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La mejor foto de Mayo


Estaba en casa viendo la tele, aunque con los ojos más cerrados que abiertos. De repente, se escuchan tambores, flautas, risas, voces… como si fuese una película.

Me asomo a la ventana y veo una especie de procesión. Me visto lo más rápido que puedo y los nervios casi no me dejan encontrar la cámara de fotos.

Esta imagen es la única que le pude robar a tan preciado momento. Pasaron por la puerta de mi casa, sin avisar. Y yo soñé con ellos.


Otras imágenes robadas a otros momentos:

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La mejor foto de marzo

Empezaba a hacer calor, así que me emocioné y esa tarde decidí intentar ir en bici a ver el mar desde mi casa. En teoría parecía estar cerca, y el sol me animó muchísimo. Así que empecé a pedalear para donde yo creía que era.

Tres horas más tarde, ya de noche, aparecí muy cerca del Rainbow Bridge. Era una zona industrial, y yo apoyé la bici en la valla de una fábrica. Saqué una lata de café caliente, y frotando con ella mis manos, me dejé hipnotizar por el baile de luces rojas de los edificios y el susurro del agua movida por el viento. Sintiéndome orgulloso de haber llegado allí por mis propios medios, busqué el móvil con la intención de sacar una foto y enviársela a algún compañero de oficina, pero se había quedado sin batería.

Y entonces una sensación de soledad infinita se apoderó de mi. No era tristeza, sino que fui capaz de sentir que estaba totalmente solo en aquél lugar. Miré al cielo y no vi estrellas, miré a mi alrededor y no había nadie, ni siquiera parecía haber vida dentro de aquel mar.

Me dejé llevar por lo que veía, por lo que escuchaba… por lo que sentía. Quizás estuve inmóvil treinta minutos, o quizás fueron cinco, pero cuando volví a coger el manillar de la bici, fue como si despertase.

Tardé algo menos en llegar a casa, me dolían las piernas y tenía mucho frío. Después de darme un buen baño caliente, me metí en el futón. Mi cuerpo desfallecía de cansancio, pero por alguna extraña razón, me sentí en paz.

Mi vida en Japón en fotos:

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La mejor foto de Febrero


Para que no se me olvide nunca el frío que he pasado y sepa valorar el calor que empieza a venir.

Con el permiso de Isshou, tomo prestada la poesía de un tal Paco que me dejó en los comentarios que me regalasteis hace unos días:

Si para recobrar lo recobrado
debí perder lo perdido
Si para conseguir lo conseguido
debí haber sufrido lo sufrido
Si para estar enamorado
fue menester primero estar herido
Tengo por bien sufrido lo sufrido
tengo por bien llorado lo llorado
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado

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El segundo día

Dormí de un tirón, como hacía tiempo que no pasaba, me di una ducha rápida y baje al comedor del hotel. Me recibieron como el extranjero que soy, es un hotel en el que están acostumbrados a tratarnos. De alguna manera, me siento incómodo cuando me hablan en inglés y siempre tiendo a contestar en japonés. Mi conversación todavía no es muy buena, pero nunca mejorará si no me obligo a intentarlo allá donde voy.

El desayuno fue caro, pero mereció la pena. Por las ventanas del comedor entraba un sol radiante que me hacía soñar con que, quizás, hoy iba a ser el día en el que iba a ver el Fuji de una vez por todas. Ya estuve aquí y ni siquiera lo pude imaginar, así que se de lo que hablo.

Pasé rápido el trámite de recoger la habitación y pagar la factura. Con una sonrisa, pasé por delante de la cafetería con baños gratuitos para pies, y cogí el tren que me iba a llevar al telesférico.

De día apetecía menos meter los pies en el agua… pero es un detalle de todas maneras.
La sensación está entre miedo y emoción.


Del suelo de la montaña salía humo y un olor a huevos podridos típico del azufre

Nos subimos en el vagón y de repente estábamos volando en dirección a la cima de la montaña. Un niño no paraba de repetir el color de los vagones con los que nos cruzábamos, y un chico no paraba de hablar en voz muy alta. Yo observaba, con la cámara en una mano y la mochila entre mis pies.

Entonces llegamos a la cima y el monte Fuji cubierto de nieve apareció ante mi. En el vagón todo eran gritos de sorpresa y admiración. Yo callaba. No podía creérmelo. El enorme volcán tantas veces visto en películas y postales, de repente estaba allí pero de verdad.

Todavía no me acabo de creer que esta foto la saqué yo…

No podía dejar de mirarlo y todo lo demás pasó a un segundo plano. Alguien me tocaba el brazo, miré y era mi compañero de viaje que me señalaba la mochila, que se había caido. Quizás llevaba un rato intentando avisarme.

Y en la cima de la montaña vendían los huevos negros que os conté ayer. Hello Kitty los anunciaba

Y entonces llegamos a la otra ladera de la montaña. El Fuji se ocultó tras los montes, y yo me dispuse a hacer el viaje en barco a través del lago que baña el valle. Un barco, que bien pudiera ser de la armada española, me llevó hasta otro lugar. En la misma hora había viajado en tren, funicular y barco. De alguna manera, el capitán del barco hizo que el Fuji apareciese de nuevo.

