La semana pasada amanecí un día con las piernas que parecían berberechos, así que decidí que ya era hora de ponerle remedio y me fui a la tienda a ver qué inventos tenían para calzarse mosquitos. A parte de los matamosquitos de enchufar tradicionales, me encontré uno con forma de cerdo que me pareció graciosísimo, y, por supuesto, fue el que compré:
Archivo por meses: julio 2008
Un periódico gratuito
Ikuceremonia del Té Toscano
Fuurin – 風鈴
«Campanilla de viento» me dice un diccionario por ahí que significan estos dos kanjis:
La verdad es que el poético nombre le cae bastante bien. Básicamente son campanitas de hierro de cuyo badajo cuelga una cuerda con un papel que al ser movido por el viento, hace que la campanita tintinee.
Pues bien, el otro día volviendo de Kárate, vi que en el templo de al lado de casa han colgado unas cuerdas de árbol en árbol e infinidad de campanillas de viento están allí haciendo su trabajo:
Concesionario Audi en Tokyo
Esto es un concesionario y lo demás son gaitas moras!
Este no tiene nada que envidiar al edificio roto!!
El conazo
No, no es que mi teclado no tenga ñ, ni tampoco es lo que me está dando siempre el americano del trabajo, que es más pesao que darle a uno de Accenture un powerpoint y un proyector.
El conazo, o más bien los conazos son lo que me encontré el otro día por Shibuya:
Medían más de metro y medio!!
El primo de Nishimagome
Así me están empezando a llamar a mi… Pero retrocedamos en el tiempo y pasemos a revivir la humillación desde el momento en que ocurrió. Que si algo he aprendido de Toni Soprano y su terapia es que hay que afrontar las malas experiencias.
Volvía yo de mi quehacer diario cuando al pasar por delante del omnipresente súpermercado Kitamura, veo una máquina expendedora más grande de lo habitual:
Pensando en Ikusuki investigación, o más bien poniéndome eso como excusa, saqué mi cámara de fotos y me dispuse a inmortalizar tal momento mientras pensaba: ¿y si me toca una PSP? ¿y si me toca algo chulo?. Ba, que no, déjate que esto siempre es un timo.
Pero al minuto uno de empezar a pensarme si probaba suerte o no, ya estaba metiendo el billete de mil por la ranura. Miro el panel de botones, y resulta que muchos estaban ya agotados… así que me decido por el de la esquina inferior derecha.
Detrás de mi había un señor con la misma curiosidad que yo, que estaba esperando a que acabase, así que para evitar que me reconociese (dificil, siendo el único extranjero que veo yo por esta esquina de Tokyo), recogí el tan apreciado producto premio y salí de allí a todo meter.
La caja no presagiaba nada bueno…
¡¡¡ La madre que me parió, qué descansada quedó !!!!, ¿pues no va y me toca una caja con altavoces?… yo creo que no se inventó una cosa tan chana desde los relojes-calculadora que te tenías que dejar las uñas largas por una esquina para darle al + en vez de al *
Mamá mamá, que salgo por la radio!!
Esta tarde de seis a siete en Radio Euskadi, en el programa Grafitti donde se hablará de vascos en el mundo quintopinil.
Me he agenciado un invento para grabarlo, a ver si soy capaz de hacerlo funcionar y os lo cuelgo…
Actualización: no se si es por mi móvil que anda últimamente como una picha mora, o qué, pero se me entiende peor que a Keny de South Park.. En fin, ahí vamos!!!
Sueño inventado
Estoy andando de noche por Odaiba, y mirando hacia Tokyo a través del Rainbow Bridge está el Guggenheim al lado de la Tokyo Tower proporcionando un doble reflejo de un enorme barco rojo metálico en el agua del océano Pacífico.
Y veo una casa de madera, y en una de las ventanas veo a una señora que me ofrece té. No habla, sólo prepara el té con muchísimo cuidado, como siguiendo los pasos de una ceremonía no escrita aprendida de sus padres y éstos a su vez de los suyos.
