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Luna de miel en Okinawa, toma 1

Mañana hará un año ya desde que los señores Carlos y Fernando echasen una firmica en el mismo papel que nosotros para certificar que ya dejaba de ser el soltero de platiner para estar casado con la chica más guapa del mundo (#ytunooooo). Desde unos meses antes ya estábamos hablando de hacer un viaje de luna de miel, de marcharnos por ahí a ver más mundo en plan recién casados, pero la verdad es que con todo el lío de la boda y mi familia viniendo aquí pues nos quedamos sin vacaciones. O más bien, aprovechamos días libres para poder estar con ellos lo más posible, que menuda ilusión nos hizo que viniesen. ¡Volved ya, que ya sabéis el camino! Javiiiiiiiii.

Total: queríamos ir a algún lugar de Sudamérica, a mi siempre me ha maravillado la idea de que pueda ir a un país totalmente distinto al mío pero sin embargo podamos entendernos en el mismo idioma… me parece algo maravilloso. Así que el viaje estaba así planeado… hasta que llegó Kota. Bueno, Kota también estaba planeado sólo que no pensamos que iba a influir en la luna de miel. Ah, que no sabéis quién es Kota, pues Kota es el nombre que hemos elegido para nuestro hijo. Es fácil de pronunciar en ambos idiomas y en kanjis tiene un significado muy bonito:

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El primer kanji significa «luz», «brillo» y el segundo es el de «grueso», así que el nombre vendría a decir «mucho brillo» con el sentido de persona alegre, jovial, abierta, campechana. Ojalá que sea así; a nada que se parezca a su madre, seguro. Además el nombre parece vasco, con lo que no tendrá mucho problema cuando entrene en Lezama.

:ikullorer:

Pues bien, vino Kota y se quedó a vivir en la tripa de Chiaki que cada vez es más grande. Y claro, un viaje de más de un día con varios transbordos hasta llegar al sur de América no es algo apetecible para una embarazada a la que le faltan tres meses para dar a luz. Así que nos fuimos a una agencia de viajes a contarles esto mismo y la chica, que era más maja que un perrete chico panza arriba, nos recomendó Okinawa porque estaba muy cerca y era la época perfecta para visitarlo.

Y con mucha mucha pena por tener que dejar de madrugar y trabajar en la oficina, y muy a nuestro pesar porque no nos quedaba más remedio y de mala gana, a Okinawa que nos fuimos la semana pasada. Pillamos un avioncete desde Haneda que nos dejó en la primera etapa de nuestro viaje: la isla de Miyako donde lo pasamos tan pero tan mal…

:gustico:

Yo no tenía ni idea de lo que iba a ver allí. Sólo sabía que en el pack del viaje estaba incluido un coche de alquiler que me iba a tocar conducir a mi y que el Awamori es la bebida local por excelencia que, seguramente, iba a ayudar a reponer los electrolitos perdidos durante el día. Una vez montados en aquel Toyota Vitz, Chiaki se hizo fuerte a los mandos del GPS e iba metiendo direcciones. En la empresa que hace los GPS trabaja, por lo visto, la misma tía que habla en los cajeros automáticos y en las estaciones de tren, y yo me limité a seguir ese versátil vozarrón que lo mismo te suelta un billete de diez mil en cuanto pulses el botón verde que te dice que las puertas se van a cerrar y que cuidao con los dedicos, copón, para llegar, en este caso, in this case, a sitios tan acojonantes como estos:

Y es que en Miyakojima es así la cosa: playas de colores de mentira, islas unidas por puentes que se atreven a sobrevolar el agua haciendo que sólo veas tonos azules de cielo y mar, vete a saber cual es cual, por el espejo retrovisor. Si vas andando por la arena, te tropezarás con trozos de coral que el agua ha traído hasta la orilla y con los que algún cangrejo juega de vez en cuando si no hay ningún humano cerca molestando como sólo los humanos saben tocarte los tamagos. En este caso no aplica lo de esperar para hacer la digestión porque el agua está tan caliente que es como meterse en una bañera pero con miles de peces de colores dentro nadando a tu alrededor. Ahhh, no dejo de soñar despierto desde este ordenador de la oficina, que no me despierte nadie!!

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Por cierto, que la playa de la primera foto de la tanda de arriba es donde han rodado el anuncio de Calpis de este año, mirad a ver si os suena para donde corretea la chiquilla cuesta abajo después de berrear allá por el segundo 4:

Es una isla pequeña sin más transporte público que algún autobús que la recorre de tanto en tanto. Es comprensible, pues, que se ofrezca coche de alquiler con el viaje si se quiere recorrer un poco más que las playas cercanas al hotel donde te hospedas. Yo hacía tiempo que no cogía un coche, creo que en Japón fue mi primera vez, pero me acostumbré enseguida, un coche automático es infinitamente más fácil de llevar que uno manual y lo de conducir por la izquierda ya lo tenía trillado de la moto. Mi mayor problema era mirar la carretera en vez de al mar todo el rato… y en esas estaba cuando me llamó la atención un muñeco de un guardia que se veía de curva en curva por el camino:

Resulta que es producto de una campaña de seguridad vial que hubo en la isla hace muchos años por la que pusieron 19 muñecos de guardias de tráfico de plástico por todas partes que poco tardaron en hacerse muy famosos. Efectivamente, amigos, en España sería impensable: todos tendríamos un muñeco ya debajo de la cama junto a un cono, un casco de obra y un posavasos de Heineken.

Este muñeco en cuestión se llama «Mamorukun» que viene a significar «el que te protege», que yo no sé si proteger protegerá mucho, pero juego si que da el gachó:

Si me pongo a soltar tópicos, diría que Miyakojima es atemporal, que el reloj no gira sino que se deja llevar fluyendo al son que marcan las olas y los rayos de un sol que nunca tiene prisa en marcharse a otro día. Otra cosa sería que me pusiese en plan romántico y dijese que ver a Chiaki con la sonrisa más sincera del mundo paseando por aquella arena teñida de blanco llevando a mi hijo dentro hizo que se me ensanchase de un tirón el concepto de felicidad que creía albergar en mi corazón. O quizás si me pusiese barroco podría decir que las playas de Miyako me han de poner berraco. No sé. Elige tu el párrafo, que me da cosa decidirme, los quiero a todos por igual.

El caso es que nos pusimos tibios de comer Sokisoba y postres de mango, que es lo que se estila por aquellos lares, y después de largos días de no hacer prácticamente nada más que ver lo maravilloso que es este mundo, qué mejor que atizarse la cerveza del lugar para irse a dormir con la panza llena y una sonrisa más gorda todavía.

Y en una de esas de dormir los tres mirando cómo la luna se moja los cráteres en el mar, me dice Chiaki entre beso y beso:

– hay que ver, parece que estamos en un lugar completamente distinto del planeta y sin embargo nos podemos comunicar en japonés, ¿no es genial?

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