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El chaval que siempre grita

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Visto lo visto, que tengo dos hijos, un trabajo y mucha, pero que mucha tontería, lo raro es que no esté yo siempre en modo ansia viva intentando hacer todo lo que me dejen con el poco tiempo que se me concede.

Quiero decir que siempre quiero hacer cosas. Que aunque todos los días tenga que atender mis obligaciones como padre primero y rascatecleador oficial de mi empresa después, siempre le busco la cuarta pata al gato, esa que si no la enganchas al vuelo, ya se te ha pasado el día y no has hecho nada.

Nada que no te obliguen a hacer. Porque parar, no paro. No sé si se me entiende. Que no me he sentado en todo el día, que diría una madre.

¡Que quiero hacer muchas cosas pero no me dejan entre unos y otros, coño!.

Que si no tuviese hijos probablemente hubiese escrito ya trece libros, sería youtuber (y me haríais más caso y me invitarían a los eventos a los que no me invitan en Tokio porque no tengo likes) y aparte de ponerme mucho más cachas, tendría ya el sexto dan de Karate y hasta haría los panes de masa madre de tres en tres.

Y unas fotos que flipas. Te lo digo ya

Pero tampoco sería tan feliz como soy ahora cuando les veo.

Esto es así.

La escala es totalmente diferente. Los que tengáis hijos me entenderéis. Los criptobros de los lambos no tenéis pero ni reputísima idea de lo que es la felicidad.

Total, que cuando puedo, me doy un paseo largo por las mañanas y siempre suele ser el mismo recorrido. Es como la vuelta a Ibarra que hacía en mi Zalla natal, que vas por una carretera y vuelves por otra, pero por Tokio y sin comer pipas. Y en ese paseo matutino, más quisiera yo que fuese diario, me suelo encontrar con las mismas personas que también han sabido quitarle un gajo a la mandarina de las horas para engullírselo ellos solos.

Algunos son conocidos, como el padre de los gemelos compañeros de clase de Kota. Gemelos que son ya más altos que yo los cabrones y a cuyo progenitor le apodamos en casa «el de la resaca» porque el pobre un día vino a ver un partido de fútbol de los críos y no podía con su alma por culpa de un nomikai de su empresa. No me puede caer mejor este hombre, por cierto, destila buenapersonez desde que lo ves asomar por la esquina del Famima. Nos descojonamos cada vez que nos vemos, a modo de saludo.

Bueno, pues también me suelo cruzar con un chico que me recuerda mucho al chico del chándal azul. Tiene los mismos, no sé cómo llamarlos, ¿tics? ¿maneras?… su cuerpo va a su aire aquí y allá. Que a lo mejor él va andando y tiene claro hacia donde, pero su cuerpo recurrentemente se trastabilla consigo mismo y da una especie de salto de repente o sus brazos se levantan, por lo que sea, y a la vez pega un grito o sonríe estruéndosamente, pero siguiendo siempre su camino como si nada.

Quizás porque para él es así, que no ha pasado nada. Igual es que ni es consciente.

No sé si habéis compartido habitación y dormido con vuestra pareja o algún hermano o con hijos y os ha pasado que os movéis, o hacéis algún ruido y de repente esa persona que está profundamente dormida reacciona al segundo y pega un grito o se pone a hablar como verbalizando lo que está soñando en ese momento. Esto me pasaba mucho con mi hermano, sobretodo cuando tenía exámenes que estaba como regullío todo el rato, y me pasa ahora también de vez en cuando con mi hijo. Que te das la vuelta en la cama y te sale por bulerías.

Menudos sustos me daba yo con mi hermano, por cierto, la vírgen qué sinvivir era aquello. Rezando estaba porque se pasasen los exámenes.

Bueno, pues yo tengo la teoría de que a este chico le pasa esto mismo, que de repente ve algo que le chirría lo que es su realidad y su cuerpo reacciona a su manera. El otro día, sin ir más lejos, pasó una moto muy ruidosa a su lado y él imitó el ruido de la moto a gritos. Fue algo totalmente instintivo, un acto reflejo; le salió tan rápido que no tuvo tiempo de pensarlo. Es como si sus tímpanos se sobrecargasen con el estímulo y ese excedente en los nervios se desaguó por la garganta a todo lo que da.

Y a funcionar. El que quiera mirar que mire, que ya queda menos para llegar a la estación.

No tiene nada que ver, pero tengo que decirlo también: es muy guapo el cabrón; alto, delgado, con pelazo, con buenas hechuras. Encima es que va vestido muy bien siempre, llamaría la atención por su presencia si no la llamase por lo que la llama.

