Archivo por años: 2013

De como Kota llegó para quedarse (4 y fin)

Si la noche anterior fue un flashback continuo, aquella noche fue al revés: no recuerdo los momentos en los que dormí, si es que lo hice. Chiaki no hacía más que dar paseos por la habitación, parándose cuando tocaban las contracciones fuertes que se pasaban en poco tiempo, pero que tenían pinta ya de doler muchísimo. Yo le daba masajes en la espalda, como me había enseñado la impasible sin sonreír en ningún momento, y cuando se le pasaba volvía ella al paseo y yo al sofá.

Así hasta que ya por fin por la mañana nos llevaron de nuevo a… la sala….

Yo pensaba que la cosa iba a ir rápido, pero no fue así. En el purgatorio estuvimos cuatro horas en total en las que Chiaki era, en esta ocasión, de las que más dolores tenía ya asustando, supongo, a las que acabasen de llegar como nos pasó a nosotros el día anterior. La revoluciones venía, a toda hostia, de vez en cuando a mirar el papel lleno de rayas en el que se veían las pulsaciones de Kota y la intensidad de las contracciones de Chiaki. Si me hubiesen enchufado ese chisme a mi, seguro que hubiesen salido también los Pirineos porque aquello me tenía a mi en un sinvivir.

La vírgen.

La madre de Chiaki se vino allá por el mediodía, lo que me permitió distraerme un poco haciendo viajes a la máquina expendedora a por zumos o tés. He de decir que es ver una cajica de zumo de moras como la de esa máquina y todavía me pongo nervioso… Mi suegra le hablaba a su hija, pero su hija ni contestaba. Estaba sentada en una especie de cómoda balancín que le hacía estar inclinada hacia delante, lo que, por lo visto, era bueno para la situación en la que nos encontrábamos. Entonces vino el médico y se la llevó, como pudo, a una sala que había al lado. Yo me quedé solo con mi suegra. Ese fue uno de los momentos más emotivos, con el permiso del nacimiento de Kota, de esos días. A mi suegra, supongo que por la emoción del momento, le dio por decirme un montón de cosas bonicas sobre que me hubiese casado con su hija y lo que significaba para ella tener un nieto y que fuese conmigo y…. me dijo un montón de cosas que nos tuvo a los dos llorando un rato largo. Nunca se me olvidarán sus palabras… muchas gracias Tokuko, de corazón, como bien sabes.

Cuando volvió Chiaki y nos vio llorando se empezó a reír. ¿Qué está pasando aquí? alcanzó a decir justo antes de que una contracción acallase del todo su voz. Y ahí fue cuando el médico volvió, de nuevo, y dijo que se la llevaba otra vez a la sala, que era mejor por no sé qué razón que no entendí. Lo que si supe cuando volvió es que había roto aguas ya y que el parto era inminente. Que si quería estar presente, me dijeron. Por supuesto, dije yo millones de veces muerto de miedo mientras se la llevaban en silla de ruedas.

Entré en el quirófano un rato después que ella con una bata de esas que se atan por detrás y un gorro para el pelo. Ella estaba en una camilla iluminada por unos focos enormes que, sin embargo, no alcanzaban a deslumbrar. A mi me subieron en un taburete que quedaba en la cabecera de manera que la veía del revés pero no lo que estaba pasando por ahí debajo porque una sábana hacía de telón.

Bendita sábana.

Entonces empezó a empujar ya con cada contracción. Yo le secaba el sudor y le alcanzaba la botella de té verde a la que le habíamos puesto una pajita para poder beber mejor. Se me ocurrió la broma de que parecía el entrenador de Rocky Balboa ahí con la toallita y que solo faltaba el cubo para que escupiera, y tuve la absurda idea de contársela a ella que no le hizo, por supuesto, ni un poco así de gracia. Me quedé calladito unas cuantas contracciones más. Básicamente el proceso se repetía: ella empujaba, la enfermera decía que ya se le veía la cabeza, pero no acababa de salir. Tampoco te creas que a la enfermera aquella parecía importarle mucho el asunto.

Después de una hora y media así, decidieron que era mejor un descanso y le pusieron una inyección para parar las contracciones un poco. Yo me moría de pena por ver a mi mujer pasándolo tan tan mal y en ese momento empecé a pensar que igual le tenían que hacer la cesárea porque Kota no parecía tenerlo fácil para salir.

Entonces llegó la revoluciones y fue acojonante. Cual señor Lobo, llegó a toda hostia, apartó a la enfermera aquella que tenía la mitad de sangre y se puso los dos guantes de látex. Mientras se echaba un chorro de yodo en uno de ellos, ojeaba el asunto y dijo un «Wakarimashita», «ah, vale, ya lo entiendo». Acto seguido empezó a decirle un montón de cosas a Chiaki en japonés que no tengo yo muy claro que las hubiese entendido ni ella: a mi me parecía que era Ozores con bata el que hablaba. Después pegó cuatro gritos a las enfermeras que había por allí al lado: tu llama al doctor no se quién, tu alcánzame no se cual, tu llama a no se qué enfermera y tu apaga eso de los latidos que me está volviendo loca («¿más? pensé yo, por Dios que alguien lo apague o sale volando). En aquella situación, la revoluciones causó el efecto contrario: en vez de poner nervioso a todo Cristo, nosotros nos sentimos tremendamente arropados por ver que alguien en la sala parecía saberse lo que se hacía.

Llegó el médico que había pedido que se puso a los mandos inmediatamente y llegó la enfermera que había pedido, que resultó ser una tía más bruta que un bocadillo de bellotas con cecina. El médico, por orden de la revoluciones, cortó por allí abajo. La aldeana con gorro de enfermera se subió de rodillas en la camilla y apoyó todo su peso en la tripa de Chiaki que a su vez empujó más que nunca hasta que, de repente, Kota apareció ante nosotros de color morado. Chiaki no dejaba de apretarme el brazo con la mayor fuerza que le he sabido nunca mientras los dos llorábamos al unísono. «Ya está» decía yo en perfecto castellano, «ya está Chiaki, gracias gracias gracias» y seguía llorando aunque lo que yo quería era ver llorar a mi hijo porque, como en las películas, uno cree que hasta que no llora no sabes que está bien.

Y lloró, vaya si lloró…

La revoluciones, que no podía parar en ningún momento, limpió a Kota en dos o tres décimas de segundo y ya lo tenía Chiaki puesto en su pecho. Después me dejaron cogerle en brazos y recuerdo que estaba completamente sereno y me miraba, aunque por lo visto no veía todavía, y que estornudó. Y luego la bocata bellotas se lo llevó a una pequeña incubadora que había allí para hacerle todo tipo de animaladas como meterle un tubo por la garganta y por la nariz para aspirar la sangre que quedase. No entiendo de partos, pero me dieron ganas de decirle cuatro cosas porque aunque sé que era necesario y por el bien de Kota, me pareció que hacía todo sin ninguna delicadeza, ¡menudos meneos le metía la vacaburra!.

Total, que a Kota se lo llevaron y nosotros nos quedamos un rato más con el médico que se aseguraba de que Chiaki estuviese bien. Yo la veía y estaba exhausta, pero había recuperado la sonrisa y con ella yo a mi Chiaki y de propina me llevo a su hijo que también es mío.

Kota, en efecto, ya había llegado.

¡Eh! ¡y para quedarse!, total, ya que estaba… とりあえず。。。


De como Kota llegó para quedarse (parte 3)

Como si de un flashback se tratase, recuerdo aquella noche por flashes. Yo estaba tumbado en un sofá en el que solo entraba entero si doblaba las rodillas tapado con la manta más fina de todo el hospital y de vez en cuando entreabría los ojos cuando algún ruido interrumpía algo parecido al intento de dormir en semejante situación. Veía, entonces, a Chiaki que estaba con los ojos abiertos prácticamente cada vez, que me miraba, que miraba al techo y recuerdo que yo quería levantarme y hablarle para que sobrellevase la situación un poco mejor pero entonces me volvía a dormir y me volvía a despertar sin yo quererlo. Era ese estado en el que no sabes muy bien si está pasando lo que crees que está pasando o en realidad no has abierto los ojos nunca.

Por la mañana ella me confirmó que las contracciones eran cada vez más fuertes, que no había podido dormir. Cuando la impasible entró por la puerta, por supuesto que sin llamar, nos hizo bajar a la siguiente fase de aquella historia: la sala.

Madre mía.

¿Como describir la sala?. Imaginemos una habitación muy grande que se dividía en muchas habitaciones pequeñas gracias a correr o descorrer cortinas que pendían de una autopista de raíles instalada en el techo. Para describir lo grande que era, pongamos que cada habitación albergaba, sin demasiadas estrecheces, una cama, un pequeño sofá y una máquina de esas de hacer ecografías. Y pongamos, ya puestos a poner, pues, que habría como veinte habitaciones de estas de quita y pon. Si las contracciones llegaban a un punto tal que no había más remedio que hacerles caso, te bajaban allí y te enchufaban a la máquina que monitorizaba el grado de dolor a la vez que se aseguraba que el latido del niño seguía siendo regular. Digamos, también, que las contracciones, por lo visto, vienen y van haciendo que cuando están, la inminente madre las vaya notando reaccionando según su intensidad para descansar un momento después. Era, pues, una cadena sin fin de dolores intermitentes a destiempo.

La sala, señores.

Veinte camas con veinte embarazadas a punto ya de dar a luz gritando cada dos o tres minutos según le tocaba a cada una. Por supuesto, las hay cuyas contracciones son ya tan dolorosas que no pueden contener el dolor y chillan literalmente de dolor para después recuperar el aliento al minuto siguiente. Pongamos a veinte maridos, como el que les ocupa, muertos de miedo escuchando aquel concierto de gritos y lamentos sin poder hacer más que tratar de aliviar, vía masajes en la espalda, semejante disparate. Maridos totalmente inútiles cuya presencia es anecdótica, maridos que solo sabían decir «ganbatte ganbatte» con voz grave pero que en realidad estábamos acojonaditos perdidos, que cuando estás ya un poco recuperado de los gritos de la de la cortina de la derecha, resulta que ya le toca a la de la izquierda desgañitarse a grito pelado.

Si yo lo pasé mal, no quiero ni pensar en ellas. Madres del mundo: tenéis todo mi respeto hoy y por siempre. Chiaki: te quiero.

Hoy, echando la vista atrás, no llego a entender la función de aquella sala. Cuando las contracciones son todavía débiles, no creo que sea precisamente motivante que te lleven a un sitio donde la que tienes al lado está retorciéndose de dolor anunciándote que poco te queda a ti para estar así también. Tampoco digo que te lo pinten de color de rosa cuando no va a ser así, pero es que aquello es el purgatorio.

La sala. Buff.

Las contracciones de Chiaki todavía no eran de chillar: como venían se iban. La revisión del médico nos confirmó lo que nos parecía: que todavía no, que íbamos a tener que pasar otra noche más en el hospital y que nos fuésemos pensando en la posibilidad de una inyección para acelerar el proceso porque ya era el segundo día allí metidos. Yo, la verdad es que pensaba que menos volver al purgatorio lo que hiciese falta, pero Chiaki se negaba rotundamente. Ella se tomó el embarazo muy en serio, tanto es así que, por ejemplo, se aguantó todos los dolores de cabeza sin tomar ninguna medicina por si le hacían daño a Kota. Así que no: ni inyecciones, ni epidural ni ochos ni cuartos. Ole sus huevos.

Pues en esas quedamos con la revoluciones: mientras ella hacía la cama en cuatro segundos tres decimas, yo me hacía a la idea de que la noche del martes volvía a tocar sofá y seguramente dosis de purgatorio…

Continuará…

De como Kota llegó para quedarse (parte 2)

En aquella habitación llamaba la atención una pequeña cuna vacía colocada junto a la cama en la que reposaba ya la que iba a ser la madre de mi hijo de todas todas me pusiese como me pusiese. Esa casi diminuta cuna de plástico decía muchas cosas; no solo que allí mi hijo se iba a echar sus primeras siestas… anunciaba que todo estaba preparado, que era verdad que Kota estaba ahí dentro y que no saldría de aquella habitación de otra manera que estando llorando ya fuera, en el mundo, en nuestro mundo.

Yo que todavía pensaba que todo esto era un sueño…

En el hospital lo tenían todo perfectamente planificado y no faltaba la visita de la enfermera tres veces al día para monitorizar las pulsaciones de Kota, las contracciones y que Chiaki estuviese comiendo lo que tenía que comer porque parece ser bastante fácil descuidarse cuando empiezan los dolores fuertes. Todavía no era el caso, ella estaba allí como en un hotel: viendo la tele, dejándose hacer cuando tocaban chequeos y más bien pasando el rato que de parto. Tenía dolores, pero no demasiados, las contracciones eran muy débiles todavía así que no había prisa. La prisa la tenía yo por dentro; prisa por saber que todo iba a salir bien, por comprobar de una vez que mi hijo estuviese sano cuando nos saludase llorando a pleno pulmón, por saber que a Chiaki no le iba a pasar nada, por que todo pasase lo más rápido y mejor posible y poder enviarles a mis padres una foto con los tres posando ya sonrientes porque no había habido problema alguno.

Lo que hubiese dado por que mi madre estuviese en aquel hospital con nosotros… lo que creo que hubiese dado ella…

Como no había mucho movimiento por allí dentro, salí del hospital para cenar algo y al volver me dejaron quedarme a dormir en el estrecho sofá de la habitación en vez de hacerme salir con el fin del horario de visitas. Por supuesto no dormí nada, pero me alegró saber que Chiaki sí pudo descansar. Al día siguiente las contracciones eran más fuertes y cada vez menos espaciadas a la vez que los controles de las enfermeras. Yo me entretenía poniéndoles motes: estaba la abuelica, que nos hablaba con ese ritmo lento tan tierno con el que le empiezan a hablar a los hijos de sus hijos y cuando se quieren dar cuenta lo están haciendo con todo el mundo. Le costaba ver el termómetro por lo que siempre nos lo daba a uno de los dos para que le dijésemos la temperatura a apuntar en el cuaderno aquel del que no se separaba nunca. Nada que ver con la revoluciones, una chica así a ojo con más o menos la misma edad que yo pero con el pulso trescientas veces más rápido: no paraba nunca, ni de hablar ni de moverse ni de hacer cosas. Era como si su mente ya hubiese acabado cinco minutos atrás lo que estaba haciendo en ese preciso momento y ya tenía encoladas diez cosas más que debía haber hecho hace tres. Me pidió que le pasase el cuaderno de la mesita y cuando contesté «¿eh?» a su vertiginoso japonés ya lo había cogido y tenía apuntado medio Quijote.

