La chica de Enoshima (I)

En esto tan nuestro de respirar todos los días, a veces toca poner a los cambios buena cara, y es que cada vez uno se da más cuenta de que nada es para siempre. También es verdad que si se tiene siempre presente que esto es así, cada bocado de aire que entra en los pulmones como que vale un poquito más, porque ese aire ya no tendrá el mismo sabor con el tiempo, para bien o para mal, así que merece la pena aprender a saber saborearlo.

Y también es cierto que en época de cambios a uno le cuesta soltar amarras y parece que vamos navegando hacia lo nuevo con lastre. Uno se aferra a lo que ya no es, y los recuerdos se recuerdan de más, apareciendo a traición en nuestros ojos reflejados en las ventanas, en cada paso, en cada nube.

El domingo, sentado en el tren camino de Yokohama, me acordé de la chica del pendiente en la nariz con la que compartí una noche de verano hace ya más de dos años.

Cuando llegué no tenía amigos en Tokyo, y tampoco echaba eso de menos, digamos que necesitaba enfrentarme a mi nueva vida, pongamos que lo más sólo posible, porque tenía mucho en qué pensar. No dejaba de ser curioso, porque conocía el lugar de sobra, así que no hacía falta que nadie me dijese cómo hacer las cosas, o a que lugares ir, no echaba de menos a nadie porque echaba a todos de más, no quedaba con nadie porque no había nadie con quien quedar, ni falta que hacía.

Sea como fuese, prefería airear mi soledad premeditada un poco más allá de las paredes de mi casa, y procuraba estar siempre en la calle. Esa tarde me fuí directamente a Enoshima y me recorrí la isla hasta el final. Como el camino es único, y el ritmo de cada uno es distinto, al final nos acabamos conociendo más o menos todos los que estábamos en el paseo, cruzándonos aquí y allá según donde nos parásemos a curiosear con más calma alguna parte del recorrido.

Compañeros anónimos de paseo entre los que estaban dos ancianos, él con bastón, ella con sombrero, que andaban con paso ligero, había dos o tres parejas de diferentes edades, y después destacaba el grupo de chicas de aspecto grunge que no hacían más que sacar fotos a todo armando mucho ruido con sus gritos y risotadas. La verdad es que molestaban bastante y mis paseos por aquél entonces buscaban mucho el silencio que me permitiese escuchar el ruido de dentro, así que apreté el paso para tratar de poner distancia entre ellas y la paz que se suponía que tenía el lugar.

Enoshima es famosa, entre otras cosas, por tener muchos gatos que, por lo visto, son un problema para los establecimientos y habitantes del lugar. A mi me gustan los gatos y me paré a acariciar a uno que estaba en un lado del camino, era muy gordo, tanto que parecía imposible imaginarle haciendo cosas de gatos… justo justo hasta que las chicas doblaron la esquina y nos alcanzaron coincidiendo con una estruéndosa carcajada que nos asustó a mi y al animal que se perdió entre los árboles de dos saltos físicamente imposibles.

Ellas se dieron cuenta, pero no dijeron nada aunque, a su manera, expresaron cierta mezcla de malestar y disculpa guardándose para ellas su alegría sonora el rato que pasaron por mi lado.

Las horas parecían haberse dormido a ratos, pero empezó a anochecer y yo acabé sentado en la playa de Kamakura con una cerveza mirando al mar. Compré seis, y la que tenía en la mano era, por lo menos, la tercera de otras tres que planeaba beberme encima de aquella arena negruzca mientras trataba de dejar de pensar.

Ahora me doy cuenta, una vez más, de cómo añoro el calor del verano, a pesar de que aquél momento estuvo lejos de ser el más feliz de mi vida.

Entonces pasó una de las chicas del grupo de antes, pero sin grupo que le corease las carcajadas. Llevaba un pantalón de camuflaje que me pareció muy pasado de moda junto a un niki blanco roto aquí y allá dejando entrever partes de su espalda. Tenía un pendiente en la nariz y un pañuelo azul en la cabeza por el lado de la frente que conseguía que todo su pelo de color caoba colgase hacia atrás, aunque tampoco demasiado porque no lo tenía muy largo. Andaba descalza con sus dos botas negras en las manos, y en su cara creí leer cierto aire melancólico… aunque a ver quién no lo tiene si se está mirando en solitario al mar…

Continua aquí…

22 comentarios en “La chica de Enoshima (I)

  1. (Madre mía, parece que todos están más que ansiosos por emparejarte XD ).

    Nunca nunca nunca te fíes de un gato. POr muy gordo que esté, aún así hará cosas con su cuerpo que te harán preguntarte si tiene tabasco en las venas o carece de huesos. Palabra de veterinaria :p

    Chaus.

  2. Tio, te leo hace mucho tiempo, pero me parece que nunca he escrito en lso comentarios. ME ha encantado esta entrada, muy insipiradora, joder si podria ser buenamente hasta el comienzo o parte de un libro!!! Una de tus mejores entradas. Felicidades! y por cierto no vuelvas a hacer la cabronada de dejarnos con la miel en los labios!!! continuara¿?¿?¿? QUIERO MÁS! XD

  3. Muy bueno, Oskar, aunque nos dejes con el intríngulis… :D
    :ungusto: Señor
    Besos

    P.D.: ..»Eva tomando el sol
    bendito descontrol,
    besos, cebolla y pan…»… ;)

  4. Esperando con ganas la segunda parte!
    Se te da muy bien contar estas historias, eres capaz de describir todos los detalles perfectamente, por eso me gusta tanto leerlas.
    Un saludo! :)

  5. Otra entrada que convertiría un libro de relatos en el mejor libro de relatos posible ;)

    Enoshima es una maravilla. Yo me perdería por allí de cabeza cuando necesitara pensar.

    Un saludo.

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