Hubiese ganado mucho si el barco fuese de estilo Japonés

Tenía hasta cañones

Este fue el absoluto protagonista del día, sin lugar a dudas

En la oficina me dicen que está bastante lejos de Hakone. Tiene que ser impresionante verlo de cerca

Y, quizás demasiado pronto, el viaje se acabó



Así que ya iba siendo hora de andar un poco. Y lo hice siguiendo dos o tres kilómetros del antiguo camino Tokaido, que unía la antigua capital de Japón con la nueva. De Kyoto a Tokyo a pie en tiempos de samurais y geishas, de shogunes, katanas y ninjas.

Como me lo imaginaba, entre árboles…

Y llegué al punto de control que unas cuantas décadas antes se estableció en la zona. Los libros dicen que el shogún no permitía salir a ninguna de las familias de los señores feudales de Edo, la antigüa Tokyo, y aquí es uno de los lugares donde se aseguraban de que esto no ocurría.

La puerta por el lado de Tokyo, o Edo en aquella época

El puesto de la colina, por si acaso

Entonces me reencontré con algo que ya había visto siete años atrás, y compré lo que ya había comprado antes y pedí a alguien que me sacase unas fotos.

El Ikusamurai!

La ikugeisha!

El iku… ¿pescador?

Y un señor de una tienda cercana se me acercó y me preguntó si no me importaría que me grabasen para un anuncio de productos de Hakone. Ultimamente me estoy acostumbrando a que una cámara me vigile desde cerca, y tampoco tenía nada que perder, así que accedí.

El anuncio pretende anunciar los productos de madera de Hakone que son muy característicos, así que yo me limité a recorrer la tienda deteniéndome en cada producto y manteniendo una pequeña charla entre japonés e inglés con la chica de la cámara.

Al acabar, me dieron un sobre con un regalo, y me fui por donde había venido sin acabar de creerme que quizás salga en un anuncio de la televisión promocionando productos de este increible lugar.

Volví en autobus hasta la estación de tren y opté por coger el Shinkansen, el AVE de aquí, que me ahorraba cuarenta minutos de viaje a costa de pagar el triple.

Una vez en casa, descargué las 243 fotos en el ordenador y las fui viendo una por una hasta que se me cerraban los ojos.

Y me metí en el futón. Por primera vez en 8 días, puse la alarma para ir a trabajar al día siguiente.

Y soñé que jugaba entre la nieve.

La mejor foto de Noviembre

Un día soleado después de una tormenta, con nubes deshaciéndose al calor de los rayos del sol. Sin embargo, hace frío.

Tokyo está a mis pies, y desde donde me encuentro, estoy a la par con el monte Fuji que vigila la ciudad desde el otro lado. La cámara no acierta a verle muy bien, pero yo dibujo su silueta y se que está ahí escondiéndose de mi. El sol me ayuda a localizarle, trazando una línea recta entre él y yo.

No me importa que te escondas. Yo ya te he visto.

El Zeppelín y Matías

He tenido que ir a la oficina a trabajar el sábado, y el domingo el tiempo ha estado un poco «furero» que diría mi madre. Pero aún así, he podido ver dos cosas que me han dejado chato.

Iba yo andando en lo que ya va siendo mi paseo habitual de fin de semana, cuando veo una cosa enorme volando por el cielo. Miro parriba, ¡¡¡ y me encuentro un Zeppelin !!!

Estilo Alemania!!! Cuando uno se cree que no se va a sorprender más….

En lo que saqué la cámara y le enchufé, ya casi se había ido! Era enorme, en serio!

Esto había que ikuinvestigarlo, así que mirando por ahí por Internet me he enterado de la historia y aquí paso a narrarosla:

Resulta que la Nippon Airship Corporation ha comprado un Zeppelin-NT a una empresa de Alemania. Que no les dejaron traerlo volando a Japón porque los rusos dijeron que tararí, que por su cielo no pasa un chisme raro de estos, así que lo desmontaron cual silla de Ikea, y lo trajeron en un barco especial desde los Países Bajos.

Se utiliza para dar «paseos» de hora y media alrededor de Tokyo. Lo suyo es que vuela a una altura entre 300 y 600 metros, mucho más bajo que un avión (yo ayer pensaba que me comía), así que el viaje merecerá la pena para todo el que tenga entre 126.000 y 168.000 Yenes a mano…

Y lo segundo que ha dado de sí este fin de semana más corto que las patillas de Kiko Matamoros, ha sido a este hombre que me lo encontré en Harajuku, y dos horas después, en Shibuya simplemente paseando por ahí y dejándose hacer fotos:

Mira que le he dicho a Matías que no me mezcle sake con gaseosa, que se sube a la cabeza!

La mejor foto de Octubre


No es solo una foto. Es salir de casa un domingo por la mañana acompañado por un sol que abraza el alma. Es coger un tren y aparecer en un parque y pasear bajo las hojas teñidas ya de un otoño melancólico. Esta foto es oir música a lo lejos y fundirme entre la gente y observar, reir, escuchar… degustar el momento. Y rebuscar en los bolsillos para tratar de devolver una ínfima parte de lo que me hacen sentir con algunas monedas cargadas de gratitud. Es intercambiar unas palabras, un saludo, un adios entre dos desconocidos unidos por la condición de ser diferentes al resto de la gente. Esta foto hace que se remueva el poso que aquel hombre me dejó aquella mañana.

Y me hace sentir bien…

Aquí para verla a tamaño real.