Por cierto que nunca he visto que nadie le mirase raro más allá de la reacción lógica de escuchar un grito de repente: miras, entiendes al instante lo que ocurre y sigues con lo tuyo para no incomodar a la persona, aunque si te fijas, me da a mi que tres cojones le importa a él, y bien que hace.

Bueno, pues ya me he cruzado unas cuantas veces con él. Y no puede ser, macho… no se acostumbra a mi de ninguna de las maneras. Todas y cada unas de las veces que me ve, pega un grito que me deja temblando. Si además pasa que está mirando a otro lado y se da cuenta que soy yo cuando estoy casi casi a su vera, levanta los dos brazos y da un salto hacia atrás como si hubiese visto al mismísimo Jack Torrance afilando el hacha.

Mi cara de gaijin le buggea el Matrix y no acaba de parchear esa movida, no se acostumbra y ya va bien, que nos cruzamos casi siempre.

Joder, y yo tampoco me hago a esto, coño, que a veces tampoco lo he visto yo y ya van un par de ocasiones que he gritado yo también del susto.

El otro día nevó un poquejo en Tokio. Fue más aguanieve que otra cosa; los coches aparcados amanecieron blancos pero no cuajó aunque había muchos charcos y estaba un poco liada la cosa.

Cuando estaba ya casi llegando a la mitad del paseo, cerca de la estación Kokuryo, le vi aparecer doblando la esquina del Seven Eleven. Pensé en cambiarme de acera para ahorrarnos los sustos, pero había muchos coches

bueno, como llevo el paraguas igual no me vé —pensé yo….

Y efectivamente, no me vio, pero justo cuando me crucé con él, hizo una finta de las suyas y pisó raro el borde de la acera cayéndose al suelo de culo.

El paraguas salió volando y fue a aterrizar cerca de mi que lo recogí enseguida como enseguida fui a ayudarle a levantarse y preguntarle si estaba bien en mi perfecto japonés con acento de Bilbao.

Él ya estaba de pies. Concretamente de pies mirándome con una cara de mala hostia de las certificadas: no se fiaba un pelo de que ese paraguas se le iba a devolver. No me quitaba el ojo de encima.

Pero el caso es que no gritaba.

Yo, por supuesto, le devolví el paraguas preguntándole si estaba bien una vez más.

Y ya superado el bloqueo que le impuso la situación, ya con el paraguas en su mano, supe que sí, que estaba todo en su sitio al dedicarme, a mi y a media prefectura, algo entre un aullido y un gruñido que se escuchó hasta en el Parco de Chofu. Ríete tú de los irrintzis.

Yo, que ya me lo veía venir, ni me inmuté. Casi hasta me alegré, te lo digo también.

Él cogió el paraguas, casi me lo quitó de una hostia, lo sacudió un par de veces riéndose en alto sin parar y se fue sin ni siquiera un amago de reverencia. Allí no había pasado nada y mucho menos con ningún gaijin.

Y el caso es que esta mañana me lo he vuelto a cruzar.

Y no ha dicho ni MÚ.

Empezar de nuevo, otra vez

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Allí me encontraba yo, fíjate tu: en aquel medio bar medio restaurante español de uno de los rascacielos más emblemáticos del horizonte de Roppongi, «skyline» que diría algún influencer cancamusino, con un par de japoneses y dos cazuelas de «ajillo». Porque ajillo, aquí, no significa que uses un par de ajos picados con guindilla como técnica culinaria que aplicar a un ingrediente principal a elegir, aquí ajillo siempre son gambas al ajillo. «No matter what», que diría el de los reels de antes. Si me apuras, a veces, le echan hasta champiñones.

Total que me estaban ofreciendo trabajo. Un ex compañero con el que coincidí en una empresa anterior me estaba reclutando. Yo fui a aquella quedada esperando rememorar viejas historias de medio amorios de oficina y lo que me encontré fue que me estaban sobornando, a puro ajillo y cervezas Mahou, con el fin de que siguiese rascando teclas, sí, pero a poder ser las de la empresa de su amigo, el otro japonés que tenía enfrente.

Hostia qué guapo era aquel otro tipo. Mi amigo era de mi misma estatura, con gafas, con pelazo a lo japonés, claro, porque aquí no trabajan amplia gama de pantones naturales en el pelo precisamente, que son todos morenos, pero tienen un pelazo que flipas la mayoría.

