Crisis de los cuarenta

La movida empezó con el nacimiento de Kota. No sé si se podría llamar al asunto crisis de los cuarenta, o crisis del padre primerizo, pero el caso es que todo a la vez ha hecho que mi vida sea totalmente distinta. Eh, anda que no cambia la cosa cuando te aproximas a los treinta y todos y encima teniendo un guacho dándote botes encima!

Es cierto que piensas en que ya llevas la mitad en el mejor de los casos, que es verdad que esto se va a acabar, que la vida va más en serio de lo que iba hasta entonces. Empiezas a darte cuenta que a lo mejor no tienes ya todo ese tiempo del mundo que siempre había sobrado para hacer todos esos planes que tu subsconciente y tu habíais apuntado en el cuaderno de sueños pendientes.

Te quieres poner en forma ya mismo. Quieres estudiar lo que siempre habías dejado para después, te pones a comer aguacates a media tarde porque has leído que son buenos para el colesterol y en el armario de la cocina hay un rincón con movidas raras y superfoods de esos que saben a folio rebozao con alpiste pero que van a hacer que tu hipotenusa siga elevándose al cuadrado de siempre.

En mi caso llevo encima una crisis de los cuarenta de la hostia, pero del copón de la baraja. Acojonao estoy.

A ver si soy capaz de explicarme.

Bueno, vaya por delante que estoy guay, que estoy bien, no preocuparse, que lo llevo estupendamente. Es más, diría que me gustaría haberla padecido antes, tampoco demasiado pronto, pero como cinco años antes habría estado más que fenomenal para haber guiado mis pasos hasta donde estoy, si, pero por algún que otro atajo.

La cosa no va por comprarse un Ferrari último modelo, teñirse el pelo de rubio y dar acelerones por la gran vía, o por el cruce de Shibuya en mi caso. El síndrome se ha manifestado de manera muy distinta: a mi me ha dado por pensar, por pensar muchísimo, por darle vueltas a todo lo que me rodea, no más que antes pero si a otro nivel, un poco más arriba, darle una «metapensada» a la vida y priorizar, priorizar hasta niveles de locura.

Me voy a morir, ese es el eje. Permitidme la crudeza.

Sabiendo que ese siempre de siempre está más cerca que nunca cada vez, todo se relativiza.

Todo.

Empecé por el trabajo: decidí que no iba a meter ninguna hora de más porque esa hora es una hora que nunca va a volver, una hora en la que podría haber estado jugando con mi hijo, enseñándole a contar en castellano o dándole todos los besos que pueda a la tía más guapa que hay, que es mi mujer y de momento me deja. Una hora de las limitadas que me quedan, que espero que sean muchísimas todavía, ojo. Así que si viene algo «urgente», rara vez será tan urgente como para olvidarme de que el tiempo que paso en la oficina es el apalabrado, el resto no es ni más ni menos que mi vida, esa que se va acabando, lentamente, pero sin tregua pactable posible. El tiempo es lo más preciado que tenemos, se mire como se mire. Por eso mismo no cojo nunca el teléfono, por ejemplo, es mil veces más rápido y efectivo el email, no me compensa.

Si excepcionalmente, pero muy excepcionalmente, me tengo que quedar para arreglar algo que se ha roto, me voy exactamente ese tiempo antes al día siguiente, es algo que he hablado, muy seriamente, con mi jefe y a lo que ha accedido.

El otro día le escuché a Iñaki Gabilondo en una entrevista decir que solo se arrepentía de una cosa: no haber pasado más tiempo con sus hijos cuando estos eran pequeños. Esto lo dice un señor de los pies a la cabeza hasta donde yo sé, que pasó una enfermedad muy grave; yo no quiero tener que llegar a ese extremo para darme cuenta.

Después pasé a otro nivel, pasé a relativizar la sociedad. Coño, ya os había dicho que llevo una crisis cuarentona encima de cojones, ¿no?. Pues eso, dadme cancha que despego. La sociedad, japonesa o no, estaba ahí cuando yo nací y seguirá ahí cuando yo me pire a fertilizar sakuras o cipreses o lo que quede encima de mi ombligo. Una sociedad con una serie de normas, de costumbres que deberían hacer más fácil la convivencia a la vez que asegurar y estabilizar la velocidad de progreso como humanidad. Esto es así, es innegable: ya no nos morimos por enfermedades de hace cien años, tenemos agua caliente, chorrillos en el ojete en mi caso, internet, aviones, jodé, yo que sé. Pues yo relativizo esta historia: todo me importa lo justo, las convenciones sociales, el sistema este que tenemos montado es una herencia, sin más, algo que va cambiando con los días según interesa a grandes empresas o gobiernos o… pocas cosas hay auténticas mires por donde mires, pocas cosas no son cuestionables, no hay porqué comer tres veces al día, yo entre semana comeré como cinco veces cosas ligeras porque así optimizo el tiempo, porque me conviene, tampoco hay porqué tomarse un café por las mañanas ni tumbarse a tostarse al sol en verano.

Pero voy más allá: los valores de este teatro se resumen en uno: se basan en tener más o menos dinero sin el cual no podrás hacer prácticamente nada y contra este concepto no hay ética que no se pueda doblegar; los supermercados venden comidas que son un disparate, incluso etiquetadas para niños, prima vender el máximo posible en cualquier lugar al que mires, no hay sentido común, solo tratar de ganar más pasta a toda costa.

Pero yo sé de primera mano que tener o no dinero es circunstancial, lo dice uno que ha pasado ya por casi diez empresas de todo tipo entre España y Japón. No me enorgullezco de ello precisamente, pero tampoco me importa: ha habido momentos duros y momentos mejores, como el actual, pero yo he sido siempre constante. Yo como persona: lo que pienso, lo que hago, mi potencial independientemente de la pasta, mi salud, mi cuerpo, mi mente. Eso es auténtico, es lo que hay y lo que queda en última instancia, el único patrimonio verdadero en Bilbao, en Japón o en Alpedrete, con o sin panoja para gastar, en esta o en aquella sociedad, quitándome los zapatos al entrar a un restaurante o zampando pintxos en la calle. Por eso me primo a mi mismo: estudio y no dejo de aprender, por eso hago todo el ejercicio que puedo, por eso trato de tener la mejor salud posible, porque vaya donde vaya, yo sigo siendo la constante, lo poco que se antoja real. Parece sensato invertir tiempo en mi más que en teatros ajenos.

Bajo este mismo concepto entrarían ahora Chiaki y Kota y por supuesto mi familia. El tiempo con ellos es aprovechado a todo lo que da cada segundo, el tiempo que no estoy con ellos, ni he vendido a una empresa a cambio del dinero asquerosamente necesario, lo dedico a mi cuerpo y a mi mente. El resto importa, pero muchísimo menos, muchísimo muchísimo muchísimo menos, tanto que siento que la mayor parte del día estoy representando una farsa fingiendo que me importa lo que hago cuando en realidad estoy deseando que acabe para tirar con lo mío.

Por ejemplo cuando viene uno del banco a hablarme de tal o cual hipoteca, me da exactamente igual, es su juego no el mío, yo de este invento participo exactamente lo justo que me permita vivir en una casa que considero mía, un trámite por el que he tenido que pasar, el resto me sobra, es más: hago todo lo posible porque ni me rocen estas historias. Soy el que más pasión pongo en las reuniones de empresa, pero en el fondo sé, soy consciente de que me importan prácticamente nada.

Son inmensa mayoría los conceptos «heredados» que me dan exactamente igual: religiones, divisas, fronteras, visados, política… me hace especial gracia ver a gente de mi edad defendiendo hasta la muerte ciertas ideas como la independencia de Euskalherria o el caso opuesto: España una y grande… ¿en serio? vosotros nacisteis con este tinglado ya montado, ¿en serio os importa tanto? ¿tan poco tenéis que hacer?. Lo que no quita para que me alegre cuando gana el Athletic o me alegraré cuando se quite del medio a tanto inútil que está en el poder en España a finales de año, no vivo insensible y ajeno a todo, pero es otro nivel de alegría nada comparable a escucharle a Kota aporrear la puerta del baño gritando «papá» para que salga ya de ahí, deje de hacer lo que sea que era tan urgente y me ponga a jugar con él ya mismo. Eso es lo importante, mucho más que el paso a producción del jueves 23, no hay, ni de lejos, color.

Así que con esto estoy últimamente: no me creo nada de lo que me rodea, solo creo en lo mío y lo de los míos, con ello me quedo y a ello me debo, no es que me canse el resto, es que me da igual.

Crisis pero de las jodidas, ¿eh?.

Ya veremos cuando llegue a los cuarenta de verdad…

El día que le di una hostia a un señor semicalvo

Yo juro que fue sin querer, en serio.

Volvía a casa en bici, lo que no es ninguna novedad: ya me manejo por Tokio en bici entre la oficina y mi casa prácticamente siempre. Lo que si es nuevo es que ese día salí un poco antes porque Kota estaba enfermo y al no tener que llevarle a la guardería, entré a la oficina bastante antes y apliqué, a rajatabla, lo del horario flexible. Ni cinco minutos más, en serio, mi vida no se regala más de lo pactado ni a Cristo bendito, no hay excusa suficientemente buena.

En verano los días también son más largos en Japón, pero tampoco demasiado, a eso de las siete y media ya es totalmente de noche. Aquí no se cambia la hora, algo de lo que siempre se quejan por las Españas, pero que joder, anda que no daría gustete salir siempre de día, no sabéis lo que tenéis. Bueno, el caso es que como salí un poco antes todavía aguantaba un poco el solete aunque se puso a ponerse a anochecer cada vez un poco más conforme iba zampándome kilómetros a golpe de pedal. Iba yo ya por la mitad del banquete ya prácticamente de noche cuando de repente salió de yo que sé donde un señor medio calvo con bolsas que me cené sin pan ni ná.

El bonito suceso tuvo lugar exactamente en el medio de la mitad del centro de ninguna parte: la misma carretera de siempre pero por el tramo quizás más estrecho y poco iluminado de los quince kilómetros que ella y yo compartimos a pachas.

Yo iba bien, por mi carril, no demasiado rápido y verse, se me veía de sobra: a las luces obligatorias de delante y de atras, en modo parpadeo que te pones nervioso al tercero o así, yo le sumo un led que está atado en un radio de la rueda y que se activa con el movimiento… a aquel gaijinaco lo ve hasta el obispo de Burgos desde la torre mayor.

Pero es que el pavo se había puesto a cruzar sin mirar por el santo medio: ni semáforos ni pasos de cebra, nada, pero además sin mirar ni a los lados ni absolutamente a nada, a lo puto loco.

Grité un «¡cojones, cuidado!» de los míos en perfecto castellano y a pesar del frenazo y de los tres cuartos de rueda que dejé derrapando, me lo zampé de frente y acabamos los dos en el suelo. Yo de alguna manera caí prácticamente de cuclillas, no me hice absolutamente nada.

Lo primero que hice fue apartar la bici del medio de la carretera e ir a ayudarle al señor preguntándole si estaba bien, si se había hecho algo. Lo hacía mientras le ayudaba a incorporarse y trataba de recoger la compra del súpermercado que se había esparcido por el suelo para meterlo en la única bolsa que quedó más o menos usable, la otra se había rajado de lado a lado.

El tío, de repente, me quitó la bolsa de malas maneras y empezó a gritar movidas con una mala hostia acojonante. Yo le decía que tranquilo, que se me tranquilizase el señor miura, que había sido un accidente y ya, que menos mal que parecía estar bien, pero él insistía en echarme a mi la culpa que yo no tenía: que si no miraba, que a ver que coño iba haciendo, que no debería ir con la bici por la carretera… con esto último me entró la risa tonta y le dije que claro, mejor por la acera para evitar pillar a tarados como él que prefieren ir por el puto medio de la carretera de noche sin mirar.

Se mosqueó más, empezó a gritarme más y yo trataba de tranquilizarle pero sin darle la razón y cuando hizo una pausa, aproveché para meter baza en su monólogo diciéndole que imaginase que en vez de haberse encontrado conmigo, se hubiese topado un coche, que a ver si en la escuela no le habían enseñado a mirar a los dos lados antes de mirar.

Entonces me gritó un «¿¡¿que coño dices!?!?» y me pegó un empujón en el pecho al que yo reaccioné, juro que sin querer y quizás presa de la tensión del momento, pegándole una hostia en la jeta.

Fue una hostia de Bilbao homologada que acabo convirtiéndose en más curiosidad que otra cosa: mi subsconciente había enfilado un perfecto y óptimo puñetazo a su fenomenal melón semicubierto semidescubierto estilo ahora pelo ahora calva, pero a mitad parece que me lo pensé mejor, frené el asunto lo que pude y abrí la mano con lo que lo que se llevó en vez de la ondonada que se merecía en la puta cara, fue un semitortazo descafeinado.

Sonó guay.

…plas…

Suave, pero marcando terreno, empezó firme pero acabo sutil.

Lo que es seguro es que no creo que el pescozón le doliese casi ná pero sin embargo, tuvo un efecto educador imprevisible: nos quedamos los dos de piedra por lo que acababa de ocurrir; yo ya tenía los puños apretados por si la íbamos a tener más gorda y había que batirse en duelo con el tío vinagres, que por otra parte no tenía ni la mitad de una media hostia, pero lo que él hizo fue repetir en un tono mucho más bajo su «…qué coño dices…», darse la vuelta y desaparecer por donde había aparecido de tan inesperada manera a paso ligero.

Yo recogí la bici, enderecé la luz que se había quedado apuntando a Tudela, y seguí mi camino mirando por el espejillo no fuese a ser que a mi amigo Manolete le diese por tirarme una piedra o algo desde detrás de un árbol, que tenía pintas de estar igual de cuerdo que un saco lemmings agitao.

No le volví a ver y mira que sigo pasando por el mismo sitio dos veces al día, cinco veces por semana.

Juro que yo no quería haberle adoctrinado de aquella manera aunque se lo merecía, juro que yo iba bien, que iba atento, ni música llevaba esa vez, tampoco iba rápido. Y juro que en vez de ponerme yo a echarle la bronca, traté de ayudarle todo lo que pude hasta que vi el percal, momento en el que debería haber cogido la bici y pirarme según estaba sin hacerle caso después de comprobar que estaba bien.

En lugar de eso le di una hostia y fue él el que se marchó primero, farfullando mierdas, eso si.

Tiene huevos.

Doburokku

Aquí van otros que siguen estando de moda aunque estuvieron en su punto álgido hace ya algunos meses, allá por navidades del año pasado más o menos. Como en los otros sketches, son un par de dos, una pareja que cantan canciones chorras entre las que destaca siempre la de «Moshikashite dakedo», que viene a significar algo así como «¿Coño, ver si es que va a ser…?». En las canciones siempre se ponen en situaciones cotidianas y lo que ellos piensan sobre lo que está pasando, la gracia es que siempre piensan en guarradacas con chicas, en barbaridades que te descojonas!!!

Traducido, como siempre, con criterio Toscano totalmente random, aquí van los Doburokku con una de las versiones de «Moshikashite dakedo», ¿coño, a ver si va a ser…?


Hay muchos otros vídeos con muchas otras situaciones, por ejemplo hay una en la que cuentan que están en un bar y entran al baño él al de chicos y una chica que no conocen de nada al de chicas, pero que salen y entran a la vez…. ¿coño, a ver si es que va a ser que quería escuchar cómo meaba yo?… jajaja, todo barbaridades del estilo!!

¡¡Opiniones quiero!!

Why, Japanese people!!?!?!?

Sigo con la sección de humor japonés que a mi tanta gracia me hace, ahora que yo soy bastante tonto y simplón que me das un yo-yo y ya tengo plan para la tarde.

Total, en este caso aunque es un tipo que triunfa en los espacios de humor de la tele japonesa, el elemento en cuestión no es japonés, sino un americano llamado Jason que trata de explicar como lleva él eso de estudiar kanjis, estoy convencido que a los que estudiáis japonés, os va hacer bastante gracia.

He cogido el vídeo y lo he subtitulado a mi bola, como siempre, a ver que os parece la movida:

Wasurerarenai

– Te quiero llevar, ven, quiero ir allí contigo -me decía siempre- tienes que venir a Kyoto, tenemos que vernos aquí, ya está bien de tanta Tokyo Tower y tanto Odaiba, ya va siendo hora de que conozcas Kyoto.

Yo le había dicho ya que ya había estado cerca de media docena de veces, pero a ella se le quería olvidar. También es verdad que nunca había estado en Kyoto con alguien de Kyoto y me entusiasmaba la idea; sobretodo si ese alguien tenía el pelo más bonito de todo Japón. Hay que decir, en honor a la deprimente verdad, que en aquella época mi lienzo estaba tan intacto, tan en blanco que cualquier color que quisiese venir a tiznarlo me iba a parecer más brillante que el sol.

Pero es que aquella chiquilla tenía un pelo precioso de veras, tanto es así que trataba de caminar detrás de ella para ver como se le despeinaba con un viento que de ir en su contra, venía a mi favor regalándome parte de su olor. Qué bien olía su pelo. Qué bien olía ella. Es evidente que sabía que era guapa, pero estoy convencido de que no sabía cuanto en realidad.

Al menos a mis ojos.

– Que ya he estado en Kyoto, pesada -le contesté una vez más.

– Tienes que venir, mira, te coges un par de días de vacaciones, empalmas con el fin de semana y ya verás como nunca querrás irte de aquí -replicó ignorándome otra vez más- te veo buscando trabajo por aquí y suplicándote que te deje vivir conmigo. Y me haré de rogar, que lo sepas.

Aquella fue la primera vez que se puso encima del tapete la idea de que quizás se nos estuviese pasando por la cabeza a los dos dormir bajo el mismo techo más veces a la semana que las dos de a veces de siempre. Menudo empujón, menuda patada le metió a la pesada mochila de fantasias e ilusiones que me lastraba cada vez más la espalda.

Hechizado me tenía.

