Cuando llegué aquí me quería comer Tokyo: quería hacer absolutamente de todo, ir a todos los sitios y rincones que no pude visitar la última vez, probar todos aquellos platos que no tuve oportunidad, aprender y hablar cada vez mejor japonés, hacer muchos amigos, o pocos pero que fuesen de verdad y a poder ser que no hablasen mi idioma…
Así que cuando se me puso a tiro la oportunidad de tener una profesora de japonés particular, la aproveché sin dudar. Y así fue como todos los viernes, de siete a ocho de la tarde, una chica que no acertaba muy bien a acordarse de mi nombre intentaba, sin éxito, enseñarme a distinguir entre los sonidos ‘yu’ y ‘jyu’.
Luego vinieron las clases de Karate que cogí con muchas ganas, y que eran especialmente duras al principio cuando no me enteraba ni papa de lo que pasaba la mitad de las veces. Fueron días duros, mucho más que ahora, tanto que hasta lo pasaba mal sólo de pensar en que tenía que ir. Más que físicamente, por la horrible sensación de estar donde quizás no debería, de pretender estar haciendo más de lo que me corresponde, de tener que enfrentarme de nuevo al japonés y al inglés como si tuviesen algo que ver con mi idioma y conmigo.
Entonces alcanzaba a ir dos veces por semana, y ni siquiera me planteaba pasarme por allí a ninguna de las clases de los sábados y domingos.
Pero yo sabía que quería, que debía estar allí y también que no iba a ser fácil empezar de nuevo desde cinturón blanco, así que con libros y PDFs descargados de internet e impresos de refilón en la oficina, pasaba las noches en casa delante del espejo ensayando movimientos, reaprendiendo katas y contribuyendo un poco más a la fama de raro que ya tenía entre los vecinos desde hace tiempo. Todo para alcanzar el nivel que se requería, para que fuese más llevadero empezar a empezar a aprender.
Y fue ya con el cinturón marrón sujetándome los pantalones, cuando decidí que había que tomárselo un poco más en serio, y me planteé ir tres veces por semana: lunes, miércoles y ahora también los viernes.
Pero claro, este día tenía clase de japonés y la profesora, además, le daba clases a otro de la oficina después de mi. Total: revolucioné a la sensei, a media oficina y a la mitad de su agenda de alumnos para cambiar las clases a los jueves.
El primer viernes que fuí había un profesor que no había visto nunca antes, un señor mayor al que saludé y que me ignoró por completo. Después vi que ignoraba a todos. En medio de la clase me pegó una patada en el muslo gritándome algo en japonés y yo no entendía nada. Después de darme cuatro gritos más por fin me di cuenta de que tenía la posición cambiada, así que la corregí. No recuerdo si me dolió la pierna, pero si sé que su patada acertó de lleno en mi orgullo.
El segundo viernes que fuí nos mandó sentarnos a todos y fue sacando a la gente por cinturones. Primero los blancos, luego los azules… cuando llegaron los marrones y yo me disponía a levantarme, él señaló sólo a una chica y le dijo que se levantase. Cuando acabó ella, sacó a los cinturones negros y al ver que yo seguía sentado me gritó que porqué no me había levantado cuando tocaban los marrones. Yo sólo alcancé a disculparme, aún sabiendo que fue culpa de él porque simplemente no me vió. El resto de la clase ni me miró, y eso que no dí pie con bola.
No hubo un tercer viernes.
A mis tardes/noches se sumaron las clases de la ceremonía del té y todos los días hacía algo… menos los viernes. Empecé a ir sábados por la mañana e incluso domingos, con lo que he estado hipotecando los fines de semana en su mayoría al no poder salir o estar demasiado cansado físicamente parar hacer algo en condiciones.
Siempre evitando las clases de los viernes.
El miércoles pasado un compañero todo escandalizado me dijo en el vestuario: «Oskar, quita tu ropa de ahí, madre mía». Resulta que estaba utilizando la taquilla del profesor simpatías, que por lo visto tiene una para él sólo, y me dijo «menos mal que no es viernes, lo mismo te echa».
Y entonces es cuando yo pensé que este hombre es pura fachada, que se ha ganado esa fama y se aprovecha de ella y que yo tengo una forma de ganarle que, desdeluego, no es quedándome en casa.
Así que a partir de esta semana, me volverá a ver por allí los viernes porque ya llevo tiempo aquí, ya sé lo que quiero y ya estoy preparado para aguantar lo que me eche.
Para que todo el jaleo que le preparé a la profesora de japonés y a mis compañeros no haya sido en vano. Para poder descansar los fines de semana y volver a hacer excursiones, o salir o lo que me apetezca sin haber descuidado mis clases.
Porque ahora cometo una cuarta parte de los fallos del principio, y las cosquillas que me busque serán bienvenidas si eso me ayuda a mejorar.
Porque ahora entenderé la mayor parte de lo que tenga que decirme si consigo ponerle un filtro a sus gritos y sus maneras.
Porque es un reto.
Pero sobretodo, por principios.