El fin de semana pasó con bastante normalidad, el teléfono no sonaba, aunque lo cierto es que desde el golpe la mayoría de las veces lo único que recibo son mensajes de voz en el contestador sin que hubiese habido ninguna llamada, ojo Steve Jobs que tienes aquí al betatester definitivo, vete mandando el iPhone 5 que verás lo que dura. Aunque casi mejor así, total, para lo que contesto yo el teléfono…
Hice revisión de daños: un iPhone con la pantalla destrozada pero que funciona casi normalmente, una moto hecha un cuadro pero con el motor aparentemente intacto, ropa hecha jirones metida en una bolsa ya para tirar, incluidos los zapatos, postillas como senbeis y un costado izquierdo que cada vez dolía más impidiéndome dormir en condiciones. Podría haber sido muchísimo peor, así que se celebró con cervezas la situación «ni tan mal».
El lunes empezó otra vez la retahíla de llamadas, y el caso es que en mi empresa ya no estaba la persona que me estaba ayudando hasta entonces, así que hablé con mi empresa de verdad, vamos, que estoy subcontratado y los que me dieron el contrato a firmar todavía no sabían nada del asunto, ni querían saber por lo visto.
Llamé y después de contar la situación y preguntar si ellos tenían algún tipo de seguro que cubriese el trayecto al trabajo, me dijeron que había, pero que no cubría accidentes de tráfico, que ellos no se hacían responsables de lo que me hubiese pasado «de ninguna de las maneras», que no iban a poner ni un duro para nada, y que tuviese esto claro.
Y tan claro. Vaya tacto de mis tamagos.
Así que empecé a devolver las llamadas, la mayoría al Nomura-san, y el hombre insistía y reinsistía en que no quería hablar conmigo sino con alguien de mi empresa. Le conté esto mismo al señor don «a mi no me cuentes tu vida» que se muestra tan agradecido cuando le mando el parte de horas y ha habido horas extras, y me dice finalmente que vale, que habla con ellos, pero que, otra vez, ellos no ponen ni un yen en el yakitori.
Habla con ellos, busca por internet y me llama escandalizado todo nervioso diciendo que, por el nombre, la empresa pertenece a la mafia japonesa, a la yakuza, que ya puedo ir arreglando esto cuanto antes y que no les haga enfadar, que me disculpe cada vez que coja el teléfono y que la he liao parda y que no se qué, el tío está cardiaco entero.
Aquí ya me entra la risa, lo juro, me fui al baño de la oficina y me encerré ahí a descojonarme de todo, fue un momento tan absurdo que si llega a llamar a la puerta Quentin Tarantino en pijama con un sombrero de torero, le habría hecho de toro haciendo los cuernos con los dedos. Acojonante el lío en el que me había metido de un día para otro, atiende Alex de la Iglesia que tienes película.
Una vez pasado el momento irracional, me agobié hasta la médula, no estaba en plan histérico nervioso, pero si muerto de miedo y empecé a echar cuentas para ver hasta cuanto podría pagar si no quedase otro remedio, a mover ficha en vez de dejarme llevar entre unos y otros. Hubo amigos que, sin dar ningún detalle de la gravedad de la situación, me ofrecieron dinero directamente, nunca lo olvidaré, aquí os llevo, justo un poco por encima de la costilla dolorida, vosotros sabéis quienes sois.
No le cuento a nadie lo de la yakuza, por no preocupar y liar a más gente que lo único que van a hacer es liarme más a mi con histerias, cuando recibo un mensaje del tío de mi empresa pidiéndome perdón porque se había equivocado, que aunque es un grupo grande de empresas, cree que no tiene nada que ver con la mafia… yo ahí reviento y la pago con él, primero porque se lo merecía desde hacía tres llamadas por su tono prepotente totalmente insensible negando toda responsabilidad de mi empresa en el asunto de muy malas maneras y segundo por gilipollas supino. Le pongo a parir, literalmente, y después de ahí le tengo dócil hasta que acaba todo esto, yo creo que también me habría acojonado de haberme escuchado, ya iba tocando explotar y un poco de réplicas y radiación iba también en el asunto, que vaya dos meses llevamos.
