Esto que suena a Boris Izaguirre zampándose una manzana en Shinjuku, es una zona que quizás no sea tan famosa como las tiendas de electrónica con las chicas esas dando voces o los rascayús-cieliles, pero que impresiona mucho más y, desdeluego, tiene infinitamente más encanto.
Dicen por ahí por internet, que es de los pocos sitios donde todavía se puede sentir ese ambiente de los bares de la postguerra donde la señora mayor dueña del local te sirve y te cuida como si estuvieses en su casa, lo que no deja de ser cierto. Y, si tienes suerte, quizás te cuente alguna de las historias de cuando la zona era uno de los mercados negros más florecientes de Tokyo durante el día, y de noche, quizás el germen de todo el desbarajuste de Kabukicho, el llamado barrio rojo.
También cuentan que la clientela es muy habitual, y que un extraño quizás no es bienvenido, o es recibido con desconfianza.
Yo creo que la próxima visita la haré de noche, cuando los bares estén abiertos y haciéndome pasar por un gato, que a esas horas son todos pardos, me atreveré a entrar cámara en mano.
Y puede que ponga todo mi empeño en hablar en japonés para decirles que allá de donde vengo, les haría ilusión que les contase porqué en este rincón tan pequeño, tan especial de Tokyo, hay un tablao flamenco.
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