Daban ganas de pegarle para que se estuviese quieta, ahora que aciértale.

Cuando Chiaki bajó a la consulta del médico y yo entré en el cuarto de baño es cuando conocí a la impasible. Estaba en pleno acto meandero cuando abrió la puerta de par en par preguntando por Chiaki. No te creas que se cortó al ver el Belén, no, ella siguió hablando en japonés mientras me miraba taparme como podía. «Chiaki ya ha bajado, yo me he quedado en la habitación a esperarla» dije yo sin poder cortar el asunto. «Vale, gracias» contestó el ser menos expresivo del planeta tierra con permiso de Tommy Lee Jones. Era la primera vez que me veían la chorra y no había reacción alguna: ni risas ni admiración, ¡nada!. Aquel día prometía, ya tenía una historia que contarle a Kota en su cumpleaños si fuese el caso.

Pero no iba a ser el caso: no venían las aguas revueltas todavía, el cielo no anunciaba tormenta, el pájaro seguía en su nido, no sonaban tambores de guerra, alfa charli delta plus… vamos, que Kota pasaba de todos nosotros. Yo, viendo que me iba a quedar una segunda noche, salí en busca de un Uniqlo donde comprarme ropa un poco más cómoda y sobretodo con menos aroma varonil no fuese a ser que a la impasible le diese por entrar a preguntar la hora en actos íntimos menos aguados.

Aquella noche ya si; aquella noche Chiaki no durmió nada por culpa de las contracciones y yo ya estaba que le daba cuarenta vueltas a la revoluciones.

Continuará

De como Kota llegó para quedarse (parte 1)

Era un domingo soleado, hasta caluroso cuando terciaba que por donde se paseaba no había nada interponiéndose entre uno y el sol. Y hay que precisar que uno, a partir de octubre, no está para desperdiciar rayo alguno que le caldee acaso un par de grados la melancolía inherente al hecho de que no quede otra que esperar a que nazca el invierno. O que malnazca porque no hay invierno que no sea un malnacido.

Chiaki cargaba a Kota pero Kota, como el invierno, tampoco había nacido. Siempre he pensado que el embarazo, a pesar de todo, le ha sentado de maravilla. A mi, por lo menos, me parecía que estaba guapísima sobretodo cuando trataba de andar con prisa y no conseguía más que avanzar casi anecdóticamente mientras se balanceaba hacia los lados con las dos manos tanteando aliviar la carga de la parte baja de la espalda que parecía dolerle siempre. Yo no tenía muy claro si era así o no porque no dejó de iluminar la casa nunca con esa sonrisa suya tan, eso, suya.

Ya tenía contracciones, pero a pesar de ello quiso que diésemos un paseo por la zona. Acabamos en la universidad de chicas que queda al lado de casa donde se celebraba un festival para recaudar fondos para, la verdad sea dicha, no tengo ni idea de qué causa. Vimos un espectáculo de cheerleaders a lo japonés, comimos chocolate con algo que de churros solo tenía el nombre y tomamos prestado un poco del sol los tres en un banco mientras analizábamos las técnicas de ligoteo de los chicos que se habían acercado a ver que se podían llevar de aquel, en teoría, paraíso terrenal. Que fuese una universidad católica no quitaba para que el bajo de las faldas se distrayese bastante más arriba de las rodillas y, como no podía ser de otra manera, allí no había más que grupos de adolescentes al acecho de muslos de piernas de veinte metros las más cortas. Yo habría sido el callado romanticón de al lado del árbol que, seguramente, no se habría comido un rosco pero se habría enamorado de una distinta siete u ocho veces por hora. Otro gallo cantaría si ahora supiese o fuese lo que sé o lo que soy ahora, probablemente me habría seguido enamorando y volviéndome a casa en ayunas, pero con alegría porque no me habría callado ni un poco así.

Total, que Chiaki salía de cuentas el lunes, el día siguiente y a la vez tenía cita en el hospital para la revisión rutinaria semanal, así que nos volvimos más o menos cuando ya no había nadie allá arriba que caldease hueso alguno.

Poco tardamos en dormirnos adrede para soñar con la cara de Kota, como cada noche.

Cuando el despertador dijo basta, yo me vine a la oficina y a eso del mediodía me llegó un mensaje en el que Chiaki me contaba que habían decidido ingresarla, que aunque todavía las contracciones no eran fuertes, mejor estar allí por si acaso. Y que no me preocupase, que con que a la noche al salir de trabajar le llevase la bolsa con la ropa que había preparado, ya valía. Cinco minutos más tarde ya iba con la bici como un loco camino de casa. No pensaba perderme ni una contracción más. No podía concebir que naciese mi hijo y yo no estuviese allí, creo que los cuarenta minutos de pedaleo los trituré y prensé hasta que quedaron en menos de media hora y casi una hora después de aquel mensaje ya estaba con mi mujer en la habitación de un hospital esperando a que naciese mi hijo. Si ella hubiese querido que Kota naciese en Korea, yo ya tendría metido el bicarbonato en la maleta para contrarestar el kimchi. Allá donde fuesen ellos dos, estaría yo sin duda, esto es algo que no me pasará más de dos o tres veces en la vida en el mejor de los casos, ¿cómo me lo iba a perder?, ¿cómo no iba a estar allí?, Dios santo, ¿qué otra cosa pudiese haber más importante? ¿un trabajo?!? ¿una oficina?!?

Continuará

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El libro de prueba

Lo tiene Fran ya en sus manos y lo está mirando y remirando para asegurarse de que no haya ningún error, a mi lo que me da es una envidia del copón porque lo único que he visto yo de momento es esta foto que me mandó!!!

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Eso si, en un email que acabo de leer ahora mismito me dice:

… mañana le doy el visto bueno y vamos a por todas

Así que ya está, ya encargamos la tirada de 500 libros y en cuanto lleguen os los empezamos a enviar… ¡¡ que nervios !!

Yo por mi parte ya tengo todo preparado excepto los amuletos que compraré este sábado en el Meiji Jingu de Harajuku; este mismo fin de semana sale un paquete enorme repleto de kitkases de té verde, kokeshis, camisetas y amuletos para Barcelona.

Todavía me parece mentira todo… yo hasta que no tenga el libro en mis manos no me creo nada!

:estudier:

¡¡¡Actualización!!!
:amosahi: :amosahi: :amosahi:

Fran me ha mandado alguna foto más que no voy a poner para mantener la sorpresa, jejeje, que gustico más morenooooo me da todoooo. Veeeengaaaa, vaaaaaaaaaa, os pongo la última:

Avance informativo

El chiringuito que montamos fue un éxito total y aunque hoy estoy aquí delante del ordenador con más sueño que el vecino de Freddy Krueger y la Bella durmiente vendiendo colchones juntos, se me ha alegrado el despertar al ver el vídeo de los informativos de Tele 5 en el que se nos ve algo así como dos segundos y medio, jajaja. Algo es algo!! mis dos segundos de fama!!

En cuanto me despierte, cuento un poco más el asunto de cómo dimos de comer unos 600 pinchos de tortilla aquí a la Tokyogente.

:gustico:

:cocinicas:

Fiesta de España en Yoyogi

ヤッホー!

No sé que caraflauta me decía:

me río yo de las movidas que estás siempre haciendo cuando nazca tu hijo

¡Ja!
:olakease:

Pues ahora me río yo. Kota ha nacido y, efectivamente: duermo menos que el chófer de Drácula, que además es panadero. Pero tampoco ha cambiado mucho la cosa: es verdad que tengo a ToscaJr ahí llorando cada tres horas invariablemente sin importar si manda el sol o la luna. ¿Cual es el paso lógico?, ¿quejarse y andar dando pena con tus ojeras por las esquinas? pues no: es adaptarse. En vez de pretender dormir las 8 horas de antes, sabiendo que es imposible, me meto a dormir sobre las nueve de la noche despertándome cada rato, y a eso de las seis de la mañana ya estoy montado en una bici camino de Shibuya donde me tiraré un par de horas haciendo mis cosas antes de fichar para trabajar: recopilar mecenas del libro, un par de locuras de webs en las que estoy metido, estudiar japonés… lo que antes hacía a las noches en casa, ahora lo hago a las mañanas en la oficina porque sé que cuando va llegando la hora de salir, estaré menos concentrado que un diputado en el congreso.

Los mediodías sigo yendo al gimnasio, como siempre y sigo con mis retos y locuras. Ojo aquí, que como siga la cosa así me veo haciendo el mismo vídeo del Van Damme pero con dos bicis:

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A la vuelta, después de otros 12km en bici sé que me tocará bañar a Kota, así que de momento no voy a Karate, pero esto es algo que se va a retomar ya en diciembre porque ya está negociado con Chiaki y la patronal. Así que si: en efecto, mi vida ha cambiado mucho pero en el sentido de tiempo personal tampoco tanto. Hombre, Kota es Kota, manda él y me encanta que sea así porque es una gozada verle ahí hasta estornudar… cogerle en brazos después del baño se ha convertido en el mejor momento del día.

Pero yo me niego a ser el típico que usa a sus hijos como excusa para no hacer nada. Querer es poder, panda de vagos, tanto es así que, aparte del libro, estoy metido en cuatro o cinco jaleos de los míos con más ganas que nunca, como no podía ser de otra manera. Y son JALEOS con mayúsculas, con que salga uno sólo bien ya tengo gustico almacenado hasta primavera.

Jaleacos como el sarao del fin de semana. Resulta que el Chiqui, que está metido en todo (no me extrañaría que abrieses un yogur y saliese su cara en la tapa), nos habló de un fin de semana de festival de España en Yoyogi. Esto viene a ser llenar una explanada del copón cerca de Harajuku con comida y bebida española, de no parar en ningún momento de ofrecer espectáculos y de liarla, básica y exclusivamente, parda.

Un par de emails por aquí, dos o tres cervezas por allá y ya nos tenía liados al Lorco, a Manuela y a mi para plantar un chiringuito en el que vamos a ofrecer entre otras cosas la mejor tortilla de patatas de todo el recinto, aparte de cerveza española, sangría, gustete del rico, cosica cósmica y garbo sideral:

Viendo la foto de arriba de la tortilla que casi le pego un mordisco al monitor no creo que pase pero…
¡Si este fin de semana estás en Tokyo y no osas pasarte a saludar, que sepas que te la guardo!

(Bah, seguramente no te la guarde, pero si que molará verte si te vienes…)

FIESTA DE ESPAÑA 2013
PARQUE DE YOYOGI, TOKIO
23 Y 24 DE NOVIEMBRE DE 10:00 A 19:00
:gambiters: :coleguicas: :cocinicas: :arrozico:
:triki:

Ikulibro, me faltan datos!

Hola!

Lo primero que hice cuando se acabó el plazo de Verkami fue enviar un email a todos los mecenas para que me enviarais vuestro nombre y vuestra dirección y la verdad es que tengo que decir que estoy encantado con vuestras respuestas, la inmensa mayoría no os habéis conformado con darme los datos sino que me habéis contado un montón de cosas. Si es que sois más majos que ni sé!!

Ha habido algunos que no me han contestado y la verdad es que no tengo otra manera de contactar con ellos que avisar por aquí y por Verkami!! Por favor, pasadme los siguientes datos los que faltáis!!

orientalor198518 >> Tu email no es correcto, no sé nada de ti (ni nombre, ni dirección aunque has hecho el pago)
jacintaspektor >> Dirección postal
Luis Borja de Diego >> Dirección postal
Sargento 100×100 Algodon >> Dirección postal
Robert Albert >> Dirección postal
Santi Orozco >> Dirección postal
Begoña Marco >> Dirección postal
Mikel Aranburu >> Dirección postal
Marta Moraza >> Dirección postal
ifernandezacebes >> Dirección postal
Eneko Sainz >> Dirección postal

Roberto de Dalmases >> Dirección postal
Carlos Mayo >> Dirección postal
Miquel Planella >> Dirección postal


Isa Blanco >> Dirección postal
Saekih >> Dirección postal
Borja del Río >> Dirección postal
Grisssss >> Dirección postal
Dbora M.Nicolas >> Dirección postal

Sigo con la lista
:flipanderer:
¡¡ Buen fin de semana !!
:gustico:

Los reproches y los consejos

Es curioso que con tantas cosas buenas que están pasando aparezcan de repente personas que vengan a emborronar la partitura de la música que uno sólo trata de degustar. No siempre ha sido así, ni mucho menos, ni siempre va a ser así tampoco: que pasen cosas buenas es una parte que a veces toca, como lo es también que la vida te venga a meter una hostia otras veces. Lo importante, creo yo, es saber recuperarse de esos bofetones lo antes posible y sobretodo saber disfrutar cuando vienen derechas.

Así que si cuento las cicatrices que me quedan, creo firmemente que me lo he ganado. Coño, y con creces: me he ganado de sobra disfrutar de lo bueno ahora que viene porque cuando venga lo malo también me tocará joderme como tantas y tantas veces.

Este año 2013 en el que me han pasado tantas cosas buenas: desde casarme hasta sacar un libro y ahora tener un hijo, me han llegado diversos mensajes, sin importar el medio, que he llegado a la conclusión de que se pueden clasificar en dos categorías: reproches y consejos. No he dejado de darle vueltas y eso ha empañado, como decía, los momentos de felicidad que ahora trato de disfrutar como sé que debe ser así. Tampoco mucho, quiero decir que no es que uno aprenda con los años, sino que lo que importa y lo que no se acaba sintiendo por dentro sin hacer falta de darle muchos giros más a las vueltas.

