y cuando intentas sacar la cabeza y salirte del agarre, te la descojonas entera y luego se hinchan
– ostias, eso lo he visto yo en las olimpiadas y a alguno en el tren también, no sabía que era de judo! pero tu las tienes normales
– si, porque tengo cuidado, una vez ya se me puso una así y me daba hasta vergüenza salir de casa
– jaja, no me extraña
– pues los japoneses le llaman a eso «gyouza mimi», orejas de gyoza porque se parecen
– jajajaja, jodé que si!!!
– nosotros lo llamamos «cauliflower ears» orejas de coliflor
– pues a mi se me parece más a un gyoza, jajaja
– jejeje, yo también me partí cuando me lo dijeron

Esperarse, que primero vamos a ver lo que son las gyouzas estas, que fijo que ya lo sabéis, pero habrá algún pataliebre despistao que no me atiende:

Son empanadillas chinas que están más buenas que ni sé. Mi jefe decía: «no conozco extranjero al que no les guste». Y yo pensaba «jaja, si, al franchute»

Por dentro tienen carne picada y verdurilla, es como un rollo de primavera pero pequeñito y más bueno

Vale, ya estamos familiarizados con el alimento propiamente dicho. Pasemos, pues, a las fotos de rascayús con las orejas pa Tudela y ya me diréis si se parecen o no se parecen:





Así que si hace un japonés los años le podéis contar que en Spain se les tira de las orejas, y decirle aquello de: «te voy a poner la oreja como un gyoza de los gordos!!!».

Hay que ver que cosas os enseña el tío Tosca, ¿eh?, ¡hay que ver!

Mira tu, que además es la cena que me acabo de zampar junto con unos moco nocos, que esto ya os lo contará la madre de Peneke cuando sea menester…

¿Os apetece andar?

¡Pues vámonos, que hay algunos sitios a los que hay que ir sí o sí!

En el Meji Jingu siempre hay bodas el fin de semana, anda que como no haya hoy…

Pues si que hay! y encima se casa un gaijin bárbaro blanco!! bien bien, soy un tipo suertudo!


Es menester que vayamos ahora a los jardines Hamarikyu donde seguro que hay un montón de cerezos en flor y se quedan chatos….


Pues cerezos ni uno, menos mal que no he dicho nada! ahora que tampoco creo que les importe mucho…





Seguro que en Asakusa, al otro lado del río hay un montón de gente ahí hanaminándose hasta las trancas sin importar mucho que haya flores o no…



Y con todas las tienduquis que hay yendo al Sensoji, ya tenemos la tarde hecha!










Vale vale, hemos quedado bien… pero no te ikuconfíes que mañana es sábado, les tienes otra vez aquí y no vale defraudar!! a ver a ver… Kamakura no puede faltar… un izakaya… vale! yo creo que lo tengo!

La mejor foto de Marzo

Esto no va a durar siempre y eso lo sé desde aquel 25 de febrero del 2007 en el que recorrí el camino del aeropuerto a la oficina con mis maletas, mis sueños y mis miedos.

Y teniendo esto siempre presente, me he propuesto vivir batallando contra la pereza y la rutina, tratando por todos los medios de no dejarme llevar sino de hacer lo que yo he querido cuando yo he querido.

Quizás por estar solo, he ido descubriendo un poco más de mi mismo con cada nuevo día, sabiendo que es inevitable llorar y que es mejor hacerlo cuando merece la pena. Por supuesto, también he reido, mucho y con otras personas, que son las mejores risas de todas.

He conocido gentes que me han hechizado, y otras tan ruines que dolía estar al lado de ellas. Y he sabido escoger con quien compartir mi tiempo, este que se pasa tan rápido que a veces no parece real.

Han excavado en mi dignidad por ser extranjero. He pasado enfermedades, dolores, agujetas, resacas. He fumado y me he emborrachado hasta pasarme de la raya. También he hecho más ejercicio del que nunca pensé que podría y aprendido que cuerpo y mente están mucho más unidos de lo que parece.

He querido y me han querido, muchas veces a destiempo. Por momentos me he sentido la persona más sola de la tierra y a ratos la más feliz.

