Me he casado, Oskar

A ella no le gustaban las cosas a medias, tenía bien claro lo que quería y sobretodo lo que no le gustaba un pelo y eso de estar por no saber no estar no lo llevaba bien en absoluto. Quería más. Odiaba que nos «divorciásemos entre semana» como le escuché tantas veces reprocharme, ella lo que quería es que viviésemos juntos y recopilaba en cada despertar entre café, tostadas y ropa interior cuantos amaneceres quedaban ese fin de semana: «mañana ya es el último», «pasado te levantarás solo»…

Yo no tenía nada claro. Pero nada de nada. Sabía que me gustaba estar con ella, pero no siempre. No me gustaba la idea de que los viernes por la noche, después de Karate, ella estuviese ya esperándome en casa con la cena hecha como si no nos acabásemos de conocer apenas un par de meses antes, como si estuviésemos casados. Me arrepentí una y mil veces de darle una llave y, siendo sinceros, hubiese querido verla bastante más de vez en cuando que no todos los fines de semana por ley.

Siempre tenía planes calculados al milímetro: «el sábado por la mañana madrugamos y nos vamos a este parque que hay una exhibición de ikebana, después comemos en este restaurante que salió el otro día en la televisión, quizás haya que hacer cola, pero seguro que merece la pena, después por la tarde nos pasamos por aquí y cenamos en tal sitio…». Yo me dejaba llevar y reconozco que me lo pasaba muy bien pero no compartía ni la mitad de su ilusión, yo quería estar solo a veces porque quería sentir que seguía siendo yo: quería dar paseos pero de la mano de la cámara de fotos, comer cualquier porquería del combini y puede que salir a correr a las tantas de la noche o prepararme una bonita resaca con latas de cervezas, patatas fritas y capítulos de Los Simpsons en castellano porque Homer en inglés o japonés nunca hará la misma gracia.

Pero la cosa era así: ella tenía todos los fines de semana planeados, siempre. Cuando en pleno agosto habló de la cena de nochebuena, algo tembló por dentro y supe que aquello no estaba bien, que debía hacer algo a pesar de que era injusto que dañase sus esperanzas, su confianza, ese puñado tan grande de anhelos que fraguaba con tanta ilusión. Pero era su dignidad, su bienestar contra el mío y yo dejé de tenerlas todas conmigo unas cuantas auroras antes. Así que le conté mis planes de despertarme a veces solo y no hacer nada, de paseos inventados a última hora con la única compañía de miles de extraños alrededor, de dejarme guiar por el tamaño despropósito de la improvisación pasándole el timón de algún que otro domingo al azar más absoluto. Pero solo yo. No siempre, de vez en cuando me valía. Creo.

Ella lloró. Se levantó y se fue al baño y continuó llorando un rato largo. Yo no sabía que hacer así que solté riendas y lloré también sin saber muy bien porqué.

Cuando salió, lo primero que hizo fue pedirme perdón. Lo segundo fue decir que lo entendía, que era normal, que perdonase de nuevo por agobiarme. Y que si se podía quedar ya ese fin de semana aunque no fuésemos a ningún lado, que quería estar conmigo aunque yo quizás no quisiese estar con ella.

Esa última frase me dolió más de lo que habría pensado y me defendí como pude aunque no acababa de convencerme a mi mismo ni lo que decía ni cómo sonaba… «que no es eso, que si que quiero, es solo que a veces quisiera estar solo…». Me cuestioné ese «a veces» muchas veces durante los días siguientes.

Y así estuvimos un mes más en el que dos fines de semana alternos fueron solo para mi hasta que ya dejamos de intentarlo y me quedé de propina con los cuatro de los meses siguientes.

Fue ella la que no aguantó; decía que era injusto que se tuviese que quedar en casa, que si yo no quería estar con ella todo el tiempo que podíamos, que entonces ella tampoco quería estar conmigo el tiempo que yo le dejase.

No le faltaba razón en absoluto.

A mi de repente me sobraba el estar demasiado conmigo mismo aunque por coherencia, y a veces a duras penas, conseguí no llamarla por teléfono ninguna de las noches en que habría vendido en fila india todos y cada uno de mis principios por despertarme acompañado una vez más.

