El sábado pasado fue el primer día que Kota y yo nos dimos un paseo sin Chiaki. Hacía mucho que no daba un paseo solo por pasear y hacía mucho que no lo hacía solo. Bueno, Kota estaba conmigo pero como no habla mucho… hombre claro que no, Kota perdona, por supuesto que no estaba solo, pero como yo no sé si me entiendes cuando te hablo pues me puse a pensar en mis cosas mientras recorría calles repletas de tiendas envueltas en música de flautas y tambores provenientes del hilo musical que se dejaba escuchar gracias a altavoces colocados sutilmente en farolas aquí y allá. Cada vez que se estrena año pasa lo mismo por estos barrios: la mitad de las tiendas cerradas y el CD de música tradicional de año nuevo en modo loop.
Feliz año, por cierto, que casi se me pasa.
Total, que mi hijo colgaba de mi pecho gracias a uno de esos artilugios pensados para que los padres le tomemos el relevo por fuera a las madres que ya dejaron de llevarlo por dentro. A veces dormía y a veces me miraba. Kota, en algunas ocasiones parece que te esté diciendo un montón de cosas cuando te mira fijamente. Parece decirte: Oskar o papá o como sea que te llamaré, lo estás haciendo bien, no te preocupes tanto, hombre, que yo estoy bien.
También es verdad que otras llora como si le estuviésemos haciendo al baño María.
Pero el sábado no hubo problema alguno, ni frío hacía y Kota se dedicaba entre balbuceos y sonidos que solo él entiende a mirar el cacho de Tokyo en el que le ha tocado nacer. Espero que hayamos elegido bien.
Y yo, que le miraba desde arriba, me puse a pensar en un montón de cosas. Me acordé, me acuerdo, que el año pasado lo empecé con una escayola adornando mi brazo izquierdo y que más que el dolor, lo que peor llevaba era no poder hacer nada de lo que llevaba haciendo hasta entonces: vacaciones forzosas de Karate, de correr, de cualquier actividad física… lo llevé bastante mal y mira que yo más que optimista soy un feliciano. Tan harto estaba que cuando aquel día el tren frenó de repente y me golpeé el brazo roto contra una barra metálica del vagón supe que nada me iba a sentar bien desde por la mañana; estaba hasta los huevos de mayormente todo y aquella mañana me cansé de esperar emails de editoriales que nunca llegaban y decidí que el libro lo iba a sacar por mi cuenta, hubiese que hacer lo que hubiese que hacer.
¡Eh! de las mejores decisiones del año, acaban de llegar los 500 ejemplares a Barcelona y ayer mismo envié los PDFs a los que eligieron la opción en la campaña de crowdfunding.


Si algo iba a marcar sin duda el 2013 era que me casaba con Chiaki en su templo. Ya estábamos casados por lo civil, pero queríamos hacer algo bonito en el templo que era su casa antes de venirse a vivir conmigo. Yo siempre había pensado que deberíamos hacerlo allí, no se me ocurría un lugar mejor y supongo que a Chiaki tampoco aunque todavía hoy me resulta curioso que fuese yo el que lo sugiriese, quizás ella lo daba por sentado ahora que lo pienso. Lo que no sabía es que se iba a animar tanta gente a venirse a la boda desde España: no solo un montón de amigos de Bilbao sino que mi familia al completo, Javi incluido, llegaron a Narita para celebrar nuestro día que no quedaba otra que que fuese especial. Tan entusiasmado estaba por la llegada de todos que decidí escribirles una especie de guía de viaje para que descubriesen el Tokyo y los alrededores que me hubiese gustado que me contasen a mi si no tuviese más de una semana:
1- Tsukiji, Hamarikyu, Odaiba y Onsen