Qué envidia, coño.

Bueno, pues el que estaba con mi amigo era el jefe de la empresa que me estaban engolosinando, un chaval muy alto y muy guapo. Guapo de verdad, como si fuese modelo o actor, no me pegaba nada que me estuvese contando mierdas de Amazon Web Services y Google y aplicaciones y no sé qué.

Dedícate a poner morritos y hacer vídeos, tu que puedes, pensaba yo.

En nada me decidí, las cosas como son. Enseguida les dije que me iba con ellos, porque aunque hace años que ponerme a teclear por obligación me sigue pareciendo una reputísima mierda, también es cierto que me gano la vida con ello y se me da bien y ya que hay que ganarse los onigiris, pues hacerlo donde mejor le traten a uno.

Me hicieron una entrevista con una tercera persona, un trámite si me preguntas, aunque lo disfrazaron de cierta formalidad con hasta pruebas de programación en una pizarra y todo. Otra farsa más que superé, muchos años lleva ya colando esta mierda, pensaba yo, el día que descubran que me da todo entre igual y un carajo, me quitan el título de Deusto.

Y empecé a trabajar en aquel mismo rascacielos del horizonte de Roppongi («un skyscrapper del skyline que te sorprenderá»), uno que si te fijas es todo de cristales verdes y que tiene como una raja en diagonal por la mitad que sobresale. Seguro que si lo ves, sabes cuál es y más o menos donde queda ese triángulo del medio, ahí es donde se me podía encontrar entre semana de 9 a 18.

Poco tardé en cambiar dejarme llevar por lo que me decían por moldear mi rutina dentro de los márgenes que las obligaciones me imponían. Me resistía a ir en tren todas las mañanas así que empecé a ir en bici algunos días, otros me bajaba muchas estaciones antes e iba corriendo y me daba una ducha rápida en el gimnasio de al lado de la oficina antes de entrar, o iba al mismo gimnasio a mediodía esquivando comidas con los compañeros de empresa… siempre es lo mismo, siempre acabo priorizando lo mío porque al final es lo que me quedo conmigo.

Me gané, siempre pasa al principio, fama de aprender rápido y de sacar tickets y tareas a toda velocidad. En las reuniones semanales siempre suele haber más pasos a producción míos que de otros programadores. Esto siempre me ha hecho mucha gracia, porque no es porque sea más listo ni trabaje mejor, simplemente es que tecleo muy rápido y se me da bien buscar por internet. No es más que eso, que de tantos años, ya me sé los trucos y me sigue divirtiendo ver que nadie se da cuenta.

Lo de teclear rápido me viene de largo y de esto sí que puedo presumir. Con catorce años me ofrecieron trabajo pasando textos escritos en hojas a mano al ordenador, de mecanógrafo, vaya. Me pagaban por líneas, se pactaba el tipo de letra, el espaciado y la justificación de los párrafos para que no hiciese trampas, y si el documento final tenía 120 líneas, pues se me pagaba, qué se yo, 500 pesetas, no me acuerdo pero no estaba mal. Era un periódico local que empezaba y nadie tenía ordenadores en sus casas, yo tampoco pero había un centro cerca al que se podía ir y allí me saqué yo mis buenos cuartos. Y de tanto teclear, tengo el culo pelado y ya me sale solo.

Y esto, que yo pensaba que simplemente me valía para financiarme paquetes de fritos barbacoa y la Micromanía, resulta que me ha hecho destacar tanto escribiendo en este blog, donde prácticamente aparece en tiempo real lo que se me pasa por la cabeza, como programando porque me da tiempo a probar muchísimas cosas en la mitad de tiempo que algunos compañeros que teclean «normal». En lo que alguien piensa una solución y la prueba, yo ya llevo tres descartadas.

Insisto: demasiados años lleva colando. Cualquier día me pillan y me deportan, a lo Trump.

También se forja uno una imagen, una reputación, si me apuras. Los que te ven todos los días, los que tratan contigo saben tus porcentajes, saben cuántas veces, de todas, has sido amable cuando te han venido con alguna historia. Intuyen, aunque no lleven la cuenta, que si tu vas a llevar tal o cual desarrollo es probable que vaya bien o que vas a meter más o menos la pata… en definitiva, se hacen, como tu te haces también de ellos, una imagen en su cabeza de qué se puede esperar de cada una de las cartas de la baraja de esta partida de póker diaria y, muchas veces inconscientemente, actuas en consecuencia. Si yo sé que el de las gafas de pantalón vaquero y chaqueta de traje me va a contestar siempre con un 後で (luego te lo miro), pues probablemente acabará siendo el último al que le pida algo la siguiente vez.

