Este año volví a ir al campamento de Karate que se organiza todos los veranos en Chiba. Con la cosa de la maratón, me perdí el del año pasado, así que cogí este con muchas ganas, todavía más cuando me enteré que era Daizo Kanazawa el que lo organizaba, uno de los hijos de Hirokazu Kanazawa. Mi sorpresa fue enorme cuando vi que en realidad vinieron la familia al completo!! Daizo, Nobuaki y Fumitoshi, los tres hijos de Kanazawa. Para quien todavía no lo sepa y quizás le interese, Hirokazu Kanazawa es uno de los pocos alumnos directos vivos de Gichin Funakoshi, el fundador del Karate-do. Vamos, que es una leyenda viva del Karate, ¡¡y nos fuimos de campamento juntos por segunda vez!!.
Son tres días de budo en su máxima expresión, tres días en los que algo así como cuarenta chavales y diez adultos convivimos en un ryokan con el objetivo de aprender más de lo que sabemos, de practicar con gente distinta, de saber un poco más de los demás y a la vez tratar de que los demás sepan un poco cómo somos nosotros.
Se respetan mucho los rangos, si ves a un profesor cargando algo, lo suyo es que se lo cojas y lo lleves tu sin que nadie te diga nada. Y lo mismo se te aplica a ti: cualquiera que tenga menor cinturón que tu debe ganarse tu respeto ayudándote, haciéndote más fácil cualquier actividad. Esto me sorprendió bastante, a mi los chavales me llamaban Sensei, y el señor de cuarenta y pico años con el que compartí habitación no me dejó hacer prácticamente nada: cuando me iba a dormir, ya estaban los futones preparados, cuando salía un momento por la mañana al despertar, al volver el futón ya estaba recogido, ¡hasta me lavó el karategi!. Y todo de una manera sutil, sin alardear de ello, sólo cuando yo preguntaba, él contestaba: «¡el karategi está limpio!». «Si, lo lavé ayer con el mío, espero que no te importe», y después reverencias y yoroshikus.
Aunque suene redundante, todo gira en torno al Karate. Cogimos un autobús desde Tokyo y nada más llegar al ryokan, no tuvimos casi ni diez minutos para ponernos el karategi y empezar las clases en un pabellón cercano. Clases de tres horas, impartidas por los cuatro miembros de la familia Kanazawa, quizás las cuatro personas más representativas y conocidas del Karate Shotokan a nivel mundial. Clases magistrales, divertidas, serias, sacrificadas, dolorosas, asfixiantes… clases sobre un suelo de madera en un pabellón de un pueblo pesquero que nada tiene que ver con la locura que es Tokyo. Un grupo de personas dándolo todo al ritmo que marcan las cigarras allá afuera, quizás clases como eran antiguamente cuando el anciano que tengo delante era el joven que estaba delante de otro anciano.
Y después a comer tratando de que los chavales se dejen lo menos posible en los platos. Comida hecha por una abuela, la madre del dueño del ryokan, que todos los días vino a contarnos lo que había preparado y a decirnos que había más en la cocina, que si íbamos con el plato nos lo rellenaba. Comida japonesa casera, ¡qué mejor forma de recuperarse de la paliza de la clase!
A la noche nos tocaba reunirnos a los mayores con alguna que otra cerveza de por medio. Los profesores hacían balance del día y nos contaban la agenda del día siguiente encargándonos tal o cual tarea. Después sólo tocó seguir bebiendo deleitándonos con las anécdotas de Kanazawa Kancho: sus viajes por el mundo, su relación con Gichin Funakoshi, la anécdota de Elvis Presley, la de Bruce Lee… anécdotas complementadas por el resto de profesores, sus hijos, que aireaban tal o cual recuerdo de cuando eran críos y su padre volvía de tal o cual lejano país a darles el beso de buenas noches con algún regalo exótico esperándoles por la mañana.
La noche se alargó mucho aunque al día siguiente a las seis y media tocaba salir a correr por la playa. Yo me cuidé de beber demasiado sabiendo las horribles resacas que tengo, así que estaba bastante fresco. Aún así, correr por la arena de la playa es bastante duro, más si encima le añadimos las agujetas de la clase del día anterior. Pero aunque el madrugón es horrible, el gustico que da estar al lado del mar a esas horas de la mañana compensa de sobra.
Luego desayuno de los de coger bien fuerzas, y a la clase de nuevo. Otra de tres o cuatro horas de no parar en ningún momento, aunque esta vez teníamos motivación doble: al acabar nos íbamos a la playa.
Allí fuimos unos cuantos mayores de avanzadilla para buscar sitio, y luego estuvimos con los chavales bañándonos teniendo mucho cuidado con los más pequeños que no tendrían más de cuatro o cinco años y no querían más que meterse donde les cubría enteros. Menudas risas nos echamos. Además después tocaba lo de las sandías, se trata de ponerle una venda en los ojos a un chaval, darle un palo y después de hacerle girar sobre sí mismo tres o cuatro veces, guiarle para que le pegue un palazo a la sandía y la abra en canal para todos.
Esto es unas risas porque algunos chavales juegan a despistar y le dicen todo al revés… así luego hay accidentes…
Pero al final comimos sandía, nos pusimos tibios!!.
Y ya vuelta al ryokan donde la noche estaba lejos de acabar. Tocaba barbacoaca!!! encima como yo había estado todo el rato cuidando a un chavalico, me libré de cocinar y sólo quedó ponerme hasta arriba!!. El chavalico este, por cierto, más majo que ni sé!!
Después nos fuimos de hanabi!! Daizo Sensei había ido a una tienda de Asakusa donde te hacen fuegos artificiales a la carta, y madre de Dios lo que llevamos ahí. Nos lo pasamos muy muy bien, yo creo que los adultos mejor que los chavales!!!
Y aunque el domingo tocaba otra vez diana, de nuevo nos juntamos los mayores a hacer balance a modo de excusa para apurar un par de botellas de shochu. Allí salió el tema de mi boda y fui el centro de atención, muy a mi pesar, durante un buen rato, hasta Kanazawa Kancho me felicitó!!
El último día, después de la salida a correr de madrugón, tocó la última clase, quizás la más especial de todas porque todos estábamos exhaustos del intenso fin de semana, las piernas nos sostenían de milagro, así que hubo que echarle vísceras al asunto…
Ya solo tocó recoger, sacar una última foto de grupo y tirar para Tokyo por la carretera que va por debajo del mar. Allí el autobús hizo un descanso aprovechando el pedazo de día que hizo y la verdad es que había unas vistas con Tokyo al horizonte que quitaban el sentido…
Menudo fin de semana… buff!!!
Osss