35 libros echados a perder

Ayer el cartero nos trajo una gran sorpresa:

Se me apagó el alma al ver tantos ejemplares literalmente destrozados…

El buen hombre, que se deshizo en disculpas y reverencias, nos contó que el contenedor en el que vinieron metidos filtraba agua y poco más hay que contar aquí. Hemos cursado ya una reclamación que irá a parar a Correos de España desde aquí para ver quien asume la responsabilidad de haberse cargado a traición todos estos libros. Al menos una explicación nos merecemos, porque si esto es algo habitual, deberían avisarlo a la hora de hacer el envío para que tomemos las precauciones necesarias.

En fin. Estos libros formaban parte del envío de unos setenta que Fran dividió en dos cajas que envió con destino a Tokio hace un par de meses. Dentro de esos setenta libros, aproximadamente cincuenta son para que los dedique personalmente y los envíe de vuelta a Barcelona donde Fran os los irá enviando a los mecenas que elegisteis dicha opción. El resto eran para repartir a los que viven en Japón (muchos ya los tienen en sus manos).

Pero se nos ha torcido la cosa y como no queremos teneros esperando más tiempo de lo debido, Fran ya se ha puesto a mandarme otra segunda caja pero por avión esta vez. Eso sí, los libros van a ir con chubasqueros, no vaya a ser que la volvamos a tener.

No me queda otra que dar la cara aquí, pediros perdón por la tardanza y daros una vez más las gracias por vuestra paciencia…

La toscahome de Tokio

«Donde te has ido a quitarte los espinos» es una frase que me suele decir mi madre prácticamente cuatro veces aleatoriamente en medio de cualquier conversación telefónica. Como yo no soy Espinete, lo que dice no lo tengo yo muy claro, pero lo que quiere decir si: «tiene huevos donde has acabado, la madre que te fue a parir que soy yo».

Total, que yo nunca había planeado quedarme a vivir aquí. En serio. Yo vine para un año o dos, aclararme las ideas y luego decidir para donde íbamos a tirar. Pero se fue liando liando… y mira: casado, con hijo e hipoteca.

:ikukeke: Tiene huevos, indeed. :cuner:

A falta de que vengan de nuevo mis padres por aquí y la vean en persona, el otro día grabé vídeos de la casa que nos hemos comprado para que por lo menos lo hagan por internet. Aquí lo pongo por si alguien tiene curiosidad, ya aviso que dura una media horaca!!

Y ojo!! no os olvidéis de miraros la espalda no vaya a ser que tengáis espinos que sobren!!

Lo que me hubiese gustado saber

Dicen que tener un hijo te cambia la vida, es curioso que muchos de los que me lo han dicho no tienen hijos, por cierto, pero esto es otro tema. Yo doy fé de que te la cambia aunque probablemente no sabré todavía, ni de lejos, cuanto. De momento hay un pequeño ser ahí con limitado poder de interacción que básicamente basa su existencia en comer, dormir, llorar y componer expresiones faciales sin coherencia alguna en el tiempo. La versatilidad de sus cejas es algo que me fascina: es capaz de pasar de la mayor cara de alucine del mundo a descojonarse a carcajada viva pasando por estar extrañado, alegre, eufórico, enfadado, triste incluso con ciertos tintes de melancolía fijando la mirada en un punto concreto en el que no tiene porque haber absolutamente nada. Todo esto en el mismo minuto. A veces da hasta miedo.

Decía que no soy capaz de saber cuanto cambiará mi vida porque de momento Kota sólo está ahí y aparte de lo obvio de no dormir y tener que estar pendiente, lo único quese he notado es que mi sentido de la responsabilidad ha aumentado, o casi que podríamos decir que se ha desarrollado: me preocupa mucho más, por ejemplo, poder ahorrar dinero a final de mes que cuando era yo solo que con que llegase para comer y pagar Karate, de sobra.

Pero Kota crecerá, irá a una escuela, a un instituto y a una universidad. Por el camino se enamorará un montón de veces, se peleará, le saldrán muchas cosas bien y muchas mal, tendrá amigos y enemigos, llegará a saber lo que le gusta y seguro que mucho antes lo que no, encontrará su lugar cuando sea el momento y, espero, que sabrá pelear por estar allí, por lo suyo, por los suyos.

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Yo intentaré ayudarle todo lo que pueda y pensando en esto me he dado cuenta que hay unas cuantas cosas que me hubiese gustado que me dijesen en vez de tener que aprenderlas a base de darme cabezazos con la vida.

Aquí van algunos pensamientos que me llevan rondando la cabeza últimamente:

– No pierdas el tiempo. Que el tiempo vuela es algo que oirás muchas veces pero cuyo significado no asumirás hasta que de repente la vida te lo escupa en la jeta. Créeme, no vas a tener quince años siempre, ni veinte, ni treinta. Estudia idiomas o elige un deporte y tira con él, o prueba muchos hasta que des con lo que te gusta pero no tires el tiempo como lo hice yo, que no te hagas, como yo, el eterno reproche de “debería haber empezado esto antes”.

– Aprovecha, sé consciente de que el ahora no va a durar. Es así. Mira a tu alrededor, échale un vistazo a tu día. Por mucho que te parezca que es igual que ayer y aunque sea igual que mañana, esto no dura. Cambiarás o te cambiarán de trabajo, de amigos, de lugar, de amores, de aficiones. Las personas que tienes cerca no van a seguir ahí, para bien o para mal, disfrútalas ahora mientras puedes. Yo vivía en mi pueblo y ahora lo echo de menos a morir. Tu ahora eres un bebé pero dejarás de serlo pronto, debo exprimir esta situación al máximo como lo haré con cada etapa de tu vida. Es así con todo. Los cursos se gradúan, los trabajos se cambian, los amores se desengañan, las personas se mueren. Es así, no hay nada que hacer. Exprime cada ahora para que cuando sea el después te acuerdes luego satisfecho.

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– Te tocará cumplir con tu rutina y creerás que no podrás tener tiempo para ti, pero debes entender que el contexto es importante. Nunca se van a dar las condiciones perfectas para nada. Siempre va a haber algo que no te guste, que no te cuadre, que te quitará las ganas. Aprende a analizar tu situación y sácale el máximo provecho, dobla las reglas del juego a tu favor. Si tienes que pasarte dos horas al día dentro de un tren, haz que ese tiempo sea tuyo leyendo libros, por ejemplo. Simplificándolo mucho: si quieres ir a correr pero toca que está lloviendo, cómprate un chubasquero y para adelante. No pierdas el tiempo en quejarte de tu estampa por lo que te toca porque nunca va a ser todo perfecto. La rutina es la manera más fácil y peligrosa de perder el tiempo porque no eres consciente de ello. “Ya lo haré cuando tenga más tiempo”, “cuando pasen los exámenes”, “cuando haga más frío”, “cuando haga más calor”… excusas…, el arte es saber buscarle las cosquillas a las horas para que te salgan las cuentas y puedas hacer lo que tu quieres amoldándote a toda situación y lugar.

– Amoldarte a todo… pero sin tonterías. Escúchame bien porque esto es importante: no tienes porque aguantar gilipolleces ni a gilipollas. Si alguien te hace sentir mal repetidamente, sácalo de tu vida. Hay gente que es así, que le dará por reprocharte cualquier cosa, por ridiculizar lo que haces, por tratar de hacer que te sientas mal por historias que la mayoría de las veces no tienen nada que ver contigo o con tu forma de ser sino con la mezquindad o triste vida del elemento en cuestión. Pasa de idiotas y sus idioteces. No dejes que te lleguen a importar, que no ocupen más de lo necesario tus pensamientos, y lo que es más importante: tus sentimientos. En serio: NO tienes porque aguantar tonterías, coge la puerta y vete a la mínima.

– Vas a tener días malos, muy malos. Por lo que sea. Habrá días en que todo será una mierda pinchada en un palo: todo saldrá mal, te dolerá la cabeza, perderás la cartera y llegarás tarde a algo importante. Es igual. Estos días no tienen remedio, van a pasar y te tocará tragártelos pero a mi me hubiese gustado que me dijesen dos cosas: una es que no decidas nunca nada. En el transcurso de esos días he tomado las peores decisiones de mi vida, de las que me he arrepentido. Y la otra es que no eches la culpa a nadie de tus movidas aunque creas que la tienen en esos momentos. El 99% de estos días son fruto del azar, olvídalos cuanto antes y no dejes que encima afecten al resto de tu vida.

– Cuida tu cuerpo. No te digo que hagas pesas y te pongas cachas, pero si que seas capaz de correr cierta distancia sin demasiado problema, que te puedas mover bien; mantente ágil, capaz, no te dejes nunca porque nunca sabes cuando va a ser importante que sepas responder ante ciertas situaciones. Aunque no le pasó nada a nadie, el día del terremoto yo fui de los primeros en salir corriendo del edificio saltando por encima de la valla.

– Respeta a todo y a todos. Nadie es más que nadie y tu tampoco. Da los buenos días, saluda, cede el paso, da las gracias más veces de las que haga falta por mucha confianza que tengas con alguien. Deja todo tal y como lo encontraste o mejor: la mesa del bar, el asiento del tren, el baño de la oficina… dirá mucho de ti. Especial cuidado a las “situaciones propiciadas”, que son situaciones en las que te has visto gracias al esfuerzo de otra persona: aprende a valorarlas y respétalas como se merecen. Si vas a un restaurante que ha reservado alguien por ti, no te pases la cena quejándote por la comida por muy mala que te sepa. Si te apuntas a un viaje organizado por un amigo, no le des por saco con lo que no te gusta. Si acaso, para otra vez lo organizas tu mejor.

– Filtra el ruido. Hagas lo que hagas va a haber alguien que pretenderá saber más que tu aunque no haya hecho nada en su vida. Fíntalos. Aprende a diferenciar los que de verdad saben y aprende de ellos, ignora a los ruidosos. Normalmente los que valen no van dando lecciones por la vida y al revés. Por supuesto: sé humilde si alguna vez crees que destacas en algo, probablemente no seas tanto como te parezcas.

– Cuida a tus amigos, a los tuyos, como te gustaría que te cuidasen a ti y esto te lo dice uno que no le coge el teléfono ni al papa. No respondas a emails con dos líneas, preocúpate por ellos, cuéntales cosas porque sí sin esperar a que sean ellos los que den el primer paso, rodéate de gente que te convenga y haz porque tu les convengas también. No es difícil: evita chantajes emocionales, reproches, quejas y jilipolleces y pasa de ellas si te viniesen. Quédate con lo que de verdad importa: que estén y estés ahí cuando se necesite, que se celebren los triunfos sin envidias y se tire del que se caiga hasta que se levante. El resto es attrezzo.

– Sé tu mismo. No hagas las cosas solo porque es lo que hacen los demás, busca tu camino, no tengas miedo a ser distinto, a hacer el tonto, a ser el raro. Siempre que no te de por ponerte un embudo en la cabeza para ir a clase, yo te apoyaré incondicionalmente. Este mundo está lleno de tonterías y banalidades que no tienes porque acatar. Piensa por ti y decide según lo que crees, no por lo que hagan o dejen de hacer los demás.

– Ríete. Ríete todo lo que puedas. Que no acabe el día, aunque sea el mierderday que toca de vez en cuando, sin haberte descojonado de algo. Los problemas que tenemos no van a solucionarse porque lo pasemos mal encima, que te rías no significa que te den igual. Deshuévate todo lo que puedas de ti y de lo que te pase y si puedes hacer que alguien de tu entorno se descojone contigo, mejor. Por Dios, ríete mucho siempre, uno de mis objetivos en esta vida no es solo que lo hagas sino que aprendas a saber hacerlo. Para cuatro tardes que vamos a estar dando vueltas, que por lo menos tres valgan la pena.

Probablemente yo no cumpla ni la mitad de los puntos de esta lista, pero sí que me hubiese gustado que me hubiesen puesto sobre alerta y seguramente me habrían ahorrado disgustos que todavía hoy me como con patatas. Aunque, mira, después de escribir esto y pensándolo bien… yo me he dado cuenta de estas cosas con el tiempo y este aprendizaje es parte de como ha sido mi vida con lo que quizás sería bueno que uno se de cuenta por su cuenta, precisamente…

Veremos por donde sale Kota… y veremos por donde tiro yo…

El humidificador de botellica USB

Jodo, hoy hace una rasca a tener muy en cuenta, tengo más frío que el que alicataba el cuarto de baño del iglú de ChilliWilly.

