Archivo por meses: febrero 2015

La señora de los paraguas, por Guillermo

Ella siempre está allí en el cruce.

A su alrededor pasamos los demás. Algunos en coche, la mayoría en bici o andando, todos con prisa sin excepción. Ella sólo está allí apoyada en el guardarrail por el lado de la acera, no parece tener ningún sitio al que ir ni nadie que mire el reloj por ella.

Yo también paso por su lado cuando voy camino de la estación y ella siempre me mira y sonríe divertida. Digo yo que le haré gracia, o tal vez es que le sonríe a todo el mundo demostrando que se le puede alegrar a uno la mañana con ese gesto tan humano como escaso.

Así a los ojos de un occidental, le calculo unos setenta y pocos años, por lo que seguramente tendrá más de ochenta. Vive allí, lo sé porque la he visto entrar en su casa alguna vez.

A su lado siempre hay cuatro o cinco paraguas colgados del guardarrail o apoyados en la pared y uno pende siempre de su brazo. El tiempo es lo de menos: no importa que llueva, esté nublado o haga sol, la señora siempre está allí con sus paraguas.

Y siempre sonríe.

A veces barre la acera, aunque no esté sucia, con un ritmo lento pero constante, la espalda arqueada y los paraguas a mano. Y a veces cambia de sitio en el guardarrail para poder ver a la gente del otro sentido del cruce.

Hoy me ha parecido que por un instante ha pensado en hablarme pero en el último momento se ha arrepentido aunque, como para compensarme, me ha dedicado una sonrisa más amplia de lo habitual.

Creo que el próximo día le daré yo los buenos días.

Ignoro si vive sola, o qué hace el resto del tiempo que no está en aquella esquina. Creo que su cabeza no funciona todo lo bien que debería pero en su mundo de paraguas y aceras por barrer, de gentes que vienen y van, ella no duda en sonreír.

Parece feliz. Si algún día veo que le faltan paraguas, yo mismo los compraré y los colgaré del guardarrail.

Por verla sonreír.

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La señora de los paraguas, vivida y escrita en la soledad de un servidor en el año 2007, leída maravillosamente bien por Guillermo en la presentación del Ikulibro en el Instituto Cervantes de Tokyo.

Muchas gracias, Guille.

Carpe Diem

Últimamente el concepto de «Carpe Diem» se me asoma muy a menudo por la ventana. Las razones son múltiples y muy variadas: desde haberme convertido en padre quasicuarentón pasando por encuentros con desconocidos que me quisieron transmitir más de la misma idea, directa o indirectamente, de que estamos aquí mucho más de paso de lo que pasamos de pensar y que más vale que espabilemos.

Que todo cambia es la otra gran máxima que tengo presente veinticinco horas al día; tan obvia y tan obviada a la vez: nunca volverás a ser tan jóven como ahora, probablemente dejarás de compartir rutina con los que están a tu lado porque o ellos o tu os iréis a otros lados de otros que tampoco estarán siempre en vuestros entonces. Nunca tendrás la misma salud, la misma buena vista, engordarás, adelgazarás, se te estropeará y cambiarás de coche, de móvil, de moto, de ordenador, de televisión, serás padre de nuevo, te quedarás calvo, te subirán el sueldo, te echarán del curro, te querrán más y tu querrás menos o de pasada, o a destiempo o más que nunca… todo cambia, absolutamente todo. En serio: no des nada ni a nadie por sentado.

¡Digo yo!, ¡tu haz lo que te de la gana!

Podría decirse que tu vida es una sucesión de cambalaches, de trueques, a veces fugaces, a veces aparentemente estables, hasta llegar al definitivo de todos, momento en que tu no cambiarás ya más pero habrás impactado, espero que mucho, en la falsa estabilidad de los que te rodean… por un tiempo, porque después todo seguirá su ciclo. En Japón mientras incineran al fallecido, los familiares se dan un festín especial donde comen y beben en abundancia y se camufla la evidente tristeza recordándole con la mayor alegría de la que se es capaz. Curioso que sea tan diferente el concepto que se tiene de la muerte.

Es por todo esto que creo que hay que saber ver, valorar, querer, incluso odiar lo que está a tu alrededor con la perspectiva del tiempo: en su justa medida porque tarde o temprano no estará ahí. Si sabes que algún día dejarás de coger ese tren, quizás no te importe ya tanto que esté tan lleno cada mañana, no será nunca así, seguro además que no.

La lectura positiva, lo que dicen siempre es que hay que aprovechar todo lo mejor que se pueda cada rato, cada momento, el Carpe Diem.

¿Pero qué es eso del Carpe Diem? me preguntaba alguien hace poco, «¿cómo es eso de vivir la vida al máximo cada día?, porque eso en plan zen está muy bien, pero cuando llego a casa después de trabajar no tengo muchas ganas de ponerme a bailar en el salón.»

Y es verdad que no es tan fácil porque además cambia totalmente dependiendo de la persona, de la etapa de tu vida, del lugar en el que estés.Yo le he dado muchas vueltas y he apuntado las dos últimas semanas de mi vida centrándome en este aspecto.