Raro sería, pues, no haberme visto recién afeitado sentado en aquel Shinkansen recorriendo el camino Tokaido a doscientos y mucho kilómetros por hora. Hasta estrenaba corte de pelo y todo para que cuando se intercambiasen los papeles y fuese ella la que me estuviese esperando en la estación, se llevase la mejor impresión posible al verme. Dudo que ella pensase siquiera en hacer lo mismo, pero la mía, la impresión digo, era insultantemente insuperable cada vez que aparecía en Shinagawa los fines de semana pactados.

– Vaya entradas -perpetró nada más verme- jajaja, ¡te estás quedando calvo!

Contrarrestó, en un segundo, mi cara de enfado simulado con un beso en los morros seguido de un achuchón interminable a lo que queda de mi flequillo.

– Kimochiiiii -repitió infinitas veces camino de su casa mientras repetía el mismo movimiento -kimochiiii.

Se la veía contenta, parecía hacerle ilusión de verdad que yo estuviese por fin allí, en su territorio comanche propio. Si a eso le sumamos que era viernes noche, pues ya sabéis: pocos planes fuera, muchos planes dentro y todos, sin excepción imaginable, a mi favor.

El sábado madrugamos lo justo y fuimos al templo aquel del que siempre hablaba, ese en el que había mil millones de puertas rojas de esas que hay siempre en los templos, esas que dicen que te purifican o algo así, digo yo que si pasas por debajo de todas las que hay en semejante lugar ya tienes carta blanca para pecar todo lo que te de la gana que ni en doscientas vidas te pones en números rojos con Buda.

Paramos unas cuantas estaciones antes y me llevó, de la mano, por entre callejuelas estrechas de un barrio cuyo nombre nunca he podido recordar, si es que alguna vez lo supe. Entramos en una pequeña cafetería en la que no habría reparado ni pasando mil veces por delante; al más puro estilo tradicional, estaba albergada en una casa de madera, sin apenas distintivos en la entrada, que consistía en una puerta corredera hecha de bambú y papel. La única manera de saber que aquello era una tienda, que allí se podía entrar, era o viviendo en el barrio o que te llevase alguien como me estaban llevando a mi en ese momento. Me sentí un privilegiado y ahora sé que lo fui y no solo por el lugar sino por la compañía.

No eran ni las diez de la mañana, pero nosotros ya habíamos almorzado. Y como Dios, o Buda en este caso, manda: con sus buenas cervezas, rematando la faena con un buen nihonshu.

Ya en nuestro destino, yo seguía sin tener claro que había que ver allí. En mi cabeza me imaginaba un tramo al lado de un templo grande en el que había un camino no demasiado largo lleno de toriis y poco más. Seguramente si uno sabía ponerse en el lugar adecuado, saldrían buenas fotos, pero todas serían más o menos del mismo rinconcete. Y todas con mucho de rojo, eso seguro.

Allí estábamos ella y yo mano sobre mano a pesar de lo cual ella iba siempre un poco por delante, guiando nuestros pasos con seguridad, como si tuviese la excursión marcada a fuego en su mente que no titubeó pisada alguna. Yo solo miraba a lo que me decía que mirase cuando me miraba, si no, mis ojos eran de su pelo, del gracejo de sus caderas desbaratadas por tratar de coger más velocidad que la que esos tacones permitían.

Pasamos por el templo, nos paramos si acaso dos segundos en cada tienda y a lo que miré para arriba, había ya un cielo de travesaños rojos dándome sombra. Había carácteres japoneses pincelados, con muy buen criterio, en un negro fuerte que hacía resaltar aún más cada fin de trazo sobre ese fondo rojo brillante.

– Esto son rezos que hay que ir leyendo mientras se pasa o algo así, ¿no? -pregunté

– Jajaja, si si rezos, tu si que estás rezo. Esto no son más que nombres de empresas en este lado, ¿ves?, y en este otro la fecha en que se plantó la puerta aquí. Cada una de estas es una donación al templo, cuanta más grande la estructura, más pasta se ha puesto, con eso se consigue, aparte de cierto renombre en la ciudad, ganarse, en teoría, el favor de los dioses para tener fortuna en los negocios. Rezos dice, jajaja, reza reza: ooh Banco Mitsubishi, ooh Toyota Motors… jajaja

– Atiende aquí, jajajaja

El camino, que era llano, se encuestó sin avisar. Estábamos ni más ni menos que subiendo un monte, de pequeño trecho con cuatro puertas rojas, nada de nada, aquello iba para largo. Menudo lugar más bonito.

– ¿Puedes andar más rápido? -me dijo. ¿Andar más rápido?, si me pides que me coma aquel árbol a bocados, me lo como ahora mismo.

– Vaaaleee

De repente estábamos en medio de un bosque en medio de nada. Nuestro primer desvío del camino fue después de que se nos cruzase aquel gato blanco con el que estuvimos jugando un rato. Después nos hacíamos a un lado para descansar según nos iba apeteciendo coger fuerza a base de besos.

Cuando llegamos a la cima, ya estaba anocheciendo. Todo eso descansamos.

La bajada fue más rápida no solo por lo obvio sino porque la hicimos de un tirón por miedo a quedarnos a oscuras. Las manos seguían unidas. El viento soplaba más fuerte. Se escuchaban más ruidos de más pájaros y quizás otros animales. Ella me empujaba, tiraba de mi, corría, se paraba y con cada gesto, añadía una palada más de magia a tan impresionante lugar.

Joder que pelo más bonito.

Cuando llegamos abajo, mi corazón estaba ya caramelizado del todo, aquello no tenía vuelta atrás, no me quedó otra que prometerme soñar con este día mientras viviese.

Nos sentamos en los dos viejos taburetes que el vejete del puesto de yakitoris tenía preparados desafiantes al lado de la parrilla. Nos bebimos más cervezas de las que recuerdo, alguna compartida con aquel buen señor que a la tercera o cuarta empezó, y ya no dejó, a darme puñetazos en el brazo diciendo, entre carcajadas, cosas que me traducían como «que buen tío» pero que seguramente no quedaba nada cerca de la verdad. A mi me daba igual, yo comía y reía y hacía que aquellos dos se riesen todavía más cuando intentaba contarles en japonés que aquel sitio era de los más bonitos en los que había estado en mi vida.

– ¡¡Que buen tío!! -me dijeron que dijo, la hostia no hizo falta traducirla.

Volvimos en taxi después de dos o tres horas allí sentados, no porque no hubiese trenes, sino porque no creo que estuviésemos en condiciones de cogerlos. La resaca del domingo fue de esas que hacen que tengas que tirar el día entero por el retrete y aun así no habría cambiado ni una sola de aquellas latas de Asahi que me bebí con aquella gente con la que lo único que tenía en común era que estábamos en el mismo lugar a la vez.

A Tokyo vino un par de veces más, después ella fue dejando de recordar, poco a poco, como contestar a mis mensajes hasta que no se acordó más.

A Kyoto volví muchas veces, al Fushimi Inari Taisha con ella nunca más. Sabina decía que al lugar donde has sido feliz no debías tratar de volver. Yo añadiría «con quien fuiste», al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver con la persona con la que fuiste, Joaquín. Y sin embargo, sabiendo que nunca se podría igualar la poesía que rimó aquel día desde por la mañana, yo intenté durante mucho más tiempo de lo que hubiese debido, que ella me volviese a llevar.

Sin éxito alguno.

Wakaran!!!

Suelo estarme callado, a veces demasiado, a no ser que me pregunten, que entonces si que digo lo que pienso. Pero de primeras suelo estarme callado porque en la mayor parte de los casos me importa tres huevos lo que pase mientras no me afecte a mi.

Hablo de gente a la que no pillo, con la que no sintonizo, a la que no entiendo ni una hostia así. Gente que anda por aquí medio cerca, con la que me toca tratar y con la que no acabo yo de encontrarle el punto a las migas que no tienen pintas de poder salir ni medio buenas. Repasemos la lista:

Sujeto número 1: el responsable de equipo

… o jefe o vete tu a saber porque tenemos como tres jefes… vamos, que a mi me manda todo Dios y todavía no tengo claro a quien hacer más caso, aunque también es verdad que tampoco es que le haga demasiado a ninguno. Bueno, pues este hombre es un tipo con el pelo a lo afro, regordete y con perilla, vamos, un chaval al que ves y te hace gracia por las trazas; de todo menos normal. Un tío majo que me cae bien, pero, coño, no le entiendo. Y juro en hebreo porque el tío, que los días de viento en contra tarda tres cuartos de hora más en llegar con ese pelamen, acaba de tener un hijo. Hasta aquí bien si no fuese porque sale de currar todos los días entre las diez y las once de la noche, así que me imagino yo que verá al hijo en fotos porque tu me dirás. Encima le preguntas y le quita importancia como si fuese su mujer la que ha adoptado un gato y con el no va la cosa. Cuando yo dije que había cogido semana y pico de vacaciones cuando nació Kota, el tío dijo: «¿y pa que? ¿pa verle llorar?». ¡¡ Wakaran !!!! no te entiendo, Michael Jackson!!

Sujeto 2: el liante
Este es la hostia. A lo mejor le cuentas que te vas a comprar unas zapatillas para correr y te suelta una chapa de tres pares de tamagos sobre modelos, tipos de pie, pruebas de esfuerzo, marcas y tiendas. Eso si: no se le conoce ejercicio alguno, el tío hace un único abdominal cuando se incorpora al despertarse por las mañanas. Quien dice ejercicio, dice cualquier otra actividad de la que el tío es el puto amo pero que, en serio te lo digo, luego no hace ná. Tenías que oirle hablar de objetivos para la cámara de fotos y luego ver las fotos que hace… juas, ¡¡no te entiendo, parlapuñaos!! ¡¡dedícate a hacer en vez de a hablar!! ¡¡baiss pallá!! ¡baiss!

Sujeto 3: la madre estirada
Esta es de las más recientes que han tenido a bien incorporarse a mi rutina de padrazo matutino. Por las mañanas soy yo el que llevo a Kota a la guardería, en ese ratico chulo yo le voy contando mi vida mientras él no me hace ni fruto caso y se dedica a imitar a los cuervos (aaa aaa aaa) o a decirle hola a todo Cristo viviente incluyendo obreros, universitarias, gatos o árboles. No sé si os he contado alguna vez que vivo al lado de una universidad femenina y que cuando los Tosca vamos para la guarde, nos cruzamos de frente con batallones de chiquillas. Ah y que hace calor, ¿os he contado que hace ya caloret?. Pues eso.

Bueno, total, la estirada bicho palo, que se me va la olla. Que vida llevo, madre mía, que trajín.

El caso es que soy el único padre extranjero en la guardería y Kota es el único half, como les llaman aquí a los mezclaos estilo sandwich mixto. He oído miles de historias chungas sobre el tema, como que familias tradicionales se quejan de ver a extranjeros pululando cerca de sus hijos e incluso que cambian de guardería. No es el caso, creo que les caigo mayormente bien allí a todos, sean monitoras, padres o hijos… a todos excepto a la estirada carapapa. Es una tipa calcada a la de Desperate Housewives, a la peliroja esa que dan ganas de matar al de treinta segundos de verla alineando las manzanas del frutero. A las 8 de la mañana va vestida como si fuese a una boda, incluyendo pamela y tacones y siempre siempre siempre me retira el saludo, a no ser que estemos ya dentro en la sala de los chavales con lo que quedaría demasiado mal delante del resto. A mi esta tía me importa tres carajos, por mi como si le sale un grano y se queda en casa ya hasta el jueves, mientras no me haga ningún feo con Kota, me la chuza. Pero eso si: ¡¡¡ no te entiendo, Rotenmeyer !!! ¡¡¡ y quitate ese sombrero, por Dios, que pareces un mariachi con rimel !!!

Sujeto 4: la del gimnasio
Esta tía está justo justo en la toscaraya a partir de la cual considero lícito, e incluso recomendable, soltarle un berrido que corrija, acaso, su actitud. Cualquier día desayuno gyozas y le eructo algo, ya te lo digo. Es una pava que llega vestida con ropa de marca acojonante de chula, y cara, y siempre con un modelico distinto. A mi me mola la ropa de deporte, así que hasta aquí allá cuidaos si se quiere gastar los cuartos en esto, a otros les da por comprarse Androids e incluso he oido de gente que come en restaurantes franceses, en la viña del señor ha de haber de todo. Lo que no me cuadra, ni con cartabón, es su actitud en la clase: la tía llega con su iphone y ya veremos si le sale de los sobacos hacer algo más que levantar la cabeza del cacharro. Lo primero: ¿qué coño pinta un móvil en una clase?, si fueses a correr en la máquina o algo, pero aquí hay un profesor al que se le debe un respeto o si no, no se va. En las clases al principio el profesor explica los ejercicios que vamos a hacer y después los hacemos a lo Tabata: caña a tope durante 30 o 40 segundos, descanso de 10 y al siguiente. Pues bien: a la tía la he visto yo irse de la clase a mitad de explicación porque no le cuadraban los ejercicios. Cuando hay alguna máquina el profe nos lo cuenta y después vamos por turnos a hacerlo delante de él para ver si lo hacemos bien, pues la tía le dice que no por sus huevos y no se mueve (después lo hace putapénicamente, claro). Incluso una vez movió la colchoneta de otro porque le molestaba, así sin decir ni mú. Mucha ropa y mucha hostia, pero luego eres una maleducada del copón, no haces ná y yo, ¡¡no te entiendo!! ¡¡poser!! ¡¡farsante!!

Sujeto 6: la nigayer
A esta la tengo en el curro sentada enfrente a la derecha. ¡¡ Sufre un huevo la amiga !!, se tira todo el día resoplando por que, por lo visto, tiene más trabajo que nadie en la oficina. Cuando le viene alguien a pedir algo, se pone toda digna y les perdona la vida diciéndoles que está megaocupadísima, pero que bueno, que qué le vamos a hacer, que el trabajo es el trabajo, y que no le queda otra que hacerlo. Así todo el día, todos los días durante el año y pico que llevo en la empresa. Yo no meto ni un minuto de más, esto lo tengo claretis desde hace muchos años, pero el rato que estoy aquí curro como un campeón. Eso si: si me viene alguien a pedir algo, pues se apunta en la lista y se hace, a poder ser con ritmo cubano estilo con la sonrisa puesta y desdeluego no montando el circo que monta aquí mi prima la nigayer (nigai significa «amargo» en japonés). Tía más provocabajona no me la he visto, ¡¡riéte un poco, chacha, que te va a dar un mal un poco más peor cualquier día y te vas a quedar toda tiesa con tu cara de masticar tierra!!

Sujeto 7: el ex-jugador de tenis
Este es uno también de la empresa que resulta que cuando tenía diez años menos estuvo a punto de ser jugador profesional de tenis. El tío debía ser muy bueno jugando y ahora se autoasigna el papel de deportista de élite diciendo cosas como «igual mañana vengo corriendo a la oficina» o «este fin de semana igual me voy en bici hasta quintalatronchamachi». Luego le ves fumando en la calle y poniéndose ciego a bollos dándole lustre a la pedazo de panza que lleva ahí colgando que da pena verle. Que no digo yo que el tío haya sido el puto amo, pero ahora mismo no le veo yo capaz ni de subir tres pisos por las escaleras. Igualito que este tío conozco yo a un par de profesores de Karate en España que van del mismo rollo místico tratando de convencer de lo bueno que siguen siendo y tienen unas panzacas que no pueden levantar la pata más allá de la altura de la rodilla. Vamos, Nadal, que tu has debido ser el jefe pero ahora mismo mejor harías en cerrar la boca haciendo dieta que zampando todo lo peor y fumándote medio bosque!!, ¡¡deja ya la tontería!! ¡¡acepta tu realidad!!

…continuará…fijo…

Congratulations

Cada vez que veo la caricatura me entra la risa, no puedo evitarlo….

Aquí os vengo a contar la excelsa, épica y grandiosa epopeya del como y del porque tengo en la pared del salón enmarcada una caricatura de mi mujer casándose con Julio Anguita.

Chiaki, no sé si esto lo he contado alguna vez, trabaja en una tienda de reformas. Gracias a esto nos conocimos, por cierto, el que haya leído el ikulibro ya sabrá de lo que hablo. Y de vez en cuando hacen eventos en centros comerciales presentando, por ejemplo, los nuevos modelos de cocinas o los nuevos materiales de construcción y tal. Yo si coincide que es fin de semana, ella trabaja los sábados, solía pasarme un ratillo a ver qué se cocía y, bueno, ¡¡¡porque me hace ilusión verla en su salsa!!!, a veces hasta me llevo pañuelos de propaganda y todo.

Este sábado pasado, por ejemplo, allí me planté con Kota a alegrarle un ratejo el asunto.

Bueno, total, que ella le había dicho a los compañeros de curro que se casaba y estaban todos invitados a la boda y tal, y yo había quedado que ese fin de semana me pasaba a uno de esos eventos, pero finalmente no pude porque creo recordar que me entró una fiebraca de esas de hablarle delirando hasta a mis amigas las macetas.

Sin yo saberlo y mucho menos quererlo, les reventé los planes. Resulta que tenían pensado sacarme una foto con Chiaki y llevar esa foto a un dibujante con el que ya tenían apalabrado que nos iba a hacer una caricatura vestidos de novios, caricatura que enmarcarían y nos regalarían por la boda.

Pero los compañeros de Chiaki, con su jefe a la cabeza, no se echaron atrás. Con dos tamagos más gordos que la cabeza de André el gigante, se fueron a internet y pusieron, literalmente: «un tío español» en Google Images. De ahí triscaron la tercera o cuarta foto que salió y que, decían, era clavado a mi y se lo mandaron al caricaturista que inmortalizó semejante derroche de improvisación e iniciativa sin precedentes:

2012-08-07 22.25.13.jpg

Chiaki se parece porque su foto era real…

¡¡¡Yo soy Julio Anguita con barba teñida!!!