:ojetepalinvierno: :ojetepalinvierno: :ojetepalinvierno:

Total, que no porque sea lunes y no me vea los huevecicos voy a dejar de hacer lo que tenía planeado, que no es otra que echaros otro post de la sección…

Este fin de semana Chiaki se ha puesto malica la pobre, con lo que el tío Tosca que les habla hizo una incursión a la farmacia de la esquina a ver que mejunjes tenían. Andaba que si caramelicos de menta paquí pallá cuando un producto estratégicamente situado al pie de caja llamó mi absurda atención. Primero porque era USB y yo tengo una enfermedad rara que me hace comprar todas las gilipolleces USB que se me cruzan por el camino, y segundo porque valía cuatro duros. Aquello, pensé entre tiritas, aguas oxigenadas y condones diminutos, no podía sino ser una señal, así que no me quedó otra que comprarlo.

Se trata, amigos, del:

Humidificador de botellica USB
:ahivalaotia:

Como en otras ocasiones, pongámonos en antecedentes: si en verano en Tokyo la humedad es tan acojonante que a nada que aplaudas haces llover, en invierno lo que está es el aire más seco que la duquesa de Alba comiéndose un paquete de pipas saladas. En cualquier sitio que entras tienen la calefacción puesta a tope y es menester que en casa o en cualquier espacio en el que vayas a estar más rato de lo debido, haya un humidificador. Fíjate que cosas, en la vida me había preocupado yo por estas movidas y el médico prácticamente nos ha obligado a comprar uno de los caros para tener en la habitación donde tenga Kota la cuna. Aquí en la oficina también hay un par de ellos de los grandes, por ejemplo.

Pero si que es verdad que se nota el asunto: para cuando te quieres dar cuenta ya tienes la garganta más seca que ni sé y es bastante fácil que te empiece a doler el asunto además de que de repente empieces a hablar como Sabina de resaca.

Pues bien, pensando en aquellos que echamos horas delante del ordenador afilando las uñas rascando teclas, han sacado este invento. Vayamos por partes:

1- Tu te compras una botella de té o de lo que te salga de tus graciosas partes, te lo bebes y lo rellenas con agua. Si te ves lúcido esa mañana, también podrías haber comprado la botella de agua directamente no como yo que escribo los posts con la legaña puesta y me llevo meando un cuarto de hora:


2- Sacas el humidificador de botellica USB del envoltorio:



3- Le enchufas el bastoncillo ese que te viene de manera que un extremo quede en el agua y el otro en el pitorrillo superior:

4- Si ves que no sale ná, una de dos: o no lo has conectado al puerto USB, o no le has dado al botón. De ahí tiene que verse una lucecita y empezar a salir vaporcillo:


Y y está. Ya nos podemos tirar las horas dándole al Facebook y al Twitter sin riesgo de que se nos quede la garganta como un arenque!


Con la garganta florida rascateclea todo ufano :flipanderer:
porque has ido, por supuesto, de la mano con Toscano

Ala pues, que vaya bien la semana!

Acabo de llegar

Algo o alguien me golpea en la espalda. Estoy en mi cama, creo, porque creo que sigo entre sueños, quizás no son golpes, quizás forman parte de ese otro mundo paralelo en el que nuestra mente juega a que creamos que puede que lo otro sea lo que es mentira en vez de lo de ahora. Pero noto otro y otro y otro más y me acabo de despertar. Son patadas de Kota, que duerme en el medio de la cama. Ahora cuando abrazo a Chiaki también entra él de propina porque le queda a mano estar entre los dos. Pero a veces, de alguna manera, consigue ponerse en diagonal de forma que esos dos diminutos pies quedan justo justo a la altura de mi pecho o mi espalda dependiendo de si estoy soñando para la derecha o para la izquierda. Sus piernas son pequeñas y nunca se paran de mover, quizás es que está soñando que corre detrás de un biberón enorme o algo así. Me pregunto qué soñarán los bebés… si apenas han visto nada todavía, ¿a qué juego jugarán sus diminutas mentes cuando esos ojitos deciden cerrar el telón si todavía apenas conocen escenarios ni actores?.

Chiaki se da cuenta y le corrige la postura; le pone otra vez derecho y yo me vuelvo a dormir del todo. Al arigato que le debía se lo ha debido comer el sueño, porque no recuerdo habérmelo escuchado.

Me vuelvo a despertar, también por Kota que esta vez hace mucho ruido. Aunque ya no llora tanto como antes, está claro que tiene hambre y Chiaki se levanta para darle el pecho mientras yo apuro las dos o tres soñiqueras que me quedan. Más o menos por el tercer eructo, suena la alarma del despertador pero yo ya llevaba un rato largo acariciándole la cabeza a mi hijo y hablando con su madre de lo grande que se ha puesto sin llegar a tener todavía ni tres meses.

Les dejo durmiendo y me voy a la cocina. Me preparo un café, el único que me beberé en todo el día y me entero de la actualidad japonesa y española gracias a la televisión e internet respectivamente. Me gusta comparar ambas. Ya no me sorprende tanto ver presidentes de poderosas empresas dar ruedas de prensa en las que piden perdón con reverencias de mil grados y segundos mientras millones de flashes impactan en sus calvas: el gerente de aquella cadena de hoteles que daba langostinos normales aunque en su carta ponía que eran de los caros, el importador de congelados en cuyos paquetes se encontró veneno… aquí también se las traen, como en todas partes, pero al menos parecen dar la cara, o la coronilla en este caso. Sería inconcebible declarar en un plasma o seguir en el poder ante cualquier indicio de que hayan podido estar robando dinero.

Sin embargo cada vez me resulta más difícil alegrarme con las noticias de mi país, hoy hasta el Athletic ha perdido contra el Atlético de Madrid. Me pregunto porqué no se sacan buenas noticias que estoy convencido que habrá, porqué solo salen viejos calvos entrajetados que han provocado la crisis del país robando todo lo que han podido con la complicidad de rancios políticos prepotentes que se supone que nos representan pero que en la realidad no saben ni hablar. Me pregunto cuantos cómplices habrá entre los votantes para que no cambie toda esta farsa de una vez.

Después de la ducha, desayuno un cuenco de quinoa. Como otros experimentos de los míos, últimamente me ha dado por comer alimentos sanos y este aparecía en alguna lista. No sabe prácticamente a nada, pero eso me da igual, los copos de avena tampoco y cuando llegue a la oficina caerá otro cuenco, se trata de ver si me encuentro mejor, con más energía o si la comida simplemente no importa tanto. De momento parece que funciona: ya no tengo esos ardores de estómago que tenía antes, ni me duele la cabeza y a pesar de que no duermo tanto como antes, no me encuentro tan somnoliento y cansado delante del ordenador de la oficina como cuando tenía cinco o diez años menos. O puede que sea que me lo creo y me sugestiono a mi mismo. ¿Qué mas da?, en cualquiera de los casos funciona.

Antes de pasarme por la habitación, decido poner los muñecos de Kota de alguna manera original. Todos los días trato de hacer algo distinto para que a Chiaki se le deslice una pequeña sonrisa. Con ella es muy fácil y como con Kota no se puede salir demasiado lejos todavía, tengo cierto miedo de que se le caiga la casa encima si los días se le vienen pareciendo demasiado unos a otros. Hoy he puesto a la oveja gorda encima de la tele y a Totoro a dormir en la cuna, tapado con la manta que le hizo mi madre. Seguramente cuando se despierte sacará una foto y me dirá algo, así que yo también estoy con la media sonrisa sólo por esperar ese mensaje. Es una forma de invertir en felicidad para mi día también.

Pienso, mientras apelotono peluches encima del lado del sofá donde se sienta ella, que tampoco es tan difícil estar de buen humor con alguien que siempre lo está. Que es fácil no venir con quejas o con reproches y enfados si nunca te han venido a quejarse o reprocharte algo con lo que enfadarse contigo. También sé que lo contrario pasa, que como decía mi abuelo: «dos en un colchón, comparten opinión» y no es raro que acabes poniendo a parir a todo el mundo si la persona con la que estás también lo hace. Si todos los días te gritan, es cuestión de tiempo que acabes gritando tu también.

Ahora ya si, ya abro la puerta de la habitación y escudriño en la oscuridad dos de las tres almohadas que coronan la cama. Chiaki me hace un gesto y así sé que está despierta. Yo me muero de ganas de darle un beso siempre antes de salir, pero tampoco quiero despertarla, de ahí que trate de no hacer ruido y sólo entro en la habitación si sé que se ha despertado. «Jitensha kiwotsukete ne», ten cuidado con la bici, me susurra, «yukkuri ne». A la pequeña cabecita del centro también le toca otro beso aún a riesgo de que se despierte y empiece a llorar.

Hoy no me cruzo con ningún vecino. El edificio es de reciente construcción, todavía no se han vendido todas las viviendas y prácticamente no nos conocemos entre nosotros todavía aunque suelo coincidir con un salary man que lleva a su hija a la guardería. Me gusta cruzarme con ellos porque él me da los buenos días en un japonés solemne y educado «Ohayo gozaimasu» mientras yo contesto y su hija se ríe y responde con un encantador «ohayooo» que no me quita la sonrisa hasta dos o tres kilómetros después.

Cuesta arriba y cuesta abajo, pienso en muchas cosas. Creo, una vez más, que debo estudiar mucho más japonés, que quizás el momento adecuado sea cuando Kota sea un poco más mayor y yo pueda tener un poco más de tiempo libre por las tardes para apuntarme a una academia en serio. O puede que no merezca la pena y que mejor que lo haga por mi cuenta. Sea como fuere debo seguir haciéndolo todos los días porque es importante. Como también es importante que siga hablándole en castellano tanto a él como, poco a poco, a su madre para que puedan entenderse sin problemas con los míos. Sería genial que mi madre y Chiaki se conociesen no sólo por lo que se intuyen, estoy convencido de que serían grandes amigas de verdad.

Aprovecho las paradas en los semáforos para echarme un trago del termo de té y así calentarme un poco desde dentro. Este invierno no parece hacer tanto frío como otros años pero siempre se agradecen los semáforos en rojo, sobretodo los días de viento.

Esta mañana me ha vuelto a parar el mismo policía. En realidad no me para él sino que coincide con un paso de cebra en el que siempre me toca pararme porque siempre cruzan niños camino de una escuela cercana, y su comisaría queda justo al lado. Me hace el gesto de siempre, y yo procedo a quitarme los auriculares otra vez y pedir perdón con una reverencia a la que él responde serio aunque a los dos, por dentro, nos haga gracia el asunto. Un par de pasos de cebra después ya estoy otra vez con la música acompasando mis pedaleos y cuando me quiero dar cuenta ya estoy en Shibuya.

Hoy no está la señora de la limpieza, así que no saludo a nadie mientras abro la puerta de la oficina. Enciendo las luces, abro un poco la ventana para renovar el aire y me siento en mi puesto, en mi ordenador. El turno de trabajo no empieza hasta una hora después así que tengo tiempo para mi, como planeé desde el momento en que sonó la alarma por la mañana. Es un tiempo preciado que es egoistamente mío, como antes lo eran todas las horas del día. Hoy decido emplearlo en escribir un poco.

Total, acabo de llegar y todavía tengo un rato.

Llevo ya bastantes repasos de lo que tengo escrito cuando recibo un mensaje. Es Chiaki. Me manda una foto de Kota riéndose junto a una pila de peluches puestos unos encima de otros ya medio cayéndose. Después de la foto viene algo más:

光太も笑った~!!笑

Y yo me pongo a llorar.

Stainless – Shinjuku

Como si fuese el catalán ese del sombrero,
aquí voy y os hecho ahora mismo un post regulero

Dentro pedazo de vídeo que me he encontrado por ahí. Me he quedao churichuscu del todo, pedazo de curro…

El vídeo mola, pero admito que el post es :regulero: del :copon: . No he tardado ni dos minutos en plagiar el asunto!! Eh! huevos como trolebuses llevo hoy, señora!!