Aunque no demasiados, he tenido días malos, de estos que te encuentras muy cansado, con dolor de cabeza, que no tienes ganas de nada más que llegar a casa a dormir lo antes posible, cosa bastante imposible con un hijo de un año esperándote dando botes para que le bañes. Aún así, ha sido constante que nada más verle, lo que queda de día repunta, se rectifica. Así que es claro que una de las constantes de mi Carpe Diem es mi familia, es Kota y es Chiaki. Pasar tiempo con ellos forma parte de mi idea de aprovechar esta etapa de mi vida al máximo.

La gran mayoría de los días han sido buenos anímicamente hablando. Venir en bici a la oficina por las mañanas me da energía para el resto del día, además si voy a Karate o a una clase del gimnasio de pegar saltos al que voy, salgo siempre cansado pero con sensación de plenitud. Es claro que hacer ejercicio es otro parámetro que ha de estar fijo en mi ecuación, no solo por la sensación de bienestar de ese momento sino por saberme capaz de realizar cualquier otra actividad física sin demasiado esfuerzo: desde jugar partidos de futbito corriendo como el que más hasta cargar a Kota a hombros todo el día o meterme a correr una cuarta parte de la maratón de Tokyo con el Chiqui para apoyar al Lorco así de locura de última hora. En mi caso, encontrarme fuerte físicamente es esencial para mi felicidad. Un día sin hacer ningún tipo de deporte es un día no aprovechado según mis estándares.

Llevamos un par de sumandos ya: Chiaki-Kota y hacer ejercicio. Sigamos buscando.

En Tokio es bastante barato comer fuera, por supuesto es mucho más barato cocinarte tu comida que es lo que hacemos siempre excepto los fines de semana donde solemos comer en restaurantes. Nada del otro mundo: a mil yenes más o menos por cabeza, pero yo me he dado cuenta de que para Chiaki una parte importante de su felicidad es la comida. Le encanta probar restaurantes nuevos, platos nuevos, lo disfruta muchísimo. A mi me da igual, quiero decir que entre semana, por ejemplo, no es raro que me zampe lo primero que pille «porque tengo que comer» como una bolsa de ensalada del supermercado sin aliñar o el primer onigiri que pille del combini, por ejemplo. Pero me embelesa verla contenta, cosa bastante fácil por otro lado, así que procuro aprender a cocinar cosas nuevas o buscar nuevos restaurantes donde ir. En este caso, el punto clave es que si los míos están felices, yo estoy feliz. Es como la rutina de pasar por el todo a cien al volver del trabajo y comprarle cualquier gilipollez a Kota que seguramente acabará en la basura en menos de una semana, pero que hace que cuando entro por la puerta venga corriendo con toda su ilusión a ver que es.

Me reafirmo en algo que intuía: invertir en la felicidad de los míos revierte, doblado, en la mía propia.

Siguiendo con este argumento de sumar momentos, diré que he descubierto que uno influye en las vidas de otros y que es altamente gratificante hacerlo de manera positiva porque eso juega también a tu favor. Por ejemplo: tengo la rutina de estudiar japonés al menos una hora antes de entrar a trabajar en la cafetería que queda enfrente de mi trabajo. Veo a las dos mismas dependientas todos los días y nunca dudé en sonreírles y darles los buenos días desde la tercera o cuarta vez que entré. Suena básico, ¿verdad?, pues es curioso como aquí nadie lo suele hacer… en Tokyo va todo tan rápido que en la relación cliente-tendero el primero a veces ni abre la boca mientras que el segundo no la cierra, el nivel de educación está increíblemente desequilibrado. Pero yo creo que vale la pena embellecer la rutina: es importante el pequeño detalle, la sonrisa, la mueca, el gesto, el saludo afectuoso. Ahora ya no les pido lo de siempre porque me lo ponen directamente, y el sandwich del morning set ya viene sin tomate. A veces me he llevado alguna chocolatina de regalo, o treinta segundos de conversación entre clientes. Quizás no tenga demasiado sentido, pero me gustan los dos momentos: el de entrar y pedir y el de salir y despedirme. Quiero creer que a ellas también les hace cierta ilusión verme. Siento, pues, que es importante la relación con los demás, tener un buen talante en cada situación y lugar acaba condicionando tu estado de ánimo y por ende, tu felicidad.

Y finalizando ya, que menudo rollo, diría que si no tengo la sensación de evolucionar, de mejorar, si siento que pasa el tiempo y no hay progreso en algún aspecto de mi vida, entonces no me sentiré satisfecho y por tanto no estaré exprimiendo ni el Carpe ni el Diem. Debo ser capaz de hacer algo mejor ahora que hace un año, por ejemplo: Karate y algún kata más, más kanjis, mejor conversación en japonés, ser capaz de hacer mejor trabajo en menos tiempo en la oficina… debe haber más mejoras que retrocesos, que será inevitable que los haya (ahora mismo no sería capaz de correr una maratón, por ejemplo).

Así que el Carpe Diem, vivir la vida a todo lo que de no creo que sea estar todo el día con la sonrisa puesta dando botes porque eso no va a pasar, no siempre se tiene cuerpo ni ganas ni se dan las circunstancias. Pero hay que aspirar a que se den, hay que provocarlo, poner empeño propio en que se encadenen el máximo número de momentos de bienestar, de buen rollo, de cualquier sinónimo de felicidad que se os pueda ocurrir. Hay que pararse a pensar en qué y cómo conseguirlos y poner énfasis, diría que incluso ser estrictos con vivir en base a esos principios. El resto debería venir solo.