He echado de menos mi vida anterior con rabia. Y ya estoy echando de menos mi vida actual.

He vivido. Estoy viviendo.

Y algún día vendré aquí porque estos tiempos serán ya viejos y me gustará recordarlos. Y sé que viendo las fotos con las que trataba de resumir cada uno de los meses que viví en Japón, vendrán millones de sentimientos a mi corazón y otros tantos recuerdos a mi mente con infinita nostalgia.

Y lloraré, porque, sin duda, esas lágrimas merecerán la pena.


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La Tokyo Tower iluminada rara


El señor que le da al botón de encender la Tokyo Tower ha liao alguna y últimamente está iluminada raruna raruna, que parece más un árbol de Navidad que la torre que hicieron pa dar por saco a los cylons gabachos:



Yo me quedo con la iluminación de siempre, que se ve todo el cuerpo de la torre y además con los colores del Athletic (EUP!):



Eso si, la nabomascota no la han cambiado, cosa de la que me congratulo con alboroto sin par y algarabía sin igual:

Y el bicho sigue con una tirita en la punta… y yo sigo sin preguntar….

Lunes 30 de marzo de 2009

Noto frío y palpo a tientas alrededor del futón en busca del mando de la calefacción. Logro encenderlo y el ruido monótono de la máquina se añade al sueño en el que le estoy hablando a mi madre. Ambos mundos unidos por el susurro de aire caliente que me ayuda a seguir en mi mundo inventado unas horas más.

Alguien habla en la habitación de al lado, son chicas que ríen sin importarles que sean las cinco de la mañana. Pienso que quizás han llegado hoy mismo y que el jetlag está haciendo de las suyas. Creo que hablan en francés, aunque no lo tengo muy claro porque trato de hacer que no lo oigo.


Yo lo que quiero es seguir durmiendo, y lo consigo. Mi madre ya se ha ido, y ya no sueño nada más, o no me acuerdo. Alguien tose y yo me asusto incorporándome casi al instante sin saber muy bien qué está pasando. Me miro al espejo y veo una mancha oscura que ocupa media camiseta. Es sudor. Se me olvidó apagar el aire acondicionado que ha seguido susurrándome su constante aliento templado hasta empañarme.

Trato de encontrar la manera de encender la luz y finalmente tiro de la cuerda que cuelga de la lámpara. La habitación se ilumina, es la tercera por la que he pasado esta semana y todavía no me la sé del todo. Creo que me gustaba más la primera, porque ésta está impregnada de olor a tabaco.

Escucho atentamente y cuando no oigo ruidos en el pasillo, salgo en pijama en busca de las duchas compartidas del primer piso. No es que me importe demasiado que me vean, pero mi peinado matutino y mis ojeras es algo muy personal que no se puede compartir así como así con cualquiera.


Cuando estoy debajo del agua es como si no pasase el tiempo. Me gusta estar ahí quieto sin hacer nada, sólo notando el agua calentando cada centímetro de mi piel mientras tengo los ojos cerrados. Y me gusta lo espacioso del lugar, así que multiplico los cinco minutos iniciales planeados por dos o tres.

Vuelvo a mi habitación y tampoco me cruzo con nadie, la siguiente vez que camine por estos pasillos será ya vestido con la ropa con la que saldré a la calle, así que hoy también he tenido suerte.

Hago el equipaje, lo poco que queda, y bajo las escaleras. Dos chicas, quizás francesas con jetlag, están poniéndose los zapatos en la entrada así que me toca esperar. Los dueños del local vienen. Son dos ancianos que siempre sonríen y hacen reverencias y dicen cosas que no entiendo. Pienso en que les abrazaría, pero en lugar de eso les devuelvo la llave de la habitación y les sonrío lo más sinceramente que puedo. Cuando ella usa lenguaje formal para pedirme perdón por haberme cambiado de habitación tres veces, las ganas de abrazarla son casi incontenibles. Sobretodo sabiendo que ellos mismos se han encargado de mover todas mis cosas y que yo sólo recibía la llave del nuevo lugar donde iba a dormir.