De la mano con Toscano: el incubalegañas

Mirad que guapo está mi Kota, mirad mirad:

Processed with Analog

Jaja, lo dejo aquí que luego Fran me llama ikucansinoooooo.

Total, que ya iba siendo hora de recuperar una de las secciones míticas características del blog que ha tenido la osadía de ponerse delante de ustedes tiempo ha:

¿Que de qué trata esta copla?, pues mayormente de que si partimos de que aquí en Tokio venden prácticamente todo lo imaginable, me parecería un desperdicio máximo que el Tío Tosca que les escribe no se ofrezca voluntario a rebuscar de entre todos esos productos aquellos que destaquen por una u otra cosa. Vamos, que mayormente me compro todas las tontás que se me cruzan por el camino y ya que las tengo, aquí las presento en sociedad y así de paso me sirve como excusa para otear el mercado.

Vayamos, sin más troquetronches, a los antecedentes del asunto: resulta que en mi empresa, que de normal no sé yo si tiene mucho, echamos siesta. Si señor, el mito spanish por excelencia mira por donde que se me ha hecho realidad aquí en Tokio. Ojo, no vayamos a pensar que esto es normal porque, que yo sepa, sólo nosotros lo hacemos. Pero sea como fuerererequere que a las tres de la tarde suena una alarma, bajamos las persianas, apagamos las luces y nos sobamos todos hasta veinte minutos después (a mi a veces se me ha escapado algún cuesquer, pero no digáis ná!! :secretico: )

Por otro lado, pongamos que Kota, que duerme con nosotros en la misma cama y no para quieto, me deja dormir un ojete, así que este ratillo de cerrar los ojos y echarse cuatro silbidos después de comer es gloria bendita. Pues bien, para maximizar el factor relajabilidad del asunto, resulta que existen unos antifaces que los abres y están calenticos por un rato bien largo, pensados para colocártelos en cualquier momento del día en que necesites descansar los ojos.

Siguiendo con la tradición de la sección, es menester bautizar semejante invento.

Lo llamaré:

¡¡ El incubalegañas !!
;)

Jodé, la última foto parece un sujetador hipster. Bueno, pues el caso es que yo no lo sabía, pero da mucho :gustico: echarse una siesta con los ojos calenticos y luego cuando te lo quitas, te queda una sensación ahí de recosica importante que perdura y maximiza la actividad rascateclil por el resto de la tarde. Las variables se declaran solas, no os digo más, los fors y los whiles dan hasta pena que se acaben.

Esta movida es una evolución de los Kairo que llevan existiendo aquí desde hace un montón de años. Son unas bolsicas que tienen no se qué elemento químico dentro que nada más que lo abres reacciona con el aire y se mantiene caliente algo así como ocho o nueve horas seguidas. Los venden de todo tipo: grandes, pequeños, con pegata, sin pegata, para las piernas, para metérselo en los calcetines… sin duda la manera de usarlos por excelencia es pegártelos por el cuerpo siempre y cuando no toquen la piel porque corres riesgo de quemarte. Yo llevo uno enchufao en la tripica desde que me ducho por la mañana porque la rasca que hace al venir en bici es bastante importante:

Y luego, y esto que no salga de aquí, llevo otro pegado en el culo. No en el culo culo, sino justo en la rabadilla pero la gracia es que lo llevo pegado en el calzoncillo por la parte de atrás y el otro día lo debí echar a lavar con eso pegado. Chiaki no sabía la pobre cómo afrontar la conversación…. estooooo, Oskar que… bueno, sin rodeos: ¿me quieres explicar porque coño llevas un calientatronchos en el culo?!?!?!?

Total, cambiemos de tema rápido, jaja, además de esto no hay foto. ¡Lo siento chicas!

Lo siguiente al Kairo bolsero es un Kairo USB que, por supuesto, también me he comprado. De hecho me compré dos, pero se me ha perdido uno por el camino. Mecagüen :peneke: , por cierto. Al final es un chisme igualito que los iPods antiguos con un puerto mini-USB para cargarlo. Después tiene un botón que si lo enciendes, eso se calienta un huevo durante más o menos una hora:

El cacharro mola para enseñar, pero el tener que andar cargándolo siempre es un coñazo y además solo dura una horita que no da para nada. Mucho mejor un Kairo calzoncillero que te tiene ahí con gustico bajero todo el día!!

Ala pues, partamos por la senda correcta que no es otra que :bythesegao:

Processed with Analog

Viaje a Japón

Ayer vinieron los de la tele a grabar un programa de las clases de cocina para japoneses de los que hacemos. En esta ocasión fue más especial: invitamos a los alumnos que llevan viniendo más veces y nos cedieron todo un restaurante para el tinglado. Por cierto, si estáis en Tokio no dejéis de visitar el restaurante Gaudí de Yoyogi si tenéis morriña de comida de la tierra porque ya os digo yo que allí os la van a quitar a base de platos de los buenos y gente encantadora.

La clase creemos que salió muy bien, al menos hicimos todo lo que solemos hacer siempre: el Chiqui fue contando la historia y las curiosidades de la tortilla de patata, yo iba traduciendo el asunto a japonés añadiendo lo que se me iba ocurriendo según iba viendo y Guillermo no paró, como siempre, de asegurarse que todos los que estaban allí sabían lo que se estaba haciendo (aparte de enseñarles a beber en bota, un clásico).

Como pasa siempre con la tele, no sabes al final como y qué va a salir, pero nosotros pasamos un rato muy muy bueno.

Pues ayer hablando con el Chiqui me estuvo contando que ya casi no quedan plazas del viaje a Japón que lleva organizando ya tres veces con la de este año. Y yo me acordé que algún lector del blog me dijo que le avisase si se volvía a hacer porque se quería apuntar, así que he pensado que qué mejor que anunciar el asunto por el blog aunque sea un poco tarde.

¿De qué va esta copla? pues es un viaje a Japón desde España pensado y organizado para que puedas llevarte un trozo de este país en tu corazón con el avión de vuelta. Fernando lleva viviendo en Tokio unos años ya y a lo mejor le pones un ordenador delante y al angelico le falta olerlo, pero de organizar historias sabe mucho. Como este año además estoy yo metido en el ajo porque me he currado la página web os puedo decir que no se me ocurre qué más se le podría meter al itinerario… en esa semana aquí no os vais a quedar sólo con los cuatro rascacielos de siempre de Tokio, sino que os van a llevar por hoteles tradicionales japoneses, aguas termales naturales en montañas donde los monos son los dueños por derecho del lugar, castillos japoneses, habitaciones a los pies del monte Fuji con vistas de quitar el habla y, por supuesto, raticos inolvidables en el pedazo de Tokio de mis amores.

El asunto cuesta menos de 2000€, cuenta con guías en vuestro idioma para todas y cada una de las excursiones que se hacen y está respaldado por la agencia de viajes de Albacete «ViajesFlexibles» así que si hay algún problema, que no debería, el seguro de viaje está ahí para venir al rescate.

Si todavía tenéis dudas, yo creo que no hay mejor manera de sentir el espíritu del viaje que con este vídeo:

httpvh://youtu.be/g9RVPItjzTE

En este apartado de la magnífica web :flipanderer: hay fotos de otros años también.

Si te das prisa, todavía llegas a tiempo para amarrar una de esas últimas plazas que quedan para la semana del 12 de abril de este año. Yo probablemente me apunte a alguna de las cenas que se hacen en Tokio, así que mira, igual hasta resulta que con la cosa nos tomamos un par de cervezas y todo!

Echadle un ojer! por cierto, cualquiera puede ir desde cualquier parte de España, no hace falta que sea desde Albacete!!

El 2013

El sábado pasado fue el primer día que Kota y yo nos dimos un paseo sin Chiaki. Hacía mucho que no daba un paseo solo por pasear y hacía mucho que no lo hacía solo. Bueno, Kota estaba conmigo pero como no habla mucho… hombre claro que no, Kota perdona, por supuesto que no estaba solo, pero como yo no sé si me entiendes cuando te hablo pues me puse a pensar en mis cosas mientras recorría calles repletas de tiendas envueltas en música de flautas y tambores provenientes del hilo musical que se dejaba escuchar gracias a altavoces colocados sutilmente en farolas aquí y allá. Cada vez que se estrena año pasa lo mismo por estos barrios: la mitad de las tiendas cerradas y el CD de música tradicional de año nuevo en modo loop.

Feliz año, por cierto, que casi se me pasa.

Total, que mi hijo colgaba de mi pecho gracias a uno de esos artilugios pensados para que los padres le tomemos el relevo por fuera a las madres que ya dejaron de llevarlo por dentro. A veces dormía y a veces me miraba. Kota, en algunas ocasiones parece que te esté diciendo un montón de cosas cuando te mira fijamente. Parece decirte: Oskar o papá o como sea que te llamaré, lo estás haciendo bien, no te preocupes tanto, hombre, que yo estoy bien.

También es verdad que otras llora como si le estuviésemos haciendo al baño María.

Pero el sábado no hubo problema alguno, ni frío hacía y Kota se dedicaba entre balbuceos y sonidos que solo él entiende a mirar el cacho de Tokyo en el que le ha tocado nacer. Espero que hayamos elegido bien.

Y yo, que le miraba desde arriba, me puse a pensar en un montón de cosas. Me acordé, me acuerdo, que el año pasado lo empecé con una escayola adornando mi brazo izquierdo y que más que el dolor, lo que peor llevaba era no poder hacer nada de lo que llevaba haciendo hasta entonces: vacaciones forzosas de Karate, de correr, de cualquier actividad física… lo llevé bastante mal y mira que yo más que optimista soy un feliciano. Tan harto estaba que cuando aquel día el tren frenó de repente y me golpeé el brazo roto contra una barra metálica del vagón supe que nada me iba a sentar bien desde por la mañana; estaba hasta los huevos de mayormente todo y aquella mañana me cansé de esperar emails de editoriales que nunca llegaban y decidí que el libro lo iba a sacar por mi cuenta, hubiese que hacer lo que hubiese que hacer.

¡Eh! de las mejores decisiones del año, acaban de llegar los 500 ejemplares a Barcelona y ayer mismo envié los PDFs a los que eligieron la opción en la campaña de crowdfunding.


:estudier:

Si algo iba a marcar sin duda el 2013 era que me casaba con Chiaki en su templo. Ya estábamos casados por lo civil, pero queríamos hacer algo bonito en el templo que era su casa antes de venirse a vivir conmigo. Yo siempre había pensado que deberíamos hacerlo allí, no se me ocurría un lugar mejor y supongo que a Chiaki tampoco aunque todavía hoy me resulta curioso que fuese yo el que lo sugiriese, quizás ella lo daba por sentado ahora que lo pienso. Lo que no sabía es que se iba a animar tanta gente a venirse a la boda desde España: no solo un montón de amigos de Bilbao sino que mi familia al completo, Javi incluido, llegaron a Narita para celebrar nuestro día que no quedaba otra que que fuese especial. Tan entusiasmado estaba por la llegada de todos que decidí escribirles una especie de guía de viaje para que descubriesen el Tokyo y los alrededores que me hubiese gustado que me contasen a mi si no tuviese más de una semana:

1- Tsukiji, Hamarikyu, Odaiba y Onsen

2- Honmonji, Sky Tree y Asakusa

3- Kamakura, Hasedera, Daibutsu, Enoshima, Ofuna, Yokohama

4- Tokyo Tower, Azotea del Roppongi Hills, Shibuya

5- Harajuku, Meiji Jingu, Yoyogi y Shinjuku

Sé que hicieron la gran mayoría así que fue un tiempo muy bien invertido porque cuando estaban aquí yo apenas daba abasto con los preparativos de la boda, mi familia y atender a la pobre Chiaki que por aquél entonces estaba pasándolo bastante mal por culpa del embarazo. Ya me habría gustado haber hecho las excursiones con ellos, ya.

