Archivo por meses: abril 2013

The way you make me feel

Esto cantaba Michael Jackson en aquellos años añejos perdidos ya entre la memoria adolescente que yo suelo dar ya por olvidada demasiado a menudo ahora que mi vida es tan diferente.

La manera en que me haces sentir.

Ahora que mi vida se antoja más seria que nunca, que parece que importa más lo que uno hace quizás por estar cada vez más lejos de los treinta, me he dado cuenta que muchos de los sentimientos que surfean la linde entre mi piel y mis venas están causados por la presencia o ausencia de las distintas personas que disfruto o padezco a lo largo de las horas que estoy despierto. Cómo me hacen sentir es algo que suma y resta en la cuenta de la felicidad diaria que a su vez acumula llevadas en el resultado final.

Y es algo que no puedo cambiar por mucho que lo intente. Importa poco si es trabajo, hobby o tiempo entre medias de los dos. Son las personas que están las que deciden cómo me siento. Curiosamente.

Mi padre: la persona más sencilla del mundo, un señor de pelo blanco, alma de poeta y dos o tres halagos en los bolsillos del chaleco que sacará y te soltará a la que coincidas un rato delante de él. El hijo pródigo que es un calco de su padre, que era mi abuelo, con sus historietas, sus manías, sus tretas y sus vicios imposibles de cambiar. Verle fumando en la puerta del todo a cien de al lado de mi casa en Tokyo con una lata de café caliente en la mano comunicándose por gestos y ademanes con los compañeros ocasionales de caladas y cenizas dijo todo de él. Si algo no le gustó, si tuvo jetlag no le oí quejarse en absoluto, sólo le escuché historias de lo que había visto o hecho en sus paseos matutinos diarios por el vecindario y palabras amables sobre mi familia política. Por eso, aunque no está a mi lado, basta acordarme de él para hacerme sentir bien, contento, con ganas de verle de nuevo. Sonrío y es de verdad.

El dependiente de barbas del supermercado: una persona arisca, seca, con una mueca de estas que parecen decir que el mundo huele mal en todo momento. Un chico con el que sólo tengo que coincidir una o dos veces por semana cuando no me queda más remedio que pasar por su caja y ver cómo, de mala gana y peores maneras, va pasando mi compra por su escáner para gruñirme algo parecido al precio. Un señor con el que no quiero compartir tiempo y espacio porque me hace sentir hastío, me cansa, me incomoda.

La señora mayor de Karate: alguien más cerca de los ochenta que de los setenta que siempre me espera a la salida de las clases para darme un botellín de agua y algo que ha comprado y que, dice, le recuerda a mi: una lata de anchoas de España, un paquete de café italiano porque al fin y al cabo todo «está a mano en Europa», una revista en perfecto japonés con un reportaje sobre flamenco… Alguien que no estaba en mi vida hasta hace nada, una perfecta desconocida con quien, sin embargo, quise compartir que me iba a casar cuando me iba a casar, que iba a tener un hijo cuando supe que iba a tener un hijo. Una señora japonesa a la que he visto más tiempo con un karategui blanco y un cinturón negro que con ropa de calle, una compañera de patadas y puñetazos a la que echo en falta si un día no puede venir porque le toca cuidar a su nieto. Alguien que a veces no está y que no me gusta que no esté. Me pregunto si alguien echará en falta que yo no esté en su día cuando no estoy.

Un compañero de trabajo que siempre llega tarde, que siempre está enfermo. Un tipo que suele llevar la misma ropa a diario, que no responde a los saludos ni saluda, que gruñe y tose más que habla aunque no por ello deja de fumar, que golpea el teclado con fuerza como si estuviese sólo en la oficina. Es una persona triste pero no porque esté triste, sino porque no tiene la capacidad de darse cuenta de cómo es. O no le importa, no sé qué será peor. Un fulano con el que me ha tocado trabajar y contra el que tengo una coraza con la que trato de hacer mi trabajo sin dejar que su atmósfera entre en la mía, que ha de ser hermética. Casi nunca lo consigo porque no le respeto y me acaba contaminando. No entiendo ni aguanto su forma de ser… verle entrar por la puerta hace que a veces me quede súbitamente sin fuerzas, que se me quiten las ganas de todo. Aunque no hable con él en todo el día.