2- Honmonji, Sky Tree y Asakusa

3- Kamakura, Hasedera, Daibutsu, Enoshima, Ofuna, Yokohama

4- Tokyo Tower, Azotea del Roppongi Hills, Shibuya

5- Harajuku, Meiji Jingu, Yoyogi y Shinjuku

Sé que hicieron la gran mayoría así que fue un tiempo muy bien invertido porque cuando estaban aquí yo apenas daba abasto con los preparativos de la boda, mi familia y atender a la pobre Chiaki que por aquél entonces estaba pasándolo bastante mal por culpa del embarazo. Ya me habría gustado haber hecho las excursiones con ellos, ya.
Bastante antes de que viniesen y en plenos preparativos de la boda, recuerdo que un día decidí irme a casa en vez de a la habitual clase de Karate porque no me encontraba muy bien. Como Chiaki iba a llegar tarde y para hacer tiempo me bajé en la estación anterior donde hay un gran centro comercial y allí, sin haberlo planeado, acabé comprándome dos pares de zapatos que no necesitaba en absoluto. De propina, se me recalentó el alma al verme atendido por el señor de la tienda de zapatos. Profundamente conmovido entre lágrimas escribí aquella historia que también forma parte del libro. Los zapatos no me los he puesto más que dos o tres veces y resulta que ahora que compramos piso justo en esa estación y vamos muy a menudo a su tienda, él ya no está. Ojalá que sea porque le han trasladado a otra tienda o esté haciendo otro trabajo parecido en cualquier otro sitio.
Y finalmente vinieron mis amigos y mi familia y se celebró la boda. Fueron días de intensa emoción en los que yo no dejé de llorar prácticamente ningún día por diversos motivos aunque el mismo día de la boda se llevó la palma. Salimos temprano por la mañana al templo de mi mujer con mi familia, nos vistieron con kimonos incluyendo a nuestras madres y a mi sobrina, nos casó mi cuñado por el rito budista en presencia de mis amigos, fuimos en autobús al restaurante en un viaje eterno por un Tokyo atestado de coches y allí se sucedieron muchas sorpresas con mucha más gente que no cabía en el templo. Nos cantaron, nos leyeron cosas, nos hicieron un vídeo precioso… aunque la sorpresa mayor nos la guardábamos nosotros con otro vídeo en el que contábamos un poco nuestra historia de pareja y al final del todo anunciábamos que Kota estaba ya por llegar. Mi madre no dejaba de repetir «¿pero es verdad? ¿pero es verdad o es otra de las tuyas?»…
Los de callejeros se vinieron a grabar hacía un huevo, pero finalmente parecía que iba a salir ya el programa (me cuentan que en el día de reyes lo volvieron a poner).
Pero a mi lo que me tenía frito era un compañero de trabajo que me tenía muy amargado, tanto que hice un montón de entrevistas para irme de la empresa. Con todo lo bueno que me estaba pasando, lo feliz que estaba yo con mis cosas… aquella sensación no me cuadraba… me hizo reflexionar y creí darme cuenta que este concepto relativo de felicidad, al final del día, tenía mucho que ver con toda la gente con la que nos tocaba compartir tiempo y lugar y con como dejamos que nos hagan sentir.
Ahora me lo aplico y trato de no cruzarme o relacionarme con según que tipo de gente que sé de sobras que no me convienen. «Fintar a idiotas y sus idioteces» lo llamó un buen amigo.
Total, que apenas unas semanas después de que se acabase la vorágine de la boda, en vez de estarme quieto y descansar, estaba metido de lleno en la organización de la primera Feria de Abril en Tokio. Bueno, al menos la primera que sabíamos nosotros que se celebraba: nos las arreglamos para tener un bar español exclusivamente para nosotros por un día y montamos allí un Cristo importante en el que no faltó de nada. Curramos un montón y no solo ese día sino desde muchas semanas antes, pero me reafirmó en mi idea de dejar de rascar teclas algún día porque menudo gustico nos dio todo. Aunque hubo paisanos «amigos»
que vinieron pero no pagaron la entrada y se quedaron fuera aprovechando el ambiente generado en la terraza… en fin, ellos verán, nosotros nos remitiremos al dicho de las fintas.
Precisamente en la organización de ese jaleo fue cuando por fin conocí a Chema, el famoso «niño cagao» que había salido en Callejeros hacía tiempo. Me pareció un tío muy salao y me dio pena que se fuese tan pronto ahora que no habíamos hecho más que conocernos. Estuvo graciosa la canción de despedida que se cascó en la terraza de los Lorcos aquel día cuando quedamos los organizadores del evento para dar cuenta de las sobras. Fue chica la que cogí aquella tarde así con la tontería…