He llegado a la conclusión de que esto de reprochar y aconsejar son dos privilegios.

Me explico: por supuesto que cualquiera es libre de aconsejar lo que crea conveniente o de reprocharle a alguien lo que tenga a bien, pero tal y como lo veo yo, que un consejo o un reproche tenga valor será algo que el reprochado o aconsejado tendrá que decidir por mucho énfasis que le quiera poner el dolido reprochante o el sobrado aconsejante. Un ejemplo que se viene repitiendo en mi caso desde hace años: gente que no conozco de nada me dice cómo tengo que sacar mis fotografías. Yo a esas personas no les he pedido que me aconsejen y en la inmensa mayoría de los casos no veo que las fotografías que ellos sacan destaquen demasiado. Dicho con palabras distintas: no se han ganado el derecho a que puedan aconsejarme, no les he otorgado ese privilegio. Si tus fotos no me dicen nada, ya puedes hablarme de exposiciones y de lo que te salga del ciruelo, que seguiré haciendo lo que yo crea porque no me has demostrado nada más allá de tus palabras, que además vienen con el tufillo a prepotencia inherente al hecho de creer que debes dar consejos sin que te los hayan pedido. Y más a desconocidos.

Tengo amigos que tienen ese derecho. Primero porque son amigos y segundo porque sé, porque me han demostrado que saben de lo que hablan si hablan de lo que yo sé que saben.

El caso de los reproches es un caso paralelo. Antes comentaba que lo que importa y lo que no se acaba sintiendo por dentro, es una especie de selección natural: estando donde estás haciendo lo que haces rodeado de la gente con la que lo haces sientes de alguna manera qué es lo importante, estableces por dentro tu escala de relevancia que suma o resta posiciones dependiendo de lo que te aporten o sustraigan durante los días. Un ejemplo: si la chica de la cafetería de al lado todos los días te sirve café con una sonrisa y quizás intercambia un par de palabras amables contigo, acabas sabiendo que es una constante que va a aportar algo bueno a tus días: simpatía, candidez, buen rollo. Aparecerá en esa escala y seguramente inconscientemente te dejarás aparecer por allí. No será decisivo cuando llegue la noche, pero si que habrá importado, como dejarás de pasarte por una tienda si el dependiente es gilipollas.

Otro ejemplo mucho más relevante: una persona, un amigo de la infancia o de tiempos pasados, alguien que no forma parte de tu «vida física» actual, que te escribe sin venir a cuento, no tiene porqué ser a diario ni mucho menos. Te escribe para preguntarte simplemente cómo estás y quizás te cuenta algo sobre su vida. Te hace sonreír, quizás te viene a felicitar en los momentos buenos y cuando se entera de que te ha pasado algo malo lo primero que hace es ofrecerte su ayuda, inconscientemente también acabarás queriendo celebrar con esa persona tus logros como también le desahogarás tus penas y, por supuesto, estarás siempre ahí disponible para el caso recíproco. Pero esto es algo que no se piensa, que sale solo porque es de sentido común. Si tu le cuentas tu vida a alguien y te responde tres líneas forzadas te está dando a entender que le importa un cojón; es sólo cuestión de tiempo que dejes de escribir y quien dice escribir, dice quedar para tomar un café o lo que sea. Tampoco será algo que pienses o decidas en un momento dado, sino que te saldrá solo: si te digo un montón de cosas pero ni siquiera me contestas o lo haces a desgana al de un mes, no esperes que te escriba una segunda vez. Si cada vez que quedo contigo me voy para casa con malas sensaciones, no creo que acabe llamándote yo para quedar. No soy yo el bueno ni tu el malo, ni al revés, es simplemente que no cuadramos por alguna razón, lo que a mi me importa a ti no y por el propio concepto el caso contrario.

La primera persona podría reprocharte que un día te pasó algo bueno y no se lo contaste o que le pasó algo malo y no fue capaz de encontrarte. Está en su derecho, tiene ese privilegio, se lo ha ganado con creces. La segunda persona puede venirte a reprochar lo que le de la gana, pero seré yo el que valore diversos parámetros como el grado de justicia, relevancia e importancia de lo que se dice. A partir de ahí se harán oídos sordos o se tratará de arreglar la situación dependiendo del resultado de la ecuación en la que la variable del número de reproches tiene un peso importante. Porque también los hay que tienen por costumbre echarte cosas en cara a la mínima oportunidad sean cuales sean y por ahí, señores, si que no: está revocado el privilegio irreversiblemente.

Lo curioso es que en esto de reprochar y aconsejar tengo una lista bastante grande de personas con los dos derechos y los dos privilegios otorgados desde hace tiempo, pero ¿sabéis que problema tengo?, pues que no lo ejercen. Soy yo el que les pido consejos sobre lo que saben hacer porque nunca los suelen dar, y soy yo el que me preocupo por no darles ningún motivo que puedan reprocharme porque aunque sé que tampoco lo iban hacer, el que iba a salir perdiendo sin ninguna duda iba a ser yo porque me conviene que sigan a mi lado.


Personas y contextos

– Entonces, ¿no tienes la green card? -me preguntó el señor de la inmobiliaria del piso de cerca de Asakusa- pues yo os recomiendo que miréis pisos fuera de Tokyo porque no vais a conseguir el préstamo siendo tu extranjero y estando ella embarazada con la baja maternal en la vuelta de la esquina. Mejor por Saitama o por Chiba y para empezar la mitad de grande, que a esto no podéis aspirar.

El piso era increíble, pero la zona no era tanto como la querían vender; no había prácticamente nada alrededor y la estación quedaba a muchos tiros de muchas piedras. Aún así, como a Chiaki le traía muy buenos recuerdos puesto que el templo donde estuvo muchos años su padre quedaba por la zona, a mi me parecía bien. Creo que nunca nada de lo que ha dicho o hecho Chiaki me ha parecido mal, ahora que lo pienso. Lo que no me parecía bien es que un tipo al que no conocía de nada ya diese por hecho que era imposible que a mi me diesen un préstamo y que me lo dijese con una condescendencia tan repelente como el forzado flequillo de medio lado que no tapaba, ni de noche, una frente donde Retegui podría haberse entrenado sin problema de tarde en tarde.

La green card a la que hacía referencia aquí la versión japonesa de Anasagasti no es ni más ni menos que la tarjeta de residente que te dan, si has sido un chico bueno, una vez que has vivido en Japón más de 10 años. Todavía me quedarían tres, pero frontacas, si tu no decides ni sabes si me podrían dar o no un préstamo ¿a qué viene cercenarme, por si acaso, la ilusión a hostias?. Carapapa, melonaco, que te vas al google maps para poder peinarte los cuatro pelos que te quedan en esa sandíaca todas las mañanas porque no hay espejo que abarque semejante balón de Nivea.

Esa tarde pisamos muchos charcos en silencio camino de la estación.

Ya en el tren casi a la vez dijimos algo así como «que le den por culo al cabezacono, a su piso y a su flequillo de tres pelos de medio metro enrollaos» y decidimos seguir mirando pisos sin darnos por vencidos. La conclusión fue primero que un tío cuya cabeza podría parecer la cortina de la ducha o un rodapiés según se mire por delante o por detrás, no iba a quitarnos la idea de que Kota naciese ya con habitación propia.

– Qué majo es Díaz san -le dijo el otro señor de la otra inmobiliaria del otro piso que nos fuimos a ver a Chiaki cuando les cedí el paso en la entrada- y que hable japonés tan bien es increíble, habla usted muy bien Sr. Díaz.

«Ya me gustaría» pienso siempre yo cuando me dicen esto, que no es pocas veces. Pero a nada que un japonés medianamente educado se cruza con un extranjero se lo dice. Hay que quedarse con lo que significan sus palabras, no con lo que dicen: «hablas como un Yoda borracho, pero me flipa que te hayas atrevido a venir a vivir a mi país y tengas los huevos de pelearte con nuestro idioma que para vosotros tiene que ser lo más retorcido que ha parido otoosan».

La zona a mi me gustaba mucho más: una escuela al lado, rodeada de árboles, tranquila… y a nada que tiras una o dos piedras o pisas un par de charcos te plantas en la estación camino de Shibuya.

«Sr. Díaz, tráigame las nóminas que le pido que ya me encargo yo de pelearme con los bancos y ver qué se puede hacer. Yo creo que si, pero igual le llamo para pedirle de urgencia tal o cual papel porque cuanto más enseñemos, más probabilidades tenemos de que nos lo den»

No era sólo que tuviese una buena mata de pelo puesta en su lugar, sino que de primeras ya nos estaba diciendo que iba a hacer todo lo posible porque nos dieran el préstamo. Que si, que yo era extranjero pero que tengo un buen trabajo y una buena profesión (nunca lo habría pensado yo esto) y que como llevo en el país más de 5 años, no debería ser tan difícil.

El contexto no había cambiado demasiado: un extranjero con su mujer embarazada a punto de dar a luz tratando de acceder a un piso en Tokyo. La persona era totalmente distinta. Con el portaaviones de Asakusa no me habría ido ni a coger billetes de 5000 yenes gratis, con este señor me habría ido a tomar copas esa misma tarde.

Me llamó por teléfono bastantes veces, me enviaba emails con la documentación que convendría tener en ese momento y hasta conoció a mi suegra que se vino a ver el piso con nosotros una tarde prácticamente sin avisar.

«- Qué simpático es el marido de su hija, qué majo» -le dijo en una de esas que se pensaba que yo no escuchaba. «Así si» pensaba yo.

Cuando firmamos el préstamo yo no dejaba de acordarme de cabezabuque; las ganas que me daban de pedir cita para ver otra vez el piso y cuando me tocase, apartarle los tres flecos esos ridículos del frontón de Bermeo y estamparle una copia del préstamo en la jeta esa interminable que tiene.

Al otro ya le tengo invitado a que suba cuando le venga en gana a comer paella cualquier domingo.

«- Cuando nazca su hijo, Sr. Díaz, o cuando venda yo los pisos que quedan, lo que pase antes. Sra. Díaz, hay que ver qué majo es su marido»

Yo creo que lo segundo de hoy no pasa porque Chiaki ya está ingresada y yo salgo escopeteado ya.

Voy comprando gambas de las caras.

Y champán.

Y cervezas, muchas cervezas.

¡Coño, y pañales!

Un domingo de mierda

El domingo no hubo más que miserable lluvia regando las horas de no refugiarse debajo de una sábana; Tokyo no dejó de estar cada vez más mojado en ningún momento.

Yo me levanté junto a mi mujer y después de un desayuno remolón con cafeína entre sofás y cojines, me puse a cocinar unas lentejas. El domingo venía a comer el propietario del restaurante español que tiene la mejor tortilla de patatas de todo Tokyo: un japonés de cerca de cuarenta años, bonachón tanto en figura como en habla… tiene cierto aire a Akira, mi inseparable compañero de ventas de la empresa con la que vine a Tokyo por segunda vez, y eso ya le da puntos de simpatía.

Preparé lentejas, pimientos rellenos, aguacates con salmón ahumado y pintxos de tortilla de anchoas del cantábrico y espinacas. Entre plato y plato iba declinando con besos y mucho tacto la ayuda que Chiaki me ofrecía cada vez. Su trabajo de estar ultimando a Kota es millones de veces más importante y mucho más ahora que prácticamente le duele algo por ahí dentro haciendo ver que en cualquier momento se nos presenta a saludar.

Cuando llegaron mis invitados un rato más tarde de lo previsto, hacía tiempo que estaba todo preparado, aliñado, salpimentado y calentado. Me gustó hacer de anfitrión en mi casa nueva, nada que ver con el piso de alquiler de antes. No sé, fue distinto por estar quizás orgulloso de haberlo podido conseguir aún pareciendo que teníamos todo en nuestra contra.

Es bonito conseguir cosas pero es más bonito poder compartirlas.

Después llegaron más invitados, algunos sorpresa pero de las gratas, de las que no te haces a la idea hasta que llegan y después no puedes más que agradecer que hayan venido. Y aunque sobraron lentejas, también lo hicieron las risas.

Me sentí orgulloso también de Chiaki una vez más. De como es capaz de pasárselo bien siempre con quien sea en el idioma que sea, demostrando que con ganas y disposición todos en este mundo podríamos entendernos sin prácticamente decirnos nada. Es como si no tuviese la capacidad de buscarle nada malo nunca a ninguna situación… que se encuentra al gato de los tres pies sin buscarle y sólo se le ocurre acariciarle… y yo tengo el privilegio de despertarme, llueva o no, con alguien así cada día… ¿qué mas me darán a mi los paraguas?.

Cuando la fabulosa velada llegó a su fin, me tocó, besos y declinaciones mediante, fregar los platos y recoger el tinglado. Lo hice, como siempre, con música hasta que me di cuenta que Chiaki se había quedado dormida en el sofá y decidí tararearme para adentro los vasos que quedaban por secar. Después, todo lo en silencio que supe, que no fue demasiado, monté la cuna de alquiler que nos habían enviado esa misma mañana y esperé pacientemente sin decir nada a que ella se despertarse y entrase en la habitación.

Ya sabía que le iba a gustar, pero no que me provocaría mi llanto ver el suyo.

Después consulté el ordenador y confirmé lo que había visto un poco antes mientras todavía estaban nuestros amigos en casa: 275 personas que no conozco en su mayoría me han regalado más de un millón y medio de pesetas con la condición, entre otras, de que saque un libro que un día se me ocurrió escribir y se lo envíe, que lo quieren leer, dicen.

Cuando nos metimos por fin a dormir, yo sólo podía pensar en lo asqueroso, oscuro y mojado domingo de mierda que había amanecido.

Y en lo agradecido que estoy por todo lo que me está pasando.

¡¡ Conseguido !!!