La monitora del gimnasio, una chica extremadamente jovial que me preparó ejercicios específicos para volver a coger fuerza en la muñeca izquierda, que siempre que le toca empezar el turno, va persona por persona dando los buenos días reverencia mediante. Alguien que se sabe mi nombre aunque yo no me sé el suyo, que aguanta todas mis historias: que si me he caído con la moto, que si tengo competición de Karate, que si hoy he venido corriendo desde casa… y me sonríe y hace por que le cuente más y que parezca que de verdad le interesa. Siempre sonríe. Aunque sea su trabajo. Y por eso yo sonrío cuando la veo o cuando me acuerdo de ella.

Yo soy de ésta manera. Me ha tocado ser así y no lo puedo cambiar aunque lo he intentado: las personas me afectan, lo que hacen, sus gestos, sus palabras… todo me afecta para bien y para mal. Hay gente a la que le da igual que le contesten o traten mal y sin embargo a mi no se me olvidará nunca, como tampoco dejaré nunca de recordar una palabra o un gesto amable. Soy un rencoroso y a la vez tremendamente agradecido. Soy capaz de perdonar y mi mente de olvidar, pero mi corazón nunca lo hace y siente a su manera.

Odio a los egoístas que sólo piensan en sí mismos, a los que se quejan por todo y no saben apreciar nada de lo bueno que les rodea, a los que discuten sin sentido, a los que desprecian, ignoran o ningunean a los demás. Me hacen sentir mal, triste, consumido, exhausto… incluso a veces, aunque no vaya conmigo directamente, me afecta tanto que lloro las situaciones por mi cuenta cuando nadie es testigo del semejante disparate que es verter lágrimas por motivos ajenos.

Y sin embargo quiero con locura a la gente sencilla, a los que no tratan de aparentar nada más de lo que saben que son, a los que les das un vaso con agua y se la han bebido antes de preocuparse si estaba de la mitad para arriba o para abajo nada más que porque se lo has dado tu. Soy entusiasta, fan, hincha de los que contagian felicidad y navegan por la vida con una cara amable por bandera y las maneras por timón teniendo bien en cuenta que no están solos en este mar de locos.

Así que ahora, un cacho más cerca de ser padre, con los cuarenta veranos esperándome en el horizonte, he decidido que mi objetivo es eliminar de la ecuación cualquier sustraendo triste o ruín divisor. Que no tengo más remedio que tratar de rodearme de quien me haga, sin saberlo, el favor de sumar o multiplicar para que al llegar la noche mi corazón esté lo más lejos posible de estar en números rojos, que no debe quedar absolutamente ni un alma en el debe.

Y sin embargo, que tenga que haber las que tenga que haber en el haber.

El día de mi boda

El día de mi boda pasaron muchas cosas. Yo creo que por mucho que uno lo planee nunca en la vida va a salir como uno se imagina, aunque la situación en nuestro caso distaba bastante de ser normal: nos casaba mi cuñado, que es monje, en el templo de mi mujer en las afueras de Tokyo.

Y olé.

Mis padres lo más lejos que habían salido de España es a Portugal y solo se habían montado en un avión una vez para ir a Barcelona. Os podéis imaginar lo que supuso para mi verles salir por aquella puerta en el aeropuerto de Narita con mi hermano Javi. Fue emocionante que mi familia viniese y he de confesar que no contaba con ello por lo aparatoso del viaje y la comprensible preocupación por si a mi hermano le pasaba algo en pleno vuelo. Mira por donde que Javi fue el que mejor viaje tuvo con diferencia, o eso parecía porque no calló en todo el camino a casa en el autobús… era verdad, ya estaban aquí.

En Tokyo.

Ya era especial, pasase lo que pasase.

Vinieron también muchos amigos de Bilbao que estaban todos alojados en el mismo hotel, pero nosotros pensamos que era más fácil que mis padres, mis hermanos, mi cuñada y mi sobrina se quedasen en mi casa y que nosotros dos nos fuésemos a un hotel cercano. Al final ellos eran cinco personas y una niña pequeña así que pensamos que sería mejor si pudiesen disponer de la cocina, la lavadora, un salón donde tumbarse a ver la tele… vamos, que estuviesen como en su casa en vez de andar preocupándose de servicios de habitaciones, lavanderías, facturas, checkouts e historias.