Por eso siempre doy las gracias, por eso siempre guardo las formas, por eso siempre cultivo mi avatar; mi skin de compañero de trabajo va impoluto, con todos los extras, se sabe todos los trucos, tiene todos los emotes del Fortnite bien prestos en la recámara para ser exhibidos cuando toque.

No se me olvida desde el viernes que cuando escribí el mensaje de despedida en el chat de la que es ya mi anterior empresa, una compañera me contestó: «siempre me dabas las gracias cuando acababa los tests de tus desarrollos y me alegrabas el día», y después una carita de esas medio de sonrisa medio llorando.

Como la mía de ahora, más o menos con el mismo pelo y todo.

Porque todo el resto puede ser la inmensa farsa que yo creo que es, pero el trato con y entre las personas que te rodean macera el poso que quedará al final cuando ya no estés con ellos.

Porque siempre pasa, aunque no te lo parezca ahora: dejarás de ver a esa gente un día y entonces no te acordarás de errores de typescript ni plazos de entrega ni dockers ni hostias, tu corazón se ha quedado con cómo te caía y cómo te trataba… con cómo te hacía sentir, de si te alegrabas de verle entrar por la puerta por las mañanas o esa alegría era, sin embargo, cuando mandaba el email de que ese día no iba a trabajar porque estaba enfermo.

El viernes, después de 6 años y 3 meses, me despedí de mi ex compañero de trabajo, ya por partida doble; diré ya que mi ex jefe por simplificar. Y me hicieron una despedida en un restaurante español, tal y como empezó esta aventura: pidiendo «ajillo» al camarero sin tener que especificar qué está al ajillo porque se sobreentiende que son una mezcla de gambas y champiñones sin criterio alguno. Y cuando me tocó decir unas palabras, me emocioné muchísimo porque tengo mucho que agradecer, porque me lo he pasado muy bien esta media docena de años, porque me llevo un muy buen sabor de boca y, algo que no me había pasado nunca: cierto grado de arrepentimiento por la decisión tomada.

Porque mi ex compañero, que ahora es mi ex jefe, es y creo que será siempre mi amigo porque nunca, y mira que han pasado cosas, nunca ha tenido una mala palabra ni un mal gesto conmigo y son ya muchos años. Y aunque las circunstancias no han cuadrado, por él podría haber seguido ignorándolas.

Pero ahora toca empezar de nuevo. Mañana mismo, en otra empresa, con gente que no conozco de nada haciendo no sé muy bien qué.

Toca elegir y configurar el skin de nuevo. He decidido que voy a ser muy elegante, que aunque el trabajo es «full remoto», habrá veces, sobre todo la semana que viene, que me tocará ir a la oficina y me van a ver como un pincel, no habrá calcetines que zapato marrón no cubra. Y le he subido a tope al muñeco la barrita de socializar, esa que siempre estaba en negativo. He decidido que voy a ir a todos los eventos que haya, sean comidas de compañeros, despedidas, quedadas… siempre que mis dos hijos y la persona más guapa del mundo que es mi mujer me lo permitan, claro, que el avatar de fathermarido estaba antes y en este he invertido más años.

También he decidido que voy a ser muy correcto siempre, incluso cuando haya situaciones desagradables, tirando de ironía en el peor de los casos, pero nunca reaccionando negativamente ni por chats, ni por emails ni mucho menos en persona. Y que voy a implicarme mucho más en lo que me toque hacer, como hacía cuando trabajaba en Bilbao, que siempre buscaba formas distintas de hacer lo mismo e incluso proponía, rapidez de teclado mediante, dos o tres soluciones alternativas a lo que se me pedía. Me he dejado llevar demasiado últimamente.

Mañana toca madrugar. Toca planchar la camisa blanca que me compré para la boda del Chiqui, toca sacarle brillo a los zapatos y hacer florituras imposibles con la gomina para que las salas de conciertos de mi frente sean solo entradas. Y sonreír desde que salga por la puerta hasta que vuelva a entrar, aunque no me acuerde del nombre de ninguna de las personas a las que voy a ver la coronilla a pura reverencia mañana.

Toca empezar de nuevo y, aunque con nervios, tengo todo preparado.

Deseadme suerte, por si acaso.

