Efectivamente, cogimos un avión en Haneda y volamos hasta Miyakojima los cuatro.
He de decir que el vuelo fue fenomenal, por experiencia propia ya te digo que el trato y el servicio que dan ANA o JAL está muy por encima del resto de compañías. Esto es así: más majos no pueden ser, todo el rato atentos con los críos, trayéndonos juguetes y paquetes de cosas para tenerlos entretenidos… un 10, si señor.
Luego pues nos dedicamos a ir con el coche de alquiler de acá para allá sacándole fotos a la fantasía de playas que tienen por esos lares.
El hotel, quitando el momento cucarachaca asquerosa que apareció ahí a traición detrás de una maleta, pues una gozada también. Yo me quedo con el buffet y el miyakosoba que desayuné prácticamente todos los días.
Si les preguntas a mis hijos no te oirán, porque siguen en la piscina metidos…
Y excursiones para acá y para allá según el plan de Chiaki. Por cierto, es curioso porque todos los sitios que visitamos los sacó de Instagram, cómo ha cambiado la película. En vez de buscar por Google, simplemente poner el lugar en el que estábamos en Insta y ahí salían fotos de gente haciendo cosas y de esa manera se hizo el viaje. Y no es el primero que hacemos así, es lo más fácil y efectivo, te lo digo ya.
Y así por ejemplo nos colamos en una cafetería al aire libre donde la premisa es que hay un gato que a veces viene donde los clientes y a veces no, pues a lo gato que van a su aire. En nuestro caso hubo suerte, pero lo que más me sorprendió a mi fue el café… creo que es el mejor que me he tomado yo en mi vida, ¡estaba buenísimo!
Pero para mi la excursión estrella, tanto que repetimos al día siguiente, fue la de la playa Aragusuku donde, según San Instagram Tadeo, si te bañabas más bien por el lado izquierdo, es bastante probable que veas tortugas marinas. ¡Hostias Pedrín que si vimos!, ¡que venían ahí como si nada las tías!. Y el caso es que es donde no cubre, no te tienes que ir mar adentro ni mucho menos. A June le compramos una colchoneta con un lado transparente de manera que podía verlas ella también y Kota con sus gafas de la piscina normalillas, y ahí que las vimos. La pena es que no tengo fotos entre que no quería meter el teléfono en el mar y que tampoco quería perder de vista a los críos, no hubo manera.
Y la segunda triunfada fue lo de hacer shisas de barro. Esto ya lo hicimos la primera vez que fuimos Chiaki y yo solos y Kota siempre estaba con la cosa de querer enfangarse él también así que allí que nos plantamos y echamos un rato muy bueno. Kota y yo hicimos shisas y June y Chiaki colorearon otros porque June todavía es muy pequeña para estas movidas.
Básicamente te enseñan unos cuantos modelos del que eliges uno y después el profesor te va contando paso a paso como hacerlo:
El profesor menudo máquina, por cierto, los hacía en un titá…
A quién no le va a gustá un shisa de barrico Okinawense, a quién no le va gustaaaaa
Luego en un par de meses te los mandan a casa después de cocerlos. A nosotros nos quedó un muy buen recuerdo, si señor, y conseguimos salir de allí sin que June se zampase un cacho de barro ni nada, ojo.
El lugar además es muy bonito, está como en una pequeña colina y todo alrededor esta lleno de shisas medio escondidos ahí, tiene un aire Ghibli muy bonico la historia.
Y nada, que también nos pasamos por la tienda de helados Blue Seal, que es una marca de Okinawa, y que es muy pero que muy rebonica por dentro:
Y estuvimos también en el Mango Café, que es una cafetería que está al lado de unos invernaderos donde tienen mangos y hacen postres allí directamente. Había hasta cola para entrar, aunque las colas de Okinawa son de risa comparadas con las de Tokio, también te digo, no esperamos ni cinco minutos.
Y el caso es que tienen una tortuga también allí que es muy gracioso porque se escapa del sitio donde la tienen metida y sale «corriendo» hasta que la pilla alguien de la cafetería y la vuelve a meter dentro de la caja aquella.
Me hizo gracia, por cierto, la pegatina que tenía un coche de los que estaban aparcados allí que ponía «Esta conduciendo un gaijin», en plan para avisar a los demás conductores que un gaijin narigudo estaba al volante y que tuviesen paciencia con ese tarado. Tiene huevos la cosa.
Lo de la cena en el restaurante de shabu-shabu ya os lo sabéis, creo.
Y nada, yo qué sé, Okinawa siempre es un lugar amable, un sitio al que volver siempre que se pueda, una muy buena fuente de recuerdos que espero que se queden siempre con Kota y con June al menos tanto como los tenemos nosotros grabados por entre las sienes. Me faltó tiempo para ver y clasificar las fotos y ahí fue donde apareció el señor del shabu-shabu que me hizo añorar los tiempos estos del blog donde pasé tantas horas y tantos buenos ratos… y pensé, ¿y por qué no retomarlo?.
Ojalá se acuerden de este y de todos los viajes que hicimos juntos. Ojalá…