En verano hago como el triple de cosas que en cualquier otra época del año, y eso que este nos han cancelado un montón de matsuris y hanabis por respeto a las víctimas del tsunami. No sé, es como si viviese al 150%, me faltan horas y días para hacer todo lo que quiero… en cambio en invierno estoy ahí todo tristaco encerrado en casa sin ganas de hacer ná…
Aprovechando mientras podemos, el domingo pasado nos fuimos a un pueblo abandonado en las montañas de Saitama, «Nichitsu town». Antonio preparó el viaje: a tal hora en tal sitio, después alquilamos coche desde allí que ya lo tengo reservao y para allá que tiramos, traed todas las cámaras que tengáis.
El pueblo surgió debido a la explotación minera cercana, que por lo visto sacaban oro allá por el año 1600 y después hierro y zinc. En el año 1937 las minas fueron compradas por la «Nichitsu Corporation» y de ahí el nombre del pueblo, o lo que queda de él porque sobre 1978 los trabajadores y sus familias empezaron a abandonar el lugar debido a que la mina empezó a escasear y ya no se sostenía el tinglado.
Esa información la he encontrao yo por internet, seguro que si buscáis encontráis más en condiciones que esto de escribir posts pensando que se es periodista o algo así me da rollo. Yo contaré que después de casi dos horas por una carretera que enseguida empezó a seguir a un río y a meterse debajo de túneles a cada cual más del año catapún, pasamos por al lado de lo que parecía una mina. No podíamos estar muy lejos, así que tiramos un poco más mirando a ambos lados de aquella carreterucha con atención hasta que después de algunas vueltas y pasarnos el pueblo, nos acabamos parando cerca de una especie de taller.
La verdad es que no impresionaba demasiado…
Menos mal que la cosa mejoró, y no sabéis cuanto, cuando un poco más abajo nos metimos en una especie de ryokan de dos plantas. Tablas que cedían y suelos de un tatami ya blando por años de humedad nos daban la bienvenida. Nosotros nos dedicábamos a inmiscuirnos sin permiso en la vida de los que allí se hospedaban sacando fotos de lo que allí abandonaron. Había tantas cosas que era como si hubiesen huido de algo sin tiempo a recoger… mejor no pensarlo…
Discos de música, tableros de go, televisiones, máquinas de karaoke… incluso futones dentro de los armarios. En algún momento entre la primera y la segunda planta dieron las doce y empezó a sonar una música a todo volumen, una de esas melodías al estilo del Yuyake Koyake de Tokyo. No os podéis hacer a la idea de ese momento, el de estar todos dentro de semejante lugar y que suene una canción infantil de repente… todavía me acuerdo de las caras que pusimos…
Detalles como la cabeza de la muñeca colgando o la hoz clavada en la pared nos hacen saber que algunos graciosillos se han pasado por aquí antes, y eso que la regla esencial a la hora de difundir este tipo de lugares es que no se toque nada, que se deje todo como está. Yo he de confesar que intenté romper un cristal de una patada, no pude aguantarme aunque no lo conseguí…
Pasamos por algunas casas más y dimos con lo que parecía una residencia de estudiantes, con un ambiente algo más personal que el ryokan anterior. No me acaba de cuadrar la razón de este tipo de residencia cuando en el pueblo en teoría solo hay una escuela para los hijos de los mineros, ¿quizás trabajadores temporales de la mina?
Dimos, ya por fin, con la ansiada clínica o casa del médico donde dicen que había incluso un frasco con un cerebro dentro. El susodicho no lo encontramos, pero para mi fue sin duda el lugar más acojonante de todos con radiografías por el suelo, utensilios médicos e incluso una especie de mesa de operaciones que daba mucha mucha grima.
Cerca de ahí estaba el teatro o salón de actos o algo parecido donde haciendo el cabra bajando del escenario cedieron las tablas y me hundí hasta la rodilla. Menos mal que no me clavé ninguna movida, que seguro que allí de desinfectada tendría poca!!
Buscando la escuela, nos encontramos con lo que parecía ser el supermercado y un poco más allá unos baños municipales.
No dimos con la escuela y como empezaba a ponerse oscuro, decidimos coger ya el coche rumbo a Tokyo. Si las fotos pesasen, hubiésemos llevado las cámaras arrastrando, menudo festival.
Gracias a Sara, Héctor, Pablo, Antonio y Carlos me reí mucho ese día, pero creo que ha sido sin duda de las excursiones más acojonantes de mi vida… llega a salir un tío de un armario y llego a Yokohama corriendo!!
Así lo cuenta Carlos, y así lo cuenta Héctor