Les explico que el candado de la bici que me dejaron está en la bici y que la bici está en la oficina, así que hoy a mediodía volveré y se lo devolveré. Sonríen aunque creo que no me han entendido. Y entonces nos hacemos muchas reverencias. Con cada una de ellas me voy acercando más a la puerta y cuando mi maleta se choca, entonces es cuando me giro y me voy dándoles las gracias por última vez.

El equipaje pesa, el viento helado echa por tierra en dos segundos la ducha templada de quince minutos y el sol trata, en vano, de hacer algo al respecto.


Me uno a la marea de gente y todos juntos vamos a la oficina mientras yo ya voy echando de menos a la señora del Ryokan.

Volveré allí este viernes, cuando mis amigos vuelvan de Kyoto y pienso en que si no hubiesen venido, no habría conocido a estos dos ancianos que hacen que uno sienta que duerme en casa de sus abuelos en vez de en un hotel. Y que cargar con maletas dos días no es nada comparado con ser testigo de las caras de sorpresa que me regalan mis huéspedes allá donde vamos.


Son las nueve de la mañana y hace tiempo que ya empezó un nuevo día en Tokyo.

Nara 2.0

A Nara me llevó el tío Fla un domingo piringo, y aunque sólo estuve un día, tengo que decir que es el sitio que más me ha encantado de todos los que he estado en Japón, hasta más que Inari y todo.


Yo creo que ya tengo el culo pelao de templos y rascacielos, así que aunque me siguen gustando, es como si ya me hubiese acostumbrado. Es algo así como las catedrales, que si que te impresionan, pero ya no tanto como cuando ves una por primera vez. Ahora que lo pienso, pocas catedrales he visto yo… panaderías si, ¿pero catedrales?, jodé…

Tacha el post!


Que noooo, venga, sigo con este que me da perezaca volver a empezar. Bueno pues eso, que el ver ciervillos por la calle, todo lleno de bambis ahí por cualquier lado campando a sus anchas, me pareció algo genial:





Tenían montao negocio: maeses galleteros te venden galletacas para que les des a los bichos, que no es que se te acerquen para preguntar la hora no, allí hay interés que te quiero Andrés. Y si tienes una en la mano y no se las das, ojo que te amochan!!!, que como diría mi amigo Akira: con la comida pocas bromas!! (también dice que las verduras te las comes tu, pero eso es otro tema).




Aunque la mascota que se han buscao para el lugar da más repelús que el bigote de Mauricio Colmenero. Mirad mirad que budostiable es:


Después de un paseillo en el que yo buscaba a Pedro el de Heidi, que yo sé que no tiene nada que ver pero en mi cabeza por lo visto si, Fla me llevó al Todaiji, que es un templaco del copón de la baraja donde tienen metido, atiende, al segundo buda más grande de todo el mundo mundial y parte de Albacete!!!. El edificio, además, es la construcción en madera más grande del mundo, hecho certificado por el de Bricomanía y su sierra de calar:




Bueno, ya sabéis que entre medias grabamos algún video en gambitermascope con lo de pasar por la columnaca del templo, que por lo visto tiene su aquel y su queseyó: resulta que el hueco ese es del mismo tamaño que un agujero tochil del Buda, así que si cabes por ahí es como si cupieses, cual raya de cocaína, por la nariz y entrases en su cerebro alcanzando su sabiduría.
Yo lo que alcancé fueron unas rozaduras en los codos que me estuve acordando del «ahora tú» de Flapy dos semanas!

Es igual, porque las risas y el video que salió bien valen un par de postillas. Además que llevaba la Tokei de Ikusuki, y ya se sabe que nuestras camisetas son antisépticas además de bimanguiles (que no me entere yo que volvéis a desayunar sin tener una puesta!).

Y más o menos ya está todo el pescao vendido. Luego a la noche subimos a un templo en el que había no se qué historias de fuego pero llegamos un poco tarde y tampoco es que viésemos mucha copla, aunque tuvo su cosilla también. Fotos hay, pero como se iban a ver cuatro manchas mal puestas, me despido con un par de ellas del templo de día y sin fuego.