Bastante antes de que viniesen y en plenos preparativos de la boda, recuerdo que un día decidí irme a casa en vez de a la habitual clase de Karate porque no me encontraba muy bien. Como Chiaki iba a llegar tarde y para hacer tiempo me bajé en la estación anterior donde hay un gran centro comercial y allí, sin haberlo planeado, acabé comprándome dos pares de zapatos que no necesitaba en absoluto. De propina, se me recalentó el alma al verme atendido por el señor de la tienda de zapatos. Profundamente conmovido entre lágrimas escribí aquella historia que también forma parte del libro. Los zapatos no me los he puesto más que dos o tres veces y resulta que ahora que compramos piso justo en esa estación y vamos muy a menudo a su tienda, él ya no está. Ojalá que sea porque le han trasladado a otra tienda o esté haciendo otro trabajo parecido en cualquier otro sitio.

Y finalmente vinieron mis amigos y mi familia y se celebró la boda. Fueron días de intensa emoción en los que yo no dejé de llorar prácticamente ningún día por diversos motivos aunque el mismo día de la boda se llevó la palma. Salimos temprano por la mañana al templo de mi mujer con mi familia, nos vistieron con kimonos incluyendo a nuestras madres y a mi sobrina, nos casó mi cuñado por el rito budista en presencia de mis amigos, fuimos en autobús al restaurante en un viaje eterno por un Tokyo atestado de coches y allí se sucedieron muchas sorpresas con mucha más gente que no cabía en el templo. Nos cantaron, nos leyeron cosas, nos hicieron un vídeo precioso… aunque la sorpresa mayor nos la guardábamos nosotros con otro vídeo en el que contábamos un poco nuestra historia de pareja y al final del todo anunciábamos que Kota estaba ya por llegar. Mi madre no dejaba de repetir «¿pero es verdad? ¿pero es verdad o es otra de las tuyas?»…

Los de callejeros se vinieron a grabar hacía un huevo, pero finalmente parecía que iba a salir ya el programa (me cuentan que en el día de reyes lo volvieron a poner).

Pero a mi lo que me tenía frito era un compañero de trabajo que me tenía muy amargado, tanto que hice un montón de entrevistas para irme de la empresa. Con todo lo bueno que me estaba pasando, lo feliz que estaba yo con mis cosas… aquella sensación no me cuadraba… me hizo reflexionar y creí darme cuenta que este concepto relativo de felicidad, al final del día, tenía mucho que ver con toda la gente con la que nos tocaba compartir tiempo y lugar y con como dejamos que nos hagan sentir.

Ahora me lo aplico y trato de no cruzarme o relacionarme con según que tipo de gente que sé de sobras que no me convienen. «Fintar a idiotas y sus idioteces» lo llamó un buen amigo.

Total, que apenas unas semanas después de que se acabase la vorágine de la boda, en vez de estarme quieto y descansar, estaba metido de lleno en la organización de la primera Feria de Abril en Tokio. Bueno, al menos la primera que sabíamos nosotros que se celebraba: nos las arreglamos para tener un bar español exclusivamente para nosotros por un día y montamos allí un Cristo importante en el que no faltó de nada. Curramos un montón y no solo ese día sino desde muchas semanas antes, pero me reafirmó en mi idea de dejar de rascar teclas algún día porque menudo gustico nos dio todo. Aunque hubo paisanos «amigos» :comillo: que vinieron pero no pagaron la entrada y se quedaron fuera aprovechando el ambiente generado en la terraza… en fin, ellos verán, nosotros nos remitiremos al dicho de las fintas.

Precisamente en la organización de ese jaleo fue cuando por fin conocí a Chema, el famoso «niño cagao» que había salido en Callejeros hacía tiempo. Me pareció un tío muy salao y me dio pena que se fuese tan pronto ahora que no habíamos hecho más que conocernos. Estuvo graciosa la canción de despedida que se cascó en la terraza de los Lorcos aquel día cuando quedamos los organizadores del evento para dar cuenta de las sobras. Fue chica la que cogí aquella tarde así con la tontería…

:gambiters:

Y en esas estábamos cuando de repente nos empezaron a llegar mensajes al teléfono ¡¡ que estábamos saliendo en la tele de aquí!! Resulta que aquí hay un programa de televisión en el que se van con la cámara al aeropuerto de Narita a entrevistar a los extranjeros que llegan. Les preguntan de donde son, a que han venido… y si lo que van a hacer les resulta interesante, les piden permiso para grabar un programa especial durante su estancia. Por ejemplo el otro día salió uno que se dedicaba a dar clases de esquí y le sacaron ahí dando clases y tal. Pues el caso es que pillaron a los Tosca ahí y nos pidieron permiso para venirse a grabar la boda al templo de Chiaki!!!

… peeero les dijimos que no (como cinco o seis veces porque no dejaban de llamar por teléfono para insistir). A mi tengo que reconocer que por una parte me hacía ilusión porque iba a ser un recuerdo muy gracioso que tendríamos siempre de aquel día, pero también es verdad que el asunto era íntimo y el tono del programa es en exceso de humor con lo que tampoco era plan. Aún así me queda la cosica de saber cómo habría quedado, ¡¡ juas !! (mi padre es el más salado del mundo, por cierto, qué arte!).

Y ahí siguieron pasando los meses… mientras trataba de acostumbrarme a mi nueva vida de casado con Chiaki y me planteaba retos con los que todavía sigo enfrascado, muchas tardes de verano las dediqué a programar «Por lo segao«, una web de cromos que no son más que fotos chorras con títulos chorras. La verdad es que me lo pasé muy bien metiendo cromos, pero un día me llegó una alerta de espacio en disco sobreutilizado y no he sido capaz de buscar cinco minutos para ver que está fallando porque no se pueden crear cromos. Intentaré retomarlo durante este año en cuanto se calmen un poco las cosas.

Lo que son las cosas, que justo antes de irme de luna de miel a Okinawa (pedazo de viaje, por cierto, ahí tenemos que volver como sea), estuve a punto a punto de cambiar radicalmente de profesión. Pero a punto a punto… ahora que ya no tengo los problemas que tuve a última hora aquella vez, resulta que mi puesto ya está cubierto… ¡fue cuestión de un par de meses solo! ¡se puede hacer!.

Y precisamente viendo las fotos de Chiaki embarazada en Okinawa fue cuando me puse a pensar en Kota, en mi hijo, en todo lo que significaba para mi que hubiese podido llegar a formar una familia después de todo. Y en lo lejos que sigo estando de los míos… Esa calurosa mañana de agosto le escribí una carta a mi querido hijo.

Cuento, con orgullo que lo que allí ponía lo estoy cumpliendo a rajatabla: menudas conversaciones en castellano tenemos a la hora del baño… aiss…

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Septiembre siempre es un mes especial: es el cumpleaños de Chiaki y el mío y siempre hacemos alguna celebración chula estilo irnos de viaje por ahí. Este año con lo de Okinawa y Kota a punto de nacer nos quedamos en casa y yo aproveché para lanzar la campaña de crowdfunding pensando en que igual si que iba a ser posible finalmente tener el libro. Ya sabeis el resultado porque sois parte de él: apoyo incondicional desde el primer momento, se consiguió el objetivo a las pocas horas y se cuadriplicó. Nunca sabré expresar lo suficiente mi gratitud, solo espero que el libro no os defraude.

Ojalá que no.

También fue cuando nos enteramos que Tokyo iba a ser la sede de las olimpiadas y no sé si porque Madrid perdió pero leí una serie de gilipolleces en muchos medios españoles sobre Japón que me dio por escribir una especie de artículo en el que trataba de contar que para mi lo mejor y lo peor de esta ciudad: Tokyo, la ciudad de los juegos.

A finales de septiembre andábamos también a contrarreloj por conseguir la hipoteca que nos permitiría comprar el piso en el que vivimos ahora. Digo que íbamos contra el tiempo porque Chiaki salía de cuentas en un mes y todavía no teníamos claro si nos íbamos a poder mudar o no. Nunca habría pensado yo que me iba a comprar casa aquí pero mira, tener un hijo te hace que quieras tener una mayor estabilidad, darle cierta seguridad que antes no te importaba. Y lo conseguimos a pesar de tener mucho en contra por ser extranjero y no llevar demasiado tiempo con contrato indefinido. No faltó tampoco quien quiso quitarnos la ilusión de una hostia.

Por cierto, ¡qué risas con la mudanza!.

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Luego, ¿pues qué decir? ¿qué contar?, llegó Kota y todo cambió. Mi mundo, nuestro mundo se ha convertido en esa personita que nos mira echando babas, tirándose pedos como trolebuses y roncando como un abuelo. El parto fue larguísimo y Chiaki lo pasó muy mal aunque al final todo salió muy bien.

Y para acabar el año antes de dedicarnos plenamente a Kota, y a parte de una segunda feria pero de Albacete esta vez, nos vimos envueltos en uno de los mayores saraos dedicados a España que se han celebrado por estos lares: un Spain Matsuri en el que pusimos un tenderete de tortillas entre otros pinchos diversos. Fue un fin de semana de no parar de currar hasta no sentir las piernas, pero menudas risas nos echamos siempre con Chiqui, Lorco, Germán, Manuela…!!!

Me caso en Tokyo con mi familia y amigos, me voy de viaje a Okinawa, me compro casa, nace Kota, saco un libro… me parece a mi que el 2013 va a ser un año que recordaré siempre. Este 2014 de momento se presenta tranquilito, pero no le doy yo más de un par de semanas más antes de que se empiece a liar… ya veréis!!

¡¡ Que no paréis de reiros de todo en el año 2014 !!

De como Kota llegó para quedarse (4 y fin)

Si la noche anterior fue un flashback continuo, aquella noche fue al revés: no recuerdo los momentos en los que dormí, si es que lo hice. Chiaki no hacía más que dar paseos por la habitación, parándose cuando tocaban las contracciones fuertes que se pasaban en poco tiempo, pero que tenían pinta ya de doler muchísimo. Yo le daba masajes en la espalda, como me había enseñado la impasible sin sonreír en ningún momento, y cuando se le pasaba volvía ella al paseo y yo al sofá.

Así hasta que ya por fin por la mañana nos llevaron de nuevo a… la sala….

Yo pensaba que la cosa iba a ir rápido, pero no fue así. En el purgatorio estuvimos cuatro horas en total en las que Chiaki era, en esta ocasión, de las que más dolores tenía ya asustando, supongo, a las que acabasen de llegar como nos pasó a nosotros el día anterior. La revoluciones venía, a toda hostia, de vez en cuando a mirar el papel lleno de rayas en el que se veían las pulsaciones de Kota y la intensidad de las contracciones de Chiaki. Si me hubiesen enchufado ese chisme a mi, seguro que hubiesen salido también los Pirineos porque aquello me tenía a mi en un sinvivir.

La vírgen.

La madre de Chiaki se vino allá por el mediodía, lo que me permitió distraerme un poco haciendo viajes a la máquina expendedora a por zumos o tés. He de decir que es ver una cajica de zumo de moras como la de esa máquina y todavía me pongo nervioso… Mi suegra le hablaba a su hija, pero su hija ni contestaba. Estaba sentada en una especie de cómoda balancín que le hacía estar inclinada hacia delante, lo que, por lo visto, era bueno para la situación en la que nos encontrábamos. Entonces vino el médico y se la llevó, como pudo, a una sala que había al lado. Yo me quedé solo con mi suegra. Ese fue uno de los momentos más emotivos, con el permiso del nacimiento de Kota, de esos días. A mi suegra, supongo que por la emoción del momento, le dio por decirme un montón de cosas bonicas sobre que me hubiese casado con su hija y lo que significaba para ella tener un nieto y que fuese conmigo y…. me dijo un montón de cosas que nos tuvo a los dos llorando un rato largo. Nunca se me olvidarán sus palabras… muchas gracias Tokuko, de corazón, como bien sabes.

Cuando volvió Chiaki y nos vio llorando se empezó a reír. ¿Qué está pasando aquí? alcanzó a decir justo antes de que una contracción acallase del todo su voz. Y ahí fue cuando el médico volvió, de nuevo, y dijo que se la llevaba otra vez a la sala, que era mejor por no sé qué razón que no entendí. Lo que si supe cuando volvió es que había roto aguas ya y que el parto era inminente. Que si quería estar presente, me dijeron. Por supuesto, dije yo millones de veces muerto de miedo mientras se la llevaban en silla de ruedas.

