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Empezar de nuevo, otra vez

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Allí me encontraba yo: en aquel medio bar medio restaurante español de uno de los rascacielos más emblemáticos del horizonte de Roppongi, “skyline” que diría algún influencer cancamusino, con un par de japoneses y dos cazuelas de “ajillo”. Porque ajillo, aquí, no significa que uses un par de ajos picados con guindilla como técnica culinaria, aquí ajillo siempre son gambas al ajillo. “No matter what”, que diría el de los reels de antes.

Total que me estaban ofreciendo trabajo. Un ex compañero con el que coincidí en una empresa me estaba reclutando. Yo fui a aquella quedada esperando rememorar viejas historias de medio amorios de oficina y lo que me encontré fue que me estaban sobornando, a puro ajillo y cervezas Mahou, con el fin de que siguiese rascando teclas, sí, pero a poder ser las de la empresa de su amigo, el otro japonés que tenía enfrente.

Hostia qué guapo era aquel otro tipo. Mi amigo era de mi misma estatura, con gafas, con pelazo a lo japonés, claro, porque aquí no trabajan amplia gama de pantones naturales en el pelo precisamente, que son todos morenos, pero tienen un pelazo que flipas la mayoría.

Qué envidia, coño.

Bueno, pues el que estaba con mi amigo era el jefe de la empresa que me estaban engolosinando, un chaval muy alto y muy guapo. Guapo de verdad, como si fuese modelo o actor, no me pegaba nada que me estuvese contando mierdas de Amazon Web Services y Google y aplicaciones y no sé qué.

Dedícate a poner morritos y hacer vídeos, tu que puedes, pensaba yo.

En nada me decidí, las cosas como son. Enseguida les dije que me iba con ellos, porque aunque hace años que ponerme a teclear por obligación me sigue pareciendo una reputísima mierda, también es cierto que me gano la vida con ello y se me da bien y ya que hay que ganarse los onigiris, pues hacerlo donde mejor le traten a uno.

Me hicieron una entrevista con una tercera persona, un trámite si me preguntas, aunque lo disfrazaron de cierta formalidad con hasta pruebas de programación en una pizarra y todo. Otra farsa más que superé, muchos años lleva ya colando esta mierda, pensaba yo, el día que descubran que me da todo entre igual y un carajo, me quitan el título de Deusto.

Y empecé a trabajar en aquel mismo rascacielos del horizonte de Roppongi (“un skyscrapper del skyline”), uno que si te fijas es todo de cristales verdes y que tiene como una raja en diagonal por la mitad que sobresale. Seguro que si lo ves, sabes cuál es y más o menos donde queda ese triángulo del medio, ahí es donde se me podía encontrar entre semana de 9 a 18.

Poco tardé en cambiar dejarme llevar por lo que me decían por moldear mi rutina dentro de los márgenes que las obligaciones me imponían. Me resistía a ir en tren todas las mañanas así que empecé a ir en bici algunos días, otros me bajaba muchas estaciones antes e iba corriendo y me daba una ducha rápida en el gimnasio de al lado de la oficina antes de entrar, o iba al mismo gimnasio a mediodía esquivando comidas con los compañeros de empresa… siempre es lo mismo, siempre acabo priorizando lo mío porque al final es lo que me quedo conmigo.

Me gané, siempre pasa al principio, fama de aprender rápido y de sacar tickets y tareas a toda velocidad. En las reuniones semanales siempre suele haber muchos más pasos a producción míos que de otros programadores. Esto siempre me ha hecho mucha gracia, porque no es porque sea más listo ni trabaje mejor, simplemente es que tecleo muy rápido y se me da bien buscar por internet. No es más que eso, que me sé los trucos y me sigue divirtiendo ver que nadie se da cuenta.

Lo de teclear rápido me viene de largo y de esto sí que puedo presumir. Con catorce años me ofrecieron trabajo pasando textos escritos en hojas a mano al ordenador, de mecanógrafo, vaya. Me pagaban por líneas, se pactaba el tipo de letra, el espaciado y la justificación de los párrafos para que no hiciese trampas, y si el documento final tenía 120 líneas, pues se me pagaba, qué se yo, 500 pesetas, no me acuerdo pero no estaba mal. Era un periódico local que empezaba y nadie tenía ordenadores en sus casas, yo tampoco pero había un centro cerca al que se podía ir y allí me saqué yo mis buenos cuartos.

Y esto, que yo pensaba que simplemente me valía para financiarme paquetes de fritos barbacoa y la Micromanía, resulta que me ha hecho destacar tanto escribiendo en este blog, donde prácticamente aparece en tiempo real lo que se me pasa por la cabeza, como programando porque me da tiempo a probar muchísimas cosas en la mitad de tiempo que algunos compañeros que teclean “normal”.

Insisto: demasiados años lleva colando. Cualquier día me pillan y me deportan, a lo Trump.