Me descojono, todavía más, porque es a la inversa lo que estoy convencido que habrían hecho mis amigos de haberse dado el caso: irse a internet y buscar «chica japonesa» y de ahí pillar la que ellos creen que se parece a Chiaki porque, al igual que ha pasado esta vez, «total, son todos iguales»…

Pa que veáis que tampoco somos tan diferentes, ¡¡¡es que es Anguita el tío!!! Luego cuando se descubrió el pastel, nos ofrecieron rectificar y regalarnos otra con una foto mía real, pero ¡¡¡ni de coña cambio yo semejante tesoro!!!

:cebolleter:

Rassun Gorerai

Aquí va otro par de dos que están de moda por aquí últimamente, tanto es así que el otro día en Karate me encontré a todos los chavales haciendo la tontería y descojonándose vivos. Este no sé si va a ser un poco más difícil de entender que el anterior, pero como a mi me hace también mucha gracia, aquí lo pongo.

A ver si lo sé explicar: la cosa va de uno que se pone a cantar todo emocionao una palabra que no tienen ningún sentido, pero que la canta todo contentete y le dice al otro que la explique, el otro le sigue el juego y se pone a cantar contestándole empezando siempre con un «chotto matte chotto matte oniisan», que viene a ser algo así como «peraunpoco peraunpoco chacho!». La letra es lo de menos, lo que hace gracia es el ritmillo que me llevan, el bailecico ese con los gestos, lo contentos que están cuando hacen la tontería… yo me descojono cada vez que los veo!

Pongo el vídeo, y seguido la traducción libre estilo Toscano. Pido perdón de antemano si os tiráis todo el día con el chotto matte chotto matte oniisan en la puta cabeza, pero así está todo Japón ahora mismo!!

Rassungorerai, rassungorerai

Eh?! eh!? qué dice este!?

Rassungorerai, uuu! rassungorerai, uuu!
Rassungorerai, ahora vas y lo cuentas

Eeeh! peraunpoco peraunpoco, chacho
Qué coño es eso del rassungorerai
Me dices que lo explique, pero como no tengo ni zorra idea, no puedooo

Rassungorerai, uu! rassungorerai, uuu!
De viaje por el sur, rassungorerai

Eeeh! peraunpoco peraunpoco, chacho
¿El rassungorerai este es un resort?
Pero anda que no hay por el sur: Bali, Guam, Hawaii.. ¿cual es?!?!

Rassungorerai, uu! rassungorerai, uu!
Con la novia en el coche, ¡rassungorerai!

Pepepe peraunpoco peraunpoco, chacho
Mientes mas que cantas
Con la novia en el coche dices, pero ni tienes novia ni coche!

Rassungorerai, uu! rassungorerai, uu!
Caviar, Foiegras, Trufas, supermegahostiaputa!!

pe-pe-pe-pe peraunpoco…. CHACHO
Chaaacho, no me cambies del rassungorerai,
Aunque no entiendo que coño es y te he dicho que pares, ahora al rassun estoy esperassun!

Supermegahostiaputa, supermegahostiaputa
Al subirme en el tren supermegahostiaputa!!

pe-pe-pe-pe-pe-pe-peraunpoco, CHAAACHO
Vamos a ver copón,
vuelve al rassungorerai coño!

Supermegahostiaputa, supermegahostiaputa
El padre un tío árabe, la madre de la India
En medio naciste tu que eres un ras-sun-gorerai!

pe-peraunpoco, peraunpoco chacho
Yo no soy mezcla árabe-india, mi padre japonés, mi madre japonesa
En medio nací yo, que soy japanese people!

Ya me he cansao, se acabó!
peraunpoco, peraunpocooo chacho
peraunpoco, peraunpocooo chacho

Estos dos, que son de Osaka, se hacen llamar «Bazooka de 8.6 segundos» (a los japoneses les suele molar ponerse nombres extranjeros aunque no signifiquen un carajo). Y bueno ya para rizar el rizo, se suelen juntar con los Bambino y su danza de la caza en eventos por ahí y hacen un cruce de sketches ahí estilo crossover:

:olakease: :olakease:


Relacionado: Bambino y la danza de la caza


Mi vida entera

Un currusco es el mayor de los banquetes, la bombilla de la lámpara el sol más luminoso bajo el que correr, el salón el desembarco de Normandía donde el batallón aliado, con Anpanman al frente, derrotará de todas todas a Totoro y su ejército de peluches que últimamente viene pegando fuerte con la oveja Shaun y el oso ese que llaman Pu o po o yo que sé.

La bañera llena es el mar más picado del mundo en el que hundir barcos de plástico con toda la tripulación de patos de goma que quepan de proa a popa entre pitidos de los pitos semiahogados de sus barrigas. Aquí está penado no salpicar. La condena es seria: ración doble de jabón y frote, así que mejor soltarse y aplaudir al agua al ritmo de risotadas estruéndosas que se escuchen en todo el vecindario que, total, ya saben lo que hay.

El pasillo es la M30 donde los únicos adelantamientos permitidos son los que se hacen por debajo y entre las piernas de los adultos que osen circular por carretera ajena. Obligatorio que se persiga al que allí corretea por encima del límite de velocidad, la multa es el achuchamiento de un mínimo de diez segundos de duración con despeinamientos intermitentes y azotes culeros siempre dentro del margen de la ley y si el agente lo considera oportuno.

La guardería es el infierno cuando se llega, por los lloros, pero el paraíso cuando se está. Hay que guardar las apariencias.

Toda superficie mínimamente estable y cálida es una cuna donde dormirse en cualquier momento sin previo aviso y a poder ser a destiempo.

Está prohibido tener la cara limpia, bien ha de haber mocos que decoren la pituitaria por fuera o restos del banquete de las diez mezclados y se evitará, con gritos e incluso lloros si es menester, que algún adulto pretenda despegar cualquier tipo de costra que tantos esfuerzos ha costado amasar. Los pañuelos húmedos son el enemigo a batir, la M30 el plan B de huida si los aspavientos no acaban de disuadir al empeñado limpiamocos pesado de turno.

El parque del final de la calle es San Mamés, los bichos son confidentes a los que nunca dejar de hablar, las piedras y los palos son los mejores juguetes que existen porque siempre están allá donde se va. Piedras y palos que hay que tocar y coger y tirar lejos o pegarles un bocao cuando esos dos que siempre están no miran.

Si va llegando la hora de comer, es conveniente tirar besos y dar algún que otro abrazo para agilizar los trámites y que las hormigas esas blancas con cosas verdes aparezcan en la mesa lo antes posible. Tu sigue rebañando que ya diré yo, manotazo a la cuchara de por medio, cuando parar.

La bombilla de la lámpara se convierte esta vez en la luna de verano más redonda a la que quedarse mirando desde un futón al que le sobran dos dobleces hasta empezar ya a soñar con bosques de árboles de troncos de barras de pan y hojas de algas nori. Sin madres ni padres que protesten si se desforestase, a bocado limpio, más de lo debido. Conviene despertarse y armar jaleo cada dos o tres horas con o sin motivo, el caso es desbaratar esa absurda idea de dormir más de media docena de horas seguidas. Habrase visto, con la de planetas que quedan por descubrir.

Cada despertar, cada día, pañales mediante, es otro capítulo del mejor y más emocionante libro de aventuras jamás escrito. Abre la puerta que ya voy enfilando en quinta y con legañas al pasillo, ¡aparta! ¡ven! ¡quita del medio! ¡cógeme en brazos! ¡déjame en el suelo! ¡vuélveme a coger!.

Tu sonrisa, hijo mío, mi vida entera.

Currando 2.0

Estoy pensando en como ha cambiado mi manera de trabajar de aquí a hace dos o tres años, más o menos desde las dos últimas empresas en las que he estado. Para bien o para mal he cambiado muchas veces de trabajo tanto en España como aquí en Tokio, por lo que tengo con qué comparar. Se podría resumir en que poco a poco se va optimizando el tiempo de trabajo minimizando el que se dedica a pura burocracia, aunque creo que se podrían hacer todavía mejor las cosas.

Permitidme, pues, que cuente como es un día cualquiera en la empresa japonesa donde trabajo desde hace casi un año como único extranjero carapapa. Empecemos por el principio:

Como ya he contado alguna vez, tengo horario flexible, esto es algo que últimamente se ha vuelto básico. Hay un rango de horas en las que puedes entrar y un rango de horas para salir, no puedes hacer la locura de entrar a las seis de la mañana e irte a casa a las tres de la tarde, por ejemplo. En mi caso se puede salir de trabajar lo más pronto a las cinco de la tarde, cosa que podrías hacer si entras a las ocho de la mañana (hay una hora para comer). Tengo llave de la oficina, esto también pasaba en la anterior empresa. No es raro que esté un rato largo por la mañana yo solo aquí metido viendolas coming.

No usamos mail, creo que esto ya lo he contado alguna vez. Salvo para alguna cosa raruna viejuna, el email no se usa para nada: hacemos todo por chat. Usamos un servicio llamado Slack donde tenemos un montón de salas de chat creadas (general, diseño, programadores, smartphone…) y nos manejamos por ahí. También hay salas integradas con distintos servicios de manera que por ejemplo cuando alguien cambia algo en la rama de master, falla un test o se hace un deploy a producción, ahí se postea un mensaje automáticamente con lo que ha cambiado y un enlace para ver los archivos o lo que sea que cuadre. Incluso los contactos que llegan por la web salen ahí en un chat en vez de llegar un email.

Bueno, que me enrollo: el caso es que llego a la oficina, abro el Slack y me voy a un canal llamado «greetings». Ahí escribo «おはようございます», «buenos días», y un bot me contesta que buenos días, esa es la manera de fichar, la hora de ese saludo queda registrada, ni excel ni hostias en vinagre. De igual manera escribiendo un «お疲れ様です», «gracias por vuestro trabajo», se fija la de salida. Es curioso porque el chisme es flexible y entiende un montón de variantes como el equivalente en japonés de «yepa» para entrar o «me piro» para salir, así que es graciosísimo leer el ingenio matutino de mis compañeros poniendo chorradas hasta que al final el tal Kyle (nombre del bot, que además es un delfín vete a saber la razón) responde. Por ejemplo hoy al llegar, el jefe ha puesto el ohayo pero no le ha contestado, así que ha empezado un monólogo del estilo de «eh? Kyle? tu también? no solo me ignora mi mujer sino tu también??? despedido!! pero a mi mujer no la puedo despedir, pobre de mi…», y a partir de ahí todos contestando chorradas en plan «jodé como te entiendo, la mía no me habla desde navidades», jajaja.

Pero sobretodo es práctico y fácil, tu nómina se basa en esas horas, podrías hacer trampas entrando desde casa o incluso usando la aplicación del iPhone, pero no creo que lo haga nadie aquí. En la empresa anterior se fichaba con la tarjeta Suica del tren pasándola por un lector IC que había ahí conectado a un ordenador en la entrada, pero aquello fallaba un huevo y además tenías que elegir que era lo que estabas fichando entre entrada, salida, ir o volver de comer… por cierto, no ficho en la hora de comer, se fían (cosa que celebro porque como voy al gimnasio siempre tardo un poco más…).

Otra historia: apenas hay reuniones, esto me gusta mucho, siempre he pensado que se pierde mucho el tiempo aunque depende de las personas, claro, pero por regla general yo me suelo aburrir un huevo porque siempre hay algún vendehumos, parlapuñaos y/u/o pierdetiempos que no calla con chorradas. Aquí tenemos una lista de tareas y un par del equipo que las ponen y el resto las hacemos en el orden marcado. Normalmente están bien explicadas con capturas de pantalla y así, si algo no se entiende, el que la ha escrito está aquí al lado así que se le pregunta y fuera. Cuando acabas una tarea, haces un deploy a staging y le dices a la persona que lo pruebe, si está bien, se sube a producción de la misma. El servicio de tareas se llama «Asana» y tiene aplicación para el iPhone también. Es muy fácil de usar y muy efectiva, normalmente no te ponen fecha límite ni hay estimaciones ni se incurren horas ni gilipolleces por el estilo. Hay que hacer esto en este orden, vete haciendo y vete avisando según vas acabando. A no ser que tardes la vida en hacer algo o metas una gamba muy gorda, no te piden cuentas ni te meten presión por nada. Además hay flexibilidad: yo suelo hacer dos versiones de lo que me piden, la normal y la toscaner con animaciones e historias que se me ocurren. Ahora mismo diría que la mitad de las toscaners están ya en producción, jejeje.

No hay ni un solo servidor en la oficina: todo el código está en Github en repositorios privados. Los servidores son dedicados y están en la nube, tanto los de bases de datos como los web, todos tenemos acceso ssh para poder cacharrear si es necesario, podríamos hacer nuestro trabajo desde cualquier lugar del mundo con tal de que haya internet. Yo tengo mala experiencia con esto del teletrabajo, que me volví un ser todavía más asocial de lo que soy (que ya es decir, no le cojo el teléfono ni al papa) pero a una mala no habría problema si me quedase en casa rascatecleando, de hecho me llevo el ordenador del curro a casa. Explico esto: una de las condiciones del trabajo es que me daban 300.000 yenes para comprar mi equipo, así que encargué el MacBook más caro que había y un pantallón panorámico. El ordenador es otro mundo comparado con el que tengo en casa que se ha quedado viejer, así que he decidido llevármelo y usarlo para mis movidas, no he pedido ni permiso, simplemente lo meto en la mochila y pa casa que va.

Usamos todo tipo de servicios online: a Github, Slack y Asana que he dicho antes, le sumamos Qiita, Sentry, Rollbar, CircleCI o Chatwork, aparte de Google Calendar y Gmail para los cuatro mails chorras que llegan al mes. Hoy en día no hace falta prácticamente dinero para montar toda la infraestructura necesaria para una empresa de IT: hacer una web y ponerla en producción es gratis, únicamente hay que tener una ideaca y tener al tío que la diseña y la programa, esto hace que haya un montón (UN MONTON) de startups ahora mismo moviéndose en Tokyo. Por ejemplo está la web para comprar gafas por internet que te mandan unas cuantas a casa gratis para que te las pruebes y te quedes con la que quieras o las devuelvas todas sin compromiso, otra super popular que ofrece servicios para que triunfes en las redes sociales desde crearte una portada chula para tu facebook hasta logotipos o avatares con la caricatura de tu cara o les mandas fotos y se encargan de ir posteándolas a las horas que les digas, otra que les dices lo que quieres comprar de Ikea y van los tíos a la tienda, lo compran y te lo mandan a casa (Ikea no deja comprar por internet, hay que ir por webos a la tienda), los que te lavan el coche a domicilio, los que te mandan una estilista que te prepara si tienes una boda en tu misma casa… de todo, es la hostia!!

Y sobretodo mola el evento «Beer & Burst» que hacen en mi empresa una vez al mes. Durante una hora los jefes de equipos cuentan lo que se ha hecho el último mes, los fallos que ha habido, lo que se quiere hacer a partir de ahora y tal. La semana del evento, nominamos (como no, por chat privado) a los de nuestro equipo que creemos que se merecen un premio y de ahí salen los tres más votados que sacan una bola de una máquina de esas de bolas que hay por aquí pero en miniatura. Dentro de la bola hay un premio que va desde una cena gratis en un restaurante de la zona, tickets para algún concierto o lo que se le ocurra a mi jefe que está bastante pirao y mola, como cuando se llevó a uno al restaurante ese que parece una iglesia de Shibuya. Después hay tarta y soplan velas los que hayan hecho años ese mes, si hubiera alguno, por cierto que el jefe también les da un sobre con un regalo que nunca abren y que siempre me ha quedado la duda de que es, ¿será dinero?, ¡a ver cuando me toca!. Y ya para acabar se llena la mesa de reuniones de repente de alcohol a cascoporrer y pizzas o sushi o lo que toque ese mes, y ahí nos tiramos un rato socializando entre nosotros. Yo como últimamente no bebo ná y tengo a Kota esperando para el ofuro me suelo pirar pronto, pero mola mucho la cosa!!

Total que no sé si me lo parece a mi o qué pero las empresas están cambiando mucho: del coñazo de papeleos interminables, burocracia, hojas excels con horas, reuniones infumables y tal se ha pasado a currelar que es lo que al final importa, en un ambiente de todo menos frío e intentando aprovecharse de las últimas tecnologías el máximo posible buscando, sobretodo, la practicidad. Sobretodo en startups y empresas de reciente creación donde los jefes suelen ser bastante jóvenes sin tantos métodos e ideas caducas heredadas. Jodé, me acuerdo de mi época de Accenture donde nos hacían meter horas a tareas de las que no habíamos ni oído hablar con tal de cuadrar la cantidad de dinero que se fijaban sangrarle al cliente sin importar demasiado si el curro se hacía en condiciones o no. Menuda farsa era aquello. ¡Juas! ¡incurre aquí que no te vean!

:flipanderer: :rascatecler: :flipanderer:

Bambino y la danza de la caza

Últimamente veo mucho más la tele japonesa. Bueno mucho más… digamos que antes de vivir con Chiaki ni la encendía y ahora está puesta bastante tiempo, como es normal, no iba la chiquilla a dejar de ver la tele de su país por haberse casado con el rascayú narizón que les escribe. El caso es que hay muchos programas que no valen absolutamente para nada como esos en los que aparecen las y los ídolos de siempre comiendo a cualquier hora del día delante de las cámaras exagerando lo bueno que está eso gritando oishiiiii. Es totalmente absurdo ver a gente comiendo en la tele, me parece una gilipollez suprema sin interés alguno, sin embargo aquí es lo que sale el 90% de las veces. Jodé es que si por lo menos cocinaran o enseñaran a cocinar, pero es que salen yendo a restaurantes y zampando solo!!

Pero he descubierto también que hay humoristas acojonantes japoneses, hay algunos que no me hacen ninguna gracia, pero con otros me descojono a puñaos hasta llorar de risa a veces. Aquí hay mucho talento, no os creáis, sobretodo cuando les da por darse de hostias o tirarse colina abajo montados en triciclos y chorradas así.