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Así que esa mañana, la de nuestra boda, salimos del hotel, cogimos un tren, fuimos a buscarles a nuestra casa y de allí cogimos unos cuantos trenes hasta llegar a la estación donde está el templo de mi mujer. Salimos con bastante tiempo porque íbamos cogiendo trenes locales para que al menos Javi pudiese sentarse y habíamos quedado con las dos señoras de la tienda de kimonos que venían a vestirnos a Chiaki y su madre, a mi sobrina y a mi madre y a mi.

Al principio, estuvimos repasando con mi cuñado un poco los pasos de la ceremonia para que no se nos olvidase nada.


Sabíamos que el resto de la familia iba a estar esperando bastante tiempo, pero no podíamos hacerlo de otra manera: una boda japonesa lleva mucho tiempo de preparación aunque yo creo que tuvo su recompensa, porque ver a mi madre con kimono es algo que al menos yo recordaré siempre.

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Lo que más tardó fue vestir y peinar a la novia, claro. Yo podría haber esperado tres semanas más allí sentado si hubiese sido necesario nada más que por verla. Menuda preciosidad… eh, y toda para mi!

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Unas horas más tarde llegaron los invitados: los amigos que habían venido de Bilbao y unos pocos de Tokyo que se vinieron al templo, ojalá hubiesen podido venir todos pero no había sitio de ninguna de las maneras por mucho que sentásemos a los flacos delante y a los gordos detrás, no se cabía. Por cierto, que viniesen desde Bilbao tantos amigos a la boda es algo que tampoco olvidaré nunca, menudos momentos chulos pasamos, fue como estar en Pozas tomando algo pero estando en Shibuya!!

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Como cualquier quedada en Tokyo, ellos quedaron en Hachiko en Shibuya, pero con Michiko ésta vez que se encargó de traerlos hasta el templo con cuidado de que no se quedase nadie sacando bebidas de café de las máquinas. Allí estaban a la hora prevista y también les tocó esperar un rato a que acabasen de preparar a la novia antes de que empezase la ceremonia.

Al principio se sentaron todos en seiza como mandan los cánones, pero me da a mi que duraron poco… la boda fue muy larga y la mayor parte del rito se hace con rezos que parece que no se van a acabar nunca. Yo creo que aunque se hiciese largo, a la gente le debió al menos llamar la atención ver cómo es una boda budista. Eso si, a mi hermano Javi ya le escuché bostezar un par de veces, jajaja.

Podría resumirlo en que se reza mucho, los novios tomamos tres veces sake, el monje lee algo que ha preparado personalmente y con antelación (en nuestro caso más, claro, al ser el hermano de mi mujer) y finalmente se brinda todos juntos para pasar a sacarnos las fotos de rigor. Yo hubo un momento de flaqueza en el que me vine abajo y me puse a llorar como un chiquillo… no sé, fue ver a Chiaki vestida así al lado de mi familia, de Javi, la sonrisa de mi suegra, muchos de mis amigos allí… no me quedó otra que echar mano de mi padre y darle un abrazo ahí mientras me desahogaba como podía y mi madre me decía que parase o que ella no iba a poder parar tampoco.

Ahora que tampoco fue la última vez que lloré, ni mucho menos…

Aprovechando que teníamos los kimonos, nos tomamos bastante tiempo en sacarnos fotos: nosotros solos, la familia sola, todos juntos, con amigos, sin amigos, aquí, allí, en este lado… he de reconocer que aunque resultó pesado estar todo el rato posando como nos decían, las fotos valieron mucho la pena. Tenías que ver a los de la tienda de kimonos: que si cierra el puño, que si girate un poco a la derecha, un poco menos, que si sonríe, que si no sonrías, que si un paso aquí, que si esto que si lo otro… no quedaba ni un resquicio así a la improvisación.

¡Pero quedaron muy chulas, si señor!

