Wasurerarenai

– Te quiero llevar, ven, quiero ir allí contigo -me decía siempre- tienes que venir a Kyoto, tenemos que vernos aquí, ya está bien de tanta Tokyo Tower y tanto Odaiba, ya va siendo hora de que conozcas Kyoto.

Yo le había dicho ya que ya había estado cerca de media docena de veces, pero a ella se le quería olvidar. También es verdad que nunca había estado en Kyoto con alguien de Kyoto y me entusiasmaba la idea; sobretodo si ese alguien tenía el pelo más bonito de todo Japón. Hay que decir, en honor a la deprimente verdad, que en aquella época mi lienzo estaba tan intacto, tan en blanco que cualquier color que quisiese venir a tiznarlo me iba a parecer más brillante que el sol.

Pero es que aquella chiquilla tenía un pelo precioso de veras, tanto es así que trataba de caminar detrás de ella para ver como se le despeinaba con un viento que de ir en su contra, venía a mi favor regalándome parte de su olor. Qué bien olía su pelo. Qué bien olía ella. Es evidente que sabía que era guapa, pero estoy convencido de que no sabía cuanto en realidad.

Al menos a mis ojos.

– Que ya he estado en Kyoto, pesada -le contesté una vez más.

– Tienes que venir, mira, te coges un par de días de vacaciones, empalmas con el fin de semana y ya verás como nunca querrás irte de aquí -replicó ignorándome otra vez más- te veo buscando trabajo por aquí y suplicándote que te deje vivir conmigo. Y me haré de rogar, que lo sepas.

Aquella fue la primera vez que se puso encima del tapete la idea de que quizás se nos estuviese pasando por la cabeza a los dos dormir bajo el mismo techo más veces a la semana que las dos de a veces de siempre. Menudo empujón, menuda patada le metió a la pesada mochila de fantasias e ilusiones que me lastraba cada vez más la espalda.

Hechizado me tenía.

Raro sería, pues, no haberme visto recién afeitado sentado en aquel Shinkansen recorriendo el camino Tokaido a doscientos y mucho kilómetros por hora. Hasta estrenaba corte de pelo y todo para que cuando se intercambiasen los papeles y fuese ella la que me estuviese esperando en la estación, se llevase la mejor impresión posible al verme. Dudo que ella pensase siquiera en hacer lo mismo, pero la mía, la impresión digo, era insultantemente insuperable cada vez que aparecía en Shinagawa los fines de semana pactados.

– Vaya entradas -perpetró nada más verme- jajaja, ¡te estás quedando calvo!

Contrarrestó, en un segundo, mi cara de enfado simulado con un beso en los morros seguido de un achuchón interminable a lo que queda de mi flequillo.

– Kimochiiiii -repitió infinitas veces camino de su casa mientras repetía el mismo movimiento -kimochiiii.

Se la veía contenta, parecía hacerle ilusión de verdad que yo estuviese por fin allí, en su territorio comanche propio. Si a eso le sumamos que era viernes noche, pues ya sabéis: pocos planes fuera, muchos planes dentro y todos, sin excepción imaginable, a mi favor.

El sábado madrugamos lo justo y fuimos al templo aquel del que siempre hablaba, ese en el que había mil millones de puertas rojas de esas que hay siempre en los templos, esas que dicen que te purifican o algo así, digo yo que si pasas por debajo de todas las que hay en semejante lugar ya tienes carta blanca para pecar todo lo que te de la gana que ni en doscientas vidas te pones en números rojos con Buda.

Paramos unas cuantas estaciones antes y me llevó, de la mano, por entre callejuelas estrechas de un barrio cuyo nombre nunca he podido recordar, si es que alguna vez lo supe. Entramos en una pequeña cafetería en la que no habría reparado ni pasando mil veces por delante; al más puro estilo tradicional, estaba albergada en una casa de madera, sin apenas distintivos en la entrada, que consistía en una puerta corredera hecha de bambú y papel. La única manera de saber que aquello era una tienda, que allí se podía entrar, era o viviendo en el barrio o que te llevase alguien como me estaban llevando a mi en ese momento. Me sentí un privilegiado y ahora sé que lo fui y no solo por el lugar sino por la compañía.

No eran ni las diez de la mañana, pero nosotros ya habíamos almorzado. Y como Dios, o Buda en este caso, manda: con sus buenas cervezas, rematando la faena con un buen nihonshu.

Ya en nuestro destino, yo seguía sin tener claro que había que ver allí. En mi cabeza me imaginaba un tramo al lado de un templo grande en el que había un camino no demasiado largo lleno de toriis y poco más. Seguramente si uno sabía ponerse en el lugar adecuado, saldrían buenas fotos, pero todas serían más o menos del mismo rinconcete. Y todas con mucho de rojo, eso seguro.