Total, que he decidido empezar una nueva sección en el blog recopilando los sketches de moda. Intentaré traducir los que estén en japonés de alguna manera para que nos cosquemos todos y de paso molaría que me dijeseis si os hacen o no gracia, porque igual es que me estoy volviendo yo ya medio osakense y no me he enterao, que todo puede ser porque hago reverencias hasta debajo de la ducha.

Ahí va el primero, que además no necesita traducción. Se trata de una pareja de humoristas llamada «Bambino» que se han hecho famosos por el sketch de la danza de la caza. Lo que cantan no es japonés, es idioma «nativo» inventado. Por alguna razón me recuerdan a nuestros Tricicle:

Casi

En pleno dolor de oídos, mientras se abrían las puertas de aquel ascensor, yo estaba ya totalmente convencido de que había conseguido el trabajo. Bajaba de la cuarta y última entrevista de la planta treinta y siete de uno de los nuevos rascacielos más emblemáticos de Tokio, justo justo treinta y seis pisos por encima de donde celebré mi boda con Chiaki, dato que no viene al caso, pero que yo no dejaba de creer que tenía algo que ver con destinos, karmas y cuentos del estilo.

Bromeé para mis adentros con la idea de que saludaría al guardia de seguridad todos los días al entrar y que quizás le preguntaría por los exámenes de la universidad de su hijo o algo así, rollo película americana. Vamos, que me veía ya en faena y me estaba gustando la idea de acostumbrarme a aquello, sobretodo si aceptaban el sueldo que les pedí… todo iba a cambiar. Todo iba a cambiar pero mucho: el dinero no da la felicidad, me considero un ejemplo andante de ello, pero no te creas que no iba a mejorar la cosa ni nada con casi el doble del sueldo. La de pieles que tenía ya apalabradas y todavía no le había visto al oso el flequillo ni de pasada.

Eché el curriculum por echar. Mirando atrás, la gran mayoría de cambios drásticos de mi vida empezaron así: por probar, como por probar empecé a hacer Karate o me cogieron para venir a Tokio después de aquella entrevista en Vitoria a la que fui más por darme un paseo con mi amigo Dani con el coche de mis padres que otro poco.

Y me llamaron y allí me planté sin esperanza alguna. Fui por ir, siguiendo con el concepto. Tampoco llevé traje. Me niego a llevar traje a las entrevistas ya, me parece absurdo. Tampoco voy hecho un Adán, que me meto la camisa por dentro y hasta llevo zapatos, pero de farsas está uno sobreactuado desde hace muchas escenas. Bastante con que finjo saber mucho más japonés del que sé. Aunque doy el pego porque ya les tengo calados y sé interpretar la farándula como nadie: ni sé los «hais» que llegaré a decir sin tener ni idea de a qué estoy asistiendo, la clave está en no sobreexplicarse demasiado porque el asunto en idioma ajeno se lía y no se sale de ahí ni con calzador. Ser conciso, contar bien lo que se sabe bien y negar directamente lo que no sin excusas. Si la frase acaba en ne y no es una pregunta, asiente. Si es una pregunta y no la entiendes, dilo y te la repetirán sin tanto gozaimasu de por medio.

El caso es que fue bien. Por alguna razón y salvo dos excepciones que no olvido, suelo caer bien en las entrevistas aquí consiga o no el trabajo. Mi curriculum es original, tiene un diseño cuanto menos curioso, cuento cosas de manera desenfadada al más puro estilo Toscano: trato de ser diferente para bien o para mal y al final siempre suele haber un rato para hablar de mi hijo Kota, del libro aquel que escribí o de Karate. Si una empresa desecha mi curriculum por el tono o por la forma, entonces es que no me interesa a mi tampoco estar ahí.

Quizás estoy totalmente engañado conmigo mismo, pero a aquellos dos chavales les debí caer bien porque me llamaron para una segunda entrevista en el mismo piso 37 del mismo rascacielos.

Ahí es cuando vi que igual es que si que había alguna oportunidad: lo que yo hago ahora es justo lo que pedían ellos y quitando algún punto del que no había ni oído hablar, estoy convencido de que sabría hacer el trabajo en condiciones en poco tiempo y que sabría convencerles a ellos. Me ilusioné. Me ilusioné y decidí coger su página web y hacer una versión propia: le añadí movimiento aquí y allá, adapté el diseño y con una url apuntada en los márgenes de la primera hoja de la copia del curriculum que llevo siempre a las entrevistas, me presenté a aquella segunda pantomima.

Hablamos más o menos de lo mismo, me contaron algo más de la estructura de su equipo y yo les conté un poco más de un par de proyectos que les interesaban por este o aquel motivo. En el momento oportuno apoyé mi idea de que hoy en día a ciertos niveles es más decisivo el interface de una web que como esté hecha por detrás, que el mundo del diseño gráfico, de las interfaces de usuario va al triple de velocidad que el de los lenguajes de servidor, que aparecen tres frameworks javascript por cada nueva versión de Java o Rails, por ejemplo. Decía que apoyé mi idea con la web que les hice y parece que les gustó, incluso llamaron a dos de su equipo para que lo viesen. Dejé que la toqueteasen hasta que descubrieron todos los pequeños detalles que decidí poner en práctica dos horas al día durante la semana que tuve de tiempo entre entrevistas sacrificando los libros de japonés en el Doutor de enfrente.

El dolor de oídos era una constante siempre al salir de aquel endiabladamente rápido ascensor, aunque ese día el guardia era otro… me aprendería encantado los nombres de sus hijos también.

Me mandaron un mensaje al día siguiente donde me decían que fuese ese mismo día, que como «Diaz-san es el tipo de persona que hace todo rápido y con iniciativa, habríamos pensado que quizás podría venir hoy mismo». Ya me veía en el Uniqlo de al lado de mi trabajo comprándome un pantalón y una camisa, cambiándome en el baño y tirando para allá como ya hice otra vez antes, pero resultó que tenía otro compromiso que no pude cancelar y quedé al día siguiente. Aquel mensaje tenía una pinta increíble, el sueño se acabó de desatar, a no ser que me sacase tres mocos delante del entrevistador o me diese por guiñar el ojo moviendo la cabeza a los lados impulsivamente, aquello parecía estar hecho. La empresa además era una de tantas startups que habían tenido mucho éxito y que estaba creciendo a más ritmo del que personas conseguían reclutar. Todavía no estaba tan asentada como para tener un estúpido y tedioso proceso de selección basado en tests online y absurdas preguntas totalmente irrelevantes para el trabajo como algoritmos de búsqueda, complejidades O(n) y árboles binarios.

En aquella tercera ocasión llevé una lista de puntos que mejoraría de su aplicación de iOS y como el entrevistador era distinto, también hubo un rato para hablar de la versión de su web que hice la semana anterior. Resultó ser el jefe de la empresa que interpretó a la perfección su papel con un tono serio y poco margen del que salirse del guión, pero no me dejó salir sin que hablásemos ya de dinero y de cuando podría empezar a tener dolor de oídos un par de veces al día.

La última entrevista fue con el jefe de equipo: un tipo afable que me trataba como si ya estuviese dentro contándome cosas como que tenía parking para la bici, que podría elegir si quería sentarme en una bola de pilates de esas en vez de una silla y que el café era gratis, pero que si no me gustaba, había una máquina de bebidas que funcionaba sin dinero al final del pasillo. Recuerdo que mencionó algo de que aprendería castellano y todo.

Aquello estaba más hecho que nunca. Vamos, no me jodas.

Por eso me quedé sin habla cuando recibí el email, sin ninguna explicación, de que gracias por intentarlo pero no. El email decía en dos frases en keigo que me pinchaban el globo, que me rompían la guitarra, que aquello no iba a más, que ahí te las compongas con tus ilusiones y sueños.

Juro que pensaba que estaba ya dentro, que tenía ya muchos planes pensados demasiado al milímetro, que estaba ya sintiendo como mi vida daba un vuelco de nuevo, que me veía ya en mi último día antes de jubilarme llevándome la caja de cartón con las fotos de Chiaki, Kota y sus dos o tres hermanos de aquel piso treinta y siete desde el que se veía, como el que no quiere la cosa, la Tokyo Tower desde arriba, el monte Fuji y la Sky Tree en el otro lado del mismo inmenso ventanal.

Dos semanas después, totalmente resignado, les volví a escribir porque me podía la curiosidad: necesitaba saber la razón. «Pides mucho dinero», me dijeron. Sabía que era mucho pero aún así seguía siendo bastante menos del máximo que ponían en su oferta y pensé que siempre habría tiempo para negociar. Pero fue decisivo y no pareció gustarles, no supe valorar la importancia que aquella cifra dicha prácticamente al azar iba a tener a la hora de inclinar la balanza que no dejó de asomarse a mi vera en todo momento.

Quemé mi último cartucho escribiéndoles que siempre podríamos llegar a un acuerdo, que si ellos estaban interesados en mi, podríamos hablar del asunto porque a mi me interesaba mucho su empresa y cuatro o cinco puntos más con el mismo aire, tufo diría ahora, a desesperación.

«El puesto está ya cubierto» me contestaron. Comprobé que era mentira, desinstalé su aplicación del iPhone, abrí la web de empleo y eché siete curriculums más en siete empresas distintas.

Así a lo despecho.

Mecagüen la puta, qué cerca estuve.

Entre susurros

Aquí sigo, no os penséis. Y sigo sin parar, tampoco os penséis. El día que me quede sentado en el sofá se le irá el amarillo al sol o algo, menudo trote llevo.

Mayormente mis días se centran primero en Kota y luego en hacer juegos malabares para exprimirle tres o cuatro horas a las mañanas y poder decir, orgulloso, que hoy también he sido capaz de darle tres bufidos de carrillo lleno a las gaitas que ando soplando últimamente.

Antes la cosa era distinta, claro. Me permitía llegar muy tarde después de Karate a una casa donde a nadie le importaba un carajo cuando o si llegaba, y allí me ponía a darle a las teclas recalentando lo que quedase más a mano de la caja en el combini de al lado de Correos. Escribía mucho: a veces correos a los pocos amigos que todavía no me habían dejado de contestar y la mayoría de las veces entradas en este blog. La motivación era la misma: en apariencia tratar de dibujarle a quien quisiese mirar, el cuadro de mis días; lo sentido por lo vivido. Pero en realidad resulta que aquello era la mejor manera que encontré de barrer la hojarasca de sensaciones que se empeñaban en amontonarse entre mis duermevelas.

Total, que escribir requiere pensar. Y resultó bueno acabar los días pensando en lo que uno sintió desde la primera legaña hasta que va acercándose el último bostezo.

Ahora la rutina es distinta y ese momento se ha perdido. Bueno, no en realidad, cuando por fin Kota decide empezar a soñar con revalidar al día siguiente el record de velocidad por el pasillo modalidad pañal, Chiaki y yo nos contamos el uno al otro los ratos que valieron la pena, haciendo que ese sea de los que más lo hagan del día.

Pero la cosa empieza mucho antes: tengo puesto el reloj a las cinco de la mañana. La mayoría de las veces consigo levantarme, si no puede ser, se retrasa el asunto una hora como mucho, así que bien a las 6 o a las 7 de la mañana ya voy camino de la oficina en bici. Últimamente tardo poco más de cuarenta minutos, asi que normalmente antes de las siete ya tengo la bici aparcada en Gotanda y ya me estoy pidiendo el desayuno, sin tomate, en el Doutor, la cafetería que queda justo enfrente de mi trabajo.

Allí me suelo tirar unas dos horas y media egoista y exclusivamente a lo mío: estudiar japonés y hacer webs por mi cuenta para tratar de ahorrar un poco más de dinero a la vez que aumento mi portafolio y de paso aprendo cosas nuevas que me interesan para progresar en este loco mundo del rascatecleo donde el lenguaje de programación que dominas probablemente sea del que se descojonarán más la semana que viene cuando le de la ventolada al Google o al Apple de turno y vuelva a poner patas arriba este circo. Estoy haciendo ahora, por cierto, la web oficial de la SKIF, la asociación de Karate que fundó Hirokazu Kanazawa, seguro que me habéis oido hablar de ella más veces. Inmenso honor, por cierto, que pensaran en mi.

Encima, gracias a una de las cenas-reunión con los senseis en las que hablamos de la web, me enteré que existe un dojo mucho más cerca de mi casa, así que he vuelto a entrenar mucho más asiduamente sin sacrificar la noche en el tren. Ahora cuando vuelvo de entrenar, todavía sobra tiempo para bañar a Kota y cenar los tres juntos. Me estaba torturando tener que elegir entre pegar patadas o ver a los míos despiertos aunque solo fuese un día a la semana, de momento perdían mis pies contra el corazón por goleada: por muy bien que saliese aquel mawashi gueri, no haber visto a mi hijo dar voces hacía que el día acabase en blanco y negro al máximo de contraste.

Hay que hacer, hay que intentar. Intentar hasta que las piezas encajen o las hagamos encajar desgastándolas de tanto darles vueltas. A veces es fácil, otras no es tan obvio, pero si no haces, si no intentas, si te rindes, no habrá piezas que te vayan a valer nunca.

A eso de las diez entro ya a trabajar. Mi horario es flexible: son ocho horas con una para comer, así que a las siete ya estaré en la calle. Hoy que tengo una entrevista de trabajo, he entrado a las nueve con lo que a las seis ya estaré camino de la tremenda farsa que es venderse uno mismo frente a un tío que pretenderá juzgarte en una hora. Ando ojo avizor siempre a nuevas oportunidades de trabajo que quizás mejoren mis condiciones actuales. No me quejo en absoluto, pero sé que ahora el mercado aquí nos es favorable a los que sabemos Rails y flirteamos con el diseño, así que si gano un poco más que nos permita viajar a España más a menudo con Kota, pues eso que nos llevaremos todos.

Voy a un gimnasio que hay también enfrente de mi oficina. Es un gimnasio de crossfit, de esos de pegar botes durante treinta segundos y descansar diez durante media hora. Allí voy a los mediodías, normalmente a la clase que empieza a las 12:15, después me bebo un smoothie de estos que me traigo de casa en un bote con tapa, me zampo un par de sandwhiches u onigiris y a currar ya de un tirón hasta la hora de salir. Al gimnasio voy todos los días menos los miércoles que cierran. Un smoothie no es más que meter cachos de fruta y todas las movidas raras que se encuentren por casa en una batidora y darle cera, lo que pasa es que si pongo batido queda más soso y como hacía bastante que no escribía un post, quería que molase un poco más.

Al salir volvemos a coger la bici. Hoy me pasaré por Shibuya a la entrevista de trabajo, pero lo normal es que vaya directo a casa. Aviso cuando salgo y Chiaki prepara la bañera para que nada más llegar no quede otra que meternos allí Kota y yo a remojar las churras a pachas. Es nuestro ratico. Yo pongo música, normalmente canciones de mi infancia como Willy Fog o los tres mosqueperros, cosas así que me hace ilusión que conozca, y le hablo, le hablo mucho en castellano, claro. Le cuento cosas de mi familia, de mis padres y hermanos y también le hago muchas preguntas aunque no contesta a ninguna. El parece que pasa de mi, bastante trabajo tiene con salpicar todo lo que puede, pero el otro día señaló una foto de mi hermano y gritó «Javi». Vale la pena. En su mente ahora mismo hay mil palabras sin sentido que de repente se ordenarán todas a la vez y se acordará de mucho de lo que ya le he contado. Estoy seguro.

Cuando llamo al timbre que hay en el baño, a Chiaki le suena una pequeña alarma en la cocina y viene a buscarle con una toalla. Poco pasa hasta que estamos ya cenando nosotros dos mientras Kota ronda a nuestro alrededor. El ya ha cenado, pero ahí anda a ver si le cae algo: como buen bilbaíno tiene un saque de la hostia, pues. Después estamos un rato jugando con él hasta que suele caerse rendido en brazos de Chiaki y pasa entonces lo que he contado casi al principio: nos ponemos en el día del otro: que si los preparativos de la guardería, que si ya va tocando ir un fin de semana por ahí con él de viaje fuera de Tokyo, que si quiero el Apple Watch, que si primero una bici para llevar a Kota… allí inmersos en una cada vez más escasa calma, hablando bajito, nos intercambiamos los trucos y los secretos del arte de ir meciéndose por las horas.

En algún momento, normalmente más pronto que tarde, nos tumbamos al lado de Kota. A las cinco o quizás a las seis todo vuelve a empezar. Algunos sueños estarán más cerca, otros se alejarán sin remedio. La mayoría se seguirán dejando soñar entre almohadas, pedales, records del runkeeper, instagrams de sakuras, pañales, chupetes, unfollows, ohayos, oficinas, otsukaresamas, mails, pesas rusas, lines, whatsapps, flexiones, karategis, ordenadores, sentadillas, onigiris y todas las historias y besos que me quepan en los bolsillos para compartir, susurro a susurro, con mi colega del turno de noche, el que va de salvaguardar todos y cada uno de los ronquidos de nuestro hijo.

La señora de los paraguas, por Guillermo

Ella siempre está allí en el cruce.

A su alrededor pasamos los demás. Algunos en coche, la mayoría en bici o andando, todos con prisa sin excepción. Ella sólo está allí apoyada en el guardarrail por el lado de la acera, no parece tener ningún sitio al que ir ni nadie que mire el reloj por ella.

Yo también paso por su lado cuando voy camino de la estación y ella siempre me mira y sonríe divertida. Digo yo que le haré gracia, o tal vez es que le sonríe a todo el mundo demostrando que se le puede alegrar a uno la mañana con ese gesto tan humano como escaso.

Así a los ojos de un occidental, le calculo unos setenta y pocos años, por lo que seguramente tendrá más de ochenta. Vive allí, lo sé porque la he visto entrar en su casa alguna vez.

A su lado siempre hay cuatro o cinco paraguas colgados del guardarrail o apoyados en la pared y uno pende siempre de su brazo. El tiempo es lo de menos: no importa que llueva, esté nublado o haga sol, la señora siempre está allí con sus paraguas.

Y siempre sonríe.

