Una cena de más

Fue uno de los primeros viajes que hicimos los tres junto a la madre de Chiaki; tengo casi la certeza de que fue el primero de todos aunque no acabo de poder acordarme del todo.

Para mi era algo novedoso, pero sin embargo para ellas dos era la continuación de una tradición familiar de hace muchos años, de cuando el padre de Chiaki todavía vivía. El destino siempre ha estado elegido y no es negociable: el ryokan en el que tantas veces se habían alojado los cinco cuando mi mujer y sus dos hermanos eran pequeños. Supe al instante que era algo importante para ellas dos, que era algo que debían hacer por honrar al abuelo que Kota solo conoce por las fotos, al suegro con el que, con el respeto que le otorga el rango, me hubiese encantado tener que tratar.

No sé demasiado de él: que era monje, como su padre y como su abuelo y como ahora lo es el mayor de sus hijos, que vivió una temporada en Nueva York, donde nació Chiaki, que hablaba inglés y que le gustaba tratar con extranjeros. Cuando me hablan, con infinita nostalgia, de él, suelen acabar la conversación con un: «le hubiese gustado conocerte, os hubieseis llevado bien».

Supongo que si, no tengo duda alguna.

Es imposible que deje de dolerme algún día pensar en que Kota y mi padre apenas se han llegado a conocer…

Al llegar al ryokan me presentaron a la dueña con cierto orgullo y muchas reverencias y cuando el pequeño Kota decidió asomarse desde el refugio que eran mis piernas, creí notar que aquella buena mujer se emocionó de verdad al conocerle. Yo no pude evitar, aún sabiendo de sobra que no era así, sentirme como un intruso en aquella escena tantas veces vivida por aquella familia de la que ahora yo formaba parte y sin embargo a la vez era hermoso compartir la ilusión de Chiaki y de Tokuko, su madre, por enseñarme cada recoveco de aquel lugar entre montañas, por desgranarme cada recuerdo de cada rincón. Al río se cayó Nobuaki al intentar saltar de piedra en piedra, en el bar antes tocaba un señor mayor aquel piano que ves allí y la gente le bailaba las notas ataviados con el yukata del ryokan, de pequeña entraba en el onsen con mi padre…

El tiempo fue horrible: llovía a mares y hacía mucho mas frío del que tocaba en aquella época del año. Eso hizo que prácticamente hiciésemos vida entre paredes los dos días que hicimos noche; recuerdo que solo salimos un poco una vez que clareó la luna porque, decían, que se podían ver las luciérnagas danzando al compas del agua del arroyo, pero duramos justo lo que Kota tardó en asustarse por la oscuridad.

Tampoco importó demasiado: el edificio original se había ido quedando pequeño con los años y se le fueron anexando nuevas construcciones a ambos lados unidas por pasillos por los que uno nunca tenía claro del todo si iba a acabar saliendo al onsen, al restaurante, al salón con chimenea del piano o directamente a recepción. Harían falta más de dos días para aburrirse por allí dentro.

Volviendo de los baños la primera vez a mi me costó un buen rato encontrarme.

Aunque había un comedor enorme, la cena se servía en la habitación. En nuestro caso nos hospedábamos en dos diferentes para que Tokuko tuviese la intimidad, y quizás la paz, que Kota de ninguna de las maneras le iba a dar, pero a la hora de la cena nos juntábamos en la nuestra, que era la más espaciosa, no andaré demasiado desencaminado si digo que andaría por más de diez tatamis.

Como en prácticamente todos los ryokans, la cena era algo a lo que uno debía prestar toda la atención posible: aquello no es algo que se coma mirando la pantalla del móvil; esos platos son tan exquisitos que hay que degustarlos con todos los sentidos. Sabores y colores, aromas y texturas todos compitiendo en un equipo perfecto para formar la más refinada de las experiencias. Eso mientras uno está sentado en el tatami, en posición de seiza, ataviado con un yukata y en mi caso, rodeado de la rama japonesa de la familia.