El tío de la mopa de Duskin

El tío de la mopa de Duskin

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Estaba yo ya en pleno rascatecleo ahí en el loft cuando llamaron al timbre. Ah, hostia, que aquí le llamamos «loft» a la parte de arriba de la casa, la buhardilla, vamos, que es donde tengo yo montada la madriguera.

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Más o menos era la hora en que suele volver Kota de la escuela, así que sin mirar en la cámara del portero, bajé a abrir raudo y veloz.

Craso error.

Aquel tío no era Kota, era un señor atacao que no paró de hablar desde que abrí la puerta, madre mía, debía tener el récord de ございます esputados por minuto a este lado de Tokio.

Joder, cómo caí en la trampa, como si tuviesen estudiadas las horas a las que los críos salen de la escuela para presentarse en las casas con la confusión, porque mira que suelen llamar parlapuñaos de estos que venderían a su padre por una comisión, que te ponen la cabeza loca con tal de que les compres algo y seguro que no les abrimos nadie.

Aunque los hay peores, que también están los que quieres que te apuntes al club megatrix de su religión chupiピルり, que de esos también se pasan unos cuantos al mes, pero de todos los equipos además: budistas, cristianos, mormones y hasta pelirojos he llegado yo a ver…

Mecagüen la madre que los parió a todos, también te digo, que las religiones son el mal mayor de la humanidad, menudo negocio. Cree en quien te salga del nabo y déjame a mi que siga yo creyendo en Netflix, copón.

Bueno, a lo que iba: que no era Kota. Que era un chaval así joven muy pesado que hablaba sin parar y cuya conversación trataré de simplificar aquí, porque era de ese tipo de personas que decía la misma frase dos o tres veces, ¿sabéis lo que os digo? «Buenos días, buenos días, estoo, buenos días» a lo gallo Claudio.

— Hola, buenos días, hola. Mira, estamos de promoción, soy de la empresa Duskin, que tenemos un servicio de alquiler de mopas y tengo aquí una muestra gratuita para que la pruebes y …

— Al-qui-ler de-mo… No no gracias, no me interesa —le corto en seco, que ya me sé yo las movidas estas de pruebas gratuitas

— Pero pero, espere, por favor, espere. Que es que todos tus vecinos ya tienen una que la han recogido, que de verdad que no tienes que pagar nada

Y me planta ahí una especie de paragüero de diseño del que sobresalen dos palos que supongo que acabarán en sendas mopas ahí dentro. ¿Dónde coño lo tenía metido? porque hasta ese momento no se lo había visto.

— Que no, que no quiero nada, que luego es un jaleo para devolverlo y seguro que me venís con historias。めんどくさそうだから、大丈夫です。

— No de verdad, por favor, que es gratuito que no tienes que pagar nada, de verdad, que no hace falta, que es gratis, de verdad, que lo pruebas y luego nos dices, que ya vendremos a buscarla

— Que no quiero mopas, coño —全然いらないけど、本当に

— Pero es que tampoco me puedo ir con ella a la oficina otra vez, que es un lío para mi, por favor quedátela, por favor por favor, que es gratis, de verdad

Jodé, el cabrón jugó la carta de dar pena. Qué perrete. Mecagüen la madre que lo parió. Pero es que me dio coseja de verdad, joder, que le veía ahí con carica y tan jóven, que pensé que estaría puteado en su empresa y que igual tenía un jefe cabrón, un salary man que nunca ceden los asientos en los trenes de estos sudorososos medio calvos peinados a lo Anasagasti, que huelen a algo entre café, tabaco mentolado y famichikis del conbini, con los huevos tan colganderos ya que hacen pie.

— Bueno, venga va, pero vamos que no lo voy a usar, te lo cojo para hacerte el favor

— Muchas gracias, de verdad, me das la vida. Gracias gracias —lo decía demasiado mecánicamente, era todo mentira fijo, me la estaba metiendo de través —Mira, relléname este papel, si no te importa, nombre, dirección, teléfono…

Esta es la mía, pensé yo, veo tu carta de la pena y contraataco con mi carta de gaijin.

— Mira, ¿ves?, mejor que te lleves las mopas, porque yo no sé escribir en japonés y no sé rellenarte ese papel, así que nada, muchas gracias y perdón, ¿eh? —y procedo a cerrar la puerta — 日本語食べません le tenía que haber soltado nada más verle.

El hijo la gran puta me pone la mopa enfrente de la puerta en un movimiento que no ví venir ni de lejos. Que casi me saca una paleta, el gachó.

— Bueno, entonces nada, con que pongas tu nombre ahí en inglés ya me vale, perdona, ¿eh?