A veces barre la acera, aunque no esté sucia, con un ritmo lento pero constante, la espalda arqueada y los paraguas a mano. Y a veces cambia de sitio en el guardarrail para poder ver a la gente del otro sentido del cruce.

Hoy me ha parecido que por un instante ha pensado en hablarme pero en el último momento se ha arrepentido aunque, como para compensarme, me ha dedicado una sonrisa más amplia de lo habitual.

Creo que el próximo día le daré yo los buenos días.

Ignoro si vive sola, o qué hace el resto del tiempo que no está en aquella esquina. Creo que su cabeza no funciona todo lo bien que debería pero en su mundo de paraguas y aceras por barrer, de gentes que vienen y van, ella no duda en sonreír.

Parece feliz. Si algún día veo que le faltan paraguas, yo mismo los compraré y los colgaré del guardarrail.

Por verla sonreír.

————-

La señora de los paraguas, vivida y escrita en la soledad de un servidor en el año 2007, leída maravillosamente bien por Guillermo en la presentación del Ikulibro en el Instituto Cervantes de Tokyo.

Muchas gracias, Guille.

Carpe Diem

Últimamente el concepto de «Carpe Diem» se me asoma muy a menudo por la ventana. Las razones son múltiples y muy variadas: desde haberme convertido en padre quasicuarentón pasando por encuentros con desconocidos que me quisieron transmitir más de la misma idea, directa o indirectamente, de que estamos aquí mucho más de paso de lo que pasamos de pensar y que más vale que espabilemos.

Que todo cambia es la otra gran máxima que tengo presente veinticinco horas al día; tan obvia y tan obviada a la vez: nunca volverás a ser tan jóven como ahora, probablemente dejarás de compartir rutina con los que están a tu lado porque o ellos o tu os iréis a otros lados de otros que tampoco estarán siempre en vuestros entonces. Nunca tendrás la misma salud, la misma buena vista, engordarás, adelgazarás, se te estropeará y cambiarás de coche, de móvil, de moto, de ordenador, de televisión, serás padre de nuevo, te quedarás calvo, te subirán el sueldo, te echarán del curro, te querrán más y tu querrás menos o de pasada, o a destiempo o más que nunca… todo cambia, absolutamente todo. En serio: no des nada ni a nadie por sentado.

¡Digo yo!, ¡tu haz lo que te de la gana!

Podría decirse que tu vida es una sucesión de cambalaches, de trueques, a veces fugaces, a veces aparentemente estables, hasta llegar al definitivo de todos, momento en que tu no cambiarás ya más pero habrás impactado, espero que mucho, en la falsa estabilidad de los que te rodean… por un tiempo, porque después todo seguirá su ciclo. En Japón mientras incineran al fallecido, los familiares se dan un festín especial donde comen y beben en abundancia y se camufla la evidente tristeza recordándole con la mayor alegría de la que se es capaz. Curioso que sea tan diferente el concepto que se tiene de la muerte.

Es por todo esto que creo que hay que saber ver, valorar, querer, incluso odiar lo que está a tu alrededor con la perspectiva del tiempo: en su justa medida porque tarde o temprano no estará ahí. Si sabes que algún día dejarás de coger ese tren, quizás no te importe ya tanto que esté tan lleno cada mañana, no será nunca así, seguro además que no.

La lectura positiva, lo que dicen siempre es que hay que aprovechar todo lo mejor que se pueda cada rato, cada momento, el Carpe Diem.

¿Pero qué es eso del Carpe Diem? me preguntaba alguien hace poco, «¿cómo es eso de vivir la vida al máximo cada día?, porque eso en plan zen está muy bien, pero cuando llego a casa después de trabajar no tengo muchas ganas de ponerme a bailar en el salón.»

Y es verdad que no es tan fácil porque además cambia totalmente dependiendo de la persona, de la etapa de tu vida, del lugar en el que estés.Yo le he dado muchas vueltas y he apuntado las dos últimas semanas de mi vida centrándome en este aspecto.

Aunque no demasiados, he tenido días malos, de estos que te encuentras muy cansado, con dolor de cabeza, que no tienes ganas de nada más que llegar a casa a dormir lo antes posible, cosa bastante imposible con un hijo de un año esperándote dando botes para que le bañes. Aún así, ha sido constante que nada más verle, lo que queda de día repunta, se rectifica. Así que es claro que una de las constantes de mi Carpe Diem es mi familia, es Kota y es Chiaki. Pasar tiempo con ellos forma parte de mi idea de aprovechar esta etapa de mi vida al máximo.

La gran mayoría de los días han sido buenos anímicamente hablando. Venir en bici a la oficina por las mañanas me da energía para el resto del día, además si voy a Karate o a una clase del gimnasio de pegar saltos al que voy, salgo siempre cansado pero con sensación de plenitud. Es claro que hacer ejercicio es otro parámetro que ha de estar fijo en mi ecuación, no solo por la sensación de bienestar de ese momento sino por saberme capaz de realizar cualquier otra actividad física sin demasiado esfuerzo: desde jugar partidos de futbito corriendo como el que más hasta cargar a Kota a hombros todo el día o meterme a correr una cuarta parte de la maratón de Tokyo con el Chiqui para apoyar al Lorco así de locura de última hora. En mi caso, encontrarme fuerte físicamente es esencial para mi felicidad. Un día sin hacer ningún tipo de deporte es un día no aprovechado según mis estándares.

Llevamos un par de sumandos ya: Chiaki-Kota y hacer ejercicio. Sigamos buscando.

En Tokio es bastante barato comer fuera, por supuesto es mucho más barato cocinarte tu comida que es lo que hacemos siempre excepto los fines de semana donde solemos comer en restaurantes. Nada del otro mundo: a mil yenes más o menos por cabeza, pero yo me he dado cuenta de que para Chiaki una parte importante de su felicidad es la comida. Le encanta probar restaurantes nuevos, platos nuevos, lo disfruta muchísimo. A mi me da igual, quiero decir que entre semana, por ejemplo, no es raro que me zampe lo primero que pille «porque tengo que comer» como una bolsa de ensalada del supermercado sin aliñar o el primer onigiri que pille del combini, por ejemplo. Pero me embelesa verla contenta, cosa bastante fácil por otro lado, así que procuro aprender a cocinar cosas nuevas o buscar nuevos restaurantes donde ir. En este caso, el punto clave es que si los míos están felices, yo estoy feliz. Es como la rutina de pasar por el todo a cien al volver del trabajo y comprarle cualquier gilipollez a Kota que seguramente acabará en la basura en menos de una semana, pero que hace que cuando entro por la puerta venga corriendo con toda su ilusión a ver que es.

Me reafirmo en algo que intuía: invertir en la felicidad de los míos revierte, doblado, en la mía propia.

Siguiendo con este argumento de sumar momentos, diré que he descubierto que uno influye en las vidas de otros y que es altamente gratificante hacerlo de manera positiva porque eso juega también a tu favor. Por ejemplo: tengo la rutina de estudiar japonés al menos una hora antes de entrar a trabajar en la cafetería que queda enfrente de mi trabajo. Veo a las dos mismas dependientas todos los días y nunca dudé en sonreírles y darles los buenos días desde la tercera o cuarta vez que entré. Suena básico, ¿verdad?, pues es curioso como aquí nadie lo suele hacer… en Tokyo va todo tan rápido que en la relación cliente-tendero el primero a veces ni abre la boca mientras que el segundo no la cierra, el nivel de educación está increíblemente desequilibrado. Pero yo creo que vale la pena embellecer la rutina: es importante el pequeño detalle, la sonrisa, la mueca, el gesto, el saludo afectuoso. Ahora ya no les pido lo de siempre porque me lo ponen directamente, y el sandwich del morning set ya viene sin tomate. A veces me he llevado alguna chocolatina de regalo, o treinta segundos de conversación entre clientes. Quizás no tenga demasiado sentido, pero me gustan los dos momentos: el de entrar y pedir y el de salir y despedirme. Quiero creer que a ellas también les hace cierta ilusión verme. Siento, pues, que es importante la relación con los demás, tener un buen talante en cada situación y lugar acaba condicionando tu estado de ánimo y por ende, tu felicidad.

Y finalizando ya, que menudo rollo, diría que si no tengo la sensación de evolucionar, de mejorar, si siento que pasa el tiempo y no hay progreso en algún aspecto de mi vida, entonces no me sentiré satisfecho y por tanto no estaré exprimiendo ni el Carpe ni el Diem. Debo ser capaz de hacer algo mejor ahora que hace un año, por ejemplo: Karate y algún kata más, más kanjis, mejor conversación en japonés, ser capaz de hacer mejor trabajo en menos tiempo en la oficina… debe haber más mejoras que retrocesos, que será inevitable que los haya (ahora mismo no sería capaz de correr una maratón, por ejemplo).

Así que el Carpe Diem, vivir la vida a todo lo que de no creo que sea estar todo el día con la sonrisa puesta dando botes porque eso no va a pasar, no siempre se tiene cuerpo ni ganas ni se dan las circunstancias. Pero hay que aspirar a que se den, hay que provocarlo, poner empeño propio en que se encadenen el máximo número de momentos de bienestar, de buen rollo, de cualquier sinónimo de felicidad que se os pueda ocurrir. Hay que pararse a pensar en qué y cómo conseguirlos y poner énfasis, diría que incluso ser estrictos con vivir en base a esos principios. El resto debería venir solo.

Respuesta en twitter a la amenaza del Estado Islámico

Cuando vi el primer fotomontaje me horroricé… ¿cómo puede alguien bromear con algo tan serio?, es tan espeluznante el asunto…

Con el tiempo he cambiado de opinión y he vuelto a cambiar treinta veces, lo cierto es que no tengo ya nada claro si me parece algo genial o no tiene ni puta gracia. Aquí el país está igual, los que defienden este tipo de cosas dicen que no hay que darles crédito a los terroristas, que hay que hacerles ver que nos descojonamos de sus amenazas, lo que no quita para que se siga haciendo todo lo que esté en manos del gobierno o de quien sea para combatir este tipo de terrorismo. Otros dicen que es una provocación gratuita sin sentido alguno.

Unas horas después de que apareciese el vídeo-chantaje en el que amenazaban con matar a dos prisioneros japoneses si no recibían 200 millones de dolares, empezaron a aparecer en twitter bajo el hashtag #ISISクソコラグランプリ una serie de fotomontajes parodiando el asunto:

Hoy que ya ha muerto uno de ellos y el otro no parece que vaya a tener mejor futuro, yo sigo sin tener una opinión sólida al respecto de estos montajes…

Actualización: Acaban de anunciar la ejecución del segundo prisionero… por respeto quito los montajes.

Paquí pallá

España, Japón, Bilbao, Tokio, japoneses, españoles… tópicos, costumbres, situaciones, lugares… aquí va una lista de historias curiosas que me han pasado en ambos países y que cada cual saque sus conclusiones.

España


Cuando volví a Badajoz, fui a comprar un par de revistas en una tienda de al lado de la estación de autobuses y la señora ni me contestó al buenos días que dije al entrar, ni alzó la vista cuando me cobró, me tiró las vueltas encima del mostrador de malas maneras y tampoco contestó cuando dije adios. No volví a entrar, por supuesto, incluso me quedé con ganas de decirle «tírame las vueltas a la cara si ves que eso, tía asquerosa». Viviendo en Japón, ese comportamiento me parece increíblemente insultante e inexcusable. Estoy por volver y soltárselo.

DSC_0684.jpg

Yendo en bici por Bilbao por el bidegorri (el carril bici) de la calle Dr. Areilza tuve que pegar un frenazo porque una señora iba con un perro paseando por allí. No iba rápido así que no fue peligroso, pero al decirle, juro que de buenas maneras, a la señora que aquel camino era para las bicis y no para pasear, me echó una bronca acojonante con el argumento en su defensa de que era la acera y que las bicis tenían que ir por la carretera. Además metió a gente que había por allí en el lío y acabaron echándome la bronca tres viejas, dos viejos y dos perros. Prácticamente tuve que huir con la bici en la mano hasta la carretera y pirarme de allí lo más rápido posible.

DSC_0059.JPG

En un campamento de verano a los más mayores (échale catorce o quince años) nos «soltaron» a hacer una ruta por ahí sin comida ni bebida, teníamos que llegar a la noche a un punto que estaba bastante lejos y dormir allí, apañándonos como pudiésemos para comer y beber. En una de esas llamamos a una casa y le contamos el percal a la señora que nos abrió, pues bien, nos hizo pasar y nos preparó un bocadillo de chorizo frito de media barra para cada uno de los cuatro que eramos. Se ofreció también a llevarnos en coche pero era hacer trampas y sospechábamos que los monitores nos estaban vigilando.

DSC_0243.jpg

En Bilbao a mi y a un amigo mío nos atracaron tres veces más o menos por la misma zona (la Gran Vía), en aquella época parecía ser ya una tradición: siempre que íbamos, tocaba. El caso es que no era en plan violento ni con navajas ni nada por el estilo, venía un tío y «nos pedía suelto» o «para el autobús» en un tono amenazante, no era siempre el mismo, pero siempre le dábamos algo y nos pirábamos a toda hostia de allí acojonados del todo.

DSC_0109.jpg

Volviendo de Donosti a Zalla con Chiaki había un control de la Guardia Cívil donde dos pedazo de policías con metralletas o fusiles o yo que sé qué coño era aquello nos mandaron salir del coche y abrir el maletero y nos registraron todo lo que pudieron. Me hicieron un montón de preguntas sobre Chiaki: nacionalidad, por qué estaba conmigo en aquél coche… Menudo acojone, el comando Shibuyaherri a lo mejor se pensaban que éramos.

DSC_0165.JPG

El vecino de abajo de mi pueblo ponía la música a toda hostia, pero cuando digo esto digo a un volumen acojonante. Alguna vez le pedimos que la bajase y nos contestaba que no directamente, y eso cuando nos contestaba. Yo llamé a los municipales un par de veces que le dijeron que la bajase y lo hacía para volver a ponerla a tope al de cinco minutos. Un pieza increíble.

Una vez vi a un tío mangando una bici del portal de un amigo mío: salió corriendo con ella a todo correr y yo al reconocer la bici, salí dando voces detrás de él. Tiró la bici ahí de cualquier manera y salió corriendo, yo cogí la bici, llamé al portero a mi amigo y se la subió a casa. Volví acojonado a casa por si el pavo aquel que no había visto en mi vida estaba esperándome con amigos o algo. No le volví a ver.

He compartido oficina con un tío que olía a ropero viejo, otro que la mitad de las veces no venía a trabajar y nunca pasaba nada, una tía que tenía más pelos en las piernas que yo, un elemento que se depilaba las cejas, otro que se sacaba mocos y se rascaba los huevos literalmente mientras hablaba contigo, uno que fingía que era muy amigo mío y me saludaba muy efusivamente solo si me veía con el jefe (con el que si me llevaba bien), otro que tenía voz de tía y era jefe y cuando se enfadaba y gritaba nos descojonábamos, una tía que vestía como un pelapinos ruso y un jefe que se echaba tanta gomina que parecía superglue.

Me han pedido dinero por la calle, me han perseguido a voces para venderme una flor y también vi en Sevilla a dos conductores de carruajes con caballos llamarse de todo en medio de la calle a grito pelado que casi se lían a hostias. Una vez también vi a una pareja chujcando encima del capó de un coche en medio de una calle llena de gente en Bilbao.

DSC_0551-2.jpg

Una vez me dieron las vueltas mal, me dieron de menos, se lo dije a la chica y no me creyó. No recuerdo exactamente pero me dio vueltas de un billete de 10€ y le había dado 20€ o algo así, no hubo nada que hacer.

Hace tiempo estuve yo solo en un concierto dentro de un bar, era un grupo de folk muy animado y la mayoría de la gente acabó bailando en medio de la pista y coreando las canciones. Se improvisó un sarao allí en un rato y al final nos tuvieron que echar del bar a las tantas de la mañana, se lió parda inesperadamente.

Japón


Esto creo que ya lo he contado alguna otra vez. Subiendo las escaleras con una bandeja con la comida y la bebida en una hamburguesería me tropecé y la líe parda tirando todo a tomar por culo. Me puse a limpiarlo, pero enseguida llegaron dos chicas que me apartaron con reverencias, lo limpiaron ellas y me indicaron que me fuese a mi sitio sin yo tener claro que iba a pasar. Yo pensaba pedir otro menú y por supuesto pagarlo, pero me trajeron el mismo pedido gratis a la mesa y no dejaron de hacerme reverencias hasta que me piré por la puerta. No he vuelto, por Dios que vergüenza.

DSC_0171-1.jpg

Volviendo a casa en bici vi que delante de mí iba otro igual que yo pasando justo por un cruce. Los dos teníamos la preferencia, pero el coche que salía no debió verle y le atropelló. Por fortuna no iba demasiado rápido y solo le tiró de la bici, yo pude frenar a tiempo. En vez de pegarle cuatro patadas al coche dando voces como habría hecho yo, el ciclista se levantó, se sacudió el polvo, recogió la bici, le hizo dos o tres reverencias al coche y siguió su camino.

DSC_0025-1.jpg

Una vez me quedé dormido en un parque (esto ha pasado en realidad más de una vez, pero no se lo contéis a nadie), acababa de sacar una bebida de una máquina expendedora y en vez de guardar la cartera, la dejé al lado en el banco y sin darme cuenta me quedé totalmente sopa, eran las tantas de la noche. Cuando me desperté era de día, el parque estaba lleno de gente pero la cartera seguía allí. Eso sí, tenía a un grupo de críos mirándome acojonados.

DSC02148.jpg

En un matsuri de barrio estaban todos allí bailando el bon odori, una señora muy muy mayor me cogió de la mano y me sacó a que lo bailase con ellos. Era muy pequeñita, llevaba un kimono maravillosamente precioso… era tan entrañable que era imposible negarse: no hacía más que reírse mientras me enseñaba los pasos. Al acabar me aplaudieron todos los del barrio que yo creo que me tenían calado ya desde hace tiempo, no recuerdo que hubiese más extranjeros por allí. Un señor me trajo una botellita de nihonshu y la señora un pincho de yakitori un rato después. A partir de ese día me saludaba un montón de gente que ni conocía cuando iba por la calle.