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Yo que sé que decir ya… voy y pongo el doble de lo que pienso que se podría conseguir y resulta que aportáis 5 cinco veces más… bueno si que sé que decir, claro, lo que nunca me cansaré de repetir:

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Como contaba en el blog de Verkami, seguimos con la hoja de ruta. Estamos en la fase de la última revisión del libro, maquetando la portada definitiva e impresión del libro de prueba. Si todo sale bien, no deberíamos tardar mucho en tenerlos… empezaré a contactaros uno por uno a partir de mañana para que me digáis vuestras direcciones y concretar recompensas o regalos o lo que haga falta…

Sois increíbles… :malico:

:estudier:

Entendederas

Cada vez más creo que coincide con algún resfriado gordo o principio de gripe, la verdad es que nunca he sabido cual es cual. «Gripe mal curada» creo que decía mi madre… o está curada o no está curada, pensaba yo. Total, el caso es que a veces a uno le viene una semana dada la vuelta: por las mañanas te levantas con el doble de sueño aún habiendo dormido las mismas horas, te sientes cansado, somnoliento, sin fuerzas… y normalmente en dos o tres días es cuando te empieza a doler la garganta y te sube algo de fiebre. Después se pasa y a otro puchero a untar en otra sopa para olvidar que esa semana no valías ni para cocido.

La anterior fue la siguiente a una de esas semanas. Quizás por eso, por no haber podido vivir con la intensidad deseada, la semana siguiente a esa semana de mierda suele ser una semana de puta madre. La coges con muchas más ganas y ese fue el caso de la semana pasada: fui al gimnasio todos los días, a Karate los que tocaba, estudié japonés, no aparqué la bici más que el día que vino el tifón para venir a la oficina y aunque me metía a dormir cuando los búhos ya se están echando copas con las lechuzas, al día siguiente me levantaba aliñando al mundo de buena mañana para zampármelo con dos huevos después del café.

El viernes, el responsable del equipo de desarrollo de mi proyecto, o sea el responsable del rascateclas que ahora mismo les rasca, vino a mi sitio para la reunión del viernes por la tarde, la última antes del fin de semana. El tío es más majo que un puñao de pipas peladas y encima sabe un huevo de lo que hace así que tiene mi respeto ganado prácticamente desde el principio. Esto sólo me pasa con dos personas más aquí dentro, no diré más. Pues bien, este buen hombre viene por detrás por sorpresa justo cuando yo estoy borrando algo de la pizarra blanca y me empieza a dar de hostias en la espalda mientras dice traducido algo así como «mecagüen la madre que parió al jenkins este». Son hostias suaves, de bromas, en plan como que si pilla al que programó el sistema del Jenkins ese le saca a secar al sol.

En Japón, el contacto físico no está bien visto. Los ciudadanos de a pie lo evitan en todo lo posible y se limitan a pequeñas inclinaciones de cabeza para saludarse. Incluso evitan mirarse directamente a los ojos.

Ese mismo día un par de horas antes me viene con cara de mala hostia y me dice: «Oskar he revisado lo que has hecho y ….» de repente cambia la cara a descojonarse vivo » ¡¡está perfecto!! ¡¡súbelo a producción!!». El soneto con rima asonante en que se convirtió mi cara costó en volver a prosarse porque no paró de partirse el ojete hasta un rato después.

Los japoneses son fríos, distantes, viven para trabajar y rara vez hacen vida familiar más allá de los fines de semana. Su vida es la oficina donde apenas se levantan de su puesto de trabajo ante la mirada inquisidora de sus superiores.

Llega la noche, esta vez no voy a Karate porque el sábado nos vamos a la casa nueva y todavía queda mucho por preparar. Al día siguiente a primera hora vienen los de la empresa de mudanzas, la hora concertada es las ocho de la mañana. A las ocho y un segundo según el reloj de la cocina llaman a la puerta y sube un señor con gorra de beisbol, unos brazos con cuarenta músculos más que tu y que yo y dos o tres cafés o tés en el cuerpo porque no para de hablar. En cinco minutos ya sabe de donde soy, el tiempo que llevo en Japón, lo de mi trabajo dentro de una oficina al resguardo de la lluvia, el frío y los odiosos muebles de Ikea que no hay Dios que monte después y ya se sabe el nombre de mi hijo, donde va a nacer y cuando. Yo, sin pretenderlo en ningún momento, me entero que se ha casado en España, que sabe decir uno dos y tres, y que anda que no están buenos los champiñones al ajillo.

En un rato suben cuatro más: dos pares de rapaces con la mitad de edad que el señor de cuatro triceps. El más alto es más soso que un kilo arena, pero parece buena gente, por lo menos llega a bajar los vasos de la estantería de arriba. De que se ponga de puntillas orienta la antena al Hispasat y me sale Matías Prats dando el parte. En cinco minutos tienen la casa forrada con una movida como de esponja, en diez tienen la mitad de las cajas ya cargadas en los dos camiones, en quince nos enteramos que la paella también le gustó un huevo y yo le he recomendado ya el restaurante de Ebisu que me sé y en veinte estamos ya camino de la nueva casa. Cinco mostrencos trabajando a toda hostia, tremendamente puntuales, poniendo todo el cuidado del mundo con un jefe más majo que quedarse solo en casa con un bote de nocilla y una cuchara sopera.

Cuando estamos cerrando Chiaki y yo la puerta de casa, vemos que los de la mudanza le han dejado una caja con pañuelos de papel a los de los pisos vecinos por las posibles molestias que hayan podido causar. Yo me quedo con una sonrisa en la boca. Un trabajo típico de chapuzas hecho con exquisito cuidado, con pulcritud, con atención al detalle y con un tipo al mando al que le das un micrófono y una cámara y seguramente te monta un circo del copón de la baraja sin quitarse la gorra ni escupir el palillo de la boca.

Al llegar a la casa nueva ya tienen el portal forrado de nuevo con la movida esa acolchada (que llamaré acolcher a partir de ahora) y eso que es la siguiente estación y nos hemos dado prisa. Les abrimos, el tío entra y mira la casa nueva y pega un silbido: «jodé, menuda pedazo de chabola» viene a decir. Emite otro par de sonidos agudos y ya tiene al mayor bigardo a este lado del Megurogawa montando una lámpara mientras el resto forra hasta a mi padre con cartones y acolcher max 200. «Torasutos de cocina» lee en voz alta descojonándose, «¿esto qué es? ¿inglés?, que coño, será español, no?, vete a saber que pondrá pero pesa como un demonio empachao, ¿donde queda esto?». «Todo en la sala», dice Chiaki. Yo hago un amago de explicarles lo que pone pero no tengo ni las palabras pensadas en japonés cuando el señor que habita debajo de una gorra ve al bigardo que no atina con la lámpara de Ikea y le pega cuatro voces: «quita copón, que todo lo que tienes de alto lo tienes de manazas, ya lo hago yo». Pero él no llega, claro, ningún ser humano llega a pelo más que el bigarder y así nos lo hace saber: «juas, ¿y ahora cómo hago yo esta movida?, me he pasado de listo, bigardeeeer trae la escalerica». Y montado en una escalera con las patas forradas en acolcher extraplus monta una lámpara de cinco focos no antes de decir cuarenta veces que las lámparas japonesas son de poner y ya, que jodé con los suecos y la madre, con todo el cariño del mundo, que los parió a todos.

Después se van por donde han venido y nos hacen bajar a que les echemos un ojo a los camiones para firmarles un papel en el que pone, entre otras cosas, que no se han dejado nada nuestro dentro. Nosotros les damos unas latas de cerveza y no les invito a cenar porque el bigardo tiene pintas de comerse a Dios por una pata y tampoco tengo muy claro en qué caja queda la paellera. El jefe se ríe y más contento que un ruiseñor se las enseña a los otros: «mirad lo que nos han dado, luego nos las pimplamos a la salud de vuestro hijo». Después nos hacen mil reverencias y se van. El bigardo no se ha reído ni una sola vez, el jefe no ha parado, a los otros tres prácticamente no les hemos oído. Por el camino se acuerda de algo y llama por teléfono a Chiaki: «ah oye, que con el pack este de la mudanza tenéis derecho a mover una cosa grande y cuatro pequeñas, así que si la cama la queréis mejor en otro lado o la mesa en la otra habitación nos llamáis y viene uno de nosotros y os lo mueve gratis».

En dos horas la mudanza hecha, una experiencia para recordar y la sensación de que en este país las cosas funcionan como en ningún otro. Claro que nos podría haber tocado un tío serio como el que nos colocó la lavadora ayer que no se reía ni pegándole con un palo, pero no fue así. Aunque hubiese sido normal. Como es normal que en la oficina de Zamudio donde estaba yo había cuatro gilipollas bordes lameculos y veinticinco mil personas encantadoras. Como es normal que en Tokyo vayas a un bar y a lo mejor hay un tío más tonto que Abundio que te mira mal porque eres extranjero pero que al resto del bar se la suda y seguramente cuando lleve un par de líquidos de la risa de más encima te venga a hablar porque le haces gracia. Como es normal que vayas a comprar algo a un centro comercial de Bilbao y lo mismo te puede tocar la tía más tonta del mundo como el señor más encantador del barrio. Como es normal porque todos somos personas cada cual con sus soserías de mal día y sus saleros de días garbosos y da igual que uno esté en Japón que en España que seguramente en casa Cristo aunque yo no he estado, que me apuesto el otro bote de nocilla que me queda a que será igual. Que cada cual es como es: el mayor tontaco del mundo, la persona más simpática de la tierra, el tío más callado del universo o la perraca más perraca de Falcon Crest con gripe mal curada.

Lo que no es normal es lo otro: pensar que todos son iguales por ser de un lugar. Eso si que no es normal.

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¡A por los 500 libros!

Al principio yo calculé una primera tirada de unos 100 libros. Me parecían muchísimos, sobretodo para ser algo a sacar entre y para los que me conocen, pero alguien me dijo: pues ve a por el doble y después si no sale, ya tendrás tiempo de bajar.

Así que puse 200 libros y la historia se consiguió en un día, madre mía, yo creo que batimos todos los récords en Verkami… ni sé cómo daros las gracias, pero me resisto a quedarme quieto: ahora mismo estamos por 7650€… si llegamos a los 10.000€ nos dará para sacar una tirada de 500 ejemplares, que no deja de ser la mitad de un millar y cinco veces más de lo que yo habría atrevido a soñar nunca.

Quedan 34 días para recaudar los 2350€ restantes que hagan enloquecer aún más a toda esta locura. Si me ayudáis, si promocionáis el proyecto, si colaboráis con él, yo prometo compensaros con todas las creces que pueda: más regalos, mejor calidad del libro, nuevos vídeos, nuevas fotos, nuevos textos… todavía estoy pensando nuevas recompensas, de momento el cinturón blanco de Karate se ha sumado a las que ya había.

Con lo que no paramos el proyecto. Seguimos hasta números redondos, y eso que soy de un pueblo a las afueras de Bilbao. Llego a ser del mismo Indautxu y vete a saber a qué ría me tiraría.

Ahí os dejo una pequeña muestra donde se puede ver perfectamente cómo va a ser el libro: un capítulo ya publicado en el blog que podréis ver con el nuevo diseño y sólo la primera página de una de las historias inéditas que tendréis que esperar, me temo, a tenerlo en vuestras manos para saber cómo sigue.

A ver si os gusta. Creo que ya lo conté, pero la idea del diseño era que el libro fuese una especie de diario con notas al principio o al final, fotos y recortes de papeles que me he ido encontrando en mi día a día viviendo en Japón:

Afinando un sueño, el ikulibro (PDF muestra)

Por cierto, que quede claro que pondré a descargar gratis el PDF íntegro una vez el proyecto de Verkami llegue a su fin. Lo que no quita para intentar, por todos los medios que esta primera tirada salga lo mejor y más redonda posible…

¿Nos ayudáis
un poquico más?


:gustico: :estudier: :gustico:

El ikulibro, entre todos

Hoy es mi cumpleaños, ésta mañana me he levantado con 37 boniatos en el cuerpo al lado de una chica japonesa que vuelve a tener 9 años menos que yo desde hoy. Estaba todavía dormida cuando yo me he despertado y mi primer impulso ha sido darle dos o tres besos para que ella también se despertase y me felicitase. En lugar de eso, le he posado las dos palmas de mis manos en su tripa y me he quedado ahí un rato inmóvil tratando de averiguar la postura de Kota, pero, como su padre, también estaba despierto porque no hacia más que moverse. Por la fuerza de sus patadas saco dos conclusiones: o delantero centro japonés del Athletic o habrá que controlarle cuando compita en Karate porque esos mae-gueris son de descalificación.

No pensaba yo hoy hacer mucho más que pasar el trámite de la oficina para cenar con mi familia y mi 90% de hijo donde sea que Chiaki haya reservado en plan sorpresa. Pero mira por donde que desde Verkami me han aprobado el proyecto y que ya estamos un pasito más cerca de tener el #ikulibro.

La historia es la siguiente: hemos pedido presupuesto en una imprenta sabiendo ya las características finales del libro. A partir de ahí, nos hemos puesto a echar números y nos hemos atrevido a tratar de lanzar una primera edición con 200 ejemplares. Para hacer esto posible, necesitamos 4000€ que estamos tratando de conseguir a través de crowdfunding con la plataforma montada por Verkami.

Después de darle muchas vueltas, tenemos cerradas las recompensas por las que dependiendo de la cantidad de dinero a aportar, os ofrecemos distintas cosas desde el envío del libro una vez que esté impreso hasta objetos personales y especiales míos como la camiseta de Finisher de la maratón de Tokyo que corrí hace un par de años, o el libro de Hirokazu Kanazawa «Karate, mi vida» firmado por el propio Kanazawa-soke.