Luego tocó cambiarnos de ropa otra vez. Chiaki de blanco y yo de smoking que era lo mismo que estaba haciendo mi padre a la que podía.

A mi me vistieron en cinco minutos trece segundos, pero no quedó otra que esperar a la novia de nuevo, como debe ser. Los invitados fueron a comprarse algo a un combini cercano, volvieron y seguíamos esperando.

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Llegó el autobús que alquilamos y que nos llevaría hasta el Roppongi Hills y seguíamos esperando…

Se montaron los invitados en el autobús y seguíamos esperando, hasta que por fin, salió de nuevo…

Dos meses esperaría de pies si pudiese volver a verla así de nuevo. Madre mía.

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Después nos montamos en el autobús y llegamos al restaurante tarde porque había bastante atasco. Fue un viaje muy largo, de nervios por la hora, por los invitados que estarían hasta la corbata de tanto esperar, por los que ya estaban en el restaurante deseando entrar… pero llegamos, por fin llegamos y nos metimos a una sala a esperar mientras el Chiqui y la Hamano nos ayudaban en la puerta con la lista de gente que venía. Quisimos que la boda fuese algo entre amigos así que cada uno se pagaba su menú y nos dejábamos de regalos de sobres con dinero a lo Bárcenas e historias, que esto no es un negocio.

Por fin ya entramos al ritmo del All you need is love de los Beatles que medio se escuchaba por los altavoces, y nos sentamos en la mesa reservada para nosotros. El asunto era de pies, es decir, había para sentarse pero la gente no tenía su mesa como en las bodas tradicionales; fue como alquilar un restaurante para nosotros en el que sacaban comida y había barra libre, quisimos hacerlo así para que los invitados hablasen entre ellos y se conociesen aunque fuese por un rato.

Y también porque el asunto debía ser dinámico: había bastantes sorpresas reservadas.

Lo primero que íbamos a hacer era partir el barril de sake que habíamos encargado, pero por lo visto alguno de mis amigos (no queda claro todavía quién, jaja, ¡confesad malditos!), se apoyó y lo rompió, así que esa parte descartada aunque me consta que no quedó líquido dentro por beber!

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Lo siguiente es que James, un americano de mi nueva familia que es cantante de Jazz, nos dedicó un par de canciones en directo allí mismo. Hay que ver qué bien canta este hombre… qué pena que no haya podido conseguir ningún vídeo de ese momento.

¡¡¡Muchas gracias James!!


Entre medias hubo un par de brindis, cortamos también la tarta y vimos que si, que efectivamente todo el mundo parecía estar pasándoselo bien, que al final es para lo que estábamos allí!

Después mis amigos pusieron un vídeo que habían preparado para la ocasión… la familia Tokyota al completo, incluso los que no están en Tokyo ya aparecieron allí: Sara, Jairo, Xavi… en ese momento no pude escuchar bien lo que decían pero me emocionó muchísimo verles, ahí es cuando ya empecé a llorar y no pude parar hasta horas después de que se había ido todo el mundo. En casa lo hemos visto luego con más calma un montón de veces, hay que ver qué bonico, coño!

¡¡¡Muchas gracias señores !!

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Lo siguiente fue la canción de Ale y Ai con la aparición estelar de Marina. Cantaron la canción de «Nos hemos casado», pero adaptada, es decir que ponían nuestros nombres en vez de los suyos. A mitad de la canción Marina hizo un freestyle y se piró para la otra parte del restaurante hasta que vino un camarero corriendo a traerla de nuevo, jajaja, estuvo genial!. Que tampoco haya vídeo de esto, ¡qué rabia!.

¡¡¡Muchas gracias Ale, Ai y Marina!!!

Y aunque yo ya lo sabía, Ale se quedó allí delante y entró mi hermano Ceto. Resulta que se había preparado un discurso y Ale lo había traducido a japonés, para que así todo el mundo en la boda lo entendiese. Dijo muchas cosas que me sorprendieron muchísimo y me emocionaron. Poco más puedo decir, ese discurso se quedará conmigo para siempre. Después cogió la guitarra que me consiguió el Chiqui (y que pertenece a Chema, al que conoceréis como «el niño cagao») y cantó la canción de «Noches de boda» de Sabina. Fue muy emocionante, sobretodo cuando la gente cantaba el estribillo con él.