Yo ya estaba pensando que si no le cogía las putas mopas, el maldito mentecato este de los tamagos me iba a rayar el coche o pincharme las ruedas de la Orbea que tengo aparcada fuera o algo.

Maldito tarado.

Total, que acabé con las mopas en casa y mi firma estampada en un papel que vete tu a saber si no le había cedido los derechos del sueldo del primer arubaito de mi primer hijo hasta los 20 años o qué.

Al llegar Chiaki, mi mujer, a casa, encima me echa la bronca por aceptar la movida y no puedo más que darle toda la razón que tiene. Porque otra cosa, no, pero de dar largas mi mujer sabe un rato largo, que haría llorar al mismísimo Jordi malo de Master Chef.

— No me interesa, adios.

Y portazo en keigo. En su puta cara.

Me pongo a buscar por internet, y resulta que la empresa Duskin tiene un servicio de alquiler de mopas, que tu usas eso por un dinero al mes y te las van renovando. Qué cosa más absurda, habiendo en los todos a cien unas parecidas. Pero mira tu, ya las tengo metidas en casa, tócate los huevequers.

Total, que busco un poco más y, hostia, que parece que esto de los vendedores agresivos moperos es un problema y que, a pesar de lo que te digan, si usas un poco la mopa luego te andan con que si les debes dinero cuando las vas a devolver y te medio coaccionan para que apoquines. Y la gente en plan compartiendo trucos para devolverlas, que si dejarlas en la calle con una nota, que si no contestar nunca al portero…

Buff… ya sabía yo que me la estaba liando aquí mi primo Tarado Moperero.

Así que dejé instrucciones precisas a los dos minions a tope de Redbull que tengo por hijos de que no tocasen las mopas y me olvidé del asunto.

Hasta que dos semanas y media después llamó a la puerta el mismísimo señor Tarambaners, el maldito loco que si le dejo entrar en casa me vende mi propia tele. Yo, siguiendo los consejos de internet, no le abrí la puerta. Y el maldito taralander no dejó de llamar, ¿eh?, venga a darle al botoncito, pin pooon, pin poooon, que le veía desde la cámara y el pavo comprobando ahí desde fuera a ver si veía a alguien por las ventanas, joder macho, ni que fuese hacienda, copón, ¡¿acaso me llamo yo Begoña y el tarado este es el juez Peinado?!?!.

¡Vaya fijación, ahí va la hostia!

Cuando al fin se piró el Flipado Mopero y un rato después volvió Kota, me trajo una nota que había dejado Moperander en el buzón: «espero que hayas usado las mopas y te hayan gustado, volveré mañana, podemos hablar de las condiciones del contrato y del servicio»

:peneke:

Al día siguiente dejé las mopas, intactas, en la puerta, estaban tal cual las había dejado él, diría que más lozanas porque hasta les saqué brillo con un trapo y todo. Y me tiré toda la mañana acojonado ahí mirando por la ventana dando un bote cual perrete chico en cuanto escuchaba el sonido de un coche por si era la furgoneta del moperrímo zumbado.

Y el caso es que el artista vino, se llevó las mopas sin llamar al portero ni nada y ni me enteré. Supongo que sería durante la reunión que tengo en la empresa por las mañanas, que fue el único rato que no estuve en plan vieja del visillo pegado a la cortina.

Ni nota en el buzón, ni papel ni nada. Lo que me dá mas miedo si cabe… compruebo las ruedas del coche, están las cuatro con todo su aire dentro, la bici sigue en su sitio… ¿me habrá meado el olivo de la entrada? ¿me habrá mangado un paraguas?

¿O igual soy yo que me monto unas películas que lo flipas?

El caso es que las mopas molaban.

Las cosas como son.

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La revisión médica

25

Ese día hubo que madrugar como hacía ya tiempo y el despertador sonó a las cinco y media de la mañana como el artilugio asqueroso que es. Y es que ese día tocaba la revisión médica de la empresa que este año cambió la clínica habitual de Okubo a una que queda a unos cuantos kilómetros más lejos de mi casa. Esto significaba un ratazo más en tren y el mismo ratazo menos de dormir, claro.

Mecagüen la leche puta, con lo a gusto que dejé yo de madrugar desde que trabajo desde casa.

Y encima tocaba recoger muestra de heces, que dile tu a mi cuerpo serrano que está acostumbradísimo a descargar el PDF a eso de las ocho de la mañana, que ese día le tocaba sacar la leña al patio dos horas antes y encima sin café ni té de agente catalizador del noble arte de fletar el catamarán.