Allí estábamos ella y yo mano sobre mano a pesar de lo cual ella iba siempre un poco por delante, guiando nuestros pasos con seguridad, como si tuviese la excursión marcada a fuego en su mente que no titubeó pisada alguna. Yo solo miraba a lo que me decía que mirase cuando me miraba, si no, mis ojos eran de su pelo, del gracejo de sus caderas desbaratadas por tratar de coger más velocidad que la que esos tacones permitían.

Pasamos por el templo, nos paramos si acaso dos segundos en cada tienda y a lo que miré para arriba, había ya un cielo de travesaños rojos dándome sombra. Había carácteres japoneses pincelados, con muy buen criterio, en un negro fuerte que hacía resaltar aún más cada fin de trazo sobre ese fondo rojo brillante.

– Esto son rezos que hay que ir leyendo mientras se pasa o algo así, ¿no? -pregunté

– Jajaja, si si rezos, tu si que estás rezo. Esto no son más que nombres de empresas en este lado, ¿ves?, y en este otro la fecha en que se plantó la puerta aquí. Cada una de estas es una donación al templo, cuanta más grande la estructura, más pasta se ha puesto, con eso se consigue, aparte de cierto renombre en la ciudad, ganarse, en teoría, el favor de los dioses para tener fortuna en los negocios. Rezos dice, jajaja, reza reza: ooh Banco Mitsubishi, ooh Toyota Motors… jajaja

– Atiende aquí, jajajaja

El camino, que era llano, se encuestó sin avisar. Estábamos ni más ni menos que subiendo un monte, de pequeño trecho con cuatro puertas rojas, nada de nada, aquello iba para largo. Menudo lugar más bonito.

– ¿Puedes andar más rápido? -me dijo. ¿Andar más rápido?, si me pides que me coma aquel árbol a bocados, me lo como ahora mismo.

– Vaaaleee

De repente estábamos en medio de un bosque en medio de nada. Nuestro primer desvío del camino fue después de que se nos cruzase aquel gato blanco con el que estuvimos jugando un rato. Después nos hacíamos a un lado para descansar según nos iba apeteciendo coger fuerza a base de besos.

Cuando llegamos a la cima, ya estaba anocheciendo. Todo eso descansamos.

La bajada fue más rápida no solo por lo obvio sino porque la hicimos de un tirón por miedo a quedarnos a oscuras. Las manos seguían unidas. El viento soplaba más fuerte. Se escuchaban más ruidos de más pájaros y quizás otros animales. Ella me empujaba, tiraba de mi, corría, se paraba y con cada gesto, añadía una palada más de magia a tan impresionante lugar.

Joder que pelo más bonito.

Cuando llegamos abajo, mi corazón estaba ya caramelizado del todo, aquello no tenía vuelta atrás, no me quedó otra que prometerme soñar con este día mientras viviese.

Nos sentamos en los dos viejos taburetes que el vejete del puesto de yakitoris tenía preparados desafiantes al lado de la parrilla. Nos bebimos más cervezas de las que recuerdo, alguna compartida con aquel buen señor que a la tercera o cuarta empezó, y ya no dejó, a darme puñetazos en el brazo diciendo, entre carcajadas, cosas que me traducían como «que buen tío» pero que seguramente no quedaba nada cerca de la verdad. A mi me daba igual, yo comía y reía y hacía que aquellos dos se riesen todavía más cuando intentaba contarles en japonés que aquel sitio era de los más bonitos en los que había estado en mi vida.

– ¡¡Que buen tío!! -me dijeron que dijo, la hostia no hizo falta traducirla.

Volvimos en taxi después de dos o tres horas allí sentados, no porque no hubiese trenes, sino porque no creo que estuviésemos en condiciones de cogerlos. La resaca del domingo fue de esas que hacen que tengas que tirar el día entero por el retrete y aun así no habría cambiado ni una sola de aquellas latas de Asahi que me bebí con aquella gente con la que lo único que tenía en común era que estábamos en el mismo lugar a la vez.

A Tokyo vino un par de veces más, después ella fue dejando de recordar, poco a poco, como contestar a mis mensajes hasta que no se acordó más.

A Kyoto volví muchas veces, al Fushimi Inari Taisha con ella nunca más. Sabina decía que al lugar donde has sido feliz no debías tratar de volver. Yo añadiría «con quien fuiste», al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver con la persona con la que fuiste, Joaquín. Y sin embargo, sabiendo que nunca se podría igualar la poesía que rimó aquel día desde por la mañana, yo intenté durante mucho más tiempo de lo que hubiese debido, que ella me volviese a llevar.

Sin éxito alguno.

42 comentarios en “Wasurerarenai

  1. Me he inventado esta historia totalmente. Al Fushimi Inari fui solo, aunque es cierto que no sabía que había un monte y tratando de recorrer el camino entero se me hizo de noche a mitad. Fue un día mágico aunque, ya veis, soñé uno mejor.

  2. Joder!!! menudo cabron!!!!, pues a mi ya me habias vendido la moto. Me ha encantado, sigue inventandote historias de estas porque me molan mil.