Este fin de semana me junté con el Tío Chiqui y grabamos un montón de cosas que se pueden resumir en dos vídeos. La versión corta la tenéis en Verkami o la podéis ver aquí directamente. La larga, en la que se cuenta todo un poco más en detalle y además se enseñan algunas de las recompensas, es la siguiente:

Si alguna vez he estado cerca de sacar, por fin, el libro es ahora. Pero no lo puedo hacer solo… necesito tu ayuda. Espero que alguna de las recompensas te cuadre, ¡¡¡cualquier aportación es más que bienvenida!!! entrad, por favor, en el siguiente enlace y echadle, al menos, un vistazo!!

Afinando un sueño,
el ikulibro
:estudier:

Si me ayudáis compartiendo la página del proyecto, o el vídeo o esta entrada o lo que os parezca por donde os parezca: Twitter, Facebook, blogs… yo os estaré eternamente agradecido porque 4000€ no es una cantidad que crea fácil de reunir sin ayuda… listaré, además, los blogs por aquí para que queden recopilados en un mismo sitio (y así a ver si os puedo enviar alguna que otra visita, que este blog tiene muchas!)

Lista de gente que puede contar conmigo cuando quieran para lo que quieran:

Afinando un sueño, by Nihonmonamour
El ikulibro, by Nerelorco.com
El ikulibro, by El Tío Chiqui
Afinando un sueño, el ikulibro by Neki
El ikulibro, by Xavikun
Afinando un sueño, by Rodri
Afinando un sueño, el libro de Ikusuki by Pau
Afinando un sueño, el Ikulibro by Cads
Ikulibro by dos mineros en Japón
El ikulibro by El blog de Ko
Afinando un sueño, el Ikulibro by Mística
El ikulibro, by Historias de un abstracto
El ikulibro, by Marcus Mundus
¡A por los 10.000€! El ikulibro, by Kirai
El ikulibro, la vida de un español en Tokyo, by eurowon

:gustico:
:ikugracias: :ikugracias: :ikugracias:

¡¡¡ CONSEGUIDO !!!
:gustico: :gustico: :gustico:

En menos de un día… no alcanzo a encontrar la manera de agradeceros tan increíble apoyo… menudo cumpleaños me habéis regalado… muchas muchas muchas gracias. Todavía estamos decidiendo qué hacer, si seguir adelante con la campaña e imprimir el doble de libros, o cerrar el asunto ya y poner máquinas en marcha. Os lo cuento en cuanto me aclare.
De momento:

… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
… gracias …
:ikugracias:
:malico:

La ciudad de los juegos

Tokyo, la ciudad de los juegos olímpicos, es el lugar en el que llevo viviendo 7 años. Se dice pronto y pasaron rápido, tanto que a veces parece que vine ayer y otras que nunca estuve en Bilbao en realidad.

Ayer cené con mi mujer, Chiaki, en un izakaya cerca de mi casa. Comimos muchas cosas que nunca habría imaginado que se iban a convertir en mis habituales: una cazuela con verduras, tofu y carne, alitas de pollo dulces y picantes a la vez, ensalada de algas… como casi siempre, pidió ella, aunque yo fui el que me bebí las dos jarras de cerveza de medio litro. Hoy me pongo a leer el periódico y ponen que una cerveza vale 7 euros. Yo pagué 3 y medio, me pregunto dónde se fue a beber su cerveza la tipa del reportaje. La cena no costó más de dos mil yenes por cabeza, unos 14 euros, pero el dato da igual porque si tenemos en cuenta que cualquier sueldo japonés es aproximadamente un 35% más alto que uno de España, al menos en informática, estamos hablando de restaurantes en los que tienes un servicio incomparable y una comida increíblemente variada y selecta por cuatro duros en proporción. No tiene sentido hablar de precios en euros estando en Japón, eso lo entiende cualquiera. Como tampoco cuadraría preguntarle a uno de Nueva York cuanto cuesta una copa de vino en Euros para calcular si es caro o no. Siempre estamos con la misma gilipollez absurda.

No es raro leer tonterías sobre esta ciudad, sobretodo de gente que quizás ha pasado aquí una semana de vacaciones y se cree con criterio de sobra para adoctrinar con verdades absolutas, aunque peor son los que han visto algún programa de callejeros y ya son expertos gurús. Yo salí en uno y sé que se trata de contar lo que sobresale, lo que es raro, lo que destaca que no suele ser para nada lo normal. Es como si nos vamos a Bilbao y nos quedamos con las pintadas del Casco Viejo y enfocamos el asunto a hacer un documental sobre ETA y los presos en vez de sacar a la gente de pintxos y buen rollo. Pues es lo mismo: nosotros nos tiramos un par de horas recorriendo metros de Tokyo hasta dar con uno que estuviese petado para grabar. ¿Que es normal que estén hasta arriba? SI, con mayúsculas, pero en horas punta y en determinadas líneas. También es normal que te traten con tremenda exquisitez en cualquier tienda o que haya restaurantes centenarios que los llevan ancianos de pareja edad a los que verás tratarte como un nieto suyo aunque no entiendan ni papa de lo que dices.

Tokyo es una ciudad inmensa que está compuesta por distintas ciudades, cada una con su ritmo y sus pulsos. Tenemos los rascacielos y las zonas de marcha, tres o cuatro barrios en total, y otros trescientos millones de lugares que nunca salen en ningún sitio. La inmensa mayoría de Tokyo son barrios de casas de madera, de edificios de menos de 4 pisos a los que se accede por calles tan estrechas que lo del doble sentido es anecdótico porque sin maniobras, por allí no se cruzarían nunca dos coches. No es raro cruzarse con gatos que campan a sus anchas por cualquier esquina, con niños practicando con sus padres a darle con el bate de beisbol a la pelota, con estudiantes que vuelven de sus clases de kendo, de judo o de tiro con arco llevando semejante bicho de metro en sus espaldas.

Si estás esperando al tren en cualquier estación no será raro que hagas cola detrás de niños de menos de 10 años que están ahí cogiendo el tren solos volviendo a casa del colegio por su cuenta. Porque aunque se empeñen en sacar soplapolleces excepcionales que yo nunca he visto como las máquinas expendedoras de bragas usadas o la moda esa que dicen que hay entre los adolescentes de lamerse los ojos, esta ciudad es de las más seguras y amables del mundo. Es como si la imagen que se quisiese dar de España es de que todos nos tiramos tomates los fines de semana porque una vez al año en una ciudad concreta hay un festival en el que se hace. Eso no es lo normal, es raro, es la tontería que hace gracia y la que gusta contar. Porque si cuentas que hay puestos de comida en algunos sitios de Tokyo donde el dueño no está pero hay una hucha donde se fían de que eches tu dinero y te lleves solo la bolsa de pimientos que te corresponde, pues entonces el personal a lo mejor se aburre porque es algo simplemente curioso y no estrafalario.

También es verdad que si sales cualquier día por la noche por Shibuya o Shinjuku te encontrarás con muchos hombres de negocio borrachos perdidos aunque totalmente inofensivos. Seguramente estarán ahí tirados en cualquier banco durmiendo la mona sabiendo que cuando despierten, seguirán teniendo el portátil al lado porque esta ciudad es así. Pero esto será en cualquier barrio del centro donde están las oficinas.

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Tampoco será raro que si sales tu con los de tu empresa a cualquier izakaya acabes fusionando mesas con la celebración de los de otra empresa que te invitarán a todo lo que se les ocurra. Porque aquí la gente es social, es amable y sobretodo se emborrachan a la que llevan dos cervezas encima pero en vez de liarse a hostias por independencias, equipos de fútbol o partidos políticos, se invitan unos a otros y dan por saco si acaso gritando y cantando a grito pelao. Que es cierto que existe un festival del pene donde sacan una picha en procesión lo que a mi parecer dice mucho del sentido del humor de esta gente, pero que es sólo uno contra los cientos que hay cualquier fin de semana en cualquier barrio donde las abuelas se pondrán sus kimonos de gala para bailar con sus nietos debajo de lluvias de pétalos de cerezo.

Mi día a día viviendo aquí es recorrerme una docena de kilómetros por entre calles en bici hasta mi oficina sabiendo que los coches me respetan y guardan la distancia de seguridad porque resulta que somos muchísimos los que vamos en dos ruedas. Cuando salgo del trabajo me voy a Karate en un tren que está lleno hasta los topes pero que cuando vuelvo va vacío. En la clase de Karate soy el único extranjero la mayoría de las veces, pero eso da tan igual que me hace gracia hasta mencionarlo. Al acabar la clase, allí nos solemos quedar unos cuantos, chavales incluidos, a practicar delante del espejo hasta que nos dan las tantas. Para mi esto es Tokyo pero es que esto pasaba en Zalla también donde tenía que recalentar la cena porque me había quedado con Dani a hacer katas. Igual que allí, en estos ratos hablamos y algunos me cuentan, por ejemplo, de sus exámenes finales en la universidad, o del erasmus que han conseguido para estudiar inglés en Londres o esta última vez que la abuela me contó que su hijo se quería sacar el carnet de moto y que tenía miedo de que tuviese un accidente.

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Coño, que aquí la gente es gente normal que va a lo suyo que es lo normal, a lo que les interesa mientras tratan de buscarse un hueco en la vida a base de trabajos, alquileres, hipotecas, todos los viajes que se pueda y novias, esposas e hijos según vaya tocando. Claro que hay payasadas y rascayúes como el pirado aquel que mangaba sillines de bicicleta de chicas para olerlos, lamerlos y yo que sé qué perversiones más, pero este zopenco no es sino un pirao entre millones que sin embargo será el que saquéis allí en las noticias. Y aun siendo también excepcional, no contáis lo del profesor sin brazos ni piernas que da clases con la mayor pasión del mundo o la historia de la animadora que perdió una pierna por un cáncer de huesos y que se desvivió por apoyar la candidatura de Tokyo en las olimpiadas y no dejó de llorar hasta días después de saber que les eligieron a ellos. Incluso apuesto el huevo izquierdo a que nadie sabrá allí en España que el seleccionador nacional de fútbol sala de Japón se llama Miguel y es de Granada (aparte de un tío más majo que ni sé). Vosotros contad lo de Fukushima, que tampoco tenéis ni puta idea de lo que pasa porque no lo saben aquí ni ellos mismos, sacad fotos de empujadores del metro y a los cuatro o cinco tarados picopalables que se cardan el pelo o se visten de colegialas que es lo que seguirá dando la fama a esta maravillosa ciudad que lo es precisamente por sus gentes, esas a las que os empeñáis en ridiculizar con tantas tonterías tan cansinas ya…

Esta ciudad tiene muchas cosas buenas y muchas cosas malas. Vive muchísima gente y a eso cuesta acostumbrarse, el centro es una locura cualquier día a cualquier hora, la mayoría no habla inglés ni les interesa, hay comida que no hay Cristo que la entienda como cuando se zampan un pescado entero rebozado de un bocado incluyendo la cabeza con sus dos ojos. Para un turista europeo, Tokyo es caro porque al cambio estáis jodidos y os venís a un sitio donde nosotros cobramos más y por tanto todo está en la proporción de antes, con la que hay que mirar estas cosas. Los pisos son estrechos y muy muy pequeños, pero yo no conozco a nadie que viva en cinco metros cuadrados porque eso es un disparate. Yo me he comprado uno de 67 metros cuadrados a veinte minutos del centro y no me ha costado más que el que tenía en Bilbao, siempre en proporción, pero tampoco es lo habitual, lo normal es vivir en una sola habitación de veinte o treinta metros cuadrados pero esto es porque es Tokyo, el resto de Japón no tiene absolutamente nada que ver. Es cierto también que hay vagabundos que duermen en la calle pero nunca os molestarán y mucho menos os pedirán dinero y en los siete años que llevo yo aquí no me han robado nunca, la única que vez que tuve algo parecido a una pelea fue con una cuadrilla de adolescentes totalmente borrachos de alcohol y hormonas.

Pero también es verdad que Tokyo está limpio aunque no haya papeleras, que te puedes ir a un templo majestuoso perdido de barrio y a la vez subir a un observatorio a más de medio kilómetro de altura a ver edificios hasta donde alcanza la vista que será justo donde estará la silueta del monte Fuji. Que hay millones de parques a los que se llega a un par de paradas de tren desde cualquier sitio. Que puedes comer cualquier cosa, CUALQUIER COSA, a cualquier hora porque aquí cocinan espectacularmente, por ejemplo la mejor tortilla española de Tokyo la hizo un japonés que compitió con cocineros españoles ganándoles con justicia. Que sabes que prácticamente nunca se va a retrasar un tren o que si lo hace no importa porque hay cinco líneas que te llevan al mismo sitio por otro lado. Que las infraestructuras que ya tienen de los juegos olímpicos del 64 se podrían utilizar prácticamente tal cual porque las han mantenido como se merecen, pero que aún así ya están enseñando todo lo nuevo que van a construir con tremenda ilusión incluyendo un tinglado del copón en la zona de Odaiba desde la que se tiene la mejor vista nocturna de la ciudad.

Y paro ya que me sube el azúcar. Seguiréis publicando gilipolleces porque seguirá habiendo gente que se las crea, allá cuidaos. Yo ya me he desahogado y en un rato me piraré con Chiaki a tomarme una amazing jarra of cervezaca frejcacold with un pintxo of yakitori que te cagas por cuatro duros y medio.

Y que se mueran los feos.


La feria de Albacete

Sigo avanzando y en nada tendré el proyecto del Ikulibro publicado en Verkami. Por cierto, qué gente más maja… me están ayudando un huevo porque yo soy un novato en esto del crowdfunding y si no llega a ser por ellos, me da a mi que no habría puesto más que barbaridades… Ya os adelanto que para la semana que viene estará el proyecto publicado, a ver si hay suerte y reunimos todo lo que necesitamos para poder imprimir el libro en condiciones, porque después de todo el apoyo que me habéis demostrado con los comentarios del post anterior, no me queda otra que intentarlo con todas mis fuerzas!!

