El domingo pasado se celebró, por fin, la locura nuestra esta de hacer una Feria de Abril en Tokyo. Después de un par de meses de compartir planes, ideas e ilusiones, el día ya tenía que llegar. El equipo estaba perfectamente sincronizado, todos sabíamos nuestras funciones: Germán en la cocina, Guillermo de hombre para todo, Chiqui con los embutidos, Nanami en la puerta, Manuela con los tickets y yo en la barra con los dos camareros que ponía el bar. Si podía fallar algo, que no fuese por falta de preparación, que fuese si acaso por pagar la novatada de ser la primera vez que organizábamos un evento de estas características, pero no por falta de ganas o por no habérnoslo currado lo suficiente.
El sábado, el día anterior, hicimos las compras y además también llegaba el vino de Bodegas Latúe, uno de nuestros patrocinadores. El jamón de Nico lo llevábamos en el maletero del coche junto a un salchichón y un chorizo ibérico y el queso de Marquesado de Hita. Teníamos también los carteles, los tickets, las hojas de pedidos, la ropa y los accesorios que Guillermo se trajo de España… el coche iba a rebosar.
El día era de perros, allí estaba lloviendo lo que no estaba escrito pero contábamos con que los Maldonados de aquí daban bueno para el domingo, así que ya podía caer lo que tuviese que caer ese sábado que no importaba. Una vez en Ebisu, en cuanto nos dejaron, entramos en el local, dejamos todo preparado y nos fuimos cada uno a nuestra casa pero no precisamente a dormir: teníamos la misión de hacer doce tortillas de patata cada uno excepto el Chiqui que fue el encargado de las croquetas. Doce tortillas de patata que nos tuvieron prácticamente hasta el amanecer a los fogones, pero era la única manera de asegurar que estuviesen lo más frescas posible. Treinta y seis tortillas de patata de seis huevos cada una deberían ser suficientes…
Ésa misma mañana, la del domingo, el coche que alquilamos empezó la ronda: primero a por un piano para que Akari pudiese hacer su parte del espectáculo, después casa por casa a recogernos a cada uno de nosotros junto a las doce tortillas por culpa de las cuales habíamos dormido tres horas como mucho, pero no había tiempo para descansar: cuando llegamos al local, no paramos prácticamente ni un momento, teníamos que hacernos fuertes en la cocina, ultimar los detalles en la barra, preparar la sangría, picar ajos, cortar limones…
Cuando abrimos las puertas, hubo un rato que se nos hizo eterno en que no vino nadie. Desde cocina, con los fuegos a punto, se miraba a la entrada. En la barra hacíamos lo propio mientras nos repartíamos los abridores, cortábamos un par de limones más y repasábamos de nuevo el sistema de tickets con los camareros. El Chiqui se salía de su rincón de vez en cuando y oteaba la calle. Entraron dos personas con las que estuvimos hablando un rato pero aquello no acababa de despegar, estábamos más solos que la una… hasta que de repente empezó a entrar gente y ya no paró en ningún momento.
Muchos conocidos, muchos que no conocíamos. Cuando uno hace algo poniendo tantas ilusiones, tantas ganas, se agradece inmensamente la fuerza y el apoyo que te dan los amigos con su sola presencia. Que viniesen tantas caras conocidas de verdad que nos apuntaló la confianza en nosotros mismos. Así que muchas gracias, señores, si alguna vez os da por hacer algo parecido, tened claro que ahí estaremos nosotros también.
Cuando Chema, el niño cagao, se puso a cantar ya llevábamos bastante tiempo sirviendo tapas y bebidas, pero sobretodo un rato largo viendo el buen rollo del personal. Menudas liaba Chema con su gente cada vez que salía!!
El cocinero oficial del bar que se suponía que iba a estar con nosotros todo el día ayudando a Germán, no se quedó más de un cuarto de hora… resulta que era su día libre, así que el problema, de haberlo, ya sabíamos donde iba a estar: entre sartenes. Pero Guillermo se metió allí con Germán y sacaron adelante todos y cada uno de los pedidos hasta el final mientras en la barra tratábamos de lidiar con las bebidas como podíamos, pero claro, nosotros teníamos ventaja porque éramos tres. La cantidad de tapas que se sacaron fue chica… yo hubo un momento en que les escondía los pedidos para que no se agobiasen tanto y después se los iba pasando poco a poco…
En el cartel pusimos bien claro que si alguien venía con traje de flamenco o de sevillana, se llevaba un plato de jamón por su salero moreno. No faltaron y como lo prometido es deuda, hubo plato de jamón para todos!! más salaos que salaos!!
Jamón que, por cierto, el tío Chiqui prácticamente no paró de cortar en ningún momento. Yo tengo que decir que cuando me pude pasar un rato a llevarle una cerveza, allí no quedaba más que el hueso!!
Si la gente se aburrió o no le gustó la comida o se lo pasó mal, desdeluego que supieron mentirle a las cámaras:
Podemos decir, sin lugar a dudas, que el evento fue un éxito rotundo, que no imaginábamos tan buena respuesta ni en la mejor de nuestras previsiones cuando nos pusimos a apuntar en una lista cada una de las personas que nos decía que se pasaría con la idea de calcular un poco las cantidades de comida y bebida que necesitaríamos. Curramos como jabatos, especialmente en un par de momentos en los que era prácticamente imposible dar abasto en cocina. Pero a pesar de todo el trabajo, del cansancio y de los agobios, yo creo que hablo en nombre de todos cuando digo que fue una de las mejores experiencias que hemos tenido en Tokyo y que esto se va a repetir de una u otra manera de todas todas.
Y una cosa que está clarísima es que esto no habría sido posible sin la perseverancia, el buen hacer y sobretodo, la simpatía de mis compañeros de locura…
¡Un gusto, compadres!
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