Velatorio

Por suerte, no me ha tocado asistir a muchos funerales en mi vida. El primero del que tengo recuerdo es el de un amigo de la adolescencia que se nos fué una noche y me costó horrores entender que no iba a volver a estar más mañanas sentado dos pupitres más allá. Ese año dejé de ser el que era, sin duda alguna, creo que la mayoría de aquella clase cambiamos para siempre.

Unos años después, me tocó perder a otra gran amistad que si bien últimamente no estaba tanto a mi lado, odié tener que despedirle, tanto, que fui incapaz de ir al funeral. Todavía hoy me arrepiento de no haber estado allí. Molesta el corazón a veces cuando uno se acuerda de días grises como aquél en que no se supo estar a la altura.

No recuerdo demasiado a los padres de mi madre, pero si a los de mi padre. Adoraba a mis abuelos; me gustaba ir a dormir a su casa y verles pelear a la manera esa de los abuelos, exagerando todo por las mayores tonterías: que si el café quema, que si la tele está muy alta… ahora sé que lo hacían para que me riese todavía más y ver de parte de quién me ponía. Sufrí mucho cuando se fueron y todavía hoy me descubro hablándole de ellos a quien vela mis sueños cuando las noches clarean.

El miércoles pasado se murió el padre de una de las personas más importantes de mi vida y tuve el gran privilegio de asistir a su funeral en un templo de algún lugar al noroeste de Tokyo.

Callando los tiriteos del shock inicial después del obligado pésame, me di cuenta de que no sabía prácticamente nada de la costumbre japonesa al respecto y pedí ayuda, una vez más, a quien sustenta la decisión de seguir aquí un tiempo más. Por razones que no contaré, ella lo tenía bastante claro: camisa blanca, traje, corbata y zapatos negros, un sobre especial con 20.000 yenes y mi nombre y dirección para entregar a la familia. Nada en concreto que decir más allá de lo que dicten los latidos mientras se sepa estar al lado en todo momento. El silencio es igual de bienvenido.

El viernes fue el velatorio en una sala del templo, de siete a nueve y media de la tarde. Me las ingenié para salir antes del trabajo con el traje ya puesto, y llegué sobre las ocho donde ya me estaban esperando desde hacía un rato. Sólo había familiares, unas veinte personas tirando por lo alto, y yo. Se sorprendieron la mayoría y ella les explicó nuestra amistad de tal manera que sólo alguien sin alma pudiese haber desaprobado mi presencia allí, yo contuve las lágrimas porque habría sido descortés que brotasen por mi en lugar de por el difunto.

Era una sala amplia dentro de un edificio adyacente al templo. Muchas mesas alineadas formaban una sola de unos cinco metros de largo repleta de platos de comida muy japonesa: una bandeja de sushi aquí, otra de sashimi allí, tempura y encurtidos entre innumerables pequeños platos para la salsa de soja. Las cantidades eran visiblemente abundantes para el número de personas allí presente. Tampoco faltaban las botellas de cerveza, con y sin alcohol, y de té verde y ulon.

El ataúd, de color blanco, estaba colocado perpendicular a la mesa con los pies hacia la derecha y dos pequeñas pestañas en la parte izquierda que permitían ver la faz del difunto sin necesidad de abrir la tapa. La pared más cercana, que era la del fondo, estaba totalmente cubierta de flores y en la parte superior, a modo de altar, había una foto del hombre presidiendo la estancia. Si bien la calidad de la foto no era buena, era, sin duda, una buena foto, de esas que te arrebatan una pequeña mueca amagando una sonrisa a pesar de las circunstancias.

A la izquierda del ataúd una mesa supletoria sujetaba un cuenco lleno de arroz con dos palillos hincados y un paquete de fideos soba. La mesa principal, con dos velas a cada lado, estaba situada en el centro separando el altar de la hilera de mesas de los invitados. Un gran recipiente con cenizas contenía incienso consumiéndose que iba siendo reemplazado a medida que más personas se acercaban a presentar sus respetos. Cogían una barra, la prendían con una de las velas y después de clavarla en la ceniza, rezaban en silencio juntando las dos manos durante no más de tres o cuatro segundos.