    Muy muy chula, buena historia.

  3. A mi no me la has dado… pero me ha gustado un montón.
    Buen regalo para el día de hoy.

    Por ahí queda una historia por contar, a ver cuando la acabas, ya hace mucho de la primera parte.

    :kiss:

    1. Huy que no! si no digo ná, te la tragas fijo!!! ¿por alguna razón en concreto?

      La historia aquella es que me arrepiento de haberla empezado, no quiero contarla… o no sé que hacer…

      :ungusto:

      1. ¿Recuerdas esto? «… sus relatos, sus vivencias, sean reales o no, porque también le gusta ser personaje ficticio».

        Y no sé… en este relato te veo un poco «moñas», y por favor no mal interpretemos lo que digo, que a cursi y moñas no me gana nadie, aparte de que a mi me ha gustado. Pero no lo veo tan contado desde dentro. No sé si me explico? Bueno, pues eso.

        Si no te apetece terminar de contar ahora o nunca la historia, no lo hagas, era solo por recordártelo.

        :kiss: :kiss: :kiss: y uno mu gordo para Kota!

    1. Jajaja, pues piensa que en casa está el ikulibro también y lo que se cuenta ahí… pero vamos, que ningún problema, creo yo!

      :ungusto:

  4. Yo ya me lo había creído… cuentacuentos (en el buen sentido de la palabra)… Me has tenido enganchado de la primera a la última línea…

  5. Lo de las inscripciones en las puertas, ¿también es invento? Porqué es lo que mas me ha impactado, de hecho me ha chafado mi recuerdo del Inari.
    Yo, por si acaso, seguiré creyendo que son letanías enteras de rezos.. ¡es mas poético!

    Magnífico el cuento, se merece ser cierto. :ungusto:

    Un saludo.

  6. Sólo yo, al ver el título del POST en el Newsletter ha pensado… ala!! Wasurerarenai! Debe ser la segunda parte de RASUN GORERAI… RASUN GORERAI…

    Buenísima historia… Tiene su similitud con aquella de una chica que comenzó contigo tomando cervezas… ella o su amiga eran como bordes…creo que Kamakura? Ay… nose… sale en tu libro… !!!

    1. Jajaja, pos podría ser!!

      La de Kamakura, bueno, Enoshima de borde tenía poco… la borde es otra historia que pasó en Shibuya, jajaja, menudo cacao tienes!!

      :D :D

  7. Oskar, poeterrrr|

    Hermoso relato de encuentros y desencuentros. :gustico: Aunque el cuento es hijo de tu imaginación, no hubiese estado mal haberlo vivido en primera persona. Ya te digo…

    Por desgracia no conozco el paisaje que describes, espero ponerle remedio algún día a este asunto pendiente, pero al leer tu historia me acercas las sensaciones de descubrir un paisaje bello y de sentir el cosquilleo de festejar a una moza guapa y de pelo lustroso. Eskerrik asko! :ungusto:

  8. Bueno, bueno, me ha gustado esa carga erótico-poética alrededor del pelo al viento tirando … cuesta arriba. Je, je… Y muy hermoso eso de «mis ojos eran de su pelo».

    Por cierto, la última foto muy bien elegida porque reforzaba bastante que la historia fuera real.

    ¡Sigue escribiendo historias!

    Realidad o ficción. Qué más da… Soñar despierto es de lo mejor que tiene nuestra especie ;-)

  9. Pues talento tienes para la ficción eh enganchado hasta el último punto que he estado vaya. Sigue así que ya hay ganas de segundo libro, gambatte!!

  10. Me ha gustado mucho, la forma en la que se va desarrollando la historia, las descripciones de lo que tú ibas sintiendo, la conexión con el presente… Al final, lo que me suele gustar de las historias que escribes :)
    Y las fotos también, claro, muy chulas. Es verdad que estos templos son muy fotogénicos, pero hay que saberles coger el punto. Por cierto que mi mujer, cada vez que le enseño fotos que hago cuando vamos a Japón, me pregunta por qué hago fotos a los cazos de los temizuya. Y ya veo que no soy el único, jejeje

    1. Chacho, «lo que iba sintiendo, la conexión con el presente…» ¿tu te has dado cuenta de que esta historia me la he inventau!??!?!

  11. Buenas Oskar, llevó un tiempo desconectado, un pequeño accidente con la bici, el codo roto, ya bien; y me estoy poniendo al día. Genial la historia, yo también me la he creído de cabo a rabo. Como siempre, cuando sea mayor quiero aprender a usar las palabras como tú ;).

    Un virtual abrazaco.

    Pd.: Kota está resalao :cuner: .

    1. Hostias macho, el codo roto!!! espero que estés ya bien, jodé lo tuyo si que es una historia!!

      Un abrazacooo!!!

  12. Jejejeje me ha encantado la historia (según cuentas inventada) del templo y de la visita del mismo. La mía fue muy diferente aunque la compañía lo mejor, claro :ungusto:

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