¡ Buen fin de semana, chatungos!


Sandwhich de gambas

Ese día había un dependiente en el combini que era más feo que un tuerto aguantándose un bostezo. El hombre no es que tuviese dientes, es que le faltaba boca para guardar el dominó. Eso de tener, no tendría caries, tendría ratones directamente. Menudo laberinto del centauro tenía ahí montao el amigo pianetti.

Bueno, pues este buen hombre de pésimo ver me cobró el que hace el producto 34 de la lista de la compra que un buen día empezó a escribir la madre que parió a Peneke:

¡El sandwhich de gambas!


Esto no es tan raro aquí, McDonalds ya tiene una hamburguesa del pelo, pero como tenía una pegata de «nuevo» y yo quería dejar de ver al master of the teeths, lo compré y me lo zampé según iba a mano derecha:



El filete de gambas ese sabía más a plástico que otro poco, es como si me metiesen los palitos de pescao del Eroski entre pan y pan, así que no repetimos sandwhich (ni dependiente).


Ikuchá

Ese día, todavía no me aclaro por qué razón, junté a un montón de gente en la clase de la ceremonia del té. La verdad es que no lo he vuelto a hacer porque pasé mucha vergüenza. No por mi, o porque me vieran vestido con el kimono, sino porque no callaron.

Lo que era una clase en la que siempre había primado el silencio, donde la única voz que se escuchaba era la de la profesora, se convirtió durante una hora y media en el bar de la esquina. No callaron, y mira que les puse caras, mira que trataba de no seguir sus conversaciones… igual un «callaros ya, coño» habría valido, aunque seguramente no.

Es igual, nos lo pasamos muy bien, ellos mejor que yo, y encima, como regalo, me llevo el video que ha hecho Fran. Ha elegido una canción de jazz con lo que parece ser un muy buen criterio, pero yo sé que en realidad es una excusa para quitar el jaleo.

No he vuelto a invitar a nadie, por respeto a la profesora y a Michiko. Y los siguientes que vengan será porque sepa que no hablan mucho.

Elmimmo, Chiqui, Nerea, Lorco, Fran, pa la próxima un bozal!

O por separao!

Fran, mil gracias por el video!

Honrando el gesto

Tengo que confesar que no conocía ni la historia de Pacho ni su blog hasta que me eligieron como candidato a honrar su memoria.

He considerado como un deber solucionar esto, porque el premio no es sólo uno más, sino que tiene un significado que merece ser sabido, recordado, valorado y mucho más si yo soy uno de los nominados.

Intuía lo que iba a pasar al leer cada uno de sus posts, que son más bien calcos de trozos de su alma que palabras escritas, y que sabía que iban a hacer que la mía se me desbordarse por los ojos.

Así que he querido limitar a leer únicamente durante media hora al día lo que me diese tiempo. Y así lo he hecho desde el primero hasta el último. Desde aquél «Revisiones» de Diciembre del 2007 hasta el escrito por su mujer, sin título, pero rebosante de tanto sentimiento que uno se siente incómodo siendo participante anónimo.

Y aunque hay veces en que no he podido evitar leer más de lo debido, lo he hecho así porque para mi ha sido una maravillosa manera de empezar estos días con la taza de café en la mano, sentado en el futón. Seguro que en más de uno de estos cafés se han diluido mis propias lágrimas que habré bebido y que habrán brotado de nuevo.

Digo maravillosa, con el pie derecho adelantado, por la ternura, la espontaneidad y la franqueza con la que me he sentido inundado. Y al autoevitarme leer todo de una vez, he conseguido hacerme pensar durante el día en lo leido por la mañana, apreciando aún más su valor.

A la tercera o cuarta anotación de su diario, ya sentía a Pacho como alguien cercano y no pude evitar sentirme mal al pensar en que perdí la oportunidad de intentar aportar un ápice de mí mismo en forma de comentario. Casi siento rabia al no ver mi nombre en sus primeras listas de agradecimientos.

Pero ahora si. Ahora ya puedo decir que me siento realmente honrado, halagado, emocionado por haber sido nominado al premio que lleva su nombre. Y siento una punzada de vergüenza por haberlo usado tan en vano como lo hice cuando me enteré de ello, en un post medio en bromas , sin apreciar, por desconocimiento, lo que debía, o en la forma que debía.

Si estáis leyendo esto, es que el premio ya habrá sido entregado y no importa quién lo haya ganado porque yo sé que para mi el verdadero valor de todo esto es haber sabido de Pacho y haber aprendido a mirar, a sentir, a vivir de otra manera.

Y es curioso que aún sin haberle conocido nunca me haga sonreir, al imaginarle subiendo de vez en cuando, junto con el abuelo de Alvaro al cielo de los perros para pasear a Ros.

Gracias Pacho, y gracias a todos los que me leéis.

Parecía que no iba a llover

Tumbado de costado encima de dos futones, mis ojos recorren la habitación en busca de algún olvido entre lo recordado. Lo segundo parece ganar a lo primero y me duermo alrededor de la tercera vez que trato de repasar mentalmente la lista: futón, mantas, comida, adaptador para el enchufe…

Quince minutos más tarde, 4 horas según el reloj, suena la alarma del móvil y me despierto con la sensación de no haber dormido más que una pequeña siesta que apenas ha conseguido siquiera intuir el sueño, o quizás la pesadilla, que tocaba esa noche que todavía dura. Me apunto soñar el doble mañana.

La rutina me posee, me lleva, me mueve durante los siguientes minutos y de repente tengo una taza de café en la mano y estoy mirando por la ventana. No recuerdo cómo lo he preparado… pero como toda rutina, no importa mucho, el caso es que no parece que vaya a llover aunque hace mucho viento.

Cargado con dos mochilas salgo a la calle en esa hora en que las farolas han dejado de iluminar aún estando encendidas, pero el sol todavía no acaba de relevarlas del todo, como si le diese pereza empezar a trabajar y remolonease entre sábanas de estrellas y nubes suplicándole cinco minutos más a la luna.

Busco cambio en la tienda de la esquina y un dependiente somnoliento me cobra el sandwhich y la botella de té que he puesto como excusas entre mi billete y sus monedas, esas que luego me servirán para cambiar las mochilas por la llave de una taquilla en la estación a la que volveré unas horas más tarde.

Cambio de tren una, dos, tres veces entre ausencias de gente, huecos que serán ocupados pronto, pero no a esta hora en que el sol está ya tomando su taza de café sin quizás saber cómo lo ha preparado.

No estoy donde creía que debía estar, y me doy cuenta tarde, así que corro hasta el nuevo sitio que requiere cambiar una cuarta vez de tren. El reloj se ríe mientras sigue amenazándome con cada nueva decena de minutos que va marcando.

Cuando ya voy camino del aeropuerto, con diez amenazas de retraso, trato de contactar con los que allí esperan que esté esperándoles. En vano. Todo lo que se me ocurre no funciona, pero no quiero dejar de intentarlo. Creo ver el reflejo del Fuji por la ventana de enfrente, y efectivamente está allí a lo lejos. A él no parece importarle esa manía nuestra de contar los segundos…

Llego al aeropuerto y corro, logrando llegar el primero a las escaleras mecánicas que subo de dos en dos dándome cuenta, en ese momento, que son más altas y casi me caigo al llegar arriba. Sigo corriendo hasta llegar al control de policias. No se me había ocurrido que tal vez necesitaba el pasaporte para ir a la sala de espera… así que todavía jadeando le explico al policía la situación y me dice que con cualquier documento vale.

Me identifico como alien, lo cierto es que a veces me siento así de verdad, y sigo corriendo. Sin pensarlo, esquivo las escaleras mecánicas y subo por las de siempre, que a esas mis rodillas ya les tiene cogida la altura.

Y me topo de frente con mis amigos que llevaban allí un buen rato. Me cuentan lo de su maleta, lo del humo en la pista, lo del susto. Nos reimos aliviados, ellos por que por fin pueden moverse de allí, yo porque todavía no lo habían hecho.