La semana pasada, cinco años después, me mandó un mensaje con una foto en la que aparecía vestida de novia en una playa paradisiaca junto a un chico vestido con traje. Estaba más delgada, quizás su tono de piel era algo más oscuro que el que yo recordaba, aunque seguía con el pelo corto que tanto le favorecía. El estaba apoyado en la palmera que quedaba a su izquierda mientras le pasaba el otro brazo por el hombro. El la miraba a ella, y ella, que sostenía un ramo de flores con ambas manos, miraba a la cámara sonriente. A su espalda una playa que bien podría ser de Okinawa, como de Hawaii o de Bali. A mis ojos, su sonrisa destacaba bastante más que aquellas aguas medio verdes medio azules. Parecía sincera, adrede, de esas que salen solas de dentro sin que la persona quizás sea consciente de que la está luciendo.

«Me he casado», decía, «y tenía ganas de contártelo. He visto que has tenido un hijo precioso, se parece a ti, es muy guapo. Oskar, me alegro mucho de que te vaya bien. Sé muy feliz, yo ya lo soy».

No supe que pensar. En un primer momento me puse en guardia, como cada vez que algo de mi vida pasada de lo que no estoy orgulloso invade la actual de la que si lo estoy. Pero finalmente me emocioné y al hacerlo supe que yo también me alegraba allá adentro, en el alma. Por ella y por mi, por el falso futuro que habríamos tenido de habernos dejado llevar en vez de poner el corazón sobre la mesa aquella mañana, por la felicidad fingida con la que estaría teñida nuestra vida llena, quizás, de grosera resignación y sonrisas tan carentes de sinceridad que no se le acercarían ni de lejos a la suya de la foto.

17 comentarios en “Me he casado, Oskar

  1. Se echaban de menos las intro-retrospecciones. Cuando los jugadores al acabar el partido, por muy duro que sea, se abrazan sin importar quién ganó o perdió, es que la batalla fue a muerte pero sincera. :ungusto:

  2. Pues me ha parecido tan bonito el primer párrafo en cuanto lo he leído, que me han entrado unas ganas terribles de leerlo en alto, como si fuese una locución.
    De verdad, que bien escribes. Me ha gustado mucho, mucho, mucho, esta entrada.

  3. Gracias por compartirlo Oskar. Qué gran chica: no te manda un mensaje en plan «mira qué guay que me he casao, anda tú», si no que se alegra por tu vida auténtica de ahora, de tu Kota y tu Chiaki, sabiendo como te conoce que eres feliz de verdad. Un abrazo.

  4. Enhorabuena a la novia, por la boda y por saber dejar el pasado atrás quizá no de la mejor manera, pero sí de una no tan mala…

  5. Ahora es cuando tu le respondes, te gano por un hijo! jejejje :cuner: Pero tienes razón en todo. Ahora sería todo un «american beauty» en toda regla.

    Un abrazo!

  6. Zorionak a los dos. :ungusto:

    Aunque no te hubiese enviado esa foto y el mensaje, hiciste lo correcto, a pesar de que doliese mucho la separación. Ante todo la sinceridad en los sentimientos que os ha permitido ser felices de verdad a tí y ella. Pero que hayas tenido la posibilidad de saber de su felicidad y el cariño que te muestra por tu nueva situación, eso es muy hermoso y elegante por su parte. Seguro que te ha servido para quitarte una «espinita» del pasado.

    Un gustico leerte. :gustico:

  7. A mí me gusta mucho la frase esa de Sabina de no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió… no creo que sea exactamente tu caso, porque ahora estás encantado de la vida, pero quizás esos «y si…» nos hagan plantearnos cómo hubieran sido las cosas de otra manera…

  8. Cuado uno se topa con la persona con quien quiere compartir lo que quede de vida y se siente pleno, lo más que uno puede pedir es que a quienes forman parte de nuestra historia (hayan sido buenos o malos) también les vaya bien y sean felices.

    Abrazo

  9. Hermoso realmente, tus palabras son esas palabras q a veces nunca terminamos de decir, aunque sintiendo todo no demostremos nada..!!
    Me alegras el dia, saludos desde Venezuela de parte de esta humilde lectora q poco comenta!! :felicianer:

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