DSC_0040.JPG

Una noche me subió una fiebraca del copón que aguanté como pude. A la mañana siguiente fui al médico porque no mejoraba la cosa, y el señor tenía un cuaderno donde iba apuntando, como si fuese una ecuación, todos mis síntomas. Después de preguntarme un montón de cosas desde a que hora me había levantado ese día hasta la cena pasando por si hacía o no deporte e incluso si había tenido relaciones sexuales recientemente, me dijo que lo iba a estudiar. Se giró hacia su cuaderno y empezó ahí a anotar las posibles enfermedades que podían ser. De una lista de unas diez empezó a anotar un montón de cosas mientras miraba «los datos» de su problema, entendí que iba descartando enfermedades, algo así como «gripe A no puede ser porque la fiebre ya ha bajado» y las iba tachando. Después de unos diez minutos resolviendo ahí la ecuación, me dijo: «pues esto ha sido un resfriado un poco fuerte». Después me dio como cinco medicamentos distintos y me despachó ofreciéndome la hoja aquella por si quería repasarlo y tenía alguna objeción.

En la cena de fin de año de la empresa hicieron un concurso de tecleo, yo soy el tío que más rápido teclea del mundo, en serio, pero las palabras que había que escribir ahí eran japonesas en romaji, es decir, que en vez de «avión», a lo mejor te tocaba escribir jyuubinnkyouku con lo que a mi se me complicaba más la cosa. Aún así, de 25 personas quedé tercero. Al primero le dieron un iPad Air, al segundo un Amazon Kindle y a mi unas Nekomimi, que son unas orejas de gato que te leen el pensamiento y se mueven según tu estado de ánimo (en casa están sin sacar de la caja).

10852703_1553998428178527_532775459_n.jpg

Una vez un policía me perseguía en bici, yo que tengo un pequeño espejo retrovisor en la mía me di cuenta y como esa semana ya estaba un poco hasta los huevos porque ya me habían parado dos veces para pedirme documentación, subí el ritmo y él también lo hizo. Me metí por otra calle y él también, hasta que ya por mis huevos le metí caña a los pedales y le dejé muy atrás. Cuando ya pensaba que le había dado esquinazo, me encontré a otro un par de kilómetros más adelante que me estaba esperando. Me pidió la documentación y me dejó marchar, como siempre.

DSC_0035-2.jpg

El vecino de al lado compró muebles en Ikea que tenía que montar en casa. La noche anterior llamó a casa para contarnos esto mismo y, con una caja de bombones y otra de dulces japoneses, nos pidió perdón por el posible ruido que a la mañana siguiente iban a hacer. «Si tenéis pensado salir de casa, decirnos a que hora y no empezamos hasta que os vayáis para no molestaros» nos dijeron. Al final no hicieron ni ruido ni ná.

Una tarde volviendo a casa en bici vi a un mapache, tanuki en japonés, cruzando la carretera de lado a lado. Era bastante grande, se paró en la otra acera, se me quedó mirando y soltó un gruñido ahí más raro que ni sé antes de pirarse por entre dos edificios. Era el medio de Tokio.

He compartido oficina con un chino que comía con la boca abierta dando un asco acojonante, otro que se tiraba pedos sonoros en cualquier momento, uno que aporreaba el teclado pero no os podéis imaginar de qué manera: le daba unas hostias como quien clava clavos con los dedos, otro que estornudaba a grito pelao y saltaban las alarmas antiterremotos, un koreano de ventas que no se callaba ni debajo del agua, pesado como la madre que lo parió pero que no logró hacer ni una sola venta (creo que a la mitad de los clientes les explotó la almendra), un americano gordaco maleducado de más de 150kg que no podía casi ni andar, un irlandés pálido que cuando hablaba delante de gente se ponía rojo pero a niveles inhumanos y sudaba, una vez se llegó incluso a marear y se tuvo que salir a la calle a coger aire… ah! y había una tía que venía a trabajar con una peluca morada estilo anime. Así que me acuerde.

DSC_0089-1.jpg

Un señor de mi barrio que me vio con Kota, me dijo que esperase un poquico, arrancó una hoja del libro que estaba leyendo, hizo un barco de papel y se lo regaló.

Suelo ver por donde vivo yo a un maromo que tendrá de sesenta años para arriba vestido de mujer haciendo la compra, es feo feo feo (o fea fea fea).

He visto a grupos de señores mayores montando un circo del copón en un parque con un equipo de karaoke portátil cantando uno ahí a toda hostia y bailando el resto borrachos perdidos. Una vez canté con ellos y me invitaron a comer, me puse como el kiko y todavía me prepararon tapers para llevar.

En un seven eleven hice la compra y dejé lo que yo creía que era el importe exacto y me piré. Cuando iba ya por cerca de mi casa, escucho a la chica que venía a toda hostia dando voces: «señor cliente!! señor cliente!!», me paro y resulta que había dejado 10 yenes de más y venía corriendo a devolvérmelos.

He estado en conciertos en bares donde a pesar del arte de los músicos, de lo pegadizo de las canciones, allí no se movía ni Dios de la silla. Todos sentados, aplaudiendo cuando toca y cuando no escuchando atentamente mientras se toman su copa en silencio. Aquí también resulta que no se levanta ni Dios hasta que en un cine no acaban de salir los títulos de crédito.

Conclusión:


¡¡ En todas partes cuecen habas !! El mundo es maravilloso…

Lo tenían todo

Por motivos que de ir o venir a algún caso me vais a permitir que por esta vez sea a uno exclusivamente mío, volví a España hace dos meses. El viaje fue a Badajoz dejándome caer de pasada por Estambul y Madrid en avión, metro y autobús según iba correspondiendo.

Quitando que el autobús de vuelta tardó aproximadamente una hora y media más de lo que debía sin recibir absolutamente ninguna explicación, el resto del viaje transcurrió sin otros incidentes que destacar. Diría que dentro de la barbaridad que es esta tremenda paliza, se me hizo incluso corto por lograr ir dormido la mayor parte.

El primer tramo de la vuelta fue desde Badajoz hasta Cáceres en autobús. Con inmensa pena por separarme de los míos una vez más, me tocó sentarme al lado de una señora y así lo hice sin acordarme de dejar las reverencias a un lado; tarea sin esperanza esa de desaprender un uso infinitamente usado. Con la media sonrisa por bandera por haberme dado cuenta esa vez, saqué el libro de «Cómo educar a un niño bilingüe» de la mochila y me dispuse a causar alguna baja del ejército de horas con el que me tocaba combatir hasta tocar base amiga de nuevo junto a mi mujer y mi hijo.

Yo creo que no habría amortizado ni un poco de la saliva untada en los dedos de pasar hojas cuando la señora empezó a hablarme.

– Perdona, ¿hasta donde vas?. Yo voy hasta Cáceres, si vas más lejos, te puedes coger mi asiento y así tienes ventanilla que quieras que no te entretiene un poco.

– Pues me da que me va a venir bien, yo voy hasta Madrid.

Calculo que tendría la edad de mi madre con lo que seguramente de tener hijos, andaríamos parejos de arrugas.

– En cuanto usted se baje, para ahí que me mudo.

– Huy usted dice, ¿tan vieja me ves?, haz el favor de tutearme. ¿Qué? trabajas en Madrid y has venido a ver a tu familia, ¿no?.

Cerré el libro porque ya me vi venir que aquello iba a ir para largo.

– Si le digo… si te digo donde trabajo como poco te vas a sorprender.

– Jaja, una no se sorprende ya por nada. No me digas más, te has tenido que ir a Alemania a buscarte los garbanzos como todos los jóvenes, a pedirle tajo a la Merkel que por cierto mira que es siesa la tía, menuda tirria la tengo.

– Un poquillo más lejos va a ser, llevo casi una década viviendo y trabajando en Tokio, en Japón.

– ¡Coño!, ¡pues si que!, hostia muchacho ¿¡y que haces tu allí?!?

Yo diría que más o menos la mitad del camino a su destino lo pasamos hablando de mi, de mi vida aquí, de Chiaki, de Kota… me sorprendió que aquella buena mujer no estuviese plagada de prejuicios por el país que me fue a adoptar, quitando lo del anisakis por el pescado crudo y la huelga japonesa, creo que no sacó a relucir ninguna tontada más. Es más, creo que fue una conversación muy madura, muy interesante, me preguntó sobre temas como la seguridad social, la calidad de vida familiar, las facilidades que da el país a familias con hijos…

– ¿Porqué se habrá metido este hombre por esta carretera?, que poco me gusta, se tarda siempre más y encima siempre hay niebla… ¿qué le habrá dado hoy?

Y más o menos con esa frase diría yo que se finiquitó el tema de mi vida y empezamos, ni sé como, con la suya. Me enteré, sin preguntar, que ella era de Galicia, que se había casado con un extremeño que conoció allí y que con los años decidieron venirse a vivir finalmente a Cáceres. No me quedó claro si había sido o no monja, pero sí que por lo menos tenía un par de amigas que habían participado en misiones por África y que una vez estuvieron en Nagasaki (¿o fue en Hiroshima? una de las dos…). A veces volvíamos a lo mío y hablábamos de los años duros de ETA y los atentados que vivíamos prácticamente todos los días o repescábamos alguna faceta distinta de Japón según la curva se tomase a la derecha o a la izquierda.

– Yo he ido a Badajoz a ver a mi hijo, suelo ir dos veces por semana a ver qué tal está.

No me acuerdo de su nombre, del de la señora, lo cierto es que creo que nunca me lo dijo, pero sé que nunca se me olvidará la historia que empezó con esa frase. No la vi venir ni de lejos.

Por lo visto y aunque esté mal que ella lo dijese, su hijo tenía muy buen trabajo y ganaba mucho dinero. Se había comprado un chalet, un coche que no sabía cuanto le había costado pero seguro que mucho y hasta un perro. Su hijo, que yo aún hoy imagino siempre con mi misma edad, se había casado con una chica guapísima, farmacéutica creo recordar, muy lista y muy simpática, con una larga melena rubia que ya la quisieran para si muchas modelos.

Al darme cuenta de que hablaba siempre en pasado de ella, fui tan inocente como para preguntar:

– ¿Y se divorciaron?

Dudó un momento, pero siguió con su historia. A su nuera la detectaron un cáncer y murió en menos de un año. Luchó mucho, muchísimo y siempre con una sonrisa en la boca animando a todos. Decía que lo que más le dolió fue verla sin su característica melena, que ese fue el momento en que se dio cuenta que todo estaba pasando de verdad porque se resistió a llevar peluca ya que decía que no tenía nada que ocultar a nadie.

– Lo tenían todo -dijo un par de veces- lo tenían todo y ahora mi hijo no tiene ni ganas de vivir en una casa a la que le sobran todas las habitaciones. Lo tenían todo y ahora mi hijo no tiene nada…

Con escalofriante naturalidad me contó como su nuera se murió al de poco de casarse con su hijo y volvió a hacer hincapié en que poco después de comprar una casa inmensa y un coche carísimo. Que su hijo trata de aparentar normalidad y que va a trabajar como si nada, pero que ella sabe que se le han quitado las ganas de vivir, que no tiene ni idea de por donde tirar, que se ha convertido en un autómata que se aferra a la rutina y que menos mal que al menos sigue teniendo una, un buen trabajo que con los tiempos que corren… Que ella no está tranquila y por eso va dos veces por semana a cocinarle y adecentarle la casa, a atender al perro que parece tan o más triste que él, a tratar de animarle, de animarse juntos.

– Lo tenían todo, de verdad, en estos tiempos tan difíciles, ellos lo tenían todo: dinero, amor… fíjate, les faltó la salud.

– Bueno, la vida es así. ¿Porqué habrá elegido la carretera esta y no la otra?, tengo cita con el fisio y no voy a llegar -continuó como si nada- encima lo peor es que no te cuentan nada, que hacen lo que les da la gana y como solo hay esta línea de autobuses, pues a tragar.

– Y tanto -dije yo en el por decir algo más nervioso de mi vida.

– A ver si tu llegas a coger el vuelo en Madrid. Oye chico, no te habrás deprimido con lo que te he contado, ¿no?, la verdad es que no sé ni porque te he contado esto, creo que es la primera vez que hablo de ello así tan alegremente… menuda compañera de viaje te has ido a buscar tu que estabas ahí calladito con tu libro…

– No te preocupes, al revés, gracias, te puedo decir que he aprendido mucho y además de verdad -dije yo en las palabras más sinceras de toda mi conversación al tiempo que el conductor del autobús bregaba con el volante tratando de aparcar en las cocheras de Cáceres.

– Bueno zagal, que tengas un muy buen viaje y no te olvides de visitar a tus padres de vez en cuando que seguro que se acuerdan mucho de ti. Marcho corriendo.

Y efectivamente así lo hizo. Yo bajé la mochila del altillo del autobús y la dejé en mi asiento, después me cambié al suyo y traté de buscar, en vano, a la señora por la ventanilla para decirle adios con la mano. Abrí, entonces, la mochila y saqué un bocadillo que había comprado antes de salir. Por alguna razón esperé a que el autobús estuviese de nuevo en marcha para abrirlo, como si me diese verguenza comer estando parado o algo así.

Con el primer mordisco se me empañaron los ojos.

Cuando acabé el bocadillo, hacía tiempo que me había aprendido todas y cada una de las nubes de aquel cielo tan bonito que osó amanecernos aquella mañana desde mi prestado asiento de ventanilla.

De vuelta en el avión, aquellas tres palabras no dejaron de hacer eco entre mis costillas. No soy capaz de acordarme de la cara de aquella gallega exiliada con ganas de charleta, pero todavía hoy me reservo un hueco cada mañana para pensar en aquellas tres palabras y así bajarme un poco el ego, apuntalarme la conciencia y agradecer al cielo, ventana o no mediante, lo que hoy todavía sigo teniendo.

«Lo tenían todo…»

IMG_0594.jpg

Bicitips

Me casco algo más de 30km al día en bici entre mi casa y el trabajo. Gorro de lana en cabeza, sillín acolcherplus en culo y termo lleno de té caliente a modo de botellín, voy y pedaleo durante cerca de 50 minutos por Tokio dos veces cada jornada. Evito por todos los medios coger un tren, sobretodo por las mañanas, así que a no ser que llueva la de Dios es Cristo, ahí se me puede ver cuesta parriba y cuesta pabajo como alma que lleva el diablo.

Después de tanto trajín, ya le he pillado el truco al asunto, por ejemplo había un rascayú al que siempre adelantaba camino de Shibuya pero que el mamonazo de él me estaba luego esperando en un semáforo unos cuantos kilómetros más allá, así que decidí no adelantarle y seguirle un día descubriendo el atajo salvapiernas del siglo, menudo pájaro aquí mi primo.

IMG_2425.JPG

Total, que aquí van una serie de mandamientos bicicleteros que cualquiera debería saberse para andar en bici por el Tokio de mis amores:

– He leído de todo sobre registrar la bici: que si es obligatorio, que si no… normalmente te lo hacen en la misma tienda y es mejor hacerlo, pero yo la compré por Amazon y no la he registrado. Las cuarenta veces que me han parado para comprobar si es mía les cuento esto mismo y no pasa nada aunque a veces me hacen abrir y cerrar el candado para asegurarse que la bici es mía. Si eres extranjero aquí cuenta con que te paren muy a menudo, esto es así: aquí eres un pintas con esos ojacos garbanzo.

– No es obligatorio llevar casco aunque muy recomendable. Yo no llevo y a mi suegra no le hace esto ninguna gracia, que me lo recuerda siempre.

– No se puede ir escuchando música, si te pillan te paran y una de dos: o te dan un aviso o te ponen multa directamente. También está prohibido ir dos en una bici normal o llevar un paraguas abierto conduciendo (anda que no se ven de estos, por cierto!).


IMG_1751.JPG

– En Tokio apenas hay carril bici y aunque molaría que hubiese, tampoco pasa ná porque se puede ir por la acera y por la carretera sin problema, puedes mezclar las dos según te convenga y por supuesto si no la vas a liar parda. No te metas por una acera repleta de gente dando por saco con el timbre esperando que se aparten, bájate y anda, el peatón siempre tiene preferencia.

– Ve siempre por la izquierda, siempre siempre, tanto si vas por la carretera como si vas por la acera porque si te cruzas con otro ciclista, es lo que espera que pase. Esto me costó un par de sustos aprenderlo. Podrás adelantar por la izquierda coches sin problema, pero mucho cuidado con los autobuses y las paradas porque seguramente ni verán que estás ahí cuando se arrimen a la acera.

IMG_3475.JPG
– No está prohibido circular por el lado contrario de la carretera, es decir, que tu vayas arrimado a la acera por la izquierda y de repente te encuentres a un porculeiro en bici que viene de frente también. Eso es lo más peligroso que hay, en serio, peligroso peligroso porque al intentar esquivarle te sales y es fácil que te enchufe un coche. No hagas eso, por el amor de Dios, si vas a ir en sentido contrario, vete por la acera.

– Si vas por la carretera, se supone que debes seguir las normas de circulación como si fueses un coche. Pero el tema es muy flexible si andas un poco vivo: puedes cruzar un paso de cebra con la bici si te conviene y seguir por la acera del lado contrario, por ejemplo. El caso es que no pongas en peligro a nadie, si haces maniobras de estas con cuidado la policía no te dirá nada aunque te vean, todo Dios lo hace.

– Te pueden hacer control de alcoholemia si te paran yendo en bici y en Japón el límite es 0. Si das positivo te pueden hasta meter en la cárcel hasta 5 años y ponerte una multa de hasta un millón de yenes!! la cosa es seria!!

IMG_1719.JPG

– No te pases semáforos en rojo aunque acaben de cambiar, lo normal es que haya algún coche a toda hostia tratando de saltarse el naranja de su lado, sobretodo si son taxistas.