Entré en el quirófano un rato después que ella con una bata de esas que se atan por detrás y un gorro para el pelo. Ella estaba en una camilla iluminada por unos focos enormes que, sin embargo, no alcanzaban a deslumbrar. A mi me subieron en un taburete que quedaba en la cabecera de manera que la veía del revés pero no lo que estaba pasando por ahí debajo porque una sábana hacía de telón.

Bendita sábana.

Entonces empezó a empujar ya con cada contracción. Yo le secaba el sudor y le alcanzaba la botella de té verde a la que le habíamos puesto una pajita para poder beber mejor. Se me ocurrió la broma de que parecía el entrenador de Rocky Balboa ahí con la toallita y que solo faltaba el cubo para que escupiera, y tuve la absurda idea de contársela a ella que no le hizo, por supuesto, ni un poco así de gracia. Me quedé calladito unas cuantas contracciones más. Básicamente el proceso se repetía: ella empujaba, la enfermera decía que ya se le veía la cabeza, pero no acababa de salir. Tampoco te creas que a la enfermera aquella parecía importarle mucho el asunto.

Después de una hora y media así, decidieron que era mejor un descanso y le pusieron una inyección para parar las contracciones un poco. Yo me moría de pena por ver a mi mujer pasándolo tan tan mal y en ese momento empecé a pensar que igual le tenían que hacer la cesárea porque Kota no parecía tenerlo fácil para salir.

Entonces llegó la revoluciones y fue acojonante. Cual señor Lobo, llegó a toda hostia, apartó a la enfermera aquella que tenía la mitad de sangre y se puso los dos guantes de látex. Mientras se echaba un chorro de yodo en uno de ellos, ojeaba el asunto y dijo un «Wakarimashita», «ah, vale, ya lo entiendo». Acto seguido empezó a decirle un montón de cosas a Chiaki en japonés que no tengo yo muy claro que las hubiese entendido ni ella: a mi me parecía que era Ozores con bata el que hablaba. Después pegó cuatro gritos a las enfermeras que había por allí al lado: tu llama al doctor no se quién, tu alcánzame no se cual, tu llama a no se qué enfermera y tu apaga eso de los latidos que me está volviendo loca («¿más? pensé yo, por Dios que alguien lo apague o sale volando). En aquella situación, la revoluciones causó el efecto contrario: en vez de poner nervioso a todo Cristo, nosotros nos sentimos tremendamente arropados por ver que alguien en la sala parecía saberse lo que se hacía.

Llegó el médico que había pedido que se puso a los mandos inmediatamente y llegó la enfermera que había pedido, que resultó ser una tía más bruta que un bocadillo de bellotas con cecina. El médico, por orden de la revoluciones, cortó por allí abajo. La aldeana con gorro de enfermera se subió de rodillas en la camilla y apoyó todo su peso en la tripa de Chiaki que a su vez empujó más que nunca hasta que, de repente, Kota apareció ante nosotros de color morado. Chiaki no dejaba de apretarme el brazo con la mayor fuerza que le he sabido nunca mientras los dos llorábamos al unísono. «Ya está» decía yo en perfecto castellano, «ya está Chiaki, gracias gracias gracias» y seguía llorando aunque lo que yo quería era ver llorar a mi hijo porque, como en las películas, uno cree que hasta que no llora no sabes que está bien.

Y lloró, vaya si lloró…

La revoluciones, que no podía parar en ningún momento, limpió a Kota en dos o tres décimas de segundo y ya lo tenía Chiaki puesto en su pecho. Después me dejaron cogerle en brazos y recuerdo que estaba completamente sereno y me miraba, aunque por lo visto no veía todavía, y que estornudó. Y luego la bocata bellotas se lo llevó a una pequeña incubadora que había allí para hacerle todo tipo de animaladas como meterle un tubo por la garganta y por la nariz para aspirar la sangre que quedase. No entiendo de partos, pero me dieron ganas de decirle cuatro cosas porque aunque sé que era necesario y por el bien de Kota, me pareció que hacía todo sin ninguna delicadeza, ¡menudos meneos le metía la vacaburra!.

Total, que a Kota se lo llevaron y nosotros nos quedamos un rato más con el médico que se aseguraba de que Chiaki estuviese bien. Yo la veía y estaba exhausta, pero había recuperado la sonrisa y con ella yo a mi Chiaki y de propina me llevo a su hijo que también es mío.

Kota, en efecto, ya había llegado.

¡Eh! ¡y para quedarse!, total, ya que estaba… とりあえず。。。


De como Kota llegó para quedarse (parte 3)

Como si de un flashback se tratase, recuerdo aquella noche por flashes. Yo estaba tumbado en un sofá en el que solo entraba entero si doblaba las rodillas tapado con la manta más fina de todo el hospital y de vez en cuando entreabría los ojos cuando algún ruido interrumpía algo parecido al intento de dormir en semejante situación. Veía, entonces, a Chiaki que estaba con los ojos abiertos prácticamente cada vez, que me miraba, que miraba al techo y recuerdo que yo quería levantarme y hablarle para que sobrellevase la situación un poco mejor pero entonces me volvía a dormir y me volvía a despertar sin yo quererlo. Era ese estado en el que no sabes muy bien si está pasando lo que crees que está pasando o en realidad no has abierto los ojos nunca.

Por la mañana ella me confirmó que las contracciones eran cada vez más fuertes, que no había podido dormir. Cuando la impasible entró por la puerta, por supuesto que sin llamar, nos hizo bajar a la siguiente fase de aquella historia: la sala.

Madre mía.

¿Como describir la sala?. Imaginemos una habitación muy grande que se dividía en muchas habitaciones pequeñas gracias a correr o descorrer cortinas que pendían de una autopista de raíles instalada en el techo. Para describir lo grande que era, pongamos que cada habitación albergaba, sin demasiadas estrecheces, una cama, un pequeño sofá y una máquina de esas de hacer ecografías. Y pongamos, ya puestos a poner, pues, que habría como veinte habitaciones de estas de quita y pon. Si las contracciones llegaban a un punto tal que no había más remedio que hacerles caso, te bajaban allí y te enchufaban a la máquina que monitorizaba el grado de dolor a la vez que se aseguraba que el latido del niño seguía siendo regular. Digamos, también, que las contracciones, por lo visto, vienen y van haciendo que cuando están, la inminente madre las vaya notando reaccionando según su intensidad para descansar un momento después. Era, pues, una cadena sin fin de dolores intermitentes a destiempo.

La sala, señores.

Veinte camas con veinte embarazadas a punto ya de dar a luz gritando cada dos o tres minutos según le tocaba a cada una. Por supuesto, las hay cuyas contracciones son ya tan dolorosas que no pueden contener el dolor y chillan literalmente de dolor para después recuperar el aliento al minuto siguiente. Pongamos a veinte maridos, como el que les ocupa, muertos de miedo escuchando aquel concierto de gritos y lamentos sin poder hacer más que tratar de aliviar, vía masajes en la espalda, semejante disparate. Maridos totalmente inútiles cuya presencia es anecdótica, maridos que solo sabían decir «ganbatte ganbatte» con voz grave pero que en realidad estábamos acojonaditos perdidos, que cuando estás ya un poco recuperado de los gritos de la de la cortina de la derecha, resulta que ya le toca a la de la izquierda desgañitarse a grito pelado.

Si yo lo pasé mal, no quiero ni pensar en ellas. Madres del mundo: tenéis todo mi respeto hoy y por siempre. Chiaki: te quiero.

Hoy, echando la vista atrás, no llego a entender la función de aquella sala. Cuando las contracciones son todavía débiles, no creo que sea precisamente motivante que te lleven a un sitio donde la que tienes al lado está retorciéndose de dolor anunciándote que poco te queda a ti para estar así también. Tampoco digo que te lo pinten de color de rosa cuando no va a ser así, pero es que aquello es el purgatorio.

La sala. Buff.

Las contracciones de Chiaki todavía no eran de chillar: como venían se iban. La revisión del médico nos confirmó lo que nos parecía: que todavía no, que íbamos a tener que pasar otra noche más en el hospital y que nos fuésemos pensando en la posibilidad de una inyección para acelerar el proceso porque ya era el segundo día allí metidos. Yo, la verdad es que pensaba que menos volver al purgatorio lo que hiciese falta, pero Chiaki se negaba rotundamente. Ella se tomó el embarazo muy en serio, tanto es así que, por ejemplo, se aguantó todos los dolores de cabeza sin tomar ninguna medicina por si le hacían daño a Kota. Así que no: ni inyecciones, ni epidural ni ochos ni cuartos. Ole sus huevos.

Pues en esas quedamos con la revoluciones: mientras ella hacía la cama en cuatro segundos tres decimas, yo me hacía a la idea de que la noche del martes volvía a tocar sofá y seguramente dosis de purgatorio…

Continuará…

De como Kota llegó para quedarse (parte 2)

En aquella habitación llamaba la atención una pequeña cuna vacía colocada junto a la cama en la que reposaba ya la que iba a ser la madre de mi hijo de todas todas me pusiese como me pusiese. Esa casi diminuta cuna de plástico decía muchas cosas; no solo que allí mi hijo se iba a echar sus primeras siestas… anunciaba que todo estaba preparado, que era verdad que Kota estaba ahí dentro y que no saldría de aquella habitación de otra manera que estando llorando ya fuera, en el mundo, en nuestro mundo.

Yo que todavía pensaba que todo esto era un sueño…

En el hospital lo tenían todo perfectamente planificado y no faltaba la visita de la enfermera tres veces al día para monitorizar las pulsaciones de Kota, las contracciones y que Chiaki estuviese comiendo lo que tenía que comer porque parece ser bastante fácil descuidarse cuando empiezan los dolores fuertes. Todavía no era el caso, ella estaba allí como en un hotel: viendo la tele, dejándose hacer cuando tocaban chequeos y más bien pasando el rato que de parto. Tenía dolores, pero no demasiados, las contracciones eran muy débiles todavía así que no había prisa. La prisa la tenía yo por dentro; prisa por saber que todo iba a salir bien, por comprobar de una vez que mi hijo estuviese sano cuando nos saludase llorando a pleno pulmón, por saber que a Chiaki no le iba a pasar nada, por que todo pasase lo más rápido y mejor posible y poder enviarles a mis padres una foto con los tres posando ya sonrientes porque no había habido problema alguno.

Lo que hubiese dado por que mi madre estuviese en aquel hospital con nosotros… lo que creo que hubiese dado ella…

Como no había mucho movimiento por allí dentro, salí del hospital para cenar algo y al volver me dejaron quedarme a dormir en el estrecho sofá de la habitación en vez de hacerme salir con el fin del horario de visitas. Por supuesto no dormí nada, pero me alegró saber que Chiaki sí pudo descansar. Al día siguiente las contracciones eran más fuertes y cada vez menos espaciadas a la vez que los controles de las enfermeras. Yo me entretenía poniéndoles motes: estaba la abuelica, que nos hablaba con ese ritmo lento tan tierno con el que le empiezan a hablar a los hijos de sus hijos y cuando se quieren dar cuenta lo están haciendo con todo el mundo. Le costaba ver el termómetro por lo que siempre nos lo daba a uno de los dos para que le dijésemos la temperatura a apuntar en el cuaderno aquel del que no se separaba nunca. Nada que ver con la revoluciones, una chica así a ojo con más o menos la misma edad que yo pero con el pulso trescientas veces más rápido: no paraba nunca, ni de hablar ni de moverse ni de hacer cosas. Era como si su mente ya hubiese acabado cinco minutos atrás lo que estaba haciendo en ese preciso momento y ya tenía encoladas diez cosas más que debía haber hecho hace tres. Me pidió que le pasase el cuaderno de la mesita y cuando contesté «¿eh?» a su vertiginoso japonés ya lo había cogido y tenía apuntado medio Quijote.

Daban ganas de pegarle para que se estuviese quieta, ahora que aciértale.

Cuando Chiaki bajó a la consulta del médico y yo entré en el cuarto de baño es cuando conocí a la impasible. Estaba en pleno acto meandero cuando abrió la puerta de par en par preguntando por Chiaki. No te creas que se cortó al ver el Belén, no, ella siguió hablando en japonés mientras me miraba taparme como podía. «Chiaki ya ha bajado, yo me he quedado en la habitación a esperarla» dije yo sin poder cortar el asunto. «Vale, gracias» contestó el ser menos expresivo del planeta tierra con permiso de Tommy Lee Jones. Era la primera vez que me veían la chorra y no había reacción alguna: ni risas ni admiración, ¡nada!. Aquel día prometía, ya tenía una historia que contarle a Kota en su cumpleaños si fuese el caso.