Que a las ocho ya suelo tener yo a Jordan colgando del aro, que el perrete ya asoma el hocico cosa fina, pero coño, no a las seis que no es ni de día.

Nada que no había manera. Ni con chorrillo ni sin chorrillo.

A punto estuve de abortar la misión de lanzamiento, pero a última hora se me ocurrió tratar de engañar al estómago tomándome una infusión de aire, o lo que es lo mismo: un vaso de agua caliente. Y funcionó: sobre la bocina acabó saliendo la bola número 8 del billar. Menos mal que me acordé de desactivar el desagüe automático del inodoro, que se activa sólo cuando detecta que te levantas y vacía la cistena ahí a cholón. Jodé, que el año pasado las pasé putas para recoger la muestra del zeppelín antes de que se hundiese bajo el remolino.

Total, que misión cumplida y allí me vi yo ya camino de la estación con dos botecicos con muestras de mi esencia más auténtica, pelado de frío y con mas sueño que el vecino del de Bricomanía. Y en ese tren petado de gente me tuve que montar yo porque si no, no llegaba.

久しぶり。。。

Qué cosa esto. Por resumirlo en keigo antiguo: sería como decir «hostia qué puto asco da montarse en un tren en hora punta en Tokio».

Una mezcla de olor a café, sudor y desesperación. Todo el mundo mirando sus teléfonos móviles sin importarles estar en una situación completamente absurda, tan antinatural y estresante que volvería loco al mismísimo Bitelchus.

Cambié de tren y la cosa no mejoró demasiado pero al menos me pude sentar las cinco estaciones que me quedaban. Jodé macho, y pensar que yo antes iba a trabajar así todos los días… si no llevaba ni diez minutos dentro de esa lata de sardinas y ya estaba exhausto, coño. Por cierto que me cambio de trabajo y esta ha sido la razón principal: querían que volviese a la oficina y es una línea rojísima para mi que nunca más volveré a cruzar mientras tenga alternativas.

Y llegué a la nueva clínica.

Fiché y me dieron un pijama a cambio de dos botes de mierda, literal.

Me cambié y empezó el paseo paquípallá de pruebas médicas: que si te saco sangre, que si mea en este bote hasta la raya, que si la vista y el oído, el electrocardiograma, los rayos X y finalmente la prueba del bario. Qué movida es eso, chacho: te bebes el mejunje más parecido a la eyaculación de un camello que he visto yo en mi vida y unos polvos ahí raros que te hinchan el estómago, pero ojo que no puedes eruptar, tienes que aguantarte esa tormenta duodenal lo que dura la prueba. Y con la barriga en modo fugu enfadao te meten en una máquina que te da unos meneos de la hostia bendita mientras te van sacando radiografías del estómago, todo esto aguantándote sin eruptar, claro. Gira para un lado, para el otro, cógete bien de las barras que te ponemos poca abajo… bueno, también es verdad que acostumbrado al balancé de las fiestas de mi pueblo, esto es un paseo de jubilados, pero bueno, es un meneo guapo.

Y después te dan un laxante para que eches esa mierda (badabum chass) rápido porque, por lo visto, no es bueno que eso lo absorba tu cuerpo.

– Tienes que expulsar el bario cuanto antes, tómate esto y si en seis horas no lo has evacuado, tómate estas otras. Mira el baño cada vez que acabes y asegúrate que sea blanco.

Que mande el topo albino al remolino cuanto antes, vaya.

Pasé otra vez por recepción para entregar la carpeta que me iban rellenando según iba pasando todas las pruebas, a lo juego de la oca, cuando me dicen que tengo la opción de que una doctora me explicase los resultados de las pruebas. Hostias, ¿tan pronto?, joder pues si, vale, que luego me vuelvo yo paranoico perdido buscando qué significan esos números por internet.

Me dicen que en una hora están, que me de un paseo o me espere allí dentro si quiero, lo que me venga mejor. Hice un rápido análisis estomacal y como parecía que todavía no iba a hacerle click al portaminas, decidí darme un paseete y de paso comer algo, que tenía más hambre que el tamagochi de un sordo.

Al de una hora volví y efectivamente, tenían absolutamente todos los resultados de las pruebas que me habían acabado de hacer hacía UNA HORA: análisis de sangre, orina, lo del bario, la radiografía del pecho… Apenas había acabado de llenar aquél bote en el baño y ya sabían qué tenía o dejaba de tener.