– Ojo a las puertas de los coches que aparcan ahí en el arcén, deja ahí bien de sitio no vaya a ser que salga el tipo justo cuando pases y te la zampes con potetos. Sobretodo, again, si son taxistas.

– Cuidado con las motos porque muchas veces te aparecen desde cualquier lado y normalmente pasan mucho de los ciclistas metiéndose delante y haciéndote frenar aunque te hayan visto. Especial precaución con las pequeñas que también se meten por entre la acera y el lado izquierdo del coche.

IMG_2945.JPG
– Cuidado, mucho mucho cuidado con los taxis: en cualquier momento pegan un frenazo y se paran ahí bloqueándote el paso prácticamente sin mirar. Igual están parados con las luces de emergencia puestas y salen de repente sudándosela todo, los taxistas en Tokio hacen lo que les sale de los tamagos, tienen unos huevacos como obispos.

– Las alcantarillas, los pasos de cebra y las líneas de la carretera resbalan un huevo cuando llueve. En serio: un huevo, mucho cuidado aquí.

– Canda la bici, esto puede parecer un consejo chorra pero lo cierto es que aquí prácticamente no mangan nada nunca… excepto las bicis, no es raro que te la pimplen para ir a algún sitio y después la dejen por ahí abandonada. A mi no me ha pasado nunca, pero a un par de amigos míos si. Lo que si me han mangado a mi han sido dos fundas acolchadas del asiento, tiene huevos que tenga que ir cargando con eso. Por cierto, otra excepción que no tiene que ver con bici: la gente en Tokio es muy educada… excepto en las estaciones y en los trenes donde ahí no hay un Dios que respetar, les daba de hostias a la mitad.

– Y ojo donde dejes la bici, no se te ocurra enchufarla al lado de ninguna estación porque te la lleva la poli fijo. Aquí no puedes aparcar donde te salga del nardo, aunque, por experiencia, si la dejas un par de horas por ahí, mientras no estorbe (incluso de un día para otro) no pasa nada. En dos días no está fijo.

IMG_1924.JPG
– Tirar la bici, como cualquier cosa aquí, cuesta pasta. Lo más fácil es dejar la bici «aparcada» por ahí y ya se encargará la poli de llevársela. Te mandarán un par de notas para que vayas a recogerla si la tenías registrada, a la tercera te dirán que la bici se ha reciclado por ahí y que te has quedado sin ella. Como esto igual no lo sabe mucha gente, es fácil encontrar gangas en Craigslist de gente que se pira del país y no quiere pagar dinero por tirar la bici, echadle un ojo!.

– Lleva luces, cómprate luces que parpadeen por delante y rojas por detrás porque aunque parezca mentira, la inmensa mayoría de las calles de Tokio son muy muy oscuras a nada que te pires del centro un poco, y estrechas, que a veces no pasan dos coches aunque sean de doble sentido. Que se te vea bien el culete, amigo, que si no te pueden poner hasta 50.000 yenacos de multa!

– Ponte a la cola, no me seas de tu tierra. Si hay un tío que ha llegado antes que tu al semáforo, no des por saco y te pongas en paralelo a él: le molestarás cuando el semáforo cambie y a la vez estarás también tocándole los huevos a los coches de detrás que no podrán adelantaros a los dos. Coño, ponte detrás y ya le adelantarás un poco más adelante. Y no te fíes un pelo de las amatxus que van cargadas con un par de críos o las abuelas porque fijo que van con bicis con batería y te mearán a la mínima cuesta, es acojonante lo rápido que pueden ir. Adelanta siempre teniendo esto presente.

IMG_1401.JPG

– Ya lo he dicho antes, pero insisto: no toques el timbre cuando vayas por la acera. Molestas. En serio: molestas un huevo, tu no tienes la prioridad, usa el timbrecillo tocapeloter cuando no te quede más remedio porque sea peligrosa la situación.

¡Y ya no sé que más contar!. Es una auténtica gozada poder ir en bici a currar aunque me pille un pelín lejos, recuerdo que intentaba ir en bici por Bilbao y cada día que llegaba a casa vivo o sin apalear por alguna vieja era un auténtico milagro, Tokio en bici mola mucho!!

IMG_1287.JPG

El 2014

Mi 2014 ha supuesto la mayor transformación de una vida que muy poco tiene ya que ver con otros tiempos ya añejos, tanto que a veces hasta parecen irreales; cada vez son más difusos esos recuerdos conmigo como único protagonista.

Auténtico cambalache de sentimientos, trapicheo incensante de emociones inherentes a esta extravagante historia de convertirse en padre y mira que el asunto no es de un día para otro, que uno siempre tiene más de medio año, en el peor de los casos, para ir haciéndose a la idea.

Pero es que es imposible hacerse a la idea. Venga ya, ¿cómo vas a saber esta movida?.

Siempre te dicen eso de que te cambia la vida. Me río yo de esa frase. No te cambia la vida, te la reemplaza directamente por una nueva que desconocías totalmente. Una vida que de repente te empiezas a tomar en serio, muy en serio, a niveles que ni intuías. Tomas consciencia de que ya no eres tu solo, que hay una persona, un jugador del Athletic en potencia que depende absolutamente de ti, de lo que hagas, de lo que decidas, de donde estés, de como estés.

¿Prioridades decías que tenías?, sílbame esa melodía si te acuerdas tío Tosca, a ver si soy capaz de sacarle la letra…

Así que aunque llevaba ya un par de meses con un pequeño bebé de ojos rasgados ahí mirándome sin verme, no ha sido hasta que se ha empezado a enfríar el cadaver del 2014 cuando he empezado a tomar consciencia de la magnitud de la copla.

Como decía, lo más importante ha sido que he empezado a tomarme la vida mucho más en serio, algo así como tratar de estar en las mejores condiciones posibles para ser capaz de responder ante el reto de criar a un hijo con todo lo que conlleva.

Pocas decisiones son triviales, Kota es la prioridad absoluta y ya todo gira en el torno de sus pulsos. En el 2014 cambié de trabajo para ser capaz de ahorrar dinero y así preparar todo lo que está por venir: ropa, habitación, guardería, escuela… bueno, lo cierto es que compramos la casa precisamente porque venía aquí el señorito.

Ahí va un vídeo de la casa que grabé en principio para que la viesen mis padres, pero que ya puestos, también lo publiqué:

Por aquel entonces ya andaba yo dándole muchas vueltas a la nueva situación y se me ocurrió recopilar una serie de asuntos que me hubiese gustado que me contasen allá por entre mi infancia y mi adolescencia. También escribí un relato de como era un día de aquella nueva vida que acababa de empezar, por no hablar de que de repente todo me parecía una auténtica farsa o de que incluso establecí una serie de mandamientos por los que regirme a partir de entonces.

Por cierto, que pedazo de nevada que cayó en Tokio en febrero, ¡¡la más grande en 40 años !!

Aprovechamos el tiempo entre medias de empresas para volver a mi pueblo y que mis padres y mi hermano Javi conociesen al heredero de mis kimonos. Es curioso como todo lo que tiene que ver con él se magnifica: si le hacen un regalo nos alegramos el doble que si nos lo hubiesen hecho a nosotros y al revés, cualquier feo detalle hacia él resulta doblemente feo. Días de gran emoción, sin duda. Además presenté el libro en la biblioteca de Zalla, una noche que difícilmente olvidaré. El libro ya sabéis que se puede descargar gratis en PDF de alta calidad y que si queréis tenerlo en papel, cosa que nunca dejaré de recomendar, lo podéis pedir aquí. También sorteamos unas kokeshis entre todas las reseñas que me habéis escrito, ¡¡¡ muchas gracias a todos y enhorabuena a los tres !!!

En el 2014 también salí en diversos medios por ahí como la revista de mi pueblo o el Deia. Chiaki y Kota salieron dos segundos y medio en Telecinco y finalmente salió el programa de Fogones Lejanos que ya llevaba grabado unos meses.

El día del padre vino y me di por aludido gracias a Chiaki, qué bonito fue por ser el primero. Aquella era la nueva vida que vino para quedarse, la de padre de familia, la de dar paseos los tres por el barrio en el que estábamos ya echando raíces, el barrio en el que crecerá mi hijo aquí en Tokio, aunque de vez en cuando me diese por tener morriña de aquellos días que me pertenecían exclusivamente a mi.

En Agosto siempre bajan mucho las visitas del blog así que decidí hacer un experimento y empecé a publicar un montón de posts reguleros de esos en los que se copia lo que haya salido por ahí en cualquier otro lado sobre Japón estilo dar las noticias más esperpénticas del país y ver que pasa. Si os digo que el post mas visto del 2014 fue el del Batman por la autopista… así es la cosa, amigos… el mas visto con una diferencia de miles de visitas con cualquier post de los normales.

Mira por donde que en el 2014 me topé de bruces con un chikan, un pervertido baboso, en el metro de Tokyo y al de unas semanas al que le partieron las bruces fue a otro…

También presenté el libro en el Instituto Cervantes de Tokio, que casi se me olvida y anda que no estuvo bonito el asunto porque amigos míos leyeron algunos capítulos allí en directo. Tengo vídeos, a ver si acabo de sacarlos, por cierto…

Y Kota hizo un año.

Y yo decidí que mi tiempo es lo más importante que tengo, lección que reforzó aquél amable anciano con el que nos topamos en el tren.

El 2014 pasaron muchas cosas buenas aunque se torcieron algunas que espero que se acaben de enderezar de nuevo en el 2015. Para mi ha significado un año de cambio, un punto de inflexión enorme al que todavía no he conseguido acostumbrarme del todo. Mientras disfruto de Kota y de Chiaki todo lo que puedo, trato de robarle momentos al día para retomar lo que se quedó en barbecho hace catorce meses y que ya va siendo hora de rescatar. Este año recupero las metas fallidas del año pasado en las que me propuse presentarme por fin al Noken nivel 2, sacar el tercer dan de Karate y añado alguna más como correr alguna maratón, sacar otro libro y seguir hablándole a Kota en castellano todo el rato. ¡¡¡¡ Vamos a ver si pueden ser !!!.

Feliz año nuevo, por cierto, que casi se me olvida. Gracias siempre por seguir ahí.

El chikan hostiado

Ayer recordé de sopetón aquella vez que me topé con un acosador asqueroso en el metro de Tokio, aunque lo sucedido aquél día no fue prácticamente nada comparado con… bueno, a ver si soy capaz de transmitir un poco de lo que viví yo anoche, que cuando llegué a casa todavía seguía con los nervios puestos debajo de la chaqueta.

Total, el caso es que yo volvía de una magistral clase de Karate que, como todos los martes, nos regaló Suzuki Sensei. En todas y cada una de las clases se aprende algo nuevo, esto que puede parecer banal toma especial importancia si tenemos en cuenta que empecé a hacer karate hace ya más de 20 años con algún que otro parón de por medio. Suzuki Sensei siempre le dará una vuelta más a algo que pensabas que te sabías. En Karate nunca se deja de aprender, el reto que supone es tan motivante que nunca se le quitan a uno las ganas de seguir yendo para ver si la siguiente clase es esa que nunca llega en la que todo se domina.

Desde que trabajo en Gotanda la ida al dojo es sencilla, pero la vuelta a casa se complica: recorrer los 15km de rigor en bici después de dos horas de patadas y posiciones bajas es una de esas locuras que me permito perpetrarle a mi cuerpo. Pero ayer dio mucha más lluvia de la que luego fue, así que volví en tren. Tengo tres transbordos, lo que hacen un total de cuatro líneas distintas: Ikegami, Yamanote, Inokashira y Keiyo. En la segunda, la Yamanote, coincidí con un chico nuevo de Karate que conocí en el entrenamiento de esa misma noche y estuvimos hablando del examen de cinturón negro al que se presentará el martes que viene. Un tío muy majo, por cierto, al que despedí en Shibuya donde tiré para la Inokashira, línea que raro es que no esté atiborrada… esos vagones son el infierno, bendita bicicleta.

Yo me puse a la cola y deje pasar un tren para montarme en el segundo y asegurarme un sitio. Allí me senté en cuanto se abrieron las puertas y poco tardó aquel vagón en ponerse hasta arriba de personas, a veces me pregunto cuanta gente puede caber en uno solo de esos vagones… diría que más de doscientas almas allí se embuten, doscientas veinte si contamos los de última hora que se cuelan de espaldas haciéndose paso a vuelta de culear para dentro.

No habían pasado ni dos estaciones cuando escuché gritos de fondo. Me quité los auriculares y descubrí a un gaijin, ni más ni menos gaijin que yo, que estaba gritando movidas en japonés:

– Has sido tu, que te he visto, ¿qué coño te crees que estás haciendo?, has sido tu no me lo niegues que te he visto, pedazo de hijo de puta.
– Por menos de esto en mi país te matan (korosareru), ¿me oyes?, no digas que no, malnacido de mierda

Y así un montón de insultos más. Alcé la vista y la chica que estaba delante de mi estaba llorando. Entendí al instante la situación que fue muy parecida a la que viví yo: un baboso de estos que dicen que hay en los trenes que vete a saber lo que le había hecho a aquella pobre chica que no dejaba de sollozar, y un testigo de toda la historia que no dudó en actuar.

Yo aquél día me limité a ponerme en medio y dar un par de toques de atención sin mediar palabra. El chico de ayer se fue al otro extremo y quiso que todo Dios se enterase del asunto señalándole, zarandeándole y llamándole de todo. Al ver a la chica llorar, algunos más se le unieron y ya eran tres los que le tenían acorralado entre insultos y meneos.

El tren entonces llegó a la siguiente estación, el extranjero se bajó con la chica con la intención de denunciar al pavo que la verdad es que no tenía muy claro como reaccionar y no se movía de allí. Entonces el gaijin volvió a entrar y mientras gritaba que saliese del vagón, le agarró de los pelos y se lo llevaba arrastrando. El otro que no quería salir, se zafó y entonces uno de los que había allí le empezó a empujar gritándole también que iba a salir de aquel vagón por las buenas o por las malas, que empezase a andar. Pero el pavo se resistía, no sé muy bien qué pasaría por su cabeza, quizás que si no se movía de donde estaba la cosa se iba a calmar y podría llegar hasta su estación como si nada una noche más…

El extranjero cuando volvió a entrar ya tenía bien claro que había que sacarle a hostias y fue directo a por él metiéndole tres puñetazos seguidos repartidos entre la boca y la nariz. Si ya estábamos todos bastante nerviosos, aunque ni la mitad que aquel extranjero menudo que menudo resultó ser, ver la sangre en la cara de aquel elemento nos acabó de desatar y fuimos unos cuantos los que le intentamos calmar: tranquilo, ya está, ya le hemos pillado, ahora que se lo lleven, tu tranquilo.

Ahí es cuando entró el jefe de estación preguntando por la situación, y cuando todos confirmaron la historia del hostiante, se llevaron al hostiado supongo que con la intención de llamar a la policía.

Al gaijin digo yo que una tila le habría venido bien, pero, ¿sabéis lo que os digo?, ole sus cojones. Yo no fui capaz, ni creo que haya que llegar a ese extremo, de actuar tan violentamente, pero si que debí haber montado el pollo para que al menos todo el mundo se enterase de lo que estaba pasando y así supiese que tiene consecuencias.

El tren siguió su ruta y por megafonía se escuchó «llegamos dos minutos tarde por culpa de un pequeño incidente, perdonen las molestias». Já, pequeño, y le dejaron la nariz como a Calamardo.

Esta mañana se lo he contado a Chiaki poniendo énfasis en los puñetazos, en la sangre, en lo violento de la situación dando a entender que quizás no se debía haber llegado tan lejos como para medirle el morro.

いいじゃん、もうやらないでしょう? me ha contestado. «Que se joda, así no lo hace más» traduzco e interpreto yo y de paso le doy toda la razón. Que asco de gente.

Veteranos y expertos

Cada vez tengo menos paciencia.

Con la gente. Cada vez tengo menos paciencia con la gente, quería decir, bueno, con cierto tipo de gente.

Que uno ya tiene el culo pelado de payasadas, vaya.

Puede que me haya vuelto un vinagres, como le llamábamos a un amigo mío que era incapaz de ver nada bueno en toda situación y lugar (a juzgar por su muro de Facebook, la cosa sigue igual). Afortunadamente creo que no es el caso porque siempre me he creído optimista por naturaleza y siempre trato de buscarle las cosquillas que me permitan reírme de las horas.

Pero es que últimamente me tocan con más asiduidad e intensidad los huevos ciertos comportamientos de ciertas personas. Son patrones que se repiten, que son totalmente previsibles y que me darían igual de no ser porque se vienen a pisar mi huerto donde tengo yo ahí plantado mi tiempo y mis esperanzas. Es decir, que por mi tu puedes ser el mayor drama queen de la historia, el que todo lo sabe, un quejica amargado o el tío calaveras mientras no me afecte ni a mi ni a los míos. Pero, ay amigo, si resulta que eres una interferencia, si tus movidas se cruzan con las mías, ahí es cuando ya mis tragaderas se saturan y no me queda otra, más quisiera yo, que mandarte a la mierda que quede más a desmano, en línea recta, de donde estemos yo y mis posaderas.

En esta ocasión esta bonita entrada viene motivada por ese tipo de persona que lleva más tiempo que tu haciendo lo que sea que tu hayas empezado, bien sea un nuevo trabajo, un nuevo deporte o cualquier actividad. Les llamaré «los veteranos» por no llamarles «los tocacojones» que queda un poco feo a estas horas de la mañana así sin cervezas de por medio.

Son esa gente que se empeña en que te enteres de que, efectivamente, tu eres el nuevo y, por tanto, no sabes nada ni serás capaz nunca de llegar a su nivel. Se preocupan más por demostrarte esto que por hacer bien lo suyo: están atentos a lo que tu haces y se reirán cuando, lógicamente, no atines en tu empeño, lo que es perfectamente normal en todo proceso de aprendizaje que se precie. Después, condescendientes, tratarán de decirte como lo debes hacer aunque ellos no destaquen precisamente por su maestría; es más, suele ocurrir todo lo contrario: tan inútiles como ruidosos.