«Ven a ver a mi papá» me dijeron. Me acerqué al ataúd y vi a un hombre muy mayor con los ojos tan cerrados como mi brío en esos momentos. No me extrañó ver que llevaba el gorro de lana con el que se resguardaba del aire acondicionado del hospital y que era ya parte de él por siempre jamás. Dentro del cóctel de sensaciones que le instigan a uno cuando ve a una persona muerta, tengo que decir que sentí algo parecido a paz. Si, inspiraba paz sin duda alguna, más que tristeza.

Tan abrumado estaba que olvidé saludar al resto de familiares conocidos, que sólo eran tres, y así lo hice a mi manera, dando abrazos y besos sin querer acordarme de más protocolos que los que se sinceraban desde mi pecho. Dos de tres lloraron, yo no confesé ni una lágrima.

Por más que quisiese mantenerme serio, el ambiente no lo era. Allí se comía y se bebía mientras conversaciones se turnaban para alzarse unas sobre otras en ambos lados de la mesa. Apuré dos o tres vasos de cerveza entretanto me aferraba a mis escasos conocimientos de keigo tratando de contestar preguntas sobre mi vida tan lejos de los míos. La compostura se mantuvo sola a pesar del alcohol, y sólo se achicó en dos o tres ocasiones en que el sonido de sollozos ajenos se me quiso contagiar.

Entonces la hija del señor de la foto de cara amable habló para todos. Brindamos por él con un 献杯, kenpai, en oposición al kanpai de las celebraciones, y empezó a hablar sobre su padre. Fue un discurso largo del que entendí mucho más de lo esperado. Habló de su infancia, de la manera de ser de aquel hombre que prefería hacer a decir, pero que cuando hablaba se hacía escuchar. Rara vez escuché palabra alguna de su boca, aunque esto tenía más que ver con la fatiga de su edad que con personalidades y maneras. Mi mente viajó por el primer año en que vine a este país con la vida rota y como este señor, de rebote, tuvo tanto que ver en que se me volviese a aliñar de alegría.

Ella, finalmente, repasó sus dos o tres últimos años, sus últimos días y horas y nos agradeció a todos nuestra presencia con una reverencia que secundamos desde nuestros asientos. No perdió su risueña sonrisa en ningún momento, si acaso uno o dos tonos menos de brillo apenas.

Mas por no saber que hacer que por cualquier otro motivo, me quedé hasta el final mientras el resto se iban marchando hasta que nos quedamos los familiares directos y yo. Insisto en que fue todo un honor, y más todavía cuando esa misma noche fui invitado al funeral del día siguiente desde la ceremonia por la mañana hasta el crematorio.

Camino de mis sueños, peregriné entre andenes con una camisa blanca, una corbata negra y un alma a pleno fuelle henchida de sentir.

24 comentarios en “Velatorio

  1. Mal día he elegido para ponerme al día de tu blog, pero a la vez me alegro poderte escribir algo justo cuando publicas el post.

    No conozco más que ninguno de los lectores de tu blog qué es lo que ha pasado (quién), pero me lo puedo imaginar, y si me equivoco no importa porque mis palabras van a ser las mismas: ánimo, a ti por lo que te afecte y a tu amiga por lo evidente.

    Un saludo y una vez más, gracias por compartir.

  2. Uno se queda sin palabras sin saber qué decir, qué es lo correcto ánimo, sé que no era un familiar pero se ve que te afectó y mis condolencias hacia tu amiga.

    Un saludo y gracias por hacernos partícipes de tu experiencia

  3. Tú lo has dicho, todo un honor. Aunque suene raro en esos momentos, que tu amiga cuente contigo dice mucho de ti. Un abrazo muy fuerte tio … que sepas que te sigo casi todos los días … prometo escribir más :)

  4. Ufff supongo que como dice Chiqui uno no se puede acostumbrar y sentir comodo en estas situaciones nunca. Es posible que conozcas las tradiciones, la cultura o el protocolo pero nunca sabrás que debes hacer. Parece que tu aguantaste el tipo de maravilla.