Mientras lo bebo, y todavía hechizado por sus movimientos, siento una paz infinita que ya había experimentado antes.
Sin quererlo, me duermo.
Despierto en mi casa pero escucho sollozos en la calle. Estoy vestido, así que, de nuevo, tardo muy poco en llegar hasta una anciana que está llorando. Es bajita, tiene la espalda un poco encorvada y lleva un sombrero. En su mano hay un paragüas, pero está roto. Yo busco desesperadamente otro para dárselo, pero en mi sueño sólo existe uno que está partido por la mitad y ella no para de llorar.
Entonces me acuerdo de alguien, y voy a buscarle al parque. Con él de la mano, me presento de nuevo ante la anciana. Se miran, ella con lágrimas en los ojos parece más una niña. Él recoge una hoja del suelo, y le dice que espere. Ella le mira muy atenta mientras se sorbe los mocos cuatro o cinco veces haciendo mucho ruido. Pero no resulta en absoluto desagradable.
El señor le regala una figura que ha hecho con la hoja: un paragüas.
La sonrisa más sincera que he visto en mi vida aparece en la cara de la señora.
Me mira…. Y me da los buenos días. Y vuelve a sonreir.
La mejor foto de Junio
Más productos ikuprobaos!
Los insectos de hojas
Desde hace algunas semanas, si hace buen tiempo me voy a un parque cercano a comer. A veces voy sólo y otras veces se anima alguien más de la oficina, aunque lo primero suele ser lo normal.
Y sentado en un banco, palillos en mano, me dedico a observar lo que pasa en un parque cualquiera de Tokyo entre la una y las dos del mediodía: veo madres que juegan con sus hijos en los columpios cercanos, algún que otro barrendero, otros empleados de empresas cercanas haciendo lo mismo que yo… pienso que no se diferencia mucho de lo que se podría encontrar en cualquier parque de cualquier ciudad del mundo a la misma hora.
Pero de un tiempo a esta parte, y de forma ocasional, he encontrado en el banco en el que me suelo sentar unos insectos hechos de hojas. Es como si fuese origami, pero utilizando hojas de árboles en lugar de papel. Una día aparece uno, después puede pasar una semana y aparecer otro con distinta forma. Siempre en el mismo banco, y siempre insectos hechos de hojas.
Los dos primeros me hicieron gracia y no les dí importancia, pero cuando apareció el tercero, empecé a coleccionarlos.
Hoy he salido a comer una hora antes, cerca de las doce, y he ido al parque andando muy rápido, corriendo en ocasiones, poseido por una emoción infantil como hacía tiempo que no sentía. Y le he visto: un señor con traje y corbata, de unos 60 años estaba sentado en el mismo banco. Se pudiera decir que es su turno, como si yo fuese el relevo.
Y me he sentado enfrente, a unos dos metros. El hombre había acabado ya de comer, el recipiente vacío de comida estaba perfectamente recogido a su lado, envuelto por una tela de color verde. Curiosamente del mismo verde que se dejaba asomar entre sus manos que no se paraban quietas. Un doblado aquí, un corte allá… entretejiendo, dando forma, esculpiendo las hojas con gesto experto, con movimientos repetidos quizás durante años.
No había comido ni siquiera la mitad de mi plato cuando me doy cuenta que es el segundo insecto que está haciendo hoy. Puedo ver el primero desde mi sitio y de repente una ráfaga de viento lo tira al suelo. El hombre lo recoge, casi sin levantar la vista del que tiene a medio hacer, y lo vuelve a poner en su sitio. Y un par de minutos después, veo que examina con cuidado su segunda obra, lo mira, lo remira y le da unos últimos retoques.
Después, coge ambos insectos y los coloca con cuidado en el reposabrazos del banco, recoge su bolsa y se va como si no hubiese estado nunca. Por el camino se va ajustando la corbata quizás pensando en las reuniones de trabajo que le esperan. Pero antes de doblar la esquina se gira para comprobar que todavía siguen allí.
Y creo verle mirarme y sonreir, como si supiera de sobra que soy yo.