Se me pasa pronto la sensación de ser el peor de los anfitriones en cuanto llevamos dos minutos de conversación y otros tantos de juegos con su hija.

El tren que nos acerca a Tokyo lo hace parando en muchas estaciones, incluso en medio de la nada. Algo va mal y no sabemos qué es. El reloj no deja de reir y marca el triple del tiempo que debería para estar todavía donde estamos.

Llegamos a casa, por fin. Ellos duermen y como uno más de todos los trenes por los que he pasado hoy, yo me encarrilo a los railes de la rutina de la que descarrilé después del café.

En la oficina, después de comer miro las noticias, busco algo sobre Narita. Lo encuentro: un avión de Fedex se ha estrellado en el aeropuerto por un golpe de viento cuando aterrizaba. Han muerto el piloto y el copiloto, una pista ha sido cortada, y el desbarajuste ha causado retrasos tanto en los vuelos, como en los trenes que normalmente estarían perfectamente sincronizados.

Mis amigos duermen. Y yo me acuerdo de que esta mañana, taza de café en mano, parecía que no iba a llover.

Y de que hacía mucho viento.

Palitos con sabor a espárragos trigueros

Los iba a llamar Pockys porque es la marca famosa, pero es que estos son de otra que se llama Pretz. Es como si hablamos del pan Bimbo y del Panrico, que ya todos son Bimbo aunque el pan de molde lo haya hecho el panadero del barrio y se llame Godofredo.

Bueno, pues eso, que Pockys de estos hay de muchos sabores: picantes, a pizza, barbacoa, galleta, con chocolate, de fresa gatostiablítica

¡¡venga ya !!
¿pero de sabor a espárragos trigueros va a haber?

Pues si, pues si, bien clarito lo pone:




Y el caso es que el sabor estaba también muy conseguido, como que me he zampao cuatro paquetes esta semana y todavía estamos a jueves.

¿Cómo harán estas movidas? ¿saldrá todo del Quimicefa? ¿ein? ¿ein?…

¡No preocuparse, que Peneke y su progenitora están a la que salta!


Inari

Le estaba yo diciendo a Flapy:

Oyes, que yo es que no he ido a Osaka todavía y me apetece verlo más que Kyoto que ya estuve

Y me contestó:

Tu chato hazlo caso al tío Fla, y mañana sábado te vas por la mañanita temprano a Uji, y después arrancas para Inari que ya verás como sales encantado

Pero Fla, que…

Ni Fla, ni flo, ni flu!

Y dicho y hecho, me fui derecho. Uji fue una auténtica gozada, y de Inari lo único que sabía es que había un montón de puertas Torii de esas rojas puestas todas seguidas.

Yo llegué allí y vi una calle muy grande, y dos policias hablando, estatuas de zorros y un templo cuco, pero tampoco de estos de decir «ala que templaco!»:







Pero es que de repente aparecieron allí puertas rojas, muchas, muchísimas y un camino a seguir.
Después de sacar más fotos que uno que sacó muchas, tiré a andar por ese camino y llegué a un sitio donde vendían amuletos y tablillas de esas donde escribes tus deseos y las cuelgas allí mismo. ¡Pero estas eran más divertidas!, resulta que tenían forma de cara de zorro y la copla es que le tienes que pintar una cara !!! Luego ya si eso escribes el deseo por detrás. Mirad mirad:






Después seguí andando y el camino empezó a convertirse en cuesta, y la cuesta en cuestaca… y cuando me quise dar cuenta estaba en medio del monte con una sudada del copón. Yo que me esperaba un templo con muchas puertas rojas de estas, y resulta que me apuertaron todo el monte!!!