:ikugracias: :estudier: :ikugracias:

De mientras, dejadme que os cuente que hace ya un par de semanas ya que se celebró la Feria de Albacete en Tokyo. Se trataba de juntar cuanta más gente mejor al calorcillo de comida y bebida típica de nuestras fiestas y podemos decir, con orgullo y sin ninguna duda, que nos salió mejor que la Feria de Abril. Conseguimos que el número de japoneses superase con creces al de españoles, que era uno de nuestros objetivos, y sobretodo que hubiese mucho gustico desde por la mañana hasta la noche.

¿Que si lo hubo? ¡pues claro que si!. Y si no, ojo al vídeo que ha grabado y editado Carlos, que es una máquina para estas cosas (millones de gracias, señor, te ha quedado genial!):

No tardaremos en contar como y qué vivimos allí nosotros con fotos y mucho más detalle…

:gustico:

Crowfunding

El verano se empieza a marchitar y ya va siendo hora de revolver los escasos pasos que quedan para poder sacar el libro adelante. Lo tenemos ya, de verdad, está editado, maquetado, revisado y vuelto a revisar. Está ya hecho, ha sido lo más duro, lo que más tiempo ha llevado y ahora lo que nos toca es buscar la manera de imprimirlo, de poder hacer que ese PDF de más de 200 páginas se convierta en un libro de más de verdad que un simple fichero de ordenador.

He llamado a las puertas de bastantes editoriales sin éxito. Algunas lo han leído pero no les he logrado convencer. Otras ni siquiera contestaron a mis emails. Es igual, yo no me rindo, esto tiene que salir, aunque sólo imprima una copia con la impresora de casa y pegue las hojas yo a mano, he de conseguir que mis padres tengan un ejemplar.

Por éstas.

Así que la siguiente alternativa es sacarlo por nuestra cuenta. Hemos pedido presupuesto en algunas imprentas y más o menos ya tenemos una idea de lo que costaría, pero es mucho dinero para poner así de un tirón (y más ahora que va a nacer Kota), así que hay que financiar esto como se pueda. ¿Y cómo se puede ahora?, pues tirando del crowfunding, que es la gaita esta que está de moda: tu anuncias tu proyecto y si hay gente a la que le gusta la idea, pues aporta distintas cantidades de dinero por las cuales tu te comprometes a darles algo a cambio. Así hasta llegar al tope que hayas puesto que necesitas, y si llegas, pues entonces tienes que cumplir con todos los que han colaborado a que salga tu proyecto adelante.

El caso de un libro es típico: pongamos que sale imprimir cada unidad unos 10€, pues tu prometes que a los que te paguen esa cantidad les envías un ejemplar del libro. Si ponen un poco más, pues el libro va firmado y dedicado por el autor. Si ponen el doble, además de ir firmado, el nombre irá en los agradecimientos especiales del final… y así. La idea es esa: a los que te patrocinan con más dinero, les das más en agradecimiento a su apoyo (al que me pague toda la impresión, llevo una camiseta con su cara el resto del año).

El caso es que no tengo muy claro qué puedo ofrecer yo a parte de lo típico de dedicar el libro o meter en los agradecimientos y ayer hablándolo con un amigo me decía: pues ya que la idea de sacar el libro salió de los lectores del blog, pregúntales a ellos qué querrían.

Del dicho al hecho saco pecho:

¿Qué os gustaría que se pudiese elegir?
¿qué puedo ofrecer yo para animar a más gente a colaborar?

Cualquier sugerencia es aceptada: marcapáginas, libros dedicados, posts en el blog o fotos de Japón por encargo, si queréis que compre algo de Tokyo y os lo mande, si por casualidad venís y queréis que os lleve de excursión por ahí, si hace falta grabar un vídeo cruzando el cruce de Shibuya en calzoncillos bailando el gangnam style… ¡¡lo que sea!! ¡pedid por esa boquita!

:estudier:

Querido hijo

Querido hijo:

No sé cuando leerás esto, ¿a qué edad aprenden los niños a leer?. Bueno, lo cierto es que no sé si serás capaz de leer en castellano aunque yo espero que si, por lo menos yo pondré todo mi empeño en que lo hables. Es que aunque vivas en Tokyo, aunque seas japonés, para mi es muy importante que seas capaz de sentirte también del país de tu padre. Que no se te olvide nunca que tus abuelos son del sur de España, que tu padre es del norte y que acabó en Tokyo después de dar tumbos aquí y allá hasta que por fin conoció a tu madre y ya todo cobró el sentido perdido, sobretodo cuando llegaste tu.

Es importante que hables castellano, bastante duro es que no pueda ver a mis padres todo lo que quisiéramos como para que cuando lo hagamos, no puedan entenderse contigo. Debemos hacer ese esfuerzo juntos aunque sea difícil estando en Tokyo, aunque nadie más que tu padre te hable en ese idioma, debes aprenderlo, hijo mío, debe ser así. Si a estas alturas puedes leer esta carta, sabrás ya que podría haberte contestado todas esas veces que me hablabas en japonés, pero fue por tu bien o más bien por nuestro bien, por poder compartirte. No te contesté en japonés porque debíamos hacer que hablases siempre conmigo en castellano, debía ser así.

Gomen ne, Kota. Otsukare.

Tengo muchas ganas de verte, de conocerte. Todavía quedan dos meses y no puedo dejar de imaginarte con los ojos de tu madre, cierto aire a mi nariz y, espero, mucha mucha alegría en tu cara. Porque igual que seré estricto a la hora de hacer que aprendas a poder entenderte con mis padres, también te diré que mi misión en esta vida es que tu seas feliz, que te rías la mayor parte del tiempo que es más o menos lo que tu madre ha hecho conmigo porque ella parece ser feliz por naturaleza y eso, Kota, se contagia. Tu lo llevarás en los genes, así que no te será difícil. También te diré que en tus genes puede que esté lo de emocionarse por pequeñas cosas, que quizás el baremo de sentir lo tengas también trastocado como el de tu padre y te encuentres de repente con los ojos desbordados por cosas en apariencia simples, sin importancia. No es algo malo, no te preocupes, te acostumbrarás y ojalá sepas saber ver de más donde la gente sólo mira de reojo.

No sé si cuando leas esta carta, ya sabrás sobre tu tío Javi. Ya sabes que vive con tus abuelos y que es el que tiene todas esas películas de dibujos animados y tebeos que siempre le coges cuando vamos a visitarles. También sabes que no le gusta mucho que le anden en sus cosas, así que intenta pedirle permiso cuando quieras algo que seguro que te lo dejará quizás con cierto aire de condescendencia pero tremendamente contento por poder ejercer del hermano mayor que es, del tío más viejo que tienes a pesar de todo. Y cuando vayáis a jugar, tienes que tener mucho cuidado con él porque es fácil que se tropiece aquí y allá o que le de algún ataque de esos que le evaporan la fuerza del cuerpo… se le pasan pronto, pero nosotros tenemos que intentar que también se le olviden pronto, ¿vale?. Ojalá que os llevéis bien y que juguéis mucho juntos. Con Javi y con tus dos primas, una tiene la misma edad que tu pero me pregunto si el que crezcáis y os eduquéis en países tan distintos uno del otro será obstáculo para que conectéis. ¿Podría ser que culturalmente seáis muy diferentes?… no creo que importe tanto, tu prima la mayor se llevó muy bien con tu madre y no entendían prácticamente nada de lo que ambas se decían. Creo que no es tan difícil entenderse sin palabras, no pasa demasiado a menudo, pero hay personas que de alguna manera parecen estar conectadas, que piensan igual aún haciéndolo en otro idioma como hay tantas otras que hablan el mismo idioma pero son tan tan diferentes.

Pero tu si te entenderás con ellos, porque es importante que lo hagas. Debe ser así, Kota. Onegai.

Tu abuelo es la viva imagen de mi abuelo, su padre. Contigo era ya difícil, pero muchas veces pienso en lo maravilloso que hubiese sido que tu madre hubiese conocido al padre de tu abuelo, que era mi abuelo… me encantaba quedarme a dormir en su casa y que me contara cuentos que se inventaba en ese momento, me lo pasaba tan tan bien… Por eso yo estoy seguro de que te caerá bien tu abuelo porque cada vez se parece más a su padre. Me pregunto cómo le llamarás… ¿ojiichan? ¿abuelito?. Dará igual porque él es un pedazo de pan. Tu mamá le llamó papá aquella vez que vinieron a la boda y se le saltaron las lágrimas, hasta nos hizo una poesía que no se atrevió a leer en la boda donde decía algo así como que me había casado con una chica oriental a la que ya quería como a su hija… hay veces en que les echo tanto de menos a los tres… tenemos que ir a verles mucho, tenemos que hacer que os conozcáis, no puede ser que seáis ajenos cada vez que os volváis a ver. Ahorraré lo que tenga que ahorrar para poder volver al menos una vez al año a España contigo y tu mamá. Porque, ¿sabes Kota?, tu ojiichan y tu obaachan de España te quieren mucho desde ya a pesar de la distancia y de no hayas nacido todavía. ¿Te he contado sobre el paquete que envió tu abuela con toda esa ropa hecha por ella para ti?. Ahora te dará vergüenza hasta ver las fotos que seguro que sacaré, pero no veas las ganas que tenemos ya de ponértela. Tenías que ver a tu madre cómo lloraba cuando abrimos aquella caja de cartón y empezamos a sacar chaquetas y patucos… yo escondí alguna que otra lágrima por hacerme el fuerte, pero es que es algo tan bonito. Recordé, de repente, todas aquellas tardes en el sofá en Zalla viendo la tele mientras ella no paraba de hacer punto. Les echo de menos, si, a veces hasta doler. Echo de menos mucho hablar con tu abuela porque aunque la mayoría de las veces sólo hable ella, me renueva las ganas de ser el niño que sigo siendo.

Kota, de verdad, debemos hacer que os conozcáis y os entendáis. Es importante, hijo, muy importante. Ganbatte. Hontoni ganbatte.

Estoy asustado, esto también tengo que decírtelo. Tengo miedo porque estoy viviendo en un país que no es el mío y ya la locura, la aventura no me afecta sólo a mi. Tengo miedo porque voy a ser padre aquí sin ser capaz, todavía, de dominar el idioma. Tengo miedo de defraudarte, de avergonzarte, de que sea yo el único extranjero en las reuniones de padres de la escuela, de que no sea capaz de leer o escribir mientras todos los demás padres lo hacen sin problema. Me atormenta la idea de que te sientas mal por mi culpa, por ser yo diferente en tu país como a mi me avergonzaba el acento del sur de mi madre en mi pueblo en el norte. Así que si tu has tenido tu tarea con mi idioma, a partir de ahora seré yo el que pondré todo mi corazón en que no seas capaz de darte cuenta que tu padre no sabía leer ni escribir en japonés con normalidad dos meses antes de que tu nacieras. No te preocupes, hijo mío, que seré capaz de ayudarte con los deberes aunque tenga que pasar noches en vela repitiendo mil veces cada kanji, cada frase, cada ejercicio. Porque sin haber nacido siquiera, ya has puesto patas arriba mi mundo y sólo puedo pensar en que tu eres lo más importante y lo serás siempre.

Me pregunto qué pensarán tus abuelos en realidad de que yo viva aquí tan lejos… me pregunto dónde acabarás viviendo tu y cuanto me dolerá a mi…

No hay día en que le de vueltas al tipo de persona que serás: si serás un vago redomado de esos a los que no le importa nada o si por el contrario encontrarás pronto qué es lo que quieres hacer con tu tiempo. Yo intentaré contarte lo que yo pienso de la vida, pero ojalá que seas tu el que encuentres pronto tu camino y veas las cosas a tu manera. Eres nuestro hijo, pero no somos tus dueños. Trataré de que practiques Karate, pero serás tu el que decidas si quieres o no seguir, no seré yo el que te fuerce a seguir tal o cual vereda mientras no vea que vayas directo a ningún acantilado. Seguramente te tropezarás muchas veces y te romperán el corazón otras tantas… eso es así y no lo podemos evitar, pero siempre estaremos para agarrarte de la mano y tirar hasta que te levantes de nuevo, para escucharte y apoyarte siempre aunque la mitad de las veces no nos cuentes nada, como yo tampoco lo hacía con mis padres.

Querido hijo: me aterra convertirme en tu padre y a la vez siento desde lo más profundo de mi corazón que es lo más bonito que me va a pasar nunca.

Kota… nada más que contarte de momento… sólo que muero de ganas de conocerte y que te quiero desde ya mismo hasta siempre jamás. ¿Sabes? tu madre está tan guapa contigo dentro, tan preciosa, se la ve y se la siente tan feliz que imagínate cómo puedo estar yo.

No tardes demasiado en llegar, hijo mío.

No tardes.

お父さんより

Luna de miel en Okinawa, toma 1

Mañana hará un año ya desde que los señores Carlos y Fernando echasen una firmica en el mismo papel que nosotros para certificar que ya dejaba de ser el soltero de platiner para estar casado con la chica más guapa del mundo (#ytunooooo). Desde unos meses antes ya estábamos hablando de hacer un viaje de luna de miel, de marcharnos por ahí a ver más mundo en plan recién casados, pero la verdad es que con todo el lío de la boda y mi familia viniendo aquí pues nos quedamos sin vacaciones. O más bien, aprovechamos días libres para poder estar con ellos lo más posible, que menuda ilusión nos hizo que viniesen. ¡Volved ya, que ya sabéis el camino! Javiiiiiiiii.

Total: queríamos ir a algún lugar de Sudamérica, a mi siempre me ha maravillado la idea de que pueda ir a un país totalmente distinto al mío pero sin embargo podamos entendernos en el mismo idioma… me parece algo maravilloso. Así que el viaje estaba así planeado… hasta que llegó Kota. Bueno, Kota también estaba planeado sólo que no pensamos que iba a influir en la luna de miel. Ah, que no sabéis quién es Kota, pues Kota es el nombre que hemos elegido para nuestro hijo. Es fácil de pronunciar en ambos idiomas y en kanjis tiene un significado muy bonito:

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El primer kanji significa «luz», «brillo» y el segundo es el de «grueso», así que el nombre vendría a decir «mucho brillo» con el sentido de persona alegre, jovial, abierta, campechana. Ojalá que sea así; a nada que se parezca a su madre, seguro. Además el nombre parece vasco, con lo que no tendrá mucho problema cuando entrene en Lezama.