    Una historia muy emotiva Oskar la verdad es que ninguno quisieramos tener que vivir un funerales…

    Un abrazo! :)

  5. Buff, los velatorios son de las cosas mas chungas que he vivido, ya sea directamente por un familiar, o mas indirectamente de visita por un familiar de algun conocido. Siempre tengo la necesidad de salir de allí corriendo…

    Supongo que aquí por la tradición y la cultura igual da mas respeto ir a un funeral, pero supongo que al fin y al cabo somos todos personas, con comportarse y hacer poco ruido será lo suyo…

    Un abrazo!!

  6. Buff, pues no te lo niego, es una experiencia bastante chunga, aunque por desgracia sabemos que tarde o temprano nos tocará vivir una de estas…

    A mi me tocó en 2006, con 16 años creo, y si es bastante duro ir al velatorio de una persona de avanzada edad, mucho mas duro es velar a un niño de 6 meses. Recuerdo que lo más me chocó aquella vez fue descolgar el teléfono y escuchar a su tía en estado de shock, sin saber como ni que decir…

    La verdad es que afrontaste muy bien el asunto. Un abrazo!

    Saludos!

  7. Estos momentos siempre son complicados y duros, lo quieras o no la tristeza te envuelve y a su vez quieres tratar de pasar desapercibido para no entristecer aun mas al resto,….

    Animo y suerte para ti y tu amiga, esto no es mas que una parte del viaje.

  8. Lo siento mucho Óskar, mucho ánimo para ti y tu amiga. Desgraciadamente, siempre he creído, que el ser humano, no está preparado nunca para esto, por mucho que se intente «entender» el por qué de estas despedidas y sobrellevarlo de la forma más «sensata» sin hacernos más daño, del que el propio momento nos hace..
    Nosotros estamos igual, llevamos un año muy duro, mi suegro está muy enfermo y le queda muy poco tiempo.. Ver cómo se ha ido apagando poco a poco es tremendo, y no acabas de aceptarlo.. A pesar, de saber que es ley de vida..
    Un beso para los dos

  9. Ufff que complicados son estos temas. La verdad es que no es un plato de gusto para nadie y menos cuando ves sufrir a tus seres queridos.
    Siempre lloro más por lo mal que lo pasan los que se quedan que por los que se van, tiendo a pensar que al fin y al cabo el que se va pasa a ser algo mejor y más libre.
    Bueno sin filosofadas señores. Oskar , agradecerte de nuevo que vuelvas a compartir algo tan personal con nosotros.
    Un abrazo.
    PD: Sería muy feliz si Paula algún día pensara sobre mí de la misma manera que tu amiga sobre su padre.

  10. De todas las experiencias se aprende, aunque no sean alegres. Debe ser un honor que te inviten a estos actos y, por lo que veo, has estado a la altura y más allá.

    Muchos ánimos

  11. Vine al mundo con las manos vacías,
    descalzo lo dejo.
    Venir, partir.
    Dos sencillos sucesos
    que se entrelazaron.
    Kozan Ichikyo.

    Mucho animo para tu amiga y beso para los dos.

  12. Me ha emocionado el texto, me ha hecho recordar hace unos años atrás cuando mi abuela nos dejó. Aunque ya no esté con nosotros, recuerdo que su cara era de paz y sé que pudo descansar. Lágrimas, abrazos, pésames… ir y venir de gente conocida y no tan conocida, es una experiencia que nadie quiere pasar por ella pero a veces llega cuando menos se lo espera uno.

    Aguantaste como un señor aunque también salió tu lado más humano, que todos tenemos nuestro corazoncito que es sensible a las emociones.

  13. Se me hace raro, a pesar del trabajo que tengo ahora y en el que afronto a diario situaciones como esta y que «apenas» me afectan, me cuesta horrores. Leí esto ayer y hasta hoy no he podido contestar, aún así lo estoy haciendo conteniendome un poco, mis ojos hacen enormes esfuerzos por no llenarse de lágrimas.

    Muchos ánimos.

    Pd: :ungusto: leerle, señor Tosca.

  14. Solo he visto velatorios japoneses en la película Despedidas y me parecieron tan respetuosos, bonitos y tranquilos que de verdad da la impresión que te llena de paz, el cuidado con el que se hacen las cosas y el respeto por el difunto es casi un arte, siempre es una pena perder a los seres queridos sean directa o indirectamente, mi pesame.

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