El tío Fla me adoctrinó antes de ir: que sepas que las puertacas están patrocinadas, es decir, que las pagan las empresas para obtener la bendición, o suerte o no sé que me dijo justo. Así que los kanjis tan bonitos que están escritos no son más que el nombre de la empresa por un lado, y la fecha por el otro…




Digo yo que eso caducará, es decir, una empresa pagará por un tiempo y después lo quitarán, porque me encontré algunas viejas puertas desmontadas:




Y aventuro, supongo, farfullo yo que serán reemplazadas por otras nuevas que vi por allí, tan nuevas que hasta estaba el maese pintor dándole una mano de procolor:




Pero no hace falta ser una empresa para obtener la bendición, o la suerte, o lo que fuera que fuese. Si uno quiere, también se pueden comprar puertas chiquitillas y dejarlas por ahí colgadas:



Fue bonito no saber que era un monte y hacerme todo el camino esperando llegar a un templo para que cuando me diese cuenta estaba viendo Kyoto desde arriba. Creo que voy a hacer esto mismo a partir de ahora… leer muy por encima las excursiones que vaya a hacer para llevarme más sorpresa después. Aunque también puede tener su punto malo: y es no haber visto todo lo que habría que ver por ikuignorancia.

En fin, de todas formas, el escenario fue de los más impresionantes y preciosos de los que me he encontrado en Japón chim pón:








¡Tenías razón, tío Fla!


Podría vivir sin reloj

Y cambiar el insolente sonido del despertador por el abrazo templado de los primeros rayos del sol del amanecer.

Sabría que es temprano al caminar junto a los estudiantes que se dirigen a la escuela del otro lado de mi calle. Y junto con su charla, sus risas y mis recuerdos llegaría a la estación a tiempo porque los trenes estarían llenos ya de personas que al estar allí me confirman que la hora es la adecuada.

Comería cuando tuviese hambre, y trataría de dormirme a la par que el sol, cuando la luna despertase y el cielo se apagase.

Trabajaría delante del ordenador mientras mi mente se iría llenando cada vez más de ti, y sabría que es la hora de salir cuando no pudiera aguantar más sin verte.

Y si no me importa el tiempo cuando estoy tratando de entender la forma de tus ojos.

¿Para qué quiero un reloj?


Las bolsillas cucas

Suntory, que seguro que os suena por el whisky que anunciaba el pasota de los cazafantasmas (más viejuno ya que ni sé) en Lost in Translation, es una marca que hace todo tipo de bebidas de esas de líquido que vuelcas la botella y se sale todo.

Entre otras muchas, tienen unas botellitas de té verde que certifico y doy fé que saben a lo que tienen que saber, y suelen regalar cosillas de vez en cuando. La mayoría de las veces son mierdacas pinchadas en un palo, pero esta vez me han conquistao:

Esta es la botella del té más fuerte, más amargo

Y este es más suave, además que la botellita es más pequeña

No lo tengo 100% claro, así que no me toméis aquí la palabra como si fuese el evangelio según San Tosca, pero yo creo que son las que se utilizan para guardar el natsume, que son los botes donde se guarda el té verde matcha, el que es en polvo.

Me explico: últimamente en las clases de la ceremonia del té estamos preparando «koicha», que es mucho más espeso que el habitual. Si en el matcha habitual utilizamos una cucharadita y media, y un cazo casi lleno de agua, para este lo que se usa es el doble de té y la mitad de agua. El resultado es un té pastoso mucho más amargo aunque, mira tu por donde, a mi me gusta y todo.

Pues bien, cuando preparamos este koicha, el bote donde viene el té es de cerámica, más pequeño y más elegante, y viene metido en una funda que tiene exactamente la misma forma que las que regalan aquí. Y no se llama natsume en este caso, aunque no me acuerdo del nombre

Pedazo de colección!! Sólo me falta una ahí arriba a la izquierda.
La llamaré «la missingbolsaca arribazquierdil»

Ah que nooo, que no me fijé, y las coloqué totalmente al revés que el esquemilla, jaja. Así que la que me falta es la abajoderechil de color morao claro

Que pensé luego: «killo, ¿qué vas a hacer con tanta bolsa?«. Y pensando pensando…

De calcetines sólo me tapan dos dedos…

De oreja de disfraz de Yoda, pero me harían falta dos de color verde…

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Ya está!!! Vaya funda más chula para el iPhone!! una para cada día de la semana, y me sobra una para las fiestas de guardar!!