También se forja uno una imagen, una reputación, si me apuras. Los que te ven todos los días, los que tratan contigo saben tus porcentajes, saben cuántas veces, de todas, has sido amable cuando te han venido con alguna historia, intuyen, aunque no lleven la cuenta, que si tu vas a llevar tal o cual desarrollo es probable que vaya bien o que vas a meter más o menos la pata… en definitiva, se hacen, como tu te haces también de ellos, una imagen en su cabeza de qué se puede esperar de cada una de las cartas de la baraja de esta partida de póker diaria y, muchas veces inconscientemente, actuas en consecuencia. Si yo sé que el de las gafas de pantalón vaquero y sin embargo chaqueta de traje me va a contestar siempre con un 後で, pues probablemente acabará siendo el último al que le pida algo la siguiente vez.

Por eso siempre doy las gracias, por eso siempre guardo las formas, por eso siempre cultivo mi avatar, mi skin de compañero de trabajo va impoluto, con todos los extras, se sabe todos los trucos, tiene todos los emotes del Fortnite bien prestos en la recámara para ser exhibidos cuando toque.

No se me olvida desde el viernés que cuando escribí el mensaje de despedida en el chat de la que es ya mi anterior empresa, una compañera me contestó: “siempre me dabas las gracias cuando acababa los tests de tus desarrollos y me alegrabas el día”, y después una carita de esas medio de sonrisa medio llorando.

Como la mía de ahora, más o menos con el mismo pelo y todo.

Porque todo el resto puede ser la inmensa farsa que yo creo que es, pero el trato con y entre las personas que te rodean macera el poso que quedará al final cuando ya no estés con ellos.

Porque siempre pasa, aunque no te lo parezca ahora: dejarás de ver a esa gente un día y entonces no te acordarás de errores de typescript ni plazos de entrega ni dockers ni hostias, tu corazón se ha quedado con como te caía y como te trataba… de como te hacía sentir, de si te alegrabas de verle entrar por la puerta por las mañanas o esa alegría era, sin embargo, cuando mandaba el email de que ese día no iba a trabajar porque estaba enfermo.

El viernes, después de 6 años y 3 meses, me despedí de mi ex compañero de trabajo, ya por partida doble; diré ya que mi ex jefe por simplificar. Y me hicieron una despedida en un restaurante español, tal y como empezó esta aventura: pidiendo “ajillo” al camarero sin tener especificar qué está al ajillo porque se sobreentiende que son una mezcla de gambas y champiñones sin criterio alguno. Y cuando me tocó decir unas palabras, me emocioné muchísimo porque tengo mucho que agradecer, porque me lo he pasado muy bien esta media docena de años, porque me llevo un muy buen sabor de boca y, algo que no me había pasado nunca, cierto grado de arrepentimiento por la decisión tomada.

Porque mi ex compañero, que ahora es mi ex jefe, es y creo que será siempre mi amigo porque nunca, y mira que han pasado cosas, nunca ha tenido una mala palabra ni un mal gesto conmigo y son ya muchos años. Y aunque las circunstancias no han cuadrado, por él podría haber seguido ignorándolas.

Pero ahora toca empezar de nuevo. Mañana mismo, en otra empresa, con gente que no conozco de nada haciendo no sé muy bien qué.

Toca elegir y configurar el skin de nuevo. He decidido que voy a ser muy elegante, que aunque el trabajo es “full remoto”, habrá veces, sobre todo la semana que viene, que me tocará ir a la oficina y me van a ver como un pincel, no habrá calcetines que zapato marrón no cubra. Y le he subido a tope al muñeco la barrita de socializar, esa que siempre estaba en negativo. He decidido que voy a ir a todos los eventos que haya, sean comidas de compañeros, despedidas, quedadas… siempre que mis dos hijos y la persona más guapa del mundo que es mi mujer me lo permitan, claro, que el avatar de fathermarido estaba antes y me salió más caro.

También he decidido que voy a ser muy correcto siempre, incluso cuando haya situaciones desagradables, tirando de ironía en el peor de los casos, pero nunca reaccionando negativamente ni por chats, ni por emails ni mucho menos en persona. Y que voy a implicarme mucho más en lo que me toque hacer, como hacía cuando trabajaba en Bilbao, que siempre buscaba formas distintas de hacer lo mismo e incluso proponía, rapidez de teclado mediante, dos o tres soluciones alternativas a lo que se me pedía.

Mañana toca madrugar. Toca planchar la camisa blanca que me compré para la boda del Chiqui, toca sacarle brillo a los zapatos y hacer florituras imposibles con la gomina para que las salas de conciertos de mi frente sean solo entradas. Y sonreír desde que salga por la puerta hasta que vuelva a entrar, aunque no me acuerde del nombre de ninguna de las personas a las que voy a ver la coronilla a pura reverencia mañana.

Toca empezar de nuevo y, aunque con nervios, tengo todo preparado.

Deseadme suerte, por si acaso.