Esto que suena más raro que Buenafuente con lentillas es el nombre del templo más conflictivo de todo Japón. Es ese en el que se rinde homenaje a los soldados japoneses que fueron por ahí a armar bulla a otros países. Una vez al año, el presidente japonés hace una visita oficial para honrar a los llamados «héroes de guerra», y claro, los países de al lado llevan mosqueándose un montón de tiempo por tal gesto. Y más considerando las barbaridades que se les atribuyen en tiempos de guerra, especialmente en China.
Yo no tengo ni idea ni de lo que pasó ni de lo que dejó de pasar, pero he querido ir al templo a ver qué se cuece. Y, la verdad, me ha sorprendido.
Para empezar, en la entrada hay una pedazo de puerta torii que riete tu del arco de triunfo franchute.
Después de cerrar la boca, si andamos un poco llegamos a una estatua de un samurai, estatua homenaje al «ministro de la guerra» Omura Masujiro. Ya empezamos a ver por donde van los tiros, ¿eh?
Y entonces te encuentras con una puerta de madera preciosa, y un templo en el que ya había estado, pero que no tenía ni idea de que era el Yasukuni. Es un templo pequeño, pero muy bonito, rodeado de un montón de cerezos y un escenario para teatro. Es más, me he enterado que es uno de los sitios típicos de Tokyo para ir a ver a los cerezos.
Más allá de la estatua del Samurai, de un policia que está justo en la puerta (esto es raro), y de una bandera de Japón allí en las alturas, yo diría que es un templo precioso. Un sitio para ir a visitar sin buscar más jaleo que una buena excursión para hacer.
Pero detrás del templo está el museo más antiguo de todo Japón cuyo tema es, como decirlo… la ¿historia militar de Japón?. Sólo dejan hacer fotos en la entrada, que son las que os enseño aquí, pero os voy a intentar contar un poco lo que hay dentro.
Se va repasando la historia de Japón, las guerras que el ejercito japonés ha ido librando. Y nos ponen personajes clave con sus biografías, nos enseñan armas, desde katanas hasta fusiles, armaduras de samurais, cascos…
Y después en una gran sala hay un par de aviones de esos que hemos visto todos en las películas con su bandera de Japón en las alas, dispuestos a estamparse con piloto y todo contra el barco americanini de turno. También hay un tanque real, un submarino, diversos tipos de torpedos e incluso una gran colección de objetos recogidos del campo de batalla: armas medio rotas, cascos con agujeros todo oxidaos… En fin, ya véis que si no os apasiona esto de la guerra, os vais a ir de allí con una sensación de tristeza del copón.
También hay una sección dedicada a las muñecas japonesas que se ofrecieron a las almas de los soldados japoneses que murieron en la guerra sin haber llegado a casarse. Para que sus almas descansen en paz, o eso dicen.
Pero lo más inquietante viene cuando uno entra en una de las salas con los muros «empapelados» de fotos de soldados japoneses muertos en la guerra. No sabría deciros cuantos había, pero dado que eran tres salas llenas, yo calculo que más de 3000. Había incluso una especie de guía donde buscar la foto en base al nombre. El calificativo que se les daba es de héroes de guerra, y sin entrar en polémicas, yo os juro que me fui de allí con un nudo en el estómago.
Al salir, me fui al otro lado, y me encontré con un jardín japonés precioso, con su lago y sus carpas que no podían faltar. Es muy pequeño, pero uno de los más bonitos que he visto en Tokyo.
Así que el ikuconsejo de esta excursión es el siguiente: si coincide que es primavera, pasaros por el templo, porque es digno de ver, y además con los cerezos en flor se llena de representaciones y puestos de comida. Merece la pena verlo, de verdad, junto con el jardín japonés y además al otro lado de la calle tenéis el Budokan.
En cuanto al museo, yo no le he encontrado ningún atractivo, y aunque tenía que ir para opinar, no volveré.