:ikullorer:

Pues bien, vino Kota y se quedó a vivir en la tripa de Chiaki que cada vez es más grande. Y claro, un viaje de más de un día con varios transbordos hasta llegar al sur de América no es algo apetecible para una embarazada a la que le faltan tres meses para dar a luz. Así que nos fuimos a una agencia de viajes a contarles esto mismo y la chica, que era más maja que un perrete chico panza arriba, nos recomendó Okinawa porque estaba muy cerca y era la época perfecta para visitarlo.

Y con mucha mucha pena por tener que dejar de madrugar y trabajar en la oficina, y muy a nuestro pesar porque no nos quedaba más remedio y de mala gana, a Okinawa que nos fuimos la semana pasada. Pillamos un avioncete desde Haneda que nos dejó en la primera etapa de nuestro viaje: la isla de Miyako donde lo pasamos tan pero tan mal…

:gustico:

Yo no tenía ni idea de lo que iba a ver allí. Sólo sabía que en el pack del viaje estaba incluido un coche de alquiler que me iba a tocar conducir a mi y que el Awamori es la bebida local por excelencia que, seguramente, iba a ayudar a reponer los electrolitos perdidos durante el día. Una vez montados en aquel Toyota Vitz, Chiaki se hizo fuerte a los mandos del GPS e iba metiendo direcciones. En la empresa que hace los GPS trabaja, por lo visto, la misma tía que habla en los cajeros automáticos y en las estaciones de tren, y yo me limité a seguir ese versátil vozarrón que lo mismo te suelta un billete de diez mil en cuanto pulses el botón verde que te dice que las puertas se van a cerrar y que cuidao con los dedicos, copón, para llegar, en este caso, in this case, a sitios tan acojonantes como estos:

Y es que en Miyakojima es así la cosa: playas de colores de mentira, islas unidas por puentes que se atreven a sobrevolar el agua haciendo que sólo veas tonos azules de cielo y mar, vete a saber cual es cual, por el espejo retrovisor. Si vas andando por la arena, te tropezarás con trozos de coral que el agua ha traído hasta la orilla y con los que algún cangrejo juega de vez en cuando si no hay ningún humano cerca molestando como sólo los humanos saben tocarte los tamagos. En este caso no aplica lo de esperar para hacer la digestión porque el agua está tan caliente que es como meterse en una bañera pero con miles de peces de colores dentro nadando a tu alrededor. Ahhh, no dejo de soñar despierto desde este ordenador de la oficina, que no me despierte nadie!!

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Por cierto, que la playa de la primera foto de la tanda de arriba es donde han rodado el anuncio de Calpis de este año, mirad a ver si os suena para donde corretea la chiquilla cuesta abajo después de berrear allá por el segundo 4:

Es una isla pequeña sin más transporte público que algún autobús que la recorre de tanto en tanto. Es comprensible, pues, que se ofrezca coche de alquiler con el viaje si se quiere recorrer un poco más que las playas cercanas al hotel donde te hospedas. Yo hacía tiempo que no cogía un coche, creo que en Japón fue mi primera vez, pero me acostumbré enseguida, un coche automático es infinitamente más fácil de llevar que uno manual y lo de conducir por la izquierda ya lo tenía trillado de la moto. Mi mayor problema era mirar la carretera en vez de al mar todo el rato… y en esas estaba cuando me llamó la atención un muñeco de un guardia que se veía de curva en curva por el camino:

Resulta que es producto de una campaña de seguridad vial que hubo en la isla hace muchos años por la que pusieron 19 muñecos de guardias de tráfico de plástico por todas partes que poco tardaron en hacerse muy famosos. Efectivamente, amigos, en España sería impensable: todos tendríamos un muñeco ya debajo de la cama junto a un cono, un casco de obra y un posavasos de Heineken.

Este muñeco en cuestión se llama «Mamorukun» que viene a significar «el que te protege», que yo no sé si proteger protegerá mucho, pero juego si que da el gachó:

Si me pongo a soltar tópicos, diría que Miyakojima es atemporal, que el reloj no gira sino que se deja llevar fluyendo al son que marcan las olas y los rayos de un sol que nunca tiene prisa en marcharse a otro día. Otra cosa sería que me pusiese en plan romántico y dijese que ver a Chiaki con la sonrisa más sincera del mundo paseando por aquella arena teñida de blanco llevando a mi hijo dentro hizo que se me ensanchase de un tirón el concepto de felicidad que creía albergar en mi corazón. O quizás si me pusiese barroco podría decir que las playas de Miyako me han de poner berraco. No sé. Elige tu el párrafo, que me da cosa decidirme, los quiero a todos por igual.

El caso es que nos pusimos tibios de comer Sokisoba y postres de mango, que es lo que se estila por aquellos lares, y después de largos días de no hacer prácticamente nada más que ver lo maravilloso que es este mundo, qué mejor que atizarse la cerveza del lugar para irse a dormir con la panza llena y una sonrisa más gorda todavía.

Y en una de esas de dormir los tres mirando cómo la luna se moja los cráteres en el mar, me dice Chiaki entre beso y beso:

– hay que ver, parece que estamos en un lugar completamente distinto del planeta y sin embargo nos podemos comunicar en japonés, ¿no es genial?

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Intento de cambio de tercio

Era una empresa de informática ubicada en Ginza. Vendían artículos de cierto lujo por internet, el sueldo era muy bueno y más o menos yo cumplía todos los requisitos del puesto de programador. Aquella era mi segunda entrevista después de pasar un test on-line. Esta vez tocaba programar en javascript durante una hora bajo la atenta mirada de tres miembros del equipo encargado de la cara visible de la web. Al igual que con la anterior de Ruby, no se me dio mal tampoco: fui capaz de sacar adelante lo que me propusieron sin demasiado problema.

Entonces entró un tipo calvo con ojos azules de esos que cuando te miran parece que te atraviesan. Salvando el color de ojos, tenía esa misma mirada perdida, ida y nunca venida, de loco que John Malkovich en sus películas. Su papel también estaba conseguido: iba a ejercer de entrevistador borde y con ese tono bien asumido, empezó a disparar una serie de preguntas de las que probablemente pocas personas sabrían las respuestas, o seguramente es que yo soy poco práctico tratando de memorizar tonterías:

– ¿Por qué se dice que Ruby un lenguaje de «method missing»? ¿te sabes todos los códigos de error HTTP? ¿cómo está implementado internamente un hash?…

Creo que supe contestar una o dos de veinte. En algunos casos eran conocimientos olvidados al minuto siguiente de graduarme de la universidad; la otra mayoría eran preguntas trampa cuyas respuestas prácticamente nadie que se dedique a programar se sabe, porque no se necesitan en el día a día y si se diese el caso, internet provee. Malkovich, sin embargo, consideraba muchas de estas preguntas «básicas» para el puesto, y cuando yo, con media sonrisa en la cara, contestaba que no sabia me volvía a preguntar si de verdad había estudiado informática, que le dijese el nombre de la universidad porque «no pensaba que era real».

A la cuarta o quinta pregunta ya tenía claras dos cosas:

– Que el tito John era total, absoluta e inequivocamente gilipollas.
– Que a mi, en realidad, me daba igual de verdad todo esto de la informática. Que me dan igual los códigos HTTP, las listas enlazadas y sus notaciones O. Que no sé qué coño estaba haciendo yo allí más que perder el tiempo delante de un tonto del haba que creía tener la sartén por el mango y que yo le debía la vida cuando a mi aquella farsa me era indiferente.

Al tarado calvo le sentó mal que le contestase tres veces seguidas que no sabía, porque en realidad es que yo ni hacía ya por pensar porque me estaba dando igual aquella comedia desde hacía un rato, y me dijo «bueno, pues ya está, no tengo más que hacer aquí». Así me dio a entender que yo no tenía absolutamente ni puta idea de nada y se fue sin decir adios. Yo en vez de decirle que era de las personas más ridículas que me había echado en cara últimamente, le di las gracias e incluso me levanté del asiento para despedirle demostrando que allí, en aquella sala, al menos había un tío íntegro. Aunque en aquel momento me hizo gracia, ahora pienso que que fuese un entrevistador no le da derecho a faltar al respeto a nadie, y que le habría venido bien que le hubiese dicho cuatro cosas. O encadenarle una hostia. Una hostia bien dada siempre ayuda a reflexionar al hostiado y gratifica al hostiante. Encima a mi John Malkovich siempre me ha caído como el culo.

Ayer llegó la respuesta de la secretaria de la empresa en la que me dicen que, oh sorpresa, «se han decantado por otro candidato».

Aproximadamente un mes y medio antes también estuve en otra entrevista de trabajo. La oferta era para «Profesor nativo de inglés para organizar actividades para niños» y el puesto era precisamente para esto mismo: organizar y dar clases de distintas actividades a niños, pero en inglés. El objetivo es que los chavales aprendan inglés pero no con la sensación de que lo están estudiando, sino pasándoselo bien cocinando un flan, haciendo escalada, dándole patadas a un balón o pegando patadas de karate…

Me pareció una idea increíble y pensé que yo sería capaz de hacer un trabajo así, que a ver por qué no. Y cogí y escribí una carta de presentación enviando mi solicitud para el puesto. Le dije a quien fuese que lo leyese que no mirase mi curriculum puesto que yo no era profesor y tampoco cumplía lo de nativo de inglés. Pero le rogué que leyese esa carta de presentación hasta el final. Allí le conté que yo fui profesor de Karate hace muchos años en mi pueblo, que me gustan los niños, que voy a ser padre este año y que no veo el momento. Guiado por la mayor sinceridad que fui capaz de desempolvar, le dije que hacía años que no sentía satisfacción por mi trabajo, que no me parecía algo humano, que no era algo real. Que era imposible que hacer una página web, por muchas visitas que tuviese, suscitase el mismo nivel de satisfacción que ver a un niño aprender, sonreír… saberte parte importante de su infancia, que lo que haces tiene repercusión real, que le importa y le vale a alguien. Creo que puse que no era ni la misma clase de satisfacción, que no eran comparables. Puse, en perfecto inglés, que aprendería más inglés, que daría clases yo mismo para pronunciar mejor si hacía falta. Le dije que si me cogía, si me daba la oportunidad, iba a tener ahí a un tipo que se iba a dejar la piel por ver a los chavales reírse y aprender a partes iguales, que puede que encontrase a mucha gente con mejores credenciales, con más experiencia, con mejor preparación para el puesto, pero que a ganas les ganaba yo por goleada.

Y me llamaron y me hicieron una entrevista porque al presidente le gustó lo que yo había escrito allí y decía en aquel email que quería conocerme. Así que siguiendo las indicaciones, acabé en Tsukiji, a escasos metros de la lonja de pescado más famosa del país. Por el camino y prácticamente al lado de la oficina me encontré con un restaurante con el nombre de mi mujer. Ni el nombre ni los kanjis son demasiado habituales y yo, que me dejo ilusionar a nada que sople el viento, me tomé aquello como una señal. Tanto es así que se me humedecieron los ojos como el bobalicón que soy.

Ya sentado en aquella sala, un señor más bien jóven aunque con canas, me dijo que era un tipo valiente, peculiar, que si de verdad odiaba tanto los ordenadores, que para cuando iba a ser padre y que si su madre era japonesa porque seguro que el niño sería muy guapo. Los niños mixtos siempre son guapos, repitió…

Atiende Malkovich cómo se empieza una entrevista, calvo lunático de mierda.

En un tono amable, aquel tipo que se parecía a Miyazaki el de las películas de Ghibli, me contó que el puesto sería, efectivamente, para dar clases pero que también querían que mantuviese la web de la empresa con lo que me dijesen las madres de los chavales, es decir, que me tocaría también ir evolucionando el sistema web con el que profesores y madres gestionan y hacen seguimiento de las clases. Me pidió perdón porque después de leer la carta asumió que yo no quería tener que ver con nada que tuviese una pantalla y me insistió en que sería sólo ocasionalmente, que mi misión principal sería buscar, organizar y enseñar a los chavales. Que sería sensei, que lo de rascateclas sólo de vez en cuando. Pensaron que sería buena idea que aprovechando que yo sabía, que iba a ser mucho más efectivo que yo mismo, como usuario, mejorase el sistema a la vez que era profesor. No me pareció mala idea.

Después hubo una segunda entrevista y una cena que pagó este mismo señor en la que ya me hablaba como si fuese yo uno de sus empleados. «Tienes que estudiar japonés, tienes que ser capaz de leer y escribir sin problemas, eso es algo que tenemos que arreglar» me decía mientras yo no hacía más que imaginármele dibujando a Totoro con un paraguas.

Lo que son las cosas: ayer llegó una oferta formal y hoy, después de echar muchas cuentas y hablar muchísimo con Chiaki, he tenido que rechazarla. Ya no soy yo solo, las decisiones que tomo no me afectan ya solo a mi, ahora son cosa de dos, de casi tres. Es cierto que perdería dinero, pero podría hacer algo que me entusiasma. Cambiaría estúpidas estimaciones-farsa con el único sentido de tener algo con que apretarte los tornillos después, con ponerme el karategi de Karate y enseñarles a los niños, en inglés, cómo se pegan patadas laterales en el arte marcial que crearon en su país. Aparcaría esos javascripts que nunca funcionan y jamás lo harán a la primera en Internet Explorer y me metería a llevarme a los chavales a un rocódromo en Tokyo para contarles porqué no deben cruzar las piernas. En vez de leerme documentaciones de APIs, usaría internet para encontrar nuevas actividades, nuevos locales, nuevas experiencias que compartir con niños japoneses de hasta seis años que harán que llegue a casa con la sonrisa del que disfruta cada minuto de su trabajo.