Pero no iba a ser el caso: no venían las aguas revueltas todavía, el cielo no anunciaba tormenta, el pájaro seguía en su nido, no sonaban tambores de guerra, alfa charli delta plus… vamos, que Kota pasaba de todos nosotros. Yo, viendo que me iba a quedar una segunda noche, salí en busca de un Uniqlo donde comprarme ropa un poco más cómoda y sobretodo con menos aroma varonil no fuese a ser que a la impasible le diese por entrar a preguntar la hora en actos íntimos menos aguados.

Aquella noche ya si; aquella noche Chiaki no durmió nada por culpa de las contracciones y yo ya estaba que le daba cuarenta vueltas a la revoluciones.

Continuará

De como Kota llegó para quedarse (parte 1)

Era un domingo soleado, hasta caluroso cuando terciaba que por donde se paseaba no había nada interponiéndose entre uno y el sol. Y hay que precisar que uno, a partir de octubre, no está para desperdiciar rayo alguno que le caldee acaso un par de grados la melancolía inherente al hecho de que no quede otra que esperar a que nazca el invierno. O que malnazca porque no hay invierno que no sea un malnacido.

Chiaki cargaba a Kota pero Kota, como el invierno, tampoco había nacido. Siempre he pensado que el embarazo, a pesar de todo, le ha sentado de maravilla. A mi, por lo menos, me parecía que estaba guapísima sobretodo cuando trataba de andar con prisa y no conseguía más que avanzar casi anecdóticamente mientras se balanceaba hacia los lados con las dos manos tanteando aliviar la carga de la parte baja de la espalda que parecía dolerle siempre. Yo no tenía muy claro si era así o no porque no dejó de iluminar la casa nunca con esa sonrisa suya tan, eso, suya.

Ya tenía contracciones, pero a pesar de ello quiso que diésemos un paseo por la zona. Acabamos en la universidad de chicas que queda al lado de casa donde se celebraba un festival para recaudar fondos para, la verdad sea dicha, no tengo ni idea de qué causa. Vimos un espectáculo de cheerleaders a lo japonés, comimos chocolate con algo que de churros solo tenía el nombre y tomamos prestado un poco del sol los tres en un banco mientras analizábamos las técnicas de ligoteo de los chicos que se habían acercado a ver que se podían llevar de aquel, en teoría, paraíso terrenal. Que fuese una universidad católica no quitaba para que el bajo de las faldas se distrayese bastante más arriba de las rodillas y, como no podía ser de otra manera, allí no había más que grupos de adolescentes al acecho de muslos de piernas de veinte metros las más cortas. Yo habría sido el callado romanticón de al lado del árbol que, seguramente, no se habría comido un rosco pero se habría enamorado de una distinta siete u ocho veces por hora. Otro gallo cantaría si ahora supiese o fuese lo que sé o lo que soy ahora, probablemente me habría seguido enamorando y volviéndome a casa en ayunas, pero con alegría porque no me habría callado ni un poco así.

Total, que Chiaki salía de cuentas el lunes, el día siguiente y a la vez tenía cita en el hospital para la revisión rutinaria semanal, así que nos volvimos más o menos cuando ya no había nadie allá arriba que caldease hueso alguno.

Poco tardamos en dormirnos adrede para soñar con la cara de Kota, como cada noche.

Cuando el despertador dijo basta, yo me vine a la oficina y a eso del mediodía me llegó un mensaje en el que Chiaki me contaba que habían decidido ingresarla, que aunque todavía las contracciones no eran fuertes, mejor estar allí por si acaso. Y que no me preocupase, que con que a la noche al salir de trabajar le llevase la bolsa con la ropa que había preparado, ya valía. Cinco minutos más tarde ya iba con la bici como un loco camino de casa. No pensaba perderme ni una contracción más. No podía concebir que naciese mi hijo y yo no estuviese allí, creo que los cuarenta minutos de pedaleo los trituré y prensé hasta que quedaron en menos de media hora y casi una hora después de aquel mensaje ya estaba con mi mujer en la habitación de un hospital esperando a que naciese mi hijo. Si ella hubiese querido que Kota naciese en Korea, yo ya tendría metido el bicarbonato en la maleta para contrarestar el kimchi. Allá donde fuesen ellos dos, estaría yo sin duda, esto es algo que no me pasará más de dos o tres veces en la vida en el mejor de los casos, ¿cómo me lo iba a perder?, ¿cómo no iba a estar allí?, Dios santo, ¿qué otra cosa pudiese haber más importante? ¿un trabajo?!? ¿una oficina?!?

Continuará

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El libro de prueba

Lo tiene Fran ya en sus manos y lo está mirando y remirando para asegurarse de que no haya ningún error, a mi lo que me da es una envidia del copón porque lo único que he visto yo de momento es esta foto que me mandó!!!

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Eso si, en un email que acabo de leer ahora mismito me dice:

… mañana le doy el visto bueno y vamos a por todas

Así que ya está, ya encargamos la tirada de 500 libros y en cuanto lleguen os los empezamos a enviar… ¡¡ que nervios !!

Yo por mi parte ya tengo todo preparado excepto los amuletos que compraré este sábado en el Meiji Jingu de Harajuku; este mismo fin de semana sale un paquete enorme repleto de kitkases de té verde, kokeshis, camisetas y amuletos para Barcelona.

Todavía me parece mentira todo… yo hasta que no tenga el libro en mis manos no me creo nada!

:estudier:

¡¡¡Actualización!!!
:amosahi: :amosahi: :amosahi:

Fran me ha mandado alguna foto más que no voy a poner para mantener la sorpresa, jejeje, que gustico más morenooooo me da todoooo. Veeeengaaaa, vaaaaaaaaaa, os pongo la última:

Avance informativo

El chiringuito que montamos fue un éxito total y aunque hoy estoy aquí delante del ordenador con más sueño que el vecino de Freddy Krueger y la Bella durmiente vendiendo colchones juntos, se me ha alegrado el despertar al ver el vídeo de los informativos de Tele 5 en el que se nos ve algo así como dos segundos y medio, jajaja. Algo es algo!! mis dos segundos de fama!!

En cuanto me despierte, cuento un poco más el asunto de cómo dimos de comer unos 600 pinchos de tortilla aquí a la Tokyogente.

:gustico:

:cocinicas:

Fiesta de España en Yoyogi

ヤッホー!

No sé que caraflauta me decía:

me río yo de las movidas que estás siempre haciendo cuando nazca tu hijo

¡Ja!
:olakease:

Pues ahora me río yo. Kota ha nacido y, efectivamente: duermo menos que el chófer de Drácula, que además es panadero. Pero tampoco ha cambiado mucho la cosa: es verdad que tengo a ToscaJr ahí llorando cada tres horas invariablemente sin importar si manda el sol o la luna. ¿Cual es el paso lógico?, ¿quejarse y andar dando pena con tus ojeras por las esquinas? pues no: es adaptarse. En vez de pretender dormir las 8 horas de antes, sabiendo que es imposible, me meto a dormir sobre las nueve de la noche despertándome cada rato, y a eso de las seis de la mañana ya estoy montado en una bici camino de Shibuya donde me tiraré un par de horas haciendo mis cosas antes de fichar para trabajar: recopilar mecenas del libro, un par de locuras de webs en las que estoy metido, estudiar japonés… lo que antes hacía a las noches en casa, ahora lo hago a las mañanas en la oficina porque sé que cuando va llegando la hora de salir, estaré menos concentrado que un diputado en el congreso.

Los mediodías sigo yendo al gimnasio, como siempre y sigo con mis retos y locuras. Ojo aquí, que como siga la cosa así me veo haciendo el mismo vídeo del Van Damme pero con dos bicis:

la foto 3.JPG
httpvh://www.youtube.com/watch?v=j-b1q-Ea9E8


A la vuelta, después de otros 12km en bici sé que me tocará bañar a Kota, así que de momento no voy a Karate, pero esto es algo que se va a retomar ya en diciembre porque ya está negociado con Chiaki y la patronal. Así que si: en efecto, mi vida ha cambiado mucho pero en el sentido de tiempo personal tampoco tanto. Hombre, Kota es Kota, manda él y me encanta que sea así porque es una gozada verle ahí hasta estornudar… cogerle en brazos después del baño se ha convertido en el mejor momento del día.

Pero yo me niego a ser el típico que usa a sus hijos como excusa para no hacer nada. Querer es poder, panda de vagos, tanto es así que, aparte del libro, estoy metido en cuatro o cinco jaleos de los míos con más ganas que nunca, como no podía ser de otra manera. Y son JALEOS con mayúsculas, con que salga uno sólo bien ya tengo gustico almacenado hasta primavera.

Jaleacos como el sarao del fin de semana. Resulta que el Chiqui, que está metido en todo (no me extrañaría que abrieses un yogur y saliese su cara en la tapa), nos habló de un fin de semana de festival de España en Yoyogi. Esto viene a ser llenar una explanada del copón cerca de Harajuku con comida y bebida española, de no parar en ningún momento de ofrecer espectáculos y de liarla, básica y exclusivamente, parda.

Un par de emails por aquí, dos o tres cervezas por allá y ya nos tenía liados al Lorco, a Manuela y a mi para plantar un chiringuito en el que vamos a ofrecer entre otras cosas la mejor tortilla de patatas de todo el recinto, aparte de cerveza española, sangría, gustete del rico, cosica cósmica y garbo sideral:

Viendo la foto de arriba de la tortilla que casi le pego un mordisco al monitor no creo que pase pero…
¡Si este fin de semana estás en Tokyo y no osas pasarte a saludar, que sepas que te la guardo!

(Bah, seguramente no te la guarde, pero si que molará verte si te vienes…)

FIESTA DE ESPAÑA 2013
PARQUE DE YOYOGI, TOKIO
23 Y 24 DE NOVIEMBRE DE 10:00 A 19:00
:gambiters: :coleguicas: :cocinicas: :arrozico:
:triki:

Ikulibro, me faltan datos!

Hola!

Lo primero que hice cuando se acabó el plazo de Verkami fue enviar un email a todos los mecenas para que me enviarais vuestro nombre y vuestra dirección y la verdad es que tengo que decir que estoy encantado con vuestras respuestas, la inmensa mayoría no os habéis conformado con darme los datos sino que me habéis contado un montón de cosas. Si es que sois más majos que ni sé!!

Ha habido algunos que no me han contestado y la verdad es que no tengo otra manera de contactar con ellos que avisar por aquí y por Verkami!! Por favor, pasadme los siguientes datos los que faltáis!!

orientalor198518 >> Tu email no es correcto, no sé nada de ti (ni nombre, ni dirección aunque has hecho el pago)
jacintaspektor >> Dirección postal
Luis Borja de Diego >> Dirección postal
Sargento 100×100 Algodon >> Dirección postal
Robert Albert >> Dirección postal
Santi Orozco >> Dirección postal
Begoña Marco >> Dirección postal
Mikel Aranburu >> Dirección postal
Marta Moraza >> Dirección postal
ifernandezacebes >> Dirección postal
Eneko Sainz >> Dirección postal

Roberto de Dalmases >> Dirección postal
Carlos Mayo >> Dirección postal
Miquel Planella >> Dirección postal


Isa Blanco >> Dirección postal
Saekih >> Dirección postal
Borja del Río >> Dirección postal
Grisssss >> Dirección postal
Dbora M.Nicolas >> Dirección postal

Sigo con la lista
:flipanderer:
¡¡ Buen fin de semana !!
:gustico:

Los reproches y los consejos

Es curioso que con tantas cosas buenas que están pasando aparezcan de repente personas que vengan a emborronar la partitura de la música que uno sólo trata de degustar. No siempre ha sido así, ni mucho menos, ni siempre va a ser así tampoco: que pasen cosas buenas es una parte que a veces toca, como lo es también que la vida te venga a meter una hostia otras veces. Lo importante, creo yo, es saber recuperarse de esos bofetones lo antes posible y sobretodo saber disfrutar cuando vienen derechas.

