– ¿Ves a esa chica de ahí? -me dice Yagi sensei
– ¿La pequeña del kimono rosa?
– Si, pues es la hija de los dueños del templo Suitengu. El templo está aquí cerca del hotel, y las mujeres embarazadas van allí a rezar para que el embarazo sea saludable. Ella es de una familia de mucho nivel, y será la dueña del templo algún día, así que está aprendiendo un montón de artes y actividades.
– Pero si es muy pequeña todavía, ¿no?, ¿cuántos años tiene?
– Se lo puedes preguntar tu mismo en inglés, porque estudia en un colegio internacional.
– How old are you? -le digo a la niña de kimono tan rosa como sus mejillas
– aaahhh, sorryyyy, I’m too shy -dice mientras se esconde detrás de su profesora
– Es muy tímida, pobre. Tiene diez años, y además de ceremonía del té, estudia kendo, aikido, shodo, ikebana, kyudo y sabe montar a caballo.
– Increíble, con solo diez años… -pobrecita, pienso yo, tan jóven y quizás ni siquiera sabe lo que es jugar…
Durante la ceremonia, la profesora es especialmente estricta con ella, y ella pide perdón constantemente a pesar de hacerlo con gestos exquisitos, al menos a mis ojos.
– ¿Español?, ¿y cuanto tiempo llevas en Japón? -me pregunta una señora de unos setenta años que minutos antes hacía de ayudante en la segunda ceremonia
– Pues llevo casi tres años.
– Hace Karate -vuelve a decir Yagi sensei
– ¿Ah si?, ¿Karate?, el marido de mi hija también hace Karate, es cinturón marrón, y es un chico francés. Se casaron hace dos años -dice orgullosa
– ¡Vaya, que casualidad! -digo mientras pienso que vaya panorama eso de tener un franchute en la familia y estar orgulloso… me río por la ocurrencia, y ellas me miran raro, pero se ríen también, por si acaso.
En la primera ceremonia, el chico que está sentado a mi derecha lleva un kimono verde precioso, y me hace una reverencia mientras me habla:
– Encantado de conocerte. Me han dicho que llevas un año estudiando, por favor sé paciente conmigo, sólo llevo una semana.
– Encantado de conocerte. Huy, tampoco te creas tu que lo hago muy bien, por favor si me equivoco corrígeme.
– Lo hace muy bien -nos interrumpe Yagi sensei, sonriendo pero visiblemente indignada
– No no, todavía no, pero gracias -digo yo mientras me inclino levemente fingiendo vergüenza
El chico se equivoca unas cuantas veces y no sabe muy bien que hacer cuando le sirven los dulces. Pero actúa con tanta naturalidad preguntando sin cortarse, que me cae muy bien y acabamos cambiándonos los teléfonos al acabar para irnos de izakaya si se tercia.
Mientras se ultiman los preparativos de la segunda ceremonia, esperamos dentro del hotel porque en el jardín hace frío. La mujer de uno de los invitados me habla, es una chica preciosa, todavía más si cabe enfundada en un kimono negro elegantísimo.
– Entonces haces Karate, yo hacía Kendo de pequeña
– Si, hacía en España, luego lo dejé una temporada y cuando vine aquí empecé de nuevo
– Me alegra saber que en el extranjero se tiene afición por la cultura japonesa, últimamente a la gente jóven no le interesa nada de ésto en absoluto. Son muy pocos los que quieren aprender ceremonia del té o artes marciales, ahora se lleva más lo de fuera, como el beisbol o bailar salsa
– Digo yo que en España pasará igual, que nos atrae más lo de fuera, por eso estoy yo aquí, supongo… pero si que es verdad que mis profesores de Karate dicen que cada vez van menos niños, y en las clases de adultos no hay prácticamente ningún adolescente, todos son mayores.
– Quizás esto no tenga futuro… es muy triste
– Si lo es, si
Y ambos bajamos la cabeza y pasamos un par de minutos en silencio reflexionando.
– Perdona por haber acabado tan tarde -me dice Yagi sensei- deberíamos haber empezado una hora antes, te he tenido esperando bastante tiempo
– No importa, me he entretenido dando vueltas por el hotel, menudo lugar más lujoso, me he sentido como un príncipe
– ¡El príncipe de España! -dice ella riéndose un montón, yo me río también por cortesía
– Si si, un poco más bajito pero si
– Porque en España hay reyes, ¿verdad?
– Si si que hay, no sé muy bien que hacen a parte de saludar a la gente y salir en las monedas, pero vamos, ahí están en Madrid
– Anda, o sea que un poco como los emperadores de Japón que nadie sabe muy bien que hacen… seguro que son amigos
– Seguro, o compañeros de trabajo, según se mire…