Os podéis imaginar.

Volvió de nuevo la dueña a atendernos personalmente. A la izquierda de la mesa empezó a alinear con una mano, sujetándose la manga del kimono con la otra, cuencos desafiantemente humeantes de sopa miso, de arroz, de tofu que combinaban perfectamente con platos de pescado, de carne, de encurtidos, de trozos de pescado crudo de mil tonos y colores entre hojas shiso y piedras blandas de wasabi.

Lo hizo de forma armoniosa, sin prisa, tardó un buen rato en el que nadié pronunció palabra alguna, incluso Kota, lo que es mucho decir.

Después empezó a hacer lo propio delante de cada uno de nosotros por orden descendente de edad.

Cuando hubo acabado, había cuatro cenas: la de Chiaki, la de Tokuko, la mía y una más colocada con exquisitez delante de la hipotética persona que habría de presidir la mesa.

Entonces se sentó sobre sus rodillas cerca de la puerta, se ajustó el kimono a la altura de las caderas, nos hizo una reverencia y dirigiéndose a la madre de Chiaki, le dijo:

– Habéis venido tantos años que no puedes imaginarte cuanta alegría he sentido al saber que volvías a venir con tu familia que ha sido siempre un poco mía. Te doy las gracias por ello.

Entonces se dirigió a Chiaki:

– Te he visto correr por esos pasillos y crecer más rápido de lo que nunca hubiese imaginado, año tras año. Y ahora eres madre, es increíble lo poco que hemos cambiado nosotros y cuanto lo has hecho tu. Gracias por querer seguir viniendo y presentarme a tu hijo y a tu marido.

Y después de hacerme una reverencia a mi, volvió a hablarle a Tokuko, que hacía tiempo ya que había dejado de tratar de disimular las lágrimas:

– Como en otros tiempos, para mi tu marido sigue estando aquí velando por ti, por vuestros hijos y ahora por su nieto. Por favor, disfrutad de esta cena junto con él y honrad así su presencia. Siempre que vengáis, para mi él seguirá estando como siempre ha sido, como no debería de haber seguido siendo. Siempre os esperaré con los brazos abiertos, a él también.

Hizo otra reverencia, esta vez apoyando las dos manos en el tatami, y con especial elegancia deslizó de nuevo la puerta de papel de la habitación tras ella.

Nos costó parar de llorar. Nos costó un buen rato recuperar el habla. Fue Kota el que con el más a destiempo de sus gritos de “itadakimasu” nos hizo volver de aquel mundo de eterna nostalgia infinita al que ellas dos se fueron llevándome de pasajero.

– Por favor, Oskar, come, compartamos su comida entre todos -dijo Tokuko.

Y aunque a mi nunca se me hubiese ocurrido tocar ni un solo grano de arroz de lo contrario, así lo hice, así lo hicimos.

Aun conservando el gesto de haber derramado lágrimas, las vi felices, las sentí en paz y disfruté del brillo de sus sonrisas con más de un recuerdo de todos los que trajeron aquella velada entre las dos.

Hemos vuelto al menos dos veces más que recuerde y en todas y cada una de ellas ha estado el sitio reservado y la cena puesta para el que falta, pero que sin embargo, está. Sin que hubiese que pagar más por ello, sin que hubiese que pedirlo.

58 comentarios en “Una cena de más

  1. Que pena se siente cuando los abuelos no pueden disfrutar de sus nietos ni estos aprender de ellos :ikullorer: vaya lagrimones acabo de soltar justo antes de llevar mis monos al colegio :malico: un abrazo familia!!

    1. Yo de mis abuelos maternos apenas tengo recuerdos, pero con los padres de mi padre compartí hasta pasada la adolescencia. Tengo tantos, pero tantos recuerdos de ellos que no puede dejar de dolerme que Kota casi no conozca a los suyos…

  2. Qué delicadeza de sentimientos! :ungusto: :malico:
    Gracias Oskar. Sólo decirte que Kota va a saber muy bien quiénes y cómo eran sus aitites.
    No lo conozco, pero echo de menos un ryokan y una SEÑORA del hotel como la que cuentas por estos lares. :gustico:
    Un saludo. :coleguicas:

  3. Siempre leo, nunca comento pero me río contigo, me divierto, me emociono… y hoy lloro.
    Muchas gracias por compartir tus historias, por hacerme sentir contigo.