La razón principal por la que he tenido que, espero, posponer esta oportunidad es que para que un banco me dé un crédito, tengo que llevar al menos dos años con contrato fijo en la misma empresa. Me falta medio año, después, si todo sale bien, podré tener total libertad para cambiar si las condiciones económicas lo permiten.

De todo esto he aprendido un par de cosas. La principal es que es perfectamente posible: he estado más cerca que nunca de cambiar de profesión y si hay suerte quizás pueda hacerlo en un futuro cercano. La segunda es que, efectivamente, tener un hijo te cambia la vida y ya no puedo tomar decisiones tan a la ligera de estas más de mi instinto y de mi corazón que de mi cabeza. Todo se debe enfocar a que ese chaval tenga lo mejor que le podamos dar en cada momento y no queremos que esté en una habitación, en una casa que nos resistimos a amueblar y decorar en condiciones porque no es nuestra.

Pero… no sé. Sigo creyendo que aquello fue una señal y que esto no se acaba aquí…

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Mi vida de casado

Casi va a hacer un año desde que Pikatxu certificase nuestra unión. Un año viviendo con una chica japonesa nueve años menor que yo en un barrio a media hora de Shibuya, en Tokyo. Resulta que soy un arafo, que en japonés significa «cerca de los cuarenta» (del inglés «around forty»), que duerme y se levanta junto a la misma mujer, que es la mía, encima de una cama de Ikea que montamos entre los dos cuando todavía no habíamos ni pensado en ser más de un par.

La vida es fácil. Muy fácil. Con Chiaki todo es fácil, hasta los problemas no lo son tanto. Alguno me decía que esa es la mentalidad japonesa y yo le contestaba contándole la historia de Eri, una novia que tuve algunos años atrás con la que algo tan en apariencia divertido como ir a cenar a un restaurante, se convertía en un auténtico suplicio por tantas pegas que le podía encontrar a prácticamente todo. Odio a esa gente cuya misión es buscarle las cosquillas a todo sin saber, quizás sin poder, disfrutar de absolutamente nada. Y era japonesa de pura cepa. Así que no vengamos con estas gaitas, que no.

Pero con ella es fácil. Una vez me puse a cocinar y estaba friendo pimientos de piquillo parecidos a los de mi pueblo que encontré en el súpermercado. A la vez estaba haciendo una paella a la que se le había acabado el agua y con las prisas de querer echarle más, le di con el brazo al mango de la sartén que sobresalía y los pimientos salieron volando junto con aceite hirviendo que salpiqué por entre las paredes y el suelo. Suelo que, por cierto, nunca ha vuelto a ser el mismo: tiene unos bonitos manchurrones fruto de semejante alarde de habilidad sin igual… chamuscado totalmente.

Total, que monté un Cristo de cojones, me ve Chicote y me pega una hostia a rodrabrazo.

Chiaki, que estaba en el sofá, vino a la cocina sobresaltada por la escandalera y cuando vio los tres pimientos que se quedaron pegados en la pared se empezó a reír como si no hubiese amanecer. A descojonarse. Viva. Se partía y mientras me ayudaba a limpiar el tinglado, se seguía descojonando pero hasta no poder más. Al dia siguiente decía que tenía agujetas de reírse, y todavía hoy suele contar de vez en cuando aquella anécdota en plan «¿te acuerdas de la que liaste en la cocina aquella tarde?».

Por eso digo que es fácil. No conozco a ninguna otra persona, incluyéndome a mi, que hubiese reaccionado de esa manera. Es cierto que no se podía hacer mucho más, el daño ya estaba hecho y nada de lo que pudiese decir iba a arreglar la situación. Pero lo normal, lo que hace una madre cuando se te cae un vaso al suelo, es chillarte y decirte que pongas cuidado. Como si tu, que a pocas te cortas con los cristales, no te lo hubieses aprendido ya de primera mano.

Ese es un ejemplo de cómo de fácil es vivir con ella. Es su forma de ver la vida, de no ver problemas donde en realidad no los había. Lo que no significa que si hay algo que no está bien o que no funciona, se hable. Como cuando destrocé la segunda moto rompiéndome el brazo por el camino, que igual si que era la hora de ir dejando las motos. Porque vivir conmigo no sé si será fácil, pero no es algo que yo recomendase a quien quisiese tener una vida tranquila: cuando no aparezco con el brazo roto, se me cae la bici en la cabeza, me quemo media pierna jugando a futbito o me marcho a correr media maratón a la ladera del Fuji el fin de semana de más frío de todo el invierno cuando probablemente no era el mejor plan que ella tenía en mente.

Así que mi vida es fácil, y como me lo ponen fácil, me doy cuenta que la cosa es recíproca aún sin proponérmelo porque no puede ser de otra manera. Si a ella no le importó irse a un hotel en la peor época del embarazo para que mi familia estuviese en nuestra casa, a mi me resulta imposible siquiera pensar en encontrar la más mínima pega cuando me propone visitar a su familia en el templo, por ejemplo. Y así con todo.

Un típico día de mi nueva vida empieza cuando suena la alarma de mi móvil. Yo me levanto antes porque voy en bici hasta Shibuya y ella trabaja a una estación de casa. Café en mano, me recorro las noticias de mi país por internet hasta que media hora después ella ya está en el sofá haciendo lo propio con un tazón de cereales y la tele. Normalmente comentamos las noticias de Japón, pocas veces le suelo yo contar las últimas andanzas de Bárcenas. Una ducha después ya estamos cada uno camino de la oficina. A ella le tocará visitar clientes y supervisar que las obras se estén haciendo bien, a mi me tocará rascateclear al lado de un tipo que tiene los mofletes como el icono del Chrome. Entre medias, compartimos algún que otro mensaje con el Line sobre qué vamos a cenar esa noche, qué vamos a hacer el fin de semana… en japonés, porque es el único idioma que habla ella aunque yo creo que entiende más castellano del que dice.

Al volver suele estar a los fogones porque llega antes. Pone la música que está dentro de mi viejo iPhone, con lo que no es raro que esté cocinando okonomiyaki a ritmo de Platero y Tú o Extremoduro. Dice que le gusta escuchar lo que yo escucho aunque no entienda lo que dicen. Yo me ofrezco siempre para echarle una mano, y siempre me dice que no a no ser que haya que bajar algún plato de la estantería de arriba. Así que paso a la fase de recoger la ropa tendida o poner la lavadora o lo que vea que se puede hacer mientras comentamos el día. Últimamente la conversación es sobre nuestro hijo, claro, tenemos algún que otro nombre pensado pero nada definitivo. Ah, y que parece que se mueve mucho.

Cenamos viendo la tele, a veces algo de Hulu porque es fácil que haya series en inglés con subtítulos en japonés. Ya no tengo problema para entender más o menos todo en inglés, pero todavía el porcentaje no es, digamos, cómodo en japonés. Aún así no es raro que veamos también lo que estén dando en la tele en ese momento… los programas de humor japoneses son fáciles de entender porque se basan, mayormente, en gente haciendo el ridículo o dándose de hostias.

Después estudio japonés un rato mientras ella sigue viendo la tele u hojea publicidad de algún piso que estén construyendo en Tokyo porque esto de vivir de alquiler seguramente dure poco. Entre kanji y kanji, le leo alguna nueva frase que he aprendido y ella me corrige y normalmente se descojona. Después me toca fregar los platos y recoger la cocina. Ya que ella prepara la cena, es lo mínimo que puedo hacer. Pero la base de todo esto es que yo nunca le pediría que hiciese la cena como ella tampoco me pide nunca que recoja los platos. Lo hacemos porque queremos y darnos las gracias sale solo.

Siempre hay un rato para hablar sin televisiones ni interferencias, normalmente es antes de dormir. Hablamos mucho, hacemos muchos planes de futuro: que si tenemos que hacer algún viaje, que a ver cuando volvemos a España con el niño, si se atreverían a venir nuestros padres de nuevo… últimamente estamos pensando en donde vamos a vivir y el dinero que haría falta para comprar un piso en según qué parte de esta inmensa ciudad.

Total que nunca imaginé que mi vida de casado fuese de esta manera. Nunca pensé que iba a ser en Japón, para empezar, pero nunca habría pensado que estar compartiendo la vida con otra persona podía ser tan fácil.

Y tan bonito.

En estos raticos…

Cada vez pasan más rápido. Los raticos digo. Estos espacios de tiempo en los que uno se para un poco quizás a atarse los cordones y allí mismo, con una rodilla hincada en el suelo, se da cuenta de que, jodo, que anda que no están pasando cosas últimamente. Creo firmemente que es bueno esto de ajustarse el nudo con calma, subirse los calcetines un poco para que no hagan arruga por donde el talón y robarle dos o tres bocanadas profundas al viento para continuar la caminata con mejor facha.

Y así, mientras estiro un poco los cuadriceps, maduro tantos y tantos pensamientos que me tienen la mente distraída entre horas de un tiempo a esta parte y es que ya iba llegando el momento de ponerlos en vereda. Y me doy recuenta de que ayer supe que voy a tener un hijo varón, un pequeño Toscanito que no solo podrá ser del Athletic sino que tendrá los ojos rasgados y quizás el dedo gordo un poco más separado del resto que los demás. Que para finales de Octubre mi vida cambiará radicalmente, de nuevo, y que tendré, tengo desde ya, como única misión que ese niño sea el más feliz de todos los niños. Que haré todo lo posible para que mientras aprende japonés de su madre y castellano del tarado de su padre, se esté riendo el mayor tiempo posible, cosa que no será difícil teniendo la madre que tiene porque lo llevará en los genes. Juró que nunca me oirá discutir con su madre, entre otras cosas porque soy tan privilegiado de poder decir que nunca ha pasado antes. Que tendrá a su familia paterna lejos, pero que estará arropado por un montón de tíos y tías postizos, tantos como amigos nos rodean. Ojalá que se le pegue un poco de cada uno y me salga soltando algo en Osaka-ben con un acento entre manchego-vasco-lorqueño-madrileño.

Claro que cambia las cosas. Tanto que apenas importa lo demás que tengo entre manos. Pero como no puedo hacer que octubre venga en junio, pues también ando entretenido con más de mis locuras. La última es que aprovechando que tengo un gimnasio a dos minutos de mi trabajo al que voy a diario de lunes a sábado, me he planteado algunos retos que le dan vidilla a mis días de oficina:

Bajar hasta el 10% de grasa corporal
Esto es una chorrada como otra cualquiera que no me obsesiona en absoluto, simplemente quiero saber si soy capaz y ver qué cambia en mi cuerpo si consigo llegar hasta ese número. Llevo tres meses y he conseguido llegar a un 12-13%. Lo estoy consiguiendo gracias a que recorro los 12km que separan mi casa de Shibuya en bici dos veces al día y que además llevo una estricta dieta a la hora del desayuno y la comida. En cuanto puedo, además, me escapo a correr un rato de cara a no perder la forma por si este año caen las maratones de Tokyo y la del Fuji de nuevo. El resultado es que soy más rápido tanto en Karate como esprintando y ahora se me notan bulticos en la tripera. En cuanto llegue a 10, que no sé si lo lograré, cambiaré de reto, por ejemplo tengo en mente llegar a hacer 15 dominadas. Chorradas de este estilo me dan la vida.

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Abrirme de piernas
Pero en serio. Llevo estirando prácticamente desde los quince años que empecé Karate en mi pueblo pero nunca me lo he tomado como una actividad en si misma, siempre ha sido algo complementario al deporte que hiciese en ese momento. Pues bien, llegó la hora: me he planteado abrirme de piernas tanto de frente (que ya lo hago) como lateralmente. Estoy siguiendo las indicaciones de un libro en el que explican la técnica de los estiramientos isométricos, que no es más que hacer fuerza en el lado contrario al que estiras para lograr cansar el músculo y que ceda antes. Tres días a la semana, media hora al día los dedico exclusivamente a esto. Los resultados: me abro de piernas verticalmente prácticamente sin problemas, y estoy ganando bastante lateralmente lo que hace que en Karate me cuesten menos las patadas circulares a la altura de la cabeza.

Todo esto sin descuidar los 3000 puntos que me he propuesto alcanzar a diario con la Nike Fuel Band que me compré hace otro par de meses y que consigo gracias a jugar partidos de futbito con los amigos, por ejemplo.

Cambiar radicalmente de profesión
Esta es una quimera que cada vez tiene más y más pintas de poder hacerse realidad. La Feria de Abril me enseñó que era perfectamente posible llevar un bar y que, en efecto, era mucho trabajo pero increíblemente gratificante. Con esto en mente, lo de jubilar de una vez los ordenadores, se me cruzó por delante una oferta de trabajo que me convertiría en profesor de distintas actividades para niños. Pues bien, hice una entrevista con muy buenas sensaciones y esta semana estoy esperando el resultado. Muy malas deberían ser las condiciones económicas para que no aceptase al minuto uno si me ofreciesen el puesto. Y de mientras, estoy apuntado a listas de castings (a punto he estado de salir en una película famosa japonesa que se estrenará el año que viene) y me recorro a diario las listas de empleos lejos de pantallas en Tokyo, os sorprendería saber lo que se puede encontrar aquí…

Acabar el ikulibro
Queda menos que nunca. Quitar a las editoriales del medio ha sido una decisión no sé si acertada o no, pero que me ha permitido enfocar el tiempo libre que me queda en acabar el libro. Os diré que quedan tres cosas: la portada, un índice, y una historia que me falta por escribir. Bueno, eso para acabar de tenerlo, claro, luego habrá que ver cómo financiamos la autoimpresión. Ideas como crowfunding suenan mucho últimamente… me pregunto qué respuesta tendría…

Porlosegao
Sigo metiendo cromos prácticamente a diario y lo que es más importante, descojonándome mientras lo hago.

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Y con mi luna de miel en mente a Okinawa a finales de Julio, creo que más o menos he repasado todos y cada uno de los líos en los que ando metido. Ah y que no se me olvide felicitar a mi madre mañana, que es su cumpleaños. Y poco más… ¿no?… bien, pues sigamos caminando, que el tren no espera.