Así que si cuento las cicatrices que me quedan, creo firmemente que me lo he ganado. Coño, y con creces: me he ganado de sobra disfrutar de lo bueno ahora que viene porque cuando venga lo malo también me tocará joderme como tantas y tantas veces.

Este año 2013 en el que me han pasado tantas cosas buenas: desde casarme hasta sacar un libro y ahora tener un hijo, me han llegado diversos mensajes, sin importar el medio, que he llegado a la conclusión de que se pueden clasificar en dos categorías: reproches y consejos. No he dejado de darle vueltas y eso ha empañado, como decía, los momentos de felicidad que ahora trato de disfrutar como sé que debe ser así. Tampoco mucho, quiero decir que no es que uno aprenda con los años, sino que lo que importa y lo que no se acaba sintiendo por dentro sin hacer falta de darle muchos giros más a las vueltas.

He llegado a la conclusión de que esto de reprochar y aconsejar son dos privilegios.

Me explico: por supuesto que cualquiera es libre de aconsejar lo que crea conveniente o de reprocharle a alguien lo que tenga a bien, pero tal y como lo veo yo, que un consejo o un reproche tenga valor será algo que el reprochado o aconsejado tendrá que decidir por mucho énfasis que le quiera poner el dolido reprochante o el sobrado aconsejante. Un ejemplo que se viene repitiendo en mi caso desde hace años: gente que no conozco de nada me dice cómo tengo que sacar mis fotografías. Yo a esas personas no les he pedido que me aconsejen y en la inmensa mayoría de los casos no veo que las fotografías que ellos sacan destaquen demasiado. Dicho con palabras distintas: no se han ganado el derecho a que puedan aconsejarme, no les he otorgado ese privilegio. Si tus fotos no me dicen nada, ya puedes hablarme de exposiciones y de lo que te salga del ciruelo, que seguiré haciendo lo que yo crea porque no me has demostrado nada más allá de tus palabras, que además vienen con el tufillo a prepotencia inherente al hecho de creer que debes dar consejos sin que te los hayan pedido. Y más a desconocidos.

Tengo amigos que tienen ese derecho. Primero porque son amigos y segundo porque sé, porque me han demostrado que saben de lo que hablan si hablan de lo que yo sé que saben.

El caso de los reproches es un caso paralelo. Antes comentaba que lo que importa y lo que no se acaba sintiendo por dentro, es una especie de selección natural: estando donde estás haciendo lo que haces rodeado de la gente con la que lo haces sientes de alguna manera qué es lo importante, estableces por dentro tu escala de relevancia que suma o resta posiciones dependiendo de lo que te aporten o sustraigan durante los días. Un ejemplo: si la chica de la cafetería de al lado todos los días te sirve café con una sonrisa y quizás intercambia un par de palabras amables contigo, acabas sabiendo que es una constante que va a aportar algo bueno a tus días: simpatía, candidez, buen rollo. Aparecerá en esa escala y seguramente inconscientemente te dejarás aparecer por allí. No será decisivo cuando llegue la noche, pero si que habrá importado, como dejarás de pasarte por una tienda si el dependiente es gilipollas.

Otro ejemplo mucho más relevante: una persona, un amigo de la infancia o de tiempos pasados, alguien que no forma parte de tu «vida física» actual, que te escribe sin venir a cuento, no tiene porqué ser a diario ni mucho menos. Te escribe para preguntarte simplemente cómo estás y quizás te cuenta algo sobre su vida. Te hace sonreír, quizás te viene a felicitar en los momentos buenos y cuando se entera de que te ha pasado algo malo lo primero que hace es ofrecerte su ayuda, inconscientemente también acabarás queriendo celebrar con esa persona tus logros como también le desahogarás tus penas y, por supuesto, estarás siempre ahí disponible para el caso recíproco. Pero esto es algo que no se piensa, que sale solo porque es de sentido común. Si tu le cuentas tu vida a alguien y te responde tres líneas forzadas te está dando a entender que le importa un cojón; es sólo cuestión de tiempo que dejes de escribir y quien dice escribir, dice quedar para tomar un café o lo que sea. Tampoco será algo que pienses o decidas en un momento dado, sino que te saldrá solo: si te digo un montón de cosas pero ni siquiera me contestas o lo haces a desgana al de un mes, no esperes que te escriba una segunda vez. Si cada vez que quedo contigo me voy para casa con malas sensaciones, no creo que acabe llamándote yo para quedar. No soy yo el bueno ni tu el malo, ni al revés, es simplemente que no cuadramos por alguna razón, lo que a mi me importa a ti no y por el propio concepto el caso contrario.

La primera persona podría reprocharte que un día te pasó algo bueno y no se lo contaste o que le pasó algo malo y no fue capaz de encontrarte. Está en su derecho, tiene ese privilegio, se lo ha ganado con creces. La segunda persona puede venirte a reprochar lo que le de la gana, pero seré yo el que valore diversos parámetros como el grado de justicia, relevancia e importancia de lo que se dice. A partir de ahí se harán oídos sordos o se tratará de arreglar la situación dependiendo del resultado de la ecuación en la que la variable del número de reproches tiene un peso importante. Porque también los hay que tienen por costumbre echarte cosas en cara a la mínima oportunidad sean cuales sean y por ahí, señores, si que no: está revocado el privilegio irreversiblemente.

Lo curioso es que en esto de reprochar y aconsejar tengo una lista bastante grande de personas con los dos derechos y los dos privilegios otorgados desde hace tiempo, pero ¿sabéis que problema tengo?, pues que no lo ejercen. Soy yo el que les pido consejos sobre lo que saben hacer porque nunca los suelen dar, y soy yo el que me preocupo por no darles ningún motivo que puedan reprocharme porque aunque sé que tampoco lo iban hacer, el que iba a salir perdiendo sin ninguna duda iba a ser yo porque me conviene que sigan a mi lado.


Personas y contextos

– Entonces, ¿no tienes la green card? -me preguntó el señor de la inmobiliaria del piso de cerca de Asakusa- pues yo os recomiendo que miréis pisos fuera de Tokyo porque no vais a conseguir el préstamo siendo tu extranjero y estando ella embarazada con la baja maternal en la vuelta de la esquina. Mejor por Saitama o por Chiba y para empezar la mitad de grande, que a esto no podéis aspirar.

El piso era increíble, pero la zona no era tanto como la querían vender; no había prácticamente nada alrededor y la estación quedaba a muchos tiros de muchas piedras. Aún así, como a Chiaki le traía muy buenos recuerdos puesto que el templo donde estuvo muchos años su padre quedaba por la zona, a mi me parecía bien. Creo que nunca nada de lo que ha dicho o hecho Chiaki me ha parecido mal, ahora que lo pienso. Lo que no me parecía bien es que un tipo al que no conocía de nada ya diese por hecho que era imposible que a mi me diesen un préstamo y que me lo dijese con una condescendencia tan repelente como el forzado flequillo de medio lado que no tapaba, ni de noche, una frente donde Retegui podría haberse entrenado sin problema de tarde en tarde.

La green card a la que hacía referencia aquí la versión japonesa de Anasagasti no es ni más ni menos que la tarjeta de residente que te dan, si has sido un chico bueno, una vez que has vivido en Japón más de 10 años. Todavía me quedarían tres, pero frontacas, si tu no decides ni sabes si me podrían dar o no un préstamo ¿a qué viene cercenarme, por si acaso, la ilusión a hostias?. Carapapa, melonaco, que te vas al google maps para poder peinarte los cuatro pelos que te quedan en esa sandíaca todas las mañanas porque no hay espejo que abarque semejante balón de Nivea.

Esa tarde pisamos muchos charcos en silencio camino de la estación.

Ya en el tren casi a la vez dijimos algo así como «que le den por culo al cabezacono, a su piso y a su flequillo de tres pelos de medio metro enrollaos» y decidimos seguir mirando pisos sin darnos por vencidos. La conclusión fue primero que un tío cuya cabeza podría parecer la cortina de la ducha o un rodapiés según se mire por delante o por detrás, no iba a quitarnos la idea de que Kota naciese ya con habitación propia.

– Qué majo es Díaz san -le dijo el otro señor de la otra inmobiliaria del otro piso que nos fuimos a ver a Chiaki cuando les cedí el paso en la entrada- y que hable japonés tan bien es increíble, habla usted muy bien Sr. Díaz.

«Ya me gustaría» pienso siempre yo cuando me dicen esto, que no es pocas veces. Pero a nada que un japonés medianamente educado se cruza con un extranjero se lo dice. Hay que quedarse con lo que significan sus palabras, no con lo que dicen: «hablas como un Yoda borracho, pero me flipa que te hayas atrevido a venir a vivir a mi país y tengas los huevos de pelearte con nuestro idioma que para vosotros tiene que ser lo más retorcido que ha parido otoosan».

La zona a mi me gustaba mucho más: una escuela al lado, rodeada de árboles, tranquila… y a nada que tiras una o dos piedras o pisas un par de charcos te plantas en la estación camino de Shibuya.

«Sr. Díaz, tráigame las nóminas que le pido que ya me encargo yo de pelearme con los bancos y ver qué se puede hacer. Yo creo que si, pero igual le llamo para pedirle de urgencia tal o cual papel porque cuanto más enseñemos, más probabilidades tenemos de que nos lo den»

No era sólo que tuviese una buena mata de pelo puesta en su lugar, sino que de primeras ya nos estaba diciendo que iba a hacer todo lo posible porque nos dieran el préstamo. Que si, que yo era extranjero pero que tengo un buen trabajo y una buena profesión (nunca lo habría pensado yo esto) y que como llevo en el país más de 5 años, no debería ser tan difícil.

El contexto no había cambiado demasiado: un extranjero con su mujer embarazada a punto de dar a luz tratando de acceder a un piso en Tokyo. La persona era totalmente distinta. Con el portaaviones de Asakusa no me habría ido ni a coger billetes de 5000 yenes gratis, con este señor me habría ido a tomar copas esa misma tarde.

Me llamó por teléfono bastantes veces, me enviaba emails con la documentación que convendría tener en ese momento y hasta conoció a mi suegra que se vino a ver el piso con nosotros una tarde prácticamente sin avisar.

«- Qué simpático es el marido de su hija, qué majo» -le dijo en una de esas que se pensaba que yo no escuchaba. «Así si» pensaba yo.

Cuando firmamos el préstamo yo no dejaba de acordarme de cabezabuque; las ganas que me daban de pedir cita para ver otra vez el piso y cuando me tocase, apartarle los tres flecos esos ridículos del frontón de Bermeo y estamparle una copia del préstamo en la jeta esa interminable que tiene.

Al otro ya le tengo invitado a que suba cuando le venga en gana a comer paella cualquier domingo.

«- Cuando nazca su hijo, Sr. Díaz, o cuando venda yo los pisos que quedan, lo que pase antes. Sra. Díaz, hay que ver qué majo es su marido»

Yo creo que lo segundo de hoy no pasa porque Chiaki ya está ingresada y yo salgo escopeteado ya.

Voy comprando gambas de las caras.

Y champán.

Y cervezas, muchas cervezas.

¡Coño, y pañales!

Un domingo de mierda

El domingo no hubo más que miserable lluvia regando las horas de no refugiarse debajo de una sábana; Tokyo no dejó de estar cada vez más mojado en ningún momento.

Yo me levanté junto a mi mujer y después de un desayuno remolón con cafeína entre sofás y cojines, me puse a cocinar unas lentejas. El domingo venía a comer el propietario del restaurante español que tiene la mejor tortilla de patatas de todo Tokyo: un japonés de cerca de cuarenta años, bonachón tanto en figura como en habla… tiene cierto aire a Akira, mi inseparable compañero de ventas de la empresa con la que vine a Tokyo por segunda vez, y eso ya le da puntos de simpatía.

Preparé lentejas, pimientos rellenos, aguacates con salmón ahumado y pintxos de tortilla de anchoas del cantábrico y espinacas. Entre plato y plato iba declinando con besos y mucho tacto la ayuda que Chiaki me ofrecía cada vez. Su trabajo de estar ultimando a Kota es millones de veces más importante y mucho más ahora que prácticamente le duele algo por ahí dentro haciendo ver que en cualquier momento se nos presenta a saludar.