  4. Un relato precioso.

    Eso es lo que diferencia el trato de unos buenos anfitriones con sus clientes de toda una vida. Supongo que nunca sabré lo que es eso porque nunca he sido tan fiel al mismo sitio.

    Un gustico leerte

    1. Yo a veces lo pienso, que debería tratar de ir siempre al mismo sitio para establecer ciertos vínculos. Eso debe recompensar: ir por ejemplo al mismo restaurante todas las semanas y trabar cierta amistad con el dueño…

      No sé…

      A mi me sorprendió y me emocionó muchísimo.

  5. Muchas gracias por el relato, me ha encantado y he tenido que aguantar alguna lagrimilla.
    Hay gente en este mundo que desborda amor y que sabe seguir amando a los que se lo merecen, aunque ya no estén físicamente entre nosotros, e incluso aunque no sean tan cercanos.

  6. Muchas gracias, de verdad. Un punto de anclaje a este mundo donde se arremolinan revoloteando los sentimientos que unían-unen-unirán. Precioso.

  7. Como para no emocionarte si estás ahí… si ya emociona leyéndolo y estando desde fuera. La verdad es que es una bonita acción y está bien que la repitais así Kota cuando sea mayor lo entenderá mejor y le parecerá también bonito.
    Por cierto un nombre muy bonito el de tu suegra (se que no viene a cuento pero es que me ha gustado mucho… en kanji que quiere decir el name si se puede saber).

  8. Siempre me conmueven estos posts.Las emociones que transmites llegan al corazón. Me alegro mucho de que tengas recuerdos tan especiales, te acompañarán toda la vida. :ikugracias:

  9. Emotivo y muy bello. Gracias por mostrarnos esa parte de la sociedad japonesa que solo se puede vivir desde dentro.
    El respeto y la delicadeza con la que tratan ciertos aspectos es algo que nuestro mundo occidental parece haber olvidado.

    Un saludo.

    1. Hmm, no sé si esto es aplicable a esto de la cultura japonesa que dices, cada vez me creo menos estas generalizaciones y creo que cada persona es distinta…

      Hace años que dejé de ver el asunto así…

  10. Creo que es la primera vez que te escribo en el blog, aunque te sigo desde hace mucho…

    Titu, estas cosas no las puedes escribir, que nos haces llorar a todos joío!

    Es difícil transmitir esto de la cultura japonesa, como una persona tiene esa delicadeza (por llamarlo de alguna forma) de en esta situación, dar a entender que la familia que está sentada allí, es parte de «su familia», honrando a la persona que no puede estar allí.

    No se, los japoneses tienen sus cosas buenas y sus cosas malas, pero como han dicho antes, te llegan a la «patata» con estas cosas.

  11. Hola Oskar, saludos desde Venezuela.
    Yo muy poco comento y eso es facil de verificar, pero siempre te leo y te veo (por instagram), me causa una singular alegria la forma en la que escribes y cuentas tu vida diaria.

    Y a lo que vamos, entiendo la nostalgia de ellas, pues perder a un pilar en tu familia no es naa facil, pero siempre quedan los recuerdos, esos que te hacen agradecer haber tenido la oportunidad conocerle y que haya formado parte de tu vida y tu historia.
    Gracias por tomarte el tiempo de compartir esto, e hermoso. :ikugracias:

  12. Poco mas por comentar, un relato precioso. Creo que cuanto mas mayores nos hacemos mas valoramos a los que nos rodean y mas añoramos a los que se han ido. Pero recordar que su mejor recuerdo somos nosotros, y lo que somos gracias a ellos.

    Saludos

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