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Tokiotarrak. Peio


Primer extracto de la novela de ficción que estoy escribiendo y que, si todo sale bien, verá la luz algún día. De momento voy copypegando fragmentos para tantear un poco, que de reacciones se azuza uno.


Peio.

– Hasta los huevos estoy yo de japón-y-japán, joder, esa panda de fanáticos que todos los días me dan la turra con dibujos animados y figuritas y hostias, coño. Encima, ojo aquí, tengo que aguantar también al otro bando, no te lo pierdas, el típico japonés que me convierte en un tópico andante nada más verme: paella, toros, fútbol, sangría… ¡sangría, macho!, ¿¡pero qué!?, si nosotros los sábados bebíamos kalimotxo en la plaza detrás del ambulatorio por si venían los municipales a pedir carnets. Mira en la plaza de toros de Bilbao si que he estado, concretamente viendo a Sabina y a Los Rodriguez. Toros, dice.

– Ya, ya sé que soy un vinagres, es tan obvio que la duda hace hasta gracia. Últimamente me lo digo mucho; aunque de encías para afuera todo dientes, ¿eh? que la simpatía no debería verse reñida con el, bueno, ¿desengaño, quizás?. Quiero decir que desde mi piso de Bilbao con mi camiseta con un kanji ocupando media pechera viendo capítulos subtitulados de Naruto, era más feliz que la hostia. ¡Eh!, ni puta idea de qué ponía en ese kanji, pero lo lucía por la calle Autonomía desde Basurto hasta San Francisco si hacía falta, más flamenco que ni sé.

– Pero… ¿aquí?, bueno, pues vas desmitificando la movida… es como si vuelves a ver la de los cazafantasmas ahora, que, coño, pues no es lo mismo. Un ejemplo: en mi barrio cuando son las fiestas cuelgan farolillos de lado a lado de la calle; son muy llamativos con sus caracteres japoneses, sobretodo si los balancea el viento o por la noche que están iluminados. Bonito bonito, pero luego empiezas a entender lo que pone y no son nombres de samurais de la época Edo, ahi lo que pone es «Mercería Mariko», «Ramen Yoshida» o «Súpermercado Kitamura».

– O cuando te vas a montar en un tren por la mañana y te llevas empujones, hostias y malas caras solo por… ¿por vivir y ser?. Encima tienes que leer artículos por ahí sobre la educación y «la exquisitez de los modales japoneses»… al que escribió eso me lo llevaba yo de Meidaimae a Shinjuku a las ocho de la mañana para que le quitase la tontería a paginazos en la cara el malnacido del periódico del tamaño de la primera Micromanía que se empeña en leer siempre en el medio de un vagón hasta las trancas de seres humanos; o esa marea de gente, tarados todos completamente, que salen del tren avasallando todo lo que se encuentren por delante sin razonar que a lo mejor en fila unos detrás de otros, salían igual.

– Así que no, lo siento, no aguanto a Miguel por eso mismo. Vamos, no es que no le aguante, pero paso de ir por ahí con un tío cuyos valores son Instagramear a todo lo que da autoproclamándose experto influencer sobre el «país del sol naciente» como si aquí todo fuese perfecto. Vamos, no me jodas, yo lo que quiero es tomarme una caña en paz sin mierdas y artificios que todos los de aquí sabemos que son mentira, joder. Ahora que tiene su público, claro, si no no haría lo que hace; pero yo ya tengo una edad para que me robe mis «kanpais» la cámara del iPhone de un tipo que se va a preocupar más por los likes que por lo que yo pueda contarle.

La que se estaba liando, y eso que Laura solo le había mandado un Line para ver si se venía a la Yamatón de ese año, pero Peio se encendía fácilmente en cuanto se enteró que Miguel estaba incluido en el lote y decidió, hecho inusual, contestarle por teléfono.

– Perdona la turra, chica, pero es que cada vez es más difícil quedar aquí con alguien normal para hacer algo normal sin tanta mierda de redes sociales, postureos y apariencias. Ya sabes que no va contigo la cosa, ¿eh?. En fin, que no, que no voy, gracias por avisar de todas formas. Pásate un día por casa y comemos algo, que me he comprado una cazuela de barro y ahí el marmitako tiene que salir rico rico. Pasadlo bien, ya me contarás las payasadas que veas.

Peio decía estas cosas siempre muy convencido. Ya eran unos cuantos años viviendo en Tokio, la docena no la volvía a hacer, y no acababa de estar todo lo a gusto que pensaba que debería. La ilusión, las ganas, la fuerza del principio se fue malbaratando a base de desengaños; si sumamos a eso que a su vez se engañaba a si mismo, ya tenemos la receta de su vinagreta personal. Nunca lo confesaría, pero lo cierto es que habría dado cualquier cosa por ser un youtuber de éxito de esos de los que tanto despotricaba, por ejemplo, y poder dejar un trabajo que hacía años ya que no le aportaba más que aburrimiento y la horrorosa sensación de estar perdiendo miserablemente el tiempo, y con él, su vida.


Continuará…