Me pasó cuando empecé el blog, cuando empecé a sacar fotos, me ha pasado en antiguos trabajos con parlapuñados que no sabían hacer la O con un canuto, en gimnasios con elementos con el pecho tan desproporcionado como sus barrigacas y últimamente en Karate con dos personas mayores que llevan practicándolo toda la vida, con el mismo nivel de patosidad que de arrogancia.

En todos los casos pasamos por las mismas fases: ninguneo, falta de respeto, de interés por el nuevo, negando incluso el saludo. No existes, eres un intruso en su terreno. Cuando el profesor o algún otro alumno destaca algún evidente progreso tuyo, es cuando entran en juego ellos. Ahí es cuando empezarán con su ironía, con su sonrisa de medio pelo a tratar de perdonarte la vida no vaya a ser que te crezcas, porque tu llevas dos días y ellos no. Porque da igual que quizás tu hagas las cosas mejor, nunca te lo reconocerán porque sería cuestionar su supremacía. Porque tu acabas de llegar y no tienes puesto en el escalafón.

Es acojonante. Tanta tontería ya, coño.

Estos dos individuos en cuestión son muy torpes, aparte de que no saben que no es que yo sea nuevo, sino que he estado casi un año sin ir a las clases por ocuparme de Kota aunque yo no me preocupo en que lo sepan porque me importa un cojón. Se saben muchos más katas que yo, pero tendría delito no hacerlo después de tantos años. Como los hacen ya será otro cantar. Por eso contraataco yo. Por eso me pongo el doble de serio cuando toca técnica por parejas con alguno de estos enfrente, por eso no les río ninguna de las gracias ni doy cancha a ninguna de sus excusas por sus innumerables fallos. Reverencia y en guardia, sin dar tregua ni en ataques ni en paradas aunque llegue a casa con los antebrazos en carne viva.

No dejo pasar ni una. Serio. Muy serio. Encabronado. Modo tío vinagres.

Ni una.

Demostrando quien soy con hechos y no con palabras y nunca, en ningún caso, prestándole ni una migaja así del respeto que no se ganan con su actitud. Mi respeto es para los que sé que saben porque solo hay que verles para saberlo. Esos no te vienen con tonterías, con payasadas, no te vendrán con la media risita indulgente del necio arrogante, estos si que respetarán cada uno de tus pasos porque ellos saben y valoran lo que les costó cuando los dieron ellos. Si te tienen que corregir algo, lo harán sin vacías parafernalias y será a ellos a los que deberás escuchar porque, como digo, es evidente que saben lo que se hacen con solo verles.

Porque no hacen ruido, no montan la verbena, no necesitan inventarse el personaje, no ha lugar a farsa alguna que enmascare su inutilidad suprema, no necesitan demostrar nada a nadie; ellos hacen lo suyo lo mejor que saben con la más noble de las pretensiones: mejorar por y para ellos, que no deja de ser el primer, último y más ilustre de los motivos.

Porque que lleves mucho tiempo haciendo algo no significa que seas experto, sino veterano, y no te da, ni mucho menos, derecho a que me toques los cojones. Déjame en paz, déjame seguir con lo mío que hace muchos años ya que decidí dejar de desperdiciar mi cada vez más valioso tiempo en bufonadas ajenas.

Copón ya.

Pero no creo que llegue

Fue un día largo que acabó pronto, como lo son prácticamente todos desde que Kota está con nosotros: se abren cajas cerca de las seis de la mañana y se echa el cerrojo apenas dadas las nueve de la noche. Bueno, si echamos cuentas, tampoco cambia mucho la cosa: levantarse a las diez y ensobrarse después del deadline de la Cenicienta viene a ser prácticamente lo mismo; con el agravante a nuestro favor de que el país del sol naciente lleva implícito también el sobrenombre del país de la rauda luna. A las cinco es tan de noche que asusta.

Lo que no es lo mismo es lo del medio. No es lo mismo pero ni de lejos.

Se acabó eso de vaguear, de desayunar leyendo las noticias por internet taza de té en la zurda mientras la diestra afila uñas ya para el rascamiento del nalgamen adyacente, como mandan las tradiciones mañaneras. Ahora no. Ahora te tomas tu té cuando el monarca Kota Toscano III tenga a bien concederte un tiempo que le lleva perteneciendo a él desde que empezaron a asomar por abajo los títulos de crédito con tu nombre del último sueño que te inventaste esa madrugada.

Y bien a gusto, no os penséis.

El pecho se le empatana a uno cuando, al notar tirones en la pernera del pantalón, se descubre que hay un bebé ahí abajo exigiendo que le eleves a la categoría vertical que se merece, que le cojas en brazos pero ya mismo y que eso de estar a otra cosa no se vuelva a repetir. Mirada seria, tenaz, bien acorde con la gravedad de su meta, con su ineludible propósito.

Esa mirada es golosina por definición, no puede ser más dulce. No hace mucho leí que uno estaba obligado a ponerse al teléfono de juguete de un niño si te lo pasa y contestar como si fuese la llamada más importante del mundo. Pues por ahí van los tiros.

Hay cosas que no deben ni pueden ser de otra manera.

La cuestión es que no recuerdo a donde fuimos aunque si que fue bastante más lejos de la habitual vuelta al barrio con parada y fonda en algún menú del día, la sala de lactancia del centro comercial y el avituallamiento obligado en la cafetería del matrimonio que hace donuts caseros. Ese día tocaron andenes y pintaron trenes con Kota colgando de mi pecho. En Tokio llevar un carrito de bebé implica tardar media hora más en salir de cada estación, y eso cuando no te toca cargar carrito más bebé escaleras arriba desde varios pisos sumidos en el subsuelo. Por eso nunca solemos usarlo y le llevamos colgando sobre nosotros. Eso si, a la que te sientas, Kota ejerce su derecho soberano de revolverse hasta que le sacas de su prisión pechera para dar voces y prácticamente no estarse quieto ni medio pestañeo.

IMG_0280.jpg

Eso mismo pasó a la vuelta mientras íbamos sentados en la zona del vagón reservada para minusválidos, embarazadas, ancianos y personas con bebés. Estábamos homologados completamente, no me miréis mal que además yo soy de los que se levanta a la mínima cana que asoma por la puerta.

Total, Kota estaba ya de pies encima de mis muslos entretenido entre señalar a la señora que quedaba a las tres y gritarle un «EEE» claramente reprochante vaya usted a saber a santo de qué, y tratar de engancharle la corbata, y descojonándose con cada intento, al salary man que dormía de pies justo delante de nosotros. Entre reverencias y disculpas por nuestra parte, se nos sentó un anciano al lado, exactamente a la derecha de mi derecha y poco tardó Kota en decretar que ese sombrero blanco pertenecía a su reino y que le debía ser entregado a modo de arancel.

– Sumimasen -solté por enésima vez en aquél vagón. Kota, esto no es tuyo, no puedes coger lo que te de la gana, chato. Dame dame.

– ¿Como has dicho que se llama? -dijo el anciano mientras le ponía el sombrero a Kota, pero la cabeza de Kota no alcanzaba a hacer base ni poniéndose de lado así que acabó inmerso ahí dentro con el sombrero tapándole hasta la barbilla. Kota se revolvió pero en vez de llorar se empezó a reír a carcajada limpia entre aspamientos.

– Se llama Kota -dijimos a la vez Chiaki y yo mientras le devolvíamos el sombrero esquivando los embites del monarca que no iba a dejar que se le arrebatara su nueva corona sin ofrecer fiera batalla. Cuando el hombre se lo volvió a poner, Kota no le quitaba ojo, a nada que entrase en zona neutra, para el botín real que volvía.

– ¿Cuantos años tiene?, hay que ver qué pedazo de ojos tiene, como se nota que es half, ¿le habláis en inglés?, ¿de donde eres? -preguntó de corrido y sin embargo con ritmo lento, diría que igual de entrañable que su aspecto. Así me gustaría envejecer a mi, con esa elegancia y esa simpatía. Mientras le contestábamos a una u otra pregunta a veces yo, a veces Chiaki, él le hacía carantoñas a Kota cuyo objetivo sombreril permanecía intacto.

– Anda, España, menos mal porque yo pensaba que habías hablado en inglés y estaba todo triste porque no te había entendido nada, ¡tantas clases y tan poco resultado!, pues si que estamos buenos. Una de mis hijas está casada con un holandés -aquí dijo el nombre pero no logro acordarme- y mi nieto también es half y habla inglés y japonés perfectamente, tenéis que aprovechar eso, los niños son mucho más listos que nosotros que nos hacemos tontos además de viejos.

– Jajaja, pues sí, yo le hablo en castellano siempre y ella en japonés, de momento cuando le digo cosas como «ven» o le saludo, actúa en consecuencia, vamos, que lo entiende de más. Como todavía no habla, pues no sabemos por donde saldrá.

– Pero tampoco seáis muy duros, ¿eh?, un niño es un niño y su deber es jugar y reírse, no le riñáis demasiado.

Se hizo el silencio. Se acordó, quizás, de alguna riña a alguno de sus nietos con él delante y pude intuir cierta congoja, cierta pena por la situación vivida que escapaba a su control. De ser cierto, sin ninguna duda que este hombre, a parte del más elegante del vagón, debía haber sido un gran padre. Permanecí atento porque destilaba lecciones de humanidad con cada gesto.

– Yo estoy estudiando inglés -retomó- porque soy un viejo y los viejos tenemos mucho tiempo libre. Me he apuntado para voluntario en las olimpiadas del 2020, quiero ayudar a todos los extranjeros que vengan porque el japonés es muy difícil. ¿Verdad que es difícil? -preguntó y prosiguió sin esperar a mi asentimiento- Estoy estudiando inglés todos los días por mi cuenta, un poco cada mañana, y los sábados nos dan clases en el centro cívico del barrio.

De nuevo volvió el silencio que esta vez fue más largo incluso. Silencio solo interrumpido por balbuceos de victoria de Kota al conseguir tirar de la corbata que colgaba, tentadora y desafiante, justo delante de sus ojos. Silencio largo que pausamos con una ración más de nuestras ya rutinarias disculpas por las acciones del monarca. Silencio al que finalmente hirió de muerte, un par de minutos antes de que llegase su parada, el menudo y elegante anciano que permanecía extremadamente pensativo a nuestro lado.

– Pues si, estoy estudiando inglés para ayudar en las olimpiadas -insistió- pero no creo que llegue.

Presentación del ikulibro en el Instituto Cervantes de Tokio

El sábado 4 de octubre, hace justo un mes, presenté el libro en el instituto Cervantes de Tokio. La idea venía acechándome desde hace tiempo, pensé que quizás no sería tan raro tratar de dar a conocer el libro aquí y me decidí a proponérselo a Teresa, responsable del Cervantes y además amiga. Poco tardó ella en hacerme un hueco y a la que me quise dar cuenta, ¡ya tenía fecha y hora puesta!, ¡iba a presentar mi libro en semejante lugar!.

Tenía que preparármelo bien. Lo primero que pensé fue en hacer lo mismo que en Zalla: contar mi historia, las pistas, las señales que acabaron guiándome a aquel avión de solo ida que me dejó en Tokio a mala baba debatiéndome, a dentelladas, con la razón y el corazón. Lo cierto es que el libro va de eso, de aquel Toscano, del tipo que trataba de buscarle las cosquillas a los días porque a él no le acababa de salir aquella milonga ya olvidada de reír.

Pero también quise hacer algo distinto. Quise involucrar a mis amigos, meter en el ajo a los míos de aquí y les propuse que cada uno de ellos eligiese un capítulo del libro para leerlo delante de todos. No había más condición que que no fuese el de «La chica de Enoshima» porque se haría demasiado largo. Y aunque sé que no es fácil plantarse a leer delante de gente, poco tardaron ellos también en decirme que si y meterse en faena.

La presentación empezó con Manolo, del instituto Cervantes, introduciendo al tipo aquel con entradas y camisa de cuadros que levantaba, nervioso, poco más de metro y medio en aquella esquina de la sala. Manolo, por cierto, junto a Teresa, se desvivió porque aquel día saliese lo mejor posible y fue un auténtico honor recibir el pie de su mano.

Algunas palabras mías después, empezó Guillermo con la lectura de «La señora de los paraguas«, el verdadero origen del libro, la historia de aquella anciana que acumulaba paraguas puede que sin saber para qué, pero que sonreía por si acaso. La madre y abuela de alguien, de espalda arqueada, mente difusa, canas infinitas, piernas menudas que acababan en zapatillas de andar por casa. Y siempre siempre, media docena de paraguas a su alrededor.

Me sorprendí al darme cuenta de que era la primera vez que escuchaba por boca de otro mis palabras.

Y me emocioné.

Gracias, Guillermo.

Con aquella primera historia empezó la idea del libro y por eso se leyó nada más empezar. Las lecturas debían cuadrar con la presentación y traté de que casaran con lo que yo iba contando, de darles un contexto, un fondo para que los que allí las escuchasen supiesen por donde nos andábamos sin tener porqué saber nada de mí. Así que cuando Dani me dijo que iba a leer «La casita de madera» reviví de manera muy nítida aquellos días en los que no hacía sino pensar encima de lo ya pensado sobre cualquier cosa que me encontraba y así lo conté. Le daba trescientas vueltas a todo y ahora sé que era por tratar de buscar retazos de felicidad, de calma y quietud entre una incertidumbre que se me antojaba ya demasiado grosera. Acababa de llegar al Tokio más monstruoso que recuerdo y ver aquella pequeña casa entre tanto rascacielos, escuchar aquella música antigua, ver aquel pequeño refugio en el que escabullirse del vertiginoso mundo de fuera me hizo darme cuenta de que, acaso, sentirse feliz no es un estado continuo sino la suma de todos los momentos en que lo fuimos por las más pequeñas cosas y que quizás el secreto era saber sentirlas.

Gracias, Dani, me hiciste volver a aquella ya inexistente oficina de Gotanda por un rato. Qué perdido estaba.

Chiqui pensó en darle otro tono a su lectura y eligió «Kawaii«, la historia de uno de tantos encuentros «semifortuitos adrede» con personas de las que no sabía absolutamente nada y que sin embargo llegué a conocer mejor que a muchas que llevaban tiempo ahí. Una amiga, pero más, una novia, pero menos. Una tía con más huevos que yo en todo caso.

Gracias Chiqui, me gustó acordarme de su irresistible impertinente insolencia. Menuda era.

Nerea quiso darle la réplica a Guillermo y se prestó a leer «La señora de los paraguas, epílogo«. Aquella mujer dejó de estar y yo supe que no volvería. Me di cuenta de que ya llevaba un tiempo relativamente largo en el mismo lugar, paseando por el mismo barrio, llamando «casa» a otras cuatro paredes en las que ahora solo vivía yo. Acostumbrado, de alguna retorcida manera, a tener ya mi rutina en un recóndito barrio de Tokio donde ella no iba a volver a estar. Medio estaba echando raíces sin tener claro si era el tiesto adecuado.

Qué bien leíste, Nerea, como se notan las tablas. Muchas gracias.

Cuando Rodrigo me dijo que iba a leer «La chica que siempre sonríe«, entendí al instante que aquello supuso el punto de inflexión, lo que cambió todo. Supe que conocer a Chiaki había sido el inicio de la segunda etapa de mi vida en Japón, supuso, sin ella saberlo, que fuese capaz yo de coger la pala y echar tierra sobre todos y cada uno de los tumbos dados, allanando, después, el terreno con cada pisada a su lado.

Me encantó escucharte, Rodri. Mientras tu leías, yo la miraba a ella y confirmé todas y cada una de tus palabras. Muchas gracias por haber elegido este capítulo.

Después conté como, gracias a todos vosotros, fue posible que el libro se hiciese realidad de tan preciosa manera. Sin dar demasiados detalles, conté los intentos frustrados con las editoriales, la campaña de crowdfunding, las reseñas que me habéis escrito y justo antes de las preguntas me guardé la lectura más especial de todas. Misaki accedió a leer «El trabajo de las estrellas«. Digo especial no porque el resto no lo fuesen, sino porque él tenía la dificultad añadida a los nervios por estar delante de gente de leer en un idioma que no es el suyo. Se lo preparó a conciencia, incluso lo tradujo a japonés para saber bien qué estaba leyendo y… y lo hizo fenomenal. Muchas gracias, Misaki, por atreverte y por no perder, nunca, el buen humor que te define.

Y ya después de las preguntas, degustamos todos unos vinos cortesía de Boeki Up, una empresa que se dedica a la promoción de productos españoles en Japón. Si necesitáis organizar cualquier sarao, aquí tenéis un correo donde podéis pedir lo que queráis que seguro que os lo consiguen: boekiup@gmail.com.

boekiup.png

Fue un ambiente mucho más relajado donde pude saludar a los que no conocía, que eran minoría. Me sorprendió mucho una pareja que estaba aquí de vacaciones y decidió «gastar» una mañana en ir a verme a mi en vez de al buda de Kamakura, por ejemplo, muchas gracias. Una señora japonesa vino a decirme que le conmovió mucho la historia de la señora de los paraguas, que los japoneses no se fijan en estas cosas. Un señor japonés que se durmió durante toda la presentación no dejó de hacerle fotos a Kota y el resto, pues un ratejo con los amigos de aquí, un ratejo de los buenos por definición.

Hoy, después de un mes, no puedo sino reafirmarme en lo que ya sabía y es que lo mejor de haber escrito el libro es la gente, sois vosotros. Con tanta predisposición, tanto buen ánimo y mejores caras, es un auténtico gustazo ponerse a hacer cosas, ya estoy tardando en escribir otro.

IMG_1847.jpg

Por cierto, todavía quedan unos pocos ejemplares, ¿quizás un buen regalo para Navidades?, aprovechad y haceros con ellos que seguramente no se hagan nuevas ediciones y os digo yo que merece mucho más la pena tenerlo en papel…