Se acaba concertando una reunión a las siete y media de la mañana en la empresa ex-yakuza, por mi parte vamos yo y el borrego que deja claro que sólo va en calidad de intérprete inglés-japonés, y no representa a la empresa bajo ninguna circunstancia, por la otra parte el abogado Nomura-san y un tipo de canas que no se quién es ni falta que me hace, pero que ha venido para ponerse enfrente y poner cara seria. Lo mismo es un arubaito.
Me pide que cuente el accidente, lo cuento boli en mano, no estoy nervioso, ni enfadado, simplemente cuento las cosas con calma y con el máximo de detalles que recuerdo. Me niegan una vez más que el coche saliera, le niego una vez más que el coche no saliera y doy razones mientras el del arubaito arquea una ceja y el Nomura-san esboza una mueca de escepticismo.
Simplificamos la comedia cuando, por fin, me acaba enseñando la factura de arreglo del coche, 610.000 yenes del alma (15 motos como la mía), me dice que ya lo han arreglado porque lo necesitan, que debemos establecer un porcentaje de culpa y me enseña precedentes de casos anteriores en los que en todos la culpa es del motorista por haberse saltado el semáforo. Yo me río con los ejemplos que me enseñan aquí Epi y Blas, seguro que no había otros, claro.
Me pongo serio, y les digo que no está claro que yo me hubiese saltado el semáforo pero que en cualquier caso, hay unos segundos hasta que el otro semáforo cambia y yo iba muy rápido así que en el peor de los casos los dos nos lo habríamos colado.
Me dicen que no hay testigos, pero que sería mi palabra contra toda una empresa, que iban a ejercer mucha presión para solucionarlo, que al no tener seguro yo tengo todas las de perder, que no quieren ir a juicio, que bastante lío estoy teniendo ya, que lleguemos a un acuerdo, pero que si no queda más remedio, se va a juicio con todas las consecuencias.
Yo pienso en mi viaje a Bilbao, en todo lo loco que me están volviendo cada día con la gaita y que si esto va a durar muchos meses más no me compensa ni de lejos. Así que decido ser honesto y asumir un 60% de la culpa por ir muy rápido con la condición de que se acabe todo cuanto antes y me olviden.
Dicen que es muy poco, que se lo tienen que pensar, y se acaba la reunión.
El mismo día, a las 11 de la mañana, me dicen que aceptan y me dan un número de cuenta y una factura con 360.000 yenes a pagar. A duras penas consigo reunir el dinero, lo pago por internet y me abono al arroz con curry del súper de mi barrio hasta nuevo aviso.
El elemento de mi empresa me dice que he llevado todo con una tranquilidad admirable, que nos vayamos a celebrarlo con unas cervezas. El tío es un rascayú profesional acreditado cuya opinión me importa lo mismo que él, pero accedo para devolverle los favores del madrugón y de hacerme de traductor, eso sí, tendrá que esperar hasta dentro de un par de sueldos.
Intentando pasar página desde el minuto 2, me llama el Nomura-san, me da las gracias por el ingreso y me dice que su empresa me paga las facturas del hospital, que le diga mis datos que tiene boli y cuaderno ahora justo a mano, yo le digo que no quiero saber nada más ni de él ni de su grupo de empresacas, que no me llame nunca más, que se puede meter su limosna por donde le quepa, que yo soy el que me he quedado sin un puto duro, sin poder ir a Karate un mes porque me duele todo, con una moto descojonada y el iPhone y el amor propio destrozaos, que podrá entender, dadas las circunstancias, que no tenga muy en cuenta su conciencia en estos momentos.