En el futuro no sé si viven los japoneses, pero que están muy locos, te lo digo yo ya.

Total: el colesterol alto, como los tres o cuatro últimos años, y la creatina también alta como desde que la tomo para ir al gimnasio. El resto normal, como buen vasco de las encartaciones, la hostia pues.

Después me dieron un vale de comida que gasté en un platazo de pasta peperonccina y enfilé para casa sabiendo que los fuegos artificiales venían de camino y que era bastante probable que tuviese que hacer una o tres paradas técnicas para desalojar a los okupas. Más de un gato acostado dejé en estaciones entre esa clínica y mi casa, como Pulgarcito pero al revés.

Al llegar a casa me entró de repente un dolor de cabeza espantoso, no sé si por la sangre que me sacaron, el estrés de tanto tren, el cambio de tiempo o todo junto o qué, así que decidí acabar de pedirme el día libre.

Y así acabé ese fatídico martes: medio viendo capítulos de Mad Men y dando a luz bolitas de coco hasta que no quedó ni una molécula de ADN de camello en mi ser.

Añoro el tiempo de los blogs

22

Pues la verdad que sí.

Ahora que June, mi hija pequeña, ya no lo es tanto como para seguir reclamando cada segundo de cada minuto de la docena de cuartos de hora que me quedan entre trabajar y dormir. Ahora que Kota, mi hijo mayor, ya está más con otros que con nosotros. Ahora que vuelvo a ejercer mi derecho a ser el dueño real de mi tiempo, me he dado cuenta de que añoro el tiempo de los blogs.

Echo de menos levantarme por las mañanas con la cosa de ver qué me contabais de lo que se me había ocurrido por la noche. La diferencia horaria jugaba a ese juego; la mayoría de los que «escuchaban» lo que yo escribía, lo hacían mientras yo dormía.

Recuerdo que los mil grados centígrados del té mañanero y mi lengua se reconciliaban antes si esperaba leyendo y contestando a vuestros comentarios, qué coño, incluso borrando y bloqueando algún que otro trol que se pasaba a molestar, porque, supongo, cuando aquello, Twitter no era tan ciénaga como para ser el hábitat natural que necesitaban y es ahora.

¡Hostia!, hubo alguno increíblemente obsesionado con cada cosa que yo decía o hacía. Ahora que me acuerdo… ¡si hasta me medio reclamaron la paternidad de un chiquillo!.

Madre mía, aquella fue tremenda y me asustó de verdad hasta el punto de llegar hasta a dudar.

Menos mal que pasó pronto. :ikukin:

Pero a pesar de toda la soledad que llevaba encima, añoro llegar por las noches a esa casa vacía después de kárate, o de zarandearme la melancolía a puro trote por cien mil callejuelas de Tokio, y sentarme a escribir lo que se me había ocurrido o me había pasado ese o cualquier otro día. Y reescribirlo una y otra vez hasta llorar de lo bonito que yo pensaba que quedaba.

Y echarme a dormir con los ojos hinchados por pena y alegría a partes no siempre tan iguales.

Intenté, con cierto éxito, repetir la experiencia con los vídeos en Youtube, con los cortos en Instagram o TikTok, pero no es lo mismo. Siempre me ha gustado más escribir; me es más fácil, aunque no tenga mucho que contar la mitad de las veces. Es otra cosa, es más sincero, más real.

O que estoy mayor y no tengo el higo para chochins, que también puede ser.

Pero hoy parece que estos tiempos quedaron atrás. Hoy todo son vídeos, a poder ser cortos, con música a tope que capten tu atención por un rato antes de pasar al siguiente vídeo, y al otro, y al de después, y cuando te quieres dar cuenta, ya llevas una hora pegado al móvil y no te acuerdas ni de lo que has visto. Y tampoco importa mucho porque la mayoría de lo que sale ahí está absurdamente exagerado o es directamente mentira.

Pues me resisto, mira tu. Ahora que vienen más cambios en mi vida, he decidido que retomo el blog, que me niego a dejar de escribir.

Aunque no vuelva a ser lo mismo, aunque, permíteme, Cifu, ya no quede casi nadie de los de antes y los que hay hayamos cambiado. La mayoría somos padres, otros ikigaean y hay quien se ha vuelto más facha que los calcetines de Abascal, pero todos hemos coincidido en tener el blog con más telarañas que la decencia de Mazón.

Pues a mi no me sale de los cojones. Desde aquí reivindico que vuelvan los blogs y lo hago retomando el mío.

Volváis vosotros o no.