¡¡¡ Muchas gracias Ceto !!!
¡¡¡ Muchas gracias Ale !!!
¡¡¡ Muchas gracias Chiqui y Chema !!!

Ahí entre medias y no sé de dónde, apareció Antonio con un jamón de 7kg que nos habían comprado entre todos. Un pedazo de jamón ibérico en Tokyo.

Señores, lo vuelvo a poner, que no hemos asumido la magnitud de la afirmación:

UN JA-MÓN I-BÉ-RI-CO.

EN TO-KI-O.

La hostia en haiku…

¡¡¡ Muchas gracias a todo el mundo implicado !!!

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Y ya lo último, la sorpresa del final, que esa nos la reservamos para nosotros. Cogimos a nuestras madres y las pusimos delante del todo para que no se perdiesen detalle. Pusimos el vídeo y lo único que recuerdo es que Guille no hacía más que pasarme botellines de cerveza que yo me encargaba de vacíar y que la gente no hacía más que reírse, aplaudir y después llorar. No sé cuantos abrazos y besos dimos después a todo el mundo…

¡¡¡¡ Muchas gracias a todos por verlo !!!!

A la salida no tengo muy claro a dónde se fue todo el mundo, sólo sé que nosotros nos preocupamos por buscarles taxis a mi familia porque nosotros nos íbamos a pasar la noche al Ritz Carlton de Tokyo que está allí al lado. Imaginaos la escena: Chiaki con vestido de boda y tacones, embarazada, recorriéndose el Roppongi Hills buscando taxis. Dentro del grupo, un tío con smoking que se descojonaba de Medina, uno de los invitados, que le llevaba un jamón de 7kg por los pasillos…

El hotel, pues que puedo yo decir, en la vida he estado en un sitio así y no tengo claro que vuelva a pasar. Ahí va un poquico.

Ni en mis mejores sueños me habría imaginado yo así mi noche de bodas y mucho menos con la mujer que tenía al lado que además está esperando mi hijo, un hijo buscado y soñado tantas veces que todavía no puedo hacerme a la idea de que vaya a pasar. Una mujer que tiene nauseas y dolores de cabeza que a veces le hacen llorar pero que no ha dudado ni un momento en irse de su casa y desvivirse porque mi familia tuviese la mejor estancia posible poniendo la comodidad y el bienestar de todos a cinco kilómetros por delante del suyo propio con una sonrisa en la cara tan radiante como el sol de verano en todo momento.

Una mujer que quiero como pensaba que no se podía querer a nadie y que sin embargo me descubro queriéndola con más rabia cada día que me regala despertarse a mi lado, que resulta, mira por donde, que son todos.

…muchas gracias Chiaki…

Callejeros Tokyo

¡¡¡Muchas gracias por los comentarios en el post anterior!!!, jajaja, sabía que os iba a sorprender, pero la verdad es que me habéis sorprendido también vosotros a mi, ¡¡¡menudo gustico con reverber todos esos comentarios!!

:gustico:
:bailongo:
:vainas:
:felicianer:

Actualización actualizer!!
Se puede ver el programa ya entero aquí:

Callejeros Viajeros Tokyo Tosca


Weno, total, que hace ya bastante más de medio año que grabamos lo de callejeros y ahora que ya nos hemos prácticamente olvidado de ello, por fin parece que lo emiten. Será este domingo a las 22:30 de la noche.

No tengo ni idea de lo que saldrá, sólo sé que nos lo pasamos muy bien, que los que salimos nos conocemos casi todos y que la última noche en el karaoke aquél grabamos mucho más de lo que seguramente pongan… aunque tengo que reconocer que estoy un poco acojonao porque gracias al zumo de cebada nos acabaron dejando la cámara y nos pusimos a grabar barbaridades y chorradas a tutiplener…

Pues eso, si a alguien le interesa, ahí saldremos contando cosicas de Tokyo y vete a saber qué más. ¡Mamá, prepara las pipas!

Ahí va un adelanto!!

Domingo 14
22:30
en cuatro
:triki: