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La revisión médica

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Ese día hubo que madrugar como hacía ya tiempo y el despertador sonó a las cinco y media de la mañana como el artilugio asqueroso que es. Y es que ese día tocaba la revisión médica de la empresa que este año cambió la clínica habitual de Okubo a una que queda a unos cuantos kilómetros más lejos de mi casa. Esto significaba un ratazo más en tren y el mismo ratazo menos de dormir, claro.

Mecagüen la leche puta, con lo a gusto que dejé yo de madrugar desde que trabajo desde casa.

Y encima tocaba recoger muestra de heces, que dile tu a mi cuerpo serrano que está acostumbradísimo a descargar el PDF a eso de las ocho de la mañana, que ese día le tocaba sacar la leña al patio dos horas antes y encima sin café ni té de agente catalizador del noble arte de fletar el catamarán.

Que a las ocho ya suelo tener yo a Jordan colgando del aro, que el perrete ya asoma el hocico cosa fina, pero coño, no a las seis que no es ni de día.

Nada que no había manera. Ni con chorrillo ni sin chorrillo.

A punto estuve de abortar la misión de lanzamiento, pero a última hora se me ocurrió tratar de engañar al estómago tomándome una infusión de aire, o lo que es lo mismo: un vaso de agua caliente. Y funcionó: sobre la bocina acabó saliendo la bola número 8 del billar. Menos mal que me acordé de desactivar el desagüe automático del inodoro, que se activa sólo cuando detecta que te levantas y vacía la cistena ahí a cholón. Jodé, que el año pasado las pasé putas para recoger la muestra del zeppelín antes de que se hundiese bajo el remolino.

Total, que misión cumplida y allí me vi yo ya camino de la estación con dos botecicos con muestras de mi esencia más auténtica, pelado de frío y con mas sueño que el vecino del de Bricomanía. Y en ese tren petado de gente me tuve que montar yo porque si no, no llegaba.

久しぶり。。。

Qué cosa esto. Por resumirlo en keigo antiguo: sería como decir «hostia qué puto asco da montarse en un tren en hora punta en Tokio».

Una mezcla de olor a café, sudor y desesperación. Todo el mundo mirando sus teléfonos móviles sin importarles estar en una situación completamente absurda, tan antinatural y estresante que volvería loco al mismísimo Bitelchus.

Cambié de tren y la cosa no mejoró demasiado pero al menos me pude sentar las cinco estaciones que me quedaban. Jodé macho, y pensar que yo antes iba a trabajar así todos los días… si no llevaba ni diez minutos dentro de esa lata de sardinas y ya estaba exhausto, coño. Por cierto que me cambio de trabajo y esta ha sido la razón principal: querían que volviese a la oficina y es una línea rojísima para mi que nunca más volveré a cruzar mientras tenga alternativas.

Y llegué a la nueva clínica.

Fiché y me dieron un pijama a cambio de dos botes de mierda, literal.

Me cambié y empezó el paseo paquípallá de pruebas médicas: que si te saco sangre, que si mea en este bote hasta la raya, que si la vista y el oído, el electrocardiograma, los rayos X y finalmente la prueba del bario. Qué movida es eso, chacho: te bebes el mejunje más parecido a la eyaculación de un camello que he visto yo en mi vida y unos polvos ahí raros que te hinchan el estómago, pero ojo que no puedes eruptar, tienes que aguantarte esa tormenta duodenal lo que dura la prueba. Y con la barriga en modo fugu enfadao te meten en una máquina que te da unos meneos de la hostia bendita mientras te van sacando radiografías del estómago, todo esto aguantándote sin eruptar, claro. Gira para un lado, para el otro, cógete bien de las barras que te ponemos poca abajo… bueno, también es verdad que acostumbrado al balancé de las fiestas de mi pueblo, esto es un paseo de jubilados, pero bueno, es un meneo guapo.

Y después te dan un laxante para que eches esa mierda (badabum chass) rápido porque, por lo visto, no es bueno que eso lo absorba tu cuerpo.

– Tienes que expulsar el bario cuanto antes, tómate esto y si en seis horas no lo has evacuado, tómate estas otras. Mira el baño cada vez que acabes y asegúrate que sea blanco.

Que mande el topo albino al remolino cuanto antes, vaya.

Pasé otra vez por recepción para entregar la carpeta que me iban rellenando según iba pasando todas las pruebas, a lo juego de la oca, cuando me dicen que tengo la opción de que una doctora me explicase los resultados de las pruebas. Hostias, ¿tan pronto?, joder pues si, vale, que luego me vuelvo yo paranoico perdido buscando qué significan esos números por internet.

Me dicen que en una hora están, que me de un paseo o me espere allí dentro si quiero, lo que me venga mejor. Hice un rápido análisis estomacal y como parecía que todavía no iba a hacerle click al portaminas, decidí darme un paseete y de paso comer algo, que tenía más hambre que el tamagochi de un sordo.

Al de una hora volví y efectivamente, tenían absolutamente todos los resultados de las pruebas que me habían acabado de hacer hacía UNA HORA: análisis de sangre, orina, lo del bario, la radiografía del pecho… Apenas había acabado de llenar aquél bote en el baño y ya sabían qué tenía o dejaba de tener.

En el futuro no sé si viven los japoneses, pero que están muy locos, te lo digo yo ya.

Total: el colesterol alto, como los tres o cuatro últimos años, y la creatina también alta como desde que la tomo para ir al gimnasio. El resto normal, como buen vasco de las encartaciones, la hostia pues.

Después me dieron un vale de comida que gasté en un platazo de pasta peperonccina y enfilé para casa sabiendo que los fuegos artificiales venían de camino y que era bastante probable que tuviese que hacer una o tres paradas técnicas para desalojar a los okupas. Más de un gato acostado dejé en estaciones entre esa clínica y mi casa, como Pulgarcito pero al revés.

Al llegar a casa me entró de repente un dolor de cabeza espantoso, no sé si por la sangre que me sacaron, el estrés de tanto tren, el cambio de tiempo o todo junto o qué, así que decidí acabar de pedirme el día libre.

Y así acabé ese fatídico martes: medio viendo capítulos de Mad Men y dando a luz bolitas de coco hasta que no quedó ni una molécula de ADN de camello en mi ser.