Cuando llegaron mis invitados un rato más tarde de lo previsto, hacía tiempo que estaba todo preparado, aliñado, salpimentado y calentado. Me gustó hacer de anfitrión en mi casa nueva, nada que ver con el piso de alquiler de antes. No sé, fue distinto por estar quizás orgulloso de haberlo podido conseguir aún pareciendo que teníamos todo en nuestra contra.

Es bonito conseguir cosas pero es más bonito poder compartirlas.

Después llegaron más invitados, algunos sorpresa pero de las gratas, de las que no te haces a la idea hasta que llegan y después no puedes más que agradecer que hayan venido. Y aunque sobraron lentejas, también lo hicieron las risas.

Me sentí orgulloso también de Chiaki una vez más. De como es capaz de pasárselo bien siempre con quien sea en el idioma que sea, demostrando que con ganas y disposición todos en este mundo podríamos entendernos sin prácticamente decirnos nada. Es como si no tuviese la capacidad de buscarle nada malo nunca a ninguna situación… que se encuentra al gato de los tres pies sin buscarle y sólo se le ocurre acariciarle… y yo tengo el privilegio de despertarme, llueva o no, con alguien así cada día… ¿qué mas me darán a mi los paraguas?.

Cuando la fabulosa velada llegó a su fin, me tocó, besos y declinaciones mediante, fregar los platos y recoger el tinglado. Lo hice, como siempre, con música hasta que me di cuenta que Chiaki se había quedado dormida en el sofá y decidí tararearme para adentro los vasos que quedaban por secar. Después, todo lo en silencio que supe, que no fue demasiado, monté la cuna de alquiler que nos habían enviado esa misma mañana y esperé pacientemente sin decir nada a que ella se despertarse y entrase en la habitación.

Ya sabía que le iba a gustar, pero no que me provocaría mi llanto ver el suyo.

Después consulté el ordenador y confirmé lo que había visto un poco antes mientras todavía estaban nuestros amigos en casa: 275 personas que no conozco en su mayoría me han regalado más de un millón y medio de pesetas con la condición, entre otras, de que saque un libro que un día se me ocurrió escribir y se lo envíe, que lo quieren leer, dicen.

Cuando nos metimos por fin a dormir, yo sólo podía pensar en lo asqueroso, oscuro y mojado domingo de mierda que había amanecido.

Y en lo agradecido que estoy por todo lo que me está pasando.

¡¡ Conseguido !!!

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Yo que sé que decir ya… voy y pongo el doble de lo que pienso que se podría conseguir y resulta que aportáis 5 cinco veces más… bueno si que sé que decir, claro, lo que nunca me cansaré de repetir:

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Como contaba en el blog de Verkami, seguimos con la hoja de ruta. Estamos en la fase de la última revisión del libro, maquetando la portada definitiva e impresión del libro de prueba. Si todo sale bien, no deberíamos tardar mucho en tenerlos… empezaré a contactaros uno por uno a partir de mañana para que me digáis vuestras direcciones y concretar recompensas o regalos o lo que haga falta…

Sois increíbles… :malico:

:estudier:

Entendederas

Cada vez más creo que coincide con algún resfriado gordo o principio de gripe, la verdad es que nunca he sabido cual es cual. «Gripe mal curada» creo que decía mi madre… o está curada o no está curada, pensaba yo. Total, el caso es que a veces a uno le viene una semana dada la vuelta: por las mañanas te levantas con el doble de sueño aún habiendo dormido las mismas horas, te sientes cansado, somnoliento, sin fuerzas… y normalmente en dos o tres días es cuando te empieza a doler la garganta y te sube algo de fiebre. Después se pasa y a otro puchero a untar en otra sopa para olvidar que esa semana no valías ni para cocido.

La anterior fue la siguiente a una de esas semanas. Quizás por eso, por no haber podido vivir con la intensidad deseada, la semana siguiente a esa semana de mierda suele ser una semana de puta madre. La coges con muchas más ganas y ese fue el caso de la semana pasada: fui al gimnasio todos los días, a Karate los que tocaba, estudié japonés, no aparqué la bici más que el día que vino el tifón para venir a la oficina y aunque me metía a dormir cuando los búhos ya se están echando copas con las lechuzas, al día siguiente me levantaba aliñando al mundo de buena mañana para zampármelo con dos huevos después del café.

El viernes, el responsable del equipo de desarrollo de mi proyecto, o sea el responsable del rascateclas que ahora mismo les rasca, vino a mi sitio para la reunión del viernes por la tarde, la última antes del fin de semana. El tío es más majo que un puñao de pipas peladas y encima sabe un huevo de lo que hace así que tiene mi respeto ganado prácticamente desde el principio. Esto sólo me pasa con dos personas más aquí dentro, no diré más. Pues bien, este buen hombre viene por detrás por sorpresa justo cuando yo estoy borrando algo de la pizarra blanca y me empieza a dar de hostias en la espalda mientras dice traducido algo así como «mecagüen la madre que parió al jenkins este». Son hostias suaves, de bromas, en plan como que si pilla al que programó el sistema del Jenkins ese le saca a secar al sol.

En Japón, el contacto físico no está bien visto. Los ciudadanos de a pie lo evitan en todo lo posible y se limitan a pequeñas inclinaciones de cabeza para saludarse. Incluso evitan mirarse directamente a los ojos.

Ese mismo día un par de horas antes me viene con cara de mala hostia y me dice: «Oskar he revisado lo que has hecho y ….» de repente cambia la cara a descojonarse vivo » ¡¡está perfecto!! ¡¡súbelo a producción!!». El soneto con rima asonante en que se convirtió mi cara costó en volver a prosarse porque no paró de partirse el ojete hasta un rato después.

Los japoneses son fríos, distantes, viven para trabajar y rara vez hacen vida familiar más allá de los fines de semana. Su vida es la oficina donde apenas se levantan de su puesto de trabajo ante la mirada inquisidora de sus superiores.

Llega la noche, esta vez no voy a Karate porque el sábado nos vamos a la casa nueva y todavía queda mucho por preparar. Al día siguiente a primera hora vienen los de la empresa de mudanzas, la hora concertada es las ocho de la mañana. A las ocho y un segundo según el reloj de la cocina llaman a la puerta y sube un señor con gorra de beisbol, unos brazos con cuarenta músculos más que tu y que yo y dos o tres cafés o tés en el cuerpo porque no para de hablar. En cinco minutos ya sabe de donde soy, el tiempo que llevo en Japón, lo de mi trabajo dentro de una oficina al resguardo de la lluvia, el frío y los odiosos muebles de Ikea que no hay Dios que monte después y ya se sabe el nombre de mi hijo, donde va a nacer y cuando. Yo, sin pretenderlo en ningún momento, me entero que se ha casado en España, que sabe decir uno dos y tres, y que anda que no están buenos los champiñones al ajillo.

En un rato suben cuatro más: dos pares de rapaces con la mitad de edad que el señor de cuatro triceps. El más alto es más soso que un kilo arena, pero parece buena gente, por lo menos llega a bajar los vasos de la estantería de arriba. De que se ponga de puntillas orienta la antena al Hispasat y me sale Matías Prats dando el parte. En cinco minutos tienen la casa forrada con una movida como de esponja, en diez tienen la mitad de las cajas ya cargadas en los dos camiones, en quince nos enteramos que la paella también le gustó un huevo y yo le he recomendado ya el restaurante de Ebisu que me sé y en veinte estamos ya camino de la nueva casa. Cinco mostrencos trabajando a toda hostia, tremendamente puntuales, poniendo todo el cuidado del mundo con un jefe más majo que quedarse solo en casa con un bote de nocilla y una cuchara sopera.

Cuando estamos cerrando Chiaki y yo la puerta de casa, vemos que los de la mudanza le han dejado una caja con pañuelos de papel a los de los pisos vecinos por las posibles molestias que hayan podido causar. Yo me quedo con una sonrisa en la boca. Un trabajo típico de chapuzas hecho con exquisito cuidado, con pulcritud, con atención al detalle y con un tipo al mando al que le das un micrófono y una cámara y seguramente te monta un circo del copón de la baraja sin quitarse la gorra ni escupir el palillo de la boca.

Al llegar a la casa nueva ya tienen el portal forrado de nuevo con la movida esa acolchada (que llamaré acolcher a partir de ahora) y eso que es la siguiente estación y nos hemos dado prisa. Les abrimos, el tío entra y mira la casa nueva y pega un silbido: «jodé, menuda pedazo de chabola» viene a decir. Emite otro par de sonidos agudos y ya tiene al mayor bigardo a este lado del Megurogawa montando una lámpara mientras el resto forra hasta a mi padre con cartones y acolcher max 200. «Torasutos de cocina» lee en voz alta descojonándose, «¿esto qué es? ¿inglés?, que coño, será español, no?, vete a saber que pondrá pero pesa como un demonio empachao, ¿donde queda esto?». «Todo en la sala», dice Chiaki. Yo hago un amago de explicarles lo que pone pero no tengo ni las palabras pensadas en japonés cuando el señor que habita debajo de una gorra ve al bigardo que no atina con la lámpara de Ikea y le pega cuatro voces: «quita copón, que todo lo que tienes de alto lo tienes de manazas, ya lo hago yo». Pero él no llega, claro, ningún ser humano llega a pelo más que el bigarder y así nos lo hace saber: «juas, ¿y ahora cómo hago yo esta movida?, me he pasado de listo, bigardeeeer trae la escalerica». Y montado en una escalera con las patas forradas en acolcher extraplus monta una lámpara de cinco focos no antes de decir cuarenta veces que las lámparas japonesas son de poner y ya, que jodé con los suecos y la madre, con todo el cariño del mundo, que los parió a todos.

Después se van por donde han venido y nos hacen bajar a que les echemos un ojo a los camiones para firmarles un papel en el que pone, entre otras cosas, que no se han dejado nada nuestro dentro. Nosotros les damos unas latas de cerveza y no les invito a cenar porque el bigardo tiene pintas de comerse a Dios por una pata y tampoco tengo muy claro en qué caja queda la paellera. El jefe se ríe y más contento que un ruiseñor se las enseña a los otros: «mirad lo que nos han dado, luego nos las pimplamos a la salud de vuestro hijo». Después nos hacen mil reverencias y se van. El bigardo no se ha reído ni una sola vez, el jefe no ha parado, a los otros tres prácticamente no les hemos oído. Por el camino se acuerda de algo y llama por teléfono a Chiaki: «ah oye, que con el pack este de la mudanza tenéis derecho a mover una cosa grande y cuatro pequeñas, así que si la cama la queréis mejor en otro lado o la mesa en la otra habitación nos llamáis y viene uno de nosotros y os lo mueve gratis».

En dos horas la mudanza hecha, una experiencia para recordar y la sensación de que en este país las cosas funcionan como en ningún otro. Claro que nos podría haber tocado un tío serio como el que nos colocó la lavadora ayer que no se reía ni pegándole con un palo, pero no fue así. Aunque hubiese sido normal. Como es normal que en la oficina de Zamudio donde estaba yo había cuatro gilipollas bordes lameculos y veinticinco mil personas encantadoras. Como es normal que en Tokyo vayas a un bar y a lo mejor hay un tío más tonto que Abundio que te mira mal porque eres extranjero pero que al resto del bar se la suda y seguramente cuando lleve un par de líquidos de la risa de más encima te venga a hablar porque le haces gracia. Como es normal que vayas a comprar algo a un centro comercial de Bilbao y lo mismo te puede tocar la tía más tonta del mundo como el señor más encantador del barrio. Como es normal porque todos somos personas cada cual con sus soserías de mal día y sus saleros de días garbosos y da igual que uno esté en Japón que en España que seguramente en casa Cristo aunque yo no he estado, que me apuesto el otro bote de nocilla que me queda a que será igual. Que cada cual es como es: el mayor tontaco del mundo, la persona más simpática de la tierra, el tío más callado del universo o la perraca más perraca de Falcon Crest con gripe mal curada.

Lo que no es normal es lo otro: pensar que todos son iguales por ser de un lugar. Eso si que no es normal.

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