Y en esas estábamos cuando de repente nos empezaron a llegar mensajes al teléfono ¡¡ que estábamos saliendo en la tele de aquí!! Resulta que aquí hay un programa de televisión en el que se van con la cámara al aeropuerto de Narita a entrevistar a los extranjeros que llegan. Les preguntan de donde son, a que han venido… y si lo que van a hacer les resulta interesante, les piden permiso para grabar un programa especial durante su estancia. Por ejemplo el otro día salió uno que se dedicaba a dar clases de esquí y le sacaron ahí dando clases y tal. Pues el caso es que pillaron a los Tosca ahí y nos pidieron permiso para venirse a grabar la boda al templo de Chiaki!!!
… peeero les dijimos que no (como cinco o seis veces porque no dejaban de llamar por teléfono para insistir). A mi tengo que reconocer que por una parte me hacía ilusión porque iba a ser un recuerdo muy gracioso que tendríamos siempre de aquel día, pero también es verdad que el asunto era íntimo y el tono del programa es en exceso de humor con lo que tampoco era plan. Aún así me queda la cosica de saber cómo habría quedado, ¡¡ juas !! (mi padre es el más salado del mundo, por cierto, qué arte!).
Y ahí siguieron pasando los meses… mientras trataba de acostumbrarme a mi nueva vida de casado con Chiaki y me planteaba retos con los que todavía sigo enfrascado, muchas tardes de verano las dediqué a programar «Por lo segao«, una web de cromos que no son más que fotos chorras con títulos chorras. La verdad es que me lo pasé muy bien metiendo cromos, pero un día me llegó una alerta de espacio en disco sobreutilizado y no he sido capaz de buscar cinco minutos para ver que está fallando porque no se pueden crear cromos. Intentaré retomarlo durante este año en cuanto se calmen un poco las cosas.
Lo que son las cosas, que justo antes de irme de luna de miel a Okinawa (pedazo de viaje, por cierto, ahí tenemos que volver como sea), estuve a punto a punto de cambiar radicalmente de profesión. Pero a punto a punto… ahora que ya no tengo los problemas que tuve a última hora aquella vez, resulta que mi puesto ya está cubierto… ¡fue cuestión de un par de meses solo! ¡se puede hacer!.

Y precisamente viendo las fotos de Chiaki embarazada en Okinawa fue cuando me puse a pensar en Kota, en mi hijo, en todo lo que significaba para mi que hubiese podido llegar a formar una familia después de todo. Y en lo lejos que sigo estando de los míos… Esa calurosa mañana de agosto le escribí una carta a mi querido hijo.
Cuento, con orgullo que lo que allí ponía lo estoy cumpliendo a rajatabla: menudas conversaciones en castellano tenemos a la hora del baño… aiss…

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Septiembre siempre es un mes especial: es el cumpleaños de Chiaki y el mío y siempre hacemos alguna celebración chula estilo irnos de viaje por ahí. Este año con lo de Okinawa y Kota a punto de nacer nos quedamos en casa y yo aproveché para lanzar la campaña de crowdfunding pensando en que igual si que iba a ser posible finalmente tener el libro. Ya sabeis el resultado porque sois parte de él: apoyo incondicional desde el primer momento, se consiguió el objetivo a las pocas horas y se cuadriplicó. Nunca sabré expresar lo suficiente mi gratitud, solo espero que el libro no os defraude.
Ojalá que no.
También fue cuando nos enteramos que Tokyo iba a ser la sede de las olimpiadas y no sé si porque Madrid perdió pero leí una serie de gilipolleces en muchos medios españoles sobre Japón que me dio por escribir una especie de artículo en el que trataba de contar que para mi lo mejor y lo peor de esta ciudad: Tokyo, la ciudad de los juegos.

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A finales de septiembre andábamos también a contrarreloj por conseguir la hipoteca que nos permitiría comprar el piso en el que vivimos ahora. Digo que íbamos contra el tiempo porque Chiaki salía de cuentas en un mes y todavía no teníamos claro si nos íbamos a poder mudar o no. Nunca habría pensado yo que me iba a comprar casa aquí pero mira, tener un hijo te hace que quieras tener una mayor estabilidad, darle cierta seguridad que antes no te importaba. Y lo conseguimos a pesar de tener mucho en contra por ser extranjero y no llevar demasiado tiempo con contrato indefinido. No faltó tampoco quien quiso quitarnos la ilusión de una hostia.
Por cierto, ¡qué risas con la mudanza!.

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Luego, ¿pues qué decir? ¿qué contar?, llegó Kota y todo cambió. Mi mundo, nuestro mundo se ha convertido en esa personita que nos mira echando babas, tirándose pedos como trolebuses y roncando como un abuelo. El parto fue larguísimo y Chiaki lo pasó muy mal aunque al final todo salió muy bien.

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Y para acabar el año antes de dedicarnos plenamente a Kota, y a parte de una segunda feria pero de Albacete esta vez, nos vimos envueltos en uno de los mayores saraos dedicados a España que se han celebrado por estos lares: un Spain Matsuri en el que pusimos un tenderete de tortillas entre otros pinchos diversos. Fue un fin de semana de no parar de currar hasta no sentir las piernas, pero menudas risas nos echamos siempre con Chiqui, Lorco, Germán, Manuela…!!!

Me caso en Tokyo con mi familia y amigos, me voy de viaje a Okinawa, me compro casa, nace Kota, saco un libro… me parece a mi que el 2013 va a ser un año que recordaré siempre. Este 2014 de momento se presenta tranquilito, pero no le doy yo más de un par de semanas más antes de que se empiece a liar… ya veréis!!
¡¡ Que no paréis de reiros de todo en el año 2014 !!